EL CUERPO JOVEN NO FLOTA: HACE SURFING Por Julián González. Tomado de: Revista Viceversa 35.
El cuerpo se ha convertido en un mercado. Un mercado fantástico y una obsesión. Gilles Lipovelsky Lo que se aprende por el cuerpo no es algo que se posee. Como un saber que uno puede mantener delante de si, Sino algo que se es. Pierre Bourdieu.
Cuando la muerte ronda: ya no hay espacios del cuerpo. La peste negra dejó en Europa y hacia 1845 cerca de treinta millones de muertos en una década. Desde entonces no cesa de repetirse el delirio de la muerte en masa arreglándoselas para arracimar, amontonar. y pudrir el cuerpo a la intemperie: igual en Auschwit o Vietnam que en Apartadó, en Armero que en la Florencia medieval. Igual en la conquista del Nuevo Mundo que en las masacres de hoy y de mañana en nuestro país. La barbarie humana y la naturaleza saben arreglárselas bien para procurarnos una visión como en panorámica del martirio sobre los cuerpos, del sadismo sobre la carne. Pero quizás la peste medieval ilustra mejor este retorno al cuerpo martirizado y a la vez desenfrenado de nuestras ciudades al final de milenio. La marcha agitada en las ciclovías, la aglomeración de hombres y mujeres en los ritos neocristianos, la exhibición colorida de los cuerpos en el gym y los casi treinta mil cadáveres que engendra la violencia en Colombia cada año nos recuerdan, a todo color, esa tanatografia básica de la peste medieval: los cuerpos tendidos a la intemperie, las hordas de viandantes en harapos, el rumor de los rezos apocalípticos y ese halo orgiástico que animaba la marcha errante de los sobrevivientes. La peste o la guerra, las crisis económicas o la violencia urbana, los accidentes de tránsito o la amenaza del SIDA, nos devuelven al cuerpo, nos recuerdan la vulnerabilidad del cuerpo, «mi cuerpo», localizado y acotado entre los límites de mi propia conciencia, poique el dolor corporal es siempre personal. El martirio y el tormento solo son accesibles a quien los padece. En cambio el amor y la comida, el ejercicio físico o la marcha, los ritos religiosos, el baile o la fiesta, las borracheras colectivas, nos recuerdan la otra condición del cuerpo: su comunicabilidad, su disposición a ser experiencia compartida. El desenfreno dionisiaco sólo se consuma cuando nos salimos del cuerpo para fundirnos en el de otros.
Empujados por la conciencia cotidiana de la vulnerabilidad del cuerpo que liga con la posibilidad objetiva de la muerte violenta (por enfermedad o por guerra), algunos jóvenes urbanos invaden los nichos que en la ciudad les permiten construir un repertorio amplio de experiencias de comunicación corporal. Un poco a la manera de las hordas de viandantes medievales que juntaban fiesta y oración para salvarse, van inventando orgias para curarse de la muerte inminente. Igual en los intersticios y bordes marginales, oscuras fronteras de la ciudad (bares, discotecas, esquinas, huecos), que en sus ventanas más visibles y transparentes (las pantallas mediáticas, las ciclovías, los gimnasios, los centros comerciales, la radio-música, el concierto). In-corporar el espacio. Pierre d'Ailly recorrió en el siglo XV entre ocho y diez mil kilómetros durante cincuenta años de tareas diplomáticas, políticas y eclesiásticas. En La Medida del Mundo, P. Zumthor señala con este ejemplo una condición fundamental del espacio medieval, configurado mediante el esfuerzo y el lento movimiento del cuerpo físico. El diplomático utilizó medio siglo para recorrer lo que hoy haríamos en siete o doce días de viaje en autobús. Sin embargo no hay que llamarse a engaños: no se trata del mismo espacio. El nuestro es un espacio crispado y disuelto por la velocidad de los desplazamientos. En un espacio sin cuerpo. Ha cesado el cuerpo de expresarse a través del esfuerzo físico sobre el espacio. El esfuerzo corporal ya no es la manera en que nos hacemos a los lugares. La larga marcha, la caminata de peregrinación, el viaje sobre bestias, el lento recorrido a través de recorrido a través rutas irregulares, las paradas y altos de rigor para reponer las fuerzas, funden el cuerpo al espacio que contiene sus huellas. Los lugares anudaban con las épicas del cuerpo. Ya el viaje veloz en auto o avión, que aquieta el cuerpo y anula el espacio, nos sitúa en una paradoja triste y cómica: la del cuerpo sano y vigoroso que no trabaja el espacio sino que lo elude apelando a la máquina. ¿Por qué derrochar tanta energía en el gym si podríamos emplearla en la siembra de árboles por toda la ciudad? La vitalidad del cuerpo sano ya no tiene cómo realizarse y