El Cristianismo Celta Iv

  • November 2019
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EL CRISTIANISMO CELTA, O LAS LUCES DE IRLANDA: IV:

-------------------------------------------------------------------------------Dos siglos antes de que Offa alumbrara el aislamiento de Inglaterra contactando con el Imperio de Carlomagno, un monje llamado Columbano ya había desembarcado en las costas de Borgoña con 12 de los suyos, camino de la corte del rey Childbert. Una peculiar forma de cristianismo irradiaba como una antorcha en el centro del continente, y sorprendía a todo el mundo por su peculiaridad. Pero los papas y los obispos miraban con recelo a aquellos ermitaños vagantes, y pronto dirigieron sus esfuerzos contra el corazón mismo de aquella espiritualidad, que nacía de una Irlanda bárbara, cuyos contactos con la civilización mediterránea habían sido escasos siempre, y que ahora desarrollaba una espiritualidad brillante, a la par que custodiaba con su prosperidad y erudición los fundamentos de la cultura occidental. Guíen así las luces de Irlanda, nuestro camino a través de los siglos oscuros. CELTAS Y CRISTIANISMO: La pregunta de cómo llegó el cristianismo a las islas es difícil de contestar. Sabemos que, como religión oriental, llegó a Roma precedida de otros cultos que venían a satisfacer la demanda espiritual de las clases medias y cultas, y así solo entre estas gentes se expandió en un principio. Aprovechando la infraestructura urbana del imperio, el cristianismo se difundió a las ciudades de provincias como Hispania o la Galia. Tenemos pues una religión nueva que se expandía aprovechando el entramado del imperio, sus ciudades y su organización social, lo que daría lugar a una jerarquía eclesiástica, y a la estructuración de una tupida red de obispados con sede en las ciudades y con una jurisdicción territorial bien definida.

CRUZ DE DURROW: Esta obra maestra del arte irlandés es del siglo IX, y está ubicada junto a lo que fuera el monasterio de Durrow, fundado por Columba en el 553.

Es más que evidente que este sistema eclesiástico jamás podría cuajar en las islas, y mucho menos en Irlanda, en donde la romanización fue nula. Las ciudades eran inexistentes en la mayor parte del territorio, y la sociedad estaba poco jerarquizada. Y sin embargo el cristianismo, adaptándose a las características de aquellas sociedades, cristalizó de manera brillante. ¿Cómo pudo ser? A medida que en el imperio el cristianismo se hizo más popular, podríamos decir que se vulgarizó. Gentes ambiciosas y de precaria moralidad decían ser cristianas, con lo cual se fue difuminando el mensaje original, de humildad y sencillez. Surgen por ello una serie de personajes que deciden distanciarse de todo aquello. Basándose en los místicos anacoretas de oriente, marchan igualmente al desierto, intentando así acercarse al verdadero mensaje, lejos de las corruptelas que imperaban en Roma y en las ciudades de provincias. Los anacoretas de la Galia a un paso ya de Britania - al contrario que los místicos de oriente, vivieron en bosques y montañas, y en ellos encontraron habitantes, los paganos, con lo cual a su deseo de retirarse se unió el de predicar y convertir. Predicar primero con el ejemplo, para convertir después, adaptándose si es necesario a la espiritualidad del campesino o del pastor, “rebajarse para conquistar” que decían los padres de la Iglesia, convencidos de la superioridad del mensaje de Cristo. Fue este tipo de cristianismo, capaz de adaptarse al medio bárbaro, el que llegó a las islas. Sí es cierto que en las ciudades del sur de Britania hubo comunidades cristianas muy pronto, sin embargo el mensaje llegó más rápido y de forma más eficaz a las zonas menos romanizadas. “Regiones inaccesibles a los romanos pero accesibles a Cristo” que dijera Tertuliano en el siglo III, un hecho confirmado por nuestro cronista Beda. Así los celtas adoptaron el cristianismo con relativa facilidad, mientras que los romanos, acostumbrados a racionalizarlo todo, tuvieron serias dificultades para comprender el mensaje original, y cuando lo hicieron, lo adaptaron a las estructuras sociopolíticas del Bajo Imperio, convirtiéndolo en una forma de poder político, jerárquico y centralista, que justificaba guerras y fomentaba las ambiciones de la mayoría de los reyes bárbaros que ya empezaban a instalarse en occidente. El cristianismo que llegó a los lugares inaccesibles a Roma fue llevado por misioneros, muchas veces eremitas vagantes que se adentraron en la espesura de los bosques para predicar. Así sabemos que cierto Ninián, en el siglo V predicó, entre los pictos y britanos de la actual escocia, mientras su contemporáneo Patricio hacía lo propio con los paganos de Irlanda, abriendo sin duda camino a la exaltación cristiana del siglo VI, que traerá consigo innumerables fundaciones monásticas y el surgimiento de santos y mártires en todos los rincones celtas de las islas. Mientras tanto Roma intentaba organizar las comunidades cristianas de Britania a su manera, es decir, aprovechando la escasa estructura urbana de la isla, y tejiendo una red de obispados y parroquias que en absoluto resistió a la llegada anglosajona, con lo cual se vería obligada, andando el tiempo, a liderar la reconquista cristiana, ya en tiempos de Gregorio el Grande - finales del siglo VI -. PELAGIO:

