Rasgos peculiares del estilo De La Salle Fuente: Espiritualidad y Pedagogía Lasallista II Servicios Educativos y Administrativos, A.C. Monterrey, N.L. 1. Clima de Relaciones Fraternas y Cercanas La simpatía y la cordialidad, la confianza y el afecto profundo de los discípulos hacia los maestros, tal vez pueda recordarse como uno de los más importantes. Tal vez sea el más típico. Esa fraternidad viene del carácter que el Fundador de las Escuelas Cristianas quiso para sus educadores. Después de las naturales vacilaciones en los primeros días en sus escuelas, perfiló el tipo de educador que le pareció mejor: hombre laico de total dedicación, entregado en exclusiva a la tarea docente, bien preparado, muy ordenado y disciplinado, con gran sentido de cuerpo y con trabajo asociado al de los otros educadores. En este sentido se daba importancia a la cordialidad y a la cercanía en las relaciones personales, tanto con las familias como con los alumnos. Llegaba a escribir en la Regla para los Hermanos. “Amarán tiernamente a todos sus alumnos, pero no se familiarizarán en particular con ninguno de ellos, ni les darán cosa alguna por especial predilección, sino solo como recompensa o estímulo. Manifestarán a todos los alumnos igual afecto, y más aun a los pobres que a los ricos, por estarles aquellos mucho mas encomendados por su Instituto”. (Reglas Comunes 7.13) 2. Una Pedagogía Activa Evidentemente esta cercanía le llevó a reclamar la preferencia por una pedagogía activa. En la misma participación de los alumnos estaba una de las fuerzas metodológicas. Podemos decir que es rasgo de la primera Pedagogía lasallista la colaboración del alumno, su solidaridad, su creatividad, para asegurar la marcha de la tarea docente. Basta abrir la “Guía de las Escuelas” en cualquier página para ver cómo entiende los “oficios” en la clase, cómo sugiere la acción de todos y de cada uno de los escolares, cómo pone en juego los estímulos, cómo valora las relaciones con los padres, cómo se distribuyen responsabilidades, cómo se consigue una dinámica acogedora en el marco escolar de manera que todos los escolares se encuentren agradablemente atendidos y valorados en todo momento.
Insiste en que hay que mantener el sentido del orden, que para él es previsión, seriedad, trabajo, eficacia, responsabilidad, esfuerzo. Nos dice con verdadera inteligencia práctica, apoyada en la experiencia que constituye su fuente de inspiración y el secreto del funcionamiento de la Escuela: “Nueve cosas pueden contribuir a establecer y mantener el orden en las escuelas: la vigilancia del maestro, las señales, los catálogos de avisos, las recompensas, las correcciones, la asiduidad y la puntualidad de los alumnos, el reglamento de los días de asueto, el establecimiento de oficios y responsabilidades entre los escolares y la estructura, calidad y uniformidad de las escuelas y de los muebles” (Guía 11. 1) 3. Crear Hábitos de disciplina y buenas disposiciones de los estudiantes No menos que la disciplina, vale para él la formación de los hábitos en el trabajo y las buenas disposiciones de los escolares. Si esto sale de dentro del alumno, el resultado es muy superior a que si tenemos que esforzarnos constantemente en infundirlo desde fuera a base de castigos. La Salle sabe que los alumnos son frágiles y precisan ayuda y apoyos externos. “Poco basta para mudar las buenas disposiciones de los niños y de los jóvenes. Los encargados de su educación deben proceder con tal prudencia respecto de ellos que, ni en su persona ni en su comportamiento deben hallar cosa alguna que les pueda enfriar en su deseo de servir a Dios o les pueda apartar de sus deberes. ¿Es vuestra primordial preocupación este comportamiento?... De ello depende el adelantamiento de los discípulos en la piedad y el fruto que personalmente lograréis al educarlos” (MF 115,1). 4. La Serenidad del Educador Pero la fuerza del trabajo escolar se halla preferentemente en la serenidad del profesor, el cual tiene que ser modelo de ponderación y de habilidad, de trabajo y de sacrificio, de fortaleza, en una palabra, que es lo mismo que decir poseedor de una fuerza para mantener las riendas en todo momento y hacer trabajar con ilusión a sus alumnos. “Procure conservar la igualdad de humor en la escuela y no se deje llevar por la impaciencia. No es serio lanzar la palmeta a los escolares y resulta vergonzoso darles golpes sobre todo en la iglesia. Me alegro de que tenga muchos discípulos. Pero ponga sumo interés en que adelante mucho” (Carta 38, 13)
5. Silencio y Dedicación al Trabajo Los frutos de esa fortaleza evidentemente se manifiestan en actitudes como el esfuerzo, la normalidad, la armonía en la marcha de la vida escolar. Valorar el silencio y la dedicación al trabajo cotidiano era una costumbre que solía tener el ilustre pedagogo cuando caminaba por sus escuelas y también cuando trazaba consignas para sus educadores. Llamaba a esa disposición regularidad. Sus recomendaciones en la Guía de las Escuelas son interminables. “El silencio es uno de los primeros medios para establecer el orden en la escuela. Cada maestro hará observar exactamente el silencio en la clase no tolerando que nadie hable sin su permiso. Para eso el maestro hará entender a los escolares que deben guardar el silencio, que está prescrito, no porque él esté presente, sino porque es voluntad de Dios” (Guía 2. 1. 