CUENTO LOS TRES CERDITOS
En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El mayor trabajaba en su casa de ladrillo. -Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas -riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande. El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
EL PATITO FEO
AUTOR: Hans Christian Andersen Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento. El nacimiento de los polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos y podían llegar en cualquier momento. El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el cascarón. Bueno, todos menos uno. - ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata. - No importa, le daré un poco más de calor para que salga. Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él. -
¡Feo,
feo,
eres
muy
feo!,
le
cantaban
Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y tonto. -
¡Vete,
no
quiero
que
estés
aquí!
El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el rechazo de todos. Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle. - ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito. Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada. Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes. - ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve . Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.
EL GATO CON BOTAS Hace mucho tiempo vivió un molinero con sus tres hijos. Cuando el anciano molinero murió, los hijos heredaron los pocos bienes que el molinero tenía. Al mayor le dejó un molino, el mediano se hizo cargo del burro y el tercero se quedó con el gato. El hijo más joven no sabia muy bien qué hacer con su herencia – ¿Qué puedo conseguir yo con este gato? Entonces sucedió que el gato le dijo – Mi señor, dadme unas botas, unos guantes y un sombrero y os ayudaré a convertiros en un hombre rico. – El joven pensó – Bueno, no pierdo nada por hacerle caso – Y así fue que el joven y el gato, con sus botas, sus guantes y su sombrero, comenzaron a caminar y no pararon hasta encontrar un reino desconocido para el joven. El astuto gato dijo entonces – Dadme un saco, pues he de cazar unas aves – El joven le entregó el saco y dejó al gato que cazara. – Voy a ir al castillo y ofreceré al rey, en vuestro nombre, estas piezas que he cazado. El joven accedió y se quedó en el bosque esperado a su astuto gato. El gato entregó al rey la caza y dijo – ¡Es un obsequio del Marqués de Carabás! – Nombre que el gato había inventado para dar mayor importancia y prestigio a su joven amo. Pasaron los días y el gato continuó cazando y obsequiando al rey con lo que cazaba. Hasta que una mañana escuchó a los soldados del rey decir que su majestad iba a pasear en su carruaje, acompañado de su hija, por la orilla del río. Rápidamente le dijo a su amo que se tirase al río y se quitase su vieja ropa. Cuando el carro del rey pasó cerca del joven, el gato comenzó a gritar – Socorro, socorro, alguien ha robado al Marqués de Carabás. – Al escuchar ese nombre, el rey acudió en su ayuda y ordenó que le vistieran como correspondía a alguien de la nobleza. – Acompáñenos en nuestro paseo – dijo el rey al Marqués. El gato se adelantó para obligar a unos ladrones a que dijeran que las tierras que labraban eran del Marqués de Carabás.
Cuando el carruaje real pasó por aquel lugar, el rey preguntó a los hombres – ¿Quién es el dueño de estas tierras? – A lo que los ladrones, atemorizados por el gato, dijeron – Son propiedad del Marqués de Carabás – El rey quedó muy complacido y continuó su camino. El gato siguió con su plan y se dirigió a un castillo que habitaba un malvado ogro que tenía la habilidad de convertirse en cualquier animal. El astuto felino se presentó en el castillo y comenzó a alagar al ogro – Vengo de muy lejos sólo para conoceros, Señor. Todo el mundo habla de su increíble capacidad de transformarse en animales fantásticos. Algunos dicen que incluso puede convertirse en un león – El ogro quiso mostrar su poder al gato y se transformo en un temible león – Oh, ¡es increíble! ¡magnifico! – Dijo el gato. – Y ¿podría transformarse también en un animal diminuto como un ratón? … bueno, supongo que, con su enorme tamaño será imposible… – prosiguió el gato. El ogro se sintió ofendido, pues él era capaz de convertirse en cualquier animal y, para demostrarlo, se transformó en un diminuto ratón. El plan había