En los primeros tiempos del cristianismo el sistema de conversiones fue un tanto anárquico. Aún no había un dogma oficial establecido, y así cada vez que un pueblo optaba por convertirse no era difícil que optara por una visión particular de la nueva fe. Surgen así innumerables herejías, o diferentes visiones del cristianismo, que tratan de hacerse un hueco en el ideario religioso del momento. Fue el cristianismo de Roma, apelando a la herencia de Pedro, quien intentó hacer valer sus tesis como oficiales y verdaderas frente a las incontables desviaciones que salpicaban Europa y el Mediterráneo. Una de estas herejías la protagonizó cierto Pelagio, cuyo origen bien pudo ser britano, y cuyas tesis calaron entre las poblaciones celtas de la isla. Sabemos seguro que predicó en Roma y el Mediterráneo durante más de 20 años, ganándose allí muchos adeptos, y chocando con las tesis de los santos Agustín y Jerónimo, que no cejarán en su empeño de conseguir la excomunión del hereje, y a quien tildarán peyorativamente de “escocés”, o “relleno de papilla escocesa”. Independientemente de su vida y de sus discusiones – más o menos refinadas – con los padres de la Iglesia, y para no extendernos demasiado, nos centraremos en su doctrina: Los dos puntos más conflictivos de su pensamiento tienen que ver con el pecado original y con la Gracia. Para Pelagio el pecado original viene de un acto de desobediencia que cometió un solo hombre, Adán en este caso, y que no tiene que implicar al resto de su descendencia. Con esto viene a decir que todos nacemos limpios de pecado, y no tenemos que pagar por los actos de un solo hombre. El ser humano no nace bueno o malo, por tanto, sino limpio y con capacidad de elegir su destino. Con esto Pelagio atribuye libertad individual al hombre – libre albedrío – a la vez que rechaza el maniqueísmo. No hay bien ni mal, sino que todo se funde en un todo homogéneo, que incluye no solo al hombre, sino a Dios. Si hablamos de libre albedrío negamos entonces la predestinación, chocando con el problema de la Gracia. ¿Qué es la Gracia? Pues podríamos definirlo como la salvación eterna que Dios ofrece al hombre por creer en Él. Dios sabe si alguien se salvará en base a la fe que le procese. Pelagio decía sin embargo que la salvación se consigue con obras. Solo con su propio esfuerzo, el hombre es capaz de salvarse, porque es libre. Sin mediación alguna de Dios, y mucho menos de la jerarquía eclesiástica. Ante semejante bombazo no es de extrañar que Pelagio y los suyos fueran expulsados de Roma por el papa. No volviéndose a saber de él. El Pelagianismo ganó adeptos en Roma, pero solo las clases cultivadas fueron capaces de entender su doctrina. Sin embargo en Britania caló tan profundamente en la sociedad céltica que el papa hubo de enviar al obispo Germán de Auxerre a combatir la herejía – y de paso a combatir por las armas a los pictos –. Lo cierto es que las tesis pelagianas coincidían con el espíritu celta en muchos factores, lo cual explica el éxito de su pensamiento en la isla. Para empezar el libre albedrío concuerda perfectamente con el espíritu libre e individualista celta, y con su sociedad horizontal y poco jerarquizada. En cuanto al valor de las obras y la voluntad como medio de salvación está en relación directa con las proezas inhumanas de los héroes mitológicos en su busca de la perfección. Así no solo nos