desplegarse. La posibilidad de personalizar los espacios incorporándolos mediante recorridos, caminatas, esfuerzos y trabajo físico, no es mas que una nostalgia premecánica. El ímpetu general de la maquina y la velocidad han desalojado al cuerpo lento y esforzado que ordenaba el espacio. Eludir el espacio a través de la velocidad es desalojar el cuerpo. Veo a través de mi ventana un grupo de hombres que juega fútbol. Su entusiasmo contagia. Cuerpos sudorosos doblemente extenuados por la jornada de trabajo y el sol del medio. Son obreros de la construcción que luego de las viandas y en el poco tiempo de descanso, se dedican a agitar el cuerpo cómo si no fuera suficiente con cargar, martillar, pegar, empujar, levantar, palear y repellar. Son algunos de los pocos hombres que en la ciudad saben apropiarse y producir con el cuerpo-esfuerzo, el cuerpo lento, espacios y lugares donde desplegarse. Estos cuerpos que juegan luego de trabajar difieren de aquellos que se aguan en el gym: trabajadores habituados al orden sedentario de las oficinas, asumen que el gimnasio es
un nicho adecuado donde reconciliarse con el cuerpo abandonado durante la jornada. Pero esta reconciliación oculta mal lo que es un hecho: en el gimnasio no se trata «del sentido de un espacio corporalmente vivido» (P. Zumthor). El dispositivo de generación de espacios que es el cuerpo no puede ejercer en la red burocrática. Tampoco en la ciudad reticulada. Incluso los espacios libres y públicos, precisos y delimitados, repiten esta circunstancia. El cuerpo no tiene donde obrar la creación de espacios porque han sido previstos por la maquina, la industria, y la planificación urbana. Veo una pareja de adolescentes recorriendo la calle novena al sur, una noche de sábado. Cogidos de la mano avanzan en sus tablas-de patinar. Parecen divertirse. También lo hacen los chicos en la ciclovía. ¿No son jóvenes como estos los que inventarán formas sociales novedosas de incorporación de espacios urbanos? Esta marcha grupal y nómade que va de las discotecas al gimnasio, pasando por el trote nocturno en las calles, ¿no está dispensándonos unas maneras particulares de articulación del cuerpo al espacio urbano? Una ecología del cuerpo en la ciudad parece crucial para trazar una lectura no naturalista del medio ambiente urbano. Algunos jóvenes nos están proporcionando con y en sus cuerpos algunas pistas para pensar tal ecología. La utopía neo-individual que incita a la autorrealización mediante el hedonismo y narcisismo del cuerpo parece encontrar un ambiente propicio donde anclar con firmeza: el cuerpo joven en la ciudad de la enfermedad y la muerte viólenla. No hay nada más impetuoso que un cuerpo pleno y amenazado de muertes. Echarse a errar por los caminos cuando la muerte ronda es la opción de los viandantes medievales que huyen de la peste negra. En eso se parecen a ciertos jóvenes de nuestras ciudades. Hacerse a un cuerpo «adecuado» en la ciudad colombiana finisecular entraña para los jóvenes una economía y una antropología rica en cálculos sociales, en movimientos de astucia, en previsión de detalles y alternativas que sólo una lectura desprejuiciada puede ayudarnos a comprender. La hipertrofia del cuerpo: la máquina descubre un nuevo terminal. Estimular y comunicar el cuerpo constituye el propósito central de las industrias culturales y las tecnologías destinadas a los jóvenes urbanos. Para las técnicas mecánicas (máquinas de desplazamiento y vértigo como el auto, el parque de diversiones, la moto y bicicleta, el jumping), las técnicas químicas (drogas, licores, sabores hiperácidos y artificiales) y las técnicas electrónicas y ópticas (videojuegos, redes informáticas. pantallas audiovisuales), el cuerpo se transforma en medio y terminal operativo. La publicidad audiovisual destinada a jóvenes nos ofrece un ejemplo interesante de esta transformación. El texto publicitario apela torpemente al cuerpo exhibiéndolo como gancho porque intuye que es el destinatario real del anuncio. No la persona, no el ciudadano/consumidor, sino su cuerpo. El cuerpo joven exhibido en el comercial debe enchufar con el cuerpo televidente. Por ahora el spot procede operando un truco primitivo (aunque visualmente sofisticado): estimula el cuerpo poniendo otro cuerpo en escena. Igual hace la pornografía de peor calidad o el periodismo sensacionalista más elemental. Los procedimientos miméticos y la imitación son un recurso comunicativo de emergencia cuando no conocemos la lengua del otro. Y es obvio que sabemos poco acerca de la lengua que habla el cuerpo joven en la ciudad.
