AUTONOMÍA FEMINISTA Aportes para la construcción del movimiento feminista en Chile, 2018
AUTONOMÍA FEMINISTA Aportes para la construcción del movimiento feminista en Chile, 2018
AUTONOMÍA FEMINISTA Aportes para la construcción del movimiento feminista en Chile, 2018
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EDITORIAL Desde pequeñas, desde pequeños, se nos relatan historias de enemistad entre Argentina y Chile. Historias de guerras y traiciones. Nacionalismos sin sentido. Todo protagonizado por hombres que dirigen países y vidas. A contrapelo de esa historia que no es nuestra, las feministas de cada lado de la cordillera tenemos nuestra propia historia, invisibilizada sin duda, pero una historia compartida: una lucha cotidiana por recuperar la soberanía sobre nuestros cuerpos y vidas, aquella que nos empuja desde siglos a bregar por nuestros derechos. Luchamos para educarnos formalmente y votar, por condiciones laborales dignas, por el derecho a decidir, ¡y hasta para que no nos maten!
El 8 de marzo de este año la lucha de las mujeres, la lucha feminista fue oída por todas, y lo fue porque alzamos la voz. En Chile tuvimos un mayo que volcó a comunidades educativas enteras a terminar con el sexismo en la educación. Miramos como en julio en Argentina se movilizaban y lograban que el derecho a decidir se tomara todos los espacios. Cómo no sentirnos convocadas a seguir luchando. Cómo no saber que lo nuestro no es una excepción sino parte de un movimiento que no tiene fronteras. Como no sabernos parte de una misma historia. Y cómo no querer compartir nuestras reflexiones y experiencias para seguir haciendo historia.
INDICE
I. Feminismo socialista No hay nada revolucionario en “lo natural” ni en lo arcaico
13
Qué feminismo para la emancipación: breves lecturas del Chile actual para el avance de la huelga feminista
17
Del feminismo y la construcción de la izquierda para el Siglo XXI
23
Lucha feminista: aportes desde la izquierda militante
25
El feminismo como posibilidad de ampliación democrática
33
Disputar el legado de Julieta Kirkwood
41
Revolución, feminismo e izquierda en el cambio de siglo
47
Feminismo en chile: una crítica sistémica desde el sur
51
Feminismo y revolución
57
II. Ola feminista 2018 El nuevo gabinete, el feminismo y el carácter de la oposición
63
La oleada feminista y la crisis de la democracia en Chile
67
Una oposición feminista: alternativa ante los avances conservadores
69
¿Para qué ser una (diputada) feminista?
73
III. Aborto La demanda del aborto desde el feminismo socialista
79
Rearticular la lucha por el aborto libre desde el estallido feminista
83
¿Por qué abortan las mujeres? La verdad de los embarazos no deseados y la maternidad forzada
89
IV. Educación no sexista ¿Qué pasa con la educación sexual y de género en las escuelas?
95
VIH y la falta de Educación Sexual Integral en Chile
99
Educación no sexista es educación pública democrática
101
Ni biombos, ni patriarcado en las aulas: reflexiones sobre la educación de las mujeres en chile
103
V. Violencia Madres negligentes o víctimas del patriarcado: Uno más de los problemas éticos del Sename
113
Las fronteras del femicidio
115
Consentimiento y patriarcado: Que no haya resistencia física no significa que no sea violación
117
El crimen contra Joane Florvil y las “malas madres”
121
I
FEMINISMO
SOCIALISTA
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DANIELA LÓPEZ LEIVA
No hay nada revolucionario en “lo natural” ni en lo arcaico. En el siglo XX, en el campo de la filosofía política, se dio un debate intenso entre liberales y comunitaristas, cuyo punto de mayor tensión puede hallarse en la defensa, por parte de los primeros, de políticas abstractas y universalistas versus la defensa de políticas concretas y particularistas, por parte de los segundos. Mientras el liberalismo individualista planteaba que los seres humanos son primero individuos y sólo más tarde se integran a la sociedad desde el estado de derecho y el mercado, los comunitaristas contestaban que esta era una visión limitada y moralmente empobrecida del bien humano, porque, entre otras cosas, dejaba de lado el concepto moderno de identidad, asociada a la diferencia que se porta y a las particularidades únicas de cada grupo, afectando con ello a las culturas minoritarias. Los comunitaristas sostenían que lo propiamente humano solo se daba en la pertenencia a una comunidad como un espacio común de identidades fijas y bienes compartidos, en contra de las orientaciones universalistas de los liberales. Es importante tener en consideración este marco de referencia general para situar filosóficamente una de las principales disputas existentes al interior del feminismo: aquella desarrollada entre feminismo liberal y feminismo comunitarista1. Lo que allí se enfrenta, siguiendo los argumentos apuntados, son las políticas universalistas del feminismo liberal con la reivindicación de identidades y esencias particulares realizada por el feminismo comunitarista. Sin embargo, lo que me gustaría resaltar en esta ocasión, es que más allá de las efectivas oposiciones entre ambas corrientes, hay un punto en que coinciden y es en su incapacidad para subvertir realmente el orden conservador del capitalismo patriarcal, lo que no sorprende cuando hablamos de feminismo liberal, 1 Es menester señalar que “comunitarismo” no es “comunalidad”. No desarrollaré la diferencia
entre ambos conceptos, debido al objeto de este texto, pero cabe consignar dicha diferencia. Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/no-hay-nada-revolucionario-en-lo-natural-ni-en-lo-arcaico/
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pero que choca cuando lo asociamos al feminismo comunitarista, tan apasionado en su retórica anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal. El feminismo comunitarista al que me refiero, que tiene en Julieta Paredes a una de sus principales representantes2, en contra del universal masculino/capitalista/colonial y del feminismo liberal portador de categorías universales abstractas, reivindica las particularidades y prácticas situadas de culturas e identidades específicas que entiende como fijas y esenciales (mujeres, por ejemplo). En estas versiones, entre frecuentes analogías con la “madre tierra” y con el orden de “la naturaleza” en general, las mujeres se entienden desde la vindicación de la alteridad, como portadoras de una esencia particular, vinculada a la biología, la reproducción y los cuidados. En este sentido, los feminismos comunitaristas tienden a promover un “volver a lo natural” como si ello fuera aspirar a formas superiores de existencia, llaman a reivindicar nuestros cuerpos de mujeres, a la adoración de la vulva y del ciclo menstrual, insisten en que rechacemos los métodos anticonceptivos porque son parte del capitalismo farmacológico y en que volvamos a la anticoncepción natural. En definitiva, este feminismo propone que tomemos la biología como lo que nos constituye como mujeres. Ahora bien, es preciso anotar que desde el pensamiento conservador se defiende igualmente que las mujeres somos portadoras de una diferenciación natural/biológica que define nuestra identidad. Sectores de la clase dominante, mediante sus universidades confesionales, medios de comunicación, iglesias y una numerosa literatura de autoayuda, promueven miradas esencialistas de lo que es ser mujer y 2 Véase de Julieta Paredes, Hilando Fino desde el Feminismo Comu-
nitario, Comunidad Mujeres Creando Comunidad y CEDEC, La Paz, Bolivia, 2008. http://mujeresdelmundobabel.org/files/2013/11/ Julieta-Paredes-Hilando-Fino-desde-el-Fem-Comunitario.pdf
rechazan, por ejemplo, la anticoncepción y sus métodos, resaltando los valores de lo femenino. Lo paradójico, sin embargo, no está en eso, sino que desde una vereda que se piensa y se define antagonista a dicho orden conservador -como el feminismo comunitario al cual hago referencia- se defiendan desde abajo, desde la subalternidad, estas ideas conservadoras que configuran el orden de lo femenino. Ante esto, no deja de ser interesante pensar por qué en pleno siglo XXI este tipo de discursos cobran tanta fuerza y atraen a una cantidad no menor de feministas y mujeres en general. Sin duda, la respuesta se halla en la crisis de la civilización capitalista y las renuncias del pensamiento moderno. En ese sentido, el feminismo comunitarista debiera comprenderse dentro de un conjunto de fenómenos asociados como el auge de filosofías espiritualistas, modas orientalistas y fanatismos religiosos de distinto cuño que emergen, en parte, como reacciones contra las dimensiones más devastadoras de la modernidad capitalista. Sin embargo, la comprensión del fenómeno no implica la renuncia a la crítica y conviene aquí recordar las palabras de Marx a propósito de las miradas que idealizaban el pasado arcaico: “no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica […] No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado
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social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala”3. En definitiva, el problema es cuánto pierde el feminismo asumiendo este tipo de posturas y cómo se vuelve un pensamiento conservador que deja a los seres humanos y en particular a las mujeres relegadas a un ingenuo pero no menos pernicioso universo de lo natural. Contra ello, resuenan las palabras de Simone de Beauvoir: “la situación no depende del cuerpo, es este el que depende de aquella”; es decir, no hay nada “natural” que nos defina como mujeres, porque no nacemos mujeres, nos hacen mujeres para nuestra incuestionable subordinación”. Si queremos un feminismo que permita desestabilizar lo femenino y rebelarnos contra el orden injusto que nos narra desde una biología divina que naturaliza nuestra opresión, tendremos que emprender la crítica permanente de todas aquellas derivas que conduzcan al reforzamiento del orden de lo natural y de lo arcaico. En ese ejercicio crítico radica la posibilidad misma de pensar la revolución y la subversión desde el feminismo.
3 K. Marx, “La dominación británica en la India”, véase: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/25-vi-1853.htm
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DANIELA LÓPEZ LEIVA y SOFÍA BRITO VUKUSICH
Qué feminismo para la emancipación: breves lecturas del Chile actual para el avance de la huelga de mujeres. Introducción Este 8 de marzo fue clara muestra de que el feminismo como herramienta de lucha volvió a las discusiones de la izquierda para desordenar e interrogar las premisas históricas sobre las cuales se articulaban nuestras organizaciones sociales y políticas. La constante interpelación al feminismo como un foco de fracturas de la clase trabajadora se subvierte por la posibilidad de articulación de las diversas expresiones de esta misma. Una concatenación de sus agobios, opresiones y, por sobre todo, sus resistencias, sin la suplantación que invoca la jerarquización de identidades. El re-pensarnos como izquierda es vital, entendiendo el clivaje que entregan los feminismos para comprender la totalidad de un sistema de explotación, dominación y alienación, ante el cual, sin reconocer las dimensiones de la interpelación de género que le subyacen, permaneceríamos miopes. Es en esta línea, que se hace necesario dialogar respecto a cómo histórica y actualmente se han desarrollado los procesos de acumulación originaria y acumulación por desposesión de los cuerpos feminizados en el desenvolvimiento del capital. Este texto expresa algunas breves lecturas en la línea de aportar a dicha tarea, y desde ahí proyectar nuestro quehacer político para pensar por qué, cómo y desde dónde perspectivar la necesidad del avance hacia una huelga general de mujeres.
Nuevas formas de acumulación originaria El capitalismo en su fase neoliberal se desenvuelve a través de una ampliación de la reproducción social del capital, por ello, como señala Tithi Bhatthacharya “el Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/que-feminismo-para-la-emancipacion-breves-lecturas-del-chile-actual-para-el-avance-de-la-huelga-de-mujeres/
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espacio de producción de valor (punto de producción) y los espacios para la reproducción de la fuerza de trabajo, pueden estar separados en un sentido estrictamente espacial, pero en realidad están unidos tanto en sentido teórico como operacional” 1. La acumulación por desposesión se muestra como forma de explotación a través del despojo de la economía familiar en los hogares y en los servicios públicos, por vías como la privatización de los derechos sociales: acceso a la vivienda, salud, educación, pensiones, entre otros, así como también la mercantilización de los recursos naturales, y la financiarización de la clase trabajadora, en tanto se fomenta la privatización y mercantilización de la reproducción de la vida cotidiana, mediante el endeudamiento, que no solo se expresa en el espacio remunerado sino también en la educación superior (futura clase trabajadora) con créditos universitarios y acceso a cuentas corrientes bancarias para consumo sin percibir salarios aún. En este sentido, la acumulación primitiva se entiende no sólo como un período a partir del cual emergen las relaciones sociales capitalistas, sino también como un acto histórico constitutivo de las relaciones sociales capitalistas como una totalidad. En esta línea argumentativa Marx, al hablar de separación/despojo determina la concepción del capital, constituyéndolo como un modo de producción basado en la perversión de la práctica social humana, en que la concentración de los medios de producción en manos de los no productores, configura una relación poder en que la producción domina a la humanidad, y no se desarrolla como actividad libre2. Cinzia Arruzza dialogando con Marx y afirmando que el patriarcado y el racismo no son sistemas autónomos sino constitutivos Tithi Bhattacharya, Reproducción social del trabajo y clase obrera global
Véase de Marx Karl, El Capital, Tomo I [Vols. 1, 2, 3], Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002. p. 99.; y de Werner Bonefeld, “La permanencia de la acumulación primitiva: fetichismo de la mercancía y constitución social”, Revista Theomai, n°26, 2012, p. 68.
del capitalismo, insiste en la necesidad de considerarlo “no como un conjunto de leyes puramente económicas, sino más bien como un orden social complejo y articulado, un orden que en su núcleo consiste en relaciones de explotación, dominación y alienación” 3. Una totalidad en movimiento. En Chile, estas nuevas formas de acumulación originaria se inician con las diversas reformas implementadas durante la dictadura: la desnacionalización del cobre en 1984, el nuevo sistema educativo creado entre 1980 y 1981, la creación del sistema de capitalización individual de las AFP’s en 1980, la creación del código de aguas, etc. Sin embargo, y vale la pena retenerlo, la profundización y estabilización de las relaciones sociales de dominación de la nueva fase de modernización capitalista se realiza durante los gobiernos de la Concertación, que avanzan todavía más allá de la línea trazada por la dictadura en lo que se refiere a privatización de derechos sociales y transferencias de recursos públicos a empresas privadas. Ciertamente, es durante la transición que se consagra el carácter subsidiario del Estado, el que se sustenta, por una parte, en la negación de derechos sociales universales, vía desmantelamiento de los servicios públicos, mercantilización de áreas de la reproducción vital otrora ajenas al circuito del capital (educación, salud, pensiones, vivienda), focalización del gasto social exclusivamente en los sectores más pobres a través transferencias directas (bonos) y abandono de la población “no pobre” (pero no por ello menos “precaria”) a resolver su reproducción vital en el mercado sin ningún tipo de protección y, por otra, en una suerte de “capitalismo de servicio público”, donde la acumulación de capital es subsidiada por el Estado a través de la compra de
2
3 Cinzia Arruzza, Género y Capitalismo. Debate en torno a Reflexio-
nes Degeneradas., Grupo de Estudios Feministas. 2017, pag. 26.
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servicios sociales a empresas privadas4, quedando en evidencia la relación que se traba entre conculcación de derechos y acumulación de capital. Si a esto le sumamos que la recaudación de los ingresos del Estado se efectúa en gran medida a través del IVA, es decir, por un impuesto universal al consumo que no diferencia la riqueza de quien consume, se evidencia cómo una parte considerable del salario de la clase trabajadora va, vía impuestos y traspaso de recursos públicos a empresas privadas, a engrosar la acumulación de capital. Así las cosas, el gasto estatal no significa una mejora en las condiciones materiales de la vida de la población, sino que al contrario, sostiene y preserva un marco institucional apropiado, como señala David Harvey, para el desarrollo de la propiedad privada, para la ganancia empresarial y para la acumulación del capital: “tiene que garantizar la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados” 5. Es precisamente en este contexto, de extrema mercantilización de todas las dimensiones de la vida, que las luchas por la recuperación de los derechos sociales adquieren un indesmentible contenido anticapitalista, en tanto permiten abrir un enfrentamiento directo contra la acumulación del capital que se genera, precisamente, a partir de áreas indispensables para la reproducción vital. De allí su centralidad Véase de Carlos Ruiz, De nuevo la sociedad, Santiago, LOM, 2015; y de Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, Los chilenos bajo el Neoliberalismo. Clases y conflicto social, Santiago, Fundación Nodo XXI y Ediciones El Desconcierto, 2014.
táctica, pero también, su sentido estratégico, en la lucha por la superación del neoliberalismo.
Habría que añadir a todo este diagnóstico, que la acumulación por desposesión se manifiesta de forma diferenciada en función del binarismo de género: son los cuerpos feminizados los que sustentan las labores más precarizadas, reciben las pensiones más bajas6, tienen que sostener el trabajo reproductivo de manera gratuita y en ello, los cuidados no solo cotidianamente sino también cuando el Estado no se hace cargo, dada la falta de garantía de los derechos sociales7. Es en este sentido, tal como sostiene Alejandra Castillo8, el cuerpo del capital descansa en la explotación del cuerpo de las mujeres. El extractivismo, en esa línea, opera considerándonos recursos naturales a ser gestionados, controlados, y en medida que no se amolde a sus exigencias, aniquilado, tal como fue el caso de nuestras compañeras Macarena Valdés9 y Marielle Franco en Brasil10. Es en este escenario, donde son en gran medida las mujeres quienes debemos responder ante dichas carencias que deja el Estado, lo que permite el funcionamiento y despliegue de los mecanismos de explotación al menor costo posible: si la plata no alcanza para comprar la salud, las mujeres debemos cuidar de las personas Andrea Sato,
Andrea Sato, http://www.fundacionsol.cl/wp-content/ uploads/2018/03/Acumulaci%C3%B3n-originaria-Proyeccion-Mar18. pdf 7
Alejandra Castillo
Véase: El feminicidio de la activista Macarena Valdés Muñoz en Liquiñe
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9
David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007, p. 6-7.
10 Véase: Conmoción en Brasil por el asesinato de Marielle Franco, concejal y activista de Río
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enfermas y discapacitadas en la casa. Si la educación pública es mala porque el Estado ha decidido financiar la empresa educativa, somos las mujeres, madres, hermanas y abuelas las que debemos seguir reforzando las tareas y las materias en las casa. A su vez, si somos madres voluntaria o involuntariamente se vuelve todo más complejo y quedamos en su mayoría relegadas a la imposibilidad de acceder o terminar nuestra educación. Si las pensiones son de miseria, las mujeres pasamos a ser la previsión social de la vejez mediante los cuidados, también en la casa. La mercantilización de los derechos sociales aumenta el agobio y la explotación que vivimos al ser considerado lo femenino como responsable “natural/biológico” de sostener humanitariamente la vida. En este sentido, la violencia contra las mujeres no es solo doméstica o en contexto de pareja, sino también es la violencia del mercado neoliberal, de la precarización, de la desigualdad y negación de derechos sociales, sexuales y reproductivos por el modelo de Estado subsidiario.
El énfasis en el trabajo Las condiciones formales de trabajo en las cuales se desenvuelven las mujeres en el Chile actual, demuestran que son ellas, las mujeres trabajadoras, las que representan las labores más precarizadas. Según datos de la Fundación SOL11, alrededor del 60% de las mujeres obtienen menos de $305 mil de salario, mientras que el porcentaje de los hombres es de 43%. El 76% menos de $450 mil, cuando en los hombres el porcentaje es de 63%. Sólo el 2,4% de mujeres obtiene $1,5 millones mensuales líquidos y más. En los hombres, el 6% obtiene la misma cifra. En este sentido, las 11 Alexander Páez, La acumulación por desposesión como marco de
interpretación de la desigualdad hoy, Santiago, Fundación SOL, 2016, p. 32. [ Consulta en línea 2703-2018]
mujeres asumen de la manera más cruenta la explotación a través de mecanismos como la contención salarial: mientras el PIB per cápita crece en un 294% entre 1990 y 2014, los salarios medios crecen en un 48% en similar período. Dicha contención salarial es asumida vía endeudamiento. Desde la década de los noventa han ido en aumento los mecanismos de crédito, tales como la Tarjeta Presto, para el endeudamiento por alimentos, la emergencia del retail financiero y los créditos de consumo. De esta forma, como señala Alexander Páez, investigador de la Fundación SOL, “la deuda no estaría asociada a una deuda por sobreconsumo, y pasa a estar asociado directamente a la deuda como complemento de los salarios producto de altos niveles de desigualdad”12. Estas formas de trabajo “formal” e informal precarizado, se acentúan con el trabajo socialmente reproductivo impago, lo que nos lleva a la necesidad de avanzar en la consideración de un concepto amplio de trabajo, que se enmarca en una relación social mayor -que, tal como señalamos en un inicio, es parte del legado de las feministas socialistas, en particular las marxistas-, en miras a entender la reproducción social de manera amplia, que supere las fronteras del hogar. En esta concepción ampliada se asientan las condiciones necesarias para que día a día la clase trabajadora pueda sostener y reproducir sus vidas. Sumemos a los salarios precarios y el endeudamiento señalado anteriormente, la desigualdad y discriminación de género en el trabajo remunerado, donde la mayoría de las mujeres realizan los trabajos indeseados, de escasa proyección y en condiciones de flexibilidad laboral. Las mayores tasas de desempleo y de trabajo informal indocumentado, también, son femeninas. En este contexto, los paros de mujeres han sido más abarcativos en sus objetivos y propósitos que las huelgas tradicionales 12 Ibídem. p. 44.
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por salarios y mejores condiciones para el trabajo asalariado. ¿Qué necesidad se nos abre a las feministas en este esquema? Precisamente, el pensar un feminismo que no se escinda de la emancipación, y sea procesado en la forma política y económica del bloque del poder, lo que se evidenció en la instalación del SERNAM hoy SERNAMEG y su impulso de “la política del género”. La denominada agenda de género de los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría, impulsó una política de mujeres en tanto madres y emprendedoras, transando la utopía de la emancipación feminista y la transformación de la totalidad, por la incorporación de medidas y mecanismos gubernamentales que buscaban abordar inequidades desde la incorporación del ser mujer en el capital, como portadora natural de la diferencia materna y con ello, de la reproducción generacional como cotidiana de la vida humana. Se fortalece una identidad femenina, así como también, la promesa del desarrollo individual en tanto mujer gerenta/ emprendedora, sujeta excepcional que puede incidir de igual forma que un hombre al ingresar al mundo del trabajo, fundado en el discurso liberal de autorrealización. Las corrientes feministas socialistas -que se habían alzado desde una crítica radical a las relaciones sociales dominantes y en los ochentas habían protagonizado una lucha directa contra el régimen dictatorialdemandaban una democracia sustantiva distinta de lo meramente procedimental, que se expresaba en la famosa consigna de Julieta Kirkwood “democracia en el país, en la casa y en la cama” 13. Una actoría subversiva para la renovación política de la transición -que requería lo opuesto, es decir, un nuevo pacto neoliberal en democracia formal- es desarmada y por tanto
descompuesta14. En este orden de ideas, el pacto de clase, generizado y racializado, que se expresa en el Estado subsidiario, configura dos grandes orientaciones, por un lado, las mujeres/madres pobres donde se focaliza la política de bonos, por ejemplo bono por hijo, el programa jefas de hogar como extensión de las labores de cuidado en el trabajo productivo, y por otro, para el resto de las mujeres explotadas que no entran en la tecnocracia de la focalización, la equidad de género meritocrática en la igualdad de oportunidades para el acceso al mercado. Así, el trabajo de cuidados, el amor romántico y la crianza, junto a la incorporación masiva de mujeres al trabajo asalariado precario, operan una transformación profunda y radical de la familia tradicional, produciéndose, como explica Federici15, una serie de prácticas de desposesión y disciplinamiento de las mujeres para la aceptación y consenso social de la opresión de género en el capitalismo. El dispositivo de género en la familia heteropatriarcal, es constitutivo de las formas capitalistas de ser hombre y mujer, mejor dicho de lo masculino y lo femenino, que como señala Cinzia Arruzza, dan lugar a un orden social que jerarquiza trabajos y con ello jerarquiza cuerpos en base a la diferencia sexual16.
La huelga de mujeres: cuestionamiento al rol que ha sido asignado a la reproducción y producción del trabajo feminizado La necesidad de un avance hacia la huelga de mujeres, pasa por la comprensión de la 14 Luna Follegati
lación Originaria, Edición Traficantes de Sueños. 2010.
13 Véase Julieta Kirkwood:
julieta-kirkwood/
Cinzia Arruzza, Reflexiones Degeneradas sobre Patriarcado y Capitalismo, op. cit.
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urgencia de una articulación sin suplantación de las expresiones diversas de la clase trabajadora: cómo enfrentamos las “identidades” en que se representan las opresiones con una praxis política que mire la totalidad, pero que no sea totalizante. En esta línea, es de suma relevancia lo que señalan Arruza y Bhattacharya, en la comprensión de esta huelga o paro como forma de movilización: “Paro” se ha convertido en término general bajo el cual se incluyen estas variadas formas de acción, puesto que es el término que mejor enfatiza la centralidad del trabajo de las mujeres y su autoidentificación como trabajadoras, cualquiera sea la forma que tome su trabajo”17. Esto permite comprender el lugar de la mujer en el desarrollo del capital, considerando su centralidad en la sostenibilidad de la vida, identificándose como mujeres trabajadoras, cual sea la forma de trabajo que realicen. Sentar las bases para la resistencia y revitalización del poder de la clase trabajadora requerirá operar en distintos niveles mediante un movimiento feminista que se comienza a revelar a la acusación de particularismo, propio del feminismo liberal, y a avanza a ser transversal en los movimientos sociales. Por lo mismo, es vital fortalecer la construcción en curso de un movimiento feminista que se reconozca en la historia migrante del trabajo: del tránsito histórico del campo a la ciudad, del conventillo al call center, migrando de otras latitudes del mundo para buscar mejores condiciones de vida. Luchando desde el campamento al retail. Un movimiento feminista que sea parte de movimientos sociales más amplios en los cuales las demandas y las voces de las mujeres ya están teniendo un lugar central18. Arruzza y Bhattacharya, “¿Qué significa el paro de mujeres?” https://www.revistaposiciones.cl/author/tithicinzia 17
18 Camila Rojas, “¿Para qué ser una (diputada) feminista?”<
www.theclinic.cl/2018/03/08/columna-camila-rojas-una-diputada-feminista
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DANIELA QUINTANILLA MATTEFF
Del feminismo y la construcción de la izquierda para el siglo XXI. Para la política feminista no basta ser mujer, la conquista de derechos, igualdad y justicia social requiere de un avance transversal y sustantivo para tod-s. Es hora que la política feminista se asuma en una vocación de totalidad transformadora y deje de perseguir agendas y espacios segregados de género, pues el lugar del feminismo no es la excepción. Y no es que me niegue a priori a la existencia de los espacios para mujeres y las agendas de género, creo que tuvieron sentido en su momento y que abrieron camino a que por ejemplo hoy estemos instalando política feminista al interior de las orgánicas de izquierda y que éste sea un tema central en la articulación de fuerzas al interior del Frente Amplio. Sin embargo, creo que es hora que superemos la lógica de administración sectorial de las demandas sociales y que hagamos ejercicios concretos de inserción feminista -ya no desde el margen sino desde la disputa en todos los espacios- en miras de abrir un nuevo capítulo de acción e incidencia política. En el ejercicio de reconocernos como herederas de una larga historia de lucha feminista hemos de admitir que la instalación de espacios y agendas de género nos abrieron un camino, pero debemos ser también críticas con nuestra propia historia y reconocer que hoy día el estado de las cosas nos demuestra que la avanzada de este sistema capitalista y patriarcal, ha sido capaz de reciclar las demandas emancipatorias y traducirlas en políticas asistencialistas, que por una parte reivindican y perpetúan el imaginario del ser mujer en la sociedad reafirmando “valores” como la maternidad y el cuidado, y subsidiando esa función para las mujeres; y por otro lado, manteniéndonos siempre como un sector y un tema diferenciado de la política de la totalidad. Por ejemplo se habla de política y de seguridad pública en materia de portonazos, tráfico de drogas y corrupción, todos asuntos de interés público y social, y por otro lado nos hablan de violencia contra las mujeres como una Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/del-feminismo-y-la-construccion-de-la-izquierda-para-el-siglo-xxi/
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cuestión de interés -ya no social- sino de una agenda sectorial de interés particular para las mujeres. Es por eso que me parece que lo que el feminismo debe impulsar hoy es la inserción de nuestra voz, nuestra propuesta política para la sociedad que queremos construir, en todas las comisiones del congreso y asegurarnos por ejemplo, que en la discusión sobre la ley de pesca haya lugar para la posición de los sindicatos de mujeres pescadoras artesanales (que las hay y bastantes), y escuchar las demandas de las pobladoras en la discusión sobre vivienda social, no la demanda de abrir una comisión de equidad de género para discutir nuestra demanda histórica de emancipación como si fuese una agenda particular. Avancemos en una política de lucha para que el feminismo deje de ser el lugar de la excepción y especialidad y sea una demanda de transformación social. Esto no significa olvidar la importancia de articular espacios de mujeres que persigan la incidencia y la defensa de intereses, pero es urgente relevar que una gran mayoría de mujeres enfrenta hoy niveles de precarización en todas las dimensiones de sus vidas que exigen que el interés que representemos desde el feminismo no sea solo un interés de género sino también de clase, de raza, que incluya la experiencia de las mujeres trans, migrantes, indígenas, con discapacidad, de la diversidad sexual y de la pobreza criminalizada. Porque las razones que fundamentan la opresión que hoy día enfrentamos no se explican sólo desde el patriarcado en su dimensión cultural sino que se fundan también sobre la base de un sistema heteronormado, capitalista y extractivista, de explotación desenfrenada de recursos y de nuestras propias vidas, donde la fantasía de la libertad ha nublado la mirada de esa agenda mujerista que no logra articular demandas radicales que requieren de una transformación estructu-
ral para que alcancen a toda la sociedad, y no les llegue de chorreo a quienes se encuentren más cerca de los intereses capitalistas haciéndonos creer que podría alcanzar para tod-s. Antes que crear una bancada feminista en nombre de Julieta Kirkwood, recuperemos las banderas históricas del feminismo, articulemos espacios y seamos compañeras de lucha, pero que esto sea en un marco de alianza de un feminismo socialista y que nuestras acciones estén orientadas a minar las bases que sostienen el sistema capitalista y patriarcal. Para que esto ocurra debemos estar dispuestas a abrir un nuevo ciclo de política feminista, a reconocer que la Concertación con todos sus nombres tiene que acabarse para ponerle fin al pacto transicional y la política binominal, abriendo un nuevo ciclo para la izquierda en chile, dejemos de perseguir espacios y agendas de género e impulsemos cambios y transformaciones sociales que nos permitan recuperar nuestra bandera de libertad y justicia social.
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CAMILA ROJAS VALDERRAMA y DANIELA LÓPEZ LEIVA
Lucha feminista: aportes desde la izquierda militante. De la lucha feminista en la estructura Tempranamente Alexandra Kollontái propuso que el sostén del socialismo y la liberación total de la humanidad no tendrían como única causa la abolición de la propiedad privada, ya que también una revolución de la cotidianeidad, basada en una nueva concepción del mundo y una nueva relación entre hombres y mujeres serían necesarias. Y es que contra toda intuición, Kollontái defendió, lo que valió duros enfrentamientos ante sus propios compañeros: que las bases de la emancipación de las mujeres no vendrían de inmediato con la conquista del poder político por parte del proletariado, sentando como condición de la liberación de la humanidad y de la revolución socialista la necesaria liberación de las mujeres. La vieja -pero remozada y renovada cada cierto tiempo- idea de que la lucha de las mujeres era accesoria y que la cuestión de las mujeres se resolvería con la superestructura era cuestionada desde lo más profundo (Kollontái, 1976;1979) Con las posteriores luchas, acompañadas de la elaboración del concepto de patriarcado, la pugna entre clases sociales dejó de ser la explicación exclusiva de la opresión humana. La opresión sexual y la dominación de un sexo sobre otro comienzan a visibilizarse y a revelar situaciones vividas por las mujeres desde la vida misma, pero acalladas en generalizaciones e interpretaciones difusas construidas por otros. Con esta complejización, el feminismo puso en jaque las restricciones de la liberación, siendo capaz de ser una lucha muy lejana a parcialidades.
De la consistencia feminista La liberación de las mujeres y la reivindicación de sus derechos son las luchas fundantes del feminismo. La heterogeneidad propia del movimiento feminista y los Tomado de Cuadernos de Coyuntura, N°17, Fundación Nodo XXI; obtenido desde: http://www.nodoxxi.cl/wp-content/uploads/CC17_Sociedad.pdf
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múltiples contenidos y disputas que ha desarrollado nos invitan a rescatar la historia, a profundizar nuestras tensiones y a seguir realzando y apropiándonos de nuestras propias luchas, sin centrarlas en cuantificaciones de participación en espacios formales, sino que por el contrario rescatando la rebeldía y contestación a un orden que nos entiende y trata como inferiores. Dentro del rescate histórico cabe resaltar como la teoría y la acción, el pensamiento y la práctica han tenido una relación intrínseca a lo largo de la historia del movimiento. Dicho vínculo es fundamental si se pone en consideración que con el correr de los siglos éstos han tomado carriles paralelos en todo tipo de luchas, que impiden visiones y peleas estructurantes y han afectado el curso de la historia. A lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX se desarrolló la denominada, desde la academia activista, primera ola del feminismo, principalmente en Inglaterra y Estados Unidos, pero también en otras regiones del mundo como Latinoamérica. La lucha feminista de aquel entonces se halló principalmente en la igualdad respecto de los hombres, quienes hasta ese entonces fueran propietarios exclusivos de derechos civiles y políticos. Por ello, el foco estuvo puesto en la obtención del voto y el acceso a la educación formal. Desde la segunda mitad del siglo XX y hasta fines del mismo, se desarrolló la segunda ola feminista, centrada en la lucha que habitaba espacios más allá de las formalidades: la reproducción, la familia y el trabajo. Dicho debate abrió discusiones en torno al tratamiento diferenciado que recibimos hombres y mujeres no solo respecto del acceso sino de aquellas labores que se nos asocian como naturales, además las peleas por la anticoncepción y el aborto también fueron frutos de la reflexión y organización.