encontramos a los esforzados héroes del Grial sino a los propios monjes celtas, cuya austeridad y rigor son casi legendarios, creyéndose capaces incluso de cambiar la intención divina solo con su sacrificio. El Pelagianismo desapareció de Britania, sin embargo el cristianismo celta tendrá muchos puntos en común con esta herejía, aún en el caso de que muchos de estos monjes apenas habían oído hablar de Pelagio. Simplemente se trata de dos formas de espiritualidad cristiana que los celtas adoptaron en uno u otro momento, aunque sin influencia mutua. PATRICIO EN IRLANDA: Contemporáneo de Pelagio, y de Germán de Auxerre fue el britano Patricio, a quien se atribuye la cristianización de Irlanda. Sin embargo a la antigua Hibernia ya habían llegado anónimos misioneros, y es bastante probable que hubiera comunidades cristianas allí desde antes. Es seguro que Patricio tuvo un precursor en la persona de Palladio, enviado por el mismo papa en calidad de obispo, y por tanto, para organizar comunidades ya existentes. Nada sabemos de la vida del obispo allí, salvo, que quizá, no tuvo mucho éxito, ya que en el 432 encontramos a Patricio predicando a los scottos de Irlanda. Sabemos que nació en torno al 387 entre los britanos de Strathclyde, y que era hijo y nieto de clérigos. Contando con pocos años fue raptado por los scottos, que como ya hemos visto, eran piratas entre otras muchas cosas, y permaneció en Irlanda varios años, hasta que logró escapar. Su estancia en la isla como siervo de un mago, quizá un druida, sin duda le hizo conocer bien la religión de estos pueblos, lo que luego aprovechó en su predicación, sintetizando los principios celtas con los cristianos - aquí está la clave de su éxito -. Tras algunos años en Auxerre y Roma, Patricio regresará a Irlanda en calidad de obispo, para organizar y convertir a aquel pueblo que tan bien conocía. Sabemos que predicó en la región del Ulster, en donde logro algunas conversiones importantes. Patricio hizo que el cristianismo se adecuara a las necesidades espirituales de los scottos, renovando de alguna manera los principios druídicos, que por aquellas fechas parecían estar en decadencia. En aquel momento los fili (o filidh) parecían haber asumido algunas de las funciones de los druidas. Los fili eran miembros de la clase culta, y parece ser que se encargaban de las labores de adivinación, así como de la narración de historias y de la poesía. Con el tiempo fueron arrinconando no solo a los propios druidas sino a los bardos - en calidad de poetas cultos -. En este momento llegó Patricio, quien en mitad de la pugna quiso ponerse al lado de los fili, de quienes aprovecha su mayor vigor místico. Así va expandiendo su mensaje, convirtiendo a muchos de ellos, que veían en el cristianismo un arma poderosa para imponerse a los druidas. Patricio además siempre respetó su sabiduría, y jamás quiso imponerles nada por la fuerza. De este modo los fili le dieron su apoyo y adoptaron la nueva religión de modo natural, adoptando sus postulados y principios, y protagonizando, sin saberlo, una regeneración espiritual sin precedentes en Irlanda. Patricio, sin embargo, creó en la isla un entramado cristiano igual que el que se estaba desarrollando en las provincias del imperio, a la romana o basado en la supremacía del obispado. Dicha organización no se mantuvo en absoluto y

