Para Deleuze, lo que él llama un “campo trascendental” es aquello que se distingue de la experiencia, en la medida que es un campo que no remite a un objeto ni pertenece a un sujeto. Es decir, es un campo no reductible a la representación empírica. Este campo trascendental tiene, por lo mismo, una relación meramente de derecho con la conciencia. Y aquí hay que recordar que lo trascendente no es equivalente a lo trascendental. Y por lo mismo es que Deleuze puede decir que el campo trascendental es pura inmanencia. Ahora, dice Deleuze, la pura inmanencia es “una vida y nada más”. Para ilustrarlo Deleuze recurre a una historia de Dickens (1907)1: “Un canalla, un mal sujeto despreciado por todos es llevado moribundo, y ocurre que los que lo cuidan manifiestan una suerte de diligencia, de respeto, de amor por el menor signo de vida del moribundo. Todo el mundo se afana por salvarlo, al punto que en lo más profundo de su coma el villano siente él mismo que algo dulce lo penetra. Pero a medida que vuelve a la vida, sus salvadores se vuelven más fríos, y reencuentra toda su grosería, su maldad. Entre su vida y su muerte, hay un momento que no es sino el de una vida jugando con la muerte” (DRF, 361) En ese momento la vida del individuo hace lugar a una vida impersonal, y por lo mismo, singular. Vida que “desprende un puro acontecimiento liberado de los accidentes de la vida interior y exterior, es decir, de la subjetividad y de la objetividad de lo que ocurre” (DRF, 361). Sin embargo, para Deleuze no habría que contener una vida “en el simple momento en que la vida individual enfrenta la universal muerte” (DRF, 362). Sino que más bien una vida se acerca a lo que Deleuze entiende por virtualidad. Es “una pura corriente de conciencia a-subjetiva, conciencia prereflexiva impersonal, duración cualitativa de la conciencia sin yo” (DRF, 359). Ahora, como habíamos dicho la relación con la conciencia es solo de derecho, en la medida que la conciencia solo deviene un hecho cuando el sujeto se produce al mismo tiempo que su objeto, esto “fuera de campo” y apareciendo ambos como trascendentes. Es por ello que, es faltando la conciencia que el campo trascendental se define como puro plano de inmanencia, puesto que escapa a toda trascendencia, tanto del sujeto como del objeto. Esto es lo que, según Deleuze, habría desarrollado Sartre en La trascendencia del Ego, es decir, justamente un campo trascendental sin sujeto, que remite a una conciencia impersonal, absoluta e inmanente. Y es en relación a este modo de conciencia que el sujeto y el objeto serían trascendentes. Esto mismo es lo que Deleuze identifica en James, o al menos en la lectura que hace Lapoujade de James2.
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El Amigo común Libro de Lapoujade: William James: Empirismo y pragmatismo.
Ahora, aquí la inmanencia no tiene que entenderse como “inmanencia a algo”. Es decir, no es inmanencia a la vida, sino que inmanencia que no es en nada, inmanencia que es ella misma una vida. Es en ese mismo sentido que Deleuze puede decir que “Una vida está por todos lados” (DRF, 362). Es decir, en todos los momentos que atraviesa tal o cual sujeto viviente y que “miden tales objetos vividos” (DRF, 362). Nuevamente, “vida inmanente que lleva los acontecimientos o singularidades que no hacen sino actualizarse en los sujetos y los objetos” (DRF, 362). Es por eso que una vida “está hecha de virtualidades” (DRF, 363), es decir, de acontecimientos, de singularidades. Y es en ese mismo sentido que es trascendental. Por más curioso que sea que lo trascendental se defina en datos inmediatos. Pero es eso lo que hace de la filosofía deleuzeana un empirismo trascendental. En la medida que sigue oponiéndose a lo que constituye “el mundo del sujeto y del objeto” (DRF, 359). En ese sentido, mientras la conciencia “atraviese el campo trascendental a una velocidad infinita, por todos lados difusa, no hay nada que pueda revelarla” (DRF, 360). Y aquí nuevamente Deleuze hace alusión a la noción de conciencia de Bergson y su relación con la luz: “como si reflejáramos sobre las superficies la luz que de allí emana, luz que, propagándose siempre, no fue jamás revelada” (Bergson, Materia y Memoria). “Una vida es la inmanencia de la inmanencia, la inmanencia absoluta: es potencia, beatitud completas” (DRF, 360). Beatitud que alcanza el personaje de Dickens en el momento en que todos se compadecen de él por el solo hecho de ser una vida. Vida indefinida que por sí misma no tiene momentos, por más cercanos que sean los unos a los otros, sino que solo “entre-tiempos”, “entremomentos”. Vida que es virtual, no porque le falte realidad, sino que porque se involucra en un proceso de actualización siguiendo