El Desafío Digital
Ediciones Taller Aleph
El Desafío Digital Copyright (c) 2000: Guillermo Cerceau ISBN: 980-07-5993-X Depósito legal: Lf25219990042140 Diseño de portada: Ana Ortega 2
El Desafío Digital
Guillermo Cerceau
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Para Francisco Vázquez, Socio Director de KPMG Venezuela, con quien tuve el privilegio de trabajar en los últimos diez años.
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Introducción
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Introducción No estoy obligado a resolver las dificultades que creo. Que siempre mis ideas sean un poco dispersas o incluso parezcan contradecirse entre sí, si tan solo son ideas en las que los lectores hallarán material que los lleve a pensar... Lessing, Escritos Seleccionados Cada vez es mayor la dependencia que existe entre el hombre y la máquina, pero, paralelamente, cada día crece más la desconfianza del hombre hacia la máquina Es hora de que perdamos el miedo a ser criticados por criticar la tecnología
Alejandro Piscitelli, Ciberculturas
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La tecnología de la información, las computadoras y las telecomunicaciones, Internet y Windows, son parte de la gran transformación tecnológica que comenzó al finalizar la última guerra mundial (de hecho, fue iniciada por esta guerra) y que ha hecho eclosión en este nuevo siglo. Esta tecnología puede realmente ayudar a la humanidad, a las empresas e instituciones y a los individuos a ser más productivos, a trabajar mejor y a lograr una vida más plena. De sus múltiples ventajas ya se ha hablado demasiado, pero lamentablemente muy poca reflexión existe, fuera de las publicaciones académicas, sobre sus problemas, inconvenientes y peligros. Adicionalmente, la mayoría de quienes critican la tecnología, como nuestro célebre poeta Juan Liscano, lo hacen desde una perspectiva totalmente negativa, muchas veces con argumentos irracionales. Estamos convencidos de que un uso apropiado de la tecnología, y por apropiado queremos decir que el ser humano que la usa nunca pierde de vista que él es responsable de la información o de los productos que esta tecnología genera, puede ser de gran utilidad a la sociedad. Ninguna realidad es unilateral, ningún producto de la cultura humana es absolutamente malo o bueno, en todos ellos hay una mezcla de valores positivos y negativos que puede ser difícil deslindar: solo la reflexión crítica nos puede ayudar a aprovechar lo bueno y desechar, neutralizar o minimizar lo malo.
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En este libro se dan cita textos de diversa procedencia y concebidos originalmente para públicos y situaciones diferentes. Algunos, los más extensos, son ensayos producto del insomnio o de la chispa que enciende en nosotros alguna idea ajena, el comentario de un compañero de trabajo o la noticia arbitraria que recoje un periodista. Otros son artículos de prensa (en su mayoría publicados en Internet World durante el año pasado). Hay también algunas conferencias dictadas en universidades, cámaras de industria y comercio y otras audiencias. El resultado, aunque heterogéneo, de alguna manera refleja una visión de la tecnología y su sentido dentro de nuestra sociedad, por una parte, y mis obsesiones personales con ciertos temas cuyo hilo conductor es la tecnología de información. Una de las situaciones más confusas que se han planteado a raíz del cambio tecnológico es la que tiene que ver con la percepción del público no educado, aunque también participan aquí sectores profesionales y académicos. La visión crítica que proponen estos artículos no es producto de alguna originalidad personal; por el contrario, autores que a veces cito explícitamente y otras los dejo flotar como espuma de lo que digo por lo conocido de sus posiciones, ya hace mucho que argumentaron en forma crítica, contundente, a veces radical, en relación con la tecnología. Tal vez ya nadie recuerde a aquellos héroes de los años sesenta, pero quisiera rendirles un pequeño homenaje citando algunos de sus textos
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más lúcidos. Pienso en Theodore Rosnak y Langdon Winner. Rosnak, en su influyente aunque hoy un poco olvidado El Culto de la Información , se refirió a la ya mencionada confusión del público y su relación con las manipulaciones comerciales y publicitarias: En nuestra actual cultura popular, la discusión sobre los ordenadores y la información está llena de exageraciones que obedecen a motivaciones comerciales, así como de mistificaciones oportunistas de los científicos de la informática. Los «buhoneros» y los «fanáticos» han contaminado nuestra comprensión de la tecnología de la información con metáforas poco rigurosas, comparaciones facilonas y un grado nada despreciable de ofuscación pura y simple. Beneficios de miles de millones de dólares y esa breva que es el poder social explican la actuación de tales individuos. Puede que exista ya un nutrido público que cree que no sólo no puede formular juicios sobre los ordenadores, sino que no tiene derecho a formularlos porque los ordenadores son superiores a su propia inteligencia, lo cual
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constituye una posición de deferencia absoluta, que los seres humanos jamás han asumido en relación con las tecnologías del pasado. En el siguiente pasaje, Rosnak expresa sus agudas observaciones sobre algunos famosos «profetas» de la tecnología, quienes con sus exageradas pretenciones contribuyeron más a la confusión que al esclarecimiento a que su prestigio obligaba: Se trataba [la computadora] de una máquina compleja, una «encarnación de la mente», como una vez la llamo Warren McCulloch, y podía eludir fácilmente su aplicación efectiva. Sin embargo, incluso cuando eludía esa aplicación, su mal comportamiento nacía de alguna extensión rigurosamente consecuente de su programación, extensión que era necesario comprender. No era como un automóvil, que funcionaba mal simplemente porque alguna de sus piezas se había gastado; sus problemas no eran meramente físicos. Solo podían corregirse localizando el defecto dentro de la lógica densa del programa de la máquina. Pero si el fanático dominaba esa lógica, podía someter
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la máquina a su voluntad. Como un genio de la informática dijo a Steven Levy, que ha escrito la mejor historia de los primeros fanáticos, hubo un día en que «de pronto me di cuenta» de que «el ordenador no era tan inteligente. No era más que una bestia estúpida que obedecía órdenes, que hacía lo que le ordenabas siguiendo exactamente el orden que tú determinabas. Podías controlarlo. Podías ser Dios». Por otra parte, Winner, en Tecnología Autónoma, se refirío a las ciencias modernas y su incapacidad de dar cuenta del nuevo orden de cosas surgido del cambio tecnológico: Los progresos en la esfera técnica superan continuamente la capacidad de adaptación de los individuos y de los sistemas sociales. Más adelante agregaba: El sentido común y el punto de vista tradicional de la técnica no siempre facilitan una guía digna de confianza a nuestra experiencia cotidiana de los fenómenos técnicos.
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Optimismo y Pesimismo La tecnología ha generado dos reacciones simétricas y complementarias. La de aquellos que ven en los nuevos descubrimientos de la ciencia aplicada la panacea que resolverá todos los problemas de la humanidad, a quienes llamamos «tecnófilos» en este libro, y , por el contrario, la de quienes ven en los mismos fenómenos la causa de todos los males modernos e incluso el preludio del fin del mundo, como el ya nombrado Liscano. «Tecnófobos» han sido llamados quienes ven las cosas de este modo. Quien se asome al mundo de la tecnología con una mirada objetiva, no podrá dejar de darle un poquito de razón a cada bando. El optimismo y el pesimismo en relación con las consecuencias del avance tecnológico campean con igual suerte por los mundos de la reflexión académica, aunque el optimismo de los tecnófilos pareciera llevar la delantera en el mundo empresarial y en el público poco informado. Como decía antes, hay razones para ambos sentimientos, si vemos el cambio tecnológico como un fenómeno que se despliega frente a nuestros ojos. Cuando lo vemos como resultado del hacer humano, ya no basta tener una posición más o menos cómoda, una «opinión» (la doxa, tan despreciada por los griegos) sino que estamos obligados a encontrar detrás de los fenómenos las raices profundas, que se hunden en el fondo de lo social y de lo histórico, para no quedarnos en la doxa sino alcan15
zar la episteme o conocimiento públicamente compartido. Sin embargo, es mi convicción que aún no estamos preparados para un análisis profundo, que el desarrollo tecnológico ha sido tan vertiginoso, que no ha dado tiempo a un análisis científico que dé cuenta del mismo y que a la vez nos permita pensar el problema. Debemos, por ahora, conformarnos con tratar de atisbar detrás de los fenómenos, de sus formas y contornos, y sin quedarnos en la mera crítica del llamado post-modernismo o aun de la fenomenología, hacer un esfuerzo por detectar las líneas subterráneas sobre las que se apoya lo que vemos. Pero siempre convencidos de las limitaciones de este intento, por lo prematuro, por la falta de herramientas conceptuales, por la carencia de una perspectiva que sólo brindan los años y a veces los siglos, y finalmente, por lo omnipresente del fenómeno, que nos recibe en nuestras casas, nos transporta al trabajo y nos brinda entretenimiento casi sin solución de continuidad.
Conclusión personal Quisiera para concluir permitirme un comentario personal. Mi generación creció en medio de grandes esperanzas: fuimos una generación de optimistas, convencidos de que literalmente «a la vuelta de la esquina» se encontraba un mundo mejor, más justo, en el que tarde o temprano se superarían las taras que la humanidad arrastra desde hace milenios: la pobreza, la desigualdad social, la injusticia. 16
A medida que fuimos creciendo y comprendiendo, fuimos descubriendo que muchas de nuestras certezas eran meras ilusiones, enmascaradas con razonamientos geniales a veces, absurdos otras; más tarde comprendimos, con amargura, que incluso muchos de nuestros ideales eran formas disfrazadas de frustraciones, engaños con los que nuestra inmadurez o nuestra estupidez nos ayudaba a que tuviéramos una mejor imagen de nosotros mismos. Finalmente, tuvimos que enfrentarnos con la terrible realidad de los hechos sociales que habíamos idealizado. Nos convertimos entonces, culpa de una lógica pendular arbitraria pero constante en los hombres, en pesimistas a ultranza y muchos, tal vez los mejores, abrazaron los ideales absolutamente opuestos a los que habían alimentado nuestro optimismo, quizás por un exceso de rigor simétrico. ¿Quién nos culpará si nos mostramos un poco cínicos, después de Sarajevo, después de Ruanda, después de tantas barbaridades? Pero si aquel optimismo ingenuo y poco crítico fue en parte causante de que actuáramos como cómplices inconscientes de la barbarie que odiábamos, ese nuevo pesimismo nos impidió muchas veces redimirnos y no hizo sino agravar nuestras equivocaciones. Si embargo, una vez reconocido lo absurdo de ambos extremos, me confieso incapaz de recobrar siquiera una fracción de mi juvenil optimismo y, muchas veces, a pe17
sar de mí mismo, me encuentro sin darme cuenta en el bando de los pesimistas. No duro mucho allí: muy pronto retorno al justo equilibrio, a la cauta esperanza, a la apuesta por el bien que, aunque carezca de sostén científico o de rigor metafísico, es lo único que le permite al alma conservar su cordura. Pero de vez en cuando me permito un pequeño lujo, una debilidad inofensiva, si se quiere: por un instante me abstraigo del presente, recuerdo aquella frase de Joubert que proclamaba: «nada hay bueno en el hombre sino sus ideales de juventud y sus viejos pensamientos», y me permito soñar otra vez con un mundo mejor. Ya no están presentes las antiguas certezas, ya los ideales se han convertido en convicciones que tienen que ver más con el trabajo que uno puede hacer que con las grandes hazañas que cambian el mundo. Otra vez puedo soñar sin sentirme culpable, ni cómplice. Cuando el pesimismo quiere hacer presa de mi alma, acudo a mis viejos libros y me repito en silencio aquella frase de H. G. Wells, ese gran desilusionado que nunca perdió el optimismo: Nuestro mundo esta preñado de promesas de cosas mayores, y vendrá el día, un día más en la sucesión inacabable de los días, en que los seres que ahora están latentes en nuestras entrañas se levantarán sobre esta tierra, como quien se empina sobre un escabel, y tocarán las estrellas. 18
Comunicación Humana y Tecnología
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Comunicación Humana y Tecnología La comunicación humana, ese hecho permanente que de tan cotidiano se ha vuelto casi invisible y en el que rara vez pensamos en nuestra vida diaria, está repleta de paradojas, sucede en un terreno que facilmente equivocamos con el de las palabras exclusivamente, y lleva y trae sentidos muchas veces sin nuestro concurso, nuestra intención o siquiera nuestro conocimiento. El hombre no sólo comunica hablando; lo hace con sus gestos, sus rituales, su arte, con los productos de su imaginación, con la forma en que organiza su vida, ordena su casa y prepara su comida. Siendo la comunicación una parte tan fundamental de la vida humana, sería impensable que en algún momento haya estado o pudiera estar separada de la técnica, o de esa forma más elaborada que llamamos tecnología, palabras derivadas del griego techné, que quieren decir arte. En otras palabras: sería impensable la comunicación fuera del hacer, de ese producir y reproducir el mundo humano.
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Tal vez la primera tecnología de comunicación suficientemente compleja como para que nos ocupemos de ella fue la escritura, inventada en tiempos remotísimos, que nos sirven convencionalmente para separar nuestra Historia de la llamada prehistoria. No sabemos si los chinos o los sumerios o algún pueblo europeo de la época neolítica tiene la prioridad sobre este invento, pero para los efectos de nuestra cultura occidental, no sería del todo inexacto pensar en los egipcios, los fenicios o los distintos pueblos semitas que habitaban el Medio Oriente. La leyenda griega habla de Cadmo, un fenicio posiblemente imaginario, pero Heródoto y el consenso culto de la época clásica más bien prefieren derivar su escritura, entre otros artefactos culturales, de los egipcios, pueblo antiguo y fuente de asombro para nuestros padres civilizatorios. Es curioso que Platón, en un pasaje memorable, condene la escritura como sucedáneo de la memoria, atribuyéndole incluso el poder de corromper las costumbres de su sociedad perfecta, y que al mismo tiempo, inventara la prosa moderna, desarrollando una de las escrituras más expresivas, complejas y profundas que Occidente ha conocido. Tal vez la contradicción es sólo aparente: pareciera que el creador de Sócrates temiera el uso de la escritura como tecnología de almacenamiento de conocimientos, más que como medio de comunicación. En todo caso, está claro que desde hace más de dos mil años la preocupación por la comunicación y las tecnologías que la facilitan ha estado planteada en nuestra cul22
tura y, hoy, en los inicios del siglo XXI, siglo eminentemente tecnológico, hace eclosión y se nos presenta no ya como un conjunto de opiniones, sino más bien como un problema, que algunos consideran crucial. ¿Sirve o más bien obstaculiza la tecnología moderna el proceso de la comunicación humana, en qué medida se dan una o ambas alternativas y, finalmente, qué podemos hacer para contrarrestar los efectos negativos de la tecnología, si los hubiera, o para acentuar los positivos, si estos realmente están presentes? En nuestros días la tecnología ya no es la ingenua y casi inocua fabricación de herramientas y vasijas, elementos materiales para que la vida transcurra en el círculo cerrado de los mundos antiguos; los artefactos tecnológicos hace mucho que dejaron de ser herramientas pasivas, para convertirse en modeladores de nuestra vida. La aparición del automóvil no solo permitió viajar distancias más largas en forma más económica y cómoda y por ende, modificar la forma en que se comunicaba la gente; generó todo un sistema de autopistas, de estaciones de servicio, de industrias auxiliares, en fin, cambió la forma de vida de millones de seres. Otro tanto podemos decir de los artefactos tecnológicos ligados a la comunicación en forma más explícita. El teléfono y la radio acercaron y alejaron a la gente al mismo tiempo. Esta distancia, este hiato entre las promesas de los tecnó23
logos y las realidades efectivas que producía la tecnología en el campo de la comunicación humana, de sus posibilidades de verdad, de su encarnación en un mundo libre de violencia y de las arbitrariedades que caracterizaron a los tiempos anteriores, generó una crítica muy profunda de los medios de comunicación. Teodoro Adorno, Walter Benjamin y más tarde McLuhan, Paul Virilio y otros, dedicaron su esfuerzo intelectual a designar y enfatizar esta distancia, y más allá de las divergencias obvias entre estos autores, todos ellos vieron con profundo recelo el crecimiento acelerado de la comunicación electrónica y desde sus diferentes perspectivas, criticaron y llamaron a la reflexión sobre este tema. Por una serie de avatares que no nos incumbe ahora, surge ese monumento tecnológico y comunicacional llamado Internet, cumplimiento de los mejores sueños y de las peores pesadillas de estos sagaces críticos. ¿Qué tiene de particular Internet, qué la hace la reina de las tecnologías, y por qué es tan importante para nuestra discusión? Brevemente: porque se trata del fenómeno tecnológico de mayor ritmo de crecimiento en toda la historia de la humanidad, porque a menos que una catástrofe bélica o cósmica acabe con nuestro mundo, en pocos años cubrirá todo el planeta, absorbiendo en su crecimiento al resto de las tecnologías asociadas con la información y también a otras tecnologías, como las relacionadas con la automatización, la producción de bienes, el entretenimiento y el arte. Por supuesto, se trata de una tecnología eminentemente ligada 24
a la comunicación. Esa es su razón de ser. En ella la relación entre la comunicación humana y la tecnología es similar al caso del teléfono, que no sirve para otra cosa, más que al del automóvil, donde la comunicación es casi un efecto secundario. Pues bien, Internet y sus tecnologías asociadas plantean toda una nueva serie de problemas, o mejor dicho, reescriben en un nuevo lenguaje los eternos problemas que han existido entre la técnica y la comunicación. Comenzando por el email o correo electrónico, quizás la forma más elemental de comunicación a través de La Red, pasando por los chats, esos espacios virtuales de conversación, diatriba anónima o intercambio de ideas, según el cyber-vecindario que se frecuente, plantean una serie de problemas que tienen que ver con la identidad de quienes participan, la veracidad de los mensajes, las posibilidades de verificación, y en general, abren la puerta a una nueva concepción de lo que significa entrar en contacto con otros seres. Tal vez los Muds (Multi User Domains) ilustren mejor estas posibilidades. Los Muds son similares a los chats, con la diferencia que algunos de ellos permiten a los participantes adquirir una identidad a su medida, la cual es representada gráficamente en la pantalla de todos aquellos que participan en la conversación o el juego. Dependiendo de la calidad del Mud, estas representaciones pueden ser muy impresionantes, ya que pueden reproducir con un realismo casi fotográfico las características físicas seleccionadas por el usua25
rio. Por ejemplo, si el usuario es un hombre moreno que decide ser visto como una mujer rubia, vestida de walkiria y con voz de María Callas, así lo verán quienes se encuentren con ella/él en el cyberespacio. No hemos contestado la pregunta que planteamos acerca de la relación entre tecnología y comunicación humana. No creemos que exista una respuesta unívoca. Estas capacidades que brinda la tecnología nos traen a la mente una frase de Lacan, que decía “la verdad tiene la estructura de la ficción” y que el doctor Portillo, eminente psicoanalista venezolano, ha interpretado como “la verdad se expresa a través de la ficción”. ¿Hasta qué punto estas personas adictas a los MUDs, a través de sus avatares, no están expresando una verdad profunda de ellos mismos, y por lo tanto, logrando una comunicación más profunda?