desapareció por completo tras su muerte. Sin embargo el barniz cristiano perduró en buena parte de la isla. Desapareció la infraestructura pero el mensaje se mantuvo, por lo que los scottos organizaron el nuevo credo a su manera, adaptando el cristianismo a su sistema social y político. Así poco después tenemos a la santa Brígida dirigiendo un monasterio mixto en calidad de abadesa, algo impensable en el continente. El cristianismo celta de Irlanda, tan peculiar, comienza su andadura. LA ORGANIZACIÓN MONÁSTICA: La construcción del cristianismo scotto tuvo en el monasterio su piedra angular, y en el abad su máximo dirigente.. Los monasterios ejercían jurisdicción sobre un territorio y no solo en el ámbito espiritual, sino político y económico. Ese territorio se conoce como Paruchia, y era gobernada por el abad. Se crea así una infraestructura eclesiástica perfectamente adaptada a un mundo sin ciudades, y que pasa de la Edad de Hierro a la Edad Media cristiana sin transición alguna. El abad gobernaba su territorio por encima incluso de los obispos, cuya misión, entre otras, era ordenar, pero no dirigir. Encontramos así en el abad poderes religiosos y políticos, fundiéndose en su persona la figura del rey y el druida. No en vano muchos abades eran príncipes y fili a un tiempo, portando a la vez la autoridad del rey y del druida, como es el caso de Columba, abad de Iona, y de quien nos ocuparemos más adelante. MONASTERIO DE GLENDALOUGH, fundado por san Kevin en el siglo VI. El monasterio irlandés era en realidad una aldea, con chozas independientes alrededor de un templo. Solo este último edificio estaba hecho en piedra, al menos en parte. Cada una de estas aldeas estaba dirigida por un abad ordenado sacerdote, o por una abadesa, y existían así mismo comunidades mixtas. Cada comunidad mantenía relaciones con otras cercanas, creando una tupida red de cenobios en el que no eran raras las disputas jurisdiccionales. Debemos saber que la mayoría de los monjes celtas eran miembros de la clase guerrera de sus respectivas tribus - incluso estaban obligados a un servicio militar -. Los monasterios además podían representar a determinado clan o tribu, siendo su abad un representante de la realeza. Así sabemos que a finales del siglo VII tuvo lugar una batalla entre los monasterios de Clonmacnoise y Durrow, en donde hubo cientos de muertos. El carácter guerrero de monje irlandés no era lo único que le diferenciaba de los cenobitas del continente. Y es que había muchos otros matices y diferencias con respecto al cristianismo romano, que si bien, nunca llegaron a incurrir en herejía, si causaron quebraderos de cabeza a los papas, empeñados por aquel entonces en homogeneizar el culto en toda la cristiandad occidental Para empezar, la sola visión de un monje celta llamaba la atención a los cristianos romanos, pues practicaban una tonsura diferente, afeitándose buena parte de la frente, de oreja a oreja, a veces con flequillo delante y larga melena detrás.

Independientemente de las diferencias estéticas - escondan lo que escondan detrás -. Los contrastes más acusados, a parte de la organización, tienen que ver con la doctrina. El monje celta llevaba una vida de gran austeridad. Como sí mediante el sacrificio pudieran cambiar, o moldear la voluntad de Dios. Conservamos algunos penitenciales que espantan por su severidad, y que incluyen latigazos por toser durante las comidas o por tropezar en el altar, así mismo otros sacrificios incluyen dormir una noche con un cadáver, sobre camas de ortigas, cáscaras de nuez o en el agua. La capacidad para hacer cambiar la voluntad divina mediante la penitencia les permitía, no obstante, cometer ciertos pecados, de cuyo castigo eterno podías librarte mediante el correspondiente castigo- cada mala acción tenía su precio -. Así por la mortificación y las obras conseguían la salvación, dejando a Dios al margen, lo cual nos lleva directamente al libre albedrío que Pelagio concedía al hombre. Y nos recuerda los logros físicos de los caballeros del Grial, por ejemplo, o del ciclo del Ulster, en donde la divinidad era fría y distante, y en donde el hombre debía lograr, mediante sus hazañas, cambiar el destino del mundo si fuese preciso. Nos encontramos pues ante verdaderos héroes, hombres y mujeres de oración capaces de cambiar su destino. Y digo mujeres porque hubo abadesas con el mismo poder que cualquier abad, y, por su puesto, con mayor potestad que cualquier obispo, lo que nos indica algo que ya sabíamos, y que tiene que ver con el grado de autonomía y libertad que la mujer tenía en el mundo celta. Sabemos que las mujeres celtas gozaban de gran consideración en el ámbito doctrinal, participando incluso en los ritos, lo que chocaba fuertemente con la misoginia desatada de la mayoría de los padres de la Iglesia. Vistas estas diferencias de base, que desde luego no son las únicas, hay un factor más que definitivamente hizo que los papas se pusieran alerta. Se trata de la expansión del cristianismo celta, hacia Britania y hacia el continente. Es la peregrinación por amor a Dios. Para Roma un desafío, y para los celtas, una nueva hazaña

