LA DOCTRINA MONROE ORIGINAL Contenida en el Mensaje del presidente de los Estados Unidos del 2 de diciembre de 1823.*
James Monroe Por propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha por medio del ministro del emperador residente aquí, se han trasmitido, plenos poderes e instrucciones al ministro de los Estados Unidos en San Petersburgo para que arregle, mediante negociación amistosa, los derechos e intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una propuesta análoga ha sido hecha por Su Majestad Imperial al Gobierno de Gran Bretaña, la que ha sido aceptada igualmente. El Gobierno de los Estados Unidos se ha sentido deseoso, mediante este procedimiento amistoso, de manifestar el gran valor que ha atribuido invariablemente a la amistad del emperador y su afán de cultivar el mejor entendimiento con su gobierno. En las discusiones a que ha dado origen este interés y en los arreglos mediante los cuales pueden terminar, se ha juzgado apropiada la ocasión para afirmar como un principio en el que están implicados los derechos e intereses de Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición libre e independiente que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante como sujetos a la futura colonización por ninguna de las potencias europeas. Se declaró al comienzo de la última sesión que entonces se hacía en España y Portugal un gran esfuerzo para mejorar la situación de la población de esos países, y que parecía que lo realizaban con extraordinaria moderación. Apenas es necesario observar que el resultado ha sido hasta ahora muy diferente del que entonces se anticipaba. De los acontecimientos en esa parte del mundo, con la que hemos tenido tanto intercambio y de la que derivamos nuestro origen, hemos sido siempre espectadores ansiosos e interesados. Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigan los sentimientos más amistosos en favor de la libertad y la felicidad de sus semejantes en ese lado del Atlántico. En las guerras de las potencias europeas por cuestiones relacionadas con ellas mismas nunca hemos tomado parte alguna, ni está de acuerdo con nuestra política el hacerlo. Sólo cuando nuestros derechos son invadidos o seriamente amenazados, nos agravian los perjuicios o hacemos preparativos para nuestra defensa. Con los movimientos en este hemisferio tenemos necesariamente una relación más inmediata y por causas que deben ser obvias para todos los observadores cultos e imparciales. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente a este respecto del de América. Esta diferencia proviene de la que existe en sus gobiernos respectivos y a la defensa del nuestro, que ha sido conseguido con la pérdida de tanta sangre y riqueza, y madurado por la sabiduría de sus ciudadanos más cultos, y bajo el cual hemos gozado de una felicidad sin ejemplo, toda esta nación está consagrada. Debemos, por lo tanto, a la sinceridad y a las amistosas relaciones que existen entre los Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraríamos cualquier tentativa por su parte de extender su sistema a lugar alguno de este hemisferio peligrosa para nuestra paz y seguridad. En las actuales colonias y dependencias de cualquier potencia europea no nos hemos inmiscuido y no nos inmiscuiremos. Pero con respecto a los gobiernos que han declarado su independencia y la han mantenido y cuya independencia nosotros, basándonos en una gran consideración y principios justos, hemos reconocido, no *
Citado por Perkins, Dexter. Historia de la Doctrina Monroe. Trad. Luis Echávarri. Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964, 384 pp. (Biblioteca de América), pp. 322-324.
podríamos ver cualquier interposición con el propósito de oprimirlos, o de controlar de cualquier otra manera su destino, por cualquier potencia europea, de otro modo que como la manifestación de una disposición inamistosa con respecto a los Estados Unidos. En la guerra entre esos nuevos gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de su reconocimiento, y a esto nos hemos adherido y seguiremos adhiriéndonos, siempre que no se produzca un cambio que, a juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, haga un cambio correspondiente, por parte de Estados Unidos, indispensable para su seguridad. Los últimos acontecimientos en España y Portugal demostraron que Europa sigue todavía inestable. De este hecho importante no se puede aducir una prueba más fuerte que la de que las potencias aliadas hayan tenido que considerar conveniente, basándose en algún principio satisfactorio para ellas, intervenir por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta qué punto puede ser llevada tal intervención, de acuerdo con el mismo principio, es una cuestión en la que todas las potencias independientes cuyos gobiernos difieren de los de ellas están interesadas, inclusive las más remotas, y seguramente ninguna más que los Estados Unidos. Nuestra política con respecto a Europa, que fue adoptada en una etapa temprana de las guerras que durante tanto tiempo han agitado a esa parte del mundo, sigue siendo, no obstante, la misma, que consiste en no intervenir en los asuntos internos de ninguna de sus potencias; considerar al gobierno de jacto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar relaciones amistosas con él y mantener esas relaciones mediante una política franca, firme y viril, satisfaciendo en todos los casos las reclamaciones justas de cada potencia y no sometiéndonos a los daños que nos cause ninguna. Pero con respecto a esos continentes, las circunstancias son eminente y claramente diferentes. Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a parte alguna de cualquiera de los dos continentes sin poner en peligro nuestra paz y felicidad; ni puede nadie creer que nuestros hermanos del sur, si se les deja obrar por su cuenta, lo adoptarían espontáneamente. Es igualmente imposible, por lo tanto, que nosotros contemplemos tal intervención en cualquier forma con indiferencia. Si tenemos en cuenta la fuerza y los recursos relativos de España y esos nuevos Gobiernos, y la distancia que los separa, tiene que hacerse evidente que ella no puede dominarlos. Sigue siendo la política natural de los Estados Unidos dejar que las partes actúen por su cuenta, con la esperanza de que las otras potencias hagan lo mismo.