funcionado. El gato con botas se abalanzó sobre el ratón y de un bocado se lo comió. Poco después, llegó el carruaje del rey y el gato salió a recibirlos– Bienvenidos al castillo de mi señor, el Marqués de Carabás -. El joven estaba impresionado por todo lo que su gato había conseguido y el rey, al ver las posesiones del joven, decidió mantener su amistad. Con el tiempo, la hija del rey y el joven se enamoraron y el rey accedió, con alegría, a que se casasen. ¡Al fin y al cabo se trataba del Marqués de Carabás! Fue así como el joven hijo del molinero se convirtió en Marqués gracias a su compañero y amigo, el gato con botas. FIN Cuento original escrito por Charles Perrault Cuento de El Gato con Botas adaptado por Beatriz de las Heras
HANSEL Y GRETEL CUENTO CORTO PARA NIÑOS. Pues veréis, hace más de mil años vivía una familia muy, pero que muy pobre: El padre y sus dos hijos, Hansel y Gretel, y la egoísta madrastra, que no veía el momento de echar a los dos pequeños de la casa. En esa época, la miseria y la falta de comida se habían apoderado de la ciudad y la familia, que vivía cerca del bosque, también estaba pasando por un mal momento. – Sin dinero, sin comida… no sé qué podemos hacer, – refunfuñaba la madrastra. – Mujer, saldré a cortar leña y seguro que salimos de esta, – contestó el hombre. -Es imposible. No podemos salir adelante los cuatro. Hay que echar a los niños de casa; de lo contrario moriremos los cuatro de hambre. – Eso ni pensarlo, ¿cómo vamos a dejar a los niños abandonados? – insistió el padre. Mientras los padres discutían en la habitación, Hansel y Gretel escuchaban desde su cuarto. La pequeña Gretel lloraba desconsolada. Pero Hansel tuvo una idea. Salió sigiloso de la casa y cogió muchas piedras, que escondió en el bolsillo de su abrigo. A la mañana siguiente, la madrastra cogió a los niños y los llevó al bosque. Encendió un fuego y les dio un pedazo de pan a cada uno. – Quedaos aquí mientras vuestro padre y yo vamos a trabajar, – les dijo la madrastra. Los niños obedecieron, pero al caer la noche se dieron cuenta de que nadie los iba a recoger. Entonces Hansel se levantó y le dijo a su hermana – tranquila Gretel, he dejado caer unas piedras al venir para que encontremos el camino de vuelta – Y así, los pequeños regresaron a casa, sanos y salvos. El padre estaba tan contento de verlos, que no pudo contener las lágrimas.
Pasó largo tiempo y la falta de trabajo y de dinero se volvió insoportable. Entonces, la madrastra volvió a increpar al padre para que abandonasen a los niños en el bosque. Por supuesto, el padre no quiso seguir hablando del tema. Hansel y Gretel escucharon la discusión y Hansel se levantó de la cama para recoger más piedras, por si volvían a llevarlos al bosque. Pero en esta ocasión, la malvada mujer había cerrado la habitación para que el niño no pudiese recoger piedras. A la mañana siguiente, Hansel cogió un trozo de pan y lo desmigajó en el bolsillo de su abrigo. Entonces, la madrastra volvió a llevarlos al bosque, aunque en esta ocasión fueron mucho más lejos. De nuevo, encendió un fuego y les dio un pedazo de pan a cada uno. – Quedaos aquí mientras vuestro padre y yo vamos a trabajar. – les dijo la madrastra. Los niños obedecieron y, al caer la noche, entendieron que de nuevo la madrastra los había abandonado en el bosque. Entonces, Hansel le dijo a su hermana – no te preocupes hermanita, he ido dejando un rastro de migas de pan por el camino para que podamos volver a casa – Pero cuando los pequeños intentaron buscar las migas de pan, se dieron cuenta de que los pájaros se las habían comido. Tristes y solos, los pequeños comenzaron a caminar intentado encontrar algo que les pareciera familiar para llegar a su hogar. Sus esfuerzos no sirvieron de nada y, al amanecer, cayeron rendidos junto a un árbol. Cuando despertaron, pudieron ver, entre los árboles, una casita. Se acercaron para pedir ayuda y cuál fue su sorpresa, cuando se dieron cuenta de que la casita estaba hecha de chocolate, mazapán, azúcar y todos los dulces que podían imaginar. Los hermanitos comenzaron a comer sin pensar en quien podía vivir en aquel dulce lugar. Tenían tanta hambre que no podían pensar en nada más. De repente, una anciana mujer, de voz dulce y aspecto endeble, salió de la casa y los invitó a tomar unos pasteles y un poco de leche. Los niños sintieron que al fin estaban a salvo.
