El diezmo bíblico Por: Joaquín Solano Este tema del diezmo se ha vuelto de total importancia en las iglesias cristianas; se habla del diezmo, pero por sobre todo se diezma. Tengo que reconocer que el asunto me resulta ya molesto, mayormente por una razón: y es que cuando se justifica el recaudo con la Biblia, las más de las veces se trastabilla en pasajes aislados y sin el más mínimo miramiento de su contexto, y eso es ya, una falta grave de interpretación que pone, a mi juicio, en entredicho lo que tan afanosamente exponen y afirman, principalmente y mayormente, los mercaderes de la fe. El diezmo es algo de lo que no se puede dudar sin exponerse al castigo divino según estos nuevos iluminados, pero, a la luz de las Escrituras, algo que debería intentar entenderse mucho más a fondo para evitar abusos; abusos que, prevé la Escritura, sucederán, y son condenados drásticamente por el Maestro; abusos que, no nos digamos mentiras, son la comidilla hoy en día. HAY QUE DIEZMAR PORQUE LA BIBLIA LO ORDENA Algunos, por ejemplo, recurren a Deuteronomio 14:22, para demostrar que se debe diezmar; se trata de la porción bíblica en la que se registra el asunto del “diezmo” en la Ley: “Indefectiblemente diezmarás (…)”. Quien lo dude, que se las arregle con esto; sin embargo, nunca nos leen lo que a continuación dice el pasaje: - (…) todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. - Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días. - Y si el camino fuere tan largo que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre, cuando Jehová tu Dios te bendijere, entonces lo venderás y guardarás el dinero en tu
mano, y vendrás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; - y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia. (Deuteronomio 14:22-29). Un diezmo para “comer en familia” es una de esas cosas que no tiene sentido cuando se nos ha programado a diezmar de la manera como lo hemos hechos por décadas. Creo que a ninguno le cabe en la cabeza tal cosa, pero, si leemos bien, pues, es lo que está escrito. Incluso se repite dos veces, para que no quepa la menor duda de que estamos leyendo bien. Creo que esta simple idea de "diezmo" entra en total contradicción con lo que se nos ha enseñado domingo tras domingo porque, seamos sinceros, con el tema que más se insiste en muchas iglesias es con el diezmo; pareciera que fuera tan importante que no faltará quien afirme: "diezma al Señor tu Dios y serás salvo tú y tu casa" (entendiendo que tal cosa es una perversión del evangelio). El tema del diezmo se ha vuelto, lo que bien podemos llamar, un "paradigma", y quien osa, como es mi caso, ponerlo en duda, difícilmente evitará ser visto con suspicacia y no menos prevención; pero los abusos rayan ya en lo ridículo, en lo absurdo, y sostenerlo resulta más difícil que ponerlo en duda. SOSTENIMIENTO DEL SACERDOCIO LEVÍTICO Pero el pasaje no termina allí; a continuación habla de “no desamparar al levita que habita en “tus” ciudades (es decir, en las ciudades que pertenecen a las demás tribus) porque no tiene parte ni heredad contigo” (v. 27); sin embargo, esto es otra cosa que hay que examinar en detalle: a los levitas (a la tribu de Leví), no se le entregó tierra en heredad como sí ocurrió con las otras tribus de Israel: “Solo a la tribu de Leví no dio heredad: las ofrendas quemadas del SEÑOR Dios de Israel son su heredad (…)” (Josué 13:14). “Pero Moisés no dio heredad a la tribu de Leví; el SEÑOR Dios de Israel es su heredad, como él [mismo] dijo” (Josué 13:33). “Pero los levitas no tendrán ninguna parte entre ustedes, porque el sacerdocio del SEÑOR es su heredad” (Josué 18:7).
