Elogio Y Reivindicacion

  • December 2019
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1 ELOGIO Y REIVINDICACIÓN DE CLÍO José Jesús García Hourcade

Te revelaré la ciencia de los sepulcros y la de los siglos

—Volney, Las ruinas de Palmira

Escribía José Ortega y Gasset en 1928: "Yo creo firmemente que los historiadores no tienen perdón de Dios". Es una frase interesante, que da qué pensar. En el fondo, como veremos más adelante, lo que mueve a Ortega a expresarse en este sentido es la alta consideración en que tiene a la historia. Y es también testimonio de una inclinación bastante generalizada a estimar la historia, al mismo tiempo que se critica a los historiadores. Para indagar en las razones de esta especie de divorcio, conviene señalar un punto de partida, y creo que se puede encontrar en el apunte, ya clásico, que hace Pierre Vilar al inicio de una de sus obras: "Quizá el peligro más grave, en la utilización del término historia, sea el de su doble contenido: historia designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de ese conocimiento"1 .

Una materia constituída por una serie de hechos: res gestae. El conocimiento que los hombres tienen y transmiten de esa materia: rerum gestarum. Y, en ambos casos, empleamos la misma palabra: historia. No acaba ahí el riesgo de confusión. En la producción de conocimiento histórico intervienen muchos individuos, aisladamente o en grupo. Pero se debe prestar atención especial a algunos de ellos, a los historiadores de profesión. A su vez, éstos deben preocuparse de transmitir los resultados de sus investigaciones. Y en ese momento hay que tener en cuenta, ineludiblemente, los elementos narrativos. Historia, actividad 1

Vilar, P., Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, 1980, p. 17.

intelectual de conocimiento; historia, narración, ya sea cierta o fabulosa. En inglés el problema desaparece, mediante el uso de dos vocablos: history frente a story. Parece que tenemos un problema: en castellano, historia quiere decir demasiadas cosas. Y, a pesar de todo, da la sensación de que en el momento actual, hay un interés grande por la historia. Existe una inflación de materia histórica a nuestro alrededor, y el acceso al conocimiento histórico se ha tornado realmente fácil. Sólo con echar un vistazo a cualquier quiosco, podremos encontrar publicaciones de divulgación (Historia 16, La Aventura de la Historia, Historia y Vida, Clío, Arqueo, Revista de Arqueología, Mundo Medieval, Revista de Historia Militar, Ristre , y otras que exploran la misteriosa relación de los hechos humanos con los mundos extraterrestres o supranaturales, en formato de revista de investigación y divulgación histórica); fascículos de todo tipo; colecciones de novelas históricas. Además, contamos con canales televisivos dedicados en exclusiva a la historia (Canal de Historia, 24 horas al día). Y no podemos dejar de mencionar el éxito editorial de biografías, memorias, y similares, entre los que merece una reseña el caso de Manuel Fernández Álvarez, quien ha sido catapultado a lo más alto de las listas de ventas gracias a sus trabajos sobre Carlos V, Felipe II y Juana la Loca (eso, después de muchos años dedicados al oficio, con un gran número de publicaciones a su espalda, y monografías muy reputadas en el ámbito académico). Y en el apartado de novela histórica2, ¿cómo olvidar el nombre de Arturo Pérez Reverte y su capitán Alatriste? Así que, ¿quién puede dudar que la historia hoy vende, y vende bien? La historia interesa, y mucho. Pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué tipo de historia es la que interesa? ¿Qué clase de cultura histórica, por decirlo de alguna manera, genera este aluvión de información? A la primera pregunta, qué clase de historia triunfa, respondo que parece haber dos tendencias. Una, la periodística: historia ágil, escrita en un lenguaje directo, muy comunicativo, que busca la transmisión rápida y efectiva de conocimientos, haciéndola compatible con rigor, amenidad e interés. Para que todos encuentren satisfacción, suele presentarse bajo forma de miscelánea, y es la tendencia que se aplica en las revistas de divulgación, y en alguna otra publicación3. La segunda, es la literaria. Novelas, memorias, estudios históricos en los que se ha dado especial importancia al estilo

2

Puede resultar interesante contrastar con la opinión de un editor, en el artículo Fernández, D., “¿Existe un boom de novela histórica en España?”, Clío, 1, noviembre 2001, p. 132. 3 Es el caso del reciente éxito de Cebrián, J. A., Pasajes de la historia, Madrid, 2001.

narrativo, al aparato seductor, por decirlo de alguna forma. Y es que, la otra historia, la académica, además de manipuladora, ¡es tan aburrida! Para contestar al segundo interrogante, qué frutos proporciona al lector el contacto con estas revistas, novelas, etc... creo que hay que tener en cuenta que 1-

Contamos con una ingente cantidad de información a la que podemos

acceder fácilmente y por muy distintas vías. 2-

El receptor de información carece, por lo común, de dos aspectos

fundamentales para obtener un mínimo beneficio (aún en forma de placer) de toda esa cascada que le llega: tiempo y formación previa. Sobre todo lo primero. 3-

Se trata, por tanto, de un receptor que se ve obligado a confiar en quien le

transmite la información. 4-

Y un receptor que, en la mayoría de las ocasiones, no tiene ni idea de

quién es ese que le transmite la información. Y por tanto, el interés y la confianza se desplazan, con ribetes de objetividad, a la información misma. El historiador puede convertirse entonces en una figura ciertamente temible: el hombre invisible.

No cabe esperar grandes frutos de esta situación. La cultura histórica será, siendo indulgentes, vaga, inconsistente, precaria, fugaz. A quien mejor servirá será al curioso, tipo que ha existido siempre, y que tiene todo el derecho a aliviar la comezón que le produce no saber tal o cual detalle. Ya Cadalso, muy guasón él, se burlaba poniendo en boca de uno de sus personajes este elogio de uno de estos especímenes: “¡Historia! -dijo-.Me alegraría que estuviera aquí mi hermano el canónigo de Sevilla; yo no la he aprendido, porque Dios me ha dado en él una biblioteca viva de todas las historias. Es mozo que sabe de qué color era el vestido que llevaba puesto el rey San 4 Fernando cuando tomó Sevilla”

Así que, hemos llegado a un punto en que podríamos hacer una ecuación de validez muy general: la historia es aquello que nos cuentan los historiadores. Volviendo al inicio, la materia (res gestae) y el conocimiento (rerum gestarum) son lo mismo. De alguna forma, se trata de ese slogan que ha popularizado un conocido presentador de televisión: así son las cosas, y así se las hemos contado. Lo que, en definitiva, viene a significar que las cosas son como se las hemos contado. En este proceso, el receptor se convierte en un ente pasivo, desestructurado y, por ende y sobre todo, dependiente. ¿Y

4

Cadalso , J., Cartas marruecas. Castalia, Madrid, 1984, carta VII, p. 70.