La anciana los acostó en una limpia y cálida cama y los pequeños durmieron tranquilos. Pero al amanecer, cuando todo estaba en calma, la anciana agarró del brazo a Hansel y le encerró en una jaula. Agarró a la niña y le dijo, tú me ayudarás a dar de comer a tú hermano hasta que esté bien gordito y, entonces, me lo comeré guisado. La niña estaba muy asustada y sólo podía obedecer a la vieja bruja. La bruja, que andaba mal de la vista, pedía a Hansel que cada día sacase un dedo para ver si había engordado. El niño, había cogido un hueso de las comidas que le servían y lo hacía pasar por su dedo. La malvada anciana no entendía como podía seguir tan delgado con la cantidad de comida que le estaba dando. Harta de esperar a que el niño engordase, un día, decidió que se comería a los dos hermanos, para compensar la delgadez de ambos. Hizo a la niña que encendiera el fuego para el caldero y que avivase el calor del horno para el pan. Pero Gretel temió que lo que iba a suceder era que la vieja se los iba a comer. Cuando la bruja le dijo – niña, abre la puerta del horno y comprueba si hay suficiente calor –, la pequeña se hizo la despistada – Pero señora, yo no tengo fuerza para abrir esta gran puerta– La bruja, que ya estaba harta de tanta torpeza, se acercó al horno y lo abrió por sí misma. Fue en ese momento de despiste, cuando Gretel empujo a la bruja dentro del horno y cerró la puerta para que no pudiera salir de ahí. Corrió junto a su hermano para decirle que había acabado con la malvada bruja y los pequeños se abrazaron de alegría. Volvieron a la casa para coger algo de comer e intentar regresar a su casa. Fue entonces cuando encontraron piedras preciosas y joyas escondidas en los cajones de la casa de la anciana. Se llenaron los bolsillos de aquellos tesoros, cogieron unos trozos de pan y huyeron de aquel lugar. Caminaron todo el día, hasta que Hansel vio algo que le resultó familiar – ya estamos a salvo hermanita, he recordado el camino de vuelta a casa –
Los pequeños llegaron a su casa, donde su padre los recibió con gran alegría y amor, pues la malvada madrastra, a la que el padre había echado de casa, los había llevado al bosque sin su consentimiento. Entonces, los niños comenzaron a sacar todas las piedras preciosas que traían guardadas en los bolsillos. Los tres rieron y se abrazaron muy felices por haber vuelto a reunir a su pequeña familia. Hansel, Gretel y su papá nunca más se separaron y no volvieron a pasar calamidades, gracias a los tesoros que habían encontrado en la casa de la malvada bruja. Y fueron muy, muy felices y comieron…todo lo que se les antojó. FIN Cuento de los Hermanos Grimm Adaptado por Beatriz de las Heras
CUENTO DE LA RATITA PRESUMIDA. Érase una vez una ratita muy trabajadora y cuidadosa con las cosas del hogar. A la ratita presumida le encantaba tener su casa limpia y muy cuidada. Cada mañana limpiaba la puerta de su casa hasta que no quedaba rastro de hojas o de pelusa. Además, disfrutaba poniendo flores en las ventanas y cortando delicados ramos de flores silvestres para decorar la mesa de su comedor. Era una ratita muy coqueta y siempre le gustaba estar arreglada, incluso cuando estaba en casa. Una mañana, mientras limpiaba la puerta de su casa, la ratita, encontró una moneda de oro. – ¡Qué suerte! Sé exactamente en qué voy a gastar esta moneda – Pensó la ratita con gran ilusión – Como la ratita era muy presumida, se fue directamente a comprar una cinta de seda roja y se hizo un bonito lazo en su larga colita – ¡Qué bien me queda! ¡Cómo realza mi magnifica colita! Todos los animales se quedaron sorprendidos de lo guapa que estaba la ratita y ella, que era muy presumida, se dio cuenta de lo mucho que la miraban, así que decidió sentarse en la entrada de su casa para que todo el mundo pudiera admirarla. Al verla allí, el gallo se acercó con su aire elegante y estirado. – Ratita, Ratita, qué guapa estás hoy – dijo el gallo – ¿Quieres casarte conmigo?