DE COLUMBA EN IONA A COLUMBANO EN EL CONTINENTE Al igual que los héroes de los mitos célticos, los monjes de Irlanda también partieron en busca de aventuras. Esta acción de salir de su patria, que tenía algo de proeza y también de sacrificio, estuvo siempre en la mente del monje. Sabemos que Brandan de Clonfert se aventuró por el Atlántico hacia el oeste, y que otros monjes irlandeses descubrieron Islandia antes que los vikingos. Aunque la gran labor del cristianismo celta tuvo lugar con las fundaciones monásticas continentales, como veremos. El gran precedente de esta peregrinación lo encontramos en la exitosa aventura de un monje llamado Columba, Collum Cill en gaélico. Columba nace hacia el 521 en el norte de Irlanda. De estirpe real, era además un fili, y por tanto gran conocedor de la religión druídica. Dotado de poderes religiosos y políticos, el rey sacerdote, parte hacia las islas de Escocia y funda allí un monasterio, en Iona.

Columba era de la dinastía de los reyes de Dal Riada, que como sabemos, era un doble reino situado parte en Irlanda y parte en Escocia. La isla de Iona sirvió no solo como puente entre ambos, sino que fue el punto de donde partió la evangelización de los britanos, pictos y sajones. Así Columba contribuyó a la cristianización de Britania y a la expansión de Dal Riada como entidad política, lo que indudablemente contribuyó a la gaelización de Escocia. Columba muere en el 600, sin embargo el legado que dejó le sobrevivirá con creces. Iona siguió ejerciendo gran influencia sobre Britania. Además se copiaron y recopilaron libros que se creían perdidos en el continente - el propio Columba era un gran copista – y mientras Europa vivía su particular oscuridad, Iona e Irlanda entera guardaban en sus anaqueles obras vitales para el resurgir de la civilización durante la plena Edad Media. Llena Irlanda y Britania de monasterios celtas, y con los papas enviando a toda prisa legados a Kent para convertir a los anglosajones, nuestros monjes deciden pasar al continente. Pronto lugares como la Galia, la actual Suiza o Italia se llenarán de monjes celtas que vagarán por los caminos, hablarán con los reyes y sobre todo fundarán monasterios. El más destacado de todos ellos fue Columbano. La vida de Columbano es todo un ejemplo de las virtudes celtas que antes apuntábamos. Más joven que Collum Cill, nace hacia el 543 en la región de Leinster. Aunque la labor más importante del monje tuvo lugar en el continente, no hemos de olvidar que no salió de Irlanda hasta pasados los 40 años, por lo que hemos de suponer que adquirió en su tierra natal una sólida formación. Así fue, de hecho, y estuvo en varios monasterios antes de embarcarse con 12 compañeros – ya lo hiciera así en tiempos Collum Cill o el propio Brandan de Colfert – hacia donde su curragh, la típica embarcación celta de cuero, quisiera llevarles. En el año 590 aparece en la costa francesa, y pronto en la corte de Borgoña, en donde su rey le permite fundar un monasterio. Columbano encontrará el lugar ideal en la región de los Vosgos, una zona salvaje y poco habitada, en donde encontró los restos de una fortaleza romana que se convertiría en el primer monasterio celta en el continente, Annegray. COLUMBA, fundador, entre otros, del monasterio de Iona. De estirpe real y conocedor del saber druídico, fue uno de los santos capitales del panteón céltico – cristiano. Después vendría otra fundación, Leuxeuil, ante el número de adeptos que decidían unir su destino al de aquellos extraños monjes extranjeros, y ante la necesidad de predicar a los campesinos y nobles que por allí se acercaban. Gentes, paganas o cristianas, que quedaban deslumbrados ante el quehacer sobrio y continuo de los irlandeses, y que veían en estos monasterios una luz innegable frente a la oscuridad y al caos en el que estaban sumidos los reinos