Finalmente la tercera ola feminista comienza a finales del siglo XX y se desarrolla hasta la actualidad, desglosando las múltiples formas de ser mujer, atravesada por la clase y la raza principalmente y que buscan ir más allá de la representación de la mujer blanca, heterosexual y de clase alta sobre la cual se había teorizado hasta ese entonces. Nuevas disputas permitieron ampliar el espectro de la lucha feminista y dar impulso tanto a su condición estructural como específica, en las historias de las mujeres. Para el caso chileno, Julieta Kirkwood Bañados, académica y feminista, entrega una periodización crítica de la realidad del país: entre 1930 y 1950 destaca la incorporación político-ciudadana y las luchas por el voto político; y cuestiona la ritualización de la conducta política femenina en una suerte de formalismo. Entre 1964 y 1970 distingue la ampliación de la participación de las mujeres en la dimensión social, política y oficial caracterizada por una inclusión creciente de las mujeres en los ámbitos laborales e institucionales. Entre 1970 y 1973, reconoce un periodo de participación política y social de las mujeres durante la Unidad Popular con privilegio de la política global y sin un énfasis consistente en lo propiamente femenino: el comportamiento femenino está entonces relacionado con la clase social de pertenencia objetiva, de modo tal que existió una escasa respuesta femenina al proceso de cambios especialmente desde sectores medios y medios-bajos. Por este motivo, Kirkwood plantea la ausencia de un planteamiento y una conexión práctica e ideológica entre los conceptos de hogar y sociedad y la existencia de una mediatización política sacralizada de las mujeres en cuanto a su rol de madres, hijas, compañeras de “los trabajadores”. Desde 1973, las transformaciones abiertas por la dictadura redefinen los roles de las mujeres, principalmente como como
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agentes esenciales del consumo y como reproductoras y mantenedoras de la fuerza de trabajo (Kirkwood, 1986:35-36). En la posterior lucha por la recuperación de la democracia, la autora reconoce una composición inicialmente de mujeres de sectores medios, provenientes principalmente de militancias de izquierdas. Dichas mujeres asumen una mirada más compleja de las múltiples y las específicas subordinaciones de las mujeres, ligando las luchas de las mujeres con la recuperación y resignificación de la democracia: las consignas “democracia en el país y en la casa” y “si la mujer no está, la democracia no va” son demostrativas del nexo de lo personal y político, aporte central del feminismo y que nuevamente enrostran el vínculo explícito entre categorías hegemónicamente diferenciadas. Lo personal y lo político, tal como lo teórico y lo práctico, ponen en evidencia la indisoluble relación entre la política y los ámbitos colectivos e individuales de nuestras vidas. Con esa complejización muchos límites son sobrepasados y mucha invisibilización se interrumpe: violencia doméstica, feminización de la pobreza, violación conyugal, entre otros problemas, comienzan a ser tematizados. A través de la porfía de las feministas de no dejar fuera de la preocupación social los problemas que el liberalismo entiende como individuales y personales, el feminismo fija una profunda tesis. Cabe destacar que la alta presencia del activismo feminista durante el correr del siglo XX le significó una importante presencia en la agenda pública y con ello una potente institucionalización mediante la creación de servicios públicos específicos, las organizaciones no gubernamentales especialistas en la temática y las organizaciones internacionales que siguieron el mismo camino.
Sobre dificultades y tensiones propias de la lucha La producción teórica feminista desde finales del siglo XX aumentó considerablemente, más su convocatoria y movilización enfrentó bajas considerables. En el Chile post Pinochet, durante los noventa se profundizó la descomposición del tejido social y político, en el marco de las transformaciones neoliberales que requerían de la separación entre política y sociedad. El discurso de la gobernabilidad, en base a la política de los acuerdos, por sobre la democracia excluyó de toda esfera decisional a las fuerzas sociales. Legitimando y profundizando la herencia dictatorial en nombre del consenso neoliberal. En el caso particular de la lucha feminista, pierde lo que la caracterizó en su lucha contra la dictadura: la unión de la lucha política por la transformación de la sociedad con la lucha por la emancipación de las mujeres. En ese marco, el desarme político también impacta al movimiento feminista perdiendo su actuar unitario, y capacidad de movilización, instalándose en lo público la tensión entre las “autónomas” e “institucionalizadas”. Dicotomía expresiva del avance de las transformaciones neoliberales mediante la despolitización de la sociedad que expropia las capacidades de la lucha social para disputar los términos centrales de la reproducción de la política. Cuestión que perdura, en menor medida, hasta el día de hoy. Respecto de esta dicotomía Julieta Kirkwood - que no alcanzó a ver la expansión del legado dictatorial en nombre de la democracia - advirtió con gran lucidez: “como primera consecuencia de este “saber” no recuperado respecto del poder, es que las mujeres aceptamos, primero, no luchar nunca por el poder, despreciarlo. Segundo, aceptamos organizar, plantear y producir las luchas por algo: la maternidad en versión de la salud, de los hijos;
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trabajo para los compañeros, etc., no como una lucha para adquirir, reintegrar-nos, las condiciones reales del ejercicio de esos derechos” (Kirkwood, 1985). Con ello enunció la necesidad de recuperar el saber del poder, siendo su no recuperación una de las principales amenazas a la politización feminista, y como consecuencia la posibilidad de convertir al movimiento en una actoría inofensiva para la política y la construcción de los político. Cabe decir que este nudo, como le llamaría Julieta Kirkwood a las tensiones que cruzan al feminismo, ha estado presente para las feministas hace mucho. Y cómo no estarlo si todas, o al menos buena parte, de las organizaciones militantes partidarias no reconocen el carácter estructural del feminismo y reproducen a nivel organizacional el sistema patriarcal, relegando a las mujeres a su rol histórico y sub representándolas en el total organizacional y más aún en las cúpulas de poder. Cabe decir, que la tensión principal se forja con la izquierda, que enarbolando desde hace cientos de años la liberación de la humanidad ha entendido en gran parte de su historia al feminismo como una lucha accesoria. En el libro “Ser política en Chile: Las feministas y los partidos”, Kirkwood explicita que la problemática femenina para la política partidaria ha sido casi siempre soslayada, evidenciándose sólo cuando logran imponerse en lucha con los partidos y la sociedad (Kirkwood, 1986: 42). Es relevante escarbar respecto de las conexiones entre el feminismo y la izquierda partidaria. Como feministas y militantes de izquierda, estamos convocadas a no evadir la elaboración de la práctica política de la emancipación de las mujeres. Por ello, planteamos como interrogante dicha situación que creemos no resuelta y no pretendemos resolver, sino instalar en el debate de los tiempos que nos cruzan.
De las conjugaciones de un camino de lucha para las feministas de izquierda El patriarcado existe antes que el capitalismo y adquiere un modo distinto junto en el orden capitalista. En el presente, el neoliberalismo genera una especie de refundación del patriarcado. En este proceso, el posmodernismo perturbó a la izquierda alimentando enfrentamientos vacíos y confusos, entre la izquierda de la política de las identidades y la izquierda de la política de la clase. Esa dicotomía ha sido funcional a la dominación, debido a la falsa oposición que supone entre lo económico y lo cultural y a su consideración de la reproducción social al margen de los procesos económicos. Esta división ha fraccionado a los mismos grupos oprimidos, proliferando conflictos intraclase. En sociedades como las nuestras, organizadas con lógicas neoliberales y heteropatriarcales, es clave relevar que las relaciones de opresión se conjugan y atraviesan en lo económico y cultural: Nuestras vidas están profundamente atravesadas por relaciones de poder, entre mujeres y hombres, debido a una construcción binaria y sexuada de la realidad, lo que se conoce como la división sexual del trabajo, y que norma nuestras identidades, sexualidades y relaciones, lo que permea a la misma diversidad sexual. El rol que se le otorga a las mujeres y a los hombres es distinto, bajo el modelo básico y normativo de familia que replicamos en las diversas esferas de la socialización a partir del supuesto de que la mujer es la que debe hacerse cargo de una esfera doméstica que se supone distinta de la esfera pública. Mientras unos se construyen sí mismos a través del trabajo remunerado, lo público y el poder, otras se construyen mediante la entrega, haciendo y dejando de hacer todo lo necesario para que la vida se mantenga y para que las cosas funcionen. La crianza y
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el trabajo doméstico, considerados ajenos al mundo del trabajo, allí se insertan. La producción tiene entonces un lado oculto que es la reproducción. El ideal de realización de autosuficiencia individual en la inserción del mercado, a través del trabajo remunerado y el consumo, ha contribuido a generar espejismos de autosuficiencia individual, sostenido en gran parte ocultando los trabajos invisibles y a quienes las realizan. En ello, la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, ha sido en términos de precarización, flexibilización, bajos y desiguales sueldos y con la obligación persistente del trabajo reproductivo; manteniendo en base a dichas características el mandato social de división sexual del trabajo. De esta manera, la autosuficiencia actual no es más que una gestión que aparenta ser individual y oculta la interdependencia en términos de explotación y la libertad que se promete no es más que una libertad mercantil, ideada desde la concepción de empresa, que somete a quienes posibilitan esa ilusión de libertad. En este orden de ideas, a la categoría de “clase”, que es motor y pilar de transformación, el feminismo la intersecta desde la expresión de diversas relaciones de poder y de opresión. No se trata entonces de sumar luchas, unas al lado de las otras, sino al contrario, poner en relieve dichos cruces en la lucha contra el mismo sistema de dominación. Cabe entonces destacar la causa femenina genuina y un para sí distintivo, en el marco de las luchas contra las múltiples formas que asume el patriarcado, también dentro las fuerzas políticas de izquierda.
del acceso o de las oportunidades. Ha construido un imaginario de inclusión pero mantiene al mismo tiempo profundas relaciones de desigualdad y relaciones que se transan y regulan por una mano invisible. Cuando el feminismo instala la tesis de que lo personal es político, entendiendo lo personal como una construcción social, instala también una nueva conciencia sobre lo que significa ser iguales sin reducciones, con la finalidad de radicalizar la democracia hacia todos los espacios de la vida. En esa lucha, los movimientos feministas han sido fundamentales para cuestionar los pensamientos homogeneizantes y recalcar las diferentes formas en que las mujeres viven su situación de subordinación en todo ámbito. De esta manera, se ha construido la lucha política por una democracia radical como una tarea necesaria para cuestionar y transformar la variedad de relaciones sociales en nombre de los principios de libertad e igualdad. Con ello, se busca abrir el espacio a las y los iguales diferentes, de quienes hablaba Rosa Luxemburgo, en pos de un orden cuyas promesas modernas no se limiten a la universalización de ser la hegemonía masculina. El control del Estado y las élites sobre el cuerpo de las mujeres son base fundante del pacto dominante. Esta visión construye socialmente la idea de que reproducirse o no reproducirse es una decisión individual, pero que, dicha decisión, sea cual sea, debe ser controlada, ubicando a las mujeres como objetos de disposición a las decisiones estatales.
De la autonomía y democracia como El presente y nuestros desafíos ideas fundantes El modelo de acumulación del capitalismo neoliberal ha otorgado respuesta a la demanda de igualdad formal en el ámbito
En esta desagregación, las propias derrotas de la izquierda del siglo XX y el avance sin freno de la hegemonía neoliberal, no
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solo han desorientado nuestra lucha, sino que derechamente nos han expropiado banderas, como la libertad y la democracia (Ruiz, 2017). Ello no ha sido indiferente a la lucha feminista, que con dificultad huye de losl modelos de producción y reproducción, siendo expropiada de sus banderas, cuya respuesta dominante nos invita precisamente a ver avances de igualdad institucionales en términos neoliberales sin alterar las dominaciones que nos cruzan. Con esa lógica, se niega la crítica radical a las estructuras de dominación, y se olvida que no hay libertad sin igualdad. Por ello, el feminismo que ha sido más interesante es el radical, cuyo legado de lucha nos impone el deber de recuperar el feminismo y radicarlizarlo conscientes del momento que atravesamos. Lamentablemente, a partir de los años noventa las versiones dominantes del feminismo han ido perdiendo la crítica al orden establecido para centrarse en la elaboración de políticas públicas que no alteran ese orden. En esa línea, autoras como Nancy Fraser (2015) han cuestionado la problemática emergencia de un feminismo neoliberal que olvida cualquier otra herencia. Esta coyuntura no es ajena a la postdictadura chilena, la cual ha ido dando espacio a feminismos que parten asumiendo los limitados marcos de la transición. Fraser afirma que la teoría feminista ha “perdido incluso, sus vínculos históricos con el marxismo, y con la teoría social y la economía política más en general”. En este punto es muy importante detenernos. Desde la vuelta de la democracia en Chile, las demandas feministas, o cómo se les ha denominado “la agenda de género”, han sido en gran medida incorporadas por los distintos gobiernos de la Concertación. De tal modo, como señala Alejandra Castillo, “las políticas de género se habrían convertido en las grandes aliadas a la hora de demostrar el paso de un orden
conservador a uno de signo progresista. ¿Podemos llamar a esto feminismo?” En nuestro país, el progresismo neoliberal de la Concertación, ha reciclado las demandas por igualdad para ser resignificadas como políticas de “equidad” y “oportunidades”, construyendo el imaginario de que igualdad es lo mismo que meritocracia y que emancipación es el ascenso de una pequeña elite de mujeres, propio de una democracia elitista. Alejandra Castillo, en esta línea, toma a Verónica Schild indicando “que será el propio ideal de la “autonomía” demandado por los años setenta, el que será asumido por las agendas feministas de los gobiernos latinoamericanos durante los años noventa. Sin embargo, la autonomía será resignificada, ahora en el contexto neoliberal, como “empoderamiento”. El caso ejemplar, para esta autora, es Chile. Sería en nuestro país donde se ha institucionalizado un feminismo, que ha transformando el discurso emancipador en la simple administración de estadísticas para la inclusión social.” Es probable que la institución que mejor refleje esto sea el SERNAM (SERNAMEG en su versión renovada), incapaz siquiera de establecer discursivamente un posicionamiento feminista en recientes coyunturas que han visibilizado en los medios de comunicación de masas, de forma inédita en Chile, la violencia de género en algunas de sus versiones más macabras. De este modo, la institucionalidad que supuestamente habría de defender los derechos de las mujeres termina siendo políticamente impotente a la hora de instalar algo más que políticas públicas y estadísticas neoliberales. Así la vida de la mayoría de las mujeres transita en estadios como: la sexualidad, maternidad, la crianza, el trabajo doméstico, remunerado y precarizado, con una absoluta negación y mercantilización de derechos. En este contexto histórico, nuestros cuerpos no pueden seguir siendo instrumentos
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de alguna institución, incluido del mercado. Luchar por el derecho a decidir significa luchar por soberanía y democracia en un sentido irreductible a las instituciones liberales. Es por esto que la reproducción no debe seguir concibiendo como una decisión individual, que atañe al mundo privado, sino que a la sociedad en su conjunto, lo cual requiere la construcción de otro tipo de reparto de libertades y derechos que sacudan una desigualdad naturalizada e invisibilizada. Es ahí donde se debe construir y defender la autonomía, y no como el respeto a un cuerpo “natural” que se considere previo a la construcción social. El avance sin freno de la alianza patriarcal y neoliberal ha usurpado y privatizado la reproducción misma de la vida cotidiana, nuestros derechos, nuestra voluntad. En base a ello, se torna imperioso construir fronteras claras y visibles entre los subalternos y la dominación que pueda orientar la lucha común, colectiva y mayoritaria que ha protagonizado el último ciclo de movilizaciones en Chile. Es nuestra labor pelear contra la precarización y la desigualdad, construyendo una voluntad para avanzar hacia un nuevo ciclo de luchas emancipatorias: la lucha feminista para un proceso transformador. Es en ese marco, es donde resulta urgente avanzar también hacia la lucha por la desfeminización y desprivatización de los cuidados y lo reproductivo, comprendiendo el carácter social de tales problemas y la necesidad de soluciones públicas a realidades que no son, como se nos quiere hacer creer, privadas. Entendemos la política feminista como la búsqueda de las metas y aspiraciones feministas dentro de un contexto más amplio de disputa: las promesas de igualdad y libertad en toda la humanidad. Volver y reflexionar y actuar sobre estos temas, una y otra vez, es tarea de toda militancia que busque comprender y combatir todas las formas de dominación en la sociedad en la que, de forma desigual, hoy vivimos.
Referencias
Kirkwood, J. (1985). Feministas y políticas. Nueva sociedad, 78, 62-70. Kirkwood, J. (1986). Ser Política En Chile Las Feministas y Los Partidos. Kollontaï, A. M., Lenard, M., & Heinen, J. (1979). Sobre la liberación de la mujer: seminario de Leningrado de 1921. Kollontaï, A. M., & Parrondo, C. (1976). La mujer nueva y la moral sexual y otros escritos. Luxemburgo, R. (1913). La acumulación originaria del capital. Rosa, L. (1939). ¿ Reforma o revolución?. Editorial de Ciencias Sociales, La. Castillo, A. <<://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/>> Fraser, N (2015). Las fortunas del feminismo Ruiz, C. (2017). Socialismo y Libertad. Notas para repensar la Izquierda.
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CAMILA MIRANDA MEDINA, DANIELA LÓPEZ LEIVA, PIERINA FERRETTI FERNÁNDEZ y AFSHIN IRANI CERECEDA
El feminismo como posibilidad de ampliación democrática. La emergencia del feminismo en el Chile neoliberal Las masivas movilizaciones registradas el pasado 8 de marzo en el marco de la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras -y otros movimientos recientes como Ni una Menos, las protestas a propósito del caso “Manada” en España, el movimiento feminista estudiantil en Chile y la enorme movilización social por el aborto legal en Argentina, por poner algunos ejemplos-, confirman un hecho incontrastable: en un mundo donde el despliegue del capitalismo intensifica la precariedad del trabajo y de la vida de amplias capas de la población y en donde crece vertiginosamente la violencia de género, el feminismo retoma protagonismo a nivel global. Chile no ha estado al margen de este movimiento, como ha quedado demostrado en las recientes movilizaciones estudiantiles feministas, que entre marchas masivas, performances, tomas feministas y otras formas de acción colectiva, han logrado instalar en el debate público temas como el abuso sexual y de poder en los contextos educativos y la necesidad de repensar la educación desde una perspectiva no sexista, que hasta hace poco no formaban parte de la agenda política y de la discusión social. Ahora bien, esta emergencia feminista se despliega localmente en un escenario complejo, que exhibe las consecuencias sociales y políticas de la modernización neoliberal tempranamente implantada en Chile y que le impone por ello desafíos particulares. Un escenario neoliberal avanzado donde se urde una densa trama entre mercantilización de derechos sociales (salud, educación, vivienda y pensiones), focalización del gasto social exclusivamente en los sectores más pobres y acumulación capitalista en base a subsidios estatales a empresas prestadoras de servicios sociales, y que deja a las grandes mayorías
Tomado de Cuadernos de Coyuntura, N°21, Fundación Nodo XXI; obtenido desde: http://www.nodoxxi.cl/el-feminismo-como-posibilidad-de-ampliacion-democratica/
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de la población obligadas a resolver sus vidas en el mercado de manera individual y donde, además, con esta configuración político-económica se articulan de manera no contradictoria valores de la tradición estamental y conservadora de la República chilena con los principios económicos “modernizantes” del libre mercado, creando un complejo económico-moral que denominamos pacto subsidiario o Estado subsidiario1. Algunas consecuencias de esta modernización conservadora pueden apreciarse en las promesas fallidas de movilidad social mediante el consumo y la educación. La integración social, al estar mediada principalmente por el ingreso al mercado en virtud de la capacidad de consumo y de elección, genera una sensación social de mayor bienestar y modernidad en segmentos de la población, pero al mismo tiempo contrasta con una sensación de creciente inestabilidad producida por la ausencia de garantías en aspectos vitales para la subsistencia que están entregados al mercado o a una alicaída cobertura pública focalizada en los sectores más vulnerables. Esta sensación de inestabilidad, se radicaliza en la experiencia de la mayoría de las mujeres, quienes, además, sostienen una doble negociación permanente entre su ingreso y mantención en el mundo asalariado del mercado laboral (construido en lógicas masculinas) y la carga social del trabajo doméstico, reproductivo y de cuidados que termina supliendo todos déficits de 1 Véase de Carlos Ruiz, De nuevo la sociedad, Santiago, LOM, 2015;
y de Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, Los chilenos bajo el Neoliberalismo. Clases y conflicto social, Santiago, Fundación Nodo XXI y Ediciones El Desconcierto, 2014. Es preciso consignar que el principio de subsidiariedad no es aplicado en Chile en tanto limitación de la acción pública en favor de la iniciativa privada y los grupos intermedios, sino que se convierte en un principio modelador del carácter de la acción pública que determina radicalmente el carácter mismo del Estado. Al contrario de lo que podría pensarse, el principio subsidiariedad no ha reducido el Estado en favor del desarrollo de la iniciativa privada, sino que ha redundado en la cuantiosa y creciente transferencia de recursos públicos a empresas privadas prestadoras de servicios sociales que no son garantizados como derechos universales para toda la población, sino que se convierten en nichos de acumulación capitalista garantizados por el Estado.
derechos sociales y de responsabilización social de la vida2. Un ejemplo claro de la estrecha trabazón existente entre mercantilización de derechos sociales, intereses empresariales, conservadurismo misógino y reproducción de las desigualdades sociales y sexuales podemos encontrarlo en la reciente modificación al protocolo de objeción de conciencia institucional donde las cortapisas impuestas a la ampliación de los derechos de las mujeres en favor de los intereses económicos de las clínicas privadas es evidente y fue denunciado inmediatamente por las organizaciones feministas. Por otro lado, no deja de ser indicativo que el conflicto feminista haya estallado en las universidades, pues la educación superior es otro claro ejemplo de esta operatoria de modernización neoliberal de tradición estamental y conservadora (que se repite en el mercado laboral, en la salud y en las pensiones). En Chile, un signo inequívoco de modernización como es la masificación mercantilizada del ingreso a la universidad bajo un concepto de inversión individual, ha generado nuevas formas de segregación social y de reproducción de las divisiones sexuales del trabajo y el sexismo: en nuestro sistema de educación superior, hay universidades para las élites y universidades para las masas y hay también carreras para las élites masculinas -las más prestigiosas y mejor pagadas- y carreras para mujeres -mayormente precarizadas y orientadas a los servicios y cuidados3. La promesa de libertad de elegir del Estado subsidiario, junto a la utopía de la igualdad de oportunidades en el mercado, produce así un holograma que la movilización feminista y 2 Para profundizar en la doble negociación, ver: Carrasco, Cristina
(1994). ¿Conciliación? No, gracias. Hacia una nueva organización social” en Amorosos Miranda, María Inés (2003). Malabaristas de la vida. Mujeres, tiempos y trabajos. Barcelona: Icaria (pp.27.51) Cfr. Camila Miranda (2018), “La ola feminista y la crisis de la democracia en Chile”. https://www.biobiochile.cl/noticias/opinion/ tu-voz/2018/05/23/la-oleada-feminista-y-la-crisis-de-la-democracia-en-chile.shtml 3
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otras movilizaciones sociales de los últimos años, han permitido empezar a ver. Mirando este cuadro, resulta claro que, en las condiciones impuestas por el neoliberalismo, la política deje de tener sentido para las mayorías sociales y que la democracia aparezca enormemente restringida. Cuando los intereses de las clases subalternas son sistemáticamente postergados, mientras que los grupos empresariales imponen sus términos sin contrapeso, una democracia sustantiva, en que se pueda deliberar racionalmente respecto a las dimensiones más relevantes de la vida social, se torna impracticable y ese es uno de los elementos más contundentes que ha ido mostrando el ciclo de movilizaciones antineoliberales que se han levantado en Chile y que impugnan la política de la transición. La demanda por la recuperación de la educación pública, el movimiento contra las Administradoras de Fondos de Pensiones y la reciente y masiva convocatoria del pasado 8 de marzo bajo la consigna “Mujeres a la calle contra la precarización de la vida”, son algunas muestras de la existencia de ese ciclo que, con momentos de alza y reflujo, cuestionan el Estado subsidiario y la mercantilización absoluta de los derechos sociales.4 Este es el escenario en el que el feminismo actual se despliega. Heredero de las luchas históricas del movimiento, pero a la vez como consecuencia y negación de las condiciones sociales surgidas en el Chile neoliberal, el feminismo, como discutiremos más adelante, se torna un elemento fundamental en las luchas por ampliar la democracia.
La “democracia restringida” como problema para el avance feminista El carácter restringido de la democracia Cfr. Pierina Ferretty y Sebastián Caviedes, “Chile tras las últimas elecciones”. https://revistamemoria.mx/?p=1964 4
postdictatorial, que además de excluir los intereses de las mayorías sociales en beneficio de la acumulación capitalista excluye de la deliberación pública a los actores sociales organizados y es administrada por una elite tecnocrática, impactó también al feminismo chileno. Actor fundamental en las luchas por la recuperación democrática, el movimiento feminista -y en particular sus sectores más disruptivos- fueron dejados fuera de la política transicional, produciéndose una ruptura entre aquellas figuras que pasaron a ocupar cargos en la administración del Estado y aquellas que permanecieron en el mundo social. El dilema entre autonomía e institucionalización del feminismo se resolvió por la vía de mutua exclusión, lo que derivó en que primaran en las políticas de género de la transición enfoques liberales centrados en políticas de acción afirmativa5. Es por ello que se puede observar en el caso chileno cómo conviven procesos de “democratización”, que han incluido políticamente algunas demandas de las mujeres, con la configuración de un Estado subsidiario que privatizando toda esfera pública, y propiciando la incorporación de amplios sectores al mercado y a la economía monetaria, ha construido más exclusiones con un discurso de desarrollo y modernización. Nos encontramos entonces con que, si bien la modernización neoliberal tolera e incluso promueve el avance formal en derechos políticos para las mujeres y su incorporación creciente al mundo laboral y político, las divisiones sexuales del trabajo, la reproducción de los roles tradicionaCfr. Alejandra Castillo, “Mujeres: las políticas de la presencia” en http://www.eldesconcierto.cl/2014/07/14/las-politicas-de-la-presencia/. Análisis críticos del feminismo en la transición, pueden hallarse en los trabajos de Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”. En Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, Buenos Aires: Clacso, 2001 y Feminismo, género y diferencia(s), Santiago, Palinodia, 2008 y de Alejandra Castillo, Disensos feministas, Santiago: Palinodia, 2016, Nudos feministas, Política, filosofía, democracia, Santiago, Palinodia, “¿Feminismo neoliberal? (Parte I) http://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/ y “¿Feminismo neoliberal? (Parte II) http:// www.eldesconcierto.cl/2016/01/06/feminismo-neoliberal-parte-ii/ 5
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les de género y la negación de derechos, conviven de manera no contradictoria en un sistema que puede exhibir rasgos de liberalismo al tiempo que marcadas vetas conservadoras. Por ejemplo, buena parte de la agenda impulsada por el Servicio Nacional de la Mujer (1990-2016), hoy Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género -Ley de cuotas, Ley de violencia intrafamiliar, aspectos de la reforma laboral relacionados con las mujeres (salas cunas, igualdad salarial, aumento del posnatal) o las políticas de focalización del gasto social como el Bono al trabajo de la mujer o los programas “Jefa de hogar” o “Mujer emprende en familia” y la ley de interrupción del embarazo en tres causales- mantiene el principio de subsidiariedad del Estado, refuerza el rol tradicional de la mujer y limita las políticas de género a políticas de mujeres/madres/víctimas que hay que empoderar, integrar al mercado laboral (aunque sea en condiciones de precariedad) o convertir en emprendedoras. Y si bien es cierto que durante el período 19902018, gracias al movimiento feminista y a la presión de organismos internacionales por los derechos humanos, se presentan avances en el reconocimiento de algunos derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, estos quedan atrapados dentro de los márgenes del Estado subsidiario que restringe, individualiza y mercantiliza los derechos sociales, sexuales y reproductivos e impide establecer un sistema de derechos universales para todas y todos. En definitiva, este feminismo de ampliación de derechos y participación política para algunas mujeres, escasamente ha enfrentado la esencialización del rol tradicional de la mujer y el trasfondo estructural, económico, de las desigualdades. En este sentido, resulta claro cómo las posibilidades de un feminismo que supere los límites que han tenido las agendas de género de
los últimos treinta años, colisionan con las restricciones democráticas impuestas por el pacto subsidiario, que a la vez significó una constricción de la imaginación política. Considerando estos elementos, la actual movilización feminista adquiere un sentido más amplio. Más allá de las demandas concretas con que se levantó la ola de protestas, el feminismo representa una impugnación a la restringida democracia transicional, y, por lo mismo, constituye una posibilidad de ampliar el debilitado espacio de deliberación pública existente en Chile y de hacer irrumpir intereses sociales largamente excluidos. El movimiento feminista en su avance y maduración -y allí radica su principal potencialidad- puede articular a mayorías históricamente excluidas así como también a nuevos sectores sociales segregados y precarizados como consecuencia de la modernización neoliberal. Por esto, más allá de dudas, el feminismo se torna una necesidad política en las luchas antineoliberales y es un elemento imprescindible en cualquier proyecto de ampliación democrática.
Las dos Agendas: la respuesta política a la irrupción feminista En el contexto de re emergencia del feminismo -de masivas movilizaciones del movimiento estudiantil feminista y de la visibilización e incremento de las expresiones de violencia hacia las mujeres- la respuesta institucional y de la política, no se hace esperar. Tempranamente el gobierno de Sebastián Piñera, y como señal de aprendizaje respecto de su desembarco anterior en el gobierno, anuncia una acotada Agenda Mujer con el objetivo de conseguir la igualación de oportunidades entre mujeres y hombres, tomando propuestas históricas de las políticas de género de la Concertación. Su hábil respuesta produce un escenario de confusión en el mundo progresista, que
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por un lado, y más allá de la Agenda mujer, ponía el acento en dudar de la credibilidad de la iniciativa -por ser impulsada desde un gobierno de derecha que históricamente frenó y entorpeció el debate legislativo en varias de las materias anunciadas- y que por otro, concedía que esta Agenda recogía medidas que eran parte de la iniciativa política y programática que desde los gobiernos de la Concertación y también desde sectores del Frente Amplio se habrían impulsado, en una suerte de defensa al legado -no olvidemos que Michelle Bachelet terminaba su segundo mandato relevando un camino de avances para las mujeres, reconocida y legitimada como promotora de los derechos de las mujeres por organismos internacionales como la ONU y que su figura se instalaba como un modelo y un referente ineludible de las políticas de género en Chile. La omisión de una de las principales demandas de la movilización estudiantil feminista, la educación no sexista y la propuesta empresarial para resolver la discriminación de aranceles entre hombres y mujeres en las Isapres, junto a otros elementos de la Agenda Mujer6, fueron alertados desde sectores feministas críticos y permitieron un giro en el debate, tensionando su contenido y carácter como interpelación a los anuncios que Piñera iba a realizar en la Cuenta Pública. A modo de muestra, la Agenda Mujer, si bien avanza en la responsabilización de los efectos de la violencia de género, y por lo tanto va poniendo al día a Chile en materia internacional, no logra constituir en sí misma una política sustantiva que se haga cargo de la producción y reproducción de dicha violencia y, por lo tanto, no contribuye a construir una escenario de igualdad como el que se busca introducir con la reforma constitucional. Respecto de los anuncios sobre igualdad salarial, salas cunas y de promoción de mujeres en cargos de alta Veáse por ejemplo http://www.nodoxxi.cl/nodo-xxi-lanza-infografia-con-perspectiva-critica-sobre-la-agenda-mujer-propuesta-por-el-gobierno-de-sebastian-pinera/ 6
responsabilidad en el Estado y empresas, se evidencia que estos obvian al grueso de las mujeres, cuyas precarias condiciones laborales caracterizadas por una gran inestabilidad en los empleos a los que acceden, una alta flexibilidad laboral, accesos relativos a protección social y bajos salarios, las excluyen de estas medidas. Además, no abordan la responsabilidad de garantizar derechos para los distintos tipos de empleo y los bajos salarios que afectan a la mayoría de las trabajadoras y trabajadores en el país. Y, por último, la omisión de la educación no sexista es sintomática, pues implicaría abrir un debate de reformas educacionales que para el gobierno han sido evitadas centrándose en una implementación administrativa y continuadora de los cambios aprobados en el gobierno pasado. Los anuncios de la Cuenta Pública afirman este rumbo, pero también revelan la verdadera Agenda Mujer del gobierno: las medidas asociadas al Ministerio de Desarrollo Social, enfocadas en la familia tradicional y en la protección de la clase media, cuestiones que hasta ahora parecen no ser centro de preocupación, pues las actorías de oposición a las demandas feministas se han identificado en Isabel Plá -hábil ministra de la Mujer y la Equidad de Género-, en un incómodo y mal asesorado ministro de Educación, Gerardo Varela y en el mismo presidente de la República. Esta doble agenda nos permite explicar la comodidad de un gobierno de derecha que se despliega con una agenda social comprometida con las luchas de las mujeres y que, en declaraciones de sus diversas personerías, se apropia y resignifica al feminismo posible, mientras que mantiene ordenada a su propia coalición evitando un conflicto de modelo y de valores que sería la implicancia de asumir seriamente las transformaciones necesarias que promueve la lucha feminista.