el historiador? Pues tiene validez en su calidad de transmisor de información. Pero dado que, al mismo tiempo, la transmisión de información es terreno privilegiado de los medios de comunicación, podríamos decir que el historiador que hoy goza de consideración es aquel que se asimila a la figura del periodista. Se trata de un oscuro trabajador (no siempre, afortunadamente) que se limita a servir los hechos al consumidor final, y después se retira, creando la peligrosa ilusión de que entre el lector y lo leído no hay nada. El comprador habitual de revistas de divulgación histórica puede caer en la presunción de que, después de haber leído un dossier de veinte páginas, sabe todo acerca de la crisis de Oriente Medio. Pero la situación, en lo esencial, no es nueva. Hace ya tiempo que coexisten el interés por la historia con una escasa valoración de los profesionales de la historia. Según el momento y el lugar, se les toma por agentes del poder, manipuladores al servicio de la verdad de los vencedores, eruditos ociosos e inútiles. Sus obras son áridas, farragosas, faltas de interés, se limitan a un cúmulo de datos que, de tan objetivo y neutral, producen la mayor indiferencia en el lector. Este alejamiento entre el historiador y sus probables lectores es muy notable desde que la historia, a mediados del siglo XIX, se fijó como oriente el lograr que se la reconociera sin paliativos como una ciencia. Y, al paso, se desvistió de todo atributo susceptible de lastrar el intento. Entre ellos, el aspecto literario. Parece como si algunos se hubieran empeñado en hacer incompatible el rigor del estudio con un estilo narrativo cuidado. Hace poco lo recordaba Manuel Lucena: "Una de las alabanzas que escucha con frecuencia el historiador que escribe bien, es decir, aquel que posee no sólo las cualidades propias de su oficio sino algún género de habilidad literaria, es que su obra se lee como si fuera una novela. Tan impenetrable afirmación parte de una disociación bien extendida en el mundo de los historiadores desde el siglo XIX, según la cual existía una inevitable separación entre los atributos científicos de la profesión y la necesidad de comunicar sus resultados a través de algún tipo de construcción literaria"5

Se supone que, cuanto mayor sea el contenido científico de la historia, en tanto que actividad de conocimiento, mayor será su objetividad y neutralidad, así como su capacidad de servicio a los intereses sociales. Y, para mi sorpresa, es precisamente cuando mayores reproches recibe por su partidismo o por su inutilidad. O por ambas, al mismo tiempo. Y si no, que se lo pregunten a A. Bierce:

5

Lucena Salmoral, M., "El peso de la verdad", artículo aparecido en el suplemento ABC Cultural, 4 de mayo de 2002, p. 6, formando parte de un conjunto de reflexiones bajo el título "La historia narrada".

"Historia: relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios. Historiador: 6 chismoso de trocha ancha".

La situación de falta de interés en las obras de los historiadores es la que motivó la crítica de Ortega con que he abierto este trabajo, y que ahora reproduzco por extenso: "Por una parte, hay en las gentes cultas una curiosidad tan viva, tan dramática para lo histórico, que acude presurosa la atención pública a cualquier descubrimiento arqueológico o etnográfico y se apasiona cuando aparece un libro como el de Spengler. En cambio, nunca ha estado la conciencia culta más lejos de las obras propiamente históricas que ahora. Y es que la calidad inferior de estas, en vez de atraer la curiosidad de los hombres, la embotan con su tradicional pobreza. Indeliberadamente, actúa en los estudiosos un terrible argumento ad hominem que no debe silenciarse: la falta de confianza en la inteligencia del gremio historiador. Se sospecha del tipo de hombre que fabrica esos eruditos productos: se cree, no sé si con justicia, que tienen almas retrasadas, almas de cronistas, que son burócratas adscritos de expedientear el pasado. En suma, mandarines. Y no puede desconocerse que hay una desproporción escandalosa entre la masa enorme de labor historiográfica ejecutada durante un siglo y la calidad de sus resultados. Yo creo firmemente que los historiadores no tienen perdón de Dios"7.

Y años más tarde, B. Russell se sumaba, intentando explicar las causas de la decadencia de la historia, que a su modo de ver eran: "...el interés del lector corriente por la historia ha decaído en el presente siglo y, por mi parte, lamento grandemente esta decadencia. Para ella, existen varias razones. En primer lugar, la decadencia se extiende a todas las lecturas (...) La historia ha dejado de ser tan interesante como solía ser, en parte, porque el presente está tan repleto de acontecimientos importantes y tan cargado de cambios súbitos, que mucha gente no tiene ni tiempo ni ganas de fijar su atención en los siglos pasados (...) Pero temo que tengamos que reconocer otra causa de la decadencia en la lectura de la historia; consiste en una decadencia, correspondiente, en el arte de escribirla con gran estilo"8.

Parecía que los historiadores se iban a librar, dado que Russell ha empezado por causas muy generales. Pero no. Al final, vuelve a hacer ver que los que escriben obras de historia no están a la altura de lo que se les exige. Entre los requisitos exigidos por Russell, que aparecen unas cuantas páginas antes de nuestra cita, figuran el que la obra debe ser interesante, y un estilo literario ciudado. Cuando Russell dice que hay una decadencia en el arte de escribirla con gran estilo, debemos leer: las obras de historia actuales (Russell escribía esto en 1956) carecen de interés, y de talento literario. Claro, si pensamos en obras sobre historia, que tengan interés y escritas con estilo, parece claro que la novela histórica lleva ventaja. Y que se susciten los recelos por ambas partes. 6

Bierce, A., Diccionario del diablo, Madrid, 1998, p. 72. Ortega y Gasset, J., "La filosofía de la historia de Hegel y la historiología", en Hegel, G.W.F., Lecciones sobre la filosofía de la Historia universal, Madrid, 1980, pp. 15-32; cita en p. 17. 8 Russell, B., "La historia como arte", en Escritos básicos, vol. II, Madrid, 1985, p. 486. El original es del año 1956, formando parte de la obra Portraits from Memory. 7

Una muestra reciente: para el novelista Lorenzo Silva, la historia es "la Historia con mayúscula, esa burda ficción creada por los vencedores"9 Si bien podríamos amontonar testimonios de críticas, más o menos ácidas, hacia la labor de los profesionales de la historia, de su esterilidad y servilismo, creo que no ganaríamos nada. Por el contrario, me parece mucho más interesante comprobar el enorme prestigio que de siempre ha tenido tanto la historia como su estudio, como los que a él se dedican. Especialmente, considerando la voz de muchos autores que no son calificados de historiadores, y cuyos testimonios voy a emplear, sino exclusivamente, sí con preferencia a los de los historiadores oficiales, por decirlo de alguna manera, que podrían ser sospechosos de consituir parte interesada. Para empezar, podríamos decir que en el principio fue Clío. Según los relatos mitológicos, Clío fue una de las nueve musas hijas de Zeus y Mnemosine (la memoria), y a ella se le atribuye el patronazgo de la poseía épica y de la historia. Clío (del griego kleio, alabar, ponderar, ensalzar, celebrar) es "la que proclama", "la que da fama", y por ello sus atributos son los libros, el rollo de pergamino, la tablilla de escritura y el estilo, el cisne y la trompeta, además de portar una corona de laurel (emblema clásico de la victoria y la fama). También se le puede representar con una clepsidra, junto a Cronos (el tiempo), o con un globo terráqueo, manera de simbolizar que su misión se extiende a cualquier tiempo o a cualquier lugar. Y así ha pasado a la historia del arte, prácticamente hasta nuestros días10. No es la única posibilidad de representación alegórica. En una de los más famosos tratados de iconología, el de Cesare Ripa11, se recomiendan las siguientes pautas: "Historia. Mujer alada y revestida de blanco, que ha de ir mirando hacia atrás y sosteniendo con la siniestra una tablilla, o si no un libro sobre el que estará escribiendo, mientras apoya el pie izquierdo sobre un sillar cuadrado. A su lado se pondrá un Saturno, sobre cuyas espaldas ha de reposar la tablilla o el libro donde escribe. La Historia es el arte mediante el cual, escribiendo, se describen y recogen las más notables acciones de los hombres, así como la división de los tiempos, naturalezas