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Sueño y Vigilia, Reflexiones sobre las tecnologías de la Realidad Virtual
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Sueño y Vigilia, Reflexiones sobre las tecnologías de la Realidad Virtual Digamos que todo lo real estaría “alucinando” si no estuviera simbolizado, es decir, colectivamente representando. Marc Augé La Guerra de los Sueños I La serie de tecnologías que han dado en llamarse Realidad Virtual, que incluye desde un lenguaje como el VRML, de Mark Pesce, hasta todo tipo de dispositivos, tales como lentes, cascos, guantes y trajes especiales, todos creados para producir en quien los usa la simulación de una determinada realidad escogida por él mismo, son quizás una de las modas más virulentas en este universo tan efímero y propicio a las novedades como es el de la tecnología. Más allá de lo fascinantes que son estas herramien-
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tas, y de la indudable utilidad que puedan llegar a tener en el entretenimiento, la educación o incluso en los negocios, por ahora se trata más bien de juguetes acompañados de promesas un poco exageradas por una parte, y de investigaciones de muy alto nivel cuyo verdadero sentido y profundidad son completamente desconocidos para el gran público ya que generalmente están ligados a aplicaciones militares y a los grandes contratistas de los países avanzados. En los últimos años ha tenido lugar una especie de estremecimiento especulativo acerca de estas tecnologías, que van desde las advertencias apocalípticas del gran pensador francés Paul Virilio, hasta la admiración incondicional de hombres como Nicolás Negroponte y su escuela de tecnófilos, pasando por todas las gamas de este amplio espectro. Resultado de este estremecimiento es un alud de libros, conferencias, páginas web, y tesis de grado, sobre la realidad virtual. Puesto que el tema está tan bien cubierto, y hay en las librerías opiniones y consideraciones para todos los gustos, puede ser de interés hacer un breve recuento de algunos antecedentes literarios y filosóficos de temas relacionados con esta simulación de la realidad (estamos conscientes de que se trata de un oxímoron), tales como las controversias sobre la realidad del mundo o de lo que perciben los sentidos, y otros temas similares, esperando así darle al tema un sesgo un poco menos dicotómico del que ha tenido la mayoría de las veces. Demás está decir, creo, que no hay mucha originalidad en estas consideraciones: autores mucho mejor preparados han abordado el tema con gracia 30
y erudición, como Erick Davis en su célebre Techgnosis, que se ha convertido en una referencia obligada del mundo cyber. II El tema de la realidad o irrealidad del mundo ha preocupado a los hombres, tanto en Oriente como en Occidente, durante muchos siglos, aunque es interesante notar que en Occidente solo ha alcanzado las cumbres especulativas del Oriente más bien recientemente, con el advenimiento de las tecnologías relacionadas con la Realidad Virtual y los llamados “nuevos paradigmas” de las ciencias, a partir de los cuales se han desatado interesantes y acaloradas discusiones sobre, por ejemplo, las teorías holográficas del cerebro y del mundo. En el mundo occidental, si exceptuamos algunas consideraciones ontológicas e incluso fenomenológicas de los antiguos griegos (aunque ellos no lo hubieran reconocido con estos términos), desde las elucubraciones platónicas, que han dado tanto que hablar a los pensadores de esta parte del mundo y llevaron al gran filosofo y matemático Alfred N. Whitehead a afirmar que “toda la filosofía occidental no es sino una nota al pie de una página de Platón”, hasta los enigmáticos (y más antiguos) aforismos de Parménides y Zenón sobre lo ilusorio de la percepción y el movimiento, especulaciones que quedaron inmortalizadas en las famosas paradojas de Aquiles y la Tortuga y otras similares, la verdadera controversia acer-
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ca de la realidad del mundo se planteó mucho más tarde, y desde una posición que generalmente se sustentaba en la lógica. Existieron, para ser justos, consideraciones de carácter religioso, como las de los gnósticos, los neoplatónicos y otros grupos filosófico-religiosos, pero estas pueden (y han sido) considerarse como derivadas de especulaciones orientales mucho más antiguas, como se dice incluso de Platón y de muchos griegos anteriores a él. Fue quizás el obispo de Berkeley quien le dio mayor coherencia al planteamiento de la irrealidad (o falta de substancia) del mundo que perciben los sentidos, en aquel famoso aforismo tan mal comprendido: esse est percipi. Desde entonces, y hasta bien entrado este siglo, la disyuntiva materialismo-idealismo se convirtió en uno de los nodos centrales del pensamiento occidental, complicándose la controversia metafísica con la política, ya que el “materialismo” fue asumido como doctrina oficial de los estados comunistas y, en forma casi caricaturizada y por reacción casi reflexiva, los estados capitalistas contaron entre sus defensores a pensadores “idealistas” en su mayoría. Pasado el tiempo, caído el gran imperio soviético, y dotados de una mejor cultura filosófica, los pensadores del mundo democrático abandonaron en muchos casos su “idealismo”, en busca de un pensamiento ajeno a la famosa dicotomía. Hoy en día, gracias a los redescubiertos trabajos de pensadores sepultados por la batalla capitalismo-comunismo, y gracias también a los nuevos aportes de las ciencias y al surgimiento de los ya mencionados “nuevos paradigmas” de las ciencias (siendo tal vez sus representantes más notorios hombres como 32
Prigogine, Bohm, Pribram, Morin), la oposición entre estas dos corrientes ha dejado de tener sentido, y los propios conceptos que la sustentaban, las “ideas” o la “mente”, por un lado, y la “materia”, por el otro, se han vuelto problemáticos, y en algunos casos han perdido toda su utilidad para el pensamiento. Si todavía se usan, es un poco como usamos la palabra desastre para indicar un accidente, y no porque nos atengamos a su significado original, que es “no contar con el favor de las estrellas”.
III Pero en el Lejano Oriente, sobre todo en las culturas influidas por el hinduismo y el budismo, el tema de la irrealidad del mundo no fue principalmente un problema lógico y, hasta donde sé, nunca tuvo implicaciones políticas, excepto, tal vez, como reflejo de las luchas religiosas. Para los antiguos hindúes, y más tarde, gracias a la expansión del budismo, para los chinos, coreanos y japoneses, el mundo carece de realidad y tal como desde un ángulo ligeramente diferente anunciaba el viejo Zenón, la naturaleza de las cosas que vemos y tocamos es ilusoria. Este tema es tan recurrente en la literatura religiosa de la india y en las grandes sutras del budismo Mahayana, que a los orientales adscritos a estas religiones les parece tan absurdo que nosotros consideremos real el mundo que nos muestran los sentidos, como a nosotros su negación del mismo. 33
Cuando hablaba del problema en Occidente nombré a Berkeley. Viene ahora a mi memoria una cita de Borges, que dice más o menos así: “Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley eran irrefutables y que no producían la menor convicción”. Lo interesante de esta cita, aparte del juego erudito del autor y de su trasfondo irónico, es que en un sentido literal, es verdad, al menos entre los occidentales. Mediante la argumentación lógica es imposible demostrar, por ejemplo, que uno está despierto y no soñando. ¿Por qué? Porque, entre otras razones más complejas de explicar, siempre puede suceder que cualquier argumento que yo esgrima contra quien me quiera demostrar que estoy soñando, me puede ser respondido que el mismo es parte del sueño. (con semejante aporía se encontraron los místicos como Gurdieff y se divierten los budistas Zen). En otras palabras, en el terreno de la lógica es imposible demostrar o al menos encontrar alivio para la angustia que provoca en nosotros la posibilidad de la irrealidad. El mismo Borges, en Ficciones, tiene un cuento absolutamente perfecto pero increíblemente atemorizante: Las ruinas circulares, la historia de un hombre que decide crear otro ser soñándolo, órgano por órgano, hasta darle vida, cuando descubre por accidente (hay un incendio y el no sufre el daño entre las llamas) que él mismo está siendo soñado por otro. El cuento deja en suspenso dos
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posibilidades: la primera es que nosotros también pudiéramos ser el sueño de otro; la segunda, más terrible aun, es que esta cadena de seres que sueñan (y dan vida) a otros pudiera no tener fin. Abre la puerta a la recursividad de lo irreal, quizás su forma más inquietante. IV La confusión entre el sueño y la realidad, una de las variantes literarias de nuestro problema, está muy bien representada en la literatura oriental. En la antología del cuento fantástico, compilada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, se puede leer, entre muchas otras historias similares, El Ciervo Escondido, de Liehtsé: Un leñador de Cheng se concontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Por temor, ocultó el cuerpo en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después, olvidó el sitio donde lo había escondido y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:
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- Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador. - Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero -dijo la mujer. - Aun suponiendo que encontré al ciervo por un sueño -contestó el marido-, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó? Aquella noche el leñador volvió a su casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez dijo al leñador: Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y
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creiste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan. El caso llegó a oídos del rey Cheng y el rey Cheng dijo: - ¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo? Muchas de las historias orientales de esta antología tienen en común el señalamiento de la tenue frontera entre lo real y lo onírico. En un nivel más filosófico, vale la pena citar dos famosos antecedentes: el primero es un pasaje del clásico chino Las Aventuras del Rey Mono: El Buda le dijo al Mono: “Hagamos una apuesta. Si de un salto puedes salir de la palma de mi mano, te daré el trono que ahora ocupa el Emperador de Jade”. El Mono dio un gran salto y se perdió de vista. Llegó a un lugar en el que había cinco pilares rosados y pensó haber alcanzado el confín del mundo. Se arrancó un pelo, lo convirtió en un
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pincel y escribió al pie del pilar central: El Gran Sabio, Aquel cuya sabiduría es igual al cielo, llegó a este sitio. De otro salto volvió al punto de partida y le dijo al Buda: “He ido y he vuelto; ya puedes darme el trono”. El Buda contestó: “No has salido de la palma de mi mano. Mírala bien”. El Mono miró hacia abajo y leyo, en la base del dedo medio, las palabras: El Gran Sabio, Aquel cuya sabiduría es igual al cielo, llegó a este sitio. (La versíon que aquí se reproduce está tomada de Qué es el Budismo, de Jorge Luis Borges)
Esta parábola nos muestra cuán relativo es el concepto de realidad y cuán frágil nuestra comprensión del mismo, temas favoritos de la literatura budista. Mucho antes, sin embargo, en la misma china, Chuan Tzu había legado aquel famoso pasaje de su libro, que dice: “un día Chuan Tzu soño que era una mariposa; cuando despertó no sabía si era Chuang Tzu que había soñado que ser una
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mariposa o una mariposa que estaba soñando ser Chuang Tzu”, lo cual demuestra que este tipo de consideraciones son muchísimo más antiguas en el Extremo Oriente de lo que pudiéramos sospechar leyendo su literatura medieval. En nuestros días el tema ha tomado un nuevo impulso, gracias, por una parte, a los nuevos avances de la física y de la biología del cerebro. Teorías como las de Pribram acerca del carácter holográfico del cerebro, o las de Bohm, acerca de la naturaleza holográfica de la realidad, se parecen mucho a las especulaciones orientales que hemos mencionado. El escritor austríaco Fritjof Capra ha producido algunos libros resaltando este paralelismo y, cualquiera sea el concepto que se tenga del rigor científico de este autor, es innegable que, al menos en el ámbito superficial, las coincidencias son asombrosas. Por otra parte, y este es el punto a donde queríamos llegar, las nuevas tecnologías llamadas de Realidad Virtual, que permiten simular mundos con gran realismo (y simular con realismo no pretende ser un mal juego de palabras: es la contradicción implícita en el concepto), prometen crear mundos según nuestra voluntad. Una gran cantidad de literatura se ha escrito en los últimos años, lamentablemente de muy baja calidad, acerca de las inmensas e increíbles posibilidades de estas tecnologías. De esta pléyade de exageraciones más o menos bien intencionadas (muchas de ellas simplemente ciencia-ficción), cabe destacar libros como Techgnosis, de Erik Davis (a
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quien ya mencionamos), los libros de Mark Pesce y muchos otros, que han tratado de darle al tema una visión más profunda. V Que la llamada Realidad Virtual llegue algún día a hacer posibles las pesadillas de William Gibson, Bruce Sterling y toda la fauna de escritores de ciencia-ficción de carácter distópico, es ciertamente una posibilidad. Pero es también una posibilidad que el uso creativo y positivo de estas tecnologías sirva para crear nuevos vínculos entre los seres, nuevos espacios de socialización, nuevos modos de comunicación, que lleven al hombre a niveles evolutivos más altos. Tal, creo, es la hipótesis de Davis en su obra ya aludida. Tal es la esperanza de quienes no comulgamos con el post-humanismo de la cienciaficción apocalíptica. Pero, en ambos casos, los antiguos hindúes terminarían teniendo razón, no en el sentido metafísico u ontológico, sino en el sentido práctico: el mundo de los sentidos será, en efecto, producto de nuestra mente. Tecnólogos avant la lettre, estos Mark Pesce de hace milenios se habrán salido con la suya.
VI Determinar qué es real y qué ilusorio escapa completa-
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mente del terreno de la ciencia y de la lógica, por las razones que ya explicamos. La diferencia, que es pertinente y no una rémora de antiguas disputas entre monjes, como creen los postmodernistas, es importante, porque tiene que ver con la conservación o no de la especie, con el rechazo a los delirios del post-humanismo y sus ideas políticas muy cercanas al fascismo (no es casualidad que el primero que invocó, con elocuencia magnífica, la superación del hombre e indicó que esta debía hacerse aun al precio de la crueldad con los “no aptos”, fue Nietzsche, alguien a quien, con razón o sin ella, los fascistas invocan como a uno de sus héroes). La solución al dilema no es lógica, sino vivencial y existencial, como nos recordó, en su obra maestra La Voz de la Experiencia, Ronald Laing, uno de los pocos sabios de esa ignorancia sistematizada que fue el psicoanálisis. La voz de la experiencia, la única que puede decirnos, con autoridad, en que mundo nos encontramos, cuán real o ilusoria es la capa de esa cebolla infinita que es el universo donde transcurre nuestra breve vida.
Obras consultadas: Mundo Digital, de Nicolas Negroponte. Ediciones B, 1995
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VRML para Internet, de Mark Pesce. Prentice Hall, 1995 Techgnosis, de Erick Davis. Harmony Books, 1998 El Arte del Motor, de Paul Virilio. Ediciones Manantial, 1996 Cibermundo, de Paul Virilio. Dolmen Ediciones, 1997 Obras Completas de Jorge Luis Borges. Emecé Editores, 1974 Qué es el Budismo, de Jorge Luis Borges y Alicia Jurado. Emecé Editores, 1991 Cuang Tzu, Monte Avila Editores, 1991 Viaje al Oeste. Las Aventuras del rey Mono, Editorial Siruela, 1992 La Guerra de los Sueños, de Marc Augé. Gedisa Editorial, 1998 Antología de la Literatura Fantástica, compilada por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Editorial Sudamericana, 1965
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El nuevo nomadismo y los dispositivos portátiles
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El nuevo nomadismo y los dispositivos portátiles
Si en adelante vivimos como nómadas, es porque esencialmente los objetos que poseeremos o desearemos serán portátiles Jacques Attali
Magia y tecnología ¿Será quizás su parentesco con la antigua magia lo que hace que la tecnología moderna se encuentre tan ligada a las profecías? (recordemos: “toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”). Es notable el hecho que la mayoría de los libros sobre la tecnología de la información publicados recientemente se enfoquen en profetizar acerca de cómo la tecnología ha de transformar nuestra sociedad y nuestra vida privada. Es también notable, si leemos algunos títulos que en su 45
momento fueron muy populares, cómo se han equivocado estos profetas modernos.