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La verdadera “Agenda Mujer” En el programa de gobierno de Piñera ya se expresaban una serie de medidas de fortalecimiento a la familia nuclear tradicional en relación al trabajo de las mujeres, en el que el despliegue gubernamental se estrenó con el anuncio del cambio de nombre del “Ministerio de Desarrollo Social” a “Ministerio de la Familia y de Desarrollo Social”. En el anuncio, Piñera señalaba que “la familia es el principal prestador de los cuidados”, discurso que será profundizado en la Cuenta Pública con medidas destinadas a modernizar la protección a la familia7 y de ampliación de la focalización del gasto social hacia la clase media8. Pero lo que hay tras dichos anuncios revela la existencia de esta segunda agenda, el verdadero pacto social que el gobierno busca constituir “desde arriba”. En ella, la protección de la familia se vuelve inmediatamente en una base estratégica para evadir la discusión de los derechos sociales, pues responsabiliza a la unidad familiar de proveer “servicios” de manera privada e individualista, en vez de promover servicios sociales asegurados para toda la población. Es más, al presentar a la familia como principal prestadora de los servicios sociales que debieran ser derechos garantizados por el Estado, se busca convertir en obligaciones privadas las dimensiones de la vida social que deben ser abordadas colectivamente como la educación y 7 Entre ellas destacan la ampliación de la cobertura del cuidado de los hijos después del término de la jornada escolar normal. El proyecto de ley que establezca el derecho a la lactancia libre a las mujeres. La urgencia del proyecto de ley que asegura fuero maternal y protocolos de gendarmería para mujeres privadas de libertad que van a ser madres. También las medias en las que el gobierno pretende facilitar el cobro de las pensiones alimenticias por parte de las mujeres. Y el fortalecimiento de las terapias de reproducción asistida y los tratamientos contra la Infertilidad para promover la maternidad deseada. 8 Se anuncia un Mapa de la Pobreza y Vulnerabilidad en Chile, desti-
nado a estudiar la vulnerabilidad social, en conjunto con una “Red de Clase Media Protegida”, cuya función es garantizar protección frente a accidentes o riesgo de dicha vulnerabilidad de la familia.
los cuidados. Esto se traduce en agobio, endeudamiento o en el sacrificio de personas (en el mayor de los casos mujeres) que deben asumir las labores domésticas para asegurar salud a los miembros de su familia, la crianza de los hijos e hijas y el cuidado de la vejez y de atención a los enfermos. Puesto en perspectiva, esta no es la primera vez en que el Estado chileno regula a las familias trabajadoras para resolver problemas sociales y productivos. A modo de ejemplo podemos detenernos en la regulación política y reorganización de las relaciones conyugales y familiares en los campamentos mineros para desarrollar estabilidad en la formación de fuerza de trabajo nacional9. Para el caso actual, este “mercado de la familia” fortalece el objetivo que ya se establecía desde el primer gobierno de la Concertación con fines similares: garantizar la integridad de una nueva organización del trabajo. Sin ir más lejos, en la Comisión Nacional de la Familia del gobierno de Aylwin se explicita que la relación Estado y Familia se sostiene en dos principios, el de la solidaridad y el de la subsidiariedad. Sobre el primero, se dispone que: “(...) La Solidaridad hace referencia al deber del Estado de procurar las condiciones de equidad necesarias para que todos tengan la oportunidad de constituir una familia en condiciones materiales y culturales adecuadas, de educar libremente a sus hijos y de mejorar constantemente su calidad de vida”10 Mientras que en virtud del principio de Subsidiariedad, se sostiene que: “El Estado reconoce la libertad y la iniciativa que tienen las propias familias para decidir su propio destino, orientan9 Klubock, Thomas M. (1995). Hombres y Mujeres en el Teniente:
La construcción de género y clase en la minería chilena del cobre, 1904-1951.p. 112. En Godoy L., Hutchison E., Rosemblatt K., Zárate M. S., (comps.), Disciplina y desacato: Construcción de identidad en Chile, siglos XIX y XX (pp. 223-254). Santiago: SUR/CEDEM. Comisión Nacional De La Familia (1995) Principios básicos de la relación Familia-Estado. Revista De Trabajo Social. N 65. Santiago. p.13. 10
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do sus políticas sociales a fortalecer esa misma libertad en todos los ámbitos en que la familia pueda decidir por sí misma”. 11 Por lo tanto, es bajo esta idea de “libertad” -producida desde el liberalismo de mercado- que los gobiernos chilenos refuerzan la privatización y feminización de las tareas de cuidado y reproducción, por lo tanto, ha sido políticamente imposible avanzar a un modelo económico donde se altere esta dimensión para que sea asumida de manera transversal por el conjunto de la sociedad. La focalización del gasto social que perfeccionan las políticas de la familia, también desarrolla lazos más íntimos entre el Estado y la empresa privada, llegando a derivar a esta la responsabilidad de las políticas públicas a través del uso de dineros estatales. Esto es aún más problemático, pues, al no existir un sistema de seguridad social garantizado por el Estado, las situaciones que se describen como adversidades o factores de riesgo pasan a amenazar directamente a las familias vulnerables: la vejez, la enfermedad, la educación de los hijos, se convierten situaciones de riesgo social familiar de facto, que se producen a partir de la apertura del mercado Estatal, el cual es absolutamente vulnerable a los riesgos de un mercado que no controla. Otro factor relacionado ha sido la promoción del endeudamiento individual para acceder a dichos servicios básicos, y por lo tanto, más oportunidades que fortalecen el dominio de la empresa privada. Sin duda, se debe atender urgentemente a fenómenos políticos como la Agenda Mujer y la agenda del Ministerio de la Familia y Desarrollo Social, pues es a partir de ellos donde se producen públicamente los acuerdos entre empresarios y política, en este caso particular usando a la familia como mediador de esta relación y representando una cantidad de 11
Ibid.
peligros considerables para el movimiento feminista. El primero de ellos es reducir la lectura de esta agenda al carácter conservador de la derecha, lo que sin duda renuncia a la perspectiva histórica que se le busca dar a la crítica de las políticas de Estado. Como vemos, bajo el principio de la subsidiariedad, promovido por los gobiernos de la Concertación, ha sido establecida esta nueva relación del Estado y la familia. El segundo, tiene que ver con que es este mismo principio el que ha reducido las posibilidades del avance en la responsabilización social de los cuidados, desplazándose a la esfera privada y por lo tanto asumiendo su distribución patriarcal. El tercero, y quizás el que representa la mayor amenaza, es que la versión transicional de la familia afianza la relación subsidiaria entre Estado y empresa, a partir de la definición de la familia como “prestadora” de servicios, lo que profundiza el rol del mercado -que ya había entrado a la familia (hijas e hijos endeudados para estudiar, vía bajos salarios compensados con crédito para el endeudamiento, vía relaciones laborales por servicio doméstico etc) y que de paso refuerza la carga de cuidados sobre las mujeres. Por último, el avance que para el gobierno se impone con medidas focalizadas hacia la familia, es fruto también de una relación estratégica, eficiente e incluso consciente de una base electoral de diversos sectores sociales, construida con una idea bastante concreta del rol de las mujeres en tanto madres, principalmente con el apoyo de las mujeres más pobres y precarizadas que buscan mejores condiciones para su hogar. Es en este espacio donde están los principales límites sociales del feminismo.
El feminismo como necesidad política para las transformaciones sociales Es en este contexto en el que emerge, con renovado vigor, un heterogéneo movi-
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miento feminista, que debe enfrentarse a los dilemas de la sociedad chilena actual y, en ese sentido, creemos que algunos de los mayores desafíos del feminismo será el traspasar los límites de las agendas de género y plantear alternativas que disputen con las políticas “de mujeres” que refuerzan su rol tradicional, que reposicionan la figura de “la familia” heteropatriarcal como fundamento de la sociedad y como sujeto preferente de políticas públicas (idea que instalará con fuerza el gobierno de Sebastián Piñera) o que enfrentan la violencia machista desde enfoques punitivistas sin abordar las causas estructurales del problema. Un feminismo que busque incidir políticamente corriendo los límites de lo posible dentro de los marcos liberales del feminismo hegemónico, Por otra parte, el feminismo tiene la posibilidad de recuperar su vocación emancipatoria, desdibujada por el procesamiento neoliberal de la transición, permeando las luchas sociales que han surgido en los últimos años. En el contexto chileno, son las luchas por la recuperación de los derechos sociales, sexuales y reproductivos aquellas que logran impugnar de manera efectiva el pacto subsidiario y que pugnan por ampliar la democracia. El feminismo, en este ciclo político, no debiera quedar como una lucha específica de mujeres y disidencias sexuales, sino que debiera permear todas las luchas sociales y contribuir a construir un nuevo pacto social e imaginar nuevas relaciones humanas y de convivencia en sociedad que superen el neoliberalismo y el Estado subsidiario. El feminismo, por tanto, es imprescindible para las fuerzas como el Frente Amplio que deben trabajar por abrir un nuevo ciclo político, pues éste encarna y proyecta una larga lucha colectiva por redefinir los términos de la humanidad, y para eso requiere de nuevas formas políticas. Las formas de resolución política y de imaginación de la transición – la cocina,
las mesas sin las actorías de la sociedad, o la re-edición de la división sexual del trabajo, de viejos proyectos sancionatorios o de emparejamiento de la cancha- son incapaces de interpretar las demandas de un movimiento que promueve un nuevo pacto de sociedad sin humanidades de segunda clase.
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PIERINA FERRETTI FERNÁNDEZ
Disputar el legado de Julieta Kirkwood. “pretendemos recuperar uno de los más plenos y significativos de los derechos humanos perdidos: la posibilidad de comprender y transformar el mundo en que nos ha correspondido vivir.” Julieta Kirkwood
I El año 2007, la filósofa feminista Alejandra Castillo constataba el silencio que reinaba en torno a la figura y a la obra de Julieta Kirkwood: “a más de veinte años de la muerte de Julieta Kirkwood el diálogo con su pensamiento apenas si ha comenzado. Las causas que demoran este encuentro son múltiples, pero existe cierto acuerdo en señalar que están asociadas a lo que se ha dado en llamar un “silencio feminista”. Silencio feminista en tiempos de transición, que nos habla en su mudez de una desazón, de un malestar en la democracia”1. Efectivamente, la presencia en el campo intelectual y en los espacios de militancia de quien fuera una de las teóricas y activistas más relevantes del feminismo de los años ochenta en Chile era, hasta hace poco, escasa. Castillo relaciona acertadamente este silencio respecto de Kirkwood con un proceso mayor: el silencio feminista que se impone en la transición como la contracara del protagonismo del movimiento feminista en las luchas contra la dictadura y del carácter restringido –consensual, diría la misma autora- de la democracia posdictatorial2. 1 Alejandra
2007, p. 15.
Castillo, Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, Santiago: Palinodia,
Entre los análisis críticos del feminismo en la transición, véase Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”. En Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, Buenos Aires: Clacso, 2001; Alejandra Castillo, Disensos feministas, Santiago: Palinodia, 2016; “¿Feminismo neoliberal? (Parte I)http://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/y “¿Feminismo neoliberal? (Parte II) http://www.eldesconcierto. cl/2016/01/06/feminismo-neoliberal-parte-ii/; Luna Follegati, “Democracia y feminismo. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/y “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” en Juventud y espacio público en las Américas, La Habana: Casa de las Américas, 2016. 2
Publicado en revista RedSeca, obtenido desde: http://www.redseca.cl/disputar-el-legado-de-julieta-kirkwood/
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La obra de Kirkwood, gestada al calor de las movilizaciones sociales del primer lustro de los años ochenta, no tenía lugar en tiempos en que el pacto transicional se mantenía imperturbable; su lectura se restringía en ese entonces a quienes de manera solitaria encontraban en ella un estímulo para resistir y pensar, contra la fuerza de los hechos, otra democracia posible. Once años después, algo ha cambiado. El regreso del feminismo es un hecho insoslayable, tanto en la sociedad chilena como en distintas latitudes del globo. Muestras de ello han sido la reciente conmemoración del 8 de marzo, que movilizó a millones de mujeres a lo largo del mundo, las masivas convocatorias contra la violencia machista que se han presenciado estos años, pero también que el feminismo tome lugar los medios de comunicación, e incluso que personalidades del mundo de la cultura se declaren feministas. Si bien estos hechos deben ser apreciados con diversa ponderación en tanto responden a lógicas e intereses diversos y a que en muchos casos muestran la captura neoliberal del feminismo, de todos modos son indicadores de que el silencio feminista va quedando atrás, al igual que el silencio que reinaba en torno a la obra de Julieta Kirkwood. La reedición prácticamente simultánea de Feminarios por el colectivo Communes3 en Chile y por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso)4, así como también la organización de foros, charlas o conversatorios para abordar dimensiones de su pensamiento, parecen mostrar que ha llegado el reencuentro con su obra tras largo años de espera.
II El tránsito desde el silencio a la recuperación de Julieta Kirkwood, ciertamente, pone sobre la mesa la cuestión de los posibles usos y lecturas no solo de su producción escrita y de su legado teórico, sino, sobre todo, de su figura y de su nombre, en tanto autoridad para legitimar públicamente posiciones bajo el rótulo del feminismo5. La bancada parlamentaria que invoca su nombre, es un buen ejemplo de este tipo de apropiación. Sin embargo, la discusión respecto de si es o no adecuado apelar a Julieta Kirkwood para instalar dicha bancada y su agenda legislativa, no debiera eximirnos de enfrentar otros desafíos teóricos y políticos que se abren con la enunciación feminista por parte de algunas diputadas. Por ejemplo, el de la posibilidad de desplegar allí una política feminista capaz de articular a la oposición y de orientarla en una dirección de ampliación de derechos, asumiendo las tensiones que históricamente ha generado la entrada de feministas en el espacio institucional y la enorme capacidad de procesar las demandas del feminismo en códigos neoliberales que la propia institucionalidad ha mostrado durante décadas. Si bien debatir estos temas es entrar en un terreno pedregoso, es claro que son problemas que no pueden ser evadidos. En ese sentido, nos parece pertinente relevar la reflexión de feministas contemporáneas, como la diputada Camila Rojas6 o la historiadora Luna Follegati, que hacen frente a estas cuestiones. Tomando las palabras de esta última, es momento de que nos preguntemos abiertamente “¿Qué es hacer 5 Es interesante pensar el uso del nombre teniendo presente el análisis
que hace Alejandra Castillo de la frase de la propia Kirkwood: “El feminismo soy yo”. Véase Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, ed. cit. 3 Julieta Kirkwood, Feminarios, Viña del Mar: Communes, 2017. Edición prologada por Alejandra Castillo. 4 Julieta Kirkwood, Feminarios, Buenos Aires, Clacso, 2017.
Camila Rojas, “La bancada F del Frente Amplio. ¿Es suficiente ser mujer?” https://antigonafeminista.wordpress.com/y “¿Para qué ser una (diputada) feminista?” http://www.theclinic.cl/2018/03/08/ columna-camila-rojas-una-diputada-feminista/ 6
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política desde el feminismo? ¿Cómo sería esta política feminista? ¿Cómo se enfrenta nuevamente la pregunta por la democracia y la institucionalidad? […]¿Es posible construir feminismo desde los espacios conquistados en el parlamento?” y “¿cómo debiese ser esa forma de construcción?”7. Las respuestas, por cierto, no están dadas, pero si el objetivo es perfilar un feminismo capaz de enfrentar políticamente la hegemonía neoliberal mediante el despliegue de un ideario y un proyecto alternativo, tiene sentido volver a Julieta Kirkwood. Su visión sobre el lugar del feminismo en un horizonte de transformación social global adquiere particular relevancia para pensar estos problemas: “El feminismo -decía Kirkwood en esta dirección- rechaza la posibilidad de realizar pequeños ajustes de horarios y de roles al orden actual, pues eso no sería otra cosa que la inserción en un ámbito-mundo ya definido por la masculinidad (el otro término en la relación de opresión). La incorporación de las mujeres al mundo será para el movimiento feminista un proceso transformador del mundo. Se trata, entonces, de un mundo que está por hacerse y que no se construye sin destruir el antiguo8”.
igualdad formal de todos los ciudadanosoculta las desigualdades sociales y sexuales contribuyendo con ello a su reproducción9. Y por otro lado, a advertir que las políticas de igualdad de oportunidades, de transferencias focalizadas de recursos a poblaciones femeninas vulnerables, de subvención a las labores de cuidado o de tratamiento punitivista de la violencia machista -solo por mencionar algunos ejemplos típicos de la agenda liberal- son incapaces de atacar estructuralmente las desigualdades sociales y la opresión de género. El feminismo crítico en general y el feminismo socialista en particular han desarrollado elaboraciones sustantivas en esta dirección. Sin embargo, que dichas críticas logren traspasar el terreno intelectual y provocar efectivamente una crisis en la hegemonía y legitimidad del feminismo liberal -tanto a nivel político como de sentidos comunes- es una tarea todavía pendiente y sumamente compleja, sobre todo si consideramos el grado de consenso que las agendas de género concitan en el campo de los progresismos y en sectores que se reconocen en la vereda de la izquierda.
Luna Follegati, “El feminismo y la agencia política parlamentaria” http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/01/06/ el-feminismo-y-la-agencia-politica-parlamentaria/
El feminismo de Julieta Kirkwood, situado en un horizonte socialista de transformación social global, se torna ineludible para este empeño. En ese sentido, la invocación de su nombre por parte de un sector de parlamentarias que se reivindican feministas nos ofrece una posibilidad para tensionar y disputar qué entendemos por feminismo, pero también para pensar cómo podemos, desde el feminismo, producir tácticas de enfrentamiento político que vayan generando crisis en el pacto neoliberal y que, a su vez, vuelvan improcesable el feminismo en esos términos. Ese derrotero -elaborar política feminista a partir del legado teórico y político de
Julieta Kirkwood, Ser política en Chile. Las feministas y los partidos. Santiago: LOM, 2010, p. 56.
9 En el sentido de la clásica crítica de Marx al liberalismo en “La cuestión judía”.
Esta visión del feminismo como una transformación del mundo nos impulsa a avanzar hacia una tarea de primer orden en el campo de las batallas político-ideológicas: la confrontación del feminismo liberal que ha orientado las agendas y políticas de género en los últimos casi treinta años. Allí, la disputa debe apuntar, por un lado, a mostrar cómo el feminismo hegemónico -en tanto renuncia a un análisis materialista y asume el principio abstracto de la 7
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Julieta Kirkwood- parece ser una buena forma de usar su nombre sin sacrificar su radicalidad.
la obra de Julieta Kirkwood, recorrida de punta a cabo por la preocupación por la democracia, adquiere renovada actualidad y vigencia política.
III
Tal preocupación de Kirkwood se enmarcaba en un contexto preciso: el Chile del ascenso y la derrota del proyecto socialista de la Unidad Popular y el gobierno de Salvador Allende, de la dictadura y la desarticulación de los partidos políticos de izquierda y del denso tejido social que se había formado en más de un siglo de acumulación de luchas en el campo popular. Pero también de la resistencia contra la dictadura de comienzos de los ochenta que se expresó en protestas tan masivas que no faltaron quienes tuvieron la esperanza de que la recuperación democrática fuese resultado de un proceso de movilización popular12.
La emergencia contemporánea del feminismo dentro de la cual se produce este regreso a la figura y obra de Julieta Kirkwood, ocurre en un escenario político y social de resquebrajamiento del pacto transicional y del consenso neoliberal: donde estallan conflictos sociales que impugnan el carácter subsidiario del Estado y la mercantilización extrema de la vida. Es en este ciclo de luchas -cuyo inicio más o menos puede situarse en el año 2006 con la llamada “revolución pingüina”que el feminismo retoma protagonismo en Chile, al punto de que se ha tornado una necesidad política para todas aquellas organizaciones que se plantean avanzar hacia una superación del neoliberalismo10 En el contexto de extrema mercantilización de los derechos sociales y de la vida en general que se observa en Chile, un punto central que se juega en estas luchas es la posibilidad de recuperar soberanía sobre nuestras vidas, hoy completamente determinadas por el mercado hasta en sus dimensiones más cruciales. Recuperar esa soberanía, no es sino reimaginar y realizar un nuevo pacto social, una nueva forma de democracia11. En este entendido, ahora que pareciera abrirse una posibilidad de interrumpir el pacto neoliberal y la democracia elitaria y tecnocratizada de la transición, Luna Follegati ha insistido en que la emergencia contemporánea del feminismo en Chile responde a una necesidad surgida desde los procesos de politización producidos en los últimos años. Ver: “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” ed. cit. 10
Carlos Ruiz Encina ha desarrollado la cuestión de la dicotomía mercado/democracia y la relación entre luchas por los derechos sociales y ampliación democrática. Ver De nuevo la sociedad, Samtiago: LOM, 2015) y “Socialismo y libertad. Notas para repensar la izquierda” en Chile actual: crisis y debate desde las izquierdas. Faride Zerán (ed.), Santiago: LOM, 2017, pp. 133-162.
Precisamente, en medio de las Jornadas Nacionales de Protesta, desarrolladas entre 1983 y 1986, Kirkwood realiza sus principales elaboraciones; sus textos están, por lo mismo, atravesados por ese tono de urgencia de quien escribe al calor de la lucha. El lema de su autoría -“Democracia Ahora”- transmite de manera ejemplar dicho carácter de su escritura. Sin embargo, esta urgencia no le restó agudeza ni capacidad de entender las posibilidades que se abrían y las que podían cerrarse, junto con el carácter determinante de esos años para la democracia que vendría. En 1983, cuando empezaban las primeras movilizaciones, escribía lo siguiente: “Las feministas […] saben que el momento es político. De movilización callejera, de protestas y cacerolas; de sentadas con lienzos y de vuelta a andar con la consigna de la “democracia ahora”. Pero también saben que es tiempo de planes, de programas, de plazos y de tiempos,
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Grínor Rojo realiza un agudo análisis de la relación entre marco histórico y reflexión kirkwoodeana, además de ofrecer claves para valorar la actualidad política de su legado. Ver: “1986. El futuro es de Julieta Kirkwood” en Clásicos latinoamericanos. Para una relectura del canon. Santiago: LOM, 2011, Vol. 2, pp. 315-370. 12
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de propuestas y de cifras; de prácticas de Unidad formuladas en acuerdos no excluyentes; de acciones concretas en el aquí y el ahora […] El momento es delicado porque en él se está resolviendo el futuro, y este dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática. Por ello quiero abrir de nuevo la primera página del reparto13”. Kirkwood logra ver la tensión entre dos lógicas diferentes, pero no todavía inconciliables: la movilización callejera, la protesta popular, y esas “prácticas de unidad”, esos “acuerdos no excluyentes” que ya se estaban fraguando. Tiene claro que la forma en que se realizara la recuperación democrática determinaría el carácter ampliado y popular o restringido y elitario de la democracia por venir. “El momento es delicado -advierte- porque en él se está resolviendo el futuro”. Y ese futuro, agrega, “dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática”. Su preocupación, lo sabemos después de casi treinta años de pacto transicional, era acertada. Paradójicamente, Julieta Kirkwood muere en abril de 1985 pocos meses antes de un hito que será central en esta historia: la firma del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia por sectores que iban desde cierta derecha “republicana”, pasando por la DC, hasta sectores socialistas. Ese momento consagra la salida pactada de la dictadura, conservando la Constitución del 80 y el modelo de Estado que se había instaurado. Este acuerdo se firma incluso antes de que las movilizaciones populares empezaran a decaer a partir de 1986, lo que indica, con bastante claridad, que el proyecto político de una democracia elitaria no fue una necesi13 Julieta Kirkwood, Tejiendo rebeldías, Santiago: CEM, La Morada,
1987, pp. 117-118.
dad histórica inevitable ante una sociedad desmovilizada, sino más bien un proyecto político que, precisamente, buscaba prefigurar la sociedad futura y desmovilizarla desde su origen. Se sella ahí lo que será la restringida democracia chilena no solo en términos de representación y de participación, sino sobre todo en términos de exclusión de los intereses de las mayorías sociales del pacto político-empresarial que iría a determinar el carácter del Estado hasta el día de hoy. Kirkwood vio con preocupación este posible desenlace. Le inquietaba que la democracia se clausurara, que los sectores populares quedaran fuera, no solamente en términos de “exclusión material”, sino que, y sobre todo, en el sentido de que se les impidiera ejercer el derecho a construir una sociedad diferente a la impuesta. Con esa conciencia declara: “quiero abrir de nuevo la primera página del reparto”, como si quisiera ella misma repartir los papeles de la democracia futura, designar sus protagonistas y evitar la clausura elitaria que se asomaba como posibilidad. La pregunta por el lugar de los sectores populares en el proceso político formaba parte del universo de problemas que ocuparon a Julieta Kirkwood hacia finales de los años setenta y que orientaron un conjunto de investigaciones colectivas en torno al concepto de “proyecto popular alternativo” desarrolladas al alero de Flacso14. El núcleo del planteamiento que estas investigaciones proponían era la existencia en América Latina de una larga historia de luchas de los sectores Un conjunto de documentos de trabajo producidos colectivamente por Julieta Kirkwood, Enzo Faletto, Rodrigo Baño, Leopoldo Benavides, Ángel Flisfisch, entre otros, al alero de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), se concentra en el estudio de lo que llamaban “proyecto popular alternativo”. Por ejemplo: “Antecedentes y consideraciones sobre el proyecto popular alternativo” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1980); “Dominación urbana y proyecto alternativo en América latina” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1981) y “El proyecto popular alternativo en la historia reciente de América Latina” (Baño, Benavides, Flisfisch y Kirkwood, Santiago: Flacso, 1982). 14
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populares contra la dominación en las que se hallaba un proyecto social alternativo al de los sectores dominantes. Es importante tener este elemento presente, pues es al interior de esa matriz, cuya centralidad está puesta en la capacidad de los sectores populares de levantar proyectos sociales, que Kirkwood lee la movilización contra la dictadura como la posibilidad de realización de un proyecto alternativo y de allí su especial preocupación por el protagonismo o no de los sectores populares en el proceso de recuperación democrática. En esta dirección, junto a su equipo de Flacso, señalaba lo siguiente: “la recuperación de la democracia, en lo que a los sectores populares se refiere, no puede ser concebida sólo como una alternativa en que se contemplen “mejores condiciones de existencia” para estos grupos, sino que además debe aceptarse que estos juegan un papel activo y protagónico en su realización… que su participación se entienda a partir de su propia capacidad de definir proyectos y perspectivas y no como simples “receptores” de la historia de los otros grupos y clases15”. No se trataba solo de recuperar la democracia en términos formales, sino de pensar la democracia como parte del proceso de constitución de los sectores populares en un actor capaz de conducir la realización de un proyecto social que fuera expresión de sus intereses. De esta manera, aparece en el pensamiento de Julieta Kirkwood la cuestión del sujeto social necesario para la articulación de un proyecto político alternativo, cuestión que se debe explorar con mayor detención a futuro.
15 Baño, Benavides, Faletto, Flisfisch, Morales y Kirkwood, “Movi-
mientos populares y democracia en América Latina”, Santiago: Flacso, 1978 s/p.
IV Las preocupaciones de Julieta Kirkwood retornan para interpelar el presente. Hoy que se han activado luchas en contra de la mercantilización de la vida, que se impugna el consenso neoliberal que campeó durante décadas, que se abre a fin de cuentas la posibilidad de reinventar la democracia y que el feminismo se instala como desafío, como herramienta de lucha y como horizonte de una sociedad transformada16, aparecen rápidamente los mismos peligros que a ella le preocupaban. El fantasma de la clausura elitaria de la democracia, el problema, poco asumido, de la necesidad de constituir un sujeto popular que sostenga un proceso de transformación social, la tentación de procesar el feminismo en agendas de género y de relegarlo a una lucha parcial de sectores específicos, aparecen también en este nuevo ciclo político. Para alertarnos de tales peligros, interrogarnos y plantearnos un horizonte emancipatorio, nos espera, desafiante y siempre actual, la obra de Julieta Kirkwood.
16 Por razones de espacio no nos es posible detenernos en recientes
y estimulantes reflexiones que están desarrollándose en el feminismo local respecto a la necesidad de articular un movimiento feminista capaz de hacerse transversal a todas las luchas sociales, que evite circunscribirse a temas o problemas específicos, que piense la transformación social en términos globales y que se haga cargo de repensar la relación entre feminismo y democracia y entre feminismo e izquierdas. En esta línea han avanzado elaboraciones como las de Daniela López y Sofía Brito en “Qué feminismo para la emancipación: breves lecturas del Chile actual para el avance de la huelga de mujeres https://antigonafeminista.wordpress.com/ que-feminismo-para-la-emancipacion-breves-lecturas-del-chile-actual-para-el-avance-de-la-huelga-de-mujeres/ y las de Luna Follegati en “Democracia y feminismo en Chile. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/. También se mueven en la misma dirección la reciente declaración de la Coordinadora 8M, “Hacia una agenda común de movilización contra la precarización de la vida”https://www.facebook.com/notes/coordinaci%C3%B3n-8-de-marzo/ hacia-una-agenda-com%C3%BAn-de-movilizaci%C3%B3n-contra-la-precarizaci%C3%B3n-de-la-vida/2293614130865358/ y la convocatoria realizada por la Fundación Nodo XXI a intelectuales, dirigentas sociales y militantes políticas a conformar un espacio de diálogo y debate que permita pensar desde el feminismo los desafíos del Chile actual http://www.nodoxxi.cl/se-realiza-la-primera-version-del-encuentro-dialogos-feministas-de-la-fundacion-nodo-xxi/
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CAMILA ROJAS VALDERRAMA
Revolución, feminismo e izquierda en el cambio de siglo. Una recuperación de la idea de revolución, a cien años de la revolución rusa, debe comenzar por hacer constatar lo avanzado y aquello que se detuvo. También aquello en que volvimos atrás. Una revolución que se basó en el principio de liberar a la humanidad del dominio capitalista, de la conversión de todo lo vivo y todo lo existente en objetos para la producción y consumo de mercancías, y que fue protagonizada por los subalternos de un sistema autoritario y oligárquico, sin duda es algo que le pertenece a la humanidad toda, a su afán por superar su prehistoria. A un siglo de distancia, los hechos de Petrogrado en 1917 son vistos como uno de los grandes cánones -junto a la Francia jacobina y la Cuba de los barbudos- de lo que debería ser la revolución. Pero también son experiencias que nos quedan lejos, en cuyos protagonistas no nos reconocemos. Todo nos resulta ajeno: sus ropas, nombres, historias y contextos. Pero sus consignas y objetivos nos siguen convocando. La historia de esa revolución aparece reluciente cuando inscribimos nuestras prácticas en otra historia, la de los subalternos de todo tiempo por liberarse de los dominios explotadores. Pero también brillan sus vacíos y problemas, en especial la deuda con la libertad humana, y en ella, con la liberación de las mujeres. En ese marco, este seminario debiera estar atravesado por una pregunta que lanzamos en esta presentación: ¿Qué debería ser la revolución en el Siglo XXI? ¿Qué formas nuevas debe conservar para ser una revolución al nivel de las anteriores y qué formas debe abandonar para ser realmente revolucionaria y no ser consumida por la borrachera del triunfo o por la negación del fracaso? Tres elementos mínimos de lo que no debiera ser una revolución, nos abren a la pregunta por el feminismo y la propuesta revolucionaria de la izquierda. Son tres límites, o alertas, que debieran guiar la práctica de la izquierda. Los plantearé en el orden en que debiesen ir
Texto leído en el Seminario “100 años de Revolución Rusa: perspectivas políticas actuales”, obtenido desde: http://www.contratiempo.cl/2018/06/02/revolucion-feminismo-e-izquierda-en-el-cambio-de-siglo/
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siendo descubiertos en una elaboración de principios revolucionarios para el siglo XX. Así también son una metodología para recuperar lo libertario que debiese tener alternativa revolucionaria para nuestros tiempos:
nista y lucha socialista. Son conjuntas y a la vez, o no son.