Si existió un “diezmo” entre los israelitas fue justamente para sostener a un sacerdocio carente de los medios para autoabastecerse de lo necesario; y fue idea de Dios que las demás tribus así actuaran con esta tribu hermana. ¿Y A LOS POBRES? Y aún no acaba: el pasaje que estamos observando añade lo siguiente: “Al final de cada tres años, sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año y lo guardarás en tus ciudades. Entonces vendrán el levita que no tiene parte ni heredad contigo, el forastero, el huérfano y la viuda que haya en tus ciudades. Ellos comerán y se saciarán, para que el SEÑOR tu Dios te bendiga en toda obra que hagas con tus manos” (Deuteronomio 14:28-29). He escuchado a santos hombres de Dios incluso (pero mayormente a degenerados oportunistas que debieran ser investigados por enriquecimiento ilícito) afirmar que uno no puede darle el diezmo a los pobres, sin embargo, aquí tenemos que sí. EL DIEZMO, ¿FIGURA Y SOMBRA? Pero hay más, mucho más. Existen en la Ley mandamientos ligados a los ritos que Dios mismo estableció en Israel, que, dice la Escritura (en el NT, para ser exactos), son “figura y sombra de lo que realmente es” (Hebreos 8:4-5); se trata de lo que algunos han llamado: la Ley ritual. Todo esto para afirmar que los levitas necesitaban del diezmo de sus hermanos israelitas para sobrevivir, pero su misma misión: “servir en el tabernáculo y. más tarde, en el templo”, se soporta en toda esta experiencia ritual, claramente descrita en el AT que, como dijimos antes, es apenas sombra de lo que vendría (es decir, el sacrificio perfecto del Hijo de Dios por nuestros pecados). Sé que resultará, a oídos de muchos, fuerte, pero creo aquí también tiene vigencia la afirmación categórica del apóstol Pablo cuando dijo: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10). Seamos honestos; muchos ingresan al ministerio
porque ven en ello una oportunidad de “trabajo”, y otros tantos, jugosos ingresos. EL DIEZMO ENRIQUECE… A QUIEN LO RECIBE Más aún, los fariseos habían incluso creado sus propios mandamientos; mandamientos que por supuesto llenaban sus propias arcas; esto, fruto, entiendo, de una interpretación errada de las Escrituras, porque dejaban de lado el verdadero mandamiento santo de Dios. Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan”. Respondiendo él, les dijo: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:1-9). Jesús hace diferencia entre los mandamientos de Dios y los mandamientos de los hombres o, dicho de otra manera, la Escritura y su recta interpretación, y las interpretaciones erradas de la Escritura que contradicen la misma Escritura. Nos habla de cómo los líderes religiosos de la época “engañaban” a la gente al decir que no tenían ya que “honrar a padre y madre” con sus bienes, pues estos debían más bien ser llevados al templo. Uno podría pensar que no hay detrimento del “diezmar” en sus palabras; sin embargo, es claro que para el Señor está primero el mandamiento de Dios (que es honrar a los padres y ha de entenderse en el sentido de proveerles económicamente) por sobre la tradición que aseguraba que diezmar “primero” satisfacía plenamente la voluntad divina. El concilio en Jerusalén, del cual se registra en las Escrituras en Hechos 15, nos revela también, tanto con aquello que especifica como
con aquello que omite. Para resumir, podemos asegurar que en ningún momento, los apóstoles del Señor mencionan el diezmo como algo que deberían los gentiles considerar. Hubo, leemos también, una gran disputa entre estos primeros creyentes, todos judíos, acerca de si debían o no circuncidarse los nuevos creyentes, ya no judíos sino gentiles. Para estos varones es claro que la alusión a la “Ley” es a los mandamientos que recibieron a través de Moisés; de modo que cuando Jacobo sugiere que estos guarden sólo algunas recomendaciones, entre las cuales “no aparece el diezmo”, es porque quizá no hace parte de lo más importante, a su juicio, o porque no tiene ninguna justificación (osaría afirmar) porque no hay un sacerdocio desamparado al cual sostener. “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien” (Hechos 