El Mercado Del Trabajo (felipe Mallea)

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Carrera de Sociología Sociología del Trabajo

MONOGRAFÍA Mercado del trabajo: El porqué del trabajo en el mercado.

Estudiante: Felipe Mallea Profesor: Omar Aguilar Fecha: 08-Julio-2009

El Mercado del Trabajo: el porqué del trabajo en el mercado.

Introducción El mercado como punto de partida para la Economía Política hacia finales del siglo XVIII, constituye el desplazamiento de las anteriores visiones y enfoques que buscaban explicar el origen de la riqueza económica y la pauperización. Cuestiones centrales de las cuales se va ocupar, como problema practico, toda la economía política clásica. De Smith en adelante (hasta la revolución marginalista de Jevons, Menger y Clark) es el trabajo productivo, anclado en la gestión del capital orientado a la promoción de las industrias en un régimen de libre competencia dentro del mercado, el origen de la riqueza económica. Gran parte de dicho predicamento de la economía clásica, servirá como base para sustentar la concepción de “mercado” como el principio universal y omnicomprensivo de cual se va a servir la Economía marginalista para fundar estudio y teoría de la economía neo-clásica; ello con las implicancias fácticas que tiene esto en la sociedad. La sociedad entendida a través de la economía, y ésta última comprendida ahora bajo la clave del mercado, supone el advenimiento de nuevas premisas sobre la concepción de trabajo dentro de la economía y dentro de la sociedad, del cual los propios sujetos se verán objeto y presa, del modo en que se va a expresar e internalizar esta nueva concepción de trabajo en la forma mercancía. El mercado como artificio y construcción eminentemente moderna, supone la condensación de “leyes” de la economía que se desatan y accionan a través de los mismos sujetos, pero de modo siempre externo, bajo la impronta de un mercado autorregulado; el problema de la escasez y la abundancia se resuelve mediante la acción de los oferentes y los demandantes, en virtud de la cantidad de los bienes transados en dicho mercado. Este, acomodará autónomamente su funcionamiento por el movimiento de la demanda y la oferta, por el valor dispuesto a pagar en función de la cantidad de bienes disponibles, en escasez o abundancia. El mercado como concreción abstracta, como una institución transparente, opera a través de los individuos, cumpliendo indistintamente roles de oferentes y/o demandantes, pero al mismo tiempo prescinde de ellos al momento que se erige como una entidad autorregulada que se deja hacer a sí misma, que se autocontrola y se autoreproduce en la sociedad. Dicho operar del mercado, tiene consecuencias no menos atrayentes para una sociología del trabajo. Dadas las características intrínsecas de las cuales es contenedor el trabajo en virtud de los sujetos, el mercado del trabajo

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supone el disponer de la fuerza de trabajo en el espacio de un mercado regido por las leyes de la oferta y la demanda, y condicionado por el principio de escases. Las relaciones que vinculan al hombre con su trabajo, en tanto fuerza, hacia el ofrecimiento “libre” en función de una determinada demanda por emplear dicha fuerza laboral, son relaciones de carácter privado, entre el trabajador (su fuerza laboral) y el empleador. Cuestión que debe venir asegurada por la acción del Estado, en la expresión del derecho y las leyes, en función del sistema productivo de la economía que configura el tipo de relaciones que se van a suceder entre el hombre y el trabajo, o más bien, entre el trabajador y el carácter que adopta el trabajo en la economía en la forma de mercado. Si bien, toda le Economía clásica fijo en el trabajo (producción) el origen y la fuente de la riqueza, precisamente, entendido como el valor que se le impregnan a las mercancías mediante la cantidad de trabajo empleado en ellas1, la economía marginalista verá en el valor de uso el punto de origen en que se les da a las mercancías el aspecto de riqueza, y por lo cual los individuos están dispuestos a pagar por ellos y consumirlos. El valor de este modo, es asignado subjetivamente por los individuos en virtud de la utilidad que prestan las mercancías o bienes para satisfacer sus propias necesidades. Se agrega a lo anterior, que las necesidades tienen la característica de ser infinitas, y los bienes o mercancías para satisfacerlos no; son en definitiva escasos. Dicho aforismo resume bien la lógica dentro de la cual oferta y demanda buscan ajustarse por medio del principio de escases (o bien abundancia) de las mercancías para satisfacer las necesidades tanto de la oferta y de la demanda. En dicho marco, la necesidad de articular un mercado laboral tiene consigo no menores consecuencias para los individuos, dado que son estos los que deberán disponer su propia fuerza no frente a la escases del trabajo en sí, sino frente a la (im)posibilidad de ser demandado –la fuerza de trabajo- por quienes lo necesitan; los empleadores dueños de los demás factores productivos (el capital y/o medios físicos), y ante lo cual los trabajadores se ven necesitados para cubrir su propia subsistencia mediante el pago de su fuerza de trabajo, en la forma de un salario. Como se ve, el mercado del trabajo constituye el lugar donde se transa la fuerza laboral contenida en los propios individuos (oferentes), buscando satisfacer la necesidad de un salario, frente a la necesidad de los empleadores (demandantes) de abastecerse de un factor básico para la producción. Justamente, la Economía en general cierra el argumento hasta ese punto, dado