3). “Es inútil que el maestro se empeñe en que los escolares guarden silencio si él mismo no lo guarda. Él les enseñará más esta actitud con su ejemplo que con sus palabras. El silencio del maestro produce más orden en la escuela que cualquier otro procedimiento. Con él, el maestro vela mejor sobre si mismo y sobre los escolares”. (Guía 2.2). Y lo mismo dice con frecuencia en la Meditaciones que dirige a los Maestros: “Mucho más les convenceréis con el ejemplo de un proceder moderado y modesto que con todas las palabras que les pudierais decir, ¿Queréis que guarden silencio?. Guardadlo primero vosotros. Sólo en la medida en que seáis comedidos y circunspectos, conseguiréis que lo sean ellos” (MF 33. 2) 6. Conocimiento de los alumnos Y con esta fortaleza está la dedicación a conocer a los alumnos, para poderse acercar más estrechamente a ellos. Las disposiciones pedagógicas resultan siempre premiadas por los efectos positivos en el trabajo de cada día. Es de sumo interés el conocer, apoyar, animar y seguir a los alumnos, tanto a los que son buenos escolares como a quienes se hallan en especiales dificultades de convivencia, comportamiento o de aprendizaje. Es un conocimiento pedagógico que resulta mas provechoso cuanto más delicado, discreto y transformador de las personas es. Pero Juan De La Salle no quiere conocer por curiosidad científica. Ni siquiera entiende el rendimiento escolar como un medio de mejorar en la vida. El maestro debe promocionar la
cultura para conseguir personas más libres. Y para ello precisa conocer a sus alumnos hasta el fondo del alma: “Tenéis dos clases de niños a los que instruir. Unos son amigos de libertades y propensos al mal. Otros son buenos o, al menos, inclinados al bien. Rogad de continuo por unos y por otros, pero más particularmente por los que muestran inclinación al mal, a fin de que se conviertan de sus inclinaciones torcidas. Procurad mantener y consolidar a los buenos en la práctica del bien. Con todo, que vuestro especial cuidado y vuestras plegarias mas fervorosas se ordenen a ganar a Dios los corazones de quienes tienden al mal”. (MF, 186.3) 7. Participación Activa de los Padres Entre los valores de la participación en la vida de la escuela se halla la de los padres como pieza fundamental en la marcha del trabajo escolar. Esa aportación de los padres, que Juan De La Salle resaltaba con verdadera pasión a su pedagogía de la Guía, es para él emblemática y condicionante. “Vosotros ocupáis el puesto de los padres y pastores de almas. Temed no os castigue Dios si os mostráis negligentes en corregir y reprender a los discípulos cuando sea necesario”. (MR 203.3) 8. Pedagogía Preventiva Pero el alma de todo lo que hace eficaz la educación está simbolizada en una palabra que Juan De La Salle estimaba mucho: es la palabra vigilancia, equivalente a acompañamiento, previsión, inteligencia práctica, presencia, cercanía. La Pedagogía preventiva, la metodología del evitar el error, el deseo de evitar la falta, la desviación se convierten en una forma de educar para la vida ordenada y da un estilo peculiar a la personalidad. Siempre en actitud de previsión y teniendo en cuenta todo lo que va a servir en la actividad del alumno, es el maestro el que va a dar la tónica con su habilidad, su destreza y sobre todo su dedicación, a la forma de educar a la escuela del Señor De La Salle. “Los maestros tienen que ser capaz de tres cosas para cumplir en la escuela: la primera, velar sobre todos los escolares para comprometerlos a cumplir con su deber y mantenerlos en el orden y el silencio; la segunda, tener en la mano durante la lección el libro en el que se lee, y seguir con
atención; la tercera, prestar atención al que lee, a fin de corregirle cuando se equivoca” (MF. 56.1) “Debéis velar más sobre los que están inclinados a descarriarse que sobre aquellos que se muestran inclinados al bien y practican la virtud espontáneamente. Es preciso no escatimar ningún medio para lograr que vuelvan al buen camino los que se encuentran dominados por algún vicio, pues como dice el Señor. No es voluntad que perezca ninguno de esos pequeños” (MF. 56. 1) 9. Estímulos Educativos Si la vigilancia no basta para prevenir la falta, será buen estímulo el saber aplicar con amor las correcciones convenientes. Incentivos, alientos, alabanzas, reprensiones, premios, castigos, son recursos que es preciso administrar con tacto y discreción. El castigo, por doloroso que sea, es un beneficio que se transforma en formación y en desarrollo de la personalidad. El tratamiento del castigo en la pedagogía de Juan De La Salle es una verdadera conquista en su inteligencia práctica y del amor profundo que tiene por el alumno. Presenta el castigo como algo imprescindible para la buena marcha de la clase y lo convierte en recurso de emergencia del que nunca se debe prescindir. La corrección, que habrá de estar siempre inspirada por el amor y no por el mal humor, se convierte en la pedagogía de Juan De La Salle en el termómetro del espíritu que inspira al maestro.
“La corrección de los alumnos es de gran trascendencia en la escuela. Es importante hacerla bien para que produzca sus frutos, tanto en quien la recibe como en quienes son testigos de ella.” (Guía. 11, 14) “Nunca se debe castigar a un alumno por sentimiento de adversión o de rabia contra él porque nos ha causado pena o porque no nos cae simpático. Estos motivos además de ser malos están muy lejos de lo que deben sentir personas que solo han de obrar y conducirse por espíritu de fe.” (Guía 11 5, 4)