La ratita pensó – Bueno, es bastante guapo y elegante – y le preguntó – ¿Y que harás por las noches? – Pues te cantaré quiquiriquí – – ¡Uy, no, no, no, qué horror! Con tanto ruido no podré dormir. No me casaré contigo Y el gallo se marchó algo triste. Poco después apareció el burro y al verla tan preciosa le preguntó – Ratita, Ratita ¿te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó – ¿Y que harás por las noches? – – ¡Hi-aa, hi-OO! – contestó el burro. – ¡Uy, uy, qué ruido tan horroroso! Lo siento mucho, pero no puedo casarme contigo – dijo la ratita presumida. Y el burro siguió su camino algo más triste. Entonces llegó el cerdo, que se paró frente a la casa de la ratita y dijo – Buenos días Ratita preciosa, ese lazo rojo te sienta de maravilla ¿quieres casarte conmigo? – Bueno, vamos a ver ¿qué harás por las noches? – preguntó la ratita presumida. – ¡Oinc, oinc! – dijo el cerdo. – ¡Uf, que ruido tan fuerte! No, no puedo casarme contigo. – Contestó. Y así fueron pasando animales y todos ellos fueron rechazados. Incluso el amable ratón, que siempre había estado enamorado de la ratita fue rechazado por su aspecto endeble. – Lo siento mucho ratón, pero eres poca cosa para una ratita como yo – le contestó.
Cuando el pobre ratón se hubo marchado con el corazón roto, apareció el gato. Un galán al que ninguna señorita se le resistía, con su pelo suave y blanco, y con su voz profunda le dijo – Ratita, Ratita, llevo un rato observándote y estoy seguro de que serías una esposa perfecta para mí – La ratita, asombrada por la belleza del gato le dijo – ¿y qué harás por las noches? – A lo que el astuto gato contestó – Nada, sólo dormiré y pensaré en ti – La ratita quedó prendada del gato y le dijo – Si, por supuesto que me casaré contigo. Ven, siéntate aquí que te voy a traer un poco de pastel que acabo de preparar. El gato se acercó a la ratita y cuando esta se giró para entrar a por el pastel, se abalanzó sobre ella para intentar comérsela. La ratita grito tanto, que el ratón pudo escucharla y corrió en su ayuda. Con un palo enorme golpeo al malvado felino hasta que este se marchó. Fue así, como la Ratita Presumida se dio cuenta de lo mucho que la quería el Ratón y se enamoró de él y vivieron felices el resto de sus días.
CUENTO DE PULGARCITO CORTO Esta historia que hoy os cuento ocurrió hace ya mucho, mucho tiempo. Cuentan que un campesino y su mujer vivían tranquilos en su humilde hogar. Aunque eran felices, echaban en falta tener hijos. – Cómo me gustaría tener un pequeño revoloteando por casa – dijo el hombre. – Si, lo querríamos tanto… ,aunque sólo fuera un niño tan pequeñito como un pulgar. ¡Qué felices seríamos los tres juntos! – dijo entre suspiros la mujer.
Siete meses después, sus deseos se hicieron realidad y la buena mujer dio a luz a un pequeño y precioso niño, al que llamaron Pulgarcito, pues su tamaño era casi, casi como el de un pulgar. Pasó el tiempo y los campesinos vivían felices con su pequeño. Aunque Pulgarcito era un niño muy sano e inteligente, su diminuto tamaño hacía que sus padres no lo dejaran hacer muchas cosas por, miedo a que un animal de la granja lo pudiese aplastar.
