UNIAGUSTINIANA ERICH ESTUARDO GARCÍA COTÍ HISTORIA DE LA IGLESIA MODERNA JOSÉ URIEL PATIÑO F. FUNDAMENTALISMO PROTESTANTE Y TRIDENTISMO CATÓLICO Tanto católicos como protestantes, a la luz de Cristo, se esfuerzan por brindar orientaciones para la praxis de la vida. Intentan ofrecer al hombre actual una interpretación global del mundo, de la existencia, del sentido de la vida. Pero ¿Cómo podrá ofrecer tal interpretación un cristianismo tridentista o fundamentalista en unos tiempos acuñados del todo por la ciencia, la tecnología, el pos-secularismo y la cultura contemporánea? Este ensayo argumentativo, sin caer en anacronismos, pretende exponer y exhibir lo que realmente es el fundamentalismo protestante y el tridentismo católico. Estos fenómenos, son un riesgo inminente cuando se amarran a la normativa y a una hermenéutica en donde solo se permite una interpretación y se reclama un derecho de absolutidad. Para abordar este tema no podemos desligarnos de los hechos históricos que marcaron un hito en la vida del cristianismo. Desde la reforma gregoriana del siglo XI y la irrupción del paradigma católico-romano, ninguna censura en la cristiandad occidental fue más profundo y de consecuencias tan grandes como el de la Reforma luterana. “La bula Exurge Domini (junio 15 de 1520) condenaba las tesis de Lutero, sus libros, y lo invitaba a retractarse en un plazo de 60 días”. […] (enero 3 de 1521) el Papa declara que Lutero es excomulgado” (Patiño, 2004, pág. 20). “La imagen católica de Lutero estuvo marcada durante largo tiempo por el odio o al menos por la hostilidad” (Congar, 2014, pág. 79). Durante mucho tiempo no se perdonó a Lutero que hubiera dividido a la Iglesia, como si él hubiera sido el culpable principal. No obstante, sin duda alguna, Martín Lutero, en el siglo XVI inicia una nueva época para la vida cristiana. En la Iglesia católica surgen cambios de paradigmas en la teología, el cristianismo se aleja del paradigma católicoromano de la Edad Media y pasa al paradigma evangélico de la Reforma. “Cuando Martín Lutero chocó con la autoridad eclesiástica a propósito de las indulgencias, reclamó, en primer lugar, la convocatoria de un concilio general. Prometió someterse a sus decisiones. Sin embargo, trascurrieron casi treinta años, desde su ruptura inicial con la Iglesia romana, en 1517, hasta que reunió el Concilio de Trento en 1545 y, para entonces, la Reforma se había extendido por todas partes y las heridas dentro de la Iglesia eran tan hondas que no resultaban de fácil curación” (Tanner, 2013, pág. 91).
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Aunque la intención de Lutero fue ser un “re-formador” de la Iglesia que trataba de volver a la “forma” original del cristianismo, en realidad, lo que se terminó creando fue cambio de paradigma que a largo plazo significo y se tradujo en enormes consecuencias en el plano político, eclesial y social. Las repercusiones iban surgiendo y eran evidentes, la Iglesia, se encontraba ante un gran reto, el grito de la Iglesia por ser reformada era apremiante. Con Trento, por tanto, se da la aclamada respuesta a la tesis protestante. No obstante, cabe resaltar que para algunos historiadores esta respuesta (Trento) está fundamentada en dos pilares: la obra doctrinal y la obra disciplinar. Algunos creen que se atribuyó mayor importancia a la obra disciplinar del concilio que a la doctrinal. Giuseppe Alberigo que en su obra “historia de los concilios” dice lo siguiente: “[…] esta fue admitida (obra disciplinar) enseguida y sin dificultades en la Iglesia católica, mientras que aquella (obra doctrinal) tardó más de un siglo en ser traducida a la práctica […] (Alberigo, 1993 , pág. 287). “Doctrinalmente se centró sobre dos puntos: la justificación (el hombre como “capax Dei”) y la misa; debido a esto el tema eclesiológico quedó un poco de lado, pero, aunque no se habló de la Iglesia, sí fue la Iglesia la que habló” (Patiño, 2004, pág. 67). La obra disciplinar, por su parte, se centró en las viejas y nuevas reglas: “recordando a los obispos el deber con el pueblo que se les ha confiado y la importancia de residir en medio de él; o para reglamentar el reclutamiento, la carrera y las condiciones de vida de los