Primero, una propuesta revolucionaria para el siglo XXI debe abandonar cualquier resabio de las carreras productivistas de la Guerra Fría. Abandonar la idea según la cual un gran desarrollo capitalista -solo posible en clave capitalista- es necesario para construir el socialismo, pues el socialismo no debiera medir su éxito en esa idea de progreso, cuya métrica es siempre la acumulación. Así, se debe asumir que la misión de los revolucionarios no es el engrandecimiento del Estado, aunque se declare socialista.
La tradición del feminismo socialista, en la gran gesta revolucionaria, entendió que no existe un sistema patriarcal autónomo del capitalismo, lo que determina las relaciones sociales como las interpersonales, porque desde la especificidad de la opresión de la mujer, queda de manifiesto que el capitalismo no es solo leyes economicistas sino como un orden social complejo y articulado, cuyo núcleo son las relaciones de explotación, dominación y alienación, jerárquicas y opresivas.
A partir de ello, se debe recuperar la sospecha en el Estado, en la comodidad que a veces entrega, y sobre todo en su capacidad de intervenir nuestras vidas. Eso solo es posible recuperando la máxima que hace inseparable a la izquierda de la rebeldía. La rebeldía así se asume como un acto profundamente humano: es la imposibilidad de tolerar la opresión, es la urgencia de hacer algo para detenerla. Contra las formas militares, uniformadas y autoritarias de la política, la izquierda debe proponer una política rebelde y libertaria. Así, el fin de la lucha revolucionaria es mucho más que igualdad de derechos o un determinado nivel de desarrollo. Es la libertad humana. La revolución del siglo XXI tiene que volver a poner la libertad humana como fin y como medio, como centralidad de cualquier proyecto de futuro para el mundo. La lucha por la libertad es la lucha por terminar con toda sujeción a dominio y contra toda cosificación mercantil. Es obvio que vista así, la revolución no admite una separación entre lucha femi-
Avancemos en ese camino con preguntas: ¿Qué temas deben ser puestos a la luz en una apropiación crítica del legado de la revolución rusa?
Sin embargo, este debate fue exiliado en gran parte y con ello se va concretando la traición de los obreros a sus compañeras, cuando, en función de su interés salarial, aceptaron el desplazamiento de la mujer a la esfera familiar. El comunismo soviético, sobre todo en su fase stalinista-stajanovista, insistió en la ideología del trabajo, en su propia utopía de un orden social donde se glorifica a los trabajadores sin emanciparlos. Su nuevo rol central fue elevado a ideal del todo social, lo cual implicó la subordinación de las mujeres a su casillero en la organización industrial fordista, a su reconfinamiento al trabajo doméstico. En este sentido, el feminismo clasista visibilizó que la explotación como extracción de plusvalor no es la única forma de explotación en una sociedad capitalista y que la fábrica estaba en toda la sociedad, también en la familia, organizando cada relación humana para sí y poniéndola al servicio del capital. Esta afirmación, no fue casual, responde a que desde un punto de vista político, la distinción entre trabajadores productivos y no-productivos (en términos de producción de plusvalor) no es tan relevante al mirar el trabajo reproductivo que
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se carga en los hombros de las mujeres, porque éste produce valores de uso al ser un trabajo servil. La importancia, entonces radicaba -y hoy lo sigue haciendo-, en los mecanismos y formas de organización y división del proceso de trabajo. También ocurrieron postergaciones programáticas: La polémica sobre la primacía política del capitalismo o el patriarcado en la construcción del orden social debe ser abierta y permitir clarificar las posiciones que sean a la vez comunistas y feministas. No deben servir para descartar un polo en una simple solución teoricista o verbal. Eso sería reducir la amplitud posible y en ello seguir cometiendo el mismo error de siglos: perder para la lucha comunista a la mitad de las clases trabajadoras, al aceptar la negación de sus formas específicas de ser explotadas. Así, el clasismo estrechamente obrerista o el esencialismo mujerista deben ser negados, porque hay retroceso cuando se niega la relación estructural entre la opresión de género y el capitalismo. En su lugar, una posición política que se plantee contraria a la explotación y por la libertad, no puede dejar sin crítica radical el rol de la mujer en la producción capitalista. Solo negando las formas capitalistas de hombre y mujer, podemos abrirnos a una revolución que también nos libere de pesados moldes construidos para la mercancía y no para el goce y despliegue humano. Esta tarea histórica de la promesa emancipatoria nos trae de vuelta, a al izquierda, la importancia de la reivindicación de la democracia y la libertad, preocupaciones con la cuales dialogaba Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai. Estas preocupaciones fueron sacrificadas por las burocracias de la centralidad estatal en nombre de una igualdad empobrecida y homogénea en los socialismos reales, generando un cambio en el carácter de clase de la revolucióncomo señalaba Oposición Obrera, el grupo al cual pertenecía Kollontai-, porque se
reemplazó a la sociedad por el Estado. Esto fue un atentado a la posibilidad de alcanzar la libertad como fin de la revolución, reduciendo la transformación social a principios distributivos y sexistas, decretados por un Estado enorme e interventor de la vida, al limitar el desarrollo de las fuerzas productivas a una cuestión técnica, perdiéndose el sentido humano del ideal revolucionario. De esta forma, uno de los aprendizajes de revisar la revolución rusa desde un feminismo de izquierda es que replicar proyectos de organización estatal de la vida y de socialización forzada, es replicar la derrota ante una sociedad que no soporta una construcción uniformante de la vida. ¿Cómo debiese ser un programa feminista de y para un movimiento comunista de liberación humana?. Para nosotras el movimiento comunista debe ser feminista y el feminismo, comunista. Siguiendo a Cinzia Arruza, la opresión de género y la opresión racial no corresponden a dos sistemas independientes que tengan cada uno causas particulares: son parte integral de la sociedad capitalista a través de un proceso histórico largo que ha disuelto formas precedentes de vida social. En este sentido, la noción de reproducción social ocupa un rol central en el enfrentamiento con el estado para la estrategia revolucionaria del SXXI, la que no solo nos indica el proceso de reproducción de la sociedad en su totalidad, sino también, la mantención y reproducción de la vida, en un nivel diario o generacional, que es lo que el feminismo interpela. Una relación entre la vida doméstica al interior del hogar, y los fenómenos de la mercantilización y la sexualización de la división del trabajo en lo erróneamente considerado no productivo como en lo productivo. Debemos volver a centrar nuestras luchas
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en la “desprivatización” del trabajo de cuidados, al interior de la familia (de cualquier tipo de familia) y en su “desfeminización”, y no para recibir el producto íntegro de dicho trabajo mediante la forma-salario, sino para su socialización a gran escala, que permita al calor de las luchas emancipatorias, nuevas formas de sociabilidad y así ir liberándonos de relaciones de opresión de género y dominación que determinan y distribuyen esta carga de trabajo sobre nuestros hombros. El cuerpo del capital descansa sobre el cuerpo de las mujeres, dando lugar a una división sexual desigual en las clases subalternas: las mujeres trabajan más mientras los hombres trabajan menos. Es condición de posibilidad para la revolución entender que las sociedades en que el capitalismo ha suplantado al modo de producción precedente están caracterizadas por una transformación profunda y radical de la familia y es precisamente la familia del capital la que debemos subvertir. Somos depositarias y constructoras de rebeldía, pero debemos asumirlo como máxima, como principio guía. Debemos entender la política feminista como la persecución de las metas feministas en la promesa emancipatoria comunista, que sigue siendo la misma de 1848, 1871, 1917 o 1970. Para nosotras el comunismo debe ser feminista y el feminismo, comunista, pues solo así será imposible procesarlo en los estrechos límites del progresismo y podrá hacer frente a las acusaciones de particularismo ofreciendo una salida comunista a la crisis, no solo económica, si no también de la misma humanidad ante sí, al egoísmo como única forma de las relaciones sociales, a ese infierno al que nos empuja el capitalismo. El feminismo comunista podrá plantearse, para recordar a Rosa Luxemburgo, como alternativa ante la barbarie neoliberal que nos expropia de
nuestras vidas y cuerpos. Solo luchando por hacer central y hegemónico lo que hoy es solo eso, una alternativa, reivindicamos para el futuro la gesta emancipatoria de hace un siglo en Rusia.
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CAROLINA OLMEDO CARRASCO
Feminismo en Chile: una crítica sistémica desde el sur.
Dentro de la oleada de movilizaciones de masas que propiciaron el mayo feminista experimentado las últimas semanas en distintos puntos de América Latina y Europa, sin duda una de las experiencias de mayor proyección sistémica e irrupción ideológica afín al campo de la política anticapitalista es la movilización feminista chilena, que en poco menos de un mes ha instalado y estimulado un intenso debate público acerca del rol y la potencia del feminismo actual en la refundación de una izquierda para el siglo XXI. De este proceso da cuenta su acelerado trayecto político, que -a partir de una movilización universitaria contra el abuso y el acoso en las instituciones educativas iniciada en Valdivia el pasado 17 de abril- ha logrado entroncarse y conducir a una importante franja organizada de fuerzas sociales de cambio en las ciudades más importantes de Chile, interpretando en clave feminista la precarización de la vida devenida de un sistema económico de mercado y privatizador de derechos sociales. La intensidad de esta movilización, la proliferación de tomas y paros de mujeres en las principales universidades del país, ha llegado al punto en que incluso el presidente Sebastián Piñera, connotado referente de la derecha empresarial chilena, ha declarado haber “cometido errores” como hombre y ser feminista en la medida que esta denominación implica “creer en una plena y total igualdad de derechos, deberes y dignidad entre hombres y mujeres”. Y es que a su cierre, las prolongaciones de este inédito alzamiento de mujeres del sur se extienden como pequeñas rupturas que agrietan en su totalidad al mercado de la educación chileno: un campo empresarial en el cual convergen toda serie de actividades lucrativas (servicios, inmobiliaria, tecnología), que a su vez se ha convertido en uno de los principales espacios de producción de nuevas subjetividades juveniles.
Publicado originalmente en la revista española Viento Sur, obtenido desde: http://www.contratiempo.cl/2018/06/10/feminismo-en-chile-una-critica-sistemica-desde-el-sur/
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Desde su particular construcción sobre una experiencia de nuevo siglo, macerada en una larga y reciente tradición de alzamiento estudiantil, de mujeres y de diversidades sexuales (2000-2017), el feminismo chileno consolidado en las presentes movilizaciones (ver http://vientosur.info/ spip.php?article13867) ofrece una nueva reflexión acerca de las relaciones entre capitalismo y patriarcado, y por ello una consecuente revisión de los viejos y monolíticos sesgos del marxismo-leninismo respecto del trabajo de reproducción y cuidados. De este modo, se propone la revisión creativa del rol de las mujeres en un proceso de avance del socialismo, leyendo la acelerada integración neoliberal de las mujeres al trabajo como un factor inédito en la historia del capitalismo chileno, así como también como un campo inmejorable para la expansión del feminismo como herramienta de lucha a nivel general. Es en esta clave que los feminismos chilenos convocados por la movilización iniciada el pasado mayo -en su acción acordada aunque en heterogeneidad- se perciben ampliamente dentro de una tradición de lucha local y global más larga, que sin embargo vuelve sobre su historia en busca de aquellos momentos en que la práctica política y el horizonte ideológico feminista encausaron su acción hacia una postura unitaria e integradora de sujetos a la lucha socialista. En este trayecto, el momento actual corresponde a la lectura de esta historia desde la constitución de un sujeto político protagónico en el presente: las mujeres como parte de la base más despojada en un sistema basado en la mercantilización de la vida y la privatización de lo público, en un país donde el mercado de la educación es uno de los proveedores de servicios más relevantes y que –a partir de la aspiración social a la educación como un espacio de movilidad social- endeuda a amplias franjas de jóvenes chilenos. Jóvenes estudiantes que en su mayoría,
por las condiciones de dependencia tardía a las que están sometidas y por el aumento del mercado de las carreras asociadas a las tareas de cuidado -efecto colateral del aumento de la mano de obra femenina-, son mujeres en edad laboral. En este sentido, no es falaz identificar el corazón de esta movilización en el interés común en torno a una reforma total de la educación pública en clave feminista, la instalación de una educación no sexista a todo nivel, así como en la denuncia de la precarización de la vida femenina como sustento del crecimiento económico chileno. Lejos de la imagen de las mujeres universitarias dentro de una estructura social clásica como privilegiadas respecto a sus pares proletarias e integrantes de la clase media o la intelectualidad, imagen conservadora del feminismo que para el caso chileno lo concibe como producto de un ejemplar proceso de “modernización neoliberal”, en Chile las estudiantes son el combustible principal de un mercado basado en el endeudamiento por la obtención de certificaciones que permiten el ingreso al un mundo laboral altamente profesionalizado, cuyas exigencias tras décadas de expansión mercantil de la educación superior imponen bajos salarios a quienes no poseen un título universitario. De este modo, la universidad chilena -atravesada por la privatización y el endeudamientose ha convertido en la experiencia común y escenario de despliegue de diferentes generaciones de feministas, algunas de ellas movilizadas desde la educación secundaria hasta su vida como docentes. Ello ha consolidado una lucha por la igualdad en la educación pública como semillero de la sociedad transformada, así como una defensa de la universidad como un espacio que debe transitar hacia la incorporación de las demandas feministas a modo de modelo: un elemento que atravesará su acción política desde sus orígenes en la demanda por la erradicación
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total de las practicas de abuso y acoso en las universidades. Abordando su heterogeneidad como una fortaleza y anomalía respecto de las rígidas identidades políticas que caracterizaron a la izquierda chilena del siglo pasado, es posible visibilizar en la constritución y ductibilidad de esta nueva fuerza el resultado de un extenso itinerario de resistencia a las políticas pactadas en la postdictadura. En este sentido, una de sus principales características como movimiento es su postura mayoritariamente no esencialista, integradora de las diversidades sexuales, y de fuerte pertenencia ideológica a la izquierda. El movimiento feminista emergido a partir de estos pedazos empobrecidos de la sociedad neoliberal -pero también de los restos de las luchas pasadas- se percibe como un laboratorio de nueva política para las y los sujetos marginados del ejercicio político impuesto por el Estado subsidiario, rescatando al despojamiento de las mujeres dentro de una economía de mercado como el escenario de acción forzado para cualquier movimiento político que las convoque.
En la calle, en las aulas, en las casas y en las camas En un escenario de acelerada privatización de la educación y el establecimiento de un valor positivo hacia una idea de ésta contraria a su condición de derecho, la consolidación en Chile de la educación como un “mercado de oportunidades sociales” rígidamente estamentado abrió a partir de los 2000 un campo nuevo para el desarrollo de nuevas universidades cuya institucionalidad de carácter masivo-lucrativo -aunque nueva- conservará la costumbre capitalista de montarse sobre las viejas estructuras de opresión para la expansión de sus nuevos mercados. Así, la condición antidemocrática y mercan-
til que rige el actuar de las instituciones universitarias chilenas más grandes en número de estudiantes y más populares en términos de clase es reconocida por el movimiento feminista emergido en sus aulas como la condición de base para la reproducción de la violencia machista y la desigualdad de género en los espacios de educación superior, así como también en los posteriores campos de inserción laboral de sus estudiantes. Continuadora de las luchas resistentes a la dictadura e inicios del periodo democrático en Chile, la reflexión feminista surgida en los ámbitos universitarios durante los últimos diez años adquirió una relevancia mediática a partir del movimiento social por la educación durante 2011, en cuya demanda por una educación pública, gratuita y de calidad incorporó con el avance del movimiento universitario la necesidad de crear una nueva educación de carácter no sexista para la verdadera democratización de la educación como derecho universal. A partir de entonces, el feminismo expresado en las diversas organizaciones, coordinadoras y colectivas nacidas en el espacio universitario estableció una perspectiva particular de superación del patriarcado que trascendiera dicho ámbito institucional y se proyectara al resto de la sociedad, haciendo propia la defensa de la educación pública junto al movimiento estudiantil. La reflexión abierta por el feminismo en este ámbito educativo se ocupó tanto de dar visibilidad y legitimación pública a las mujeres, como de interpelar desde una perspectiva de género a las relaciones, prácticas y producción de conocimiento en las distintas comunidades donde se desplegó, sirviendo como base para el cuestionamiento radical de las históricas estructuras de dominación presentes en la universidad. Ejemplo de ello es la denuncia sobre la división sexual del trabajo imperante en los programas de estudio ofrecidos por las instituciones de forma-
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ción superior públicas y privadas en dicho país, que reproduce y proyecta al ámbito profesional los roles de género impuestos en el régimen privado (cuidado, crianza y educación). Así, la mayoritaria presencia femenina en las universidades de masas no implica en ningún sentido una mayor democratización de estos espacios formativos, sino que más bien la creación de nuevos nichos de expansión de la matrícula universitaria que replican las formas de segregación existentes, constituyendo un campo de acción y disputa concreta para el feminismo dentro del conflicto estudiantil. En este escenario, la emergencia de una crítica radical a la reproducción de contenidos y actitudes sexistas al interior de las aulas puso en la centralidad del debate los aspectos cualitativos de la educación como motor de cambio, recuperando para el feminismo la idea de derecho a la educación como un mecanismo de integración social y base indiscutida en la construcción de una sociedad despatriarcalizada. Este proceso de concienciación y construcción política feminista al interior de las universidades es visible en la proliferación de oficinas de sexualidades y género en las universidades a partir de 2011, así como también la realización de distintos encuentros nacionales por la educación no sexista que desde 2014 facilitaron el diálogo entre las distintas diversidades feministas dentro y fuera del espacio educativo. A partir de la emergencia en lo público de este feminismo universitario, potenciado en su extensión y discurso por el intenso contexto de movilización estudiantil abierto en 2011, el movimiento feminista crecerá en las calles articulando en su avance a distintas franjas de mujeres excluidas de la política, aunque expresivas de la precarización femenina como aglutinante. De este modo organizaciones contra la violencia de género, contra el acoso callejero y laboral, en demanda por la
despenalización del aborto y la legalización de la píldora del día después, en lucha por la igualdad salarial, y a favor de una ley de identidad de género se encontrarán enfrentadas a un mismo contendor: un sistema económico neoliberal que se alimenta en su expansión de las condiciones otorgadas por el patriarcado para la integración precaria de las mujeres al mundo laboral y el control femenino de los cuerpos, tanto en el trabajo formal como en las tareas asociadas al género en el espacio privado y la reproducción. A la constitución de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres (2004) y realización de la primera marcha contra la violencia de género bajo la consigna el machismo mata (2008), se suman iniciativas que a partir de 2013 buscaron instalar un horizonte de libertad de los cuerpos en torno a la prohibición total del aborto, que en Chile se prolongó hasta el año recién pasado. Es en este sentido que un punto de inflexión importante para la masividad actual de este movimiento fue el debate en torno a la aprobación de una primera ley de aborto con permisión de tres causales (riesgo de vida de la madre, embarazo por violación e inviabilidad fetal), que se constituyó como espacio de diálogo problemático entre organizaciones del feminismo radical, estudiantil, social y gubernamental. En ese contexto, agrupaciones radicales aunque cercanas a la esfera universitaria en torno a la demanda del aborto libre (como Línea Aborto Libre, organización clandestina que promueve abortos farmacológicos) iniciaron una crítica contundente hacia las formas en que el Estado subsidiario reproduce los estereotipos de género heredados de la dictadura -y materializados en la constitución de 1980, que hoy restan soberanía a las mujeres sobre sus vidas y cuerpos, perfilando al aborto únicamente desde la condición de “víctima”: es decir, el fortaleciendo un rol paternalista y conservador por parte de las políticas públicas respecto de la
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sexualidad de las mujeres, evadiendo por medio de un discurso terapéutico la escasa valoración estatal del trabajo de reproducción. Sobre esta arena de constitución de una lucha feminista tensionada por sus múltiples intereses, orígenes y orientaciones ideológicas, en años recientes la conformación de la Coordinadora #Niunamenos en Chile (2016) como un espacio de contacto entre las diversidades feministas desde su unificación en las calles, constituye un proceso inédito de diálogo y elaboración entre las políticas y activistas, y entre las organizaciones que abogan por una postura unitaria y aquellas por la interseccionalidad, iniciando un nuevo ciclo cuya ambición es la refundación -desde el feminismo- de una nueva izquierda para Chile. Desde esta diversidad de registros de origen, es significativo que en mayor o menor medida las vocerías sociales, políticas e intelectuales dentro de este movimiento se plantean como la posta del pensamiento propuesto por la tercera ola feminista iniciada a fines del siglo XX, refundando sus saberes desde su carácter global, sus reconocimiento de las múltiples formas de ser mujer dentro de la experiencia capitalista, y su incorporación de las perspectivas de clase y raza como ejes fundamentales para cualquier construcción como sujeta política para la emancipación. En este sentido, la extendida relectura de feministas latinoamericanas como Julieta Kirkwood Bañados, escrituras elaboradas dentro de la tercera ola aunque al calor de movilizaciones sociales que encararon la brutal conversión económica al neoliberalismo en un contexto autoritario en el Cono Sur, otorgan a la izquierda chilena anticapitalista un inédito espacio para la construcción de nuevas identidades que incorporen al feminismo contemporáneo en clave de modernización de sus preceptos ideológicos y relaciones sociales. Del mismo modo, En palabras de un texto
firmado meses antes de su elección por la diputada chilena y ex Presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Camila Rojas Valderrama (junto a la también ex dirigenta estudiantil y actual dirigenta feminista, la abogada Daniela López), la mirada sobre esta trayectoria latinoamericana de saberes feministas desde la izquierda actual se impone el rescate de “la rebeldía y contestación a un orden que nos entiende y trata como inferiores”, encarando la reproducción del orden patriarcal como la cara oscura del auge económico chileno y su ingreso a los países de la OCDE. En herencia del ciclo previo de movilizaciones estudiantiles (2001, 2006 y 2011), la potencia del feminismo contemporáneo chileno es su construcción a partir de la parcialidad de una crítica al sistema en su conjunto, apuntando a la economía neoliberal y a las políticas del Estado subsidiario como reproductoras por igual de la precarización de la vida y la segregación social.
¿Empobrecimiento y/o modernización? La disputa actual por el carácter del feminismo Es con esta heterogénea y decantada trayectoria con la que colisiona la “Agenda mujer” levantada por el presidente Sebastián Piñera como respuesta a las movilizaciones feministas hace algunas semanas, y que aprontó la conservadora postura del segundo gobierno postdictatorial de la derecha chilena en su última cuenta pública: el fortalecimiento del rol subsidiario del Estado y la consideración esencialista de la mujer como naturalmente diferente al hombre, con tendencia a las medidas focalizadas dentro de un horizonte de mercado que abarca gran parte de los derechos sociales -y que hoy engloba aspectos como la salud, la educación, la vivienda y las pensiones-. Del mismo modo, orga-
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nizaciones de la izquierda denunciaron la persistente tendencia de estas medidas “pro mujer” en la consolidación de un sujeto femenino funcional para la sustentación de un sistema económico que perpetúa la precarización de la vida de las mujeres en su conjunto. Esto al desoír por completo la demanda social por una educación no sexista, omitir medidas concretas para el abordaje de la precarización laboral, el aumento de la violencia de género y el empobrecimiento de amplias franjas de mujeres en el país y la región; así como la consideración de las tareas de reproducción y cuidado doméstico como un trabajo sobre el cual se sustenta la producción general. En este sentido, la mayor alzada feminista en la historia de Chile tiene como desafío no sólo la disputa acerca de la explicación de los orígenes y el actual sentido de dicha movilización respecto de su propia trayectoria, sino que también la construcción de una conducción política antineoliberal a partir de la apertura de este conflicto en el presente, que desde el movimiento feminista como punta de lanza profundice la lucha por los derechos sociales a nivel general. Allí radica la potencia de este feminismo del sur: en su interprelación crítica a la promesa incumplida de la democratización y libertad postdictatorial, cuyos sesgos se expresan nítidamente en el impulso de reformas de espaldas a la sociedad movilizada, y que no tocan en lo más mínimo la institucionalidad heredada de la dictadura, la hegemonía del mercado y los procesos de privatización de lo público. Dicho esto, no es menor considerar como contexto de emergencia del actual movimiento feminista chileno la profunda crisis de legitimidad de la democracia transicional, que afecta a todo el sistema formal de partidos desde la derecha al recién nacido Frente Amplio. En la búsqueda de referentes para imaginar una nueva democracia que asuma
como tarea la integración social en uno de los países más desiguales del mundo, la ciudadanía experimenta en el seno del feminismo -en su convocatoria a múltiples sectores históricamente excluidos- un primer espacio creativo y abierto a la sociedad con este fin. De ahí el hecho de que, más que un producto de la modernización de mercado acontecida los últimos veinte años en ese país, el movimiento feminista chileno se plantea a si mismo como una instancia de reclamo y reconstrucción de los derechos sociales perdidos, así como de refundación de las relaciones entre hombres y mujeres dentro de la izquierda chilena a fin de converger en una acción transformadora conjunta. Ello resignificando a dicha izquierda, sus aciertos y errores en su relación con la participación política femenina, como una tradición de lucha imprescindible para cualquier fuerza transformadora en América Latina. Retomando a socialismo como un horizonte colectivo de defensa y reforma al avance deshumanizante del mercado, el feminismo actual representa en la región la posibilidad cierta de acabar con un orden social sustentado en la generación de humanidades de segunda clase. De este modo, el advenimiento de las demandas feministas permitirían una vez más, esta vez desde un sentido auténtico e integrador de las mayorías, repensar una democracia en Chile que ofrezca igualdad y libertad para todas y todos.
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DANIELA LÓPEZ LEIVA
Feminismo y Revolución: A 100 años de la Revolución de Octubre.
Quienes entusiastamente invitamos al Encuentro Feminista: Feminismo y revolución nos preguntamos ¿cuál ha sido la implicación del feminismo en aquella gesta revolucionaria? Más aún nos preguntamos ¿si el feminismo, su política, se vincula a la figura de aquella revolución que centraba su agitación y transformación en nombre del proletariado? ¿En qué sentido el feminismo se trama con esta revolución, o con aquella otra de los derechos, antecedente polémico de la de 1917? O, por el contrario, ¿debiésemos sugerir, más bien, que el feminismo ha descrito su práctica, y teoría, con y contra el escenario político de la lucha de clases? Con esa primera provocación cita del texto de invitación a este encuentro feminista queremos traer de vuelta a Alexandra Kollontai que en 1913, en su texto “El día de la Mujer”, esgrimió: “¿Qué nivel de conciencia posee una mujer que se sienta en el fogón, que no tiene derechos en la sociedad, en el Estado o en la familia?… ¡Ella no tiene ideas propias! Todo se hace según ordena su padre o marido. El retraso y falta de derechos sufridos por las mujeres, su dependencia e indiferencia no son beneficios para la clase trabajadora, y de hecho son un daño directo hacia la lucha obrera. ¿Pero cómo entrará la mujer en esa lucha, como se la despertará?” Precisamente, en el Día Internacional de la Mujer en 1917, las obreras textiles en el distrito de Vyborg en Petrogrado iniciaron huelga, abandonando las fábricas movilizándose, llamando a los trabajadores a plegarse a la huelga. Eran obreras, mal pagadas, con jornadas de doce o trece horas, mujeres que se revelaban a la miseria, que luchaban por algo tan significativo como el pan. Desataron gran parte de la revuelta que barrió con el zarismo antes de desaparecer detrás de los grandes batallones de obreros varones y de partidos políticos dominados por hombres. Publicado en diario El Ciudadano, obtenido desde: https://www.elciudadano.cl/columnas/feminismo-y-revolucion-a-100-anos-de-la-revolucion-de-octubre/10/05/
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En palabras de Megan Trudell, en “Las Mujeres de 1917”: “No fueron meramente su “chispa”, sino el motor que la impulsó a la revolución de octubre a pesar de las dudas iniciales de muchos trabajadores y revolucionarios varones”. En el curso de 1917 la mayoría de los relatos de las mujeres, como sujeta colectiva, desaparecen del desarrollo oficial de la revolución, salvo revolucionarias excepcionales como Alexandra Kollontai, Nadezhda Krupskaia, Sofia Goncharskaia, entre otras. Sin embargo, hubo medios como la Rabonitsa (La obrera), periódico bolchevique, que hablaba de igualdad y responsabilidad social en los “asuntos femeninos” para que fueran asumidos por todos los trabajadores. A la vez, también advertía que las arraigadas actitudes sexistas arriesgaban la unidad de la clase: “Seis meses después de la Revolución de Octubre el matrimonio fue sustituido por registro civil y el divorcio se hizo disponible a pedido de cualquiera de las dos partes. Estas medidas fueron desarrolladas un año más tarde en el Código Familiar, el cual hizo a la mujer igual ante la ley. El control religioso fue abolido, barriendo con siglos de opresión institucionalizada en un solo golpe; el divorcio podría ser obtenido por cualquiera de los dos esposos sin necesidad de dar una razón; las mujeres tenían el derecho a dinero propio y ninguna parte de una pareja tenía derechos sobre la propiedad de la otra. En 1920, Rusia devino el primer país en legalizar el aborto disponible a por simple pedido.” (Megan Trudell, Las mujeres de 1917). Sin embargo, la Revolución Rusa no abolió la dominación masculina ni liberó a las mujeres. En este contexto, las historiadoras McDermid y Hillyer, otorgan una visión interesante: “Es cierto, la división del trabajo entre mujeres y hombres aún persistía, pero en vez de concluir que las mujeres habían fallado en desafiar la domi-
nación masculina, debemos considerar cómo maniobraron dentro de su esfera tradicional y lo que ello significó para el proceso revolucionario”. En esta afirmación, el papel de Kollontai para el tensionamiento constante entre las relaciones sexuales y la lucha de clases es vital y clarificador: “Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufragistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora (….) El meticuloso trabajo llevado para elevar la autoconciencia de la mujer trabajadora están sirviendo a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora”. Sin escindirse de la teoría económica, Alexandra ya cuestionaba entre las mismas feministas el rol protagonizado por las sufragistas sin desmerecer la importancia clave de dicha lucha que se constituían en lo público como el “universal mujer”, de clase privilegiada, heterosexual y blanca. Similares afirmaciones en la actualidad, que disputan el carácter político del feminismo, aporta Bell Hooks, en El feminismo es para todo el mundo (2017) al señalar que la lucha insurgente, que es la que se rebela al orden social de clase, raza y género, debe partir negando que exista algo como “el mundo de todas las mujeres”, idea que ha permitido que se acepte ser feminista sin desafiar a la dominación o a sí misma y con ello, entrando a colaborar directamente con la opresión de clase y raza, donde las mujeres privilegiadas requieren para su desarrollo individual de la explotación de otras mujeres. En Chile los disensos y disputas políticas en el feminismo tampoco son ajenos, pero hoy deben ser más vitales y visibles que nunca. De esta manera añadimos una segunda provocación al debate. En tiempos de
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neoliberalismo avanzado, a 100 años de la gran gesta revolucionaria y ante la incontestable presencia del feminismo en todo ámbito de cuestiones. ¿Podríamos llamar a la presencia feminista contemporánea “revolucionaria”? Esta presencia feminista ¿en qué sentido transforma el signo de la política y sus prácticas? ¿Cuáles son los cuerpos que representa y convoca? ¿Este feminismo contemporáneo en qué sentido interrumpe el orden del capitalismo heteronormado? Alejandra Castillo señala con una necesaria claridad en Disensos Feministas (2016), que el feminismo ha estado y está más que nunca en disputa, interpelando desde una visión crítica la relación entre mujeres y política, neoliberalismo y feminismo hegemónico e incita al desafío de construir un otro feminismo que no se traduzca en códigos que terminan reafirmando a la mujer en tanto madre y en políticas de “ingreso” diferenciado. Un feminismo que supere el tener que “optar por mimetizarse en la hegemonía dominante (masculina), o bien, ingresar en tanto portadoras de la ‘diferencia materna’”. El desafío que nos pone Castillo, invita a reflexionar y a actuar desde la crítica a los discursos hegemónicos feministas que han puesto como única verdad que “las mujeres son “diferentes” a los hombres. Esta diferencia las hace habitar el mundo de un modo diverso a los hombres. Traducir esta diferencia en política ha supuesto la implementación de “políticas de la diferencia o del cuidado” políticas exclusivas para mujeres, políticas afirmativas de una identidad en sí y para sí, que han reafirmado el orden del capitalismo heteronormado. Ahora bien, esto no es casual, sino que es la expresión del pacto dominante post dictadura en Chile el consenso transicional, que no es solo de clase, sino también de género y raza, produciendo una democracia elitaria y heteronormada, cuyo objeto, como lo explica Nelly Richard en “La problemática del feminismo en los
años de la transición en Chile” (2001) es que “los antagonismos de posturas entre el feminismo y el discurso oficial sobre mujer y familia no desequilibraran el término medio (centrista) de lo políticamente consensuado”. Así, como dice Castillo “se han hermanado, paradójicamente, lecturas conservadoras y progresistas toda vez que han intentado pensar las relaciones entre mujer y política, familia y sociedad”. Un esencialismo, un identitarismo transversal del ser mujer en tanto orden natural. Lo que ha permeado sectores del feminismo chileno, que desde una estética de radicalidad reafirman una única identidad de mujer sin cuestionamiento de clase y raza. Sectores antagonistas de los hombres que se desvinculan en los hechos de la política considerada como “masculina y patriarcal”, abandonando la disputa política a la hegemonía masculina y heteronomativa. Rosa Luxemburgo en 1918, al escribir Revolución Rusa, problematiza la importancia de la democracia social frente a la democracia formal para un proceso revolucionario, disputando dentro de varios aciertos más, una frase de Trotsky “como marxistas nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal”. A lo cual Luxemburgo contesta: “siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia”. En Chile, desde la salida pactada de la dictadura a la democracia formal, de origen consensual elitario, ha reproducido un pacto expropiatorio de la insurgencia
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feminista, que ha negado desde sus estrechos márgenes sociales dominantes abrir un nuevo ciclo de luchas emancipatorias. Entonces, ¿cuál es ese otro feminismo? Un feminismo de ruptura con el viejo orden (capitalista heteronormativo), un feminismo de ruptura con la política de la identidad de las mujeres que nos ha definido desde el orden natural de la reproducción (maternidad, cuidados, etc.) prescindiendo de la clase, como políticas transversales a las actorías conservadoras como progresistas. Ese orden común, en tanto natural, es el que debemos cuestionar y disputar. Certera, crítica y provocadora, Castillo nos propone un feminismo que derrumbe los muros de la exclusión de la política neoliberal, sustentada en una democracia del consenso elitario. Un feminismo que sin renunciar a la democracia, construya democracia sustantiva que desacate y desestabilice “lo femenino” y con ello licencie al viejo mundo.