Nomadismo Existe, sin embargo, un breve ensayo del escritor francés Jacques Attali, Milenio, publicado hace unos diez años, cuyas predicciones se han venido cumpliendo en forma asombrosa. Quisiéramos ocuparnos de una, relacionada con el epígrafe de este artículo: nuestro futuro de nómadas. Dice Attali: “La economía mundial se animará por una demanda de objetos nuevos que cambiarán completamente nuestros modos de vida, y que yo llamo objetos nómadas, porque serán portátiles y permitirán cumplir lo esencial de las funciones de la vida sin tener ya lazo fijo.” 1 Más adelante agrega: “El hombre, al igual que el objeto, será nómada, sin domicilio ni familia estables, portador en él, sobre él, de todo lo que constituirá su valor social.” Hay que tomar en cuenta que Attali piensa su futuro en función de los objetos que en aquellos años constituían la vanguardia de la tecnología, al menos como la veían los consumidores: teléfonos celulares, cámaras de vídeo de mano, computadoras personales. Su clarividencia lo lleva a acotar: “Se trata aquí, en realidad, de precursores casi irrisorios de objetos mucho más importantes, en trance de llegar a ser productos industriales de masas, fuentes de gigantescas cifras de negocios, y
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que estructurarán un nuevo orden económico, social y cultural.” Basta echar un vistazo a las cifras de ventas de los laptops, los PalmPilots, y la infinidad de gadgets que han proliferado en los últimos años, así como observar los cambios en nuestros lugares de trabajo o en nuestros hábitos, producidos por algunos de estos dispositivos, para ver cuán exacta ha resultado esta observación. La profecía de Attali se cumple en dos mundos completamente separados. Por una parte, uno de los personajes más notorios de Internet, el ubicuo Hakim Bay, ha elaborado el concepto de “Zonas Temporales Autónomas” (TAZ, según sus siglas en inglés). En un interesante documento de fácil acceso en la Web, este autor 2 invita a los jóvenes a crear espacios de socialización autónomos y móviles que le permitiría a una generación hija de hippies convertidos en yuppies, escapar de las frustraciones del mundo moderno. Una de las manifestaciones más notables de las TAZ es el Festival de Hombre Quemado, 3 evento máximo de los cyberenautas norteamericanos que se lleva a cabo anualmente, pretendiendo prefigurar una sociedad mínima, utópica y efímera. El otro nomadismo pertenece al mundo de la gerencia y de los individuos de alto poder adquisitivo: el que inducen (o al que responden, según se mire) la proliferación de dispositivos portátiles, que permiten prácticamente poseer una oficina móvil, y que, banalidades aparte, hacen po-
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sible las elucubraciones de Alvin Toffler, Bill Gates y el resto de los profetas de la sociedad de la información.
Los nuevos dispositivos Las calculadoras portátiles, las grabadoras de periodistas, los celulares, las agendas electrónicas, los walkman, constituyeron los primeros ejemplos de artefactos móviles. Pero una nueva generación de dispositivos, muchos de ellos híbridos que combinan la funcionalidad de algunos de los anteriores, hizo su aparición en los últimos tres o cuatro años y produciendo increibles exitos de mercado. Quizás los más populares fueron los llamados PDAs (Personal Digital Assisntant, o asistente personal digital) que combinan en un solo artefacto (según los distintos modelos) las funciones de la calculadora, la agenda, el block de notas, el correo electrónico e incluso juegos o la posibilidad de “navegar” en Internet. De repente, pasamos de tener los maletines repletos de pequeñas cosas, cada una para una función específica, a cargar en nuestro bolsillo un solo dispositivo que nos permite realizar todas aquellas funciones. Estos artefactos poseen un lado oscuro: nos crean una dependencia casi patológica: nos hacen olvidar, muy rápidamente, cómo se usaban aquellas anticuadas agendas de hace apenas unos años, de tal manera que si se nos pierden, nos ponen en la incómoda tarea de administrar unos
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bolsillos llenos de papelitos que inevitablemente se extravían en las lavanderías o en el escritorio. En Techgnosis, Erik Davis comenta: la tecnología extiende nuestros poderes creativos amputando nuestros poderes naturales. 4 La nueva generación de devices portables posee una característica que de alguna manera cierra el círculo de los objetos que el hombre abrió cuando comenzó a fabricar las herramientas que permitieron su evolución: La posibilidad de conectar estos dispositivos entre ellos y con Internet, los nuevos protocolos “wireless” (“sin cables”, es decir mediante señales electromagnéticas), los nuevos lenguajes como Asterisco, un producto venezolano diseñado, entre otras cosas, para la programación de estos devices, y toda una serie de avances en las telecomunicaciones, convierten a estos dispositivos en algo completamente diferente. Interconectados, permiten formar una red móvil de flujo de información y abren las puertas a una gama insospechada de posibilidades para los negocios, la educación, el entretenimiento y la vida personal. Con la aparición de los objetos usables 5 (ropa que contiene circuitos electrónicos, lentes que permiten alterar la visión, guantes que aumentan la sensibilidad del tacto) y su muy cercana disponilbilidad en el mercado a precios accesibles para las clases altas, el nomadismo dejará de ser una posibilidad entre otras y posiblemente se convertirá en una sub-cultura, o incluso en un imperativo de la vida social del mañana.
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Un ejemplo interesante Tal vez uno de estos dispositivos más interesantes sea el libro electrónico, o ebook (no confundir con las ediciones electrónicas de libros, que se conocen por el mismo neologismo). Existen varios modelos de este device, 6 uno de los cuales (SoftBook, de Virtual Press) hemos podido probar personalmente. Se trata, en su apariencia física externa, de un objeto similar a un libro tradicional de encuadernación lujosa. Pero sus páginas son en realidad una pantalla de cristal líquido, debajo de la que se oculta una computadora que puede almacenar miles de páginas de texto y gráficos. El lector puede “bajar de Internet“ (a veces gratis, a veces comprándolos a precios muy inferiores a los de los libros de papel) textos que van desde los clásicos griegos hasta los últimos best-sellers. Lo fascinante de este artefacto es que puede convertirse en cualquier libro, y de alguna manera elimina o atenúa casi todas las objeciones que existen contra los textos electrónicos (la dificultad de leer en la pantalla un texto muy largo, la imposibilidad de llevarse la computadora a la cama, por ejemplo). Incluso se pueden subrayar pasajes, hacer anotaciones y, en fin, tener todas las ventajas del libro de papel, con el agregado de poseer funciones de búsqueda de palabras o frases y de movilidad dentro del texto que no son posibles en un libro tradicional. Quizás un verdadero bibliófilo jamás cambie el placer de la textura del papel, el olor de las tintas o el simple espectáculo de una nutrida biblioteca por esta pieza de hardware. Pero para lectores menos sofisticados, este libro de arena electrónico puede ser una alternativa interesan-
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te. Supongo que, conectado a la Web en forma “wireless” , uno podrá eventualmente leer lo que quiera sin moverse de un parque o de la playa, saltar con un solo “click” de la Odisea a Internet World. En ese caso, estaría dispuesto a abandonar parcialmente mis prejuicios en favor de los libros de papel tradicionales. Para nuestro nómada de los próximos meses, la contemplación de una biblioteca quizás no sea una de sus aspiraciones centrales, y por menos de quinientos dólares puede llevar en su morral todos los libros.
Un poco de inconsistencia Comencé este artículo criticando a quienes especulan con el futuro; sin embargo, no resisto la tentación de hacer mi propia profecía, que será, muy probablemente, errónea. Visualizo que, en breve, un brillante inversionista y un genio adolescente unirán sus talentos para producir un device total, lleno de botones y de ranuras para conectarse con cualquier cosa, hermosamente diseñado (lo imagino blanco, aerodinámico, fosforescente); por supuesto, funcionará con Windows y será tan complejo que no sabremos qué hacer con la mayoría de sus enigmáticas opciones. Quizás sólo usemos un pequeñísimo porcentaje de sus capacidades, como sucede actualmente con herramientas como Office y las otras suites de productos que vienen incluidas en las nuevas computadoras.
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Este objeto hipotético, este device imaginario, dará trabajo a los educadores del mañana, quienes nos enseñarán sus bondades ocultas y sus posibilidades no soñadas. Le dará también trabajo a los teólogos y filósofos quienes, cansados de un dios que no escucha el clamor de tanta limpieza étnica y desechos tecnológicos, invertirán su tiempo en profundas meditaciones sobre el posible sentido de semejante artefacto. ¿No es mucho pedir de un objeto tecnológico que rescate de la inercia a dos dimensiones fundamentales de la vida humana, como la religión y la educación? Tal vez sí. O tal vez sea cierta la sugerencia que expresó Norma O. Brown, no recuerdo en cual de sus textos, hace ya muchos años: “Se hace necesario renovar la civilización mediante el descubrimiento de nuevos misterios, la creación de nuevas cosas, el poder mágico de la imaginación…” 1
Todas las citas de Jacques Attali, incluído el epígrafe, pertenecen a
Milenio, Seix Barral, 1991 2
http://web.radiant.net/wreford/TAZ.html
3
http://www.burningman.com/
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Erik Davis, Techgnosis, Harmony Books, 1998
5
Thomas A. Bass, Dress Code, revista Wired, abril de 1998
6
Steve Silberman, Ex Libris , revista Wired, julio de 1998.Ver también las
siguientes direcciones de Internet: http://www.softbook.com, http:// www.rocketbook.com, http://www.everybook.net
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Los sistemas de información: mitos y realidades
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Los sistemas de información: mitos y realidades (Este texto corresponde a una conferencia diactada en la cátedra de la profesora Lourdes Volcanes en Unitec,el 7 de julio de 1998)
Voy a comenzar con una historia antigua, de los judíos de Europa Oriental, la historia del Golem de Praga. Esta historia tiene a su vez su propia historia en el mundo de la computación, ya que tanto Norbert Wiener, el fundador de la Cibernética, como Weizbenbaum, uno de los teóricos de la Inteligencia Artificial, la usaron en su momento (con fines diferentes) para ilustrar algún aspecto de las computadoras, en aquellos primeros días de la tecnología de información. Todavía hoy, de vez en cuando, aparecen en Internet páginas que hacen referencia a esta leyenda. La historia es esta: en el siglo XVI, el Rabino de Praga, Rabbi Judah Loew, ante uno de los muchos pogroms que había sufrido la ciudad a manos de
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los cristianos, usó su magia aprendida en la cábala y creó un ser de barro, como hizo Dios en el Génesis, y según las variantes de la historia, que hay muchas, escribió una frase en la frente del homúnculo o le dió de comer un rollito de papel con esta frase. En cualquier caso, el Golem tomó vida y destruyó a los enemigos de los judíos. Pero, como pasa a veces en las historias de ciencia- ficción y también en los sistemas policiales modernos, algo salió mal, y Golem comenzó a matar a quienes supuestamente debía proteger. El rabino, gran sabio, cambio la frase que había inscrito en la frente (o, me imagino, le dio de comer un nuevo rollito), y el Golem se convirtió nuevamente en barro y perdió su vida, la cual, obviamente, provenía de este texto. Bueno, la historia ha llamado mucho la atención de los científicos de la computación porque en gran medida, es como una parábola de lo que son actualmente las computadoras: seres artificiales, sin vida, a quienes damos un texto que llamamos programa, y que realizan una actividad en nuestro provecho (por cierto, que las computadoras se inventaron para matar gente, durante la Segunda Guerra Mundial, igual que el Golem en el siglo XVI). Ahora bien, de repente, algo funciona mal, el monstruo no hace precisamente lo que le dijimos que hiciera (el programa tiene lo que llamamos un bug, palabra que quiere decir insecto), y tenemos que arreglarlo, “darle mantenimiento” o sustituirlo; rara
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vez llegamos al extremo del rabino de cambiar el software para destruirlo, aunque esto también se puede hacer. Por cierto que, según una de las variantes de la leyenda, el rabino cambió sólo una letra del texto que daba vida al Golem; esta sustitución fue suficiente para destruirlo. Creo que todavía no existía la Programación Orientada a Objetos. Los sistemas de información fueron creados, como ya dije, para destruir seres humanos. Son producto del famoso proyecto Manhatan, que concluyó con las bombas atómicas que se arrojaron sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial y de la tecnología de la Guerra Fría. Hoy en día se usan, además, en la administración de las empresas, en el control social que ejercen las fuerzas policiales, militares y gubernamentales sobre las poblaciones de sus respectivos países, y en nuestros propios hogares, para prolongar las horas de trabajo o de estudio, y para idiotizar un poco a nuestros hijos con juegos de escaso valor (para ser justos, también se pueden usar maravillas como Internet, la Enciclopedia Encarta y los juegos educativos multimedia) Se trata de la llamada “sociedad de la información”. Sobre este tema de la “sociedad de la información” hay mucha tela que cortar. Personalmente pienso que se trata de una de esas banalidades que de vez en cuando se ponen de moda (es decir, cada cinco o seis meses) en los ambientes empresariales y universitarios: es más fácil adoptar las modas de las
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escuelas de negocios norteamericanas que producir algún conocimiento original. La sociedad de la información puede ser un concepto muy inocente, incluso útil, si por ello queremos señalar una sociedad en la cual las computadoras y todo tipo de dispositivos computarizados y las telecomunicaciones son omnipresentes, por lo menos en las empresas y en los hogares de las clases medias y altas. En este sentido, es un termino inocuo, es como llamar a los años sesenta la sociedad de la minifalda, aunque debo reconocer que una buena minifalda es más interesante que una computadora. Pero la mayoría de las veces, este término, cuando es usado por economistas, politólogos y profesores de gerencia, se refiere a una terrible falacia, basada en conceptos carentes de fundamentos y propagados por una literatura superficial que, no se por qué razón, encuentra una resonancia tan alta en ciertos círculos de negocios: tal vez porque dice lo que estos lectores quieren leer. Esta literatura nos habla de una sociedad en la que ya no es importante la producción de bienes materiales o de los servicios básicos tradicionales, en la que los trabajos fabriles prácticamente carecen de valor, son meras supervivencias de una supuesta “segunda ola” en el desarrollo humano: ahora habríamos entrado en una “tercera hola”, en la que, según dice un autor que admiro mucho y con quien pocas veces estoy de acuerdo, que es Nicolás
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Negroponte (autor de Mundo Digital), “se mueven bits en vez de átomos”. Esta afirmación errónea y engañosa, acerca del funcionamiento de nuestra sociedad tiene por objeto desvalorizar las actividades de un sector mayoritario de la población, y darle una importancia desmedida a la actividad “gerencial”, a esa graciosa función que consiste en decirle a los demás lo que deben hacer, motivarlos (no siempre con la zanahoria) para que lo hagan, y quedarse uno con los méritos. Esta idea de la sociedad de la información no surgió, como podría pensarse, de la plétora de intelectuales a sueldo de las grandes fundaciones norteamericanas; no surgió de Alvin Toffler ni de Paul Kennedy ni de ninguno de estos paladines del lugar común. Por supuesto, ni se imaginen que pudo haber surgido entre nuestros economistas y grandes pensadores, quienes, con honrosas excepciones, solo se dedican a repetir mal lo que leen apresuradamente en las revistas extranjeras . Si la memoria no me traiciona, la idea surgió en Japón y quien la articuló mejor, en una serie de escritos muy interesantes por su ingenuidad y por lo pretenciosos que eran, fue el señor Yoneji Masuda, uno de los héroes de la actual tecnofilia. No es casualidad que haya sido allí, en Japón, en una sociedad a la que dos bombas atómicas y unos cuantos años de ocupación extranjera la indujeron a introducir nuevos métodos de gerencia, que después se-
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rían copiados y adaptados en Occidente, recopiados nuevamente por los japoneses, en un círculo de copias e imitaciones - lo que entre nosotros se llaman refritos - para terminar finalmente siendo verdades aceptadas por casi todo el mundo. Pues bien, como se habrán dado cuenta, yo no creo en “la sociedad de la información”. Tampoco lo creen muchas personas cuya opinión tiene mucho mas peso que la mía, por ejemplo el economista del MIT Paul Krugman, quien en una serie de libros muy lúcidos, y en sus artículos en varias revistas norteamericanas se ha dedicado a desmitificar estos conceptos. Yo prefiero hablar de una sociedad invadida por la información. Por invadida no me refiero, en absoluto, a una situación negativa, como si se tratara de una invasión de bárbaros venidos de lejos; no me refiero a una invasión contra la cual tengamos que pelear (Dios no lo quiera, su profesora y yo vivimos de esa invasión!); me refiero un poco a lo mismo a que se refiere la versión ingenua de la “sociedad de la información” que mencioné anteriormente, pero cambio los términos para que no se confunda mi visión con la visión yuppie y atolondrada del fenómeno. Estamos invadidos por la información por varias razones: tenemos acceso a mucha más información de la que podemos realmente apropiarnos (entre otras razones, por los costos que esta apropiación impli-
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ca); aun si pudiéramos apropiarnos de todos esos bytes que andan flotando por allí, en las enciclopedias multimedia, en Internet, en todas partes donde alguien considere que debe regalar un CD, no tendríamos el tiempo para digerirlos sin intoxicarnos. Y en el supuesto de que lo hiciéramos, probablemente no nos serviría de mucho. A propósito de esto quisiera hablarles de dos paradojas: la llamada paradoja de la productividad, que a veces se la confunde o se la asimila a la paradoja de la “oficina sin papeles” que consiste en que mientras más computadoras tenemos, supuestamente con el fin de ser más “productivos” (y de verdad les confieso, no sé muy bien que quiere decir productivo cuando hablamos de sistemas de información), pareciera que más tiempo pasamos configurando nuestros equipos, aprendiendo a instalar nuevos dispositivos o peleando con la proliferación casi infinita de funciones que trae cada nueva versión de nuestro procesador de palabras. La paradoja de la “oficina sin papeles” consiste, por increíble que parezca, en que hoy las empresas gastan más en papel que cuando trabajaban con papel. Se suponía que las computadoras eliminarían el uso de los papeles, sobre todo memos internos, informes, ordenes de compra, estados financieros: iban a ser sustituidos por sus imágenes en pantalla, por transacciones de correo electrónico o por el Intercambio Electrónico de Datos.