9

L. Silva "Si esto es un héroe", en ABC Cultural, 4 de mayo de 2002, p. 4. Son muchos los ejemplos que podríamos poner de grupos escultóricos de época clásica en los que aparece esta representación de Clío. También en obras pictóricas de distintos periodos y lugares tropezamos con la utilización de este símbolo. Por poner algún ejemplo, aparece en las obras de J. Vermeer de Delft Alegoría de la pintura; F. De Goya y Lucientes Alegoría de la verdad, el tiempo y la historia (h. 1800); F. Pradilla Ortiz Retiro de las musas (1908-12); Komar y Melamid Stalin y las musas (1981-82). 11 C. Ripa Iconología, pp. 477-78. La edición original es de 1593. Esta obra gozó de tal éxito, que sus ediciones se multiplicaron, en diversos idiomas. El propio Ripa amplió su obra en ediciones sucesivas. Concretamente, en la de 1593 no se incluye la representación de la Historia. 10

y accidentes, presentes y pretéritos, tanto de las personas como de las cosas, reuniendo además tres exigencias o requisitos: la veracidad, el orden y la consonancia. Aparece alada, por consistir en la memoria de las cosas sucedidas y dignas de saberse; la cual se difunde por las más diversas partes del mundo, transmitiéndose de tiempo en tiempo a los hombres venideros. Vuelve la vista atrás, mostrándose con ello que la Historia es la memoria de las cosas pasadas, que para la posteridad se conservan y escriben. Se representa escribiendo, tal y como se dijo, porque las historias escritas equivalen a la memoria de los espíritus y los ánimos, como las estatuas lo son de los cuerpos (...) Posa su pie sobre un sillar cuadrado, porque la Historia debe mantenerse siempre sólida y segura, sin dejarse corromper ni subyugar en ningún sentido, cayendo en la mentira a causa de los particulares intereses. Por la misma razón viste de blanco. Se pone a su lado Saturno porque la historia, según la califica Marco Tulio, es testimonio de los tiempos, maestra de la vida, luz de la memoria y espíritu de nuestras acciones. Historia. Puede pintarse también una mujer que, volviendo la cabeza atrás, ha de mirar por encima de sus hombros; viéndose cómo por tierra, hacia donde mira, están repartidos algunos legajos de abultadas escrituras. Sostendrá una pluma con la mano e irá vestida de verde, apareciendo su traje adornado y estampado con aquellas flores que llaman siemprevivas. De la otra parte se ha de trazar un tortuoso río, como aquél de Frigia al que llamaban Meandro, que sobre sí mismo volvía repetidas veces."12

Aún se reconoce la imagen grecolatina de Clío, pero aparecen nuevos atributos, nuevos símbolos asociados. Y años después, contamos con la propuesta de Cristophoro Giarda, en su obra Icones symbolicae:13. En ella, la historia es figurada en una mujer vista de frente, que sostiene en su mano derecha una regla o vara de medir, mientras que en la izquierda exhibe tres llaves. Tiene tres rostros, y su pie derecho se apoya en un globo (sphera orbis). Desde luego, ésta ya no responde a la Clío clásica. Resulta muy interesante la explicación que Giarda da de esta simbología. Por ejemplo, de las tres llaves nos dice que se trata de la Cronología, la Geografía y la Historia14. De la regla 12

Puede resultar interesante comparar con la adaptación que hace la edición de J. Baudoin (París, 1643, p. 88): “Histoire: sa figure ressemble à peu prés à celle d’un Ange, à cause des grandes aisles qui sont attachées à ses espaules. Et bien qu’elle regarde derriere, elle ne laisse pas toutesfois d’escrire sur un grand livre, que Saturne soustient; et s’appuye du pied gauche sur une pierre carrée. L’Histoire, qui fait profession d’escrire avec ordre ce qui se passe dans le monde, est peinte avec que des aisles, pour monstrer qu’elle va publiant de toutes parts les divers evenemens, avec une incroyable vitesse. Elle tourne pour cet effet les yeux en arrière, à cause qu’elle travaille pour la posterité, par la description qu’elle fait des choses passées, afin d’en perpetuer le souvenir. Car, comme dit Petrarque Elle dompte les ans; et ses escrits son tels Que par eux elle rend les hommes immortels. C’est pour cela qu’elle s’appuye sur les espaules de Saturne, pource qu’elle rend un iuste tesmoignage du Temps, dont elle est vistorieuse: en un mot, c’est la maistresse de la vie, la lumiere de la memoire, l’esprit des actions, et le soustien de la verité; car elle ne se doit jamais laisser corrompre par le mensonge, ny par ses interests propres; mais dire purement ce qui est, sans apporter aucun fard à cette syncerité naïve, dont sa robe blanche est le symbole”. 13 Giarda , C., Icones symbolicae, Milán, 1626, pp. 127-134. 14 El propio Giarda nos dice que no es la única interpretación posible. Habla, por ejemplo, de las llaves Ética, Económica y Política; o de las tres dimensiones del tiempo (pasado, presente, futuro), en conexión con los tres rostros de la imagen.

