El Lider Nace O Se Hace.docx

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EL LIDER NACE O SE HACE Liderazgo es el resultado de vivir correctamente, de acuerdo a convicciones firmes, a prioridades claras, a un sentido de misión, a un amor genuino hacia mis seguidores, y a una determinación disciplinada para alcanzar la visión que me impulsa. Dice el autor que a lo largo de tres décadas de servir a Dios he visto a individuos lograr cosas extraordinarias, y también he visto a muchos otros que, pese a haber nacido en buenos hogares cristianos, haber crecido bajo la influencia de ministros inspiradores y haber tenido excelentes oportunidades de estudios, (situaciones todas muy favorables para “realizarse”), lograron muy poco. ¿Qué es lo que hace la diferencia entre unos y otros? ¿Será talento natural, dones espirituales o capacitación adecuada? Cuando nos introducimos al tema de liderazgo, la pregunta que surge inmediatamente es: ¿Un líder nace o se hace? ¿Cómo se llega a ser líder? ¿Es cuestión genética o de escuela? A través de los años las opiniones han estado divididas. En otros tiempos se creía que liderazgo era todo cuestión de talento natural. Sin embargo, la gran mayoría de autores que han escrito sobre el tema en los últimos treinta años, se han inclinado a afirmar que un líder se hace. Probablemente, anhelando que otros se involucren en la acción, han enviado el péndulo al otro extremo. Y lo han hecho a tal punto que cualquier sugerencia en dirección contraria, es comparada a una especie de determinismo hindú. ¿Dónde se hallará la respuesta satisfactoria al dilema? Antes de seguir avanzando, sería bueno recordar aquí lo que expresó Charles Simeon, un reconocido predicador inglés del siglo pasado: La verdad en teología no se halla en un extremo ni en el otro, ni en el medio; sino en los dos extremos simultáneamente. Quien considere la Biblia el fundamento de toda su fe y práctica, debe lógicamente recurrir a ella en primer lugar para comenzar la búsqueda de la respuesta al interrogante que nos ocupa. ¿Un líder nace o se hace? Al leer el Nuevo Testamento uno encuentra que todos los creyentes son llamados personalmente por Dios a la salvación y al servicio (Ef 2:8–10). El programa de Dios es el establecimiento de su Reino a través de la edificación de su iglesia. Y para que esto sea factible Jesucristo mismo ha capacitado soberanamente a cada uno de sus miembros con diferentes habilidades espirituales. Por esta razón el apóstol Pablo escribe: Así como cada uno de nosotros tiene un solo cuerpo con muchos miembros, y estos miembros no desempeñan todos la misma función, también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro pertenece a todos los demás. Tenemos dones [carismata] diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en

proporción con su fe. Si es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir (proistemi=liderar), que dirija con diligencia; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría. Romanos 12:4–8 (NVI)1 Cuando una persona nace de nuevo, el Espíritu de Dios de acuerdo a su gracia le otorga soberanamente ciertos dones y anhela que los emplee al máximo en beneficio de los demás. La lista de dones es extensa y muy compleja. Entre ellos, aunque ha sido ignorado por largo tiempo, para sorpresa de muchos también aparece el don de liderar. La raíz básica del término usado tiene que ver con guiar, dirigir, presidir, gobernar. Y toda vez que se lo usa en el Nuevo Testamento (1 Tesalonicenses 5:12; 1 Timoteo 3:4–5, 12; 5:17; Tito 3:8, 14) es siempre en un contexto de cuidado y amor. Este don, al igual que todos los demás, no es algo que nosotros podamos elegir. No depende de nosotros sino sólo de la gracia y sabiduría de Dios, quien lo otorga a quien él desea. Por esta razón, decíamos en nuestra definición, que liderazgo es una capacidad. Una capacidad conferida y otorgada en forma soberana por Dios, y que en consecuencia debemos administrar fielmente como buenos mayordomos, en el temor de Dios. Esta realidad de que liderazgo es un don espiritual, tiene profundas implicaciones para el ministerio cristiano. Recordemos que liderazgo no es posición, y una de las modas que ha cobrado un fervoroso auge en la década del noventa, es referirse a los pastores (lo usamos en el sentido de título) como si fueran los “líderes espirituales” del pueblo de Dios. Habiendo enfatizado la realidad de que liderazgo, no es por posición, sino que es un don otorgado soberanamente por la gracia de Dios a ciertos miembros del cuerpo de Cristo, imagino que algunos razonarán: “¿Esto significa, en consecuencia, que si yo no tengo el don de liderazgo, de nada me sirve involucrarme en la acción y tratar de correr?”. Aquí deberíamos mencionar una vez más la frase de Charles Simeon, y recordar la importancia de mantener los dos extremos en equilibrio. Es decir que, mientras puede haber un puñado de individuos que estén tratando de llegar a ser líderes cuando no han recibido el don espiritual, son más los que, habiéndolo recibido, ni siquiera lo saben. Y es triste reconocer que por cada persona que está actuando como líder en nuestra sociedad y dentro del reino, hay entre cinco y diez con el mismo potencial de liderazgo que no sólo jamás lo desarrollaron, sino que ni siquiera lo pensaron como una posibilidad a su alcance. Una de las causas principales de esta situación es que un elevadísimo número de cristianos, no han comprendido el carácter de Dios ni la naturaleza de los dones espirituales; que nuestro Dios es tremendamente generoso y, por lo general, nos ha dado muchos más dones de los que imaginamos que poseemos. Y además, estos dones no nos son entregados en la forma de un roble ya crecido, sino como una semilla que debe ser plantada, regada y alimentada para que llegue al desarrollo pleno de la vida que hay en ella. Por esta razón afirmamos que, potencialmente, todo líder “nace”, pero también debe desarrollarse. Debe aprender a crecer en