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Pero hoy más que nunca se imprimen kilómetros de listados, múltiples versiones de la misma hoja de cálculo. Cada vez que alguien necesita esa base de datos con diez mil clientes la volvemos a imprimir. No tengo a mano las estadísticas, pero en algún lado leí que las compras de papel en las empresas altamente computarizadas habían crecido en forma significativa. La otra paradoja de la supuesta “sociedad de la información” es, valga la redundancia, la paradoja de la información misma: nunca habíamos estado tan desinformados como lo estamos hoy. Tenemos versiones electrónicas de los principales periódicos del país y del mundo, pero seguimos dependiendo de la prensa escrita. Las librerías están repletas de libros de gerencia y de computación, pero hay que buscar con una lupa un libro de buena literatura. Hay bibliotecas virtuales extraordinarias en Internet, pero ¿quién es el ocioso que lee El Quijote en la pantalla de su computadora? Además de ocioso, debe tener mucho dinero para gastar. Quizás no haya gente más ignorante y desinformada que quienes trabajamos con los sistemas de información. ¿Será por aquello de que en casa de herrero, cuchillo de palo? No lo creo. Más bien creo que presenté mal la paradoja: debí decir: cuando más información hay disponible, menos conocimiento está a nuestro alcance. Y esta es la verdadera diferencia.
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Los consultores se han dado cuenta del problema. Ahora (si no lo han visto, ya su profesora les hablará de ello) se habla de Administración del Conocimiento. Jamás dos términos tan antitéticos - excepto en la palabra mitología, y no es casualidad - se habían puesto uno al lado del otro. El conocimiento no se puede administrar. El conocimiento no se puede almacenar, transportar, fiscalizar, sellar o guardar. Administración del Conocimiento es otra moda gerencial que durará unos seis meses, como la Reingeniería, la Calidad Total, la Sociedad de la Información, y tantas otras que se inventan para vender best sellers y que cuando ya los satisfechos del planeta se cansan de ella, las exportan para que se dicten talleres en el Tercer Mundo. Bueno, tenía que hablar de Sistemas de Información, pero les confieso que no tuve tiempo de preparar esta charla y pensé: hay cantidad de libros y revistas, hay materias universitarias como la que estoy seguro que en forma excelente les dicta su profesora, y pensé que tal vez tendría para ustedes algún interés que alguien les hablara, un poco en broma, de la otra cara de la moneda de la informática. Para no defraudar a mi anfitriona, que me pidió esta charla hace varios meses, para que no deje de quererme así, en una sola noche por culpa de mi pereza, les voy a decir algo muy breve de los sistemas de información. Tengo quince años desarrollando sistemas de in-
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formación. En general, pocas veces el cliente queda satisfecho, porque el ciclo de desarrollo es apenas unos días más largo que el ciclo de las expectativas de los clientes. De vez en cuando, si se trata de algo muy trivial, muy simple, muy puntual, algo que se puede hacer en un par de semanas, el cliente queda contento, el sistema funciona y alguien se beneficia del mismo. Moraleja: no esperen mucho de sus sistemas, aprendan lo más que puedan de sus instrumentos informáticos: sus aplicaciones, su sistema operativo, sus dispositivos como los modems, los scanners y quien sabe que otra cosa esté de moda mañana mismo. Como ustedes deben haber oído hablar, se aproxima una terrible crisis en los sistemas de información, el llamado Problema del Año 2000. En muchas empresas se están haciendo heroicos esfuerzos por adecuar sus sistemas de información y los demás artefactos que puedan estar afectados por este problema. Algunas ya lo han logrado: aproximadamente un dos por ciento a nivel mundial. Otras están en vías de lograrlo, son más o menos un diez por ciento de las empresas. La gran mayoría probablemente no lo logre, por una serie de circunstan-
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cias que, si se quieren enterar, asistan a una de mis conferencias. Pero, en todo caso, lo que deseaba resaltar es que, con todo lo negativo que este problema representa para las empresas y para la sociedad en general, hay algo positivo que pudiera resultar: muchas empresas, los gobiernos, los fabricantes de software y de hardware, pueden crear una generación nueva de aplicaciones. Probablemente las paradojas de las que hablé antes desaparezcan o se atenúen en ese caso. Tal vez esta crisis sirva para que los sistemas de información cumplan las promesas que nos han hecho desde los albores de la computación: aumentar nuestra productividad, hacernos la vida mas fácil y en última instancia tener un mundo mejor. Pero también esta crisis puede servir para lo contrario: si la mayoría de las empresas y los gobiernos (al menos en sus procesos críticos) no logran adecuar sus sistemas, es posible que nos enfrentemos a una catástrofe tecnológica de proporciones inimaginables. No se si ustedes son capaces de imaginar lo que es un trillón de dólares, porque yo no soy capaz. Pero eso es lo que los conservadores pien-
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san que van a gastar los Estados Unidos en adecuar sus sistemas. Quizás no puedan imaginar la cifra, pero estoy seguro de que se dan cuenta que constituye más que el producto interno de muchos países o incluso de algunos continentes. Si no evitamos esta catástrofe, tal vez ya no tengamos que preocuparnos de si eran los tecnófobos o los tecnófilos (o las personas que como yo, no somos ni una cosa ni la otra) quienes tenían razón. Tal vez tengamos que volver a nuestros viejos métodos manuales: a trabajar sobre papel, con nuestras propias manos. Por cierto que fue trabajando con nuestras propias manos como dejamos de ser homínidos para convertirnos en homo sapiens. Si nos recordamos de la historia del Golem, nos damos cuenta que sólo falta el rabino sabio que cambie una letra en la frente del monstruo. Pero el rabino ya no está entre nosotros, lo que quiere decir que estos habitantes del ghetto moderno de la sociedad de la información no tienen más alternativa que dejar de centrar sus vidas en la magia, en cualquier tipo de magia, incluida esa forma de magia lla-
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mada tecnología, y tomar la responsabilidad ciudadana que a cada uno le corresponde. De esa manera, tanto si los sistemas cumplen su promesa, como todos esperamos que lo hagan, como si sucede la terrible catástrofe que muchos temen, nuestras sociedades sobrevivirán y, en cualquier caso, nos reencontraremos con nosotros mismos.
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La revolución de la información Las palabras “revolución” e “información” se encuentran tan cargadas de significados, que es difícil hablar de ellas (o de una combinación entre ellas), sin entrar en una serie de consideraciones que nos permitan situar en un contexto comprensible lo que estamos diciendo. Sin embargo, no pasa un día sin que aparezca en los escaparates de las librerías o en las columnas de tecnología de los periódicos, alguna referencia a un supuesto cambio o transformación revolucionaria que está sufriendo la sociedad mundial, causado o estimulado en gran medida por el uso de la tecnología de la información. Detrás de estas consideraciones populares se esconde una serie de nociones más o menos vagas pero de fuerte arraigo en los sectores ejecutivos y de alto poder adquisitivo, tales como “hemos pasado de una sociedad que mueve átomos a una que mueve bits” (Negroponte), “Internet y el comercio electrónico crearán un capitalismo sin fricción” (Bill Gates) y otras de profundidad semejante, to-
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das ellas, a su vez, sustentadas en una concepción de la sociedad que tiende a destacar el papel de la producción de “información” en desmedro de la producción de bienes materiales. Puesto que pensamos que esta visión de las cosas induce a simplificaciones muy graves a la hora de comprender los que está realmente sucediendo con el impresionante cambio tecnológico que estamos viviendo, vamos a tratar de examinar críticamente algunos de elementos conceptuales que sirven de pilar a estas ideas y presentar nuestra opinión acerca de los mismos. Una revolución es (más allá de su significado literal, que se refiere a un tipo de movimiento en el espacio), una transformación profunda de la sociedad o de una aspecto de la misma (por ejemplo, la educación, el trabajo, o la forma en que se hacen los negocios). A lo largo de los últimos tres o cuatro siglos han sucedido revoluciones sociales, políticas, tecnológicas, educativas, algunas de las cuales todavía dejan sentir su presencia. La Revolución Francesa o la Revolución de Octubre transformaron no sólo los países donde tuvieron lugar, sino una parte considerable del mundo civilizado de su época y en cierta manera, para bien o para mal, nuestro mundo moderno es hijo de ellas y sufre o se beneficia de sus consecuencias, según el ángulo de donde se mire. Pero no siempre esta palabra tan importante para la
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vida social se ha usado en este sentido de cambio profundo. La publicidad, la filosofía popular, el periodismo de mala calidad, han denominado “revolución” a prácticamente cualquier cosa: “la revolución de los transportes”, puede titularse un artículo sobre un nuevo tren; una “revolución en la educación” puede ser un vídeo para aprender diez frases de un idioma extranjero. La palabra “información” es un poco más elusiva. No nos bastaría aquí contrastar el uso más o menos profundo con el uso trivial de los desechos intelectuales de la sociedad moderna. “Información” puede significar desde lo que un científico definiría como “entropía negativa”, hasta la noticia trivial que un periodista reseña en su columna, pasando por toda una gama de acepciones más o menos imprecisas, a veces contradictorias, la mayoría simplemente inútiles. La frase “revolución de la información” es una especie de milagro semántico, porque ha logrado unir dos imprecisiones, que según el instinto de cualquier persona educada, deberían producir un disparate sin sentido, y por el contrario, ha creado uno de los lugares comunes más exitosos de los últimos tiempos, lo que ya es decir mucho, en una década pródiga en modas verbales. ¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de una revolución en la información? Pensa-
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mos que hay muchas respuestas a esta pregunta; vamos a limitarnos a explorar dos extremos posibles de una respuesta y trataremos de indagar acerca de las consecuencias que tendría en nuestras vidas cada una de estas dos posibles respuestas. A riesgo de aburrir al lector, nos interesa recalcar dos cosas: primero, que a diferencia de lo que se desprende de la literatura de moda, la información, en ese sentido popular e impreciso que suele darse en las publicaciones dirigidas al público general, siempre ha sido un componente importante de las sociedades humanas. Los antropólogos han estudiado los sistemas de parentesco, de intercambio de regalos, de simbolización de todos los órdenes de la vida espiritual, y han destacado como la “información” ha sido siempre el nexo que ha mantenido la coherencia social y en última instancia, la supervivencia de las diversas culturas. De hecho, una de las formas más usadas por una sociedad para destruir a otra consiste en atacar su universo simbólico y destruirlo o modificarlo, como hicieron los cristianos en sus diversas empresas de conquista desde el siglo quince en adelante. Por otra parte, la producción, circulación, recepción y modificación de la información (siempre usando esta palabra en el sentido ya aludido) ha estado en una permanente “revolución” desde que el hom-
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bre aprendió a registrar su mundo espiritual mediante símbolos. Desde la arcilla o la piedra, pasando por el pergamino, el papiro, las señales de humo, los tambores africanos, hasta el moderno papel, la imprenta, la radio, el cine y las computadoras, el “procesamiento de la información” no ha dejado de transformarse ni un solo instante. Es completamente insustancial, por lo tanto, insistir en la prioridad de la información como una característica fundamental de nuestro mundo moderno, como nos tienen ya acostumbrados (y aburridos) Peter Drucker, Alvin Toffler o Bill Gates, por mencionar a los más conocidos. Volvamos entonces a nuestra pregunta. ¿Qué significa la frase “revolución de la información”? Obviamente, esta revolución se refiere específicamente al papel que en ella juega la tecnología, es decir: la informática, las telecomunicaciones, Internet, los multimedia, las computadoras y la miríada de dispositivos electrónicos que han hecho su aparición en los últimos años y que de alguna manera, tienen que ver con el “procesamiento de la información”. Decíamos que hay dos extremos para una respuesta sobre esta revolución tecnológica, cada uno con sus consecuencias posibles. Por una parte, un ejercito de tecnófilos, jóvenes adinerados, empresarios e incluso políticos, ven en esta vertiginoso aluvión de innovaciones tecnológicas, poco menos que la salvación de la humanidad. Desde el “largo boom” en
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la economía que promete la revista Wired, hasta la utopía social con la que sueñan los envejecidos hippies del New Earth Cathalog, los sectores más privilegiados de la sociedad están convencidos del papel benéfico de la transformación tecnológica. En cierta medida, esta convicción es lógica: ellos son, en general, sus mayores beneficiarios. Por otra parte, un número tal vez menor pero igualmente significativo de tecnófobos, atribuye todos los males de nuestro mundo al progreso tecnológico, y como en las antiguas culturas, han encontrado un chivo expiatorio, no ya en los judíos, en los leprosos o en los extranjeros, sino en las computadoras y todo lo que las rodea. Así tenemos a nuestro extraordinario poeta Juan Liscano denunciando a Internet como obra del demonio, como también a una cantidad de pensadores más o menos inteligentes que denuncian los poderes maléficos de la tecnología. Para ser justos, hay críticos serios y brillantes, como Paul Virilio, quienes han meditado sobre Internet y la tecnología en general, elaborando posiciones interesantes y dignas de ser tenidas en cuenta. En cierta forma, ambas posiciones, aunque antagónicas e irreconciliables, tienen algo de razón. Efectivamente el cambio tecnológico pudiera hacer posible una sociedad más democrática, una educación
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más efectiva o una vida laboral más cómoda. También es cierto que algunos de los temores de los tecnófobos no son sólo producto de una fantasía romántica: hemos visto en otras áreas de la tecnología catástrofes como Chernobyl, aberraciones como la manipulación genética, o experimentos monstruosos como los emprendidos para controlar la mente a través de electrodos introducidos en el cerebro. La tecnología de la información no está excenta de ser usada para fines contrarios a los valores democráticos, como lo muestra, por ejemplo, el origen militar de esta tecnología y el papel que los servicios de inteligencia de las grandes potencias han jugado en su desarrollo y perfeccionamiento (basta recordar a Alan Turing, Von Neumann y la cantidad de científicos de la computación que trabajaron en proyectos de destrucción masiva). Reconocer que ambas concepciones de la “revolución de la información” poseen un grado de verdad, aunque sea pequeño, sin embargo, no nos deja intelectualmente satisfechos. No creemos que se puedan hacer predicciones sobre el desarrollo de la tecnología, ya que su velocidad de cambio y su creciente complejidad desafían el talento y la imaginación incluso de los más prolíficos escritores de bestsellers. Pero si no podemos predecir, al menos podemos
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indagar sobre las posibilidades de las que la tecnología es portadora. La tecnología es una de las muchas “capas de la cebolla” que constituye lo social. Es un conjunto de relaciones entre los hombres. Las máquinas y los procedimientos en los que la tecnología se encarna son como el papel sobre el que escribimos un texto: son la expresión material de algo que no lo es. Si la “revolución de la información” nos va a traer el infierno o el paraíso, (o una mezcla de ambos, que parece más probable), solo dependerá de cómo los hombres y mujeres de este mundo tan cambiante la usemos, qué sentido le demos y para qué fines destinemos su enorme potencial. Tal vez por esa ambigüedad de la tecnología, por ese inmenso potencial, liberador o exclavizante, que se oculta en su seno, es que no debemos conformarnos con las apreciaciones ligeras de las modas gerenciales y de los fabricantes de artefactos, sino que tenemos la obligación de examinar el tema con mayor profundidad. En ambos bandos hay pensadores serios: Langdon Winner, Jacques Ellul, Paul Virilio, por el lado de los críticos pesimistas; McLuhan, Esther Dyson, Carl Sagan y muchos otros por el lado de los optimistas. He nombrado sólo aquellos que mi limitado conocimiento me permite recordar; existe una enorme cantidad de pensadores que han abordado el problema
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con profundidad y que merecen ser leídos.