nos dice que aparece para recordar a los que escriben historias que toda verdad ha de ser comprobada, medida. Y del triple rostro, que nos muestra las dimensiones de una actividad que habla de las cosas pasadas, aprende de las presentes, y anuncia las futuras. Finaliza Giarda con una apreciación de las virtudes de que debe revestirse la Historia: en primer lugar, la verdad; después, la exposición; por último, el juicio. En resumidas cuentas, las imágenes simbólicas de la Clío clásica, o de las propuestas por Ripa y Giarda, nos muestran un concepto de historia antiguo, tan amplio como magnífico, y que Cicerón expresó con la conocida fórmula: "Historia

testis

temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae"15 Testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria y maestra de la vida. Ahí es nada. La historia afecta a fibras muy sensibles de la vida de los hombres. La verdad, el tiempo, la memoria, las posibilidades de ajustar nuestra conducta en el futuro a los ejemplos que el pasado nos ha proporcionado. La historia es una lucha contra el olvido. Un esfuerzo por recordar para vivir. Podemos empezar por el tiempo. O, quizá mejor, los tiempos, el sentido temporal. Los tres rostros que aparecen en la figura de Cristophoro Giarda. Como se muestra en el encabezamiento de este texto, la historia es “la ciencia de los sepulcros y de los siglos”16 La preocupación por la relación entre presente, pasado y futuro es una constante humana. Se intuye una relación íntima, misteriosa, más allá de las posibilidades de demostrar cómo se produce. Tan íntima, que incluso hay quien piensa en una semejanza perfecta entre pasado y futuro17. Y esta inquietud ha encontrado en la poesía expresiones maravillosas, ya desde los inicios de las manifestaciones literarias: "...y entre ellos se levantó el testórida Calcante, de los agoreros con mucho el mejor, que conocía lo que es, lo que iba a ser, lo que había sido..."18

También Alfonso X se hace eco de esta inquietud tan natural:

15

Marco Tulio Cicerón De oratore. Volney, Las ruinas de Palmira. Madrid, 1993, p. 29. 17 Ibn Jaldún : "el futuro y el pasado se parecen como dos gotas de agua", Introducción a la historia universal, México, 1977, p. 101. En algunos textos, esta identificación es tan fuerte, que se llega casi a negar el discurso histórico; así en el Eclesiastés, 1, 9-11: "Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si de algo se dice: Mira, eso sí que es nuevo, aún ya eso sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria entre los que después vendrán"; y en el mismo Eclesiastés, 3, 15: "Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es". 18 Ilíada, I, 70. 16

"Natural cosa es de cobdiciar los omnes saberlo fechos que acahescen en todos los tiempos tan bien en el tiempo que es passado, como en aquel en que estan, como enel otro que ha de venir. Pero destos tres tiempos non puede omne seer cierto fueras da aquel que es passado; ca si es del tiempo que ha de venir, non pueden los omnes saber el comienço nin la fin delas cosas que y aviernan, e por ende nonlo saben çierta mientre; et si es del tiempo en que estan, maguer saben los comienços delos fechos que enel se fazen, por que non pueden saber la fin qual sera tenemos que non los saben complida mientre"19

Y aquellos versos de Cavafis: "Los hombres conocen el presente. El futuro lo conocen los dioses, Plenos y únicos, poseedores de todas las luces. Mas, del futuro, captan los sabios Eso que se avecina. Su oído A veces, en las horas de graves reflexiones Se alarma. Les llega el clamor Secreto de sucesos que se acercan. Y reverentes le prestan atención. Mientras que en la calle, Ahí fuera, no oyen nada las gentes"20

Coincide con Cervantes, para quien la historia es la advertencia de lo que está por venir. Y con uno de los más prestigiosos hispanistas, John Elliot: "Creo que el historiador debe pensar en el futuro. Debe esforzarse por tratar de ver ese futuro"21. Me encanta esta imagen del historiador como sabio atento a las señales de los tiempos, como augur, o profeta que hace luz sobre el presente para vaticinar lo porvenir. La noción de la historia como un continuum temporal da pie, además, a sustentar la visión ejemplarizante y la visión épica. Conservar la memoria de los hechos principales, y transmitirla a generaciones venideras es, al mismo tiempo, dar fama (y salvar de la muerte que es el olvido) y proporcionar ejemplos a seguir. Esta es la historia, maestra de la vida, espejo de nuestras conductas: "...y sea la experiencia de las pasadas generaciones escena instructiva y sencilla de felicidades para las presentes y venideras"22 De conocer este proceso temporal, sólo pueden obtenerse ventajas. De descuidarlo, nada más cosecharemos desgracias. Negaciones: "Sin la memoria escrita, se puede llegar a negar la existencia de los acontecimientos"23. 19

Alfonso X Prosa Histórica, Madrid, 1984, p. 103, prólogo a su General Estoria. Cavafis, C.P., Poemas. Barcelona, 1999, p. 60. Como en otras ocasiones, los versos de Cavafis se inspiran en fuentes clásicas. En este caso, la referencia es de la Vida de Apolonio, de Filóstrato: "Porque los dioses perciben el futuro, los hombres el presente, y los sabios lo que se avecina". 21 Entrevista publicada por El País Semanal, 1992. 22 Volney, Las ruinas de Palmira, Madrid, 1993, p. 32. 23 Tahal ben Jelloun, entrevista en El Semanal, 22 de abril de 2001. 20

Y sin acontecimientos, sin historia, ¿qué somos? Nada. Sin identidad, desposeídos de nuestra naturaleza, que es fundamentalmente histórica, como señalaba Ortega y Gasset24, caemos en una especie de alzheimer social, en una situación más grave que la simple pérdida de memoria: la imposibilidad de recuperarla. Si la historia es nuestra naturaleza, conocer la historia es conocernos, saber de los motivos de nuestros actos pasados, y adquirir la capacidad de prever (en una cierta medida) las consecuencias futuras de nuestro comportamiento actual. Podemos, recordando un título famoso, realizar un análisis del pasado para construir nuestro proyecto social25. Sin esta capacidad, seríamos "semejantes a los demás animales, privados de experiencia de lo pasado, de previsión de lo futuro..."26 Es necesario que alguien se consagre a la tarea de recopilar los datos, los acontecimientos, los hechos, los personajes... Es necesario que los demás, los que podemos llamar en sentido muy amplio los lectores, admitan la imposibilidad de vida humana sin memoria, y dejen algo de tiempo para conocer la historia, pero algo más que una historia en migajas. ¿Qué beneficios se pueden obtener de dedicar parte de nuestros estudios a estas materias? Entre otros: desterrar el olvido; conocer, en parte, lo que ha de venir; adquirir luz sobre el presente; e incluso el desarrollo de habilidades más prácticas, como en la política, por ejemplo. De todo esto dan fe los autores que a continuación se citan: - Heródoto27: "Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros queden sin realce".

- Polibio28: "Si los autores que me han precedido hubieran omitido el elogio de la historia en sí, sin duda sería necesario que yo urgiera a todos la elección y transmisión de tratados de este tipo, ya que para los hombres no existe enseñanza más clara, que el conocimiento de los hechos pretéritos. Pero no sólo algunos, ni de vez en cuando, sino que prácticamente todos los autores al principio y al final, nos proponen tal apología; aseverando que del aprendizaje de la historia resultan la formación, la preparación para una actividad política; afirman también que la rememoración de las peripecias 24

J. Ortega y Gasset Historia como sistema, Madrid, 1971. La frase "el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia", se encuentra en la p. 55; pero todo el libro se dedica a analizar esta tesis. 25 Es, en efecto, el título de una de las obras más leídas en el panorama universitario español sobre materia de historiografía y teoría de la historia: J. Fontana Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, 1982. 26 Volney Las ruinas de Palmira, op. cit., p. 35. 27 Heródoto, Historia. Madrid, 1992, libros I-II, p. 85. 28 Polibio, Historias. Madrid, 1991, Libros I-IV, p. 55.

ajenas es la más clarividente y la única maestra que nos capacita para soportar con entereza los cambios de fortuna".