II
Ola feminista 2018
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PIERINA FERRETTI FERNÁNDEZ
El nuevo gabinete, el feminismo y el carácter de la oposición. El pasado martes, y tras semanas de especulaciones, se anunció finalmente el gabinete de ministros y ministras que el 11 de marzo asumirá en el segundo gobierno de Sebastián Piñera. Si bien los prontuarios empresariales o conservadores de los/las elegidos/as no debieran sorprendernos -es un gobierno de derecha-, han abundado las voces críticas acusando conflictos de interés y cuestionando la idoneidad de los perfiles de muchos de ellos/as1. Se ha remarcado, por ejemplo, que Gerardo Varela, Ministro de Educación, es un convencido detractor de la gratuidad de la educación pública y está involucrado en el negocio de las agencias de asistencia técnica educativa (ATE); que Alfredo Moreno, Ministro de Desarrollo Social, llega directamente desde la Cámara de Producción y Comercio; que Emilio Santelices, Ministerio de Salud, es accionista de la clínica privada que más se ha beneficiado con recursos estatales; que Hernán Larraín, Ministerio de Justicia, fue defensor de Colonia Dignidad; y, para rematar, que Isabel Plá, Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, se opone al aborto en toda circunstancia. Convengamos en que es difícil quedar indiferentes ante semejantes personajes. Sin embargo, los discursos que han estado circulando estos días, desde dentro y fuera de la Concertación y el Frente Amplio, y que oscilan entre la indignación y el espanto, no hacen más que exagerar las diferencias entre el gobierno saliente y la derecha. Porque, más allá de los ideologismos de la Concertación (que ahora más que nunca pretende asumir la vocería de los derechos sociales) y de Chile Vamos (que hace alarde de antiestatismo), no es para nada clara la diferencia entre 1 Véase, por ejemplo: Chile president-elect reveals hardline cabinet with ties to Pinochethttps://
www.theguardian.com/world/2018/jan/23/chile-president-elect-sebastian-pinera-andreschadwick; Los conflictos de interés de la nueva ministra de Energía con SQM y Penta http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2018/01/25/los-conflictos-de-interes-de-la-nuevaministra-de-energia-con-soquimich-y-penta/; Los negocios privados del nuevo equipo económico de Piñera http://ciperchile.cl/2018/01/24/los-negocios-privados-del-nuevoequipo-economico-de-pinera/ Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/el-nuevo-gabinete-el-feminismo-y-la-disputa-por-el-caracter-de-la-oposicion/
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un Eyzaguirre y un Varela en educación, si aceptamos que la gratuidad inventada por el primero es tan neoliberal que será asumida sin problemas por el segundo, a pesar de las declaraciones anti-gratuidad que ha hecho. O, pensando en Desarrollo Social, no debiera sorprendernos que las futuras políticas de Alfredo Moreno sigan la lógica de la focalización del gasto social de aquellas administradas hoy por Marco Barraza, un ministro comunista2. La operación “legado de Bachelet”, que desde la campaña presidencial de Guillier se viene desplegando, es parte del esfuerzo de la Concertación por ordenar a las fuerzas de cambio, en particular al Frente Amplio, detrás de su política. Pero más allá de declaraciones lo que tratan de instalar es la idea de que ha habido un avance sustantivo en derechos sociales, basta con mirar algunos ejes de este legado bacheletista para advertir que no se ha desactivado en nada el carácter subsidiario del Estado y que se ha fortalecido el mercado de servicios sociales con financiamiento público3. Un lugar particular en las polémicas de estos días a propósito del gabinete, y que interpela directamente al feminismo, lo ocupa el nombramiento de Isabel Plá al frente del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. Prolífica columnista4 e invitada recurrente a programas de análisis político, la futura ministra ha dejado claras sus opiniones respecto al aborto (que compara con la esclavitud y la pena de muerte)5 y diversos temas de contin2 Para
una crítica a las políticas de focalización del gasto social administradas por un ministro comunista, véase Giorgio Boccardo, “Comunistas en el gobierno, ¿misión cumplida?” http://opinion. cooperativa.cl/opinion/politica/comunistas-en-el-gobierno-misioncumplida/2017-05-16/063050.html 3 La idea de capitalismo de servicio público ha sido desarrollada por
Carlos Ruiz en su libro De nuevo la sociedad, Santiago, LOM, 2015. 4 Pueden
encontrarse numerosas columnas en http://ellibero.cl/ autor/isabel_pla/page/2/ 5 “El
aborto y los falsos compasivos” http://ellibero.cl/opinion/
gencia, despertando una seguidilla de críticas a sus posiciones. Como era esperable, los llamados de importantes figuras de la Concertación a defender “lo conquistado” durante el mandato de Bachelet en materia de derechos de las mujeres, ante la posibilidad de que, por ejemplo, el nuevo gobierno dé marcha atrás a la ley de aborto en tres causales, no tardaron en llegar6. Sin embargo, la amenaza de retrocesos dibujada hoy por la Nueva Mayoría es más bien ficticia, no solo porque el futuro Ministro del Interior ya salió a aclarar que no se va a derogar la ley de aborto7, sino, sobre todo, porque buena parte de la agenda impulsada por el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y de las políticas públicas para mujeres implementadas por el gobierno saliente -pensemos en la ley de cuotas, en el proyecto que modifica la Ley de violencia intrafamiliar, en los aspectos de la reforma laboral relacionados con las mujeres (salas cunas, igualdad salarial, aumento del posnatal) o en las políticas de focalización del gasto social como el Bono al trabajo de la mujer o los programas “Jefa de hogar” o “Mujer emprende en familia”8– son perfectamente compatibles con lo señalado en el programa de Sebastián Piñera9, en tanto se mantiene el principio de subsidiariedad del Estado y una concepción de las políticas de género como políticas de mujeres/madres/ víctimas que hay que empoderar, integrar al mercado laboral (aunque sea en aborto-y-los-falsos-compasivos/ Por ejemplo, “Gobierno llama a defender avances para mujeres conseguidos por Bachelet” http://www.biobiochile.cl/noticias/ nacional/chile/2018/01/24/desde-el-gobierno-llaman-a-defenderlos-avances-para-la-mujer-conseguidos-por-bachelet.shtml 6
7 “Chadwick por aborto: “No habrá ni derogaciones ni modificaciones
a la ley”” http://www.latercera.com/noticia/chadwick-aborto-nohabra-derogaciones-modificaciones-la-ley/ 8 Algunos
de los bonos otorgados por la administración de Bachelet http://www.ahoranoticias.cl/dato-util/portal-dedatos/191907-atencion-mujeres-estos-son-los-bonos-y-beneficiosdel-estado-a-los-que-puedes-optar.html 9 Ver
sección “Compromiso mujer”. http://www.sebastianpinera. cl/images/programa-SP.pdf
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condiciones de precariedad) o convertir en emprendedoras. Sin ir más lejos, la conformación de la denominada bancada feminista Julieta Kirkwood anunciada semanas atrás 10, muestra muy bien cómo el feminismo reivindicado por la Concertación y sus políticas de género quedan atrapadas dentro de los límites del orden existente y lo refuerzan. “No queremos ponernos por sobre los hombres, que son nuestros pares -decía la diputada Karol Cariola refiriéndose a los objetivos de la bancada-, al contrario, queremos igualar la cancha, y en Chile no está igualada la cancha, eso lo sabemos”11. Paradójico, al menos, el que una diputada comunista asigne a la política feminista propósitos tan abierta y estrechamente liberales, invocando para ello el nombre de Julieta Kirkwood, quien representa, precisamente, un feminismo que emerge de las luchas populares y que exige una democracia radical (en el país, en la casa y en la cama) y socialista. Afrontar desde el feminismo los desafíos del Chile actual, con los enormes niveles de desigualdad, mercantilización de los derechos sociales y precarización de la vida que se observan -condiciones que, por cierto, impactan más a las mujeres y disidencias sexuales-, implicará retomar la crítica del procesamiento neoliberal y de la resignificación empresarial de las luchas feministas a través de políticas de inclusión, igualdad de oportunidades, empoderamiento, transferencias focalizadas, entre otras dimensiones que han sido densamente problematizadas en la teoría feminista 10 Véase la crítica realizada por Daniela Quintanilla en su artículo
“Del feminismo y la construcción de la izquierda para el siglo XXI” https://antigonafeminista.wordpress.com/del-feminismo-yla-construccion-de-la-izquierda-para-el-siglo-xxi/. Para una crítica a la “bancada femenina” del frente amplio, ver Luna Follegati, “El feminismo y la agencia política parlamentaria” http://www. elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/01/06/el-feminismo-yla-agencia-politica-parlamentaria/; y de Camila Rojas, “La bancada F del Frente Amplio. ¿Es suficiente ser mujer?” https:// antigonafeminista.wordpress.com/ “Diputadas crean nueva bancada feminista Julieta Kirkwood” http://www.elmostrador.cl/braga/2018/01/11/diputadascrean-la-nueva-bancada-feminista-julieta-kirkwood/ 11
contemporánea12. Solo así, las fuerzas de cambio contarán con instrumentos teóricos que le permitan elaborar una política propia y evitar cuadrarse en la defensa del progresismo neoliberal. Sin duda, en la disputa por el carácter de la oposición y para proyectar en la política las luchas y los intereses de las clases subalternas, las fuerzas de cambio precisarán un feminismo que no se reconozca en el legado liberal del “igualar la cancha”, sino de uno que, recuperando un horizonte emancipatorio y anticapitalista, traiga de vuelta -y haga improcesables en términos neoliberales- las expropiadas banderas de la igualdad, la democracia, la autonomía y la libertad.
12 Existe un denso debate a propósito de la resignificación neoliberal
del feminismo. Véase: Alejandra Castillo, “¿Feminismo neoliberal? (Parte I) http://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/ y “¿Feminismo neoliberal? (Parte II)http://www. eldesconcierto.cl/2016/01/06/feminismo-neoliberal-parte-ii/ ; Verónica Schild, Feminismo y neoliberalismo en América Latina http:// nuso.org/articulo/feminismo-y-neoliberalismo-en-america-latina/; Nancy Fraser, De cómo el feminismo se transformó en la sirvienta del capitalismo (y de cómo podemos recuperarlo) http://www.redseca. cl/de-como-el-feminismo-se-transformo-en-la-sirvienta-del-capitalismo-y-de-como-podemos-recuperarlo/; Una crítica al feminismo empresarial: entrevista a Nancy Fraser http://www.redseca.cl/ una-critica-al-feminismo-empresarial-entrevista-a-nancy-fraser/; Y también de Nancy Fraser, Fortunas del feminismo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2015.
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CAMILA MIRANDA MEDINA
La oleada feminista y la crisis de la democracia en Chile. Las actuales movilizaciones feministas se toman las universidades, las calles, la agenda y la discusión pública. En este contexto, han redundado las explicaciones que atribuyen las demandas feministas a una vertiginosa modernización del país. El reclamo de las mujeres contra la violencia y la discriminación sería, de acuerdo a varios analistas, signo de cambios culturales producidos gracias a los procesos de modernización de los últimos treinta años, así como del desajuste entre expectativas y subjetividades modernas y estructuras conservadoras y machistas que perviven como residuos de un pasado que se resiste a desaparecer. La lucha de las mujeres se interpreta entonces como externalidad positiva de la modernización. Podemos concederle a estos interlocutores un punto: efectivamente, Chile ha sufrido un intenso proceso de modernización en las últimas décadas. Sin embargo, habría que aclarar que se trata de una modernización neoliberal y conservadora que, si bien ha provocado una ampliación del acceso al consumo -a costa de altos niveles de endeudamiento para la población-, ha generado acentuadas desigualdades e injusticias. La educación superior, escenario del actual conflicto, es un claro ejemplo de ello: la masificación del ingreso a la universidad, signo inequívoco de modernización, genera nuevas formas de segregación social y de reproducción de las divisiones sexuales del trabajo y el sexismo. En nuestro sistema educativo, sabemos, hay universidades para las élites y universidades para las masas y hay también carreras para las élites masculinas -las más prestigiosas y mejor pagadas- y carreras para mujeres -mayormente precarizadas y orientadas a los servicios y cuidados. Esta lógica de desigualdades y segregación se repite en el mercado laboral, en la salud, en las pensiones, etc., y el malestar que esto provoca en sectores de la población, hace años ha comenzado a expresarse y a organizarse. Miradas así las cosas, el feminismo que emerge muestra un sentido mucho más disruptivo del que están dispuesPublicado en Bio Bio Chile, obtenido desde: https://www.biobiochile.cl/noticias/opinion/tu-voz/2018/05/23/la-oleada-feminista-y-la-crisis-de-la-democracia-en-chile.shtml
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tos a concederle las y los defensores de la modernización neoliberal y que buscan delimitarlo a una lucha por mejoras acotadas y por más derechos individuales, liderada por jóvenes y privilegiadas mujeres de clase media/alta. El feminismo que está estallando es más complejo y va más lejos, pone en cuestión las desigualdades sociales que se asientan en las naturalizadas divisiones sexuales del trabajo (contra un modelo de pensiones que precariza a las mujeres desde NO + AFP), la intensa violencia social e institucional hacia las mujeres y las disidencias sexuales (no sólo protocolos, sino otra educación pública para que haya educación no sexista desde el Movimiento Estudiantil Feminista) y, en un sentido más amplio, deja expuesta la imposibilidad de la democracia y de la libertad en un orden social en que los intereses empresariales determinan la política y la vida social completa. La democracia restringida que es puesta en cuestión por el movimiento feminista está marcada por la privatización y mercantilización de los derechos sociales sostenida y profundizada principalmente por los gobiernos de la Concertación / Nueva Mayoría en los últimos treinta años. El llamado “Estado subsidiario” no sólo modeló una concepción individualista de los derechos, renunciando a establecer derechos sociales universales garantizados para toda la población, sino que también promovió su extensa privatización y el traspaso enormes cantidades de recursos públicos a empresas privadas prestadoras de servicios sociales. Este modelo de Estado produce y reproduce la desigualdad social y sexual al tiempo que asegura nichos de acumulación para las empresas. Si miramos las trabas impuestas a la ampliación de los derechos de las mujeres en favor de las clínicas privadas, como se evidencia en el protocolo de objeción de conciencia institucional, tenemos el cuadro completo de la estrecha traba-
zón entre mercantilización de derechos sociales, intereses empresariales, conservadurismo misógino y reproducción de las desigualdades sociales y sexuales. Se aprecia así como la modernización neoliberal, aunque tolera el avance formal en derechos políticos para las mujeres y promueve su incorporación creciente al mundo laboral y político, no solo no extingue las políticas segregadoras y discriminatorias que organizan a la sociedad sino que las reproduce y profundiza. Por eso la política transicional no pudo izar más que como banderas de igualdad de oportunidades, las demandas del feminismo. La actual movilización feminista se sitúa en oposición a esa democracia restringida. Lo limitado y cooptado del espacio de deliberación democrática en nuestro país contrasta con un movimiento feminista que tiene la potencialidad de, en su avance y maduración, articular a mayorías históricamente excluidas como las mujeres, así como también a nuevos sectores sociales segregados y precarizados como consecuencia de la modernización neoliberal. El feminismo, por tanto, es imprescindible para las fuerzas como el Frente Amplio que deben trabajar por abrir un nuevo ciclo político, pues éste encarna y proyecta una larga lucha colectiva por redefinir los términos de la humanidad, y para eso requiere de nuevas formas políticas. Las formas de resolución política y de imaginación de la transición – la cocina, las mesas sin las actorías de la sociedad, o la re-edición de viejos proyectos sancionatorios o de emparejamiento de la cancha- son incapaces de interpretar las demandas de un movimiento que promueve un nuevo pacto de sociedad sin humanidades de segunda clase. El feminismo revitaliza los horizontes de transformación social y la política debe aprender de aquello.
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DANIELA LÓPEZ LEIVA y CAMILA MIRANDA MEDINA
Una oposición feminista: alternativa ante los avances conservadores. El gobierno ha informado la presentación de una batería de proyectos de ley entre los que se cuenta la creación del Ministerio de la Familia y Desarrollo Social en reemplazo de la cartera hoy dirigida por Alfredo Moreno. Este anuncio debe ser observado con especial detención en tanto representa no solo un giro conservador, dado el lugar de afianzamiento que le otorgará a la familia tradicional en la definición de políticas públicas, sino también una profundización privatizadora y mercantilizadora de los derechos sociales, pues al considerar a la familia como “la principal prestadora de los cuidados” -en palabras del presidente Piñera-, muchas dimensiones de la vida social que requieren de un abordaje colectivo -como la educación, la salud y en general todos los trabajos de cuidado- serán presentados como obligaciones privadas. Con esto, se evade la posibilidad de un debate de fondo sobre la necesidad de construir un sistema de derechos sociales garantizados para toda la población. Paradójicamente entonces, en nombre de la protección de las familias se apuesta por reforzar una lógica de agobio a las mismas, al re-legitimar que deben hacerse cargo privadamente de los cuidados, ya sea pagando a trabajadoras de casa particular o por medio del trabajo gratuito y sin reconocimiento de mujeres y niñas cuyas familias no pueden pagar en el mercado por trabajos domésticos; todo esto para impedir, soterradamente, construir una sociedad que garantice derechos sociales y supere las desigualdades socioeconómicas que contienen en su matriz desigualdades de género. De esta manera seguirá primando el endeudamiento y sobreendeudamiento para la subsistencia cotidiana y el sacrificio de personas -en la gran mayoría de los casos mujeres- que deben asumir las labores domésticas para asegurar la crianza de los hijos e hijas y la atención de personas mayores o enfermas entre otras tareas. Por esto, más allá de los discursos grandilocuentes a propósito de la Agenda Mujer Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/una-oposicion-feminista-alternativa-ante-los-avances-conservadores/
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presentada por el gobierno hace poco más de un mes, la verdadera agenda radica en proyectos como el de este nuevo ministerio que serán claves en la profundización de las políticas subsidiarias que niegan derechos universales a través de mayor focalización del gasto social (bonos por ejemplo) y que han terminado reforzado la división sexual del trabajo; políticas que también hicieron propias los gobiernos de transición. Botón de muestra de todo esto es la feminización del trabajo de cuidados y la mayor precarización de aquellos trabajos que se consideran socialmente femeninos. La arremetida conservadora del neoliberalismo que se vive en Chile y también en la región viene a re-editar el matrimonio entre clase empresarial y orden conservador propia del sistema neoliberal, que atenta contra los derechos de las mujeres, disidencias sexuales y de las mayorías sociales en su conjunto, incluso cuando adopta una retórica pro-derechos y libertades, que no son más que privilegios y libertades mercantiles. Las discusiones que ha suscitado el protocolo de objeción de conciencia institucional son un ejemplo contundente de ello y muestran cómo se urde la trama entre mercantilización de derechos sociales, intereses empresariales que reproducen un conservadurismo misógino y reproducción de las desigualdades sociales y de género. Sin ir más lejos, en las últimas semanas hemos podido escuchar cerradas defensas del subsidio estatal a empresas de salud y llamados de alerta ante el peligro de que el Estado modifique esa relación con el sector privado prestador de servicios sociales (salud, educación, cuidado de la infancia, etc) que tantos dividendos reporta al empresariado chileno mediante transferencias directas del Estado. Se observa así la manera en que bajo argumentos como el derecho de la población a recibir atención de salud, se defiende un lucrativo negocio que impide fortalecer una red pública que cubra las
necesidades de la población y que no deje a las mujeres a merced del conservadurismo misógino de determinadas instituciones. Por otra parte, la educación superior, que recientemente ha sido el escenario de potentes movilizaciones feministas, es también un claro ejemplo de la relación contradictoria entre la promesa neoliberal de ascenso social y reproducción de las desigualdades de género, toda vez que la masificación del ingreso a la educación terciaria, principalmente entre las mujeres -que es el grupo que ha experimentado la mayor alza en matrícula-, redunda en el reforzamiento de las divisiones sexuales del trabajo y de las desigualdades sociales. Las carreras más feminizadas, que son las orientadas a los servicios y los cuidados, son a su vez las más precarizadas y las peor pagadas. Si a esto le sumamos que la masificación del acceso a la educación superior se ha hecho por las vías del endeudamiento de las y los estudiantes y sus familias y de subsidios estatales a instituciones privadas que lucran con la educación, tenemos nuevamente dibujadas las amarras entre derechos mercantilizados, subsidios estatales a empresas educacionales y reproducción de desigualdades sociales que contienen en sí desigualdades de género: una educación de mercado sexista. Para mantener este orden social, más allá de las diferencias internas y desacuerdos entre los sectores más conservadores y aquellos más liberales por temas valóricos, las fuerzas neoliberales dentro y fuera de la derecha política -convengamos que estas fuerzas también ha existido entre las filas de la Concertación-, apostarán por restaurar el orden para la defensa del modelo y bregarán para hacerlo avanzar extendiendo las políticas de focalización del gasto social a sectores más amplios que viven el aumento de la precarización de la vida,
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profundizando la mercantilización de los derechos sociales y clausurando la posibilidad de construir una sociedad donde los derechos universales sean garantizados para toda la población. En este escenario de alertas, tomarse en serio el avance de la derecha no aguanta discursos retóricos sino que exige sustantividad política: un proyecto de sociedad alternativo al de la sociedad de mercado sexista de la transición. Las fuerzas transformadoras y los sectores feministas críticos de la ex Nueva Mayoría entienden que la respuesta a la derecha no ha estado en los 27 años de Concertación ni está en parte en el legado de Bachelet, que lamentablemente renunció a la posibilidad de superar las políticas subsidiarias que han profundizado la desigualdad de género en la desigualdad social, consagrando la trilogía mujer/madre/pobre mediante las políticas de bonos y programas del SERNAMEG que no permiten ni ser otro tipo de mujer -al carecerse de derechos sexuales y reproductivos que posibiliten ejercer la maternidad libre- ni dejar de ser pobre para no perder los bonos del Estado, porque solo hay políticas públicas focalizadas para mujeres pobres. Ahora bien, para todas aquellas mujeres que viven la precarización, pero que no caben en la focalización de los bonos, están las políticas de equidad de género para la igualdad de oportunidades en el mercado, que no han hecho más que legitimar la superexplotación a través el festejo de la “super mujer”. Abrir este diálogo con las fuerzas críticas, feministas y democratizadoras en el amplio espectro de la oposición es vital para una nueva fuerza progresista y de izquierda en Chile. Para ello, las luchas por la recuperación de los derechos sociales del mercado sexista, que cosifica nuestros cuerpos, precariza mayormente nuestros trabajos y nos somete a mayor violencia,
cobran particular relevancia y la lucha feminista amplifica su alcance y profundidad al revelar aspectos que hasta hace poco permanecían invisibles, como hizo la reciente movilización por educación no sexista al poner en evidencia que mientras la educación esté organizada por el mercado y no sea un espacio democrático abierto a la deliberación pública y un derecho social, no se puede alterar de manera significativa su efecto reforzador de la división sexual del trabajo y de las desigualdades sociales. En este orden de ideas, el diálogo público y necesario que debemos abordar no parte de la negación absoluta de lo hecho. Al contrario, reconoce avances necesarios y humanitarios, por ejemplo en la ley de aborto en tres causales, lucha que creemos hay que radicalizar derogando la objeción de conciencia institucional cuya defensa significa mantener el negocio de un empresariado misógino negando la salud y vida de las mujeres y, por sobre todo, avanzar al aborto libre, legal, seguro y gratuito en la lucha por derechos sexuales y reproductivos. Así, las fuerzas de oposición tienen la posibilidad de enfrentar la arremetida conservadora del neoliberalismo construyendo unidad en torno a las demandas y luchas feministas que han protagonizado el último ciclo de movilizaciones en Chile por la recuperación de derechos sociales, sexuales y reproductivos. Unidad comprometida con hacer retroceder al mercado sexista de áreas esenciales como la salud, la educación, la vivienda y las pensiones y que proteja realmente a las familias y a las personas que hoy llevan sobre sus hombros el agobio que produce el tener que depender de su capacidad de pago, endeudamiento, sacrificio y postergación de la vida de las mujeres o de bonos del Estado ante la inexistencia de derechos. Para organizar esta necesaria oposición, no basta con que movimientos y partidos se declaren feministas de manera simbó-
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lica sin hacerse cargo del rumbo político que obstaculiza sus posibilidades: la subsidiaridad del Estado en un marco de profundización neoliberal. La oposición que se requiere para esta tarea no puede conformarse con medidas acotadas como las presentadas en la Agenda Mujer del gobierno -que, dicho sea de paso, toma varios elementos de las agendas de género de determinados períodos de la Concertación-, sino que debe adoptar en serio una política de recuperación y construcción de derechos sociales, sexuales y reproductivos. Para construir esa oposición, la de un feminismo de y para mayorías, se requerirá de todos los sectores comprometidos con un proyecto político desmercantilizador de la vida. Una oposición así, seguramente podrá devolverle el sentido a la política y a la democracia.
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CAMILA ROJAS VALDERRAMA
¿Para qué ser una (diputada) feminista? El Día Internacional de las mujeres trabajadoras significa historias de luchas y dignidad desde distintos tiempos y latitudes del mundo. Historias de abandono de fábricas, de paros a las labores domésticas y de movilización llamando a los trabajadores a plegarse a la huelga. Historias que son nuestras historias, al ser de trabajadoras mal pagadas, de trabajadoras no remuneradas, con jornadas extensas y de por vida. Historias de mujeres que se rebelaron a la miseria y al rol tradicional que les impone la sociedad. Somos parte de esa historia de resistencias, muertes y rebeldía, y en pleno 2018, en medio de un alza de la violencia machista y de una extensión radical de la mercantilización de la vida, llegamos a este 8 de marzo con una desbordante presencia pública, creciente e ineludible del feminismo. Nada de esto es casual y menos inconexo. El neoliberalismo ha ido creando nuevas formas de opresión para asegurar la desigualdad social con una poderosa mezcla de violencia e ideología. En ese proceso, millones de mujeres hemos sido incorporadas al mercado laboral bajo la promesa de “independencia femenina”. Sin embargo, el trabajo en las fábricas, el trabajo informal, en las casas particulares, en las oficinas, en el retail, en los “emprendimientos”, en los call center y, en general, en todos los “trabajos de cuidado” está lejos de representar libertad o independencia. La explotación que padecemos es histórica y doble: la del trabajo doméstico y, también, la del trabajo asalariado precario. El papel que se nos ha reservado como esposas y madres en la familia tradicional ha sido reinventado para adaptarse a las nuevas necesidades de la explotación neoliberal. Toda la pobreza de la que el Estado -administrado y profundizado por la transversal política neoliberal de la Concertación/Nueva Mayoría y la Derecha- no se
Publicado originalmente en quincenario The Clinic, obtenido desde: http://www.contratiempo.cl/2018/05/26/para-que-ser-una-diputada-feminista/
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responsabiliza, recae mayormente sobre nuestros hombros. Cargamos con “el deber” de realizar “por amor” cierto tipo de trabajos que permiten el funcionamiento y despliegue de los mecanismos de desigualdad, al menor costo posible: si la plata no alcanza para comprar la salud que el Estado entrega como mercancía a las clínicas privadas, las mujeres debemos cuidar de las personas enfermas y en condición de discapacidad en la casa. Si las pensiones son de miseria -mientras las AFP se enriquecen-, las mujeres tenemos las pensiones más bajas y el cuidado de los empobrecidos jubilados depende de nosotras. Así, la mercantilización de los derechos sociales, se convierte en más agobio y explotación por ser consideradas como responsables “naturales” de sostener humanitariamente la vida.
Un movimiento feminista que no se deja meter en la trampa del corporativismo. Un movimiento feminista que busca la liberación para todas las trabajadoras y no sólo para un pequeño número de mujeres, que sostienen su posición de privilegio sobre el trabajo de otras: que cocinan, limpian y proporcionan servicios de casa particular a cambio de salarios bajos y ausencia de derechos laborales. Somos parte de un movimiento feminista que se reconoce en la historia migrante del trabajo: del tránsito histórico del campo a la ciudad, del conventillo al call center, del campamento al retail, de la población a la comuna dormitorio y de cualquier latitud del mundo a otra, en busca de mejores condiciones de vida. Un movimiento feminista para superar la estrecha política de la transición por una sociedad libre e igualitaria.
En este crudo escenario, como por una urgencia indetenible de vivir, es que renace la necesidad consciente de reconstruir la solidaridad, la acción colectiva y la organización política como formas de defendernos de los continuos ataques a nuestras vidas. Una situación defensiva, que debe pasar a ser nuestra razón para la ofensiva; nuestra razón para sostener con convicción que la lucha feminista es una lucha a favor de toda la sociedad y que cuando el feminismo avanza, avanza la sociedad completa.
Este movimiento feminista no se reconoce en el legado concertacionista pues no concibe administrar mejor este modelo sino superarlo. No basta con “a igual trabajo igual salario”, sin salarios dignos para las mayorías trabajadoras, visibilizando y valorando el trabajo reproductivo. No solo busca “mejorar” las pensiones de las mujeres, sino que quiere seguridad social garantizada. No pone su centro en endurecer las condenas de los agresores, y menos en restablecer la pena de muerte, sino que se propone transformar el contexto social, económico y cultural que hace de la violencia contra las mujeres algo normal. No se complace con “cuotas de género”, sino que apuesta por transformar la política, ampliarla a la sociedad y expresar allí los intereses de las mayorías.
Por eso, somos parte de la construcción de un movimiento feminista transversal. Presente en las luchas por la recuperación de nuestros derechos sociales que han emergido durante los últimos años y que han movilizado y conmovido a la mayoría de la sociedad: las luchas por la educación, por la salud, por la vivienda y por eliminar las AFP, pues en aquellos conflictos, y en la conquista real de esos derechos, es donde hoy se expresan las condiciones necesarias en las que se sostiene parte importante de nuestras vidas. Haciendo que allí nuestras voces y demandas tengan un lugar central.
Un feminismo que emerge y se reconoce en la diversidad, donde no anulamos la diferencia; porque la tomamos en serio. Antagonismo contra quienes producen y refuerzan la desigualdad, la violencia, la injusticia y la explotación de la mercantilización de la vida, contra quienes lucran con nuestros derechos y contra quie-
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nes cuidan sus intereses empresariales y patriarcales. Desde allí construimos nuestra unidad. Desde un nosotras, feministas, que sí asumimos un legado como propio, y ese, es el legado histórico de la rebeldía, como un acto profundamente humano y universal, al luchar por la imposibilidad de tolerar la opresión y por la urgencia de ponerle freno.
III
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MACARENA CASTAÑEDA LETELIER
La demanda por el aborto desde el feminismo socialista.
