El Economismo Mario Bunge
La visión económica de la sociedad reduce la vida social a las actividades económicas, o sea, a la producción e intercambio de bienes. No niega que haya actividades biológicas, culturales o políticas, ni las considera insignificantes. Pero sostiene que todas ellas son, ya inmediatamente, ya en última instancia, económicas: que todo lo hacemos, en definitiva, para beneficiarnos económicamente. Hay dos versiones del economismo: el marxismo clásico y el llamado imperialismo económico, contrapartida conservadora del primero. El marxismo occidental o académico es más refinado que el vulgar o clásico, y admite que la cultura y la política gozan de alguna autonomía y reactúan sobre la economía. Puesto que es bien conocido y está moribundo, no nos ocuparemos de él, pese a que ha producido resultados importantes en el campo de la historiografía. Nos referiremos en cambio al economismo de nuevo cuño, que se autodenomina «imperialismo económico».Véanse, por ejemplo, las entrevistas recogidas por Richard Swedberg en su li bro Economics and Sociology (1990). El imperialismo económico proclama la primacía absoluta de lo económico, así como la competencia de la microeconomía neoclásica para entender todo lo social. Tiene un número creciente de cultores en todas las ramas de los estudios sociales. Su cabeza de escuela, el Profesor Gary S. Becker, de la Universidad de Chicago, recibió el premio Nobel en 1992 por ser el pionero del imperialismo económico. Otros líderes de esta escuela son Mancur Olson yThomas C. chelling. Suele llamárselos colectivamente «escuela de Chicago». La principal obra de Becker, aparecida en 1976, se titula El enfoque económico de la conducta humana. En ella expone y aplica con claridad su programa economista. Este consiste en combinar las hipótesis del comportamiento maximizador de los beneficios, el mercado en equilibrio, y las preferencias constantes. La primera hipótesis es que todos actuamos racionalmente, calculando los costos y beneficios de nuestras acciones con el fin de ganar lo más posible. La segunda es que todos los mercados están en equilibrio o en vías de recuperarlo.Y la tercera es que nuestras preferencias no cambian en el curso del tiempo. Ninguna de estas tres hipótesis es rigurosamente verdadera. En efecto, las investigaciones empíricas muestran que la mayoría de la gente no intenta maximizar sus ganancias sino sobrevivir y progresar aun a costas de sacrificios en los beneficios inmediatos. En cuanto a la segunda hipótesis, quien lea los periódicos sabe que la mayoría de los mercados, especialmente los del trabajo, capital y bienes raíces, suelen estar en desequilibrio (o sea, la oferta no iguala a la demanda).Y todos sabemos que nuestras preferencias no son constantes, porque aprendemos y nos adaptamos a las nuevas circunstancias. En definitiva, los tres principios del enfoque económico de la conducta humana son falsos. Pero el profesor Becker hace caso omiso de las objeciones anotadas y sigue adelante, montado en el tanque de la teoría económica de manual. Es explicable: cuando se ha invertido la mocedad en estudiar una teoría aparentemente difícil, y no se ha logrado explicar mediante ella ningún hecho económico, se intenta conquistar territorio ajeno, en este caso la sociología. Se espera intimidar a los nativos de este territorio enarbolando fórmulas de apariencia matemática. Veamos cómo aplica el profesor Becker la teoría económica de manual a las actividades no económicas. Estas aplicaciones son ingeniosas y divertidas. Pero, como veremos, carecen de valor científico. Tomemos por ejemplo el caso del «mercado matrimonial». Becker afirma que la gente busca pareja al modo en que busca automóvil para comprar. Los individuos solteros concurrirían al «mercado matrimonial» con el firme propósito de encontrar la pareja que maximice los beneficios y minimice los costos. El amor y la casualidad, las costumbres y las redes sociales existentes, las consideraciones morales y la coerción no desempeñarían ningún papel en la elección de pareja.