- Alfonso X: "Los sabios antiguos que fueron en los tiempos primeros et fallaron los saberes et las otras cosas, tovieron que menguarien en sos fecchos et en su lealtad si tan bien no lo quissiessen pora los que avien de venir como para si mismos o para los otros que eran en su tiempo; e entendiendo por los fechos de Dios, que son espiritales, que los saberes se perderien muriendo aquellos que los sabien et no dexando remembrança, porque no cayessen en olvido mostraron manera por que los sopiessen los que avien de venir empos ellos; et por buen entendimiento connoscieron las cosas que eran entonces, et buscando et escondrinnando con grand estudio, sopieron las que avien de venir. Mas el desden de non querer los omnes saber las cosas, et la olvidança en que las echan depues que las saben, fazen perder malamientre lo que fue muy bien fallado et con grand estudio; et otrosi por la pereza, que es enemiga del saber et faz a los omnes que non lleguen a el ni busquen las carreras por qual connoscan, ovieron los entendidos, et quel preciaron sobre todas las otras cosas el tovieron por luz para alumbrar los sos entendimientos et de todos los otros que lo sopiessen, a buscar carreras por o llegassen a el yl aprendiessen et despued quel oviessen fallado, que nol olvidassen"29 "...trabaiaron se los sabios omnes de meter en escripto los fechos que son passados pora aver remembrança dellos, como si estonçes fuessen e quelo sopiessen los que avien de venir assi como ellos. Et fizieron desto muchos libros, que son llamados estorias e gestas (...) e dixieron la verdat de todas las cosas e non quisieron nada en cobrir, ten bien delos que fueron buenos como delos que fueron malos. Et esto fizieron por que de los fechos delos buenos tomassen los omnes exemplo para fazer bien, et delos fechos delos malos que reçibiessen castigo por se saber guardar de lo non fazer"30.

- Baltasar de Castiglione31: "...que la verdadera gloria sea aquella que se encomienda a la memoria de las letras, todos lo saben, sino aquellos cuitados que las inoran (...) por cierto, que no siente el provecho que hay en las letras tampoco puede sentir la grandeza de la gloria por ellas conservada, y solamente mide la fama con la edad de un hombre o de dos, porque no puede tener memoria de más tiempo"

Razones por las que Castiglione recomienda a su modelo de cortesano que "No deje los poetas, ni los oradores, ni cese de leer historias". - Fadrique Furió Ceriol32: "No es la historia para pasatiempo, sino para ganar tiempo, con que sepa uno y entienda perfectamente en un día lo que por experiencia o nunca alcanzaría en toda su vida, aunque viviese trescientos años, o tarde y mal alcanzaría. Es la historia retrato de la vida humana, dechado de las costumbres y humores de los hombres, memorial de todos los negocios, experiencia cierta e infalible de las humanas acciones, consejero prudente y fiel en cualquier duda, maestra en la paz, general en la guerra, norte en la mar, puerto y descanso para toda suerte de hombres". 29

Alfonso X Prosa Histórica, Madrid, 1984, p. 47, parte del prólogo a su Estoria de Espanna. Ibíd., p. 103, del prólogo a su General Estoria. 31 Castiglione, B., El cortesano. Madrid, 1967. La primera edición en castellano es la de 1534. 32 Furió Ceriol, F., El Concejo y los consejeros del príncipe. 30

- Diego Saavedra Fajardo33: "La historia es maestra de la verdadera política, y quien mejor enseñará a reinar al príncipe, porque en ella está presente la experiencia de todos los gobiernos pasados y la prudencia y juicio de los que fueron".

- David Hume34: "Las ventajas que se encuentran en la historia parecen ser de tres clases: el entretenimiento de la imaginación, la mejora del entendimiento y el fortalecimiento de la virtud"

¿Hacen falta más elogios? La tradición que asigna a la historia un papel protagonista en la formación moral (virtud) y política35 de los hombres es tan extensa, que podríamos no acabar nunca. Así que cada cual añada a esta lista los testimonios que le parecieren más convenientes. Parece lógico pensar que, si la historia es una materia tan alta y tan digna, la misión del historiador no puede, en absoluto, ser fácil, pese a lo que muchos sostienen. Hablando de esta opinión popular y bastante extendida de que la historia no requiere de especiales facultades, ni ofrece dificultades notables36, exponía Jerónimo Feijóo: “En orden a la Historia hay el mismo error en el vulgo que en orden a la Jurisprudencia: quiero decir, que estas dos Facultades dependen únicamente de aplicación y memoria. Créese comúnmente que un gran Jurisconsulto se hace con mandar a la memoria muchos textos, y un gran Historiador leyendo y reteniendo muchas noticias. Yo no dudo, que si se habla de sabios de conversación e Historiadores de corrillo, no es menester otra cosa. Mas para ser Historiador de pluma, ¡oh Santo Dios! Sólo las plumas del Fénix pueden servir para escribir una Historia. Dijo bien el discretísimo y doctísimo Arzobispo de Cambrai, el señor Saliñac, escribiendo a la Academia Francesa sobre este asunto, que un excelente Historiador es acaso aún más raro que un gran Poeta”37

Para empezar, no puede faltar a la verdad, que es el alma de la historia. "Las historias son retratos verdaderos de los siglos y de los hombres", escribió el gran Quevedo38. En eso se diferencian de las fábulas y de las narraciones fantásticas, en que

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Saavedra Fajardo, D., Empresas Políticas, Planeta, Barcelona, 1988, p. 43. Hume, D., “Sobre el estudio de la historia", Sobre el suicidio y otros ensayos. Madrid, 1988, p. 45. 35 Permítaseme un ejemplo por encima de otros: el propio Maquiavelo, en su Príncipe (cito la edición de Alianza, Madrid, 1981, p. 31) reconoce en el prólogo que su saber político ha sido “adquirido por mí mediante una larga experiencia de las cosas modernas y una continua lectura de las antiguas”. 36 Esta noción extendida la he padecido directamente, sobre todo al tratar con padres de alumnos que afirman, sin pudor alguno, que para estudiar historia sólo hace falta memoria, codos y empollar, como decimos vulgarmente. 37 Feijóo, Fr. B.J., “Reflexiones sobre la historia”, en Teatro crítico Universal, IV, discurso 8. Citamos la edición en internet del Proyecto de Filosofía en español. 38 Quevedo, F., Obras. Prosa, p. 1079. En el discurso recién citado añade Feijóo: “La obligación del Historiador es hacer conocer los hombres por la exacta verdad de los sucesos”. 34

lo narrado puede ser verificado39. Así que, para empezar hay que contar todo lo que se sabe: "mas por que los estudios delos fechos de los omnes se demudan en muchas guisas, fueron sobresto apercebidos los sabios ancianos, et escrivieron los fechos tan bien de los locos cuemo de los sabios, et otrossi daquellos que fueron fieles en la ley de Dios et de los que no, et las leys de los sanctuarios et las de los pueblos, et los derechos de las clerezias et los de los legos; et escrivieron otrossi las gestas de los prinzipes, tan bien de los que fizieron mal cuemo de los que fizieron bien, por que los que despues viniessen por los fechos de los buenos punnassen en fazer bien, et por los de los malos se castigassen de fazer mal..."40