el plan (el plano) que le da su propia realidad. “Hay algo de salvaje y de potente en un tal empirismo trascendental” (DRF, 359). Y ahí la conciencia solo se expresa de hecho reflejándose sobre un sujeto que la remite a objetos. Esto porque “La inmanencia absoluta es en ella misma” (DRF, 360), es decir, en la medida que no es en alguna cosa, no es inmanente a alguna cosa, no depende de un objeto y no pertenece a un sujeto. Ahora, es de Fichte3 que Deleuze habría extraído esta noción del campo trascendental como una vida. Es decir, vida que no depende de un Ser, ni tampoco está sometida a un Acto, es decir, “conciencia inmediata absoluta”, que a pesar de ello no deja de “plantearse en una vida” (DRF, 361). Referencia a Fichte (Doctrina de la ciencia): “la intuición de la actividad pura que no es nada fijo, sino progreso, no un ser, sino una vida”. Una vida es una haecceidad, es decir, lo que hace que algo sea esta cosa y no otra. Es decir, proceso de singularización. Vida neutra, en el sentido de impersonal, pero también porque está
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En Doctrina de la ciencia. Habiendo otros aspectos de lo que consistiría la vida en Fichte en Iniciación a la vida bienaventurada. En esta lectura que hace Deleuze de Fichte se ve inspirado en la lectura que a su vez hace Martial Gueroult.
más allá del bien y el mal (ejemplo de Dickens), “puesto que solo el sujeto que la encarnaba en medio de las cosas la hacía buena o mala” (DRF, 361). Una vida no sobreviene ni sucede, sino que “presenta la inmensidad del tiempo vacío en el que se ve el acontecimiento aún por venir y ya llegado, en el absoluto de una conciencia inmediata” (DRF, 362). El acontecimiento inmanente se actualiza en un estado de cosas y en un estado vivido que hacen que llegue o que ocurra. Pero ahí ya estamos en el “elemento de la sensación”, que corresponde al empirismo simple, puesto que la sensación es solo un corte en la corriente de la conciencia absoluta. Y es en la medida que es una corriente de conciencia que el campo trascendental no puede definirse por su conciencia, a pesar de que al mismo tiempo le sea coextensiva, porque en ese curso o flujo está “sustraída a toda revelación” (DRF, 360). Es por ello que se trata de una inmanencia pura, que como en Spinoza no es inmanencia a la substancia, sino que al revés, tanto la substancia como los modos son en la inmanencia. Entonces, el campo trascendental es plano de inmanencia, y a partir de esa operación se reintroduce el spinozismo en la filosofía, en que la vida de tal individualidad se borra en provecho de la vida singular inmanente en un hombre que ya no tiene nombre, a pesar de que no se confunda con ningún otro. Acontecimiento en un entre-tiempo, que sin embargo, “puede engullir regimientos enteros” (DRF, 362). Ahora, el plano de inmanencia de todas maneras se actualiza en un Objeto y un Sujeto a los cuales se atribuye. Lo cual, nuevamente, se da a nivel de las sensaciones empíricas cualitativas. Pero por más cercanas que sean dos sensaciones, el pasaje de la una a la otra sigue siendo un devenir, aumento o disminución de potencia o diferencia de intensidad (cantidad virtual). Eso insensible que no puede sino ser sentido. En ese sentido es que sigue siendo una “desnaturalización de lo trascendental” el pensar al sujeto y al objeto (que caen fuera del plano de inmanencia: n-1) como sujeto universal u objeto cualquiera (objeto=x) a los cuales la inmanencia es atribuida. Es lo que Deleuze en varios momentos llama el calco de lo trascendental a partir de lo empírico que lleva a cabo Kant. Deformación de la inmanencia que la encierra en lo trascendente. En cambio, la operación que está tratando de llevar a cabo Deleuze es la de definir el campo trascendental a través de un plano de inmanencia. Podríamos decir, rescatar el trascendental kantiano vía la inmanencia de Spinoza. Y a su vez, entender ambos (vía Fichte) como definiendo una vida, una esencia singular. Y las singularidades o los acontecimientos constitutivos de una vida coexisten con los accidentes de la vida correspondiente. Pero los acontecimientos y singularidades no se agrupan ni se dividen de la misma manera que los accidentes. Aunque sean inseparables de su actualización, el plano de inmanencia sigue siendo virtual, y los acontecimientos que lo pueblan siguen siendo virtualidades. Pura conciencia inmediata sin objeto ni yo, movimiento que no comienza ni termina. “La inmanencia no se remite a un Alguna cosa como unidad superior a toda cosa, ni a un Sujeto como acto que opera las síntesis de las cosas: es cuando la inmanencia ya no es inmanencia a otra cosa que sí misma que se puede hablar de un plano de inmanencia” (DRF, 360).