A diferencia del texto publicitario que se esfuerza en proyectar los cuerpos felices de jóvenes activos, el videoclip en el rock hispano (Aterciopelados, Calé Tacuba, Soda Stereo...) parece resumir la metáfora exacta de la condición joven: un cuerpo desencantado que se besa, se ama, se revuelca, duerme, baila y camina mientras al fondo se repite incesante la ciudad en ruinas. Es la imagen del vagabundeo joven que recorriendo la ciudad asfaltada y refractaría, atisba e inventa lugares que configurar desde el cuerpo. La publicidad para jóvenes aprenderá pronto la lección y recurrirá a ese realismo del lugar y de los cuerpos que ya saben interpretar los videoclips rockeros. Un comercial de Sprite y otro de Pepsi inauguran esta saga documental-clip que pasa del cuerpo feliz al cuerpo errante, el cuerpo que busca un lugar propio en la ciudad. La superficie corporal: el nuevo enchufe. Debajo de las camas, en los cuartos de los chicos Oidor González, en Puerto Tejada, yace un cementerio de tenis de marcas irrepetibles para quien no sabe de estas cosas. Hace diez años empezó aquí una pasión de coleccionistas que no termina de devorar ropa, accesorios e iconos deportivos. Primero fueron los tenis, luego las marcas, después los afiches y ahora las gorras emblemáticas de las ligas norteamericanas de béisbol. En las barriadas pobres de Cali muchos han muerto disputándose un par de zapatillas Nike. Por ellas también se mueren a su manera los jóvenes de capas medias y altas de la ciudad. El zapato tenis es, al igual que el auto, la objetivación de la comodidad, la velocidad la potencia, la acción y la seducción. Todos atributos deseables en el cuerpo físico de un joven. Los tenis son, ante todo, un estado del cuerpo y una máquina de estimulación. Pero el cuerpo se agota en la repetición: la exposición continuada de la lengua al mismo sabor termina por hacerlo irreconocible, la repetición de las rutinas sexuales vacía el deseo, el mismo desayuno en las mañanas convierte en martirio el comer. El cuerpo sabe adaptarse a las circunstancias pero no se resigna a la repetición. Por eso cada promesa de sensaciones inéditas recicla al cuerpo en una nueva aventura de consumo. ¿Las últimas zapatillas no prometen un registro más elevado de confort y potencia? ¿Y no ocurre pronto que la novedad se desgasta cuando el cuerpo la apropia? Las docenas de pares de tenis tendidos bajo las camas de los Oidor González expresan al mismo tiempo la promesa y el naufragio del consumo vivido como aventura del cuerpo. Ante la desaparición del cuerpo esforzado que hollaba el mundo con su trabajo físico — cuerpo poderoso porque sabía procurarse estimulación y placer al desplegarse en y recrear el espacio— no queda otra alternativa que simular la experiencia de incorporarse a un lugar. La caricia, el tacto, el roce, sobre la piel se transforman en técnicas de estimulación corporal por excelencia. La ropa, las telas, los tenis, el viento que rodea el cuerpo mientras avanza la moto, el sudor en el gym, el sol del bronceado, el rito del tatuaje permiten vivir la ilusión del cuerpo integrando espacio. «El sentido de un espacio corporalmente vivido» puede reemplazarse por el habito de estimular la piel. Sino hay cuerpo que allane el espacio con su esfuerzo, que implica estimular el cuerpo al forcejear pacientemente con el espacio, entonces estimular la piel parece un sucedáneo adecuado. Basta recordar que la gimnasia pasiva (estímulos eléctricos a la piel y músculos) imita bien los efectos del esfuerzo físico corporal. Basta recordar también que
