Descubriendo el cuerpo. EL ESQUELETO Aunque parezca que nuestros amigos son muy distintos en tamaño, todos tenemos una estructura en común, con un determinado número de extremidades, una cabeza y un cuerpo. ¿Qué es lo que permite que mantengamos esa forma e impide que nuestro cuerpo se desmorone? La respuesta esta en el fuerte armazón que existe dentro de nuestro cuerpo. Se trata del esqueleto, formado por cientos de huesos. la estructura ósea se encuentra bajo la piel, oculta a la vista. Hasta hace poco tiempo sólo era posible ver los huesos de personas fallecidas o los restos de piezas óseas de seres que murieron hace millones de años. Hoy día los médicos pueden observar el esqueleto sin tener que abrir la piel. Utilizando los rayos X y una técnica llamada TAC, pueden ver, a través de la piel, los músculos y otros tejidos blandos y estudiar así los huesos y ver si están dañados. A pesar de la gran variedad de formas animales existentes en la naturaleza, todos los seres necesitan contar con una estructura que evite que su cuerpo se deforme o se desmorone. Algunos de estos seres, llamados vertebrados, poseen un esqueleto interno, compuesto por huesos y cartílagos. El esqueleto tiene su eje en la columna vertebral y su función es de sostén del cuerpo y de protección de las partes internas. Entre los vertebrados se incluyen mamíferos, como el ser humano y el caballo, peces, como el tiburón; y las aves. En el ser humano, el esqueleto está formado por un material duro llamado hueso. Su forma es específica para el ser humano y se ha desarrollado a lo largo de millones de años, hasta adaptarse a las necesidades de un animal que puede caminar erguido sobre dos piernas. El cráneo, de gran tamaño, encierra en su interior un cerebro también grande, con el que pensamos. Las manos pueden agarrar cosas firmemente o recoger, sostener y manipular los más delicados objetos. Flexible, fuerte y móvil: los huesos del esqueleto desempeñan diversas funciones. Protegen los órganos internos blandos cuando nos movemos y hacemos deportes y también permite que nuestro cuerpo se mueva, proporcionando a los músculos puntos de fijación sobre los que hacer fuerza. Los huesos contienen además médula ósea, que produce las minúsculas células sanguíneas que corren por nuestras venas y arterias. El esqueleto también actúa como un importante almacén de minerales, que son necesarios para el organismo. Estos minerales se encuentran en forma de cristales que, junto con las fibras de colágeno constituyen el tejido óseo. En el adulto el esqueleto comprende 206 huesos distintos, que dan forma al cuerpo y protegen los órganos internos. Los huesos pueden dividirse en dos grupos: el esqueleto axial de la cabeza y del tronco, y el esqueleto apendicular de las extremidades. Los huesos también pueden agruparse por su forma, que refleja sus distintos papeles, y así distinguen huesos largos, huesos cortos y huesos planos. Huesos largos: son más largos que anchos. Se encuentran en los brazos y piernas. Con la ayuda de los músculos, estos huesos actúan como palancas, haciendo posible el caminar y que levantemos pesos. Huesos cortos: presentan en general, una longitud equivalente a su anchura y son compactos. Se encuentran en aquellas partes del cuerpo en las que el movimiento es bastante restringido. Entre ellos se incluyen los huesos carpianos de la muñeca y los huesos tarsianos del pie. Huesos sesamoideos: llamados así por su parecido con la semilla del sésamo, estos huesos se encuentran en la parte interna de los tendones, unas estructuras con forma de cordón que unen los músculos a los huesos. En general se asientan sobre una articulación, como la de la
