SEMINARIO MAYOR “LA ANUNCIACIÓN” DIÓCESIS DE CD. ALTAMIRANO
FACULTAD DE FILOSOFÍA
COMENTARIO
LIBRO/TEXTO: El laberinto de la soledad de Octavio Paz.
MATERIA: Filosofía mexicana.
PROFESOR: Pbro. Lic. Víctor Hernández Hdez. MMM
ALUMNO: David Ayala Ortuño.
SEMESTRE: Enero – Junio de 2015.
Ciudad Altamirano Gro., a 20 de Febrero de 2015.
COMENTARIO AL LIBRO “EL LABERINTO DE LA SOLEDAD” DE OCTAVIO PAZ
La expresión Octavio Paz es uno de los más grandes escritores de todos los tiempos no es materia de una hiperbolización sino una proposición justa, debida a la pluma audaz de este gran poeta y ensayista mexicano. Naturalmente, la obra de Paz es reflejo de su vida, de su vivencia diaria como mexicano. Por tanto, lo que encontraremos muy seguidamente en su amplia contribución bibliográfica son valores humanos diversos y análisis de situaciones que van en contra del mal trato hacia diferentes sectores de la sociedad1. Todo esto podríamos catalogarlo como descripciones de la realidad que, a nuestro modo de ver, es el punto de convergencia de todos los que se dedican al cultivo de las letras. Es en este marco donde centraremos al Laberinto de la soledad que bien cumple con su finalidad de ser un estudio sobre lo mexicano. Aunque este ensayo de Octavio Paz no fue escrito en México sino principalmente en Francia (1950) refleja todo lo que se necesita para hacer un buen diálogo sobre el quehacer (y en ocasiones indirectamente el ser) de la persona perteneciente a este gran país. El ensayo consta de ocho capítulos y un apéndice en los que se trae a colación los momentos más significativos de la historia de México y que son imprescindibles para entender al mexicano. Haremos el comentario de cada capítulo por separado. EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS2 De acuerdo a las directrices marcados por Octavio Paz, los “pachucos” son bandas de jóvenes que viven en las ciudades del Sur (de Estados Unidos), generalmente de origen mexicano, que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje. El “pachuco” no quiere volver a su origen mexicano; tampoco desea fundirse totalmente a la vida norteamericana [pp.16]. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Cabe aclarar que Paz no construye una ontología sino una descripción (incluso algunos comentadores de su obra le califican de poeta existencial). Para utilizar categorías filosóficas, podríamos postular la descripción paziana como una especie de fenomenología poética. Pero volviendo al tema del capítulo primero, ¿qué hace diferente a este grupo de personas del resto, de los norteamericanos principalmente? La respuesta es unas plausibles dicotomías: ellos (los norteamericanos) son crédulos, nosotros creyentes; aman los cuentos de hadas y las historias policiacas, nosotros los mitos y las leyendas. Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o para superar su vida sórdida;
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Por ejemplo, en 1941, una vez egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y tras hacerse miembro de las misiones educativas del general Lázaro Cárdenas escribe Entre la piedra y la flor, un poema que expresa la dramática explotación del campesino yucateco. 2 Para la elaboración de este trabajo nos valemos de la cuarta edición de El Laberinto de la soledad puesta en un libro conjunto al lado de Postdata y Vuelta al Laberinto de la soledad. La editorial es Fondo de Cultura Económica; en adelante cuando citemos páginas en el texto, suponemos esta edición.