competencia y efectividad. Por eso los dos aspectos deben unirse para construir el paradigma del liderazgo cristiano. Dios llama y capacita, pero cada uno debe responder a ese llamado con fe y obediencia, anhelando cumplir la voluntad divina en todo. Alguien preguntará: ¿Cómo puedo saber si tengo el don de liderazgo? ¿Cómo puedo saber que si comienzo a correr voy a ganar? Permítame sugerirle cuatro pasos fundamentales: 1. Tome la decisión crucial: ¡La ruta al liderazgo cristiano comienza con la decisión de querer llegar a ser todo lo que Dios quiere que usted sea! Esta es la puerta de entrada. El sendero siempre comienza en este punto. El capítulo 11 de la carta a los Hebreos es la mejor ilustración de lo que estamos diciendo. Abraham debió dejar la seguridad de su vida en Ur, Moisés su vida de lujos y comodidades en el palacio en Egipto. Resultado, se desarrollaron como líderes. 2. Desarrolle el espíritu de aprendizaje: Liderazgo es un proceso, no una meta; un viaje, no un destino final. Y la persona que emprende este viaje hacia territorios inexplorados debe hacerlo provisto del pensamiento de que es un proceso sin fin; que siempre permite nuevos niveles de competencia y perfeccionamiento; que la habilidad recién adquirida puede y debe ser perfeccionada, pulida y desarrollada en su totalidad. 3. Comience a servir: La razón de nuestra existencia es servir, y el individuo que no sirve a los demás, no sirve de mucho. 4. Cultive las cualidades de un verdadero líder: Liderazgo es la consecuencia del crecimiento personal. Todo líder cuenta con un solo capital en la vida: su propia persona. Liderazgo implica un esfuerzo sostenido para alcanzar el grado de máxima madurez personal. Los valores que abrace y las virtudes que cultive a lo largo de toda su vida determinarán su nivel de influencia. Todos los indicadores parecen señalar una repetición de la crisis de la iglesia en Corinto: en lugar de estar impactando al mundo, el mundo estaba impactando a la iglesia. Es muy cierto que contamos con la asistencia de una amplia gama de recursos técnicos que facilitan el ministerio, pero no es menos cierto que estamos empobrecidos en liderazgo. La nueva sociedad de Dios necesita una inyección de vitalidad. Sólo una nueva generación de hombres y mujeres impulsados por una visión poderosa y poseídos de una determinación inquebrantable podrán levantarla de su estancamiento. Se necesitan individuos con el suficiente valor para hacer decisiones costosas que alteren el curso de la historia de sus vidas y del reino. Se requieren hombres y

mujeres que no se detengan a cuestionarse si tienen o no el don de liderazgo, sino que, movidos por la fe, comiencen a correr. Así que, lo invito a que deje su lugar en la tribuna y descienda a la pista. Porque a diferencia de los que corren en el estadio o en cualquier pista, donde sólo uno se lleva el premio; todo el que corre para Dios siempre gana la mejor de las medallas: la vida misma. Hágalo y muy pronto tendrá la respuesta al interrogante de los siglos, si un líder nace o se hace o es una combinación de ambas realidades.

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