15:28-29). Es, hoy, de tal relevancia el asunto del diezmo que nos es difícil aceptar un cristianismo sano que omita el recaudo del diezmo en el templo; sin embargo, en los textos anteriormente expuestos, se observa que ha habido una sobrevaloración del “diezmo” que ha dado lugar a especulaciones y a abusos. ABRAM DIEZMA A MELQUISEDEC Pero, dirán algunos, “¿no diezmó Abram a Melquisedec, antes de la ley? Esto indica claramente que el diezmo no está sujeto sólo a la ley: “Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo” (Génesis 14:18-20). Lo que ocurre con este pasaje es que se pasa por alto gran parte de la evidencia: ¿Se convirtió en un hábito para Abraham diezmar a Melquisedec? No hay registro de tal cosa; solo de que en esta ocasión lo hizo. ¿Y de qué lo hizo? ¿De qué diezmó? Del botín recuperado, “toda la riqueza de Sodoma y Gomorra, y todas sus provisiones” (v. 11), “y
recuperó todos los bienes y también a Lot su pariente y sus bienes, y a las mujeres y a la demás gente”, no de su propio patrimonio alcanzado por años. Es claro que los bienes de Abram no sufrieron pérdida en este conflicto, sino que Abram interviene en él movido por el afán de rescatar a su familiar Lot. Es más, de eso, del botín recuperado, nada quiso Abram: “Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: Dame las personas, y toma para ti los bienes. Y respondió Abram al rey de Sodoma: He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram; excepto solamente lo que comieron los jóvenes, y la parte de los varones que fueron conmigo, Aner, Escol y Mamre, los cuales tomarán su parte” (Génesis 14:21-24). LA MALDICIÓN DE NO DIEZMAR Y NO OFRENDAR Y, ¿qué decir de “vosotros todos me habéis robado (…) en vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación entera, me habéis robado” (Malaquías 3:8-9)? Para responder, es necesario leer también: “traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa” (v. 10) porque es la manera como el pueblo podía resarcir su pecado. ¿Qué es o qué era el alfolí? El lugar destinado a guardar el grano de los cereales o la sal; puede equipararse con el granero o el almacén. No era dinero, lo que Dios exigía sino “alimento”, que, bien podemos conjeturar, debía sostener al levita, sin duda, pero también proporcionar amparo al huérfano, a la viuda y al extranjero que habitaba entre el pueblo. Esta afirmación no es gratuita, tanto menos cuando identificamos la relación de todo este sistema tributario hebreo con un Dios que piensa en el pobre e insiste en tenerle consideración. Sólo como ejemplo: “Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre” (Deuteronomio 15:7); y frente al año de remisión: “(…) pero lo que tu hermano (cualquier israelita) tuviere tuyo, lo perdonará tu mano, para que así no haya en medio de ti mendigo” (v. 3 y 4).
Y más importante aún: Si la maldición en cuanto a esto está vigente, ¿cómo es que dice la Escritura que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13)? EN EL NUEVO TESTAMENTO SE DIEZMA ¿Dónde? En 1 Corintios 16. La “ofrenda para los santos” (en 1 Corintios 16), “ministración para los santos” en 2 Corintios 9, o “generosidad vuestra, no exigencia nuestra” (2 Corintios 9:5), se trata realmente de un “donativo” (1 Corintios 16:3) a Jerusalén, no a los “clérigos” de la iglesia en Jerusalén (pues tal cosa no existe, sino un “sacerdocio universal”) sino a la comunidad judía en Jerusalén que, dice el comentario de la Biblia Devocional de Estudio, “estaba al borde de la inanición” y que a ojos de Pablo, se convertía en la oportunidad de “que los cristianos gentiles extendieran su mano en gesto compasivo y demostraran su unidad espiritual con los cristianos judíos”. Pablo se hizo cargo, entonces, indirectamente, del recaudo de fondos a favor de los “necesitados” en Jerusalén. LOS DERECHOS DE UN APÓSTOL (1 Corintios 9) Cabría preguntarse si el “apóstol” que menciona Pablo es aquel que “vió a Jesús”, no el que se autoproclama hoy o el “enviado” (que en tal caso lo seríamos todos), pues inicia su argumentación: “¿No soy apóstol? (…) ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?” (1 Corintios 9:1).