De Una Universidad Por El Cambio A Una Universidad Para El Cambio

  • May 2020
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De una Universidad por el cambio a una Universidad para el cambio Por Raúl Ernesto Azcúnaga1 “El Salvador será un lindo y (sin exagerar) serio país cuando la clase obrera y el campesinado lo fertilicen lo peinen lo talqueen le curen la goma histórica lo adecenten lo reconstituyan y lo echen a andar.” (Roque Dalton)

La historia de los salvadoreños, como colectivo que imagina la nación en diversos términos (moderna, desarrollada, próspera, justa, con determinadas identidades, etc.), ha estado marcada por el anhelo del cambio. Este anhelo se materialaza en una serie de proyectos específicos encaminados a alcanzar este soñado fin, esta utopía. La idea del cambio como motor ideológico se remonta al surgimiento mismo de la humanidad y está aunada a las limitantes connaturales de hombres y mujeres. Desde las remotas comunidades primitivas documentadas se tiene la idea de un mashiah (ungido) que habrá de restaurar un orden mítico anterior benéfico (paraíso perdido) o instaurar un orden nuevo, que supere las insatisfacciones (contradicciones) del presente. La idea del cambio ha acompañado a la humanidad concibiéndose según la época como fuerza divina, institución (Estado), ciencia y revolución. La adultez de la civilización de la época actual -tardo-moderna o postmoderna- parece desencantada de la posibilidad del cambio tal como originalmente (primitivamente) se concibió. No se puede cambiar todo, pero todo cambia en el tiempo y espacio. La idea del cambio es base de la seducción del poder, la religión y hasta del deseo. El encanto del cambio paradójicamente apasiona y atemoriza; libera y reprime; entusiasma, aturde. En El Salvador, como en todos los países en los que se entra tarde a la idea de la modernidad, lo que se buscará inicialmente como horizonte del cambio es la modernización (liberalismo del siglo XIX); en la lucha de las ideas decimonónicas entre civilización y barbarie en el contexto de la idealización ilustrada del desarrollo, los intelectuales salvadoreños visualizarán muy pronto educación como pilar fundamental para el cambio; es decir, para lo moderno. Si bien, esta idea es sustantiva en la cultura salvadoreña hasta hoy, en las políticas del Estado ha sido un mero adjetivo, como lo demuestran los presupuestos de educación y la organización del ramo. Como un en un eterno retorno el siglo XX comienza y muere en El Salvador buscado la modernización, el cambio. El siglo XXI inicia igual. En este orden de cosas, en el país desde el imaginario ilustrado fundacional de la nación, en el cual la educación es base, se le atribuyó a la Universidad un sitial de dignidad, tanto como casa del saber como fábrica de profesionales e intelectuales. La concepción napoleónica de la institución al servicio de la nación (la Universidad formadora de profesionales que demanda el proyecto nacional) es evidente en la historia universitaria salvadoreña. Esta visión paradójicamente acerca la Universidad a la institucionalidad (burocracia) del Estado y a los grandes fines de la modernidad 1

Profesor de lingüística de la Universidad de El Salvador.

(aprovechamiento práctico del conocimiento) y la aleja de las luces, del discurso que da razón a las cosas (ciencia). Pese a la contradicción que caracteriza a la relación Universidad-Estado desde los últimos años del martinato (período de gobierno del dictador Maximiliano Hernández Martínez de 1931 a 1944) y la radicalización de los años previos al conflicto armado y durante el conflicto mismo, la Universidad no ha dado muestras sustantivas de cambiar esa visión napoleónica, si bien hay casos particulares e iniciativas loables en la reforma académica liderada por el Dr. Fabio Castillo a principios de la década de 1960 y los esfuerzos inconmensurables en esta década de la Dra. María Isabel Rodríguez por problematizar la descomposición actual del modelo. La reducción de la Universidad a casa de estudios para el entrenamiento de profesionales y la descomposición de este modelo se advierte –entre otros indicadores- por la visualización del grado académico (licenciatura, ingeniería, doctorado, técnico) como fin, la fragilidad del sistema de posgrado y el quehacer profesional del profesorado universitario (docentismo). El propósito del estudiantado en el modelo universitario napoleónico es alcanzar la patente para hacer lo que ve que hace quien ostenta el grado que pretende. Y así ganarse la vida. Lo cual, aparte de reducir el quehacer de la Universidad y los papeles del profesorado y estudiantado limita o quizás sepulta cualquier posibilidad de innovación y de desarrollo, condenando a todos a repetir lo ya hecho, dicho y lo silenciado. No se puede desligitimar per se, la formación profesional como mecanismo de acenso social y como medio para ganarse la vida, pero ni esos son los únicos fines de lo universitario, ni los hechos de la realidad orientan a que la formación masiva de profesionales sea la demanda principal de la sociedad. Cada vez hay más profesionales que no se pueden emplear, que están desempleados y que se gradúan sin las competencias básicas que demanda su futuro ejercicio profesional. Una Universidad por el cambio, como el nexo gramatical por lo indica, es una Universidad que busca algo (ojalá un vestigium o huella de la naturaleza universitaria) porque lo que tiene no la satisface, porque el status quo no es el pertinente a la sociedad y al tiempo, porque las contradicciones sociales obligan y las prácticas discursivas de este tipo de instituciones en el mundo hoy demandan más. El por es en esencia causa y fundamento, pero sólo secundariamente proyección a futuro. El por es la razón de ser, es el vínculo a un pasado necesario mas no implica el futuro que se busca. El por es posicionamiento, identificación de motivos, es en suma causa. El país y la historia demandan una Universidad para el cambio, en donde el cambio no sea causa sino un fin, que direccione, que inspire, que dé la traza a seguir. De allí la transcendencia de ya no situarse en el por, desde las causas, sino en el para desde el hacer o el emprender. El pasar del por al para, implica reconocer, al margen del estricto sentido de las palabras (para del latín per+ad a través +hacia), que si bien existen causas que han limitado el desarrollo de la Universidad y que no se deben desconocer y menos olvidar, que la Universidad es una socioconstrucción encaminada a la articulación de saberes para entender, interpretar y transformar la realidad. Esto implica necesariamente, no sólo de proyectos institucionales para la administración eficiente de recursos o de planes innovadores para la gestión del fortalecimiento institucional, la voluntad colectiva para emprenderlos y la habilidad política para transmitirlos. Sino que implica principalmente comprender que la Universidad para el cambio es aquella que es capaz de dejar atrás lo que es para aproximarse a ser lo que se quiere y necesita. Cambiar como decidir requiere siempre dejar algo, por lo general lo contrario de lo que se tiene: el modelo napoleónico decadente, a la salvadoreña. La Universidad para el cambio, como el nexo gramatical lo indica se concibe como un todo que transita hacia los grandes fines de su praxis y de su propio existir. El para marca la dirección a la que se marcha, a la que se encamina: el cambio académico y social que permita producir y reproducir sentidos y valores significativos que construyan nuevas prácticas para pensar, decir y hacer.

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