Un día, el hombre se lamentaba de no tener a nadie que le ayudase a llevar el carro con el caballo. Pulgarcito escuchó a su padre y le dijo – Papá, yo te ayudaré – El padre se echó a reír – Pero hijo si no puedes sujetar las bridas – – Confía en mí, papá – dijo el pequeño – Si mamá agarra el caballo, yo iré guiándolo con mi voz y, así, llevaré el carro hasta donde tú estés trabajando – El padre accedió – No perdemos nada por probar –
A la mañana siguiente, la madre colocó a Pulgarcito junto a las orejas del caballo y lo dejó marchar. El pequeño iba dando órdenes al caballo – ¡Arre!,¡ So! ,¡Tras! – y el caballo obedecía sin rechistar. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Cuando estaba a punto de llegar al lugar donde trabajaba su padre, aparecieron dos forasteros en el camino. Los hombres se sorprendieron al ver un carro que se movía sin nadie que lo guiase. – ¿Tu oyes esa voz? – Dijo uno de los forasteros. – Si, pero no se ve a nadie. Esto es muy extraño. Vamos a seguir a ese carro para averiguar lo que está pasando. Cuando el joven llegó junto a su padre, los dos se pusieron muy contentos – ¿Ves cómo he sido capaz de traer el carro? – El campesino bajó a su hijo de la oreja del caballo y lo dejó en el suelo. Cuando los forasteros vieron al pequeño, pensaron que ese renacuajo podría hacerlos muy ricos – Si lo llevamos a la ciudad, todo el mundo pagará por verlo – Se acercaron al campesino y le ofrecieron una buena cantidad de monedas de oro a cambio de su hijo. – Ni hablar, es mi hijo y por nada del mundo lo vendería – contestó ofendido el padre. Pero Pulgarcito se subió al hombro de su padre y le susurró al oído – Padre, confía en mí. Coge el dinero que yo me las arreglaré para volver a casa. – Y así fue como Pulgarcito se marchó con los dos hombres. – Ponme en el ala de tu sombrero para poder ver el paisaje – le dijo el pequeño a uno de los hombres.
Ya habían avanzado un buen trecho, cuando Pulgarcito dijo – Necesito bajar para hacer mis necesidades – – Puedes hacerlo en el sombrero, al igual que lo hacen los pájaros – – No, yo soy un chico educado – contestó Pulgarcito. Una vez lo hubo bajado, el pequeño corrió a esconderse en una madriguera que había visto desde lo alto del sombrero. Los hombres lo buscaron, hasta que oscureció, pero se dieron por vencidos y se marcharon. Pulgarcito salió de la madriguera y, al ver que ya era de noche, decidió buscar un lugar seguro donde esconderse para no ser pisado, ni comido por algún animal. Y así encontró una caracola y se metió dentro para descansar un poco. Casi estaba amaneciendo, cuando el pequeño escuchó a unos hombres hablar de robar a un cura. – Yo puedo ayudaros – gritó Pulgarcito.–¿De dónde viene esa voz? – preguntó uno de los ladrones. – Buscadme en el suelo, escuchad mi voz – Uno de los ladrones lo encontró y se carcajeó. – Pero ¿cómo vas a ayudarnos tú renacuajo? – – Puedo colarme por cualquier rendija y sacaros lo que queráis. – De acuerdo – Una vez en la casa del cura, Pulgarcito se metió dentro y gritó – ¿Estáis seguros de que queréis llevaros todo lo que hay aquí?Los ladrones enfurecieron – Sí, estamos seguros, pero no grites que nos vas a descubrir –
Pulgarcito se hizo el sordo y volvió a gritar para que lo escuchasen los dueños de la casa – ¿Seguro que queréis llevaros todo? – En eso, la cocinera lo escuchó y salió con un palo de escoba para ver qué estaba pasando. Los ladrones, asustados, salieron corriendo y Pulgarcito se escondió en el pajar para que aquella enorme mujer no lo encontrase. A la mañana siguiente, la cocinera fue al pajar para dar de comer al ganado. Cogió la paja en la que dormía Pulgarcito y se la acercó a la vaca. El pequeño, que dormía profundamente, no se dio cuenta del peligro que corría hasta que se vio en la boca de la vaca y, de un trago, acabó en su estómago. Asustado, comenzó a gritar – ¡basta de comida! – Pues cuanta más comida ingería la vaca, menos espacio le quedaba a Pulgarcito en el estómago. El cura, al escuchar la voz que provenía