francos - no muy diferente al desbarajuste anglosajón visto en el capítulo anterior -. Este éxito trajo varias consecuencias, a nuestro modo de ver: la primera de ellas viene a propósito del éxito de las comunidades monásticas por él fundadas. La atracción de gentes hizo que se perdiera parte del sentido original de los monasterios, que debían estar en el desierto - es decir alejados de la gente -, por ello Columbano pasa varios meses al año haciendo vida de anacoreta en una cueva - al estilo de los santos celtas, cuyas ermitas están esparcidos por todos los acantilados y riscos de las islas -. Este alejamiento del mundo no le impedía seguir ejerciendo potestad sobre los monasterios, y desde su retiro enviaba mensajeros que informaban de su voluntad. Este gobierno por parte de Columbano sobre sus monjes nos lleva directamente a la creación de una Regla, para organizar las cada vez más numerosas comunidades. Basándose en sus maestros irlandeses, y acorde con el espíritu cristiano celta, instituye una Regla de gran austeridad y rigidez, lo que nos lleva a una última y fatal consecuencia, y es el recelo con el que algunos miembros de la corte empezaron a mirar a los monjes extranjeros. Unos monjes que criticaban abiertamente la baja moralidad de la corte borgoñona, y del clero que la toleraba clérigos romanos, se entiende -. Sabemos que obligó al rey Teuderico II de Borgoña a renegar de sus numerosas amantes y a quedarse tan solo con su esposa, o que se negó a bendecir a sus bastardos. Los obispos veían molestos como los irlandeses anteponían la voluntad de su abad a la suya, y ante la presión de la corte y del papado deciden celebrar un concilio para intentar colocar a las díscolas comunidades irlandesas bajo su tutela - algo que por las mismas fechas estaba intentando San Agustín en Britania, con idéntico resultado -. Columbano ni se molestó en acudir, y tras una serie de circunstancias desagradables, en donde habrá persecución y cárcel, el viejo abad parte hacia nuevos horizontes, en pos de nuevas aventuras que acabarán por llevarle al lago Constanza, en la actual Suiza. En aquella apartada región fundan otra comunidad, que con el tiempo acabará llevando el nombre de uno de los compañeros de Columba, llamado Galo. Nada sabemos de las discrepancias personales entre los dos monjes, ignoramos obviamente la calidad de su trato, o si Galo acataba bien las órdenes del abad, el caso es que la expedición quedó dividida, y mientras galo se quedó junto al lago con otros tantos, Columba marchó al sur, no sin antes imponer una severa penitencia a su compañero, - supongamos pues que alguna desavenencia hubo -. La penitencia consistía en que Galo no podría impartir misa hasta que él no hubiera muerto. Queda pues una comunidad en aquel perdido rincón de Austrasia, mientras el viejo Abad parte hacia Italia. En el norte de la península se habían establecido los lombardos. Columbano será recibido por su rey Agilulfo, quien pronto optará por la conversión - era ya cristiano pero en su vertiente arriana -. Después el viejo abad recibió unas tierras en los Apeninos, y allí, sobre las ruinas de una antigua iglesia, levantó su último monasterio y quizá el más significativo, Bobbio, cuya labor e importancia superó con creces la vida del viejo abad, que llegaría a su fin pocos años después, en el año 615, y con él la aventura celta en el continente, pues aunque sus fundaciones continuaron funcionando y gozaron de gran esplendor en

Europa, le regla de Columbano se fue extinguiendo con los años ante el empuje de otra más sencilla y llevadera, que predicaba humildad frente a la cruel austeridad de los celtas. La Regla de san Benito fue así expandiéndose por Europa de manera natural, e incluso los monasterios de Luxeuil, San Galo o Bobbio con el tiempo, se acoplaron a la nueva Regla que llegaba de Roma, que se imponía ya sin duda en el continente. Ahora le tocaba el turno a Britania y a la propia Irlanda.