La demanda por el aborto ha estado presente desde épocas tempranas del feminismo a nivel global, feministas como Alexandra Kollontai ya problematizaban las relaciones familiares, la dedicación exclusiva de las mujeres al trabajo doméstico y la opresión de su sexualidad. El aborto ha simbolizado, para las feministas, tanto una bandera por la libertad como un paso para la liberación del trabajo reproductivo forzado. Sin embargo, existen matices en el rol que presenta la lucha por el aborto como estrategia para la liberación, matices que tienen consecuencias tácticas como las que se dan en la apertura del polémico debate entre “aborto legal” o “aborto libre”. Para poder entender la importancia del aborto en la estrategia feminista, se requiere volver a las distintas dimensiones sobre las cuales se problematiza el aborto, es decir, la comprensión del trabajo reproductivo, su valor en el orden social, y sobre ello, la importancia estratégica de la liberación sexual. Sin duda, mucho se ha dicho desde el feminismo en siglos de historia, por lo que aquí quisiera plantear aquellas reflexiones de quienes nos reconocemos en la herencia de un feminismo socialista y que permiten comprender el hoy frente a la pregunta sobre qué configura el trabajo reproductivo. El análisis tradicional tiende a reducir el trabajo reproductivo a la labor de madre, es decir, al conjunto de tareas de cuidado y crianza, situados en el rol femenino como rol de reproducción de las fuerzas de trabajo. Sin embargo, las tareas de reproducción, asignadas a lo femenino en la división sexual del trabajo, han demostrado no ser reducibles únicamente a cuidados y crianza (entendiéndolas, en términos concretos, como educación, salud, aseo, alimentación, apoyos emocionales, etc), sino que también están compuestas de otras tareas elemen-
Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/la-demanda-por-el-aborto-desde-el-feminismo-socialista/
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tales: el parir y la satisfacción del placer. Para asegurar estas labores, se instala un aparato normativo de mayor complejidad para mantener la organización social de la reproducción y así asegurar su enraizamiento en lo femenino. La labor de parir se sitúa en un cuerpo específico, el cuerpo femenino. Esto significa que la reproducción no se define únicamente en base a labores y tareas, sino que también por un cuerpo específico que puede de manera exclusiva ejercer la labor de parir. La división sexual del trabajo ha buscado asimilar labores con cuerpos, homogeneizándolas, estableciendo que toda labor reproductiva es posible de ser realizada de manera exclusiva solo por el cuerpo para la reproducción, es decir, el cuerpo femenino. En otras palabras, se biologiza la reproducción. Para asegurar que este orden se mantenga y los cuerpos cumplan sus roles en la división sexual del trabajo, es que se construye un sistema de normativización de la expresión heterosexual de los placeres. Este sistema de normas ha definido que el cuerpo masculino tenga un rol efímero en la labor de parir (y por tanto en la reproducción mediante la lógica biológica) y pueda ejercer así el placer de manera libre, mientras que el cuerpo femenino, cuyo rol es central para la reproducción, no pueda ejercer sus placeres en la misma libertad. Estas ideas nos permiten entender la expresión libre de la sexualidad masculina versus la opresión de la sexualidad femenina y el control de su cuerpo en la reproducción. El capitalismo necesita que se aseguren cuerpos plenamente disponibles para la explotación productiva, sin tener que preocuparse de la reproducción de fuerza de trabajo, pues hay otros dedicados plenamente a la explotación reproductiva. Relativizar estas asignaciones, es decir, romper con la división sexual del trabajo, es como se pone en riesgo la
efectividad del sistema de generación de plusvalía. En este sentido, la construcción de dominio de lo masculino sobre lo femenino viene a ser impulsado por el capitalismo, y por ende, justifica y promueve la violencia como práctica para la dominación, sobre todo, la violencia sexual. Por esto es que es peor ser abortista a violador en nuestra sociedad, porque lo primero significa anular el rol productivo para la reproducción, mientras que el segundo es de igual manera asegurar el mandato de optimización productiva en la reproducción. Desde esta comprensión teórica, luchar por los Derechos Sexuales y Reproductivos debe entenderse entonces como la búsqueda de la plena autonomía de los cuerpos para orientar sus placeres, sin mandatos y promoviendo la reapropiación de su capacidad reproductiva, para que sean cuerpos revolucionarios, en el sentido de entrar a romper la reproducción social del capital y todo su marco normativo para la naturalización biologizante del rol reproductivo. No basta con un posicionamiento individualista de la decisión sobre el cuerpo, pues ello no abarca el orden social que organiza roles y cuerpos de manera estructural. Se necesita entonces romper la explotación de cuerpos para la reproducción, que mediante la biologización del trabajo reproductivo y la organización de los placeres heteronormados naturaliza la división sexual del trabajo. A partir de esta lectura es que entendemos que la lucha por el aborto debe enmarcarse en la reapropiación de la capacidad reproductiva del cuerpo femenino, arrancándolo de las manos de la explotación capitalista. Esta es una lucha por la autonomía reproductiva, por el derecho a decidir nuestro rol en sociedad y no someternos a la imposición del rol femenino. Para este propósito, la lucha de la disidencia sexual también es central, en tanto esta sea entendida como
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la disputa contra la heteronormatividad del placer usada para la reproducción. Debemos procurar que estas luchas no se constituyan como banderas individuales de grupos identitarios, sino como articulación de fuerzas que pujan por un cambio estructural en nuestra sociedad, una resistencia feminista y socialista al orden neoliberal que normaliza nuestra explotación. La demanda por el aborto ha estado presente desde épocas tempranas del feminismo a nivel global, feministas como Alexandra Kollontai ya problematizaban las relaciones familiares, la dedicación exclusiva de las mujeres al trabajo doméstico y la opresión de su sexualidad. El aborto ha simbolizado, para las feministas, tanto una bandera por la libertad como un paso para la liberación del trabajo reproductivo forzado. Sin embargo, existen matices en el rol que presenta la lucha por el aborto como estrategia para la liberación, matices que tienen consecuencias tácticas como las que se dan en la apertura del polémico debate entre “aborto legal” o “aborto libre”. Para poder entender la importancia del aborto en la estrategia feminista, se requiere volver a las distintas dimensiones sobre las cuales se problematiza el aborto, es decir, la comprensión del trabajo reproductivo, su valor en el orden social, y sobre ello, la importancia estratégica de la liberación sexual. Sin duda, mucho se ha dicho desde el feminismo en siglos de historia, por lo que aquí quisiera plantear aquellas reflexiones de quienes nos reconocemos en la herencia de un feminismo socialista y que permiten comprender el hoy frente a la pregunta sobre qué configura el trabajo reproductivo. El análisis tradicional tiende a reducir el trabajo reproductivo a la labor de madre, es decir, al conjunto de tareas de cuidado y crianza, situados en el rol femenino como rol de reproducción de las fuerzas de trabajo. Sin embargo, las tareas de reproducción, asignadas a lo femenino en la
división sexual del trabajo, han demostrado no ser reducibles únicamente a cuidados y crianza (entendiéndolas, en términos concretos, como educación, salud, aseo, alimentación, apoyos emocionales, etc), sino que también están compuestas de otras tareas elementales: el parir y la satisfacción del placer. Para asegurar estas labores, se instala un aparato normativo de mayor complejidad para mantener la organización social de la reproducción y así asegurar su enraizamiento en lo femenino. La labor de parir se sitúa en un cuerpo específico, el cuerpo femenino. Esto significa que la reproducción no se define únicamente en base a labores y tareas, sino que también por un cuerpo específico que puede de manera exclusiva ejercer la labor de parir. La división sexual del trabajo ha buscado asimilar labores con cuerpos, homogeneizándolas, estableciendo que toda labor reproductiva es posible de ser realizada de manera exclusiva solo por el cuerpo para la reproducción, es decir, el cuerpo femenino. En otras palabras, se biologiza la reproducción. Para asegurar que este orden se mantenga y los cuerpos cumplan sus roles en la división sexual del trabajo, es que se construye un sistema de normativización de la expresión heterosexual de los placeres. Este sistema de normas ha definido que el cuerpo masculino tenga un rol efímero en la labor de parir (y por tanto en la reproducción mediante la lógica biológica) y pueda ejercer así el placer de manera libre, mientras que el cuerpo femenino, cuyo rol es central para la reproducción, no pueda ejercer sus placeres en la misma libertad. Estas ideas nos permiten entender la expresión libre de la sexualidad masculina versus la opresión de la sexualidad femenina y el control de su cuerpo en la reproducción. El capitalismo necesita que se aseguren cuerpos plenamente dispo-
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nibles para la explotación productiva, sin tener que preocuparse de la reproducción de fuerza de trabajo, pues hay otros dedicados plenamente a la explotación reproductiva. Relativizar estas asignaciones, es decir, romper con la división sexual del trabajo, es como se pone en riesgo la efectividad del sistema de generación de plusvalía. En este sentido, la construcción de dominio de lo masculino sobre lo femenino viene a ser impulsado por el capitalismo, y por ende, justifica y promueve la violencia como práctica para la dominación, sobre todo, la violencia sexual. Por esto es que es peor ser abortista a violador en nuestra sociedad, porque lo primero significa anular el rol productivo para la reproducción, mientras que el segundo es de igual manera asegurar el mandato de optimización productiva en la reproducción. Desde esta comprensión teórica, luchar por los Derechos Sexuales y Reproductivos debe entenderse entonces como la búsqueda de la plena autonomía de los cuerpos para orientar sus placeres, sin mandatos y promoviendo la reapropiación de su capacidad reproductiva, para que sean cuerpos revolucionarios, en el sentido de entrar a romper la reproducción social del capital y todo su marco normativo para la naturalización biologizante del rol reproductivo. No basta con un posicionamiento individualista de la decisión sobre el cuerpo, pues ello no abarca el orden social que organiza roles y cuerpos de manera estructural. Se necesita entonces romper la explotación de cuerpos para la reproducción, que mediante la biologización del trabajo reproductivo y la organización de los placeres heteronormados naturaliza la división sexual del trabajo. A partir de esta lectura es que entendemos que la lucha por el aborto debe enmarcarse en la reapropiación de la capacidad reproductiva del cuerpo femenino, arrancándolo
de las manos de la explotación capitalista. Esta es una lucha por la autonomía reproductiva, por el derecho a decidir nuestro rol en sociedad y no someternos a la imposición del rol femenino. Para este propósito, la lucha de la disidencia sexual también es central, en tanto esta sea entendida como la disputa contra la heteronormatividad del placer usada para la reproducción. Debemos procurar que estas luchas no se constituyan como banderas individuales de grupos identitarios, sino como articulación de fuerzas que pujan por un cambio estructural en nuestra sociedad, una resistencia feminista y socialista al orden neoliberal que normaliza nuestra explotación.
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SOFÍA BRITO VUKUSICH
Rearticular la lucha por el aborto libre desde el estallido feminista. Contextos Este 25 de Julio aparece situado en un escenario de irrupción del feminismo en la política. Si el año pasado nuestra marcha se enmarcaba en la llegada del Aborto en Tres Causales (ATC) al Tribunal Constitucional, y la batalla contra los fundamentalismos “pro- vida” en la palestra pública, el 2018 la disputa se nutre de nuevos aires. La lucha por el aborto libre en Argentina impulsada por masivas movilizaciones en las calles, así como el estallido de las tomas feministas en las Universidades y liceos en mayo de este año, reconducen la lucha por el aborto. Por otro lado, desde principios de año la implementación del ATC ha tenido diversas complejidades dadas por la reglamentación del Ministerio de Salud sobre la objeción de conciencia institucional, develando la disputa abierta de la regulación de los derechos sexuales y reproductivos en Chile. ¿Cómo repensamos el debate del aborto desde el feminismo? Esta lucha se ha planteado históricamente como una de las banderas centrales del movimiento feminista. No obstante, pareciera ser que la disgregación de las políticas del género, mantenían en la inorganicidad las demandas feministas, más allá de la articulación vía ONG. En este sentido, la lista de supermercado donde se encuentran la violencia de género, la igualdad salarial, el reconocimiento del trabajo doméstico, entre otras, situaban el 25 de julio como una fecha más a conmemorar de la lucha de las mujeres. En el mantenimiento de las políticas del género, el feminismo no incomoda, se queda tras las paredes del departamento de mujeres. Ese departamento que es consultado o interpelado, únicamente cuando “nuestros problemas” salen a la luz. Por el contrario, cuando el feminismo empieza a circular en la escena pública, son otros los marcos, puesto que comienza a dibujarse el desborde a una política que nos quería mantener en el universal Publicado en revista digital Antígona Feminista, obtenido desde: https://antigonafeminista.wordpress.com/rearticular-la-lucha-por-el-aborto-libre-desde-el-estallido-feminista/
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mujer. Cuando el feminismo se sitúa en la lucha contra la precarización de la vida, y se plantea la disputa de la educación no sexista de manera masiva, son otras las aperturas y los riesgos, por tanto, son nuevas las formas de repensar el aborto como la reapropiación de la capacidad reproductiva de los cuerpos femeninos.
Retomando el feminismo de la disputa En el marco de la sectorialización de la sociedad, la división escatológica que nos impone el neoliberalismo, nos sitúa a las mujeres como un sector. En esta línea, las políticas del género de la transición democrática como señala Nelly Richard, significan la fragmentación y dispersión de los movimientos de mujeres en los tiempos de lucha antidictatorial, y la desactivación del discurso feminista como un eje de debate político y cultural1. Esta dispersión genera el que el departamento de mujeres sea activado para su actuación sólo en los “temas de mujeres”. Los discursos de la agenda SERNAM delimitan un campo del ser mujer, que es habilitado para hablar e intervenir solo en lo relativo al ser mujer, madre o víctima. Es por esto que la Agenda Mujer de Piñera mantiene y profundiza con Isabel Plá a la cabeza, el rol de las políticas del género de la transición: “Por ejemplo, buena parte de la agenda impulsada por el Servicio Nacional de la Mujer (1990-2016), hoy Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género –Ley de cuotas, Ley de violencia intrafamiliar, aspectos de la reforma laboral relacionados con las mujeres (salas cunas, igualdad salarial, aumento del posnatal) o las políticas de focalización del gasto social como el Bono al trabajo de la mujer o los programas “Jefa de hogar” o “Mujer emprende en familia” y la ley de interrupción del embarazo en tres causales– mantiene el principio de 1 Richard, Nelly.
Feminismo, género y diferencia(s). Santiago: Palinodia. 2018. p. 58- 59.
subsidiariedad del Estado, refuerza el rol tradicional de la mujer y limita las políticas de género a políticas de mujeres/madres/ víctimas que hay que empoderar, integrar al mercado laboral (aunque sea en condiciones de precariedad) o convertir en emprendedoras.”2 Frente a este marco, el avance del feminismo a nivel internacional, y las nuevas vías de articulación feministas en Chile irrumpen en el espacio público a través de la toma feminista. El conflicto que estalla en la educación superior, se manifiesta como el estallido de un proceso de avance, donde las diversas marchas del 8 de marzo, el llamado a huelga en España, en definitiva, el surgimiento de espacios colectivos feministas a nivel local juegan un rol protagónico. La articulación de las feministas que disputan un espacio político en los diversos movimientos sociales, tiene su concreción en el movimiento estudiantil, tomándose y recuperando los espacios comunes. El feminismo desborda el departamento de género, el pequeño espacio otorgado por la institucionalidad para la política del ser mujer. Con la toma feminista como símbolo, el feminismo ya no solo tiene fechas conmemorativas, no tiene un tiempo determinado y determinable para su irrupción, sino que se toma un espacio, un lugar desde el cual disputar la estructura del capitalismo patriarcal en su fase neoliberal. En este sentido, la importancia de la irrupción del feminismo en el movimiento estudiantil es la posibilidad de evidenciar que la disputa feminista no está anclada en la sectorialización del género, sino que, por el contrario, su reconocimiento es la vía para visibilizar una estrategia que permita mirar la totalidad de las opresiones que mantienen la precarización de nuestras vidas. De esta manera, así como el femi2 http://www.nodoxxi.cl/el-feminismo-como-posibilidad-de-am-
pliacion-democratica/
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nismo comienza a interrogar en la lucha estudiantil un mercado sexista, – poniendo sobre la palestra cuestiones más allá de los protocolos contra el acoso, como las divisiones sexuales del trabajo, la existencia de carreras para las élites masculinas, que son las mejores valoradas por el mercado, versus las carreras feminizadas de las universidades masivo lucrativas relativas a los cuidados, que corresponden a las más precarizadas-, la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, comprendida como una lucha por derechos sociales, tiene la potencialidad de comenzar a interpelar aquellas políticas del género, que si bien han manifestado avances en esta materia, siguen situándonos en el recuadro femenino de la mujer/madre/víctima. Para ello, se hace necesario leer cuáles son los cerrojos en que nos ha puesto la regulación del Aborto en Tres Causales, principalmente en el debate oculto de la regulación de la objeción de conciencia.
Cerrojos del Aborto en Tres Causales En agosto de 2017, luego de largos debates en audiencias públicas, el Tribunal Constitucional termina por resolver el problema de constitucionalidad del proyecto de ley de ATC con dos sentencias. Una primera sentencia, que se refiere directamente a cómo nuestro orden constitucional permite la regulación legal del aborto, y una segunda, que contradiciendo en diversos puntos con la anterior agrega al proyecto de ley la invocación de la objeción de conciencia institucional, y ya no solo personal. En lo relativo a las tres causales, uno de los mayores consensos en el movimiento feminista es que dicha regulación es insuficiente. Luego de doce proyectos de ley sobre aborto, presentados desde el fin de la dictadura, el único que logra pasar las barreras de la tramitación legislativa, es un proyecto que deriva la decisión sobre
nuestros cuerpos al tutelaje de la masculinidad. Es un tercero, médico o juez, el que decide por el futuro del embarazo de una mujer. El ATC no es en ningún caso la reapropiación de la capacidad reproductiva del cuerpo femenino, sino más bien, la consagración de situaciones excepcionales donde dicho cuerpo debe rogar que se haga una excepción al cumplimiento del mandato de la reproducción, puesto que su vida misma está puesta en entredicho. En este sentido, el modelo de las causales significa siempre un cuerpo femenino que pide disculpas, y se justifica ante el Estado y la sociedad, por el incumplimiento de la obligación de la reproducción biológica, que naturaliza el rol de quienes portamos cuerpos femeninos. Sin embargo, no es la regulación escueta de tres causales la que debiese ponernos principalmente en alerta. El movimiento feminista y las diversas fuerzas políticas que se planteen la construcción de una izquierda feminista, debemos avanzar por romper los cerrojos que la ley de ATC impone a la posibilidad del avance al aborto libre, seguro y gratuito. En este sentido, lo que ha sucedido este año en lo relativo a la segunda sentencia, es decir, a aquella que se refiere a la Objeción de Conciencia Institucional, que se regula directamente a través del Tribunal Constitucional, es nuestro punto de tope mayor. La centralidad en el debate de este año en esta materia muestra la relevancia que esta tiene, no por el fundamentalismo conservador que se ha querido instalar como el principal enemigo al derecho al aborto, sino por el principio común y rector que el neoliberalismo en Chile no puede ver interrogado bajo ninguna circunstancia: la subsidiariedad del Estado.
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Interpelar al Mercado de la Salud: el debate oculto en la regulación de la objeción de conciencia La objeción de conciencia institucional se planteó desde los sectores de la derecha e instituciones como la PUC, como una necesidad ética. La posibilidad de contraponer sus idearios institucionales a la regulación del aborto en tres causales. El rol público de “defensa a la vida” de ciertas instituciones sería el argumento central para intentar equilibrar los derechos de la libertad de conciencia y salud. Es por esto, que pese a que la objeción de conciencia- ni siquiera personal- no se encuentra consagrada como un derecho en el orden constitucional chileno, la primera estrategia comunicacional utilizada por dichos sectores, es instalar un supuesto “derecho a la objeción de conciencia”, que se desprende de la Sentencia del Tribunal Constitucional. De este modo, considerando la objeción de conciencia como un derecho, lo que se delimita es cómo el Estado puede intervenir y establecer condiciones para la utilización de fondos públicos. El clivaje entonces, se pone en que hoy es el Estado el que debe garantizar a los privados el derecho a su objeción de conciencia institucional. ¿Qué es lo que realmente hay detrás de este debate? La posibilidad de que las instituciones privadas puedan utilizarla como una carta bajo la manga para negarse a cualquier condición impuesta por el Estado en la asignación de financiamiento estatal. El velo de la “defensa a la vida” se cae y se muestra directamente cual es el objetivo central de la regulación de la objeción de conciencia institucional: profundizar el rol subsidiario del Estado a costa de la mayor precarización de los cuerpos de las mujeres. No debería sorprendernos como este
supuesto derecho de las instituciones privadas con financiamiento público, comienza a ser invocado para defenderse y negarse ante otro tipo de prestaciones de salud u otros derechos sociales. Las palabras de Jacqueline Van Rysselvergue, develan dicha postura: “Esto permite una intromisión del Estado en las instituciones intermedias privadas, que va más allá de lo razonable (…) el hecho de que tú tengas un convenio y que por eso el Estado podrá imponer lo que puedes o no hacer, eso se hace extensivo a educación y a organizaciones que trabajan en adopción, y también a otros temas, como la eutanasia”3. En la misma línea, el Presidente de Renovación Nacional, Mario Desbordes señala el énfasis en la autonomía de los cuerpos intermedios4. Las múltiples columnas de opinión en La Tercera y el Líbero, para contraponerse a los criterios de la Contraloría, señalándolos como “políticos” y por tanto errados, reconocen explícitamente lo que deben cuidar las fuerzas políticas del mantenimiento y profundización neoliberal: “En la objeción de conciencia institucional se juega un elemento central en la vitalidad de la sociedad civil y un Estado subsidiario en forma5”. Así mismo, se asimila esta regulación a lo sucedido en educación: “No parece haberse calibrado los alcances de consentir que la sociedad civil quede sujeta a la lógica discrecional del Estado cuando realiza funciones públicas. Los riesgos de confundir lo público con lo estatal ya se han visto en el caso de la política de gratuidad en la educación superior, donde bajo el justificativo de que se reciben fondos públicos, el Estado se ha sentido con el derecho a fijar arance3 https://www.latercera.com/politica/noticia/aborto-escrito-se-
nadores-udi-al-tc-advierte-efectos-eutanasia-educacion/232693/
http://www.diputadosrn.cl/mario-desbordes-y-posicion-de-parlamentarios-rn-por-reglamento-de-objecion-de-conciencia-por-leyde-aborto-aun-no-se-ha-discutido/ 4
Fernando Contreras Santander, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad. http://ellibero.cl/opinion/aborto-y-objecion-de-conciencia-institucional-un-zapato-chino/ 5
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les, matrículas o incluso a obligar a una triestamentalidad -como era su objetivo inicial-, condicionando así la autonomía de los proyectos educativos”6. De esta manera, a través del resguardo a la objeción de conciencia institucional, el empresariado asegura para sí el rol de un Estado subsidiario, que los sustenta con fondos públicos, sin condición alguna. En este marco, el empresariado de la salud, así como los sectores de la derecha, advierten que mientras exista el “derecho a la objeción de conciencia” están tutelados frente a la posibilidad del aborto libre. En esta línea, el ATC como “política estatal”, y por tanto condicionante, se convierte en el chivo expiatorio para la mantención y profundización del neoliberalismo, en tanto, el gasto público se enfoca en sustentar el rol de los privados.
Articulación feminista para la ruptura del “universal mujer” La irrupción masiva del feminismo en el debate público trajo consigo los riesgos propios de la apropiación/procesamiento de nuestras disputas. En este sentido, el feminismo se convierte en palabra común, que se utiliza sin problemas para adjetivar cualquier sector político. Tenemos un gobierno de derecha, pero “feminista”, desde Van Rysselvergue hasta el PS, el feminismo se vuelve una definición que pareciera no tener otro contenido de disputa, que el estar “a favor de la igualdad de género”. Se articula un relato en el cual nadie puede estar contra la violencia hacia las mujeres, nadie puede estar contra el ser mujer, como aquel universal abstracto que aparece desde el ser madre/emprendedora/víctima. La lucha en el campo de los derechos https://www.latercera.com/opinion/noticia/aborto-objecion-conciencia/235119/ 6
sexuales y reproductivos impugna directamente el pacto subsidiario que permite aún un supuesto feminismo universal en el cual todos coincidimos. Cuando situamos la lucha por el aborto como la posibilidad de la reapropiación de la capacidad reproductiva, y la demanda por los derechos sociales- ya que no basta con que sea libre, sin que sea legal, seguro y gratuito-, se develan las distancias de los feminismos en disputa que, homogeneizados en un universal, permitían el procesamiento del feminismo que apunta a interrogar la totalidad para la emancipación de la clase trabajadora. En este sentido, la potencialidad del feminismo que se despoja de dicho universal mujer, y se sitúa tomándose los lugares, los espacios de la disputa por nuestros derechos, contra la precarización de nuestras vidas, es ser, precisamente, impedimento de la restauración patriarcal que nos encierre nuevamente en el departamento de mujeres, y contraponerse directamente al orden que cimienta la explotación sobre nuestras vidas y cuerpos.
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MACARENA CASTAÑEDA LETELIER
¿Por qué abortan las mujeres? La verdad de los embarazos no deseados y la maternidad forzada. El movimiento feminista ha integrado en sus demandas la legalización del aborto desde sus inicios, ya que ha observado cómo la penalización del aborto ha contribuido a la realización de estos mismos en la total inseguridad, elevando la tasa de mortalidad de mujeres a raíz de la clandestinidad y los riesgos que esta conlleva. Con o sin ley, el aborto ha sido siempre una realidad y, por tanto, la pregunta es ¿por qué abortan las mujeres, al punto incluso de poner en riesgo sus propias vidas? Tanto los estudios sobre salud como las investigaciones en ciencias sociales han encontrado respuesta en un hecho que poco se discute: las mujeres abortan por embarazos no deseados. No desear un embarazo pareciera ser un tema tabú, que atenta con un norma que dice que toda mujer quiere (y debe) ser madre. Incluso, cuando se estudia en salud pública el embarazo no deseado, se asocia automáticamente al embarazo adolescente, como si sólo las niñas y adolescentes pudieran no haber querido embarazarse, sin embargo, la realidad nos enfrenta a algo completamente distinto. El embarazo no deseado puede ocurrir en cualquier edad y estrato social, pudiendo ser por el desconocimiento sobre la sexualidad y la reproducción al inicio de la vida sexual, por la falla de los métodos de anticoncepción que se utilizan o por violencia sexual. Y llevarlo a término, puede significar el vínculo irrefutable con el agresor (que implica mantenerse en un círculo de violencia en las relaciones más cercanas), la penalización social (que significa agresiones del entorno, expulsión de la familia u otros), que se obstruya el desarrollo personal y el proyecto de vida (como no poder continuar los estudios o el trabajo, o tener que hacerlos en contextos muy precarios para compatibilizar la maternidad) y/o la crisis psicológica de no querer ser madre y ser forzada a ello.
Publicado en diario El Desconcierto, obtenido desde: http://www.eldesconcierto.cl/2018/07/11/por-que-abortan-las-mujeres-la-verdad-de-los-embarazos-no-deseados-y-la-maternidad-forzada/
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En otras palabras, el embarazo no es deseado porque la mujer no decidió embarazarse, y abortar se vuelve opción frente a la alternativa que significa una alta precarización de la vida, con las correspondientes consecuencias económicas, sociales, psicológicas y físicas. La prevalencia de uno u otro factor, tiene un fuerte carácter de clase. A menor acceso a información, educación sexual, métodos anticonceptivos y/o redes de apoyo, mayor es la posibilidad de que dicha niña, joven y mujer se embarace contra sus voluntad. No es azaroso pensar entonces, que la tasa de embarazo adolescente (lo único que se estudia en materia de embarazo no deseado), sea mayor en menores de edad y niveles socioeconómicos más bajos. No debemos subestimar el factor de la alta precarización de la vida como factor relevante a la hora de hablar de maternidades no deseadas, pues significa que la perspectiva de ser madre implica algo tan negativo, que las mujeres están dispuestas a poner en riesgo sus vidas con tal de evitarlo. Sin embargo, la sociedad y sobre todo aquellos sectores religiosos y conservadores, optan por culpabilizar y criminalizar a las mujeres que no desean ser madres. Se nos culpa por embarazarnos, abortar, no desear ser madres, por no querer cargar toda la vida con un trabajo que no decidimos y muchas veces forzado. ¿Por qué la sociedad cree que es peor una mujer que no desea ser madre, en un contexto en que para ella lo peor es serlo? Responder esta pregunta requiere analizar el valor de la maternidad en la sociedad. Efectivamente, se nos ha convencido que lo mejor que nos puede pasar en la vida es ser madre. Y seguramente para muchas ha sido un alivio que ese camino tortuoso y culposo que fue ese embarazo no deseado haya culminado con un rol que terminó por gustarles. Sin embargo, ello no responde
la pregunta ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué se insiste tanto en que seamos madres, ante cualquier contexto y adversidad? Se nos insiste en ser madres para hacernos creer que el rol del cuidado, la crianza, o en definitiva, la reproducción social es responsabilidad única y exclusivamente nuestra, y que la sociedad necesita que lo realicemos. No discuto que cuidar y criar son necesarios, sin embargo ¿por qué solo nosotras? Nuestro único factor determinante es que, lo queramos o no, sólo las mujeres tenemos útero. Pero todo lo demás no tiene por qué ser sólo nuestro, y es más, no lo ha sido siempre en la historia humana. Pero nuestra sociedad, o más precisamente, el modelo de orden social actual y hegemónico, quiere que la reproducción sea sólo en la familia – núcleo privado y reducido – y de responsabilidad exclusiva de las mujeres. Esto no es al azaroso. Resolver la reproducción de una sociedad es un problema de orden económico y político. El sistema necesita que la sociedad se reproduzca para seguir generando sujetos aptos para producir, y qué más conveniente que este trabajo sea realizado por en un lugar determinado con dedicación exclusiva, sin necesitar formar para este trabajo ni menos pagar para que se haga. Y lo reafirma instalando que la reproducción es un acto de amor y no necesita mayor retribución que esa. Por tanto, el orden social, capitalista y patriarcal, quiere que las mujeres seamos madres para que cumplamos el rol reproductivo en las condiciones de explotación que ha establecido y de la cual el sistema depende para mantenerse, pues asegura que un importante aspecto de la reproducción social sea gratuito. El sistema lo necesita para que haya otro sujeto que
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pueda dedicarse a trabajar sin más preocupaciones, así como un capital que no deba costear su reproducción, sin importar que signifique una vida azarosa y precarizada. En este escenario, el aborto, la anticoncepción y la educación sexual atentan con este orden, porque permiten que las mujeres (y la sociedad en general) tomemos control de nuestra reproducción y podamos verdaderamente decidir sobre nuestras vidas y roles. Y a sabiendas de eso es que ha habido una resistencia muy dura en distintos momentos de la historia por parte de las fuerzas conservadoras, para que no hubiesen iniciativas de Estado en estos ámbitos. Recordemos, por ejemplo, la resistencia a la distribución pública de la píldora del día después o la negligencia de presentar planes de educación sexual y prevención de VIH desde el primer gobierno de Sebastián Piñera. Por esto una buena educación sexual, plan de planificación familiar mediante métodos anticonceptivos y legalización del aborto es lo que el feminismo siempre ha demandado. Estar en contra de ello, es estar en contra de la libertad y a favor de nuestra explotación como trabajadoras reproductivas.
IV
Educación
NO SEXISTA
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ROSARIO OLIVARES SAAVEDRA
¿Qué pasa con la educación sexual y de género en las escuelas? Los hechos de los últimos días, desde la decisión de la Corte Suprema en el juicio por femicidio frustrado a Nabila Rifo, pasando por el llamado “bus de la Libertad” y el bajísimo nivel mostrado por el Congreso en el último trámite de la ley de aborto en tres causales nos obligan a mirar críticamente las políticas de género. La brecha entre lo que anuncian y la violencia y desinformación que campea, muestran una disputa política marcada por la falta de rigurosidad y desinformación. Con los eslogans “Con mis Hijos No se Metan” y, “Más familia y menos Estado”, el mencionado “Bus de la Libertad” posicionó una crítica a algunas políticas institucionales en torno a los temas de género que hoy, según sus adherentes, se estarían abordando en la educación escolar. Esto, pese a que, aunque no existen políticas educativas nacionales respecto de este tema: las escuelas en Chile dependen de las particularidades ideológicas de cada municipio y, en mayor medida, de los afanes de sostenedores regulados únicamente por el mercado educativo. Con todo, los adherentes del bus sostuvieron que existiría en las escuelas un currículum que aborda dichos contenidos. Todo bajo una idea de educación sexual integral en base a juicios equívocos, caracterizaciones falsas y anacrónicas de los objetivos que persiguen las temáticas de género y, sobre todo, a una noción conservadora que la derecha religiosa por siglos ha instalado como la única ideología de género hegemónica. Las cifras de discriminación, violencia sexual y de género, femicidios, ataques homo, lesbo y transfóbicos muestran que todos esos alegatos apocalípticos del grupo liderado por Marcela Aranda están lejos de tener sentido y lugar en un país como el nuestro. Particularmente en el sistema escolar caracterizado fundamentalmente por su carácter sexista y discriminador. ¿Qué está pasando realmente con estas discusiones en las escuelas, colegios y liceos en Chile? Aquí, como Columna de opinión publicada en periódico digital El Mostrador, obtenida desde: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2017/07/24/que-pasa-con-la-educacion-sexual-y-de-genero-en-las-escuelas/
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acostumbra nuestro país, hablan múltiples voces autodenominadas expertas, de las cuales muy pocas pisan una sala de clases.
en un contexto lleno de concesiones a los poderes de la Iglesia, muy al estilo concertacionista de hacer política.