ellos no mienten, pero sustituyen la verdad verdadera, que es siempre desagradable, por una verdad social. Los mexicanos son desconfiados; ellos abiertos [pp.26]. Paz no está de acuerdo con la tesis de Samuel Ramos sobre el llamado “complejo de inferioridad” como característica primera del mexicano, y afirma que sentirse solo no es sentirse inferior sino distinto. El sentimiento de soledad no es una ilusión –como a veces lo es el de inferioridad- sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos. Así, la historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen: quiere volver al centro de la vida de donde un día fue desprendido. La conclusión de este apartado es la siguiente: en cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre [pp.31]. MÁSCARAS MEXICANAS El mexicano usa máscaras para proteger su intimidad. Es un ser hermético que considera peligroso al mundo que lo rodea. El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste no rajarse nunca. Los que se “abren” son cobardes. El mexicano puede humillarse, doblarse pero no “rajarse” esto es, permitir que el mundo exterior penetre sobre en su intimidad. De esto se infiere que las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren, su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza [pp.33]. Otro aspecto relevante sobre este capítulo es la idea de simulación en el mexicano. El que disimula no representa sino que quiere hacerse invisible, pasar inadvertido. Nuestro autor cita una experiencia propia. “Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo” [pp.48]. La nada de pronto de individualiza, se hace un ser, se hace ninguno: Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Por su parte, Ninguno es silencioso y tímido. Espera siempre. Intenta una y otra vez ser Alguien. Ahora bien, si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México. TODOS SANTOS, DÍA DE MUERTOS Tanto para Octavio Paz como para la mayoría de los que habitamos este país, “celebrar” una fiesta a “lo mexicano” es sinónimo de decir ningún otro pueblo en el planeta lo hace como nosotros. Precisamente este capítulo comienza apuntando que en México todo es ocasión para reunirse, pretexto para detener el tiempo “y celebrar” [pp.51]. En contraste con esto, quienes no tienen tiempo ni humor para celebrar son los países ricos, en ellos las personas sólo se divierten (verdaderamente) en grupos pequeños. Las fiestas son –dice Paz- nuestro único lujo. Y, este lujo incluye los gritos, las guitarras, los colores violentos, hasta injurias, balazos y cuchilladas. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido y de gente. Pero estas fiestas son el revés brillante de nuestro silencio. En el mexicano hay algo curioso: si para otros pueblos la muerte es un tabú, para él es motivo de festejo, la dice, incluso la burla.
En nuestro México, uno de los festejos más llamativos es el día de muertos. Esta tradición tal vez tenga una honda raíz en el pensamiento precolombino de los aztecas para quienes la vida se continuaba con la muerte y, más aún, aquella se alimentaba de ésta. Por eso para el indígena antiguo era un privilegio ser sacrificado para los dioses. En suma, si en la fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal violencia que acabamos por anularnos, pero ante la muerte y la vida sólo nos alzamos de hombros y le ponemos una sonrisa desdeñosa. LOS HIJOS DE LA MALINCHE En el capítulo anterior se menciona mitigadamente el tema de la mujer como una debilidad constitucional cuando se hace una valoración del “rajarse o abrirse”. Aquí Paz hace algo más sistemático valiéndose de una alocución del lenguaje mexicano: el famoso “vete a la chingada” o, dicho de otra forma similar, “hijo de la chingada”. Entre los méritos primarios de este capítulo está el descifrado de la identidad de la “chingada”. Es, ante todo, la Madre. No la madre de carne y hueso sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la maternidad [pp.85]. Se asocia a la Malinche quien se entrega (se “abre”, se “raja”) a Cortés y es abandonada cuando pierde su utilidad. Para el mexicano, la vida es chingar o ser chingado. Cuando enviamos a alguien a la chingada el envío tiene por meta un lugar muy lejano, indeterminado y vacío, un lugar q no está en ninguna parte. CONQUISTA Y COLONIA En el siglo XVI o “siglo de la conquista” las diferentes culturas que poblaban lo que ahora es México estaban completamente organizadas y había entre ellas una relativa homogenización pero también muchas diferencias. Los aztecas eran los hijos no deseados de ese entonces, el enemigo común de todas las otras culturas. A la llegada de los españoles, Cortés se vale de esta situación política y acepta ayudar a la “liberación” de las manos opresoras del imperio que tenía el poder absoluto. Según nuestro autor, la conquista es un hecho histórico destinado a crear una unidad de la pluralidad cultural y política precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI hay que convenir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles [pp.110]. DE LA INDEPENDENCIA A LA REVOLUCIÓN Para nuestro autor, la independencia se presenta con un fenómeno de doble significado: disgregación del cuerpo muerto del Imperio y nacimiento de una pluralidad de nuevos Estados [pp.129]. A pesar de que el hecho se consumó, quedan secuelas de la lucha, por ejemplo: la ausencia de una seria visión futura del país como sociedad moderna. Pasado algún tiempo, Porfirio Díaz pretende darle un nuevo rostro al país dándole un sentido afrancesado y sofisticado: se construyen ferrocarriles, se estimula el comercio y