Porque "¿quién ignora que la primera ley de la historia es no atreverse a decir cosas falsas, y la segunda no omitir las verdades, juntando a ellas una noble y entera imparcialidad?"41

Y no dejar nada por comprobar: "En la historia, más que en otro género de escritura, es de absoluta necesidad acudir a las fuentes de las cosas. Ella es la que hace existir en algún modo los siglos y hombres que ya no existen; y si esta representación de existencia no corresponde a la que verdaderamente tuvieron los siglos y hombres pasados, entonces deja de ser historia y entra en la clase de las novelas. Fuera de esto, como los intereses de muchas clases que existen actualmente vienen derivados de los sucesos que hubo en los siglos que nos antecedieron, si la historia, destinada a conservar la memoria de estos sucesos, los representa mal, agraviará igualmente a vivos y a difuntos, a éstos, por no expresarlos como fueron, a aquéllos, porque verán adulterados los orígenes de lo que son"42

Y combinar la calidad de su narración, el estilo, con la libertad de ataduras para poder cumplir con su compromiso con la verdad. Luego, cada cual tendrá su opinión acerca de en qué consiste esto: "Y a mi ver, para que las historias se hagan bien y derechamente son necesarias tres cosas: la primera, que el historiador sea discreto y sabio, y tenga buena retórica para poner la historia en hermoso y alto estilo (...) La segunda, que él esté presente en los principales y notables actos de guerra y paz; la tercera es que la historia no sea publicada viviendo el rey o príncipe en cuyo tiempo o señorío se compone, para que el historiador sea libre para escribir la verdad sin temor"43. "Toda historia, aunque no sea bien escrita, deleita. Contar cuándo, dónde, y quién hizo una cosa, bien se acierta; pero decir cómo es dificultoso. En lo demás, ningún historiador contenta jamás a todos, porque si uno merece alguna alabanza, no se contenta con ninguna y la paga con ingratitud, y el que hizo lo que no quería oír, luego lo critica todo, con lo que se condena de veras"44.

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McCarthy, M., Memorias de una joven católica, Madrid, 2001, p. 9: "...lo que relato es verdad histórica, es decir, en su mayor parte puede ser verificado...". 40 Alfonso X, op.cit.., p. 47. 41 Forner, J. P., Discurso sobre el modo de escribir y mejorar la historia de España. Barcelona, 1973, p. 120. 42 Ibíd., p. 64. 43 Pérez de Guzmán, F. (1379-1460), prólogo a Generaciones y semblanzas, citado en Mitre, E., Historia y pensamiento histórico. Buenos Aires, 1974, p. 91. 44 López de Gómara, F., Historia General de las Indias. Barcelona, 1985, p. 21. El original es de 1552.

Además, conforme avanzan los tiempos, los pensadores son más y más conscientes de las exigencias a plantear a quien se dedica al oficio de escribir la historia: "Lo que resulta de todo lo dicho es que se pone a una empresa arduísima el que se introduce a historiador, que esta ocupación es sólo para sujetos en quienes concurran muchas excelentes cualidades, cuyo complejo es punto menos que moralmente imposible, pues sobre la universalidad de noticias, cuya necesidad acabamos de insinuar, y que en poquísimos se halla, se necesita un amor grande a la verdad a quien ningún respeto acobarde, un espíritu comprensivo a quien la multitud de especies no confunda, un genio metódico que las ordene, un juicio superior que, según sus méritos las califique, un ingenio penetrante que, entre tantas apariencias encontradas, discierna las legítimas señas de la verdad de las adulterinas, y, en fin, un estilo noble y claro cual, al principio de este discurso, hemos pedido para la historia"45. "...porque del mismo modo debe deleitar la historia que la poesía , y con los mismos medios deben una y otra hacer amable la enseñanza para que se reciba con gusto y se hagan apetecibles sus documentos. En resolución, una historia escrita del modo que conviene, es una de las obras más admirables del entendimiento humano. En ella han de trabajar con igual robustez el ingenio, la imaginación, el juicio y la facundia. El ingenio para ordenar y disponer la materia de modo que resulte un todo perfecto y acabado en su clase, donde todas las cosas vayan conexas, claras y bien distribuidas. La imaginación para pintar los hechos, los hombres, las naciones, los seres que tengan enlace necesario, conveniente u oportuno con el sujeto de la historia. El juicio para elegir, pesar, ponderar y dar a cada cosa la sazón que le corresponde. La facundia para que en la expresión de las locuciones aparezcan los objetos con la misma fuerza y verdad que los concibe la fantasía. Sin estas cualidades no hay grandes historias y, por ser estas cualidades tan raras y tan difíciles de desempeñar, son poquísimas las historias que merecen la estimación de los doctos y el premio de la celebridad durable"46

Si los historiadores no tienen (o tenemos) perdón de Dios, es porque no están a la altura de la tarea que se les encomienda. De todas formas, y aunque no valga como excusa, la tarea es ingente y de enorme exigencia. Cuando uno se pone manos a la obra ¿por dónde empieza? ¿Qué obstáculos encuentra? Lo que viene a continuación puede emplearse en dos sentidos: uno, como descargo de conciencia; otro, para hace ver a los entusiastas del historiador como divulgador objetivo que la cosa es bastante más complicada de lo que parece a primera vista. El historiador tiene la clave para entender tanto el porqué de la grandeza de la historia, como del descrédito de su oficio, es la pieza fundamental. Porque, esta es nuestra opinión, él es quien construye los hechos históricos (C. Becker, 1920 "los hechos de la historia no existen para ningún historiador hasta que él los crea"47), y es