El 2014 el Ministerio de Educación creó la Unidad de Equidad de Género (UEG) que sería una “estructura permanente y transversal encargada de impulsar la incorporación de la perspectiva de género” en la totalidad de las políticas educativas. También comprometieron un plan 2015 – 2018 de Educación para la Igualdad de Género, que contempla propuestas para todos los niveles educativos.
Es posible reconocer ciertos hitos en las propuestas emanadas del Mineduc, incluso cambios radicales en términos teóricos, como lo fue pasar de hablar de planes de “sexualidad”, a nombrarlos como “sexualidad, afectividad y género”. Sin embargo, la deficiencia en la implementación de estos da cuenta de una falta fundamental. Un ejemplo de ello fue la entrega de la circular y las orientaciones para el resguardo del derecho a la educación de niñas, niños y jóvenes LGBTI: si bien saludamos la iniciativa como absolutamente necesaria y fundamental, al día de hoy no existe ningún espacio de formación obligatoria de la comunidad educativa en torno al tema, ni siquiera de las y los profesores. ¿Cómo se esperaba implementar tales orientaciones en un sistema históricamente transfóbico sin preparación previa?
Tal plan resguardó los compromisos internacionales y la Agenda de Género de la presidenta Michelle Bachelet, y en ningún caso, al menos en su presentación, apuntó a la necesidad propia del contexto educativo o cultural de nuestro país. Más bien tiene como objetivo fundamental disminuir la brecha en los resultados de las pruebas estandarizadas entre niñas, niños y jóvenes, que han perjudicado históricamente a las mujeres, y dividen desde el sesgo de género las áreas de conocimientos y las expectativas que se tienen en relación al desempeño de las y los estudiantes. El Plan 2015-2018 se suma a una larga lista de iniciativas que desde 1990 buscaron abordar las problemáticas de sexualidad y género en la educación escolar. El Programa de la Mujer, las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad, JOCAS; la Agenda de Género 2006 – 2010, y, luego, la creación de los siete Programas de Educación Sexual, presentados en el gobierno de Sebastián Piñera por Joaquín Lavín. Esta suma desperdigada de iniciativas ha logrado mínimos avances, tanto que en las comunidades educativas se las suele considerar como intrascendentes. Estos programas fracasaron en el tiempo por diversos motivos. El primer ha sido, a nuestro juicio, la poca centralidad de la noción de Estado laico en las políticas educativas, desarrollando estas políticas
En tercer lugar, la mercantilización del sistema educativo está lejos de contribuir en este proceso. Desde el feminismo sabemos que tanto patriarcado como capitalismo forman parte de un mismo sistema de dominación. La transposición de una Sociedad Docente sobre un Estado Docente ha determinado fuertemente la concepción de educación de nuestro país, dejando de entenderla como un derecho para asumirla como un bien de consumo. Esta privatización dejó a gran parte de la población bajo la idea aparente de que es la familia la que decide sobre su educación: un ejemplo clarísimo de ello es la implementación de voucher y el endeudamiento educativo. Siguiendo esta misma lógica, se ha pretendido discutir sobre la base de que la decisión de cada familia de cómo educar la sexualidad de sus hijas e hijos está por sobre los DD.HH, las políticas públicas e internacionales, las investigaciones, el respeto e, incluso, y muy tristemente, por sobre el amor.
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Nos urge, entonces, tomar con toda la seriedad y el riesgo que para muchos implica una fuerte política educativa sobre el tema. Una política que deje de estar anclada en la brecha de resultados, y se preocupe por promover y garantizar una educación para todos los géneros de manera transversal al sistema. Esta garantía debe comenzar dando algunos pasos. Por ejemplo, la obligatoriedad de una formación docente con enfoque de género en todas las universidades, y la actualización en esta línea para las y los profesores en ejercicio, así como la de toda la comunidad, incluyendo a las madres y los padres. También es necesario realizar modificaciones curriculares, de textos de estudios y de las dinámicas propias de la sala de clases. Considerando además que cada uno de estos pasos, incluyendo modificaciones de Manuales de Convivencia y la creación Protocolos de acoso y abuso sexual, no pueden quedar al arbitrio de cada escuela como lo es en la actualidad, cuando aún la formación no se ha realizado, y en general, se sabe muy poco, abriendo la puerta para fanatismos y discriminaciones.
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ROSARIO OLIVARES SAAVEDRA
VIH y la falta de Educación Sexual Integral en Chile. ¿Cómo llegamos a tocar fondo? El reportaje que emitió Canal 13, “Él me contagio el VIH”, contenía las características generales con que se ha tratado el tema en nuestro país en las últimas décadas: morbosidad, criminalización y reducción del tema al uso del condón. En respuesta a esto, las organizaciones civiles pusieron sobre el tapete una cuestión fundamental para abordar el asunto en la que quisiera detenerme: la responsabilidad del Estado en el aumento de los contagios. En materia de Educación Sexual, desde el fin de la Dictadura Cívico Militar se podrían mencionar cuatro proyectos relacionados con el tema: las Jocas de comienzo de los noventas, las Agendas de Género de los gobiernos de Michelle Bachelet del 2006-2010 y 2014–2018, y los Siete Programas de Educación Sexual de Joaquín Lavín -algunos de ellos incluían la abstención como método de cuidado y anticoncepción-. Pese a estos esfuerzos, como estudiante en los 90’ y como docente hace más de diez años, podría afirmar, y de modo muy responsable, que lo que ha sucedido en esta materia en las escuelas y liceos de nuestro país es casi imperceptible. Solo bastaría con una pequeña encuesta para saber la poca importancia que ha tenido en la formación de la mayoría de las y los chilenos. La ausencia del Estado en este sentido ha sido fundamental. Es por esta razón que una propuesta responsable de educación sexual debe ser ante todo obligatoria, integral, pertinente y, por sobre todo, informada.
Obligatorio. Los débiles límites de la Educación Pública dentro de un sistema neoliberal han trasladado la responsabilidad de la educación sexual a espacios individuales o de libre elección, lo que constituye una vulneración de derechos, pues no se logra garantizar la formación, el cuidado y el autocuidado de las y los estudiantes en el desarrollo pleno de su sexualidad. No puede ser que Publicado en diario El Desconcierto obtenido desde: http://www.eldesconcierto.cl/2018/04/12/vih-y-la-falta-de-educacion-sexual-integral-en-chile/
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la instrucción sobre estos temas quede al arbitrio de los municipios, sostenedores o directivos, en general sin formación sobre el tema y con claros sesgos morales de por medio.
Integral. La dimensión sexual del ser humano no se constituye ni reduce a cuestiones reproductivas o de cuidado de transmisión de enfermedades. Entender estas experiencias de modo aislado y sin articular no puede menos que llevarnos al fracaso. La construcción social de la sexualidad, la identidad de género, la relación con nuestro cuerpo, el placer, el cuidado, el autoestima, el amor y el autoconocimiento, son algunos de los tantos ámbitos que forman parte de nuestro desarrollo y que deben ser considerados desde la sala cuna hasta la universidad. Por lo anterior, no basta con una campaña de televisión, mientras en la escuela poco y nada se habla, y se soluciona el tema con una guirnalda de condones (como en liceo emblemático en el que trabajaba), mientras se discrimina a la comunidad LGBTIQ, se refuerzan masculinidades machistas, o no se capacita a las y los docentes (muchas veces reticentes a estas prácticas por desconocimiento y prejuicios). Pertinente. Cada contexto, experiencia y
tiempo deben ser considerados para un Plan de Educación Sexual Integral, dejando atrás la homogenización de los procesos y características de niñas, niños y jóvenes.
Informado. El desarrollo libre y autónomo de la sexualidad de las y los estudiantes debe ser sin sesgos, sin omisiones ni censuras de parte de los adultos y que permitan, efectivamente, establecer la mayor cantidad de posibilidades y discursos en torno al tema, hasta hoy vedado por la aún fuerte presencia cristiana en nuestra sociedad. Con todo, es necesario insistir, que un país que no tiene una política de Educación Sexual Integral malamente podría disminuir
no solo las cifras de contagio de VIH, sino que también de las abuso y acoso sexual, discriminación a la comunidad LGBTIQ o femicidios. Es urgente que comencemos a discutir de forma amplia y democrática este tema, como alguna vez lo fue el debate en torno a la exigencia de Formación Ciudadana, y tomemos el peso a una demanda que hoy por hoy es vital para el desarrollo de niñas, niños y jóvenes.
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VALENTINA SAAVEDRA MELÉNDEZ y JAVIERA TORO CÁCERES
Educación no sexista es educación pública democrática. Abusos, violencia, acoso, se han transformado en una sección obligada en los medios de comunicación estas semanas. La llamada ola feminista ha llegado a la agenda pública para quedarse y ha mostrado diferentes dimensiones del entramado de violencia que vivimos las mujeres a diario. ¿Cómo erradicar dicha violencia? El gobierno ha presentado una Agenda Mujer que -junto a ciertas medidas de igualdad formal- sanciona las expresiones más visibles de la violencia, pero no apunta a su raíz: el rol subordinado de las mujeres en la sociedad. Las movilizaciones han estallado producto de numerosas denuncias por acoso sexual justamente en uno de los espacios que más contribuye a reproducir este rol subordinado: la educación. A pesar de que la cobertura educativa se ha ampliado y que las mujeres hemos ingresado a la educación superior de manera masiva, su promesa de integración social es defraudada cuando se construye a costa de mayor trabajo de las mujeres y precarización de la vida y se convierte en un espacio que desde la temprana infancia reproduce culturalmente los roles de género que son base de la división sexual del trabajo. Nuevamente, entonces, la sociedad movilizada apunta la necesidad de transformar la educación y nos obliga a analizar el sistema actual y las reformas realizadas en la última década. Ya en 2006 y en 2011, los estudiantes secundarios y universitarios se alzaron masivamente contra un sistema educativo mayoritariamente privado a nivel escolar y superior, cuestionado debido a los efectos que tienen los intereses empresariales en la orientación de la educación. Elemento que se mantiene incólume pese a las reformas emprendidas por los dos gobiernos de Michelle Bachelet.
Columna de opinión publicada en periódico digital El Mostrador, obtenida desde: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/06/05/educacion-no-sexista-es-educacion-publica-democratica/
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Hoy se ha develado una nueva dimensión del conflicto: el sexismo que reproduce nuestra educación, es decir, la idea de que mujeres y hombres tenemos roles diferenciados que cumplir en la sociedad. Las mujeres mayoritariamente dedicadas a los cuidados de otros y los hombres, en la producción. Dicha idea determina qué labores, profesiones y espacios debemos ocupar las mujeres, los que bajo las leyes del mercado carecen de valor y por lo tanto se mantienen a costa de trabajo, tiempo y energía de las mujeres. La educación formal contribuye a crear esta diferenciación y, al mismo tiempo, es organizada según las valoraciones que asigna el mercado. De esta forma, carreras como enfermería, pedagogías y artes se componen principalmente de mujeres, y cuentan con menos recursos que las ingenierías, ciencias exactas o economía, mayoritariamente de hombres. Las carreras feminizadas, a la vez, aspiran a un campo laboral más acotado, inestable y con menor remuneración. Al cuestionar este orden de cosas, las feministas movilizadas muestran la necesidad de cambiar la orientación del sistema educativo y, para ello, los intereses que se encuentran tras él. La reproducción de desigualdad de género es consustancial a un sistema de mercado, que busca aumentar sus ganancias a costa de los derechos de la sociedad. Sin esta desigualdad, el costo que los intereses empresariales se ahorran cuando lo asumimos las mujeres sería necesariamente distribuido. En consecuencia, una educación no sexista solo será posible en un sistema educativo que, en vez de ir en la línea de los intereses empresariales, sea orientado democráticamente por la sociedad, es decir, con educación pública.
Una educación pública no sexista, debe cuestionar las formas de acumulación de poder que produce en su interior y que reproduce para la vida de la sociedad. En otras palabras, debe democratizarse. Por una parte, en su interior, pensando en estructuras menos autoritarias y transparentes, que impidan el abuso de poder e impunidad que se ha dado a conocer con diferentes casos de denuncias por acoso o abuso en las instituciones educativas y que se viene a profundizar cuando se debilita lo público. Por otra parte, acabar con el sexismo en la educación implica que esta responda a la sociedad de forma igualitaria, a las necesidades y definiciones de todos los hombres y mujeres, y no a holdings o controladores que han hecho de la educación una forma más de negocio. Es por ello, que desde Izquierda Autónoma consideramos que reabrir la reforma educacional repensando y fortaleciendo la educación pública es un imperativo para construir educación no sexista. Repensarla y fortalecerla es una combinación necesariamente indisociable, ya que la democracia que requiere la educación pública para el siglo XXI, no se encuentra completa hoy en las instituciones estatales. La discriminación a mujeres y disidencias y la reproducción de roles de género no son patrimonio de la educación privada. En un sistema educativo mayoritariamente privado y hegemónicamente competitivo, todas las instituciones educacionales en Chile -incluidas las estatales- están obligadas a autofinanciarse y a competir por captar estudiantes, respondiendo finalmente a las reglas que pone el mercado. Es por ello que sólo una ampliación y fortalecimiento de la educación pública -con mecanismos democráticos y lógicas de financiamiento no mercantiles- permite repensarla y construir una educación no sexista.
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CAMILA MIRANDA MEDINA y CRISTINA JARA VILLARROEL
Ni biombos, ni patriarcado en las aulas: reflexiones sobre la educación de las mujeres en Chile. El patriarcado ha fundado desde la filosofía, la religión, la biología y la psicología una concepción de inferioridad, dependencia y subordinación de la mujer, que ha sido naturalizada por siglos y que aún hoy permanece en parte importante de la cultura chilena. Esto permite explicitar -tal como lo desarrolla Simone de Beauvoir en El segundo sexo- que no hay nada natural e inmutable y que, por tanto, los roles que dicha construcción de dependencia les impone a las mujeres son necesariamente combatibles y superables. En un momento histórico en que las mujeres se organizan contra la violencia machista que sigue cobrando víctimas y por el reconocimiento de derechos básicos como la autonomía de sus cuerpos, el derecho a decidir, la igualdad salarial, una educación no sexista y políticas de prevención contra la violencia, es imperativo cuestionarse cuáles son los espacios que posibilitan la reproducción machista y patriarcal. Uno de ellos es, sin duda, la educación. La educación formal ha sido uno de los espacios clave en donde se han asignado y perpetuado asimetrías de poder vinculadas a los roles de género. Como se detallará a lo largo de las próximas páginas, desde los inicios del proyecto educativo republicano conducido por las elites masculinas, existe una marcada diferenciación por sexo en cuanto a acceso, cobertura, orientación y fines. En el presente artículo se analiza el desarrollo de la educación formal de la mujer en Chile, cuáles han sido sus sentidos, cómo la hegemonía patriarcal (ya sea desde las voces y conducción del Estado, iglesia y mercado) se ha impuesto y ha prolongado sus ataduras desde las aulas, los discursos asociados que justifican esta diferencia y los desafíos que son necesarios abordar, para avanzar hacia una educación pública feminista, que permita la plena autonomía de las mujeres. Publicado originalmente en revista Cuadernos de Coyuntura de la Fundación Nodo XXI, obtenido desde: http://www.contratiempo.cl/2018/05/26/ni-biombos-ni-patriarcado-en-las-aulas-reflexiones-sobre-la-educacion-de-las-mujeres-en-chile/
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De la iglesia al mercado La preocupación por la instrucción de la élite masculina comenzó con el nacimiento de la República, por las influencias ilustradas y el valor que éstas le otorgan a la educación, como un campo en disputa contra las viejas ideas monárquicas: se educaba para formar a ciudadanos libres. Avanzando el siglo, se vio la importancia de ir ampliando la educación para moralizar a la población, y ya, desde fines del XIX hasta el golpe de Estado de 1973, como un elemento imprescindible para la modernización del país. El desarrollo de la educación de las mujeres, en cambio, fue mucho más lento. Sólo desde muy avanzado el siglo XIX fue aumentando paulatinamente el interés de las elites masculinas por instruir a las mujeres. En ese proceso, se observan tres momentos en cuanto a quién o quiénes se hacen responsables en forma preponderante en la educación de las mujeres: la Iglesia y privados, el Estado y privados, y finalmente el mercado. La iglesia y los privados: moralizar a las mujeres para moralizar a la sociedad Si durante la mayor parte del siglo XIX el Estado asume una muy acotada responsabilidad respecto de la educación en general, en la educación de las mujeres es prácticamente inexistente. Si bien hubo algunas escuelas particulares para hijas de la élite, serán los conventos quienes comiencen a abrir colegios para mujeres (el primero fue el de los Sagrados Corazones de Jesús y María en 1838) y van a ser los pilares de la educación femenina durante el período. Entre 1830 y 1840, “la mujer aristocrática chilena desarrolló una suerte de rebelión (…) exigió la matrícula en Liceos y Universidades, para alcanzar una “profesión libe-
ral”1. Sumado a esto, el movimiento intelectual del ‘42 también se inclinó por la educación de las mujeres. Esta demanda fue asumida por el Estado, pero traspasada a las congregaciones religiosas. Un ejemplo es el Sagrado Corazón, congregación traída por el Estado desde Francia para fundar el colegio del mismo nombre en 1853 y, además, crear la Escuela Normal de Preceptoras Chilenas, quedando así en manos católicas la educación de las maestras hasta 1883, cuando el Estado tomó el control. Así, en la Escuela Normal de Preceptoras se realizó el disciplinamiento de la mujer popular desde la segunda mitad del siglo XIX. Las religiosas las educaron en conocimientos y moral católica, para que ellas lo expandieran a la sociedad2. Si bien la Ley de Instrucción Primaria de 1860 estableció que esta se daría bajo la dirección del Estado en forma gratuita, no se tradujo en un aumento significativo ni en su masificación, menos para las mujeres. De esta forma, fue la Iglesia o las sociedades privadas, como la Sociedad de Instrucción Primaria (SIP)3, quienes seguirían formando a las mujeres. El Estado las educa: profesionales en las labores del sexo La presión hacia el Estado de algunas mujeres por ingresar a la universidad marca un hito. Si bien nunca estuvo formalmente prohibido, Amunátegui firma en 1877 un decreto con el doble fin de dar un golpe Salazar, G (2010). Patriarcado mercantil y liberación femenina (1819 – 1930). Santiago: Servicio Nacional de la Mujer. p. 66.
1
2 Peña, M. (2000). Hijas amadas de la Patria: Historia de la Escuela
Normal de Preceptoras de Santiago, 1854-1883. Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia. Santiago: Pontificia Universidad Católica de Chile, p.7. 3 La Sociedad de Instrucción Primaria (SIP) fue fundada en 1856
por liberales, con el fin de expandir la educación a los sectores pobres de la sociedad. Desde la década de 1880 hasta la actualidad ha estado vinculada a la familia Matte y por esto, detentan una gran influencia en el ámbito de las políticas educativas. Ver, por ejemplo. Caviedes, S. y Bustamante, A. (2015, junio). El papel de la tradición: la influencia empresarial del Grupo Matte. Cuadernos de Coyuntura, (8), pp. 40-54.
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mediático para calmar a la opinión pública y para eliminar la “costumbre”, que era el real impedimento para su ingreso4. Las primeras estudiantes debieron asistir acompañadas de sus madres o tras biombos. Amunátegui además impulsó la escolarización de las mujeres, pero entregó esta iniciativa a los privados, conformando las “Sociedades de padres de familia” para que organizaran el colegio internamente. El Estado garantizaría una subvención anual y otro tanto sería costeado por la Municipalidad. Finalizada la instrucción, recibirían el título de Bachiller en Humanidades5. La creación del Instituto Pedagógico en 1889 significó un viraje hacia un proyecto educativo científico en la educación de las y los profesores6. A su vez, dicha renovación promovió que jóvenes de los sectores medios emergentes ingresaran a los liceos, diferenciándose de quienes estudiaban en la escuela primaria o técnica. Sin embargo, se mantuvo la distinción por sexo en donde el objetivo de la educación secundaria femenina fue proyectar “(…) su función doméstica hacia el espacio social acorde al proyecto nacional”7, siendo la élite masculina la responsable de la planificación de esta instrucción. A comienzos del siglo XX, el Estado continúa con la fundación de liceos femeninos, -aunque eran inferiores en infraestructura e imagen al de los varones8- e irán aumentando junto con el progresivo crecimiento de los sectores medios, persistiendo 4 Sánchez, K. (2006, julio-diciembre). El Ingreso de la mujer chilena
a la universidad y los cambios en la costumbre por medio de la Ley 1872-1877. Historia, 2(39), pp. 497-529. 5
Labarca. Op. Cit., p. 165.
6 Gómez, P. (2015, diciembre). Educación secundaria segregada por
sexo: Lo que se esconde detrás de la “tradición”. Última Década, (43), Proyecto Juventudes, p.114. 7 ibid., p. 116. 8 Austin, R. (2004). Elites, pobladores y educación superior en Chile,
1842-1952. en Intelectuales y Educación Superior en Chile: de la Independencia a la Democracia Transicional, 1810 – 2001. Santiago: Ediciones Chile América – CESOC, p.66.
la diferenciación por sexo en cuanto a espacios físicos y al fin de la educación, en donde se reprodujo la socialización de las labores asignadas a las mujeres. Así, “el proyecto de desarrollo, progreso y modernización de la nación, abogó por la consideración funcional de la mujer bajo la lógica de la enseñanza, la higiene y el cuidado”9. En cuanto a la educación superior, la Universidad de Chile, la de Concepción y posteriormente la Universidad Católica (1932) admitirán mujeres. Esta última, principalmente del nivel socioeconómico más alto. Si anteriormente la Iglesia contribuyó a negar la educación superior femenina, ahora desde las aulas profundizará su intervención social patriarcal, produciéndose su auge durante la dictadura militar de Pinochet (1973-1989)10. La Reforma Educativa de 1965 permitió el acceso de las mujeres a las escuelas secundarias industriales y agrícolas y a la coeducación11. Así, en los setenta, la población escolarizada aumentó progresivamente12. Sin embargo, se mantuvieron las diferenciaciones en base al sexo, ahora dentro del aula y en el mismo espacio físico. Al estar asegurado el ingreso igualitario a la educación, al menos en términos formales13, el gobierno de la Unidad Popular proyectó las reformas en otros ámbitos, tales como vincular la educación con la 9 Gómez, Op. Cit., p.122. 10 Austin, Op. Cit., p. 62. 11 ibid., p.70. 12 Para la educación primaria, hacia 1970, casi toda la población correspondiente a la edad estaba escolarizada, y en la educación secundaria cursaban un 30,4% de hombres y un 35,3% de mujeres entre 15 y 19 años. En Rojas, C. (1994). Poder, mujeres y cambio en Chile (1964-1973): un capítulo de nuestra historia. Tesis para optar al grado de Maestría en Historia, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Iztapalapa), División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Historia, México D.F. p. 21. 13 Rojas, Op. Cit., p. 22.
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economía, con la participación democrática y pluralista en todos los niveles, sin considerar específicamente las desigualdades en la reproducción de roles de género dentro de las aulas14. El mercado: el negocio que reproduce el patriarcado La dictadura militar pretendió refundar totalmente el sistema económico, político y social en nuestro país. La moralidad ultra conservadora con la que se revistió utilizó a las mujeres como punto de apoyo para desplegar su estrategia de moralización de la nación en los valores cristianos y patrióticos y también el sistema educativo, con una intervención militar directa en universidades y escuelas15, a fin de extender esta dominación. El giro neoliberal y conservador que tuvo la educación durante esta etapa sentó los cimientos del modelo educativo vigente. La municipalización y los colegios particulares subvencionados se tradujeron en más segregación, la desmembración de las universidades estatales y tradicionales, la introducción del mercado en la educación y la desprofesionalización docente. La llegada de la ‘democracia’ profundizó este modelo, aumentando las subvenciones a los privados, lo que sin duda incrementó la cobertura. En cuanto a la perspectiva de género, las políticas de la Concertación se redujeron a la promoción de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en el acceso a los distintos niveles educativos, siguiendo en tal sentido las recomendaciones del Banco Mundial que ya en 1994 “reconoce explícitamente la necesidad de reducir la disparidad de género y aumentar la participación de las mujeres en el desarrollo económico”16. Así, 14 Ver
más en Núñez, I. (2003). La ENU entre dos siglos: Ensayo histórico sobre la Escuela Nacional Unificada. Santiago: Lom Ediciones 15 De La Cruz, P. (2016). La educación formal en Chile desde 1973 a 1990: un instrumento para el proyecto de Nación. En Encuentro de Latinoamericanistas Españoles (12. 2006. Santander): Viejas y nuevas alianzas entre América Latina y España, p. 10. 16 Riquelme,
G. (2000). El Banco mundial mujeres y educación:
para el año 2015, la cobertura alcanzó un 98% en la educación básica y un 95% en educación media, sin que existan diferencias significativas por sexo17. En educación superior, a partir de las reformas de 1981, la participación femenina en el sistema crece de manera sostenida, especialmente en el subsistema universitario privado18. El negocio educativo identificó bien cómo enfocar expansión y carreras, de modo que hoy las mujeres mayormente se forman en instituciones masivo-lucrativas universitarias o de la educación técnico profesional, dependientes de la CPC y de la Iglesia (entre el 2011 y 2014 se matricularon más mujeres que hombres)19. Si otrora la Iglesia asumió y definió inicialmente los valores de la educación, hoy es el mercado quien los impone. Entonces la mujer debe asumir el traje del emprendedor, el cual es viabilizado por la educación formal mediante la invisibilización progresiva de las diferencias y la señalización de competencias genéricas y específicas hacia el mercado laboral. Todo ello, sin que las obligaciones propias del trabajo doméstico y reproductivo desaparezcan de las expectativas sociales asociadas al rol de la mujer en la sociedad, configurándose así bajo una forma específica la “doble explotación”20 a la cual la literatura feminista contemporánea hace largamente referencia.
aislamiento, crítica o negociación. Montevideo: REPEM. p. 44. 17 Mineduc.
(2015). Educación para la Igualdad de Género. Plan 2015 -2018. Santiago de Chile, p.14.
18 Mientras
que en las instituciones del Cruch la participación femenina pasa de un 38% en 1984 a un 49% en 2016, en las universidades privadas el crecimiento es aún más drástico: de un 30% en 1984 se pasa a un 58% en 2016. En las instituciones técnico-profesionales, en cambio, la participación ha rondado permanentemente el 50% en el mismo período (Base de datos Matrícula de Educación Superior 1983-2016, SIES). 19 Mineduc. (2016). Análisis de brechas de género en la educación
superior chilena. Datos 2015, Santiago de Chile, p. 11.
Ver, por ejemplo, Federici, S. (2013). Revolución en punto cero: Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de sueños. 20
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La naturalización de la vocación por el servicio y los cuidados Si bien parece encontrarse superada en la comprensión colectiva la exclusión de las mujeres de la educación -han desaparecido los biombos y el acceso a la educación secundaria y terciaria ya no está restringida a los hombres- sigue existiendo una suerte de disposición de las mujeres a las tareas de servicio y cuidados, siendo posible observar continuidades desde los inicios de la República en la historia de la educación. Así, la idea de igualdad que pregonaron las primeras feministas tras la Ilustración europea, fueron respondidas por los pensadores con el discurso que autoras como Celia Amorós llaman ‘la misoginia romántica’21, que busca fundar un estereotipo de mujer, relevando las virtudes que la hacen sobresalir por sobre el hombre, especialmente en cuanto al don de la maternidad que será asociada a determinados valores y cualidades. Producto de su virtud, la mujer no tiene necesidad de buscar la igualación con el hombre, pues tiene su lugar siendo el centro de la familia, en el cuidado de sus hijos y marido. Se esencializa lo femenino como una diferencia identitaria y se le confina, desde ya, al espacio privado. Ya Rousseau en su famoso Emilio o De la educación, sostenía cómo debe ser la mujer, para después afirmar que es así por naturaleza. Sofía, la mujer ideal que debía ser educada en la sujeción y en la obediencia22.
21 “Lo
que llamamos misoginia romántica (…) es un complejo ideológico que se despliega en varios registros (…) Como si la idea de igualdad generada por la Ilustración conllevará en sí misma la de desigualdad en relación con la esfera privada de lo femenino, pensada en términos de naturaleza y de rasero diferencial desde el que puede emerger la homologación igualitaria entre los varones”. Amorós, C. Feminismo, Ilustración y misoginia romántica. En Birulés, F. (Comp.). (1992). Filosofía y género. Identidades femeninas. Pamplona: Pamiela, pp. 113-136; aquí, pp. 126-127. 22 Rousseau, J. (1969). Sofía o la mujer. Emilio o la educación.
La idea primaria de la Iglesia acerca de la mujer como un ser sin alma, abre paso a un concepto funcional de ella en virtud de su posición al interior de la familia. Más recientemente, Silvia Federici plantea que dicho énfasis vocacional no es extraño si la acumulación capitalista se basa en el trabajo reproductivo23. Esto significa que la reproducción de la fuerza de trabajo se sostiene gracias al trabajo doméstico, por lo que es claro el carácter construido de los roles de género en la sociedad capitalista. En la historia de la educación chilena es preciso observar estas ideas en los debates sobre inclusión- exclusión de las mujeres en las instituciones educativas, las materias que debían enseñarse, las carreras que mayormente estudiaban y estudian, y la división sexual en las escuelas. Si bien la educación no es pura reproducción y su potencial liberador se vislumbra en la historia, en lo sucesivo este trabajo se centra en el proceso de construcción de una normatividad femenina desde la educación, en la orientación hacia el servicio y los cuidados, con primacía en los valores morales y afectivos. Tempranamente se aprecian referencias a la necesidad de la formación de las mujeres para un rol específico dentro de la división sexual del trabajo. José Miguel Carrera instruye al Cabildo y a los monasterios para que destinen una sala para educar a las niñas en que aprendan religión, escribir y leer y “los demás menesteres de una matrona, a cuyo estado debe prepararlas la Patria”24. Estando tan presente la Iglesia en la formación de las mujeres afirma la subordinación y releva su función social. La preocupación del Estado en cuanto a la formación de las mujeres a mediados del siglo XIX es para que la Patria cuente con mujeres letradas, pues, al ser madres, 23 Federici, S. Op. Cit. 24 Labarca, Op. Cit., p. 89.
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podrían educar a ciudadanos virtuosos. La cualidad de enseñanza se asocia a los instintos ‘naturales’ propios de las mujeres. Avanzado el siglo, de esas visiones vendrá la noción del doble rol de “maestra-madre”, comenzando una feminización de la profesión docente en donde la preceptora replicará el rol “afectivo, silencioso y obediente que se le asignaba a la mujer al interior de la familia patriarcal”25. Dicha feminización vino de la mano con la fundación de la Escuela Normal de Preceptores y con el aumento de la discusión por la cobertura y ampliación de dicha instrucción a mujeres. Sin embargo, tras la vinculación al “instinto” femenino se escondía la desvalorización de la enseñanza, traducida en bajo prestigio y sueldos, en oposición desde luego a la docencia que ejercían los hombres en los liceos masculinos y en las universidades. Tanto liberales como conservadores entendían que la instrucción dada a las mujeres debía tener un doble fin: ser moralizador (formar una sociedad de ciudadanos amantes de la Patria y/o temerosa de Dios) y actuar como mecanismo de control social, diferenciado por el acceso y entrega de contenidos según la extracción de clase de los educandos26. En la actualidad, son más las mujeres profesoras y las que ocupan menos cargos directivos27. La lógica de la autoridad paternal pesa incluso en el gremio: el Colegio de Profesores, desde sus orígenes en 1986, ha tenido 4 presidentes, todos hombres. Otro importante momento de debate fue el que propició la entrada de (algunas) 25 Egaña, M., Núñez, I., y Salinas, C. (2001). La voz de las mujeres
en el Gremio: una mirada histórica (1900-1930). Docencia, (13), p. 55. 26 “Parece que la mujer hubiese nacido para minuciosa i modestísima
tarea de enseñar a los niños. Ella es sin duda generalmente mas consagrada, mas pudorosa, mas paciente, mas moral, mas adecuada en una palabra, para esa dificil i perona ocupación. como quiera que la mujer por su naturaleza y sus hábitos es más de la casa que el hombre, hasya la escuela misma está de oridnario mas atendida, mas aseadas, mas orderada con ella que con los hombres” (MMIP, cit. por Peña, p. 28). 27 Ver, por ejemplo, datos en Mineduc, 2016, Op. Cit., p. 18.
mujeres a la educación a través del “decreto Amunátegui”. Desde los conservadores, se plantearon interrogantes sobre si “¿Se puede ser buena esposa y madre y, a la vez, estudiar?”. En una edición de El Mercurio del año 1881 se podía leer que “El campo de operaciones para el hombre es el mundo, el tráfago de los negocios es su elemento (…) El centro de evolución de la mujer es la casa; allí está su trono, desde el cual ejerce una influencia bienhechora o perniciosa, pero siempre poderosísima sobre la sociedad”28, que bien explica la noción de la misoginia romántica. En cuanto a la división sexual de la educación, el surgimiento de los liceos femeninos constituye un papel central, socializándose los valores asociados a las mujeres. Hay currículums divididos, donde la enseñanza masculina es para la vida pública y la femenina para la vida doméstica. Por ejemplo, en el proyecto de instrucción primaria de 1860 la enseñanza de la Constitución para los hombres estará reemplazada para las mujeres por economía doméstica, costura, entre otras; así mismo en los planes de estudio para las mujeres normalistas de 1883. Lo anterior favorece una temprana división ‘natural’, que luego se expresa en las carreras que van a escoger principalmente las mujeres que acceden a la universidad, asociadas a servicios. Al alero de los liceos, se formaron primariamente élites de mujeres, que con la inclusión de sectores medios -como afirma Asunción Lavrín29- harán propicio el surgimiento de una llamada ‘maternidad científica’. Si bien la formación en humanidades y ciencia afirma a la instrucción secundaria como espacio de desarrollo del pensamiento y de mayor participación femenina, la visión androcéntrica y el 28
Egaña, Op. Cit., p. 25.