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Entendido como Valor de cambio.

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que todos los mercados de bienes y servicios operan bajo la misma lógica2. Ahora bien, desde el punto de vista de una sociología del trabajo, el argumento y lógica respecto al mercado del trabajo trae consecuencias sociales derivadas de dichas premisas dado, justamente, porque (1) la naturaleza de la “mercancía” trabajo es única y totalmente diferente a mercancías comunes y corrientes. (2) A la vez, Se deja en manos del mercado la posibilidad capacidad de los sujetos de asegurar sus condiciones de existencia y reproducción en la sociedad, por vía del trabajo remunerado, prescrito de antemano, y manifestado como una necesidad que el propio mercado no está dispuesto a asegurar. (3) Y por último, se tiende a reproducir en la sociedad, ante el velo del mercado, relaciones privadas de subordinación entre trabajadores y empleadores, que se encuentran en una asimetría respecto a la necesidad y a la vez escases del trabajo en sí. Además, se generan actividades laborales al margen del propio mercado del trabajo, por vía de la exclusión del mismo, y frente –nuevamente- a la necesidad de contar con los medios para subsistir. Dichas consecuencias e implicancias del mercado del trabajo, o más bien, del trabajo en función del mercado, son todas cuestiones que desarrollaré a continuación, como expresiones y manifestaciones que hacen mella en la concepción del trabajo en la modernidad al amparo de la economía de mercado, en su versión autorregulada.

Desarrollo Tal y como lo plantea Baumann, fue necesario forjar en los individuos una forma de ética y necesidad que los obligara a trabajar, del modo en que el sistema económico lo estaba requiriendo para la circulación y acumulación del capital. Que el trabajo sea una actividad digna, como un valor en sí mismo, que lleva al hombre a su autorrealización consigo mismo y frente a los demás, constituye una semántica construida y dirigida para que los hombres efectivamente volcaran su actividad y fuerza en los quehaceres de la industria y la fábrica, de manera que la cruzada del progreso no se viera afectada por falta de mano de obra. Se destierra por esta vía, la concepción de que se podía vivir 2

A propósito de las mercancías y el mercado, y el funcionamiento y confluencias de estos, Polanyi describe lo siguiente: “El concepto de mercancía constituye el mecanismo del mercado que permite articular los diferentes elementos de la vida industrial. Las mercancías son definidas aquí empíricamente como objetos producidos para la venta en el mercado; y los mercados son también empíricamente definidos como contactos efectivos entre compradores y vendedores.” Véase: Polanyi, Karl (1945); La gran transformación. FCE. Cáp. VI. Pág. 129.