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Feijóo, Fr. B. J., "Reflexiones sobre la historia", Teatro crítico universal. tomo IV, discurso VIII; el fragmento aparece en la antología de C. M. Gaite, Madrid, 1984, p. 89. 46 Forner, J.P., op.cit.., pp. 116-117. 47 Citado por Carr, E.H., ¿Qué es la historia? Ariel, Barcelona, 1981. Con respecto al tema de la relación entre el historiador y los hechos, me parece especialmente recomendable empezar por el primer capítulo

preciso conocer al artesano para entender su obra. Ahora bien, y volviendo a argumentos que ya hemos expuesto: ¿quién tiene tiempo para recabar información acerca de los autores?. Un método aproximativo para conocer a los fabricantes de historia es el de intentar conocer cómo y en qué condiciones trabajan. En principio, la materia prima está constituida por datos, acontecimientos y hechos. Sin embargo, hay que precisar algunos aspectos. Acontecimiento, para un diccionario, es simplemente algo que ha sucedido. A esta acepción se puede añadir que especialmente cuando reviste cierta importancia. Parece lógico, puesto que de todos los acontecimientos que han sucedido a lo largo del tiempo, sólo tenemos noticia de algunos, y el propio hecho de que un suceso haya sido conservado por algún documento o en la memoria, ya lo convierte en algo más singular, más importante. Y ahí mismo ya tenemos un primer proceso de selección de acontecimientos: alguien (a veces conocemos su identidad, otras no) ha interpretado que tal acontecimiento posee unas características que faltan en otro, y por tanto uno debe "pasar a la historia", mientras el segundo no. El historiador, o cualquier otro investigador que se introduzca en estos terrenos, sólo puede tener acceso a una parte de los acontecimientos, que son los que podemos mostrar con datos. Estos datos se encuentran en distintos tipos de documentos (arqueológicos, artísticos, escritos). Siguiendo con nuestra argumentación, los documentos que dan fe de estos acontecimientos han sido producidos por hombres que, a su vez, han debido seleccionar entre la masa de circunstancias que tenían ante ellos qué merecía la pena registrar y qué no, o, en ciertas situaciones, qué estaban obligados a constatar y qué no (han sometido los acontecimientos a una interpretación). Nos enfrentamos ante testimonios que pueden ser voluntarios o involuntarios, y en los primeros el componente subjetivo será más apreciable. Una cuestión que me parece muy importante es el hecho de que todo este conjunto de testimonios (datos) ha sufrido múltiples destrucciones, con lo que el historiador trabaja solamente con la evidencia disponible, que no es lo mismo que toda evidencia posible. Buena parte se ha perdido para siempre, otra permanece ignorada, incluso oculta. De modo que tenemos un proceso de selecciones sucesivas: de entre todos los acontecimientos que han tenido lugar, sólo un número limitado ha dejado constancia (por el motivo que sea); en segundo lugar, un proceso de selección temporal que se de esta obra, a pesar del tiempo transcurrido (la edición original es de 1961) y de las objeciones que se le puedan plantear: cap.1 "El historiador y los hechos", pp. 9-40.

traduce, sobre todo, en la destrucción y alteración de los testimonios originales; y al final del recorrido, encontramos al investigador, al historiador que vuelve a introducir criterios de selección con el fin de hacer inteligible la masa de datos y acontecimientos que ha recibido. Es decir, para construir hechos históricos48. Por tanto, para que podamos hablar de un hecho histórico no basta con poder demostrar su acontecimiento mediante testimonios fiables y contrastados. Si eso fuera así, todos aquellos sucesos que podemos atestiguar serían hechos históricos. Para hacer ver esta diferencia entre el mero suceso y el hecho histórico basta con un ejemplo entre muchos: muchas personas cuyos nombres nos son conocidos murieron en la guillotina durante la revolución francesa; sin embargo, sus muertes no son conceptuadas normalmente como hechos históricos, mientras que la ejecución de Luis XVI sí lo es. Y ello se debe a que, a la posibilidad de demostrar de forma fehaciente el suceso, se añade una valoración que le dota de un significado distinto. Por eso, quisiera definir el hecho histórico como una construcción intelectual, que se constituye como parcela de un significado que, en buena medida, le es proporcionado por el historiador. El trabajo del historiador, por lo mismo, ya no se reduce a atestiguar la existencia o no de los hechos, sino a justificar su relación con ellos y el por qué de los significados que les otorga. Todo este mecanismo tiene forzosamente que ser dinámico y dialéctico, puesto que la evidencia disponible puede alterarse (por ejemplo, descubrimiento de nuevas pruebas, o desestimar otras por haberse demostrado su falsedad), y porque un solo investigador carece de capacidad, teniendo entonces que contar que otros para revisar, contrastar, criticar, enriquecer, en suma, el propio trabajo. Aprovecho para hacer constar que la tradición académica española no suele transmitir eficazmente esta urgencia del trabajo colectivo, enseñando el oficio más bien como un mundo de solitarios, los clásicos ratones de archivo o biblioteca, que de vez en cuando salen de su burbuja para dar a conocer sus logros en fenomenales reuniones científicas. Pero ése es otro tema. En fin, que tenemos a un individuo que trabaja con la documentación que algunas personas han dejado, hablando de otras personas, que a su vez han actuado influenciados por otras personas, etc...¿Es posible el trabajo en estas circunstancias? ¿Es 48

Sin duda, esta relación entre historiador y su materia de investigación es problemática, y por ello ocupa lugar en casi cualquier obra que se dedique a la metodología de la historia. Entre otras razones, porque lleva directamente al debate sobre la relación entre investigación histórica y verdad, y sobre las posibilidades de que la historia obtenga un mínimo de objetividad científica. Cf. Arrillaga Torrens, R., Introducción a los problemas de la historia. Alianza, Madrid, 1982; Schaff, A., Historia y verdad. Crítica, Barcelona, 1976; Marrou, H.I., El conocimiento histórico. Idea Universitaria, Barcelona 1999; Bloch, M., Introducción a la historia. FCE, México, 1982.

válido el resultado de este trabajo? ¿No será tan puramente subjetivo que podamos caer en el más estúpido relativismo? Es decir, que hacer historia no es nada fácil. Se trabaja entre conclusiones provisionales, debates que pueden llegar a ser muy agrios, dificultades, límites... Es más, hay quien ha escrito que “...para ser historiador es menester ser mucho más que historiador”49 aludiendo a la necesidad de dominar una gran variedad de saberes y facultades. Sin duda, en el fondo existen debates epistemológicos y metodológicos de enorme alcance acerca de los límites del conocimiento científico. Pero mi intención aquí es mostrar otros límites, más prácticos, más inmediatos, y que creo influyen muchísimo y a diario. Ya he hablado de la limitación impuesta por la documentación, debido a la pérdida, a la ocultación o a la falsedad. Añadamos otras. Para empezar, una de la que no se suele decir gran cosa, como es la propia limitación personal. Me refiero a que el talento de cada cual determina la calidad y el alcance de las investigaciones. Y no todos tienen el mismo talento (aunque pueda estar tirando piedras contra mi propio tejado), no todos reúnen las cualidades oportunas, ni las reúnen en la misma proporción. Sólo con detenernos en las cualidades que menciona Feijóo (vid. Supra) podemos echarnos a temblar: amor a la verdad, comprensión, genio e ingenio, estilo... Sigamos con las imposiciones económicas: bolsas de estudio, becas, desplazamientos a archivos o congresos no están al alcance de todos, en igualdad de condiciones. Y quiero apuntar, por último, una limitación incontestable, y que me he permitido bautizar como la teoría de la simpatía del archivero. Los archivos imponen límites como acceso restringido (a veces por cuestiones legales), horarios impracticables (seguro que todos podríamos citar algún caso), y personal al que pedirle un legajo es darle el mayor disgusto del día. Es casi obligatorio, para cualquiera que se inicie en estas lides, conseguir una buena relación con aquellos que le van a servir la documentación. En muchas ocasiones disfrutará de una atención y una profesionalidad exquisitas; en otras, deberá hacer verdaderas piruetas para acceder a las fuentes. Y tanto esfuerzo, ¿para conseguir qué? Leamos lo que Juan Pablo Forner proponía hacia 1788: "Los grandes ejemplos de historias excelentes que se nos ofrecen continuamente a la vista, nos han habituado a buscar en la historia algo más que hechos desnudos"50

49 50

Feijóo, Fr. B.J., op.cit.. Forner , J.P., op.cit.., p. 118.