Sin embargo, sabemos que esto es falso. Lo más probable es que la pareja elegida pertenezca a alguno de los círculos que frecuentamos, y que nos atraiga física o intelectualmente. Por cierto que hay matrimonios de conveniencia, pero estos son cada vez más raros en Occidente. Más aún, si alguien hace un cálculo, lo más probable es que se equivoque, porque no hay manera de predecir el resultado de un matrimonio. La ceremonia matrimonial ya ha sido celebrada o perpetrada. Ahora se presenta el problema de la reproducción. ¿Cuántos hijos vamos a tener, querido/a? Esto depende del costo de los niños, querida/o. Consultemos al profesor Becker, querido/a. Vayamos a verlo en su despacho en la Universidad de Chicago. El profesor nos informa que los niños son «bienes de consumo duraderos », como las neveras y los automóviles. Si bien es cierto que los niños no vienen con precios rotulados, poseen «precios sombra», o sea, los que tendrían si hubiese un mercado de niños. Este precio depende de lo que decidamos invertir en su crianza y educación, así como del provecho que esperemos sacarles. Como es obvio, los niños de alta calidad cuestan mucho más que los de baja calidad. Pero al mismo tiempo los primeros pueden sernos de mucha más utilidad que los segundos. Por esto producimos pocos niños de alta calidad, o bien muchos de baja calidad. Según Becker, esta es la explicación de la fertilidad: ésta depende exclusivamente de los costos e ingresos, así como de la utilidad esperada que nos traen los niños. En definitiva, la fertilidad es cuestión de cálculo de costos y beneficios. Ahora bien, es verdad que en el Tercer Mundo los pobres suelen hacer consideraciones parecidas. Por experiencia ajena saben, digamos, que si tienen 10 hijos, es posible que sobrevivan 6 de ellos, acaso tres varones y tres niñas. También esperan que dos de los varones consigan trabajo, al menos durante un tiempo, y contribuyan a mantener a sus padres llegada la vejez. Esto es cierto y bien sabido por los antropólogos y demógrafos. Pero de ello no se sigue que los padres hagan cálculos matemáticos del estilo de los de Becker. Aparte de estas consideraciones económicas, poco frecuentes en los países avanzados, hay dos hechos importantes que escapan al imperialismo económico. Uno es que a casi todos nos gustan los niños, sobre todos los propios. Otro es que el embarazo no siempre es premeditado: siempre hay «accidentes». En todo caso, la mayoría de las gentes nunca oyó hablar de las funciones de utilidad que utilizan Becker y los demás economistas neoclásicos. Ni es necesario que nos empeñemos en enseñarles el cálculo de dichas funciones, porque no suelen estar matemáticamente bien definidas, a diferencia de la función lineal o de la función logarítmica. Esas funciones fantasmagóricas figuran a lo largo de toda la obra de Becker, quien jamás se pregunta si las fórmulas que escribe tienen algún sentido. Por consiguiente, el simbolismo de Becker sólo desempeña funciones ornamentales y psicológicas: intimidan al lector no matemático. No contentos con tratar el matrimonio y la procreación como transacciones económicas, los imperialistas económicos también nos hablan de los mercados del delito, de la política, de la religión y de la enseñanza. En efecto, Becker habla de la delincuencia como una carrera que se elige voluntaria y deliberadamente. También escribe sobre la oferta de delito, aunque no de la demanda del mismo. (No explica cómo, si no hay demanda, el mercado del delito puede alcanzar el equilibrio. Habiendo tanto exceso de oferta, ¿por qué los delincuentes no nos ofrecen rebajas tentadoras, o bien robos y asesinatos a cómodos plazos mensuales?) Las circunstancias sociales, tales como la pobreza, el desempleo, la ignorancia y la ocasión, no desempeñarían ningún papel. Según Becker, la política electoral sería otro ejemplo de mercado. El ciudadano «racional» razona que, puesto que tiene un solo voto, no le conviene ocuparse de política. El ciudadano es un frío calculador que no se deja arrastrar por simpatías o pasiones, y menos aún por la conciencia del deber cívico. La democracia política sería incompatible con la economía de mercado. Esta conclusión parece lógica, pero afortunadamente es desmentida por la historia. En efecto, la democracia moderna y el capitalismo nacieron en la misma cama.
La religión sería otro ejemplo de mercado. El profesor Lawrence R. Iannaccone nos dice que el mercado religioso está compuesto de empresas religiosas (las iglesias). Estas compiten entre sí por los consumidores racionales de bienes no racionales, tales como indulgencias y promesas de vida eterna. Nos asegura (como Adam Smith dos siglos antes) que la competencia es tan sana en este campo como en «cualesquiera otros sectores de la economía». Pero esto no explica por qué los servicios religiosos son más concurridos en el Sur que en el Norte de Estados Unidos, pese a que en el Norte hay mucha más competencia. En todo caso, es irrazonable tratar la religión como un sector de la economía y, al mismo tiempo, ignorar factores tales como la distribución de la riqueza, la discriminación racial y la opresión política, factores que causan ansiedades que las religiones prometen aplacar. Ni siquiera el eminente sociólogo James S. Coleman, -quien fuera colega de Becker, pudo resistir los presuntos encantos del imperialismo económico. En efecto, en su monumental Foundations of Social Theory (1990), Coleman trata a la escuela como un mercado en el que los estudiantes intercambian tareas por notas. Acaso esto valga para los malos alumnos en malas escuelas. Pero no da cuenta del deseo de aprender o enseñar, ni del intercambio desinteresado de informaciones entre los alumnos así como entre los profesores. Al fin de cuentas, la única razón de ser de la escuela es aprender. Es verdad que la escuela interactúa con la economía. En particular, la escuela pública es subvencionada por impuestos a la actividad económica, y a su vez forma la fuerza de trabajo y los cuadros. Pero una cosa es estudiar la socioeconomía de la escuela y otra identificarla con un negocio. El enfoque económico de todo lo social tiene la ventaja de la sencillez y la desventaja de la falsedad. Es inadecuado para comprender la familia, el club, la escuela, el laboratorio científico, el taller artístico, el hospital, la cárcel, la iglesia, el sindicato, el partido político o el Estado, ya que en todos estos casos lo que está en juego es más que una transacción comercial. En realidad, el enfoque exclusivamente económico ni siquiera permite explicar la economía. Por ejemplo, las empresas son organizaciones, y éstas son sistemas sociales y como tales objetos de estudio de sociólogos, no sólo de economistas. Otro ejemplo: el funcionamiento de los mercados no se entiende si se olvida que sus miembros pertenecen a redes sociales, las que facilitan la obtención de trabajo o de contratos. Además, no habría mercado sin marco jurídico ni ciertas costumbres. En resolución, el imperialismo económico es inadecuado porque es tan provinciano y tosco como el marxismo vulgar. El emperador está desnudo y no tiene imperio. Se parece al estrafalario personaje de San Francisco que, hace poco más de un siglo, se autoproclamó Emperador de Estados Unidos y Protector de México, e imprimió su propio papel moneda, pero sólo ejerció autoridad sobre sus dos perros.