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Frustración, Tecnofobia y Tecnoestrés en la Empresa de Hoy I Hemos leído y escuchado tantas veces que la tecnología de la información (principalmente el uso de las computadoras) constituye la clave del éxito de las empresas, de nuestras carreras profesionales e incluso de la modernización del país, que nos cuesta comprender y explicar las dificultades propias del uso de esta tecnología y la gran frustración que genera en muchos de sus supuestos beneficiarios y en quienes tienen que asistirlos: los consultores, los proveedores de software y hardware, los asesores de las empresas. Esta frustración muchas veces llega a ser de tal magnitud, que hay quienes han abandonado totalmente el uso de las computadoras y han «regresado» a sus antiguas herramientas manuales, prefiriendo lo «malo conocido», con todas las desventajas que se supone que elimina la tecnología, a enfrentarse a un mundo de máquinas, programas,
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analistas, consultores, en el que muchas veces invierten grandes cantidades de dinero sin encontrar un beneficio tangible. Hay también un elevado número de usuarios que por temor a ser considerados anticuados, retrógrados o algo peor, continúan sometiéndose a estas frustraciones, pero tal vez, si pudieran expresarse o actuar libremente, tomarían el mismo camino de los otros. Por supuesto, no todo es frustración, perdida de tiempo y dinero. De ser así, los proveedores de computadoras y de software y todas las industrias y servicios que están relacionadas con la tecnología no se encontrarían entre las empresas más rentables de los últimos años (de lo cual puede dar fe uno de los hombres más ricos del planeta, el amado y odiado Bill Gates). Sin embargo, este fenómeno de frustración está lo suficientemente extendido como para que requiera una consideración que vaya más allá de las respuestas simplistas que suelen dar muchos expertos y que en su mayoría consisten en desplazar las responsabilidades y centrar el problema en la «cultura» del usuario, de la empresa o hasta del país. Esta frustración de la que estamos hablando ha dado paso a (o está asociada con) una situación que muy bien pudiera convertirse en un problema de salud pública, aunque por ahora se encuentra prácticamente restringida al mundo laboral. Nos referimos a dos afecciones relacionadas que pueden ir desde un te-
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mor más o menos inocuo a las computadoras y artefactos afines, hasta enfermedades que ya están comenzando a considerarse en la literatura médica.
II Aunque se sabe desde hace muchos años que las computadoras y otros artefactos tecnológicos producen en algunas personas una fobia o temor a su uso, por una parte, y que una porción considerable del «estrés» del trabajo de oficina se genera por el uso de esta tecnología, es en los últimos años que estos fenómenos han pasado a la atención pública, y que se conocen por sus neologismos ingleses españolizados como «tecnofobia» y «tecnoestrés», respectivamente. Aunque se han hecho algunos avances en la detección y tratamiento de estas afecciones, es poco lo que se sabe de las mismas. Pero una cosa sí está demostrada: afecta la productividad de los usuarios y, por consiguiente, la eficiencia y la rentabilidad de las empresas, sin contar con el hecho de que estos usuarios suelen ser una pesada carga para los departamentos de soporte técnico y que muchas inversiones en activos tecnológicos se pierden porque los mismos los rechazan o no los usan como deberían. El miedo a la tecnología no es nada nuevo. Ya Platón, en su célebre Fedro, había condenado el uso de la escritura, quizás la tecnología de información por excelencia. Los
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antiguos griegos expresaban este temor a la tecnología en mitos como los de Prometeo, patrón de los artesanos y castigado por los dioses por ayudar al hombre regalándole el fuego, y en las historias de Dédalo e Ícaro, inventores de artificios mecánicos y del arte de volar, así como en la de Hefesto, patrón de los herreros e inventores, presentado como el más feo de los dioses. Desde por lo menos el siglo diecisiete se sabe que existieron rebeliones de artesanos contra todo intento de mecanizar alguna parte de sus oficios, así como del trato que recibían los inventores y aquellos precursores de la química que fueron los alquimistas, quienes muchas veces debían huir de sus pueblos por miedo a sus conciudadanos o a la Inquisición. En el siglo diecinueve, grupos de trabajadores conocidos como los luditas, atacaban las fábricas y destruían las máquinas, que ellos consideraban como enemigas de sus puestos de trabajo y de su forma de vida. En los primeros tiempos de lo que después se llamó «el movimiento obrero», las discusiones entre los socialistas y los luditas fueron muy intensas; recuérdese que el marxismo, filosofía que llegó a monopolizar el pensamiento político de los obreros en Inglaterra y los demás países avanzados, era una ideología que glorificaba a la máquina y a la industria moderna de la época. En el Manifiesto Comunista de 1848 hay una descripción de los avances de la tecnología y del maquinismo que colinda con la exaltación poética. Nosotros, contemporá-
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neos de «la tercera ola», el «post-fordismo» y todas esas trivialidades verbales que inventan los supuestos expertos, pero que experimentamos los nada triviales fenómenos de la contaminación ambiental, la alienación de las urbes modernas y los usos destructivos de la tecnología, difícilmente podemos compartir el entusiasmo marxista por el desarrollo del modo de producción industrial. Decíamos que el miedo a la tecnología es viejo, pero ese miedo, como tratamos de explicar, estaba asociado a condiciones políticas y sociales de la gente, y a una concepción de lo que tiene de positivo o negativo el modo de producción industrial y de la máquina como artefacto. La tecnofobia, y su padecimiento hermano, el tecnoestrés, son relativamente nuevos, porque es en nuestra época cuando la tecnología ha dejado de ser patrimonio exclusivo de las elites o de estar restringida al ámbito de la producción, y ha penetrado en todos los espacios de la vida moderna. Si hacemos una de esas groseras abstracciones a que son tan proclives nuestros economistas y nos olvidamos de la mayoría de la población, podríamos decir que prácticamente en cada casa venezolana hay luz eléctrica, teléfono, ascensores en los edificios y cantidad de artefactos tecnológicos. En una porción pequeña pero significativa, hay televisores a color, computadoras, e Internet, esta última quizás la reina de las tecnologías. En general, nadie le tiene miedo a su teléfono ni a su calentador eléctrico, porque, al menos en el caso de
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las clases medias, estos son artefactos que pertenecen a su cotidianeidad, tal vez desde su infancia. El problema de la tecnofobia se presenta generalmente en las empresas y particularmente con las computadoras. Deseamos hacer algunas precisiones sobre el mismo que posiblemente ayuden a las personas encargadas de administrar la tecnología a tratar con este problema, o por lo menos, a estar conscientes de su existencia. Creemos que hay que distinguir la tecnofobia del pensamiento crítico que algunos filósofos, sociólogos o incluso ingenieros, han elaborado sobre la tecnología. Paul Virilio, Theodore Rosnack, Langdon Winner y otros han escrito libros muy influyentes al respecto y se esté o no de acuerdo con ellos, sería injusto llamarlos tecnófobos. Distintos son los casos de nuestro eminente poeta Juan Liscano o de pensadores como Jaques Ellul, quienes tienen una posición radical y definitivamente contraria a la tecnología. Por otra parte, tampoco se deben confundir a estos críticos o a estos opositores de la tecnología con los ideólogos terroristas que abogan por el sabotaje de las industrias o el asesinato, como el tristemente célebre Unabomber, un terrorista que se especializó en sobres-bombas y que ha publicado sus manifiestos contra la tecnología en periódicos de circulación mundial e incluso en Internet. Si el lector desea gastar papel imprimiendo unas cuantas decenas de páginas delirantes, puede buscar el «Manifiesto de Unabomber» en Internet y encontrará muchos lugares que lo exhiben. Finalmente, no debemos confundir la tecnofobia del usuario de una computadora que
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simplemente siente temor de interactuar con una máquina, y que por lo mismo tal vez se vuelve menos productivo o una fuente de costos para la empresa, con el tecnófobo a quien esta dolencia incapacita para realizar su trabajo o para desenvolverse normalmente en su vida cotidiana. Este último necesita ayuda psicológica o psiquiátrica, disciplinas estas sobre las que no podemos opinar. Desde el punto de vista gerencial, estas diferenciaciones son fundamentales, ya que es importante distinguir cuándo podemos ayudar a la persona que padece de este mal y cuándo es necesario que intervengan profesionales de la salud. Quisiera mencionar dos anécdotas que creo ilustran sendos aspectos del comportamiento de las máquinas o de los expertos y la relación de ambos con los usuarios. En su extraordinario libro Vida secreta de los objetos inanimados, el biólogo Lyall Watson hace las siguientes reflexiones: En la medida en que hemos dado entrada a los ordenadores en nuestra vida, hemos depositado en ellos casi tanto afecto y atención como en los automóviles, pero los ordenadores han generado mucho más odio y cita la siguiente anécdota: Uno de los principales blancos de este senti-
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miento en Inglaterra es la gigantesca máquina que realiza mas de mil transacciones diarias en el Centro de Matriculación de Vehículos de Seanesa. Esa máquina tiene por costumbre negarse a emitir registros separados para hermanos gemelos, ordena la detención de conductores por robar sus propios coches y denuncia a inocentes solicitantes de licencias como poseedores de antecedentes criminales. Creo que todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos encontrado con «errores del sistema», sobre todo en nuestros estados de cuenta de tarjetas de crédito o en el uso de los cajeros automáticos, aunque no se nos ha ocurrido, al menos todavía, desarrollar un odio por las computadoras como el que relata, Lyall Watson en el mismo libro: Un astuto ciudadano de Atlanta (Georgia) encontró la forma de satisfacer los casos de extrema frustración mecánica. Se llama Paul la Vista y posee un polígono de tiro donde alienta a sus clientes a alquilar un arma y dispara a blancos de su elección. Según el, los ordenadores se cuentan entre los objetos más elegidos: «vienen durante el año entero y los acribillan a balazos. Hay sutilezas en la forma
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de la ejecución que a veces rozan en lo sádico. Recuerdo a un grupo de siete u ocho hombres que trajeron una inmensa impresora. La enchufaron, y cuando estaba empezando a imprimir, la hicieron añicos» Durante una exposición de ordenadores celebrada en la ciudad, constantemente salían de los pabellones grupos de linchadores que traían a sus víctimas. Uno de esos grupos alquiló tres metralletas, una Uzi, una M3 y una Thompson. Cuando se marcharon, parecía una central informática por la que hubiera pasado un tornado. En cuanto a los «expertos», y como estos diluyen su responsabilidad frente a los usuarios, culpándose unos a otros, me pareció interesante este ejemplo narrado por el profesor Lawrence J. Peter, autor del famoso Principio de Peter, en su libro Por Qué Las Cosas Salen Mal: Cuando me jubilé, nos trasladamos a una vieja y pequeña casa cerca del mar, que necesitaba muchas reparaciones. Uno de los problemas era una ventana de mi despacho que estaba atascada, cerrada completamente. Hice venir al carpintero para repararla y cambiar el pestillo. Cuando hubo terminado, la ventana se abría, pero las luces no funcionaban. El
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electricista descubrió que el carpintero había agujereado el cable con un clavo, causando un corto circuito. Reparó el cable y las luces funcionaron, pero más tarde descubrí que al volver a colocar el clavo en la ventana el electricista había hecho una raja en el cristal. El vidriero reparó el cristal y entonces llamé al pintor para que acabara el trabajo. Consideraba completado el asunto cuando me di cuenta de que había pintado con la ventana cerrada y que no la podía abrir. Esta deliciosa anécdota se refiere a un aspecto relativamente simple de la tecnología, a su nivel más cercano al hombre, mas intuitivo: una ventana. Para reparar un defecto relativamente trivial, intervinieron cuatro artesanos y el problema quedo sin resolver. Un texto no tan simpático aparece en El Acto de la Creación, de Arthur Koestler, donde escribe acerca del hombre moderno: ...utiliza los productos de la ciencia y la técnica de una manera meramente posesiva, explotadora, sin ningún tipo de comprensión o sentimiento. Su relación con los objetos que lo rodean en su existencia cotidiana, el grifo que le da agua para el baño, la calefacción que lo
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mantiene en una temperatura agradable, el interruptor de la luz -en una palabra, con el entorno en que vive, es impersonal y posesiva. El hombre moderno vive aislado en su entorno artificial, no debido a que lo artificial sea malo, sino debido a su falta de comprensión de la relación de sus objetos con las fuerzas de la naturaleza, con el orden universal. No es la calefacción central la que convierte su existencia en «antinatural», sino su negativa a interesarse en los principios que la subyacen. Al depender por entero de la ciencia, pero cerrando su entendimiento a ella, el hombre moderno lleva la vida de un bárbaro urbano.
II ¿Cuáles son las causas de que algunos usuarios de la tecnología desarrollen la tecnofobia o sufran del tecnoestrés? Incursionando un poco en un campo que sólo conocemos como diletantes, nos atreveríamos a opinar que la tecnofobia se origina en dos hechos centrales de nuestra vida moderna. Por una parte, ya algunos de los filósofos más influyentes de este siglo escribieron acerca del «extrañamiento» del hombre moderno frente a un mundo invadido de artefactos que le son dados para un uso que muchas veces no entiende, y cuyo funcionamiento es cada vez más «opaco» a su comprensión. Cuando yo era niño,
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todos mis amigos fabricaban su «radio de galena», que cabía en una cajita de fósforos y que nos proporcionaba horas de entretenimiento, además de agudizar nuestro ingenio. Un niño de hoy juega con una computadora gráfica cuyo funcionamiento le es totalmente desconocido y cuyo uso no le proporciona ningún conocimiento acerca del aparato (aunque estos dispositivos, como el Nintendo o el Play Station, desarrollan habilidades extraordinarias en los niños, en otro sentido). Por otra parte, esta pléyade de artefactos, en la mayoría de los casos (sobre todo en los relacionados con la tecnología de la información), suele requerir de un conjunto de «expertos» que los hagan inteligibles, que entrenen al usuario y que lo asistan en sus funciones más complicadas. Este se siente abrumado por los conocimientos del experto, quien involuntariamente termina produciendo el efecto opuesto del que busca: lejos de acercar al usuario al dispositivo, produce un rechazo o un temor que, con el tiempo, se convierte en fobia. Seguramente, los psiquiatras y psicólogos tengan explicaciones más profundas e indudablemente, desde el ángulo profesional que les corresponde, puedan contribuir con criterios más exactos. El doctor Vicente Pontillo, en Valencia, ha desarrollado una metodología para la detección y la cura de este mal y posiblemente otros profesionales que desconozco estén haciendo lo propio. La gran estrella, el precursor a nivel médico, de este tema, es el
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doctor Larry Rosen (http://www.csudh.edu/psych/ lrosen.htm), quien ha escrito varios libros sobre el tema y posee varias páginas Web muy interesantes. ¿Qué puede hacer el experto en tecnología, la gerencia de sistemas o el personal de soporte técnico, para ayudar a estos usuarios a superar su problema? Si logra convencer al departamento de Recursos Humanos para que elabore un diagnóstico dentro de su empresa para detectar este mal (diagnóstico, claro está, que debe ser realizado por profesionales debidamente calificados), estará muy cerca de eliminar o minimizar los problemas que traen consigo estos males. Pero como recomendación de «primeros auxilios», el personal de soporte a los usuarios debería tratar de usar un lenguaje accesible al usuario, una actitud pedagógica, y procurar mostrar en forma práctica que las computadoras y los demás dispositivos de tecnología de información son herramientas útiles para su trabajo y no objetos para ser temidos. El tacto y la paciencia, sin duda, ayudan en estas actividades. Es importante que, tanto la Gerencia de Sistemas como de Recursos Humanos, estén al tanto de los hallazgos que se realicen en este terreno, para tomar las medidas correspondientes.
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III Poco a poco, a medida que las modas gerenciales se propagan por los países más atrasados tecnológicamente, comenzaremos a escuchar con más frecuencia estas palabras, tecnoestrés y tecnofobia, en cursos, seminarios y seguramente en productos elaborados para las empresas. Estamos convencidos de que comenzar a atacar hoy el problema puede no sólo servir a mejorar las condiciones de trabajo de las personas, sino impactar directamente sobre la rentabilidad de la empresa, su eficiencia y sus ventajas competitivas. Es notable el hecho que en los paises avanzados (en particular en Estados Unidos), está surgiendo toda una rama de la medicina ocupacional dedicada a quienes sufren dolencias producidas por el uso de las computadoras. La creciente presencia y ubicuidad de las computadoras, de la que hablábamos anteriormente, ha creado una generación psicoterapeutas y médicos de diversas especialidades para tratar a los gerentes de sistemas, programadores y a los usuarios cuyo trabajo está muy relacionado con las computadoras. Estos factores ergonómicos, de riesgo ocupacional, y en general relacionados con el uso de las máquinas, ciertamente son factores de irritación intrínsecos al uso de la tecnología y contribuyen al surgimiento de la tecnofobia o el tecnoestrés aun en au-
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sencia de los mismos, es decir, aun si los ojos del programador no se irritan, su espalda no duele o no llega a notar ninguna dolencia física.
