El Mar Y Mi Vida

  • Uploaded by: Aracelli Saldaña
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  • Pages: 2
EL MAR Y MI VIDA Lucerito de la mañana

N

o supe cómo, repentinamente me encontraba hundiéndome en las aguas del mar, aquel mar de del que tantas veces disfruté en los días de verano, aquel mar que me acompañaba en mis días de soledad, cuando me sentaba frente a él y hacía tantas preguntas logrando por lo menos sentirme escuchada, aquel mar que ahora me llevaba en sus aguas como reclamando mi vida. Sentí temores tan grandes que algún animal o algo extraño tocara mi piel y la lastimara. Sentía temor de caer cada vez más profundo y nunca tocar el fondo. Minutos antes jugaba vóley en la orilla con mis primas hermanas y algunas amigas después de la misa del domingo por la mañana. Disfrutábamos del juego y decidimos ingresar al agua a darnos un chapuzón y sin darme cuenta estaba allí cayendo en aguas profundas para mí. Traté de mantener la calma, sabía que si desesperaba empezaría a perder el poco oxígeno que contenía mis pulmones. Traté de ser racional, como era muy normal para mí a los 17 años. Pensé: “en algún momento tocaré fondo y luego me impulsaré para salir hasta la superficie”. Esperé que llegara ese momento y me dejé caer. En cada segundo que pasaba, que para mí resultaron ser una eternidad, sentía que perdía el poco oxígeno que me quedaba. Aleluya!. Por fin sentí mis pies tocando la arena del fondo del mar. Había llegado el momento de hacer lo que había pensado. Me impulsé con toda la fuerza de la que disponía y empecé a subir. Llevaba en alto la mano derecha por si no podía salir totalmente seguramente alguien vería mi mano o mi brazo y llegaría en mi auxilio. Lo decepcionante fue que no logré salir, ni siquiera sentí el aire rozando mi mano. Empecé a hundirme nuevamente en el mar pero no podía desmayar en el intento, debía intentarlo otra vez, aún tenía oxígeno en mis pulmones. Siempre y en los pocos años que hasta entonces había vivido, aprendí a no rendirme, tenía que exigirme siempre al máximo para lograr lo que se me pedía o de lo que tenía en mente. Entonces se trataba de la misma situación, debía esforzarme aún cuando muriera en el intento, aún cuando no interese porqué o para intentarlo. No había nada que me retuviera en la tierra, en cambio el mar me encantaba y esta situación me hacía pensar que le pertenecía al mar y que sin darme cuenta estaba respondiendo a su llamada. Siempre me preguntaba por qué vivíamos, para qué, cual era nuestra misión para estar aquí. Eso de amanecer y pasar el día haciendo cosas que ya hicimos anteriormente una y otra vez, era vivir sin tener sentido de la vida. En la segunda caída y con todas las contradicciones que había en mi pensamiento nuevamente llegué a tocar fondo e hice lo mismo que en la vez anterior, me impulsé todo lo que pude. A diferencia del primer intento, esta vez sentí que aire acariciaba mi mano derecha, luego mi antebrazo pero sólo eso, no tuve la oportunidad para respirar y finalmente volví a hundirme.

Disponía de poco oxígeno y me sentía muy pero muy cansada. Así, con las pocas fuerzas que me quedaban volví a intentarlo pensando que sería la última vez. A diferencia de las personas que estuvieron al borde de la muerte y que comentaron vieron pasar ciertos episodios de su vida en aquellos momentos difíciles, yo estaba fríamente entretenida ordenando mis pensamientos y en mis cálculos de velocidad, espacio y tiempo. En el tercer intento, nuevamente me impulsé y esta vez volví a sentir el aire en mi mano, luego en el brazo y sin pronosticarlo estaba mirando a mis primas a una gran distancia, tanto que aunque hubiera gritado pidiendo ayuda no lo hubieran escuchado, así que sólo observe por pocos segundos respirando al mismo tiempo lo que podía. No tenía más fuerzas, estaba exhausta, sentí que era el final. Empecé a hundirme en el agua, me acompañaban los temores de que algunos animales raros rozaran mi cuerpo o me hicieran daño. Me preguntaba qué sentiría al morir, tendría que abrir la boca para respirar y así moriría o tal vez me asfixiaría por no respirar. Dónde encontrarían mi cuerpo y cómo lo hallarían. Fue una mezcla de tantos pensamientos sobre mi muerte que no imaginé lo que sucedería luego. Bajo el agua repentinamente un brazo rodea mi cintura, y casi de inmediato estaba en la superficie. Era uno de aquellos hombres que trabajan casi de incógnito salvando vidas. Todo sucedió tan rápido que sin pensar cómo, ya estaba de pie cerca de la orilla. No sabía si agradecerle o preguntarle por qué lo hizo. Me ayudó a salir del agua y ya pisando la arena me preguntó porqué me había atrevido a ingresar a nadar a esa distancia, así que le mencioné que no había sido por mi voluntad pues yo no sabía nadar, sino que estaba cerca de la orilla y tal vez caí en un pozo. Siempre recuerdo este pasaje de mi vida y lo comparo con cada situación “peligrosa” que he tenido que enfrentar. Permanecer en silencio observando, escuchando, pensando e intentando continuar aún cuando las fuerzas se acabaran, aún cuando sabes que estás sola como aquella vez, rodeada de ese mar inmenso que te habla y te dice quien sabe qué; sintiendo que te hundes y nuevamente emerges, a veces con logros pequeños, otros más grandes y a veces con ninguno; intentando sobrevivir y esforzándote una y otra vez hasta desfallecer, sin saber porqué, para qué y hasta cuándo.

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