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  • December 2019
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¿CÓMO UTILIZAR ADECUADAMENTE LOS PREMIOS Y CASTIGOS EN LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS? El uso de los premios y los castigos en la educación es algo habitual. Pero conviene tener en cuenta una serie de consideraciones para que el hecho de premiar y castigar tenga realmente el valor educativo que buscamos. Debemos partir de la idea de que disciplinar no es sinónimo de castigar, sino que la disciplina emana de las consecuencias positivas que produce el comportamiento adecuado, no del miedo al castigo: “debemos lograr que los niños/as se sientan bien cuando se portan bien”.

EL PREMIO: Consideramos un premio a todo lo que conlleva consecuencias positivas o agradables para el niño/a (alabanzas, privilegios, atención) y que nos van a ayudar a aumentar o mantener aquellas conductas adecuadas o positivas. Debemos distinguir aquellos que son materiales (juguetes, golosinas, privilegios) de los inmateriales (alabanza, atención, contacto físico). ¿Qué pasa cuando se abusa del premio? 1. Los niños/as sólo hacen las cosas cuando les prometemos algo a cambio, lo que produce una visión materialista de las cosas. 2. No aceptan el sacrificio gratuito: rechazan todo lo que sea pedir generosidad, altruismo, entrega desinteresada a los demás. 3. Se vuelven dependientes de un estímulo exterior para actuar.

¿Cómo y cuando premiar? Para que sean efectivos los premios deben tener las siguientes características: o Ser deseados. o Ser más extraordinarios que frecuentes (para no fomentar el materialismo) o Ser alcanzables en un plazo breve de tiempo. La eficacia aumenta si se recibe de inmediato a la conducta que se quiere premiar, sobre todo cuanto más pequeño sea el niño/a. o La conducta por la que vamos a premiar debe ser real y alcanzable por el niño/a, estar dentro de sus posibilidades. o Aplicarse con justicia merecida: debemos cumplir lo que prometemos. o No tienen porque ser caros o Priorizar los premios internos y sociales (prestar atención, abrazos, caricias, compartir el tiempo) sobre los externos y materiales (regalos, juguetes, golosinas)

o

Nunca premiar la conducta inadecuada

EL CASTIGO: Muchos niños tienen todo menos lo que necesitan. El NO también educa y ayuda a crecer. Los castigos son una señal para llamar la atención de que se saltó el límite. Llamamos castigo a todo lo que conlleva consecuencias negativas o desagradables para el niño/a y que nos van a ayudar a disminuir o eliminar aquellas conductas inadecuadas o negativas. El castigo puede ser de dos tipos: proporcionar algo desagradable al niño/a (una regañina) o eliminar algo agradable para él (dejarle sin ver tele o sin jugar). ¿Qué pasa cuando se abusa del castigo? 1. Produce miedo, ansiedad, pérdida de cariño, frustración y rencor. En consecuencia, aumenta la distancia afectiva, la inseguridad y la agresividad. 2. El niño/a sólo actúa bien cuando está amenazado pero no está asumiendo ni aceptando los valores que pretendemos enseñarle. No aceptan los criterios, simplemente se los imponemos. 3. Actúan atraídos por las cosas, no quieren perder las “cosas de su mundo” (juguetes, tele, ocio) de modo que actúan por mantener las cosas que tienen, no por sentido del deber, por responsabilidad. 4. La autoestima del niño/a baja porque concluye que no se le quiere, que estorba, que es malo, que nunca hace las cosas bien. Lo que el niño/a espera es hacer todo mal porque se le ha acostumbrado a recordarle que no hace las cosas bien. 5. Se “cosifica” el valor: si se premia o castiga a cambio de un valor (por ejemplo, bici a cambio de aprobado), le ponemos precio al aprobado, aprende que el esfuerzo y el valor de estudiar vale algo. 6. Sólo se dice lo que no hay que hacer pero no lo que hay que hacer. 7. El castigo frecuente hace que evitemos a la persona que lo aplica. 8. Un castigo desmesurado produce odio hacia el que lo aplica. 9. Abusar de los castigos hace que pierdan efecto y se habitúen a ellos. 10. Utilizar exclusivamente el castigo sin combinarlo con los premios hace que pierdan eficacia. 11. Sufrir una experiencia continuada de castigo hace que esa persona aprenda ese patrón de conducta y lo aplique cuando tenga oportunidad.

¿Cómo y cuando castigar? . Para que el castigo sea efectivo deben cumplir ciertas condiciones: • El castigo debe ser el último recurso, no debe ser la primera vía para hacerle cambiar, sino la última cuando otras vías motivadoras han fracasado • Antes de aplicar el castigo hay que haber avisado, para darle tiempo y ocasión de rectificar, aunque esto no siempre es posible. De lo que se trata





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es de que el castigo, en caso de producirse, no sea arbitrario ni responda a un repentino arranque de genio nuestro. Aplicarlos de inmediato, lo más próximo posible temporalmente a la conducta inadecuada y antes de que estemos enfadados, para que no sean desproporcionados. Tener relación con la infracción, ser consistentes y no caprichosos, combinarlos con premios, asegurarnos de que realmente es un castigo para el niño y respetar siempre la dignidad y el afecto a la persona. Aplicarlos con tranquilidad, coherencia y de forma sistemática. Castigar con firmeza y flexibilidad: buscamos el cambio de conducta, no su perjuicio. El perdón también es una acción de contenido pedagógico. Castigar siempre que se cometa la falta, no una veces sí y otras no dependiendo de nuestro estado de ánimo. El niño/a debe saber siempre por qué se le castiga. Hay que explicarle por qué se le castiga, que no piense que somos arbitrarios. No se deben modificar o “levantar” sin motivo una vez anunciados. Cuando no tengan efecto puede ser adecuado premiar la conducta contraria. No debemos estar emocionalmente alterados: demostrar que el castigo no es consecuencia de un enfado, de falta de paciencia, sino de una conducta incorrecta. Debe ser proporcionado a la falta y tener intensidad suficiente pero no una duración excesiva que impida su redención y la posibilidad de mejorar su ánimo y su comportamiento. No debemos contentarnos con que cumpla el castigo. De lo que se trata es de que siga un camino correcto, así que hay que mostrárselo, no sólo de palabra sino de obra: que tenga ocasión de practicarlo y así nos dará lugar a alabarle y reforzarle positivamente. Para lograr este objetivo, la corrección, se le debe explicar cuál es la conducta correcta para que pueda evitar un castigo posterior. Puede emplearse la sobrecorrección, que incluye la restitución (pedir perdón, devolver una cosa...) y la práctica positiva (ensayar de nuevo la situación y hacerla adecuadamente). No vincular el castigo a aprendizajes escolares o actividades beneficiosas (copiar, leer, recoger papeles) porque asocia una tarea escolar o correcta con una situación de desagrado, lo cual produce aversión y rechazo. Evitar los dobles mensajes: un día premio una conducta y al siguiente lo castigo. Un día me enfado porque pega a un compañero y otro día le digo que me gusta que se defienda. No caer en el cóctel de refuerzos: ante una mala conducta le regañamos, después le abofeteamos, luego nos arrepentimos y lo llenamos de mimos... Es un desastre. Crea neuróticos. No castigar la conducta adecuada. Le decimos "Di la verdad..." y cuando la dice le golpeamos o nos enfadamos con vehemencia. Así le enseñamos que es mejor mentir

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