IV Creemos que hay varias causas para el surgimineto de estas dolencias. Entre las principales, podríamos enumerar: las espectativas irreales que los facilitadores crean en los usuarios, los problemas del cambio tecnológico y la llamada obsolesencia planificada, una grave deficiencia de percepción que suele tener la gerencia hacia el problema de la complejidad de los sistemas informáticos modernos, la contradiccion entre los intereses de la empresa y las necesidades y conveniencias del usuario. Estamos conscientes de que cada uno de estos elementos mencionados requeriría ser abordado en profundidad; nos limitaremos a algunas acotaciones de los puntos que consideramos más relevantes. Los vendedores suelen hacer afirmaciones irreales sobre sus productos, o tienden a exagerar las virtudes y a minimizar o incluso ocultar los defectos. Cualquier manual de los cursos de ventas les enseña a hacer esto. No se trata solamente de deshonestidad, se trata de que en nuestra sociedad reina el mito de las computadoras y de la tecnología, y es desde la perspectiva de ese mito que se hacen todas esas afirmaciones inexactas. Basta leer cualquier revista de informática para notar como los anun-
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cios estan plagados de hipérboles. Frases como «la solución total de sus problemas», o anuncios donde aparecen oficinistas pescando tranquilamente mientras las computadoras trabajan por ellos son demasiado comunes y su engaño demasiado obvio para perder el tiempo analizándolos. Pero no solo los vendedores de software y hardware contribuyen con el mito tecnológico y se aprovechan de él. Los consultores, los programadores, los profesionales de la informática que prometen soluciones en «seis semanas», cuando en realidad saben que les tomará un año también contribuyen a esta falsa percepción que termina creando el rechazo, la frustración y eventualmente los males de los que estamos hablando. Un lugar de donde pocos esperarían exageraciones o engaños, el mundo de las ciencias, tiene tambien su acopio de falacias; algunos científicos, a veces, hacen afirmaciones desmesuradas. Uno de los grandes gurúes de la computación, Marvin Minsky, padre de la Inteligencia Artificial, amado y admirado por todos quienes trabajamos en este negocio, escribió, en 1970 (citado por Rosnak en El Culto de la Información): Dentro de tres a ocho años tendremos una máquina con la inteligencia general de un ser humano medio. Me refiero a una máquina que podría leer a Shakespeare, engrasar un co-
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cho, intervenir en las politiquerías de la oficina, contar un chiste, sostener una pelea. En ese punto la máquina empezará a educarse con fantástica velocidad. En unos meses habrá alcanzado el nivel de genio y, transcurridos varios meses mas, su poder será incalculable. Si esta clase de aseveraciones pueden provenir de un entorno donde se supone que lo que se dice, de alguna manera, esta respaldado por hechos demostrados o teóricamente factibles, como lo es la comunidad científica, ¿qué podemos esperar de las agencias publicitarias? ¿qué reacción podemos esperar del simple usuario que lee semejante disparate y comprueba que su computadora, treinta años después, es incapaz de realizar unos cálculos triviales por que supuestamete él no sabe cómo hacerlo? La obsolecencia planificada, el ciclo perverso de nuevas versiones de software que requieren equipos más poderosos, que a su vez requieren software con mayores prestaciones, en una rueda sin final aparente, las dificultades de comunicacion entre los expertos y los usuarios, debido a un sub-lenguaje saturado de frases crípticas, muchas veces producto de necesidaes tecnológicas, pero otras tantas simplemente para encubrir la vacuidad o inutilidad de ciertos servicios, el eterno conflicto entre la empresa que desea mayor productividad y el empleado que
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espera realizar su trabajo con el menor esfuerzo, son todos elementos que contribuyen a nuestro problema. Pero quizás ninguno como la falta de comprensión de la complejidad de los sistemas modernos. Citemos nuevamente a Winner en Tecnología Autónoma: Cuando un mecanismo complejo se estropea, debe recurrirse a alguien que entienda sus misterios y pueda ponerlo nuevamente en funcionamiento. Un significado de la idea de dominio es que se sea capaz de tener una visión completa de una cosa, desde el principio hasta el fin, y una gran facilidad para usarla. En este sentido, el dominio en la sociedad tecnológica es cada vez más raro. Las personas trabajan en y se sirven de organizaciones técnicas que, por su misma naturaleza, impiden tener una visión general clara. Por esto, las quejas sobre la tecnología autónoma son con mucha frecuencia de este estilo : «no entiendo lo que sucede a mi alrededor» Cualquiera que haya tenido que administrar una red de computadoras, o ser el receptor de servicios de tecnología de cierta complejidad, en los cuales in-
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tervienen distintos proveedores, o facilitadores, representantes de distintas firmas, se ha encontrado con este fenómeno que generalmente llamamos «peloteo» y que consiste en: 1) lo que hace uno lo hecha a perder el otro, 2) cada quien responsabiliza a otro por el problema, 3) el usuario final queda confuso y frustrado, generalmente con el problema sin resolver, luego de haber gastado dinero y perdido tiempo, 4) desearía «cortarle la cabeza» a alguien, pero no sabe a quien. Generalmente el usuario se inclina por aquel facilitador que tiene menos habilidades verbales para inventar excusas, que le cae menos simpatico, o utiliza cualquier otro criterio que no tiene relación alguna con el problema. ¿Por qué? Porque el problema, como en la anécdota de Peter, no se produce por la intervencion de una persona, o por un detalle puntual susceptible de ser aislado y corregido. El problema tiene sus raices en la complejidad, una complejidad que excede la capacidad de los expertos para comprenderla en toda su magnitud. V En su último libro, publicado pocos meses después de su muerte, el astrónomo y divulgador de la ciencia Carl Sagan, en medio de una argumentacíon apasionada en favor de la ciencia y contra las supersticiones o la devaluación que esta ha sufrido a los ojos del público, se refiere al problema de la com-
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plejidad de la ciencia y a cómo la gente la percibe como algo que nada tiene que ver con sus vidas y que mucho menos pueden comprender. En este libro hay una explicación que muy bien se puede extrapolar a los usuarios de las computadoras. El ejemplo de Sagan se basa en el interés del público por el deporte, en cómo la gente es capaz de comprender las complejas explicaciones estadísticas del beisbol y de otros deportes. En nuestro país, pudieramos citar el ejemplo de las revistas de caballos. Confieso que jamas he comprendido todos esos numeritos que aparecen en ellas, pero es obvio que los apasionados del hipismo si los comprenden, o por lo menos se sienten cómodos con ellos, ya que por increible que parezca, las revistas hípicas se encuentran entre las de mayor circulación en Venezuela. Pues bien, si un una persona puede leer con provecho (real o imaginario, ese es otro asunto) una revista hípica, si no encuentra resistencia frente a unas tablas tan agrestes como las famosas tablas de logaritmos de Allen que usabamos en el bachillerato, ¿por qué no leen los manuales de los sistemas que usan? ¿qué hay en estos, escritos con los criterios pedagógicos más avanzados, que crean resistencia? Se trata, obviamente (y en este punto estoy de acuerdo con los expertos que antes contradije) de un problema cultural. Aquello es diversión, o posibilidades de riquezas. Esto es «tecnología», trabajo, dependencia de una máquina. 102
¿Tienen los usuarios alguna responsabilidad en el surgimiento de estos males? ¿No son acaso ellos las víctimas inocentes de una industria y de unos profesionales ineptos? El usuario no es inocente ni puede eludir sus responsabilidades. Las empresas adquieren costosos equipos para obtener una mayor productividad. El usuario no debe ceder a la propaganda o a la criptografía de los expertos. Debe dejar de sentirse una víctima de personas y entidades que generalmente (aunque no siempre) desean ayudarlo, y actuar proactivamente. El usuario debe comprender que el uso de una tecnología tan nueva, tan compleja y tan cambiante, como es el caso de la tecnología de la información, no puede ser fácil, ni lo va a ser, no importa qué le digan los vendedores, los programnadores o los consultores. Esta tecnología requiere de un esfuerzo especial, como en su tiempo lo requirio el teléfono, el automóvil o el televisor (¿recuerda usted la primera vez que tuvo que sintonizar su nuevo televisor?), pero de un nivel de complejidad muchisimo mayor. El usuario debe practicar, debe estudiar, y debe, por sobre todas las cosas, tener paciencia. La frustración, la tecnofobia o el tecnoestrés pueden quizás evitarse o aliviarse, sólo si cada uno de los agentes que intervienen en el proceso de la información asume sus responsabilidades y está dispuesto a colaborar con los demás para superar las dificultades intrínsecas de la nueva tecnología.
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Paul Virilio, genio y outsider Soy un “niño de la guerra”. Durante mi infancia viví los horrores de la Segunda Guerra Mundial, viendo la tecnología como terror absoluto. Estuve en Nantes, la cual fue destruida por nuestros aliados –los americanos y los ingleses. Para un niño, una ciudad es como Los Alpes, es eterna como las montañas. Entonces, un solo bombardeo y todo desaparece. La guerra fue mi universidad. Entrevista en la revista Wired …otro punto importante: no hay información sin desinformación. Una nueva clase de desinformación está apareciendo en el horizonte, una que no tiene nada que ver con la censura intencional. Es una especie de asfixia
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sensorial, una pérdida del control racional. Esto representa otro gran riesgo para la humanidad, como predijo Albert Einstein en los años 50 cuando habló de una “segunda bomba”. Después de la bomba atómica, la bomba de la computadora. Una bomba para la cual la interactividad en tiempo real será para la información lo que es la radioactividad para la energía. Esta vez, la desintegración golpeará a la gente que constituye nuestra sociedad y no sólo a partículas de materia. Podemos ver este fenómeno en el desempleo estructural, la tendencia hacia el “teletrabajo” y las reubicaciones corporativas. Alert in Cyberspace! Aunque Paul Virilio escribe obras magníficas desde hace muchos años acerca de la tecnología y otros temas relacionados, ha sido muy recientemente que el mundo de la cybercultura ha comenzado a tomarlo en cuenta y que, en consecuencia, él se ha dedicado específicamente a este mundo en sus últimos ensayos, sobre todo en su libro Cybermundo (Dolmen Ediciones, 1997), recientemente publicado en español. Esta obra debería ser lectura obligatoria en todas las escuelas e institutos que pretenden enseñar algo sobre la tecnología. Independientemente de la posición que se adopte sobre sus opiniones, es fundamental que nuestros jóvenes empiecen a pensar en forma
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crítica acerca de ese tejido cultural llamado tecnología, que sustenta desde ya sus vidas y que cada vez jugará un papel más importante en todas sus actividades: desde el estudio y en entretenimiento hasta su trabajo, su salud y posiblemente su vida afectiva. Una posición pesimista como la de Virilio puede servir de antídoto a la aceptación pasiva y sin examen de la aparentemente irresistible imposición del modo de vida que induce la tecnología. Pail Virilio es un personaje sorprendente. Hombre culto y dotado de una gran calidad estilística, ha sido por mucho tiempo historiador militar y se ha ocupado de temas como la construcción de fortalezas, los problemas asociados a los vehículos que se desplazan a alta velocidad y finalmente, tal vez como reacción ante el descubrimiento que del él hace el mundo de la cultura digital, de Internet y las nuevas tecnologías. Todos estos temas los ha tratado con profundidad y elegancia, y cada libro suyo es una pequeña joya – sus libros son breves, casi opúsculos. Tal vez lo más interesante que se pueda destacar del universo intelectual de este hombre es, además de la multiplicidad de sus intereses y de su habilidad para relacionar materias aparentemente disímiles o conceptualmente lejanas, es la posición básica desde la cual piensa y escribe: Virilio es un católico que no se avergüenza de afirmar que cree en el Apocalipsis y en la Segunda Venida de Cristo, afirmaciones estas un poco incongruentes en nuestro
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mundo desposeído de una perspectiva de lo sagrado, un mundo que pareciera haber confiado su destino entero a las promesas de la ciencia y la tecnología, aunque cada día los economistas, los astrónomos o los científicos de la computación nos revelen un nuevo error en sus teorías o en sus predicciones. De sus múltiples intereses nos habla su biografía: nació en París in 1932, estudió arquitectura, fue editor de varias revistas y ha sido profesor de arquitectura en la Ecole Speciale d’Architecture en París desde 1968, donde se convirtió en director de estudios en 1973. Ha estudiado la arquitectura de los “bunkers” y ha dirigido exposiciones sobre este tema (sobre el cual también ha teorizado). En 1989 fue nombrado profesor del College International de Philosophie en París, bajo la presidencia de Jacques Derrida. Algunas de sus obras más importantes también testimonian el espíritu enciclopédico de este pensador: El arte del motor (1995), Arqueología de los Bunkers (1994), La Máquina de la Visión (1994), Estética de la Desaparición (1989), Velocidad y Política y muchos otros títulos relacionados con la tecnología, la velocidad, la historia militar y la arquitectura. Algunos de estos libros contienen interesantes opiniones que creemos que vale la pena citar in exten-
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so, como los epígrafes iniciales: De “Cibermundo ¿una política suicida?” (páginas 14 y 15): Bien sabemos, sólo se progresa con una tecnología reconociendo su accidente específico, su negatividad inherente. Sin embargo, en la actualidad, las nuevas tecnologías constituyen el vehículo para un cierto tipo de accidente que ya no es local y situado con precisión, como el naufragio del Titanic o el descarrilamiento de un tren, sino un accidente general, un accidente que involucra inmediatamente a la totalidad del mundo. Cuando se nos dice que la red Internet tiene una vocación mundialista, eso es algo evidente. Pero el accidente de Internet, o el accidente de otras tecnologías de la misma especie, es también la aparición de un accidente total, por no decir integral. Sin embargo, tal situación no tiene precedentes. Jamás hemos asistido, salvo, tal vez, durante la caída de la Bolsa, a un accidente integral, un accidente que afecte a todo el mundo al mismo tiempo.
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¿Hace falta señalar el carácter profético de este párrafo, cuando pensamos en el llamado problema Y2K (el “problema del año 2000”) o las repercusiones de la caída de las bolsas asiáticas?
Los multimedios nos enfrentan a la siguiente pregunta: ¿seremos capaces de hallar una democracia del tiempo real, del live, de la inmediatez y de la ubicuidad? Pienso que no y aquellos que se apuran en afirmar lo contrario no son gente muy seria. Creo que todos aquellos que navegamos en la Web, sobre todo en los sitios de discusión sobre la “sociedad del futuro”, estamos un poco cansados de las predicciones de un mundo mejor producido por la tecnología. De El Arte del motor: Si según Gaboriau el tiempo es una oscuridad más que borra, uno a uno, los indicios materiales y nos aleja de la realidad de los hechos y las cosas, ¿que ocurre con el efecto de realidad de los del tiempo-luz, de la falsa proximidad de ese mundo sin espesor y sin sombra cuya
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unificación prometida maravillaba a McLuhan? Por supuesto, unas posiciones tan radicales, por muy lúcidas o inteligentes que sean, no podían quedar sin contestación, por otras mentes tan lúcidas como la suya. Bástenos citar este ejemplo de la revista Radical Philosophy de mayo de 1996, basado principalmente en una crítica de sus posiciones extremas expuestas en “La Máquina de la Visión”: Existen también uno o dos problemas preocupantes acerca de la visión de Virilio sobre la tecnología. Por una parte, su trabajo se fundamenta en un pesimismo tecnológico. De hecho, uno no puede evitar escuchar la voz prohibida de Jacques Ellul, como un eco, a través de las páginas de “La Máquina de la Visión”. Como Ellul, Virilio no comprende que aunque las tecnologías de la visión sean técnicamente factibles, esto no significa que necesariamente serán rentables o prácticamente susceptibles de ser construidas. Más aun, Virilio pareciera no estar consciente de lo que pudiera ser descrito como “tecnologías compuestas”, como los vídeo juegos, que incorporan teclados, sonido y visión. Tampoco parece estar enterado de los análisis feminis-
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tas de la tecnología y la subjetividad, como los propuestos por Donna Haraway. De igual manera, el énfasis de Virilio en la desaparición del espacio material y su casi completa sustitución por el “espacio de la velocidad” de las cámaras de vídeo de vigilancia, parecieran no sólo prematuros, sino un tanto exagerados. Se puede o no estar de acuerdo con las opiniones de Virilio, y en mi caso particular, la mayoría de las veces no lo estoy, pero ante la creciente banalidad de todo lo que se escribe sobre el cyberespacio, la “sociedad virtual”, la “nueva economía” y todo ese universo de lugares comunes que forman el vocabulario de los adolescentes y de muchos así llamados expertos, es reconfortante leer la prosa clara y precisa, un poco tersa, muy francesa, de este hombre a quien las modas han lanzado a las páginas de las revistas de tecnología, tal vez contra su voluntad.