rodilla (rótula). Estos huesos ayudan a proteger los tendones y contribuyen al movimiento de la articulación. Estructura del hueso En la mayoría de los huesos, el tejido óseo está organizado en dos estructuras diferentes: hueso compacto y hueso esponjoso. Esta organización es más evidente en los huesos largos, como el fémur. Los huesos no son estáticos, sino que, por el contrario, se hallan en un continuo proceso de mantenimiento y reparación para poder responder a las necesidades del cuerpo. El tejido óseo es una combinación de fibras flexibles de colágeno y cristales minerales rígidos. Juntos estos elementos confieren fuerza y flexibilidad al esqueleto. Además la estructura esquelética contiene menos agua que el resto del organismo. Como media, el cuerpo humano esta constituido en un 62 por ciento por agua; en el tejido óseo, el agua representa el 20 por ciento. El cráneo: Los huesos que componen el cráneo son algunas de las piezas óseas más importantes de todo el esqueleto. Forman una caja protectora en torno al cerebro y los ojos, órganos muy delicados. Además proporcionan una sólida estructura de fijación a diversos músculos, como los que utilizamos para mover los ojos, para morder y masticar cuando comemos, o para mostrar expresiones faciales, como sonreir. Los pequeños huesos situados en la parte frontal del cráneo conforman los rasgos faciales distintivos de cada persona. La columna y la pelvis: La columna vertebral, o espina dorsal, forma el soporte central del esqueleto y aloja en su interior la médula espinal. Esta compuesta por huesos articulados entre sí, conocidos como vértebras. Algunos animales como las serpientes, tienen más de 100 vértebras, un ser humano, tiene 33 vértebras, algunas de las cuales se han soldado a lo largo de la evolución para formar 26 huesos verdaderos. Estos se subdividen en vértebras cervicales (cuello) (7), dorsales o torácicas (tórax) (12) y lumbares (parte baja de la espalda) (5). Por debajo de las vértebras lumbares se encuentra el sacro y, por último, el coxis, lo único que conservan las personas de la “cola” de sus ancestros animales. Unida al sacro está la pelvis. Esta estructura de forma cóncava incluye las articulaciones de las piernas y aloja muchos órganos internos, como el intestino y la vejiga. La caja torácica: Las costillas forman, bajo la piel, una estructura similar a una caja, no es rígida. Por el contrario, es flexible, y de esta manera facilita los movimientos respiratorios de la musculatura. Al mismo tiempo, protege los pulmones, el corazón y otros órganos internos. Los 12 pares de costillas son huesos largos y curvados que se unen a las vértebras dorsales por detrás. Por delante, los extremos de las costillas son de cartílago y reciben el nombre de cartílagos costales. Los 7 pares de costillas superiores, llamadas costillas verdaderas, se unen a través de sus cartílagos costales al hueso ancho y plano del esternón. Desde la octava hasta la décima, las costillas se unen al esternón de manera indirecta por medio de los cartílagos costales del séptimo par de costillas. Por esta razón se las denomina costillas falsas. Los pares de costillas undécimo y duodécimo no se extienden hacia delante para unirse al esternón. Sus extremos anteriores quedan alojados en las capas musculares de la pared torácica. La parte inferior del tórax está constituida por un músculo en forma de cúpula denominado diafragma. Debido a esta conformación, algunos órganos situados por debajo del diafragma, como el estómago, a la izquierda, o el hígado, a la derecha, se hallan protegidos por el escudo que forma la caja torácica. El esternón es un hueso en forma de daga que se encuentra en la parte frontal del tórax. Está dividido en tres partes principales y se une directamente a los cartílagos costales de los siete pares superiores de costillas y a la clavícula. Hombro, brazo y mano:
Las dos extremidades superiores, los brazos, son las partes con mayor movilidad de todo el cuerpo. Podemos moverlos de adelante hacia atrás, además se flexionan en su parte central, a la altura del codo, y cerca del extremo, por la muñeca. Todas estas posibilidades hacen que los brazos sean unos elementos muy flexibles. De la misma manera que los huesos de las piernas son capaces de soportar el peso del cuerpo, los brazos también pueden hacerlo. Sin embargo, los músculos de los brazos no son tan fuertes como los de las piernas. Mano y muñeca: La muñeca esta formada por ocho pequeños huesos, conocidos como carpianos o huesos del carpo.La palma de la mano esta integrada por cinco huesos metacarpianos. Por último, catorce pequeñas falanges componen los