DEL SÍNODO DE WHITBY AL FIN DEL CRISTIANISMO CELTA: En efecto, apenas medio siglo después de que los monjes celtas del continente tuvieran que someterse a la regla benedictina y a las directrices de los obispos y de Roma, los monjes isleños correrían la misma suerte. Ya hemos visto como san Agustín de Canterbury trató de convencer a los abades y monjes de Britania e Irlanda para que se colocasen bajo la tutela romana, sin resultado alguno. Hay que tener en cuenta que en aquel momento los anglosajones aún no habían abrazado la causa cristiana romana, así que los celtas andaban a sus anchas sin presión alguna por su parte. Mientras fueran paganos, ellos podrían seguir firmes en su peculiar modo de ver el cristianismo. Así nos encontramos a monjes y misioneros celtas en Escocia, en la Galia o en lugares tan remotos como Islandia, mientras dejaban a los ingleses ajenos a su mensaje - al menos a la mayoría de ellos -. Los cristianos romanos, sin embargo, pronto se lanzaron a la cristianización de Inglaterra. Si desde Roma era difícil controlar a los díscolos scottos y britanos, los anglosajones lo harían por ellos, como así fue. Como ya hemos visto en el capítulo previo, a la conversión de Ethelbert de Kent y de buena parte del reino, siguieron otras como la de Edwin de Northumbria y otros tantos, lo cual motivó la entrada en escena de los monjes de Iona, para contrarrestar de alguna manera los éxitos romanos, y logrando algunos triunfos importantes en Northumbria, plasmados brillantemente en la cristianización para su causa de los futuros reyes Oswald y Oswiu. Pero estos logros no serán suficientes. El cristianismo romano había cristalizado con fuerza en Canterbury, y tanto sus monjes, como el resto de los reyes ingleses presionaban cada vez más a los northumbrios y a los propios celtas para que abandonaran sus creencias. En la corte de un dubitativo Oswiu, en el 664, tendrá lugar el sínodo de Whitby, en donde representantes sajones y celtas debatirán los pormenores de su doctrina, y en donde el rey northumbrio, como buen político, eligió la causa de los que a todas luces estaban destinados a vencer. De este modo, al igual que el resto de sus hermanos anglosajones, Oswiu – y pronto el resto del reino – optaron por el cristianismo romano. Sin duda esta decisión, a los celtas, no les hubiera importado nada en absoluto de no ser por que el poder anglosajón era ya demasiado importante. La mayor parte de Britania estaba ya en manos inglesas, y lo que era peor, estos ingleses eran católicos. Roma había logrado su objetivo, y los sajones ahora terminarían el trabajo que ellos no pudieron hacer. Legitimados por los papas, la presión sobre la

Céltica se hizo insoportable. Así poco a poco, las comunidades desobedientes se fueron colocando bajo la tutela de Roma y de Canterbury. El puente entre las dos islas, el monasterio de Iona, se someterá en el 716, llegando de este modo la influencia romana a la propia Irlanda. Sin duda esta alineación en el bando romano por parte de las comunidades célticas fue un hecho verídico, sin embargo más de dos siglos de un cristianismo celta, que bebía además de fuentes milenarias, no podían borrarse en unos años. Sabemos que en el norte de Irlanda fue el Cister quien erradicó los últimos vestigios - hablamos del siglo XII -. Lo cual no impidió que el recurso al genocidio fuera usual desde los tiempos de Enrique II Plantagenet hasta el siglo XX. Es decir, la eliminación física como única manera de extirpar una idea, de aniquilar un concepto que a pesar de todo se mantiene, debilitado pero firme, en los rincones más remotos de las islas. PÁGINA DEL LIBRO DE KELLS, del año 800, que nos da una idea del grado de desarrollo cultural y artístico de los monjes irlandeses. Fin del trabajo.

Quiero agradecer a Mario y a Ana su ayuda en temas de literatura inglesa, y también al gran conversador Javi (Funky), que me habló de sus aventuras y hazañas por las Hébridas e Irlanda.

© Carlos de Miguel Todos los derechos reservados. Aviso Legal Contacto: [email protected]

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