Algo más que hechos desnudos. ¿Qué puede ser? ¡Se podrían dar tantas respuestas...! Intentemos alguna. Creo que nadie discutirá a estas alturas que una de las razones de ser de la historia, como actividad de conocimiento, es la de proporcionar explicaciones de los hechos humanos: "El encadenamiento y dependencia que tienen los hombres entre sí hace que, las acciones de muchos de ellos vayan de ordinario encaminadas a un solo fin, y he aquí el oficio de la historia, investigar el fin que puso en movimiento las acciones de muchos hombres y hacerle el alma de su narración de la misma suerte que fue de las acciones"51 "Preguntaré a las cenizas de los legisladores: ¿Por qué móviles se encumbran y abaten los imperios, de qué causas nacen la prosperidad y las desventuras de las naciones, y finalmente, en qué principios deben fundarse la paz de las sociedades y la dicha de los hombres?"52

Muchos de los fragmentos que hemos reproducido contienen esta noción del oficio de la historia como el que hace posible comprender las líneas de actuación de los grupos humanos. En mi opinión, y para responder a este pretendido interés social del que hablaba al principio, la historia posible no es aquella que ofrece un resultado objetivo, si por tal entendemos un resultado incontestable, de universal validez, y desprendido de contaminaciones personales. Y la alternativa no es una historia a expensas de la subjetividad radical. La historia posible, a mi parecer, es aquella que es consciente de sus limitaciones, tanto teóricas como personales, las muestra sin avergonzarse, y las somete incansablemente a crítica. Es lo que algunos llaman intersubjetividad. Y pese a quien le pese, hay que aceptar que es un oficio sin fin, el cuento de nunca acabar. Pero es una tarea noble y hermosa. Es, como dice mi querido amigo José Javier Ruiz, la más hermosa de las aventuras. Porque, en definitiva, aspira a mostrar a los hombres quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Siempre con la máxima humildad, que según Santa Teresa de Jesús consiste en andar en verdad. Porque tengamos en cuenta que, si en muchas ocasiones nos es difícil entender nuestros propios actos, e incluso desconocemos nuestras motivaciones más íntimas, ¿cómo pretender que sea fácil comprender por qué tantos hombres y mujeres antes que nosotros han actuado como lo han hecho? La historia, como estudio de la historia (como rerum gestarum) concretado en una producción intelectual de amplísimas dimensiones (historiografía), tiene un sentido, 51 52

Ibíd., p. 115. Volney, op.cit.., p. 28/29.

una dirección, puesto que apunta a proporcionar a nuestros contemporáneos y a nuestros sucesores un instrumento válido, aunque no definitivo, para la interpretación de la realidad. Y con ese instrumento, cada sociedad intentará explorar el sentido de la historia, como res gestae, como conjunto de acontecimientos que conforman el devenir humano. Si no apunta a esa meta, "si se limita sólo a la simple exposición de los hechos, será leída de corto número de estudiosos que, como en todo, cebarán su curiosidad en los sucesos de las naciones, pero su lectura no será general ni entre naturales ni entre extranjeros..."53

Ahora bien, en la explicación de los hechos no acaba la cosa. La historia puede, y debe contribuir conscientemente a ello, comunicar a los hombres y mujeres un sentido de proporción. En entrevista ya citada, John Elliot comentaba a propósito de la ignorancia que exhibe un buen número de políticos: "Y eso es porque no conocen la historia, que, para mí, da un sentido de proporción en la visión de cuanto sucede en el mundo"54

Bertrand Russell, en una línea de pensamiento cercana, argumentaba: "Creo que, en la tarea de aportar sensatez a nuestra época ebria, le corresponde a la historia un papel principal (...) Lo que la historia puede, y debe hacer -no sólo por los historiadores, sino también por todos aquellos a quienes la educación recibida ha dotado con amplitud de miras- es proporcionar una cierta serenidad de espíritu, un cierto modo de pensar y de sentir acerca de los acontecimientos contemporáneos y de su relación con el pasado y con el futuro"55

Es decir: ayudar a que el ser humano se sitúe lo más correctamente posible en su tiempo y su espacio, para ser verdaderamente él, para vivir una vida cierta. Creo que se trata de un oficio tan interesante, tan apasionante, mejor dicho, que me resulta difícil entender cómo permanecer indiferente ante el espectáculo histórico. Y antes que yo, otros muchos se han sorprendido esto mismo. Para Polibio, por ejemplo, los que no se interesaban por saber las causas del auge y caída de Cartago merecían el calificativo de necios y negligentes56. O Hume, quien se interrogaba: "¿qué puede superar el espectáculo de ver a toda la especie humana, desde el comienzo de los tiempos, ir desfilando ante nosotros, presentándose en sus verdaderos colores y sin ninguno de esos disfraces que confundieron el juicio de quienes vivieron entonces? ¿qué otro panorama puede imaginarse que resulte tan magnífico, tan variado y tan interesante? ¿Con qué otro entretenimiento de los sentidos o de la imaginación puede compararse? ¿preferiremos esos otros triviales pasatiempos, que tanto ocupan nuestras 53

Forner, J.P., op.cit.., p. 121. Entrevista en El País Semanal. 55 Russeell, B., art. cit., p. 487. 56 Polibio, op.cit.., p. 56. 54

horas, porque son más satisfactorios y más aptos para atraer nuestra atención? ¿Qué mayor perversión del gusto que la de escoger tan equivocado repertorio de placeres?"57

O el propio Ortega, quien no concedía el perdón divino a los historiadores, justamente por tener entre las manos el tema más jugoso que existe58. O Gramsci, en aquella tantas veces citada carta a su hijo: "La historia se ocupa de los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres, al mayor número posible de hombres, a todos los hombres del mundo en cuanto que se unen en sociedad, y trabajan, y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede dejar de gustarte más que cualquier otra cosa. Pero ¿es así?"59.

Para mí, y desde la primera vez que la leí, ha sido la más emocionante definición de historia. Por eso la he reservado para el final. Y así, poder concluir recordando algo de lo que Alfonso X decía de los que se dedicaban al estudio de la historia: "...et por ende somos nos adebdados de amar a aquellos que lo fizieron por que sopiessemos por ellos lo que no sopieramos dotra manera".

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Hume, D., op.cit.., p. 46. Ortega y Gasset, J., Cf. supra. 59 Citado por Fontana, J., Historia. Análisis..., op. cit., p. 235 n. 58

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