29 Lavrín,
A. (2005). Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940. Santiago: DIBAM.
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curriculum marcadamente sexista fundado en ideas como que “No formar sino a uno de los sexos, o formar a ambos con prescindencia de la armonía de sus futuros roles, equivale a divorciarlos moralmente”30, incentiva la diferenciación de roles, logrando equilibrar el desarrollo de la razón asociada a lo masculino, con la afectividad propia de lo femenino para una efectiva división sexual y jerarquizada del trabajo. El aumento de la matrícula femenina en los establecimientos públicos primarios y secundarios, parece romper con la desigualdad, pero no será hasta el reconocimiento de la ciudadanía con el derecho a voto que ésta tendrá mayor peso emancipador. Las reformas educativas de 1965 promueven la creación de liceos mixtos con un discurso coeducacional. Sin embargo, hasta la fecha y en menor grado, se mantiene la división en cuanto a los establecimientos emblemáticos tradicionales y a la educación de escuelas católicas31. Desde luego que la presente división responde principalmente a la tradición, por existir un currículum común (sin aún considerar la idea del currículum oculto de género), pero toda vez que perpetúa la división, promueve, al menos implícitamente, roles diferenciados. Si bien en las universidades dicha división no opera, en la práctica toma otras expresiones, pues la producción convencional del conocimiento, tanto como el vínculo entre saber y poder están asociadas al hombre. ¿Qué van a estudiar las mujeres? Desde sus inicios32 y avanzado el siglo XX, 30 Prats
de Sarratea, T. (1905). Proyecto de reorganización de los liceos de niñas de la república. Santiago: Imprenta I Enc. Universitaria, p. 6 31 De acuerdo con cifras del Ministerio de Educación (Mineduc), en
Chile, el 3,8% de los colegios son sólo para hombres o para mujeres. Al 2015, del total de colegios, el 96,3% (11.555) son mixtos, mientras que los exclusivamente femeninos el 1,8% (209) y los de hombres, el 2,2% (262). Mujeres y profesiones universitarias (1900-1950). Memoria Chilena: Portal http://www.memoriachilena.cl/602/w3- article-755.
las mujeres optan por salud, educación y carreras como profesora de alimentación y educación para el hogar33. Con la masificación de la educación superior, la tendencia por las carreras feminizadas se mantiene. El 2016 la participación de las mujeres en el sistema universitario en carreras de educación alcanza el 72% (principalmente en Educación Parvularia, Diferencial y Básica) y en salud a un 69% (en carreras que no son medicina, como Obstetricia con el 93%yNutrición con un 88%). A su vez, en el sector técnico profesional, la participación femenina en educación alcanza el 84%, mientras en salud el 81%34. En ambos casos contrasta con el área de Tecnología, donde no superan el 20% y 24% de participación, respectivamente. Bien lo han sabido leer los estrategas del mercado a través de la expansión de la educación masivo-lucrativa.
Hacia una educación pública feminista, laica, no sexista y democrática La educación ha sido un espacio propicio para la reproducción de la normatividad femenina, como, a su vez, para potenciar el libre pensamiento, la organización de mujeres y su inclusión en el espacio público, asumiendo su sentido más liberador. El mejor ejemplo es el Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), una de las primeras organizaciones feministas que, fundado en 1935, reunió a diversos colectivos de mujeres de distintos sectores sociales y liderado por las intelectuales universitarias de la época. Si bien se diluyó después de la obtención del voto en 1949, su legado permite vindicar la educación como un elemento sustancial en la toma de conciencia de las mujeres35. html#presentacion 33 Artículos de los ejemplares de la revista Eva de 1948 en Ibid. 34 Datos SIES 2016.
32
35 Ver MEMCH. (1983). Antología para una historia del movimiento
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Sin embargo, hay pilares del patriarcado estructurantes y muy profundamente afianzados en nuestra cultura, que se esconden e invisibilizan frente a la suerte de igualdad de oportunidades en el acceso, lógica fervientemente promovida por las fuerzas concertacionistas. Como lo afirma Silvia Federici, “la jerarquía hace que las diferencias se vuelvan una fuente de discriminación, de devaluación y de subordinación”36, es decir, abogar por la superación de toda diferencia a priori no se enfrenta decididamente a develar lo que posibilita que dicha diferencia habilite la subordinación femenina. ¿Cómo avanzar para que escuelas y universidades eduquen reinterpretando y democratizando en códigos feministas las promesas incumplidas de la modernidad: igualdad, libertad y fraternidad? El sentido público de la educación hay que transformarlo, los vestigios republicanos del hombre como ciudadano virtuoso se mantienen en muchas esferas; jerarquías entre educadores, en procesos de democratización sin perspectiva de género, en las disparidades en la organización de la misma. Mientras sean los hombres quienes en mayor medida ocupen los espacios directivos y de inspección, se seguirá reproduciendo la figura simbólica del padre autoritario, con capacidad de liderazgo, que ordena los espacios. En definitiva, sin educación pública feminista, la democratización no será para todas y todos. Esa educación pública deberá ser mayoritaria en matrícula y en ideas. Basta con recordar los últimos debates en materia educacional -ante el deterioro de éstay la defensa organizada de la Iglesia y del mercado frente a posibles avances desmencantilizadores y democratizadores, los cuales son de alta efectividad. femenino en Chile. Santiago. MEMCH. 36 En
entrevista: http://lapeste.org/2016/02/silvia-federici-lasdiferencias-no-son-el-problema-el-problema-es-la-jerarquia/
Si bien muchas barreras se han superado en la educación de las mujeres, se siguen transmitiendo valores androcéntricos de la sociedad patriarcal mediante las normas disciplinarias, los uniformes diferenciados para mujeres y hombres, o en las prácticas de deportes, por ejemplo37. También el llamado ‘currículum oculto’ en las escuelas. Basta analizar los textos escolares, en donde los personajes masculinos predominan, mientras las pocas mujeres que aparecen están asociadas al servicio dentro de los espacios privados38. También los énfasis que las y los profesores fomenten según su experiencia y formación, que mayormente no asumen conscientemente la reproducción de los roles de género. En todas estas tareas, en especial aquellas que nos exigen imaginar nuevas relaciones donde la autonomía de las mujeres no se reduzca a la del hombre capitalista, se debe tomar el consejo de Simone de Beauvoir: “… guardémonos de que nuestra falta de creatividad despueble el porvenir”39, sólo así, a través de la educación, como espacio de creación, podremos seguir superando barreras.
37 Ver,
por ejemplo, Morga de G y Alonso, G. (2008). Cuerpos y sexualidades en la escuela. De la “normalidad” a la disidencia. Buenos Aires: Paidós. Covacevich C., y Quintela-Dávila G. (2014). Desigualdad de género, el currículo oculto en textos escolares chilenos. Banco Interamericano de Desarrollo, p. 3. 38
39 Beauvoir, S. D. (1965). El segundo sexo. Buenos Aires: DeBolsillo,
p. 723.
V
VIOLENCIA
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ANA PAULA VIÑALES MULET
Madres negligentes o víctimas del patriarcado: Uno más de los problemas éticos del Sename. Las teóricas feministas, y el activismo que les concierne, han trabajado a lo largo de los años por la liberación de las mujeres, logrando espacios de desplazamiento que abren camino a la igualdad de derechos. Esta lucha comienza a tomar forma con Mary Wollstonecraf, quien cuestiona la desigualdad de sexo pensada como constitutiva por el romanticismo. Naturalización que relega a la mujer al lugar de madre, hija, esposa, hermana, de otro masculino, quien se elevaría de la condición animal al atribuírsele cualidades asociadas a la razón. Simone de Beauvoir dirá mas tarde que dichas funciones pertenecientes a la mujer no constituyen socialmente motivo de una altiva confirmación de la existencia, sosteniendo la denigración femenina. La filosofa reforzará también esta idea al argumentar que, ante su condición reproductora, la mujer queda destinada a largos periodos de impotencia y sedentarismo, permitiendo a los hombres el uso exclusivo de los espacios públicos. Relegada entonces a lo privado y atrapada así en el rol de madre/esposa, es determinada a cuidar de otro esencializándose dicha actividad como atributo natural, ser por y para otro por sobre cualquier otra posibilidad de existencia. La feminista y filosofa española Amalia Valcárcel refiere que como consecuencia de lo anterior, la mujer no tendría individualidad en sentido pleno “lo femenino ama y desea genéricamente, mientras que lo masculino, individualiza”, se pensará a la mujer como “todas las mujeres”, configurándose entonces lo femenino como el sexo idéntico. Si bien se abren en lo publico espacios de desplazamiento femenino avanzándose en la igualdad de derechos, la maternidad continua asociada a una fuerza natural, se piensa aún en el instinto materno como motor de esta función. Así, permanece un imaginario colectivo de mujer para y por otro como papel fundamental del género.
Publicado en diario El Desconcierto, obtenido desde: http://www.eldesconcierto.cl/2017/01/14/madres-negligentes-o-victimas-del-patriarcado-uno-mas-de-los-problemas-eticos-del-sename/
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El Sename, como institución responsable del bienestar superior del niño, exige el ejercicio de una maternidad “idónea” para asumir o mantener los cuidados del hijo/a. Se pretende entonces “habilitar” a los padres para este fin, trabajando así sus “habilidades parentales”. En estos términos, esa madre es de antemano “evaluada” como negligente, en tanto no se encontraría en condiciones de salvaguardar el bienestar integral de su hijo/a. Esta “idoneidad” moraliza la parentalidad. Ocurre que el marco discursivo de las “habilidades parentales” adquiere un talante controlador, de monitoreo y supervisión, corriendo además el riesgo de caer en juicios morales condenatorios respecto a qué configura una madre “hábil”. Ahora bien, el problema se complejiza más aún resultando que un alto porcentaje de madres usuarias de la red Sename se constituye en víctima de violencia de género a nivel intrafamiliar. Atrapada en un escenario de violencia, sometida al dominio de un otro, anulada en su subjetividad, ¿cómo mirarla desde un rol materno? Así, la confusión detona en una traducción de lo anterior al cumplimiento de tal o cual tarea, asistencia a visita en la residencia, “adherencia” al programa, etc. Una demanda en términos normativos foránea al reconocimiento de vivencias dolorosas y situaciones de vulneración que vive o ha vivido el adulto en cuestión. Suponiendo un problema completamente descontextualizado, se ordena asistencia al Centro de la Mujer y alejarse del maltratador, ¿qué efectos positivos podría tener una intervención normativa a quien además, en sumisión vive bajo la ley incuestionable de otro? Se desmiente así el contexto familiar y social en el que esa madre se encuentra inserta, invisivilizándola en su ser sujeto/ mujer. Parecieran dilucidarse aquí estragos del romanticismo misógino, en donde
a la mujer le es negada su individualización. En este escenario es entonces, solo madre, es “toda madre”. El Sename se enfrenta a un dilema ético significativo. Trabajar desde las “habilidades parentales” con una mujer/madre vulnerada en sus derechos no solo no sostiene una postura ética, sino, deviene en una reproducción velada dentro del box de atención, de esa violencia patriarcal. Mantiene, desde el castigo y la exigencia, el lugar subordinado de esa madre únicamente vista en ese rol, esencializada desde ahí y anulada por tanto en su historia y subjetividad. Así, existen profesionales y técnicos que en el intento imperante por “habilitar” a esa mujer en su maternidad junto a importantes confusiones o desconocimiento respecto a la violencia patriarcal, se posicionan en lugares normativos altamente asimétricos, perpetuando y extendiendo desde el control, la vulneración vivida puertas adentro. Trabajar desde las “habilidades parentales” no promueve un pensamiento crítico y reflexivo, un deseo de reivindicación en cuanto a la violencia de género por parte de los profesionales, ni una postura ética ubicua e imprescindible en quien trabaja con derechos humanos.
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ANA PAULA VIÑALES MULET y CRISTIÁN SOLAR VALENZUELA
Las fronteras del femicidio.
Once son los femicidios cometidos en lo que va del año 2016. Once escenas brutales, de la más grave forma de violencia hacia la mujer. Es importante tener presente que esta demostración máxima de abuso de poder, trae consigo historias de maltrato, donde quien agrede ha llevado el acto violento a su punto culmine. Así la mujer, que fue configurándose como objeto, alcanza la literalidad en su perpetua cosificación, la pérdida absoluta y radical del derecho sobre su cuerpo. ¿Cómo pudo interrumpirse este dramático proceso? Impresiona que un alto porcentaje de femicidios no cuenta con denuncias previas, siendo posible asumir que las medidas cautelares impuestas por el sistema público, no han logrado constituirse en garantes de protección, en efecto, muchas mujeres visualizan la denuncia como un factor de riesgo a la (sobre)vivencia diaria. Si solo un mínimo porcentaje de mujeres asesinadas por su pareja o ex pareja han dejado registro público, que permite incorporarlas en las estadísticas formales de violencia intrafamiliar, alarma pensar en cuantas no lo han hecho, convirtiéndose en este mismo momento en potenciales víctimas de un homicidio. En tanto la gravedad del asunto, la opinión pública se ha manifestado ante la vergonzosa existencia de titulares de prensa o televisión que relegan el problema al amor, a crímenes pasionales, desviando el foco de atención por medio de una prensa rosa que espectaculariza la problemática. Por otra parte, surge la visualización de variables que, no obstante el intento por contribuir a la comprensión del fenómeno, predisponen nuevamente al desvío del núcleo sustancial. Es decir, la relevancia del poder de los medios de comunicación en la construcción de un imaginario colectivo al respecto. En estos términos, es Publicado en Revista Sur, obtenido desde: http://www.revistasur.cl/revistasur.cl/2016/03/las-fronteras-del-femicidio/
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necesario relevar la obligación de informar la nacionalidad de un extranjero asesinado en un territorio foráneo, esto contribuye a la dignidad y derecho de identificación. Sin embargo, existe un riesgo ante la posibilidad de que la representación social de la violencia máxima hacia la mujer quede en alguna parte articulada al país de procedencia de sus protagonistas, tomándose distancia de la cruda realidad: En Latinoamérica y en muchas partes del mundo, las mujeres hemos ocupado un lugar de alta vulnerabilidad social, por el simple hecho de ser mujer. Al respecto, pensar en la nacionalidad de una víctima y un agresor en el caso del femicidio, se convierte en un problema. Tomando como ejemplo el reciente asesinato de Juliana Aguirre Acevedo cometido por su pareja Edwin Vásquez, ambos de origen colombiano, surgen un sinfín de interrogantes en un registro imaginario. Si ya se estigmatiza en algunos sectores a personas inmigrantes como narcotraficantes y “delincuentes”, ¿se atribuirá ahora también a los colombianos el ser un potencial femicida? Argumentar desde ahí mas allá de corresponder a un evidente prejuicio, favorecería la frecuente desmentida del orden machista y patriarcal de nuestro país. Ahora bien, desde la otra vereda, es imposible y altamente irresponsable desconocer la cuota de desventaja que recae sobre mujeres inmigrantes, quienes en su mayoría viven sin redes de apoyo familiares y comunitarias, excluidas incluso de la ley, al encontrarse muchas en situación de irregularidad migratoria. Sin ir más lejos, en el caso de Juliana, la familia ha señalado a los medios haber sospechado de problemas en la relación de pareja, pese a mantener una imagen del agresor alejada de la realidad, sin siquiera presumir por tanto que la joven era indudablemente víctima de grave violencia.
En este marco, tener lo anterior en consideración, se convierte en una doble responsabilidad ética y política de toda la ciudadanía respecto a la violencia hacia las mujeres. Dejar en aislamiento el tópico de la violencia a un hecho que ha infringido una ley local, desconociendo una cultura latinoamericana que ha anidado de manera sostenida un orden social que no tiene fronteras. A pesar de nuestras diferencias en relación a lo individual y colectivo como puntos referencia, cabe destacar que nuestras problemáticas debieran tener una solución que considere la historia, prácticas, idearios y discursos que se producen en todos los niveles y que se radicaliza en una muerte. Por tanto, no sólo se hace necesario abjurar con lo imaginario ideado a propósito del machismo y la xenofobia sino también con la inhabilidad de un estado que debe por obligación asegurar dignidad como punto nodal ante cualquier fenómeno social. Tomando la inclusión no sólo como un correcto trato sin prejuicios, sino un acceso a instancias que pueden prevenir situaciones tan horrorosas como la recientemente acontecida, como un derecho, un derecho humano que por supuesto no tiene nacionalidad, ni frontera ni territorio más que lo humano.
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ANA PAULA VIÑALES MULET
Consentimiento y patriarcado: Que no haya resistencia física no significa que no sea violación. En el marco del reciente caso de connotación pública en España, “la Manada” el “consentimiento” y el análisis del mismo ha cobrado un lugar preponderante en la discusión pública en cuanto a la comprensión de los delitos sexuales. Así como lo ocurrido en España, el sistema judicial chileno ha desestimado en innumerables ocasiones, la violación en un acto sexual en que la víctima no ha hecho uso de fuerza física ni manifiesta resistencia corporal, argumentando el consentimiento de quien denuncia, cuando el violador no utiliza algún tipo de objeto amenazador. Así las cosas, y ante la impresentable resolución judicial española y la nimia condena que recae sobre los agresores que conforman “la Manada” y tantos otros, se hace necesaria la pregunta por el consentimiento y el estatuto del mismo en una agresión sexual, toda vez que la ausencia de resistencia física de la víctima no indica, ni debiera presumir una relación sexual consentida. Los profesionales que trabajamos de manera directa con víctimas de agresión sexual, advertimos el orden de lo traumático en esta falta de respuesta “activa”, en tanto un “congelamiento” ante lo irrepresentable del ataque y de su efecto cosificador. Por una parte, un arma de defensa posible garante de sobrevivencia frente a la figura aterradora del familiar o (des)conocido que deviene violador. Si la víctima percibe que no puede huir ni luchar, ¿qué otra opción tiene? Y para asumir que no le es posible ninguna de estas dos alternativas, no siempre es necesario el uso de fuerza física de quien agrede. Esta “no defensa” respondería entonces, a la lógica en la que se ejecuta la embestida, la mujer queda reducida al lugar de objeto y ante esta desubjetivación, el congelamiento permite también la supervivencia psíquica bajo una especie de disociación, es decir un “esto no me está pasando”. El bloqueo cobra a la vez un doble estatuto al advenir frente a la desmentida social de la violación en un sistema patriarcal, a modo de ejemplo, el nulo o dificultoso reconocimiento de la violación presenciada por terceros Publicado en diario El Desconcierto, obtenido desde: http://www.eldesconcierto.cl/2018/06/17/consentimiento-y-patriarcado-que-no-haya-resistencia-fisica-no-significa-que-no-sea-violacion/
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en una fiesta, o la “aceptación” por parte del grupo familiar, del acto incestuoso hacia uno de sus miembros, fenómeno que pone en duda el propio juicio de realidad de quien vive los abusos. En esta línea, resulta imprescindible la compresión de la agresión sexual en el marco de un orden social heteropatriarcal que la permite y sostiene, acabando con la patologización del victimario, como bien ha impulsado el movimiento feminista desde hace muchos años. Así, y hablando de la “dueñidad”, indica Rita Laura Segato que el crimen sexual se encuadra en relaciones de poder, no concierne a lo genital precisamente, denotando la violación un mecanismo político de control de las masculinidades sobre las mujeres y/o lo femenino, relaciones de fuerza entrelazadas a otras formas de poder y subordinación. La violación y abuso sexual responderían a un gesto moralizador, de castigo y corrección hacia quien “transgrediera” las normas de control que los cuerpos femeninos y/o feminizados debiésemos acatar, entre ellas, constituirnos en objeto de propiedad y/o consumo del otro masculino. Vale recordar a la misoginia de los grandes filósofos que instituyeron la inferioridad de las mujeres relegando lo genéricamente humano a los hombres: Rousseau en “El Contrato Social”, Schopenhauer o el mismo Nietzsche, quien dirá mediante Zaratustra; “¿vas con mujeres?, ¡no olvides el látigo!”. En estos términos, es posible comprender las violaciones masivas en tiempos de guerras, siendo ejecutadas como armas de combate para el sometimiento de quien representa al enemigo, constituyendo el más antiguo acto de dominación. En este mismo escenario, cabría recordar a las mujeres “de consuelo”, quienes eran obligadas a prostituirse y convertirse en esclavas sexuales del ejército japonés en la Segunda guerra Mundial. De esta forma, la violación puede pensarse
como detonador de una suerte de toque de queda para todas las mujeres, limitando nuestros cuerpos tanto en sus movimientos como en el uso de ciertos horarios y espacios públicos. No resulta inverosímil la absolución de un agresor sexual cuando la víctima no parece ser una mujer “de bien” o “de su casa” y la agresión no llega a ofender a otro masculino, no afecta el “honor” de otro hombre. Cuando la víctima se encuentra en estado de ebriedad, por ejemplo (pese a que la ley sí considera violación cuando subsiste un estado alterado de conciencia), ha sido violada en situación de prostitución o las agresiones han sido ejercidas por una pareja. En estos casos, pareciera que el agresor detentara un permiso social ostensible a la soberanía sobre el cuerpo de su víctima, pues esta “se lo estaba buscando” dándose por sentado entonces una suerte de consentimiento. A esto sumándose en una gran cantidad de casos, la ausencia de resistencia física, siendo entonces la mujer embestida, doblemente juzgada. Para Leonor Silvestri estos casos calzan con la idea de una “mala víctima” toda vez que su defensa no es del todo válida ante la ley (o ante el sistema judicial), siendo esto peor aún cuando esa “mala víctima” no ha intentado luego quitarse la vida, ni su sexualidad ha quedado dañada para siempre, “¿es que acaso le ha gustado?”. La mala victima podría ser entendida como quien no se subordina a la tortura moralizadora, quien continúa bebiendo y saliendo a fiestas, quien continúa ejerciendo la prostitución (o bien siendo prostituida), quien perpetuó en el tiempo la relación de pareja con su agresor. El proyecto de ley que cuestiona el consentimiento atribuido a la ausencia de resistencia física pese a una negativa verbal, reconocería por tanto las estructuras de poder y dominación masculina que operan en la agresión sexual, más allá de lo sexual y más allá de lo anecdótico, otorgando
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otro tipo de escucha a esa “mala víctima”, una escucha que no desmiente el patriarcado ni por tanto el carácter político e histórico del control sobre nuestros cuerpos, una escucha que no niega un pacto social fundado en relaciones de fuerza. El “consentimiento” tiene un carácter negativo, puede ser pensado desde la sumisión, aceptación, renuncia de toda resistencia, reconocimiento de la desigualdad de libertades y poderes, disimetría del derecho sobre los cuerpos sexuados. Entonces, ¿es posible considerar legítimo este tipo de “consentimiento”? Lo que finalmente propone, entre otras cosas, el proyecto de ley impulsado por Karol Cariola y Camila Vallejo es pensar ante la ley este tipo de consentimiento viciado como la ausencia de consentimiento, dando cabida al surgimiento de un nuevo marco probatorio que aproxima la verdad jurídica a una verdad subjetiva fundada en el patriarcado.
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ANA PAULA VIÑALES MULET
El crimen contra Joane Florvil y las “malas madres”. El pasado 30 de septiembre del año en curso, tras una cadena de vejamenes, Joane Florvil muere, aparentemente en ese entonces, a causa de autolesiones en su cabeza. Sin palabras dejan los nuevos antecedentes que levantan la hipótesis de una muerte provocada por golpizas por parte de Carabineros de Chile. Titulares de noticia continúan refiriéndose a “la muerte de joven haitiana” pero Joane fue asesinada, de una u otra manera Joane fue asesinada. ¿La mataron con un golpe? ¿Con golpizas? ¿La mataron con el arma del desprecio y la desidia? Aún es incierto el cómo, pero a Joane la torturaron. A Joane la mataron. Su vecina Isabel Araya relata para este medio: “me dijo que la habían metido en una pieza cerrada con llave y que horas después viene un carabinero (o carabinera, no pudo especificar el género) y le tiró un colchón al piso para que durmiera. Le dice ‘acuéstate ahí’, pero ella dijo ‘no, no, quiero mi bebé’. Y entonces me indica que la empujó con fuerza contra la pared y se pegó en la cabeza -se tomó su cabeza- y ahí, me dijo, ‘empecé a golpearme’. Se pegaba aquí y aquí -señalando cabeza y cuello- para quedarse dormida. Se quería morir”. Joane habló con su cuerpo porque su palabra fue negada, y su palabra fue negada no solo por ser mujer, pobre y haitiana, sino imperdonablemente una “mala madre”. Así, queda de manifiesto que Joane fue asesinada por un país machista, clasista y racista. Resulta importante preguntarse cuál de estos tres mecanismos de opresión se hizo caer con mayor peso a la hora de su muerte. Sin duda, el lugar de cada uno de estos tres dispositivos de dominación ha sido transversal, sin embargo, pareciera necesario mirar más allá. Lo que le hicieron a Joane podría venir a constituirse en símbolo de un problema ordinario del Estado país en relación a la maternidad. Un Estado hipervigilante Publicado en diario El Desconcierto, obtenido desde: http://www.eldesconcierto.cl/2017/10/28/el-crimen-contra-joane-florvil-y-las-malas-madres/
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hacia mujeres/madres pobres y el ejercicio del rol parental. La violencia hacia Joane se debió a supuestos que encuentran su fundamento no solo en la estigmatización en tanto haitiana, sino en la conjetura de haber contravenido el rol materno. La violencia patriarcal naturaliza la maternidad, la idoneidad para cuidar de otro queda esencializada en lo femenino, Silvia Tubert indica que “no se trata de una legalidad explicita sino de un conjunto de estrategias y prácticas discursivas que, al definir la feminidad, la construyen y la limitan, de manera tal que la mujer desaparece tras su función materna”. Existe una obligatoriedad cultural a ser una “buena” madre. ¿Cómo no serlo si habría un instinto materno? De esta forma, y sin profundizar en cómo los hilos del patriarcado han oprimido a las mujeres desde esta representación de lo materno, están las “malas madres”, que son condenadas moral y socialmente en relación al grado de la desobediencia. Existen mujeres que no desean convertirse en madres, transgreden así el orden social, sin embargo, abandonar a un hijo significa contravenir el mandato cultural del ser mujer/madre de una manera absolutamente radical, indefendible. Abandonar a un hijo no solo es un delito legal sino moral y el más grave de los delitos morales que podría cometer una mujer. Tras una situación confusa, a Joane, mujer pobre e inmigrante, le imputaron rápidamente el abandono de su hija, fue “inhabilitada” parentalmente, había transgredido, a juicio de los culpables directos, un mandado sociocultural de su constitución de mujer, la maternidad. En esta lógica, Joane se configuró en cuestión de segundos en una suerte de peligro para la sociedad, no solo le arrebataron a su hija sino obturaron su palabra como castigo, llano gesto de deshumanización. Su origen haitiano y la pobreza en que vivía la condenaron a
reforzar la idea de una “mala madre”. Si la maternidad es considerada instintiva y fundante de la identidad femenina y del orden social heteropatriarcal, una “mala madre” puede llegar a ser anulada no solo como mujer sino como sujeto, destituida subjetivamente, denegada en su estatuto de humana, despreciada, denigrada y en este caso gradualmente asesinada (por omision o no precisamente). Las residencias del Sename y programas ambulatorios consideran en sus lineamientos el trabajo en las “habilidades parentales” con madres y padres que han vulnerado a sus hijos desde el maltrato, negligencia o abandono, en este trabajo se espera de esas madres un cumplir y deber ser, siendo muchas veces negadas en su subjetividad. La biografía no es del todo invisibilizada, por el contrario, el sistema en su perversión, utiliza esta misma para argumentar la incompetencia en lugar de tomarla para trabajar en la reconstrucción de una subjetividad: “es drogadicta” “es prostituta” “es delincuente” y, en un registro inconsciente, “es haitiana”, “es pobre”. No viene al caso desarrollar esta idea, pero aparentemente parte de la individualidad es entonces extraída del sujeto mujer madre para ser devuelta en su contra, sin posibilidad de escucha. Rita Segato propone el concepto de violencia moral para referirse al “conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos entre los términos de género. Estos mecanismos de preservación de sistemas de estatus operan también en el control de la permanencia de jerarquías en otros órdenes, como el racial, el étnico, el de clase, el regional y el nacional”. La autora refiere que esta violencia se constituye en la principal forma de control y opresión social con efectos devastadores para la liberación de las categorías sociales subordinadas, agrega que se caracteriza
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por presentarse por medio de actitudes invisivilizadas, gestos, miradas, indiferencia, desvalorización, etc. Si el Sename se da a la tarea de “habilitar” a una “mala madre” pareciera imprescindible preguntarse de qué forma la está escuchando. Sin duda no es posible pasar sobre la ley, no obstante es preciso pensar si estas mujeres, madres, pobres y en muchos casos inmigrante ¿están siendo acaso escuchadas? ¿Son pensadas como quien porta un decir? ¿O son simplemente sepultadas como madre/ mujer, como humana? Una sepultura metafórica, que en el caso de Joane se materializa trágicamente en lo real.
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AUTORAS
Afshin Irani Cereceda ~ Licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile, investigador de la Fundación Nodo XXI.
Ana Paula Viñales Mulet ~ Psicóloga de la
Universidad Católica del Norte, Magíster en Psicología Clínica, mención teoría y clínica psicoanalítica de la Universidad Diego Portales, integrante de la Fundación Creando Salud.
Camila Miranda Medina ~ Egresada de De-
recho en la Universidad de Chile, Directora de la Fundación Nodo XXI.
Camila Rojas Valderrama ~
Administradora Pública y estudiante de Magíster en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (2016) y Diputada por la Región de Valparaíso (2018-2022).
Carolina Olmedo Carrasco ~ Licenciada en
Arte y Doctora © en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Investigadora de la Fundación Nodo XXI.
Cristián Solar Valenzuela ~ Psicólogo y Ma-
gíster en Psicología Clínica, mención teoría y clínica psicoanalítica de la Universidad Diego Portales. Coordinador de la ONG Corporación Caleta Sur.
Cristina Jara Villarroel ~ Profesora de His-
toria, Geografía y Educación Cívica de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Investigadora de la Fundación Nodo XXI.
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Daniela López Leiva ~ Abogada de la Uni-
versidad Central. Directora de la Fundación Nodo XXI y encargada feminista en la Diputación de Camila Rojas Valderrama.
Daniela Quintanilla Mattef ~ Abogada
de la Universidad Diego Portales, defensora de los Derechos Humanos y Presidenta del Sindicato de Trabajadores de la Subsecretaría de Derechos Humanos.
Javiera Toro Cáceres ~ Abogada de la Universidad de Chile. Coordinadora de contenidos de la campaña presidencial del Frente Amplio (2017). Actualmente es Secretaria Política de Izquierda Autónoma. Macarena Castañeda Letelier ~ Antropólo-
ga Social y estudiante de Magíster en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad de Chile. Vocera de la Mesa de Acción por el Aborto en Chile.
Pierina Ferretti Fernández ~
Socióloga de la Universidad de Valparaíso, Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile y estudiante de Doctorado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Investigadora de la Fundación Nodo XXI.
Rosario Olivares Saavedra ~
Profesora de Filosofía de la Universidad de Playa Ancha, Directora del Colegio Latinoamericano de Integración, Integrante de la Red de Profesores de Filosofía de Chile (REPROFICH) y de la Red de Docentes Feministas (REDOFEM.
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Sofía Esther Brito Vukusich ~
Estudiante de Derecho en la Universidad de Chile. Integrante de la Coordinadora 8 de Marzo y Defensoría Feminista “La Hiedra”
Sebastián Caviedes Hamuy ~ Sociólogo y estudiante de Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Investigador de la Fundación Nodo XXI. Valentina Saavedra Meléndez ~ Arquitecta y Magíster en Urbanismo de la Universidad de Chile. Presidenta de la Federación de la Universidad de Chile (2015). Actualmente es Secretaria General de Izquierda Autónoma.
www.izquierdaautonoma.cl www.frente-amplio.cl