ciertos juegos electrónicos y de realidad virtual integran accesorios táctiles (guantes, trajes, segundas píeles) para mejorar la sensación espacial. La velocidad que contrae el espacio, la piel que suplanta al cuerpo y las técnicas de estimulación que se ocupan de la piel como enchufe señalan el curso posible del futuro: la disolución del cuerpo y del espacio. El tacto y la epidermis recrean la ilusión de espacio corporalmente vivido, en un mundo que ha olvidado el cuerpo-espacio de la lentitud y el esfuerzo. Las zapatillas Nike reproducen la sensación de la conquista del espacio a través de los pies. Los patines en línea son la victoria de la piel que se fusiona con la velocidad del viento. Igual la motocicleta in-corpora el espacio a través de la agitación de los cabellos, autenticas terminales táctiles. Ciudadanías corporales: lo que se juega el joven con el cuerpo. La encrucijada de los jóvenes urbanos me abruma. Por un lado, viven la maquina y la velocidad que nos despojan del espacio lanzándonos a trayectos rápidos-rutinarios en que el cuerpo-piel es prolongación y terminal mas no un operador. Por otro lado, poseen un cuerpo sano, vigoroso, mejor alimentado que nunca y al mismo tiempo tan vulnerable a la muerte azarosa en nuestras ciudades guerreras; no se resignan a morir sin darse gusto y se suman al frenesí a veces orgiástico, a veces místico, a veces lúgubre de quien sabe que morirá en dos semanas. Finalmente padecen la necesidad de espacios corporalmente vividos y la urgencia de sensaciones intensas que las industrias de bienes de consumo, las industrias culturales, las máquinas de desplazamiento físico y las tecnologías de estimulación de la piel han sabido aprovechar. Vivir la ciudad desde este cuerpo joven es —como el surfing— experiencia de vértigo, riesgo de muerte, exhibición personal y juego en que se resiste, se aprovecha y se vence a las olas del fluir urbano. Como los remeros y los surfistas, muchos jóvenes urbanos apropian espacios vitales usando principalmente el cuerpo. ¿Qué es lo que se juegan en el cuerpo y qué es lo que juegan los jóvenes urbanos hoy con el cuerpo? Desencanto y pérdida de horizontes existenciales, final de las utopías sociales, levedad y liviandad, cinismo, conformismo, aburrimiento y soledad juvenil, ¿son categorías suficientes para entender lo que con el cuerpo se juegan? Invirtamos la manera de preguntar. ¿No nos parecerían demasiado conformistas, privatizadas, cínicas, desencantadas, egocéntricas, livianas e individualistas unas ciudadanías que se expresaran en y a través del cuerpo? Una observación en la ciclovía de Cali permitió constatar que el de los jóvenes negros era quizás el cuerpo mas sobrediseñado y expresivo (ropa, movimientos gimnásticos, cortes de pelos, prótesis tecnológicas y accesorios varios). En su orden, el cuerpo de los jóvenes negros, el de las mujeres jóvenes y el de los patinadores parecía ofrecer un repertorio más amplio de posibilidades expresivas. Tres niñas-adolescentes negras y en patines tenían los mayores registros de diseño corporal (prótesis tecnológicas para la emoción y estimulación - gafas, walkman, patines; ropa expresiva - holgada y ajustada; cortes de pelo y trenzado; baile continuado y movimientos gimnásticos). La visibilización social trazada con el cuerpo tiene tanto de expresión ciudadana como los rituales ilustrados de protesta social: voto, marcha, asamblea, foro. El cuerpo puede ser tratado como un dispositivo expresivo-gestual dotado de posibilidades plásticas muy ricas
orientadas a elevar la expresividad y visibilidad social. Hay allí una política ejercida desde el cuerpo. Creo que lo que se juegan muchos jóvenes aturdidos de la velocidad y habituados al vigor del movimiento, resignados a la peste finisecular que disuelve los lugares, desencantados del desencanto y vueltos a desencantar, son unas ciudadanías del cuerpo. Bien. Habrá que aprender a leer estos cuerpos jóvenes que a su manera, están haciéndose lugar entre las ruinas de la ciudad.
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