El Yo y el Ello La primer tópica u ordenamiento metapsicológico planteado por Freud consistía en un inconsciente, un preconsciente y la conciencia, pero esto se torna insuficiente ya que a la luz de esta primer tópica hay cuestiones que no se pueden explicar, por ejemplo no es lo mismo decir que existe un conflicto entre lo inconsciente y la conciencia que entre lo reprimido y el yo, porque el sujeto no es consciente de su resistencia, esta es una fuerza represora, lo que implica ser una operación del yo. Por lo tanto, para pensar la represión, la diferencia entre inconsciente y consciente no sirve, hay una porción bastante grande en el yo de lo inconsciente y por eso Freud dirá en el Yo y el Ello, texto del año 1923, que no todo lo inconsciente es reprimido, siendo que antes de lo que se denomina giro de los años 20 para el autor todo lo inconsciente era comparable con lo reprimido. Sin embargo, afirmará que todo lo reprimido sigue siendo inconsciente. El autor empieza a pensar que la cualidad de la conciencia no alcanza para pensar la sutileza de los procesos psíquicos y es así que empieza a conceptualizar una nueva estructura de aparato psíquico. Ya en su texto “Más allá del principio de placer” había comenzado a proponer ideas nuevas en relación a esto y pensaba al aparato psíquico como una vesícula en la cual se diferenciaba un interior de un exterior con la función de conciliar lo que viene de afuera con lo que proviene del interior. Los sujetos viven intentando una suerte de conciliación entre los impulsos internos y los provenientes del exterior, y de esta manera en el esquema de la vesícula los, los polos del esquema del peine, confluyen en la superficie de esta, es decir constituyen un sistema preconscienteconsciente. Igualmente, para este nuevo aparato introducirá terminología nueva que para él resultó ser muchísimo más clarificadora e hizo posible posteriores avances clínicos. Las tres entidades que ahora presenta son: ello, yo y superyó. La expresión “das es” traducida del alemán al español es “el ello” y fue tomada de George Graddeck, un médico que se había vinculado con el psicoanálisis, y que Freud sentía gran simpatía por sus ideas. Este amigo del autor sostenía la tesis de que no somos activos en la vida, sino pasivos, somos manejados por algo que nos lleva a hacer las cosas, es decir estamos gobernados por algo y seriamos meros instrumentos de eso. Estas fuerzas que nos gobiernan determinan nuestros actos. Entonces Freud toma esta idea para plantear que esto forma parte de nuestro aparato, según él existiría una parte de nuestro aparato psíquico que nos mueve, nos empuja a hacer cosas más allá de lo que conscientemente podemos pensar y él le pone el nombre de ello. En esta instancia se encuentran aquellas pulsiones que nos obligan a hacer cosas más allá de lo que sabemos. En un principio, en el origen, el aparato sería solo ello, es decir pulsiones que aspiran a satisfacerse. Esto es que el aparato en su origen está constituido por puras pulsiones que aspiran a satisfacerse. Luego por el contacto con el mundo exterior se da una modificación y surge una instancia que asume la representación del individuo, el Yo: “as ich”. Aparece como diferenciación del ello y tiene una función mediadora entre lo que el ello demanda y lo que el mundo exterior exige. Se puede decir entonces que el ello es pura exigencia mientras que el yo posee una función mediadora. Para pensar la relación entre estas dos instancias Freud plantea una analogía entre el jinete y el caballo, al primero se lo puede pensar como el yo, el cual cree que dirige pero en realidad no tiene fuerza propia por ser una diferenciación del ello. Al segundo, el caballo, se lo puede pensar como al ello, es decir como al que sí tiene la fuerza, el empuje necesario para andar, por lo tanto, si al caballo se le ocurre detenerse por alguna razón el jinete queda en el mismo lugar sin avanzar.