eclesiásticos,” (Congar, 2014, pág. 124). Ciertamente, estas no fueron las únicas instrucciones o normativas de Trento: “El concilio de Trento Justificó el culto a las reliquias, a las imágenes y a los santos. Yendo de ese modo al encuentro de normas de piedad inveteradas en el pueblo cristiano, la Iglesia pos tridentina supo aprovecharse del escándalo causado por las negaciones de los reformistas y por el iconoclasmo. Pero al mismo tiempo se esforzó en canalizar y guiar los fervores populares” (Tüchle, 1987, pág. 178). Por otra parte, no podemos olvidar la lucha contra las supersticiones que habían comenzado ya a principios del siglo XVI. “Desde el principio, el concilio había definido sus objetivos: “arrancar la herejía y reformar la conducta” (Tanner, 2013, pág. 94). A pesar de la tardanza, la interconexión entre doctrina y conducta son evidentes y los resultados fueron amplios. No obstante, lo relativo a lo conductual y la agresividad con la que se planteo ha mostrado grandes repercusiones hasta nuestros días. Hoy la palabra tridentino tiene connotaciones despectivas: hace referencia a la persona que se basa solo en la norma y en la disciplina; por otra parte, al teólogo que se ha estancado
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en la obra disciplinar de Trento y no ha revestido su reflexión del Concilio Vaticano II; como también, a los retrogradas, arcaicos y conservadores, etc. No obstante, es importante aclarar que Trento fue clave, importante, e incluso providencial para su época, fue un paso grande en la Iglesia. Sin embargo, hemos entendido muy mal Trento, lo hemos interpretado mal, debido a al poco conocimiento del contexto y la historia. El peligro y la consecuencia de esta mala interpretación es aquello que hoy llamamos tridentismo, una postura en la que prima una defensiva estática y una carencia de apertura a la lectura de los signos de los tiempos. Esto nos ha llevado a olvidar que el amor prima por encima de la ley o la norma. Lo dicho, lo podemos ver reflejado de manera similar en el contexto de Trento: Todo ello mostraba hasta qué punto el paradigma católico romano de la Edad Media se había puesto a la defensiva, en Roma y en todos los frentes. Pero el mundo moderno, que se había conformado sin Roma y contra ella, proseguía su marcha sin dejarse impresionar por la utopía retrograda de la burocracia propia del estado eclesial que, anclada en la Edad Media, era hostil a la reforma. (Tüchle, 1987, pág. 182) Este anhelo de reforma, por tanto, tiene un fuerte tinte disciplinario: No obstante, es lamentable que “la mayoría de las veces, es lo único que se conoce de Trento […] y olvidamos que puso las bases para un diálogo abierto en el que no había ases escondidos” (Patiño, 2004, pág. 67) Partiendo de lo que significo, fue y es Trento y el tridentismo, nos adentramos a hablar del fundamentalismo. ¿Qué es el fundamentalismo? El fundamentalismo, quizá, es de esos términos populares, pero a la vez tan vagos, utilizado para calificar determinadas corrientes conservadoras. “Entre 1910 y 1915 hombres destacados del movimiento evangélico y teólogos conservadores de Princeton editaron en USA toda una serie de escritos (12 volúmenes) dando a la serie el título The fundamentals (como es natural, se quería dar a entender los fundamentos de la verdadera fe cristiana)”. (Küng, 1994, pág. 534) No obstante, comenzamos aclarando que no todo protestante es conservador, ni todo protestante conservador es fundamentalista. Existen muchos protestantes, pietistas y evangélicos conservadores que tratan de compaginar su actitud básica religiosa conservadora con una apertura respecto a los afanas sociales, intelectuales y religiosos de nuestro aquí y ahora. ¿Quién es, pues, un fundamentalista? Es un fundamentalista el que, de tradición luterana, calvinista, pietista o eclesiástica libre, confiesa ser partidario de la inspiración literal y, por consiguiente, de la injerencia absoluta de la Biblia. Decimos se confiesa porque no se trata aquí de una teoría científica, sino de