de la vaca, ordenó matarla, pensando que un mal espíritu se había apoderado de ella. Cuando Pulgarcito consiguió salir del estómago del animal, se topó con un lobo hambriento que se tragó al muchacho pensando que era un trozo de vaca. Pero el pequeño no se dio por vencido y, desde la tripa del lobo gritó – Eh, señor lobo, se de un lugar donde podrá comer todo lo que usted quiera. El joven guio al lobo hasta su propia casa, donde sus padres lo esperaban. Una vez en su casa, Pulgarcito comenzó a gritar con todas sus fuerzas para despertar a sus padres y llamar su atención. Los padres entraron en la despensa con un hacha y una hoz dispuestos a matar al lobo, pero entonces escucharon la voz de su pequeño hijo – Padre, madre, soy yo, Pulgarcito, estoy en la panza del lobo –
El hombre le dio un golpe enorme al lobo y le abrieron la barriga para sacar a su hijo. – Hijo mío, nunca más volveremos a separarnos de ti – Y así fue que Pulgarcito descansó junto a sus padres y cada día les contaba las aventuras que había vivido durante los días que no estuvo en casa. FIN El cuento de Pulgarcito es una obra de los Hermanos Grimm
PEDRO Y EL LOBO CUENTO INFANTIL Erase una vez un pastorcillo llamado Pedro. El joven subía cada mañana, muy temprano, con su rebaño de ovejas para que pastaran mientras hacía fresco. Pedro sabía que debía estar muy atento para que ninguna oveja se perdiese o fuese devorada por un lobo, que llevaba tiempo merodeando por la zona y que ya había dado algún disgusto a otros pastores y granjeros.
Una mañana, aburrido de vigilar a su rebaño, el pastorcillo decidió gastar una broma al resto de aldeanos. Sin pensárselo dos veces, Pedro subió a lo alto de un árbol y comenzó a gritar. – ¡Socorro! ¡Qué viene el lobo! ¡Ayuda! Al oír sus gritos, los pastores y granjeros de la aldea acudieron en su ayuda con picos y azadas, para defender al rebaño del joven pastor. Sin embargo, cuando llegaron junto al rebaño, no había ningún lobo y encontraron a Pedro riendo a carcajadas, mientras les decía – ¡Os he engañado! ¡Deberíais haberos visto las caras! – Los hombres se marcharon muy enfadados y fatigados por la carrera que se habían dado para ayudar a Pedro. A la mañana siguiente, Pedro pensó que sería divertido ver si los aldeanos volvían a caer en la misma trampa y, de nuevo, comenzó a gritar – ¡Ayuda! ¡El lobo! ¡Socorro! – – Esta vez no puede ser una broma – dijeron algunos granjeros y corrieron tan rápido como pudieron para ayudar al joven. Qué decepción se llevaron cuando, al llegar junto al rebaño, se encontraron a Pedro carcajeándose de ellos – ¡Os he vuelto a engañar! ¡Ja ja ja! – Los granjeros se enfadaron muchísimo y se marcharon lamentándose por la broma tan pesada que les habían gastado – Esto no es una broma – decía uno. – No, algún día se dará cuenta de lo que ha hecho – comentaba otro. Pasaron algunos días y Pedro aún se reía al pensar en la broma que había gastado a los aldeanos. Una mañana, mientras descansaba bajo un árbol, escuchó unas pisadas que no provenían de su rebaño.
Antes de que pudiese levantarse, un enorme lobo saltó sobre sus ovejas, dando caza a una de ellas. Pedro se subió al árbol y comenzó a gritar pidiendo ayuda – ¡Socorro! ¡El lobo se está comiendo mis ovejas! ¡Ayuda, por favor! – Pero nadie acudió en su ayuda y, antes de que se diera cuenta, el lobo se había comido dos de sus ovejas y otras muchas se habían extraviado mientras huían del lobo. Cuando el lobo terminó de saciar su hambre, se marchó. Pedro tardó todo el día en terminar de reunir a su rebaño. Al llegar a la aldea, con los ojos llorosos, decidió pedir perdón a todos los aldeanos y les contó lo que le había sucedido. Fue así como Pedro aprendió que no se debe mentir, pues cuando necesitó ayuda, de verdad, nadie lo creyó. Esta historia, que es muy cierta, se ha contado de padres a hijos durante mucho tiempo. Ahora ya sabes por qué te dicen: si cuentas muchas mentiras, nadie te creerá cuando cuentes la verdad. FIN Pedro y el lobo es un cuento de Sergei Prokótiev