la industria; pero hay un precio que pagar, y lo pagan los pobres: a ellos se les desplaza de sus tierras. Y aquí tenemos los gérmenes de la Revolución. Francisco I. Madero argumentaba que los males del país eran gracias a la administración de Díaz. Pancho Villa y Emiliano Zapata eran los más conscientes de la explotación de los indígenas… Gracias a la Revolución el mexicano quiere reconciliarse con su historia y con su origen [pp.160]. LA INTELIGENCIA MEXICANA Octavio Paz se refiere con el nombre de “inteligencia mexicana” al sector de la sociedad que ha hecho del pensamiento crítico su actividad vital [pp.163s]. No se trata tanto de personas que hayan dejado un cúmulo de libros sino de hombres (y mujeres) decididos a influir en la vida pública y política de nuestro México. Después de la Revolución muchos jóvenes intelectuales empezaron a tomar partido. Había incluso quienes sirvieran de consejeros en los altos rangos; el país se encontraba de nuevo en una búsqueda de identidad y tenía q hacerse todo rápidamente para entrar en el ritmo del mundo industrializado occidental. Los poetas estudiaron economía, los juristas sociología, los novelistas derecho internacional, pedagogía o agronomía […] casi el total de la “inteligencia” fue utilizada para fines concretos e inmediatos: proyectos de leyes, planes de gobierno, misiones confidenciales, tareas educativas [pp.170]. Dentro de este grupo tenemos a hombres como José Vasconcelos, fundador de la educación moderna en México; Samuel Ramos, autor de El perfil del hombre y la cultura en México, primer estudio del mexicano y antecedente directo de El laberinto de la soledad; Jorge Cuesta, quien dedica su obra a indagar el sentido de nuestras tradiciones; Daniel Cosío Villegas, fundador del Fondo de Cultura Económica; José Gaos, Alfonso Reyes y Leopoldo Zea también conforman el bloque. Toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos; esto influye, sin duda, en el pensar mexicano. Dice Paz: “nuestras ideas nunca han sido nuestras del todo, sino herencia o conquista de las engendradas por Europa” [pp.182]. Después de la Revolución hay una tarea permanente: inventar un futuro. NUESTROS DÍAS La Revolución mexicana es la primera del siglo veinte. Hizo del Estado el principal agente de la transformación social. Sin embargo, no ha cumplido con todos sus cometidos; había surgido para liquidar el régimen feudal, transformar el país mediante la industria y la técnica, suprimir nuestra situación de dependencia económica y política y, en fin, instaurar una verdadera democracia. Pero –siguiendo a nuestro autor- la industrialización del país reflejó la insuficiencia de ésta para darle un crecimiento económico al país. México es explotado por las naciones “avanzadas” pues ellas ofrecen apoyo para salir del atraso económico pero la realidad de las propuestas es que la mayoría de las ganancias de estas inversiones privadas extranjeras salen del país.
Podríamos decir que la pregunta central que guía la reflexión de este capítulo es ¿cómo crear una sociedad, una cultura, que no niegue nuestra humanidad pero tampoco la convierta en una vana abstracción? Al decir de Paz, el mexicano no ha encontrado una máscara que reconcilie nuestra libertad con el orden, la palabra con el acto y ambas con una evidencia que ya no será sobrenatural, sino humana: la de nuestros semejantes [pp.209]. LA DIALÉCTICA DE LA SOLEDAD En este apéndice es donde, a mi modo de ver, Octavio Paz se presenta más como un existencialista. De entrada asegura que todos los hombres están solos: la soledad es el fondo último de la condición humana […] Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos […] Más que a vivir, se nos enseña a morir [pp.212]. No obstante, sentirse solos tiene un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad es como una purgación para construir un buen futuro.
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No podría terminar este trabajo sin antes hacer mención de algo que considero de suma importancia para una más amplia comprensión de esta obra magistral de Octavio Paz. Ya desde el comienzo de Postdata nuestro autor promueve la comprensión del mexicano como un ser que no está en la historia sino que es la historia. Pero es en la conversación con Claude Fell (Vuelta a El Laberinto de la soledad) donde se nos explica el contenido de esta afirmación: “Estar en la historia” significa estar rodeado por las circunstancias históricas; “ser la historia” significa que uno mismo es las circunstancias históricas, que uno mismo es cambiante. Es decir, que el hombre no solamente es un objeto o un sujeto de la historia, sino que él mismo es la historia, él es los cambios.