El yo aparece entonces por diferenciación del ello y por el mecanismo de la identificación, es decir una suerte de apropiación de ciertos rasgos provenientes de otro. Freud dirá que es un precipitado de identificaciones, y su función consiste en mediar entre lo interno y lo externo, por lo que ya no puede ser todo placer como sí sucede en el ello. Se lo puede definir al ello como la sede de las pulsiones (caldero pulsional), además es inmoral, atemporal, indomable, no se somete a normas y Freud lo va a plantear como más abarcativo que lo reprimido. Ahora piensa el autor que lo reprimido es solo una parte del ello, esto reprimido forma parte de aquello que logra ligarse, por lo que lo reprimido tiene que ver con la pulsión de vida, esto es en tanto se exprese en las formaciones del inconsciente. Y en el ello no se encuentra únicamente lo reprimido, también se encuentra aquello que no puede ser ligado, aquello que es imposible de pronunciar o de ser puesto en palabras, que queda como energía libre dentro del aparato, a lo que Freud llama Pulsión de Muerte que solo se manifiesta en conductas destructivas, por fuera de la palabra y tiene que ver con que la pulsión de muerte es muda. Por todo esto se dice que el ello es más abarcativo que lo reprimido, porque reúne lo que está relacionado con las pulsiones de vida pero también con lo relacionado a las pulsiones de muerte, esto significa que en el ello también hay eso que no es expresable en palabras o en representaciones. Además, esta segunda tópica a su vez abarca otra instancia que Freud denomina superyó, en alemán “uberich”. Según lo planteado por el autor, la formación de esta instancia es correlativa a la declinación del complejo de Edipo. El niño al renunciar a la satisfacción de sus deseos edipicos debido a las prohibiciones, transforma su catexis (investidura hacia, monto) sobre los padres en identificaciones con ellos. Si se toma el concepto de superyó en un sentido amplio, comprende las funciones de prohibición y de ideal, ya que las prohibiciones impuestas por el superyó aparecen como posibilitadoras de alcanzar un ideal, (por ejemplo: si te portas bien y no haces lío, vas a llegar a ser un buen hombre como yo y vas a poder tener una mujer como tu mamá). Clásicamente Freud define al superyó como el heredero del complejo de Edipo, se forma por la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales. Entonces él dirá que una de las caras del superyó es su aspecto ordenador ya que aparece como un representante del padre, de la ley, una suerte de interiorización de esa instancia paterna que va a cumplir la función de criticar al yo, siendo una especie de juez que marca si el yo se aleja de su ideal. Es una instancia observadora, que vigila permanentemente al yo desde arriba contraponiéndose a él. Igualmente, el autor plantea otra cara del superyó porque hay una serie de cuestiones que le llaman la atención. Le surge el interrogante de, si esta es una instancia que supuestamente marca la distancia entre el yo y el ideal del yo, por qué razón cuando los sujetos hacen bien las cosas, es decir actúan de acuerdo al ideal, el superyó sigue exigiendo más y más. A su vez Freud agrega haberse topado en la clínica con obsesivos que cuando mejor se portan, cuanto mejor cumplen con los rasgos del ideal que el superyó exige, este último se vuelve más y más severo y termina exigiendo en forma desmedida. Es así que el autor se pregunta de qué manera abordar esta paradoja, y no duda en calificar a esta exigencia del superyó como sádica. De cada renuncia esta instancia se alimenta y sigue exigiendo. Dirá entonces que el superyó se convierte en tan cruel, tan sádico, como solo el ello sabe serlo y que por lo tanto el superyó le pesa al yo tanto como le pesa el ello. Esto es así porque al ser el heredero del complejo de Edipo incluso hereda lo concerniente a lo pulsional. Ahora el superyó no solo aparece como la idea del cumplimiento del ideal y la internalización de la autoridad sino que también será el reservorio de lo pulsional, lo que tendrá que ver con una satisfacción pulsional. Entonces en el superyó algo del ello se filtra porque aparecen
pulsiones que tienen que ver con él, por lo tanto Freud dirá que debido a esta filtración pulsional el superyó termina siendo una especie de abogado del ello, porque defiende sus intereses, porque ejecuta eso mismo que pretende combatir. Es así que la incesante exigencia por parte del superyó al yo tiene que ver con el infiltrado del ello en el superyó. Este último debido a que posee algo de la pulsión de muerte se opone al yo y le exige constantes renuncias en forma desmedida. De esta manera, el superyó critica al yo haga lo que haga y por ende siempre existe tensión entre ambos por el hecho de que el yo nunca llega a ser como el idea, y Freud a esta tensión que se presenta entre estas instancias la plantea como sentimiento inconsciente de culpa. Un concepto muy importante, vinculado a esto es la reacción terapéutica negativa. Se trata de un fenómeno clínico en donde en el mismo síntoma hay una satisfacción, de eso que Freud denomina necesidad de castigo, el yo sin que el sujeto sepa se somete al castigo y paga con el sufrimiento. Por lo tanto, la reacción terapéutica negativa implica una desmejora de los síntomas cuando en el tratamiento se dan las mejores condiciones como para que el sujeto mejore. Estos sujetos se refugian en la enfermedad, se presenta la necesidad de castigo por parte del yo aunque el sujeto no se sienta necesariamente culpable sino que se siente enfermo. La posición que toma el yo frente a esta necesidad de castigo es masoquista ya que en el castigo encuentra satisfacción pulsional. Es de esta manera que Freud a partir de la introducción de la pulsión de muerte podrá explicar el fenómeno del masoquismo, ya que la meta de la pulsión de muerte es la autodestrucción del sujeto, la satisfacción está ligada al sufrimiento y en la reacción terapéutica negativa está en juego entonces el masoquismo de yo y el sujeto en el sufrimiento halla una satisfacción pulsional.