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con muy poco, incluso sin la necesidad de trabajar3, frente a la ahora frenética necesidad de conseguir el sustento diario en el régimen de la industria o la fábrica, “volcando la habilidad y el esfuerzo en el cumplimiento de tareas que otros le imponían y controlaban, y que para los hombres carecían de sentido”4. Así, la generación de un mercado de libre (coactiva) concurrencia hacia el ofrecimiento de la fuerza y la habilidad para el trabajo para la obtención del salario, constituye el primer paso para la articulación del mercado del trabajo. Sin embargo, la permanencia y constancia de los trabajadores en dicho mercado no podía estar asegurada únicamente por vía de la subsistencia diaria que aseguraba el salario; se debía aseverar la manifestación antropológica del homo economicus en el mercado del trabajo, como la búsqueda constante y permanente hacia la maximización de su propio beneficio por vía del trabajo. La constitución de un hombre eminentemente económico es igualmente necesario que la inculcación de una ética del trabajo por el camino de la coacción y la necesidad. La disposición del hombre en función de la economía, como una actitud destinada a la búsqueda incesante de su propio interés se corresponde a la vez con la necesidad, de los individuos, de concurrir al mercado laboral tanto por la vocación éticamente correcta que tiene el trabajo como una virtud en sí misma, a la vez que también se hace necesario para proveerse de los medios para alcanzar la maximización de sus propios intereses. Se hace confluir los valores del trabajo como disposiciones inherentes al hombre, y así también las necesidades económicas, de interés y maximización de los beneficios, que todo individuo posee “intrínsecamente”. Ciertamente, ambas cuestiones recaen en las facultades del hombre de desempeñar y hacer uso de su capacidad de trabajo, y la capacidad de éste de razonar según cálculos racionales que orienten su conducta para la obtención de los mejores fines económicos. Dichas expresiones, se desarrollan en el marco de una industrialización acelerada, que versa sobre la lógica de la maximización de sus propios rendimientos y beneficios con el fin de acumulación del capital; son las necesidades exógenas al hombre, las que posibilitan la articulación del mercado del trabajo en la forma capitalista y moderna; como un trabajo libre y 3

Resulta interesante las resistencia, incluso desde el Estado, frente a la constitución de un mercado del trabajo: “Las ventajas económicas de un mercado del trabajo no podían compensar la destrucción social que dicho mercado generaba. Era preciso introducir una reglamentación de un nuevo tipo que protegiese también el trabajo, aunque esta vez, en contra del funcionamiento del propio mecanismo del mercado” Tal regulación puede verse expresada en Inglaterra en 1795, como la ‘ley de Speenhamland’ que decretó y promulgó el derecho a vivir por medio del pago de subsidios que aseguraba ingresos mínimos para la subsistencia: “…hasta su derogación en 1834(Speenhamland)impidió eficazmente la formación de un mercado concurrencial del trabajo (…) pues nadie trabaja por un salario si podía ganarse la vida sin hacer nada” Véase: Polanyi, Karl (1945); La gran transformación. FCE. Cáp.VII. Pág.: 137. 4

Bauman, Zygmunt (1999); Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Gedisa, Barcelona. Pág. 20.