dedos. Cadera, pierna y pie: La mitad inferior del esqueleto, desde el extremo superior de las caderas hasta las puntas de los dedos de los pies, esta formada por 62 huesos. Estas piezas óseas en conjunto, soportan el peso del cuerpo cuando estamos de pie y, además, hacen posible que podamos caminar o correr de un lugar a otro. Todo esto puede conseguirse con un grado asombroso de agilidad y velocidad. En la parte más alta de este conjunto de huesos se encuentra el fémur, que está firmemente encajado en la pelvis, lo que permite que la pierna se mueva hacia adelante y hacia atrás. Por debajo del fémur se hallan la articulación de la rodilla y los dos huesos de la pierna, la tibia y el peroné. Por último, en la base, sosteniendo todo el cuerpo, se encuentra el pié. Entre los huesos: los huesos se unen entre sí mediante las articulaciones, de las cuales existen tres tipos principales: fibrosas, cartilaginosas y sinoviales. En una articulación fibrosa los huesos se hallan estrechamente unidos por fibras duras, que generalmente permiten poco o ningún movimiento. Ejemplo de este tipo de articulación se dan entre los huesos del cráneo. Las fibras crecen entre los huesos y los van uniendo, de modo que no queda espacio vacío entre ellos. En las articulaciones cartilaginosas, los huesos están unidos por bandas o masas de tejido cartilaginoso. La unión entre una costilla y el esternón es una articulación cartilaginosa, los huesos quedan unidos por puentes de cartílago costal. En las articulaciones sinoviales, los extremos de los huesos están recubiertos por un cartílago suave y resistente al desgaste, y la articulación contiene lubricante llamado líquido sinovial, como ocurre, por ejemplo, en el hombro. Los huesos se mantienen unidos gracias a unas fuertes bandas, denominadas ligamentos, que son las encargadas de que la articulación se mantenga intacta incluso cuando se ve sometida a una presión excesiva. El interior de la articulación produce constantemente una pequeña cantidad de un líquido, llamado líquido sinovial. Este actúa como el aceite en el motor de un coche, lubricando las partes que se mueven para evitar el desgaste.
El crecimiento del esqueleto: Los huesos, aunque parezca que no cambian nunca, también crecen y envejecen, como muchas otras partes del cuerpo. Además, son muy fuertes y, ante una fractura, tienen la capacidad de reparase por sí mismos, a pesar de que es necesaria la ayuda médica para que la curación sea más rápida. El cuerpo humano crece desde el tamaño de un pulgar, que es lo que mide aproximadamente el feto tres meses después de la concepción, hasta la estatura que alcanza el individuo adulto, en torno a los 20 años de edad. Esto es posible, principalmente, gracias al
crecimiento del esqueleto. Durante estos 20 primeros años de increíble crecimiento, el esqueleto se va remodelando de forma contínua, depositando nuevos minerales, fibras y sustancia fundamental para aumentar el tamaño de sus huesos. El envejecimiento del esqueleto: El proceso de envejecimiento del cuerpo no se deja notar en el esqueleto hasta la edad de 40 o 50 años, aproximadamente. Es entonces, cuando los procesos de remodelación del hueso y del cartílago empiezan a fallar y no pueden mantener los huesos y las articulaciones en perfecto estado. Parte de este deterioro afecta a todo el organismo, debido al envejecimiento del corazón y al estrechamiento de los vasos sanguíneos, de modo que la sangre ya es incapaz de llevar nutrientes suficientes a los huesos y de eliminar de forma eficaz sus productos de desecho. Otro aspecto que hay que tener en cuenta es el desgaste físico, dado que el esqueleto es el sistema orgánico que sufre las mayores sobrecargas y tensiones a los largo de la vida del individuo. La curación de los huesos: Una de las mayores sorpresas que deparan los huesos, que parecen tan inactivos, es que pueden repararse rápidamente a sí mismos después de una lesión; por ejemplo, una fractura. Este proceso de curación se produce de forma natural y es posible gracias a la abundante irrigación sanguínea del hueso, aunque las modernas técnicas médicas contribuyen a la cicatrización de la herida.