Y allí las singularidades y los acontecimientos se comunican entre sí de una manera completamente distinta a la de los individuos. Los acontecimientos o singularidades le dan al plano toda su virtualidad, así como el plano de inmanencia da a los acontecimientos virtuales una plena realidad. Pero en esto, al parecer, la conciencia sigue teniendo relevancia. Deleuze dice que incluso en la concepción spinozista de pasaje -que Deleuze relaciona con la duración bergsoniana justamente, pero que también entiende como “cantidad de potencia” –apela a la conciencia. Pero Deleuze sigue insistiendo en que el campo trascendental no se define por la conciencia, en la misma medida que el plano de inmanencia no se define por el Sujeto o el Objeto. Lo mismo que una vida singular puede no depender de una individualidad, pero eso no impide que se constituyan indvidualidades como parte del mismo proceso. Sin embargo, es importante remarcar el asunto de la definición. Ya que justamente si se considera el acontecimiento en tanto que no-actualizado, se lo está considerando como indefinido. Y así considerado, a ese acontecimiento “no le hace falta nada” (DRF, 363) [n-1]. Deleuze da el ejemplo de los niños muy pequeños o recién nacidos, que se parecen todos y no tienen individualidad, pero aun así tienen singularidades: una sonrisa, un gesto, una mueca, “acontecimientos que no son caracteres subjetivos” (DRF, 362). Así, dice Deleuze, el acontecimiento debe ser puesto en relación con sus concomitantes, y en eso consiste justamente un campo trascendental, un plano de inmanencia, una vida, singularidades. “Los indefinidos de una vida pierden toda indeterminación en la medida que llenen un plano de inmanencia o, lo que viene estrictamente a lo mismo, constituyan los elementos de un campo trascendental (la vida individual, al contrario, se mantiene inseparable de las determinaciones empíricas” (DRF, 362). Deleuze vuelve a un ejemplo recurrente que es el de una herida. En la medida que una herida se encarna o se actualiza en un estado de cosas y en una vivencia, pero es en sí misma puro virtual sobre el plano de inmanencia que nos lleva en una vida. Aquí Deleuze hace alusión (como en Lógica del Sentido) a la frase de Joe Bousquet “Mi herida existía antes que yo” (en Las Capitales). Y con esto no se quiere decir que la herida sea trascendente, es decir, que sea una suerte de “actualidad superior”, sino que se está apuntando a su inmanencia como virtualidad siempre “en el seno de un medio” (DRF, 363), es decir, de un campo o plano. De ese modo, lo indefinido como tal no marca una indeterminación empírica, sino que una “determinación de inmanencia” o lo que en Diferencia y Repetición se concibe como “determinabilidad trascendental”. Por eso es importante el artículo indefinido (“UNA vida”), porque al mismo tiempo que es indeterminación de la persona es determinación de lo singular (es impersonal singular). Así, el Uno no es aquí lo trascendente que puede contener inclusive a la inmanencia, sino que lo inmanente contenido en un campo trascendental. Uno es en cambio siempre el indicio de una multiplicidad, es decir, un acontecimiento, una singularidad, una vida…
Por tanto, lo que se mantiene es la diferencia entre los virtuales que definen la inmanencia del campo trascendental y las formas posibles que los actualizan y los transforman en algo trascendente. “Siempre se puede invocar un trascendente que cae fuera del plano de inmanencia, o incluso que se le atribuye, a pesar de que toda trascendencia se constituye únicamente en la corriente de conciencia inmanente propia a ese plano. La trascendencia es siempre un producto de inmanencia” (DRF, 362-363).