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asalariado, que dotan al trabajo la apariencia fenoménica de una mercancía, transable en el mercado, como cualquier otra. Es, justamente, en el mercado laboral donde los individuos deben hacerse de las condiciones para asegurar su existencia. La (auto)regulación de la cual se sirve el mercado está en virtud de los mecanismos de la oferta y la demanda por trabajo, donde el precio a pagar por la mano de obra viene dado en la forma de salario; aspecto que será central, desde el punto de vista del conflicto, tanto para trabajadores como empleadores y desde donde se introduce con fuerza la semántica marginalista de la escases. Si bien, en principio se requirió por parte del sistema productivo sujetos que efectivamente trabajaran, donde, desde el punto de vista de un protomercado del trabajo; la demanda era mucho mayor que la oferta de fuerza laboral, pero el salario aún no se ajustaba a al cruce de los ambos aspectos. Una vez que ya todos los individuos estaban insertos dentro de la centralidad el trabajo libre y asalariado, progresivamente fue el propio mercado (del trabajo) el que fue ajustando sus rendimientos a favor de la demanda, controlando el precio que se disponía a pagar por la fuerza de trabajo, mediante la imperiosa necesidad de los trabajadores, ahora en masa, de encontrar un salario que les permitiese no sólo asegurar las necesidades inherentes a la supervivencia, sino también frente al móvil de la ganancia y maximización permanentes de los réditos de su trabajo; ofrecer, como trabajo, algo que los demás consideren valioso, y además alimentar el ethos capitalista de no conformarse con lo ya conseguido. Se ajustan los rendimiento y beneficios del sistema productivo frente a sociedad del trabajo, ahora con la balanza a favor de la demanda, de pagar en la forma de salario lo que ellos quisiesen ya que, sin lugar a dudas, siempre iba a haber alguien dispuesto a hacerlo. El trabajo se vuelve escaso, así como todas las mercancías destinadas a la satisfacción de las necesidades por vía del mercado; no obstante, la necesidad más elemental de satisfacer, por parte de los oferentes de dicha mercancía, se pone a disposición de las posibilidades que tenga el régimen productivo de demandar fuerza laboral, quedando los trabajadores a merced de las necesidades del sistema y de las condiciones de funcionamiento del mercado del trabajo autorregulado por la premisa de la escases. La relación entre capital y trabajo, queda desigualmente figurado en la abstracción del mercado laboral, por vía de los ya mencionados principios de la oferta y la demanda, conjugada sobre la premisa de la escases. El control que se ejerce desde el punto de vista de la dirección del capital y de los factores productivos, por parte de la demanda de la industria o del régimen fabril, solo asienta y aviva la concreción de la fuerza laboral como una mercancía más.

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Así, se desprende del anterior argumento, a modo de capsula, las falacias desarrollistas del modelo económico capitalista, que discurren respecto a las necesidad/posibilidad del pleno empleo en la sociedad moderna; puesto que el trabajo se concibe dentro de los cánones del mercado laboral, en un vinculo estrecho con el capital y la condición de escases del trabajo como mercancía, es impensada una articulación de los factores productivos del sistema que tienda hacia la constitución del pleno empleo. Al menos no en esta forma, que como vemos estaría contradiciendo sus propios presupuestos basales de funcionamiento. De este modo, el trabajo constreñido a manifestarse dentro de la lógica del mercado del trabajo, contraviene todo principio de concebir al trabajo, en tanto virtud, fuerza, habilidad, como algo más que el medio según el cual los hombres se relacionan con la naturaleza y los otros hombres para hacerse de los recursos que satisfacerán las necesidades de su existencia, tanto materiales como sociales. Dicha condición y característica del trabajo queda sustentado en quienes efectivamente puedan trabajar, pero bajo el dominio y requerimientos del capital y el sistema de producción; cuestiones todas que el mercado laboral efectivamente asegura, con prescindencia de los sujetos en la totalidad de sus facultades y necesidades. Las relaciones5 que se estructuran entre trabajadores y empleadores, cobra vida y relevancia en tanto vínculos privados que se establecen por la vía de una necesidad bivalente: de los trabajadores –de efectivamente trabajar- y de los empleadores de contar con la fuerza de trabajo –como un factor de la producción más-, relación estrecha que los plantea en un escenario de abierta asimetría en función del vínculo que establecen. Además de dicho vínculo, que pone es desventaja a los trabajadores respecto a los empleadores, se plantea la abierta pauperización que comporta el ejercicio del trabajo desarrollado en el contexto del mercado, ya que se dispone buena parte de la responsabilidad sobre el nivel de los salarios a la capacidad productiva del sistema; cuestión que se bifurca en dos aspectos relevantes para los trabajadores y el trabajo: (a) 5