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The Well
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The Well El tema de las “comunidades virtuales” aparece en cada anuncio de un nuevo “portal” o de cualquier servicio de hosting o de conexiones a Internet, los cuales proliferan a una velocidad inconcebible. Este uso constante de un término cuyo significado, amplio y a veces impreciso, remite sin embargo a una realidad tecnológica muy específica, ha resultado en que prácticamente cualquier lista de correos sobre cocina o sobre un candidato político sea considerada una comunidad virtual. Esta banalización de los términos y conceptos de Internet corre pareja con la transformación que sufrió la Red, que la ha llevado a ser una estructura predominantemente comercial, muchas veces de contenido insípido o incluso pernicioso, y en todo caso, el escenario de luchas entre titanes del mundo de las comunicaciones y la tecnología, que deforman cada vez más su carácter original (me refie116
ro a la Internet post-militar) en un sentido que pareciera sólo beneficiar a este grupo de “cyberinversionistas”. consultar en wired.com, en su sección de “archivo”) y se puede encontrar fragmentos de ella en varios sitios de la Red, en particular en la propia comunidad, en well.com, aunque en cualquier libro que cuente la historia de Internet aparecen alusiones o fragmentos de su historia. Para esta nota he consultado Internet Unleashed, un libro clásico de los “internautas”, publicado hace unos años por Sam.net. The Well, que traducido al español quiere decir “la fuente”, es el acrónimo de Whole Earth ´Lectonic Link. Este título, un tanto esotérico, se deriva de la publicación Whole Earth Review, una de muchas revistas que salían de las mentes de un grupo de hippies californianos que vieron en la Internet de los primero años la posibilidad de hacer llegar sus ideas a más gente y, sobre todo, que esta gente se comunicara entre sí y que, en última instancia, participaran en la elaboración del contenido de estas publicaciones. Stewart Brandt, Lary Brilliant, y otros ligados a The Whole Earth, crearon lo que en aquel momento (1985) se llamó una comunidad “on line”, que originalmente consistía de unos doscientos miembros y extendía sus conexiones en 117
el área de San Francisco. Muy pronto, gracias a la conectividad que permite Internet, contó con miembros de todas partes de Estados Unidos y, finalmente, del mundo, llegando a tener hoy mas de diez mil habitantes. (Aunque originalmente esta comunidad era “basada en texto”, es decir, sus miembros escribían mensajes en una estación de trabajo Unix, actualmente, gracias a la Web, su independencia de plataformas y su interface gráfica, The Well es accesible desde cualquier computadora y a un precio muy reducido (yo me afilié por diez dólares al mes, aunque hay una afiliación más costosa que incluye servicios especiales. Para más información, pueden consultar directamente en Well.com. The Well es un lugar del “cyberespacio” para conocer gente interesante, para mantener discusiones sobre prácticamente cualquier cosa, mediante sus “conferencias”, que se ocupan de temas tales como: Responsabilidad y Política, Medios de Comunicación, Negocios y Vida Cotidiana, Artes y Letras, Recreación, Computadoras y muchos otros más, sin contar con las “conferencias” privadas que se pueden establecer entre un grupo de miembros. Quienes hayan tenido experiencia con servicios tales como
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Compuserve o American Online, reconocerán en las conferencias de The Well, los “foros”, con sus múltiples salones y áreas privadas. La diferencia, quizás, está en la calidad de los participantes, en la libertad existente en las discusiones (no hay censura, como sucede en otros servicios que pasan por ser comunidades) y la obvia trascendencia que en el mundo cyber han tenido algunas de las discusiones que se han dado en The Well, cosa que se puede decir de muy pocas otras comunidades, al menos de las conocidas. (Sabemos que en Internet hay también un mundo subterráneo en el que ocurren cosas fascinantes y discusiones que pueden cambiar la vida de uno, pero tal vez este no es el medio más idóneo para hablar del asunto). Por ejemplo, de esta comunidad salieron los fundadores de Electronic Frontier Foundation, una asociación fundada para preservar los valores de libertad de expresión en la Red, así como el espíritu y valores originales de los primeros “internautas” (eff.org). Hay quienes, como Mark Pesce y otros personajes fundamentales de la Red, piensan que Internet “ya no es lo que solía ser”, que ha sido absorbida completamente por el espíritu comercial, que sólo fue un breve paréntesis de posibilidades humanas entre su uso militar y los pocos años que transcurrieron hasta su inmersión en la e-basura que
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surge a diario, y que queda poco espacio en ella para hacer algo que valga la pena. Hay quienes piensan que sus ilusiones utópicas sobre una democracia electrónica, un universo libre y autónomo, fuera del control del las corporaciones y los gobiernos, se alejan cada vez más de las realidades de la Red. Las comunidades virtuales que proliferan como hongos, en su mayoría, son esquemas para atrapar incautos, para recabar datos de mercadeo o para vender servicios de otro tipo que aquellos que supone el afiliado que cuando se afilia. Dependerá de quienes creen que Internet y las nuevas tecnologías pueden abrir una puerta a un nuevo mundo, un mundo menos podrido que el actual, donde los seres humanos tengan la posibilidad que los medios de comunicación le niegan a cada minuto, es decir, la posibilidad de expresarse libremente, sin tener que invertir una fortuna, en fin, de quienes aún creen en las viejas promesas de los pioneros de The Well y de otros “cyberutopistas”, la posibilidad de crear verdaderas comunidades virtuales y abrir nuevos e inesperados lugares para que el pacto de la horda salvaje con la que soñó Freud pueda convertirse en un nuevo pacto simbólico de comunicación, solidaridad y
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construcción de un mundo mejor.
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¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan?
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¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan?
Recientemente, preparando la bibliografía de un ensayo sobre la evolución de la tecnología, hice las paces con un autor que en mi juventud injustamente desprecié, en parte porque no compartía sus puntos de vista, en parte, creo, por la presión del grupo: hace veinte años, este sabio canadiense era un ideólogo “tecnócrata” y conservador para una juventud que creía ser progresista. Por otra parte, ahora lo veo claro, ni siquiera comprendíamos de qué hablaba este señor, y rechazábamos sus argumentos más “provocadores”, sin darnos cuenta, ¡oh tierna juventud!, que eran eso, simplemente provocaciones. Todo el universo de digeratti que se mueve alrededor del Media-Lab del MIT, la revista Wired y, en general, lo que hoy se conoce como los “utópicos tecnófilos”, consideran a McLuhan uno de sus precursores, o más que eso, un santo patrón de toda esta transformación tecnológica que estamos viviendo; algunos llegan a hablar de un profeta iluminado por Dios. Pero como suele suceder en toda sacralización, de una persona, de una idea o de un sistema 125
filosófico, se suele perder la sustancia en aras de los aspectos más superficiales. Es nuestra percepción que esto es lo que ha sucedido con McLuhan. Si bien es posible que no se trate de un santo patrón, es indudable que ya no podemos seguir considerando a este gran hombre como un simple tecnócrata y que su obra, tomada en conjunto, está llena de pasajes memorables, de ideas sumamente fecundas, de frases estupendas que merecerían aparecer en cualquier antología sobre la tecnología de este nuevo siglo, si es que alguna vez se compila una. Quizás una de las mayores carencias de quienes tratan de comprender un fenómeno que cambia a un ritmo superior al de la propia capacidad de comprender, es la falta de herramientas conceptuales para pensar el futuro, ese objeto imaginario que ha dejado de ser un horizonte de los miedos y las esperanzas para convertirse en una metáfora. En un pasaje de La Aldea Global, libro que McLuhan comparte con B.R. Powers se dice: “Lo que sucede en la actualidad es que los cambios se producen tan rápidamente que el espejo retrovisor ya no funciona: a velocidades supersónicas, los espejos retrovisores no sirven de mucho. Se debe tener la forma de anticipar el futuro. La humanidad ya no puede, debido a su miedo a lo desconocido, gastar tanta energía en traducir todo lo nuevo en algo viejo, sino que debe hacer como el artista: desarrollar el hábito de acercarse al presente como una tarea, como un medio a ser analizado, discutido, tratado, para poder vislumbrar el futuro con
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mayor claridad”. Esta obra está repleta de pasajes similares que abordan este problema y que, se esté o no de acuerdo con las propuestas conceptuales del libro, con seguridad que constituyen una excelente fuente de inspiración para la construcción de ese pensamiento crítico que tanta falta hace. ¿Por qué vale la pena releer a McLuhan hoy, sin prejuicios, ni en un sentido ni en otro, sino tratando de darle su justo lugar en medio de este proceso sumamente acelerado de cambio que estamos viviendo? Creo que hay dos razones fundamentales. Primero, se trata de un hombre de una inmensa cultura humanista, cultura que se refleja en la riqueza y variedad de las referencias bibliográficas y culturales que emplea. De alguna manera, posiblemente inconsciente, McLuhan tendió un puente entre esos dos universos mentales que había demarcado C.P. Snow, en su famoso ensayo Las Dos Culturas, donde hablaba de la separación casi insuperable entre los científicos y los tecnólogos, por una parte, y los humanistas, por la otra, precisamente una de las grandes carencias de los actuales gurúes de la Internet y del cambio tecnológico (Nicolás Negroponte, héroe máximo de la generación cyber, confiesa en su famoso libro Being Digital, que no le gusta leer, lo cual se puede constatar fácilmente por la pobreza cultural de sus textos, por lo demás interesantes). Fuera de bytes, anchos de banda y nociones su-
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perficiales e insustanciales sobre la “sociedad de la información”, la cultura de estos gurúes suele estar formada por la lectura apresurada de best-sellers de mala calidad o del aluvión insoportable de profetas que siempre se equivocan y que cada seis meses nos proponen una nueva moda gerencial, como aquellos famosos consultores que dictaban cátedra sobre la excelencia en las empresas: unos años después de la publicación de su exitoso libro, todas las empresas que utilizaron como ejemplo de excelencia estaban en serias dificultades financieras. La otra razón para releer a McLuhan es que, en cierta forma, sí ha sido un profeta. Pasajes extraordinarios de sus obras prevén eventos que están sucediendo frente a nuestros ojos, a pesar del hecho que McLuhan pensó su obra teniendo en mente el vídeo y la televisión, y que no pudo ver el desarrollo de los medios digitales como el CD-ROM, Internet y todo lo que ya sabemos. ¡Qué interesante sería escucharlo hoy disertando sobre estos medios! He leído varias historias sobre el surgimiento de las nuevas tecnologías y me sorprende lo recientes que son los antecedentes que se presentan para narrar esta historia. Muchas veces se ignora que en las primeras décadas del siglo Vannevar Bush propuso un sistema mecánico que enlazaba información en forma muy similar a como lo hace hoy la World Wide Web que todos conocemos. En general, en estas historias, cuando mucho, se comienza con los aspec-
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tos más “pesados” de la tecnología, es decir, el hardware, las máquinas, y se sigue con los avances en la programación, en los cambios de paradigmas y en las nuevas metodologías. Los héroes de estas historias son los inventores de los switches de comunicación, los padres de las interfaces gráficas y el inevitable Bill Gates, a quien hay que nombrar no importa en qué contexto, como involuntariamente lo estoy haciendo ahora. Rara vez se menciona la contribución de los grandes pensadores, de hombres como McLuhan. Por eso es importante leerlo hoy, a la luz de los cambios que estamos viviendo, aunque se trate de una lectura difícil, a veces contradictoria, pero siempre estimulante, que nos puede ayudar a comprender algunos de los aspectos más desconcertantes de este Brave New Digital World.
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Mark Pesce, un technopagano en el bosque encantado
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Mark Pesce, un technopagano en el bosque encantado El mundo digital, el cyberespacio, ese lugar sin lugar en el que sin embargo suceden cosas y se encuentra la gente, está lleno de sorpresas y misterios; como uno de esos bosques mágicos de los cuentos infantiles, tiene sus personajes, sus hadas y sus brujas, sus pasajes secretos y sus lagos encantados. Si uno da una primera mirada, a través de los “motores de búsqueda” o de los “portales”, posiblemente no vea ese bosque encantando, sino una especie de centro comercial de mal gusto, en el que se venden alfombras persas y galletas de casabe. Con algunas contadas excepciones, la imaginería de los diseñadores de páginas Web, que es lo que en realidad ve la mayoría de los usuarios de la Red, proviene de la ciencia-ficción, cuando son muy viejos, y de los anuncios publicitarios de las revistas de negocios, cuando son más jóvenes, y en ambos casos, la fealdad reina campante. Visitar la Web, en estos
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días, sin un recorrido conocido, es una experiencia desagradable. Pero el bosque encantado existe. Escondido detrás de los portales, sumergido bajo una montaña de “banners” pornográficos o de servicios inútiles, se esconde un tesoro de información y de encuentros humanos que todavía durarán un tiempo, hasta que los monopolios de los “emprendedores” terminen por pavimentarlo, como lo hicieron con nuestras hermosas ciudades cuando derribaron los viejos y elegantes edificios para construir estacionamientos. En este bosque encantado, donde uno puede leer libros de todo el mundo, donde se puede conversar de tú a tú con personajes extraordinarios, aprender desde cómo preparar una ensalada hasta cómo construir una nave espacial, en este mundo vive uno de los seres más fascinantes de la cybercultura, en parte arquitecto y en parte producto de la misma, a quien le vamos a dedicar las siguientes palabras. Se trata de Mark Pesce, el co-creador (con Toni Parisi) del lenguaje de la realidad virtual, el VRML, en el año 1994 y autor de varios libros sobre el mismo. Mark Pesce era un estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), quien fue expulsado por dedicarse a tareas que poco o nada tenían que ver con su plan de estudios. Como casi toda la generación de jóvenes que contribuyó a la revolución de los microprocesadores y microcomputadoras, Pesce es
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un “drop out”, alguien que realizó su trabajo más fructífero fuera del ambiente académico, aunque más tarde, gracias a ese mismo trabajo, las universidades, y en particular el MIT, sobre todo el famoso Media Lab, han contado con su presencia y en algunos casos, Pesce ha actuado como instructor o como investigador en algunas de las más prestigiosas universidades norteamericanas. Él mismo comenta con ironía: “tiene más prestigio ser botado de MIT que graduarse allí”. Aunque como veremos más adelante, el VRML y la realidad virtual no son los únicos interés de Pesce, estos son los temas por los que más se lo conoce, y merece, por lo tanto, que le dediquemos unas palabras. El VRML es, para la realidad virtual, lo que el HTML es para la Web, es decir, un lenguaje “de marcas” (Mark up language), que permite especificar en un archivo de texto, información de una gran complejidad. En el caso del HTML, los textos, las fotografías, las animaciones y el resto de los elementos que pueden aparecer en una página Web, se especifican mediante una serie de comandos muy fáciles de aprender, aunque cada vez que la tecnología produce una nueva posibilidad para la Web, el HTML se aleja más de sus inicios como lenguaje puramente semántico (“qué es lo que quiero que se muestre”) e incorpora más elementos procedimentales (“cómo quiero que se muestre”). El VRML, en ese sentido, es mucho
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más consistente y, a pesar de los cambios que ha sufrido con cada nueva versión, su estructura sigue siendo fiel a sus comienzos como lenguaje que especifica lo que hay que mostrar, dejando a los visualizadores (o “browsers”) mucho del trabajo de cómo lo ha de hacer. Pero, ¿qué muestra el VRML? Como su nombre lo indica y como ya lo hemos señalado, el lenguaje se usa para construir, desplegar y “navegar” mundos virtuales. Las definiciones de cada una de estas acciones merecerían un artículo propio, por lo cual dejo al lector la tarea de enterarse en los propios libros y artículos de Pesce (http:// www.hyperreal.org/~mpesce/vitae.html) los detalles más finos de estas crudas explicaciones que aquí brindo. Si en una página Web “normal” podemos “navegar” haciendo “click” en los vínculos o links que se encuentran (generalmente como palabras subrayadas o en un color distinto al resto del texto) o dentro de un gráfico o en un “mapa de bits”, en una página de VRML podemos simular que “caminamos” en una habitación, y lo que vemos irá cambiando a medida que avancemos en una dirección determinada. Adicionalmente, podemos hacer “click” en un vínculo y acceder a otro mundo virtual, en forma idéntica a como hacemos con HTML. Por ejemplo, puedo caminar dentro de una biblioteca, los libros que vayan apareciendo en mi pantalla (con la debida
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sombra, luces y perspectiva que haya definido el autor de este “mundo virtual”) dependerán del sentido en que yo recorra la biblioteca. Si encuentro un libro que me interesa, puedo hacer “click” sobre él, y entonces este (una página Web, posiblemente) se abre ante mis ojos para ser leído o copiado en mi computadora. Las posibilidades del VRML van mucho más allá de estas simples explicaciones, y los mundos artificiales que se pueden crear están limitados sólo por la imaginación y por el conocimiento del lenguaje que tenga el autor (contrariamente a lo que piensan algunas personas, y como lo ha dicho varias veces el mismo Pesce, el VRML, por ser simplemente texto que un visualizador interpreta, no tiene grandes requerimientos de ancho de banda, por lo cual puede ser una tecnología preferida al vídeo o a los controles activos, dependiendo de las circunstancias y de lo que se desea hacer). Decíamos antes que Mark Pesce no limita sus intereses a la realidad virtual o al VRML. Un aspecto interesante de sus actividades, que justifica el nombre de este artículo, es su posición filosófica de “technopagano”, y su trabajo derivado de esta visión del mundo. Explicar el nuevo paganismo hijo de la tecnología más avanzada está más allá de mis capacidades y del propósito de esta nota; no puedo, sin embargo, dejar de mencionar que se trata de un intento muy 137