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una confesión de fe propiamente dicha. En definitiva, el fundamentalismo se refiere ante todo a un fenómeno en el marco del paradigma protestante reformador. “La característica teológica principal del fundamentalismo religioso moderno”, dice el editor del hasta ahora más ambicioso proyecto de investigación sobre el fundamentalismo, Martín E. Marty, luterano y profesor en la Universidad de Chicago, “consiste en su carácter de oposición (oppositionalism)”. Obligado así a la defensiva, el fundamentalismo se muestra más protestante que los protestantes: protesta no sólo contra Roma y el papismo, sino también contra la Babilonia moderna y contra el evolucionismo, el liberalismo y el secularismo” (Küng, 1994, pág. 536)
Lo que hace que veamos con claridad, que el fundamentalismo, en su sentido autentico, es un producto de la defensiva y ofensiva, lo mismo podemos decir de lo que se entiende en la actualidad por “tridentismo”, es evidente el punto en común entre los dos fenómenos. Esta defensiva del fundamentalismo contra la ciencia natural, la filosofía, la exégesis modernas y contemporáneas, coloca en evidencia la existencia de un mecanismo de defensa ante las amenazas que atentan a la inspiración verbal e inherencia de la Biblia. En palabras del teólogo W. Pannenberg, “el fundamentalista es el hombre de la cosa segura”. Pero ¿qué es lo seguro en las religiones? Si el mundo al que se asoman los creyentes es tan misterioso. En palabras P. Ricoeur, nos referimos al “reino de lo inexacto”. ¿Cómo se puede ser fundamentalista en un escenario tan resbaladizo, cargado de misterio e incertidumbre? “El filósofo H. Bergson abordó estos interrogantes distinguiendo dos clases de religión: la estática y la dinámica: “La primera (estática) se agota en la búsqueda de seguridades. […] En definitiva, la religión estática rechaza las fatigas de la duda y el ejercicio de la razón crítica. En cambio, la religión dinámica está familiarizada con las preguntas que “el terror de la historia” (M. Eliade) suscita. Sabe que preguntar es ser piadoso. De ahí que, según Bergson, la religión dinámica culmine en la mística. “Superhombres sin orgullo” llama a los místicos […].” (Fraijó, 2016). Teniendo claro lo que es el fundamentalismo protestante y el tridentismo católico, concluimos considerando que el colofón del asunto, a nuestro modo de ver, se encuentra en la dificultad de la Iglesia para dialogar con un mundo cambiante y dinámico. Las exigencias y los cambios políticos, sociales y económicos del modernismo pueden traducirse en nuestros días en los profundos cambios que estamos sufriendo en el ámbito religioso, antropológico, económico, social y político. ¿Cómo está respondiendo la Iglesia? Esta respuesta de la Iglesia, necesariamente debe colocar la mirada en la vida de Jesús de Nazaret, y en su llamada a que vivamos el mandamiento del amor. 4
La Iglesia debe seguir dialogando con el hombre actual. Cuanta rezón tenía el teólogo protestante Jürgen Moltmann cuando se refería al problema de fondo en el fundamentalismo y que muy bien podemos aplicar al tridentismo: “el desafío primario religioso, interreligioso y arreligioso, no es el “fundamentalismo”, sino el “mundo moderno”. (Congar, 2014, pág. 123). Lo dicho, deja un reto para la Iglesia. De alguna manera, es inquietante sentir que una “las problemáticas” de hace varios siglos continúen e incluso se profundicen en la actualidad, de ahí la necesidad de conocer la historia, la cual, es fuente para el discernimiento y la lectura de los signos de los tiempos.
Bibliografía Alberigo, G. (1993 ). historia de los concilios. Salamanca : Ediciones Sígueme. Congar, Y. (2014). Verdadera y falsa Reforma en la Iglesia. Salamanca : ediciones sígueme. Fraijó, M. (23 de Marzo de 2016). El PAIS. Obtenido de El enigma del fundamentalismo religioso: https://elpais.com/elpais/2016/03/23/opinion/1458738959_601156.html Küng, H. (1994). el cristianismo esencia e historia. Tubinga : editorial Trotta. Patiño, J. U. (2004). HISTORIA DE LA IGLESIA, la barca de Pedro frente a las tempestades ideológicas: del enfrentamiento al diálogo Siglos XVI-XX. Bogotá: San Pablo. Tanner, N. P. (2013). Los concilios de la Iglesia. Madrid: BAC. Tüchle, H. (1987). Nueva historia de la Iglesia III, Reforma y contrarreforma. Madrid: ediciones Cristiandad.
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