Acá me ocupare de las relaciones laborales llamadas tradicionales: “Aquel sistema tradicional tiene por eje una relación de trabajo que vincula al trabajador con un mismo empleador por tiempo indeterminado. En efecto, a la relación de trabajo clásica se ingresa (…) con vocación de continuidad. Asimismo, ese ingreso se producía para desarrollar una tarea determinada, claramente definida y a cambio de una remuneración preponderantemente fija. Esa relación es regulada por el Estado y por el sindicato, con la finalidad de proteger a la parte más débil: el trabajador.” A la vez que se considera; “que este sistema tradicional de relaciones laborales se da en una sociedad en la cual el trabajo ocupa un lugar central. En efecto, el trabajo es, por una parte y en primer término, el medio de vida del trabajador y de su familia; de ahí la importancia del salario, de su estabilidad y suficiencia. Pero por otra parte, el trabajo es, en esa sociedad, el principal medio de identificación e inclusión social del individuo.” Véase: Ermida, Oscar (2001); “Globalización y relaciones laborales”, en De Lima & Passos (coord.), Impactos da globalizaçao. Relaçoes de trábalo e sindicalismo na América Latina e Europa, LTr, Sao Paulo. Pág.: 3.

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precarización de las condiciones en que se da el trabajo, respecto a los sujetos que efectivamente están dentro del mercado del trabajo y del régimen productivo; bajos salarios que apenas alcanzan a la reproducción de la fuerza de trabajo, y precarización de las funciones ejecutadas en los procesos productivos. Y (b), la emergencia del desempleo y generación de trabajos informales gracias a la exclusión del mercado (formal) del trabajo; dado de que no todos pueden insertarse en el mercado laboral, y por tanto no pueden gozar de la obtención de un sueldo, los sujetos tienden volcarse a actividades informales que les permitan obtener un ingreso para “ganarse la vida”. Por un lado, la precarización de las condiciones del trabajo tiene asidero en la expresión que cobra el salario como único sustento de los trabajadores y de la familia de éstos, que resultan ser tremendamente bajos por cierto, pero además se suma, el empobrecimiento de las tareas que se realizan (mecánicamente repetitivas y parceladas), que tiene directa relación con la contratación de mano de obra poco calificada, que no tiene control sobre el propio trabajo que realiza, más que en el acotado campo de acción que le permite su función dentro de los procesos productivos. En dicho marco, la dirección que ejecuta el empleador, está prescrita como una tendiente a controlar y disciplinar la mano de obra para organizar los procesos productivos con el fin de hacerlos más eficientes y optimizar los recursos. De este modo, el salario de los trabajadores se vincula directamente sobre el rendimiento que estos tengan en función del proceso de producción permeado por la división técnica del trabajo. Por otro lado, quienes quedan fuera de la mano de obra efectivamente empleada en el régimen antes descrito, debe ingeniárselas para proveerse de un ingreso que les permita vivir. Ciertamente, quienes están al margen del mercado laboral son aquellos que están desempleados como consecuencia del carácter escaso que tiene el trabajo como mercancía (por el lado de la demanda), y que como ya mencioné, repercute en la búsqueda de fuentes alternativas de salario, fuera del mercado del trabajo; dicha realidad, se condice a la vez con una pauperización aún mayor, con actividades que son lastre de los procesos de producción mayores, y que no suponen el establecimiento de vínculos efectivos con un empleador ni con el régimen del mercado laboral. Ambos aspectos se articula de tal modo que el mercado laboral aparece como un lugar eminentemente conflictivo, tanto respecto a las relaciones que se establecen en él por parte de los sujetos (empleador-trabajador), como también respecto a la relación entre el hombre y los medios en función de la transformación de la naturaleza para su propio beneficio, y la expresión material que tiene el trabajo en la forma de mercancía –para ser puesta en el mercado- en virtud un salario, éste último como la manifestación concreta del modo de hacerse de la vida y sobrevivir en ella.

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Es posible plantear, que la constitución de un mercado del trabajo, como construcción del sistema económico en la sociedad, necesitó de la adopción en el hombre del hábito del trabajo y de un ethos que lo movilizara económicamente, ya fuera de los cánones de la tradición y la satisfacción de las necesidades inmediatas. Cobró vigor, en los mecanismos del mercado laboral, cuestiones que poco tienen que ver con la naturaleza misma del trabajo; ésta ya no era una actividad que podía vincularse por derecho a todos los hombres, sino cada vez menos, a grandes costos para ellos mismo, fueron los que podían efectivamente concurrir libremente demandados como fuerza de trabajo, pero que sin embargo a todos se les exige como precondición para tener derecho a la vida. Los requerimientos del propio sistema, del capital por sobre el trabajo, de la producción por sobre la mano de obra, hace mella en la propia sociedad en la forma de pauperización de las condiciones de existencia de los hombres; tanto de los que logran emplearse, como de los que quedan fuera del mercado formal del trabajo.