interesante de encontrar un sentido espiritual profundo a las maravillas que hace posible la nueva tecnología. Antiguos rituales, religiones perdidas, alquimia, las obras de magos como Aleister Crowley, el budismo y quien sabe qué otra cosa, unidas todas al uso más sofisticado de los nuevos dispositivos tecnológicos, han creado un híbrido cultural que, aunque practicado por una pequeña elite, tiene una influencia en los sectores de la alta tecnología mucho más grande de lo que la gente imagina. Una encuesta reciente en Silicon Valley reveló que más de la mitad de los trabajadores de la industria de alta tecnología eran practicantes de algún culto esotérico o creían en la magia, el Tarot, el I Ching o alguna de las muchas facetas con la que lo irracional ha hecho su entrada por la puerta trasera de nuestro mundo desacralizado. En este sentido, Mark Pesce ha diseñado rituales para sus amigos y para cualquiera que los quiera practicar. Son interesantes, inocuos, y se pueden probar, si el lector lo desea, buscando sus claves en http://www.hyperreal.org/~mpesce/rituals.html. Actualmente Mark Pesce es un conferencista muy solicitado, ensayista bastante prolífico, un digeratti en el buen sentido del neologismo. Estamos seguros que de estas actividades saldrán nuevas reflexiones e ideas para que el bosque encantado no se pierda, o como repiten los gringos, un poco hipócritamente, shall never perish from the face of the earth. 138
En memoria de Terence K. McKenna
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En memoria de Terence K. McKenna …ha padecido ese proceso impuro que se llama morir… J.L. Borges, sobre G.K. Chesterton Cuando se piensa en los orígenes de Internet y en quienes le dieron forma, contribuyendo con sus invenciones tecnológicas, con sus ideas y aportes científicos, se tiende a olvidar que muchos hombres y mujeres que no eran tecnólogos, o cuyo aporte al desarrollo de la Red no fue tecnológico, jugaron un papel destacado en el crecimiento y en la estructura de esta telaraña comunicacional. Tal vez porque la mayoría de los jóvenes yuppies (Bill Gates, Alan Kay, Steve Jobs) y sus mentores en los grandes centros académicos e industriales, crecieron en la década de los sesenta, o fueron influenciados fuertemente por aquellos tiempos de turbulencia, cambio social y espiritual, estos “outsiders” a los que me refería suelen ser personas que brillaron en aquellos años, contribuyeron a la cultura de los sesenta
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y, en algunos casos, se convirtieron en profetas o en símbolos de toda una generación. Pocos se imaginan que Timothy Leary, el descarriado profesor de psicología que fue expulsado de Harvard por experimentar con sus estudiantes con la droga LSD, se ocupó de la Red en los últimos años de su vida, diseñando páginas Web de increíble belleza. De hecho, hasta donde sé, fue la primera persona que murió en la Red: su estado de salud, con sus indicadores (electrocardiograma, electroencefalograma y otros indicios de sus signos vitales) se transmitían constantemente, hasta el momento en que falleció, en una fiesta llevada al mundo gracias a la magia del TCP/IP, rodeado de sus amigos, y presumiblemente, como su maestro Aldous Huxley, en un “viaje” psicodélico. Leary influyó enormemente en gente como Brenda Lauren, Erik Davies, Marck Pesce, y otros “gurúes” de Internet, quienes le han rendido tributo en sus ensayos, en sus propias páginas Web y en su trabajo que, en gran medida, refleja algunas de las ideas más originales de este héroe de la contracultura. Terence Mckenna fue otro de esos excéntricos adoptados como profetas por una generación. Quienes asistieron a sus conferencias multimedia, cuando la palabra era conocida sólo en los círculos más avanzados, jamás olvidarán su elocuencia genial, su capacidad de unir campos del conocimiento totalmente distantes, sus intuiciones que se hacían reali-
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dad como las profesías de un Merlín del cyberespacio. Frases como las siguientes: “La historia es como una caída de un estado de completitud dinámica”, “La idea de que la ciencia puede hacer alguna afirmación acerca de qué es la vida o de dónde viene es hoy en día absurdo”, “Nuestros medios de comunicación aumentan nuestra capacidad de crear representaciones convincentes de mundos irreales o de objetos alterados”, y otras que podría citar so riesgo de aburrir al lector, pueden dar una idea de la clase de científico irreverente y original del que estamos hablando. Terence Mckenna murió hace unos días; la noticia llegó por mail, de una lista de correos a la que estoy afiliado y que está formada, en general (aunque no exclusivamente) por sus seguidores, entre quienes no me encuentro (
[email protected]). Sentí una gran tristeza: este hombre genial había padecido estoicamente de un extraño tipo de cáncer y se había refugiado en su casa de Hawaii, desde donde seguía irradiando su pensamiento, cada vez más extraño, casi diría delirante, si no fuera que no deseo faltarle el respeto a quien nutrió el mundo espiritual de un grupo grande de gente que admiro por su trabajo. Mckenna tuvo, como Leary, una influencia inmensa sobre los desarrollos más avanzados de la Red. Como aquel, se dedicó a la creación de páginas Web para diseminar su pensamiento, y al dictado de
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conferencias cada vez más ricas en su forma, aunque su contenido rayaba últimamente en lo extravagante (algunos de los sitios que se pueden visitar son: http:// www.eschaton.com/,http://www.levity.com/eschaton/ tm.html, http://www.levity.com/eschaton/hyperborea.html). Resumir sus ideas en pocas líneas sería un atropeyo. Me limitaré a señalar algunos de los temas que más le preocuparon. Quienes quieran encontrarse con su pensamiento, en todo su esplendor, no tendrán mejor camino a recorrer que leer sus propios escritos (preferiblemente sus libros: Food of the Gods, Synesthesia, (con Tim Ely), Psilocybin: Magic Mushroom Growers Guide, (con Dennis McKenna)). Hay un texto en particular, que considero uno de los ejemplos de prosa electrónica más extraordinarios con los que me haya topado en mi diario recorrido por la infinita Biblioteca. Me refiero a su escrito sobre los seres de luz, el gnosticismo y la posibilidad de la anulación del tiempo, “New Maps of Hyperspace”, disponible para cualquiera que sepa buscar un documento en Internet. Mckenna creía en ciertos ritmos que pautan la evolución del universo. Construyó un programa que le permitió calcular el fin de los tiempos, para el año dos mil doce: no vivió para ver el cumplimiento de su profecía, pero hasta sus últimos días insistió en lo correcto de la misma. No nos dijo si lo que sucedería en esa fecha sería bueno o malo y en varias oportunidades declaró que él mismo no tenía ni idea de lo
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que acontecería, pero estaba seguro de que un cambio trascendental ocurriría en el planeta y tal vez en el universo. Nació en 1946, y creció en el estado de Colorado, en el pueblo de Paonia. Estudió historia del arte en la Universidad de California en Berkeley, lugar célebre tanto por la tecnología que ha producido, como por su papel en los años de gestación de la cultura de los sesenta. Mckenna, sin embargo, no se dedicó al arte sino a lo que el llamó la “etnofarmacología”. Durante veinticinco años recorrió el mundo estudiando los métodos de alteración de la conciencia utilizados por los shamanes y las transformaciones espirituales que estos decían sufrir, generalmente a causa de la ingestión de substancias psicotrópicas. De las muchas cosas que aprendió con estos sabios primitivos, elaboró su Teoria de la Novedad (basada en las matemáticas de los fractales), así como sus especulaciones acerca del final del tiempo o escatología. Con este aprendizaje de experiencias ignoradas por los científicos ortodoxos, obtuvo un grado en Ecología y Shamanismo en Berkeley, algo que sólo se puede hacer en las universidades norteamericanas. Particularmente significativo, en este largo periplo por el mundo de los hechiceros olvidados, fue su experiencia en la cascada La Chorrera, en el año 1971, en nuestra América del Sur, donde tuvo oportunidad de realizar un experimento de alucinación
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colectiva, en el cual pretendió que ciertos sonidos actuaran como catalizadores de una unión molecular entre unas substancias químicas y el ADN de los participantes, luego de la ingestión de hongos alucinógenos. Esta experiencia está narrada en su libro de 1975, El Paisaje Invisible. Puede leerse como el diario de un científico genial o como una extraordinaria novela de ciencia-ficción. No nos dejará indiferentes. Se puede o no estar de acuerdo con el pensamiento de Mckenna, y yo ciertamente no lo estoy, sobre todo con su propaganda a favor de los alucinógenos y sus últimas especulaciones sobre el final del tiempo, pero no se puede negar que sus ideas, su forma de ver el mundo, sus sentimientos tan intensos sobre el cosmos, la evolución y las estructuras enigmáticas que constituyen nuestra vida, inspiraron a algunas de las mejores mentes de la tecnología moderna, lo que quiere decir, en última instancia, que la Red no sería lo que es hoy, sin la contribución enorme de este genio y sus mejores discípulos.
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El discurso “posmo” no requiere de un autor
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El discurso “posmo” no requiere de un autor Para Maribel Espinosa
El discurso llamado “postmoderno”, adjetivo ambiguo y equívoco que se le endilga a personajes tan disímiles como Baudrillard, Foucault, Lyotard y muchos otros, generalmente franceses (aunque por estos lares no nos falte nuestra cuota de plagio cultural), ha sido considerado vacío, carente de sentido, inútil, aun por aquellos que le reconocen sus esplendores retóricos y la casi carnavalesca plétora de referencia textuales. Se puede o no estar de acuerdo con estas apreciaciones negativas del discurso de la “posmodernidad” y de sus cultores; no deja de ser aleccionador, por decir lo menos, comprobar que existe en Estados Unidos un investigador (Andrew C. Bulhak) que ha creado un programa que genera textos “posmo” en forma aleatoria.
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Quienes quieran divertirse, sea lo que fuere que piensen del asunto, pueden acudir en Internet a la página Web http://www.csse.monash.edu.au/ community/postmodern.html, donde encontrarán un ensayo explicativo del funcionamiento del programa, y, lo más divertido, podrán ejecutar el mismo y ver los resultados. Los avances en la lingüística estructural y en la ciencia de la computación, hacen posible la generación de discursos sobre dominios semánticos restringidos (por ejemplo, hay programas que, basados en cierta información inicial, pueden escribir textos elementales que organizan esta información y la convierten en algo útil), pero la capacidad de mimetizar, aunque sólo sea en forma paródica, un discurso filosófico que se presenta a sí mismo como la forma final de todo discurso, no deja de llamar la atención y tal vez sirva para mostrar que la palabra humana es un poquito más que la hábil estructuración de sintagmas predecibles y la profusión de citas.
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¿Debe la tecnología de la información ser administrada por los gerentes de informática?
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¿Debe la tecnología de la información ser administrada por los gerentes de informática? Desde hace unos años, y particularmente en los últimos meses, una controversia se ha desatado en los países avanzados sobre el tema de la administración de la tecnología; la profusión de artículos en las revistas especializadas (por ejemplo, el Journal of the ACM) dan fe de cuán acalorados están los ánimos. ¿En qué consiste esta controversia? Desde hace unos años los economistas vienen insistiendo en la discrepancia que existe entre los gastos e inversiones en tecnología de la información (computadoras, software, redes, entrenamiento, comunicaciones, etc.) y la productividad y la rentabilidad de las empresas. Aunque no existe consenso respecto de este tema, hay cifras que son suficientemente contundentes como para que, aun si no se está de acuerdo con las interpretaciones que dan los economistas, al menos lo ponen a uno a pensar. Pero dado lo paradójico de las estadísticas (para-
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dójico, al menos, en lo que respecta al sentido común), es sano reflexionar sobre algunos aspectos de estos temas. Creemos que una pregunta central frente a estas cifras es: ¿quién y con qué criterios debe administrar la tecnología de la información de una empresa? Pareciera una pregunta ociosa, ya que existen funciones gerenciales bien definidas, avaladas por años de práctica administrativa y perfectamente demarcadas en los organigramas de las organizaciones. ¿Por qué entonces la pregunta? Precisamente por todas esas razones: el aval del tiempo, la autoridad de los organigramas, la formación académica con décadas de experiencia, son sólo paráfrasis para evadir mencionar el inexorable paso del tiempo, que nos ha traído una irreparable discrepancia entre los procesos reales de la empresa y su estructura organizativa, debido fundamentalmente a la evolución de la tecnología. Pudiéramos afirmar, sin temor a ser tomados por extremistas: el cambio tan radical que ha sufrido la tecnología de la información en la última década ha vuelto anacrónicos los métodos y paradigmas con los cuales se pretende administrala. En otras palabras, hace mucho tiempo que la computadora dejó de ser un activo más de las empresas, como los tornos o cualquier otra máquina, para convertirse, en muchos casos, en un componente de una red de dispositivos, metodologías y elementos tecnológicos que se
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resisten a ser administrados con las criterios que tal vez todavía son validos para otro tipo de activos. De la misma manera, hace ya mucho tiempo que pasaron los días en que los usuarios de la tecnología eran pasivos proveedores de información para un departamento casi esotérico que “procesaba” aquellos datos y, al cabo de unos días, les entregaba unos informes diseñados sin su concurso y que muchas veces carecían de utilidad. Las herramientas disponibles actualmente han redistribuido el poder real dentro de las empresas, aunque el poder formal siga rigiéndose por los anticuados organigramas (he visto organigramas de departamentos de sistemas que todavía consideran la función del operador, figura de los años setenta que sólo tiene sentido en situaciones muy especiales). En nuestra experiencia como consultores de informática hemos observado que muchas veces se pagan altos precios por un cambio de versión de sistemas, sin ninguna justificación en términos de cómo este cambio beneficia a la empresa desde el punto de vista de su rentabilidad, de su productividad, de su participación en el mercado, o de la mejora del clima organizacional, sino más bien muchas veces sucede que los argumentos están basados en apreciaciones subjetivas o imaginarias, tales como “la necesidad de estar actualizados”, “usar tecnología de punta” y otros similares. Como dice el economista Hernán Torres, la única utilidad que estos ge155
rentes incrementan es la de sus proveedores. Es nuestra apreciación que la administración de la tecnología de la información no debería estar exclusivamente en manos de los departamentos de sistemas o de informática, sino que debe ser una tarea cuya responsabilidad debe ser compartida por la alta gerencia y en algunos casos, por los propios accionistas de la empresa. Esto no significa que un presidente o un gerente general deban conocer los innumerables detalles que constituyen la plataforma tecnológica de una empresa moderna, ni que deban ser expertos en telecomunicaciones, ni nada por el estilo. Significa, simplemente, que deben exigir a los expertos que sí conocen estos detalles, la justificación, en términos de los fines de la empresa, de cada inversión importante que se realice. Por otra parte, aunque ya dijimos que los miembros de la alta gerencia no tienen que ser expertos en tecnología, sí pensamos que así como se informan día a día de aspectos financieros como la tasa de cambio del dólar o los indicadores bursátiles, sin ser expertos en finanzas, así también deberían estar informados sobre las grandes tendencias de la tecnología y los cambios que se registran a diario en esta esfera de la actividad humana. Finalmente, creemos que la alta gerencia debería considerar seriamente examinar la estructura de sus empresas y evaluar hasta qué punto las funciones designadas para la administración de la tecnología se corresponden con sus procesos rea-
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les, y tomar las decisiones que considere necesarias para que así lo sea. No se trata de una apreciación teórica ni de un punto de vista filosófico (aunque ambas cosas sustentan estas afirmaciones): se trata de la rentabilidad de las empresas.
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Índice Introducción .............................................................. 7 Comunicación Humana y Tecnología ........................ 19 Sueño y Vigilia, ........................................................ 27 El nuevo nomadismo y los dispositivos portátiles ....... 43 Los sistemas de información: mitos y realidades ........ 53 La revolución de la información ................................ 69 Frustración, Tecnofobia y Tecnoestrés en la Empresa de Hoy ........................... 81 Paul Virilio, genio y outsider ................................... 105 The Well ................................................................ 115 ¿Porqué leer hoy a Marshall McLuhan? ................. 123 Mark Pesce, un technopagano en el bosque encantado .......................................... 131 En memoria de Terence K. McKenna .................... 139 El discurso “posmo” no requiere de un autor .......... 147 ¿Debe la tecnología de la información ser administrada por los gerentes de informática? ......... 151
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Esta edición de El Desafío Digital consta de 1000 ejemplares, impresos en Caracas, Venezuela, en el mes de agosto del año 2000.
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