Conclusión Visto ortodoxamente desde el punto de vista del sistema económico, cabe señalar que la formulación y articulación del mercado laboral era precondición para asegurar la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de bienes y servicios, en una sociedad moderna en abierta complejidad y expansión de satisfacción de sus necesidades internas. El mercado en todas sus formas, sirve como abstracción concreta que se erige frente y a través de los sujetos como la sublimación de las expectativas de sociedad que los propios hombres han puestos sobre sus hombros; vinculadas por cierto, a la necesidad de aseverar la reproducción material de su propia existencia en sociedad, por medio de la asignación de recursos a los procesos que tienen como fin perpetuar dicha existencia. Desde este punto de vista, parecer particularmente interesante, la construcción del mercado del trabajo, puesto que en él se ve la expresión latente de cómo el sistema económico y la sociedad por medio de éste, dispone de la integridad, habilidad y fuerza del hombre para el aseguramiento de la propia existencia del mismo. Sin embargo, tal concepción y emergencia del mercado laboral, suponen también la violenta experiencia de autonomizar el régimen laboral a tal punto, que se llega a prescindir de los mismos hombres que lo echan a andar; el mercado autorregulado asume exterioridad frente a los sujetos, que por vía de la coacción, los vincula a un régimen que no hace más que anteponer los fines sobre los medios, la necesidad de pervivencia material

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(y existencial) de la sociedad sobre los costos a escala humana que tiene dicha tarea. La ficción que se tiende sobre los hombres en tanto trabajadores, es de sumo debilitante desde el punto de vista del conjunto de la sociedad; la idea de que cada uno se hace las propias condiciones de su existencia, transformando la naturaleza por medio del trabajo, para su propio beneficio, no es otra cosa que hipostasiar al mismo hombre del quehacer y despliegue de su habilidad y fuerza de trabajo para vincularse y hacerse de las condiciones de su existencia en sociedad. Más bien la necesidad de vincularse con su propia existencia tiene motivo a través de los requerimientos que hace autónomamente la economía respecto a la sociedad; convertir al trabajo en mercancía es justamente uno de dichos requerimientos, que crea en el hombre la necesidad indirecta, velada, de vincularse con las condiciones de su existencia. Ahora, mejor dicho, directamente lo relaciona con la búsqueda incesante de vincularse con el salario, como expresión viva y resultado del trabajo del hombre en sociedad. El mercado del trabajo, en tanto mercado, visto según los alcances y aproximaciones que se le ha hecho en la presente entrega, dispone a su antojo de la fuerza laboral como cualquier otra mercancía, sin hacer distinción que lo que se transa es la proyección y habilidad del mismo hombre. Ello opera gracias a los requerimientos externos de la economía, hacia la maximización y despliegue del ethos capitalista, que vuelve anónimas las estructuras que subordinan la utilización de la mano de obra; el cruce de la oferta y la demanda, basado en el principio de escases, vuelve invisible la responsabilidad que se tiene sobre las externalidades y consecuencias negativas en el fuero interno y social de los sujetos, y que se hacen evidentes en las condiciones de ejercicio que tiene el trabajo en la modernidad. Es manifiesto el velo de legitimidad que se cierne sobre lógica del mercado, ya que de éste se adviene la omnicompresión de la economía en la sociedad. Sin embargo, dicha omnicomprensión del mercado respecto al trabajo se vuelve insuficiente al momento en que este último entra en crisis, manifestando las continuas tensiones entre las expectativas que se estructuran en torno a la concepción de trabajo por parte de los sujetos, y las posibilidades reales de desplegar dichas expectativas en el encuadre y lógica del mercado por el mercado; la acumulación del capital por la mera capitalización, el progreso por el progreso, y el dominio del hombre por sobre la naturaleza por el simple dominio, y el trabajo por el mero trabajo.

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