Cuentos Maravillosos.docx

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Biografía de Charles Perrault Charles Perrault vino al mundo, el 12 enero de 1628, en París. Sus padres son Pierre Perrault, abogado del Parlamento de París y Paquette Leclerc. Educado en el colegio Beauvais ( París) se aficionó a la Literatura desde su niñez. En estos años, compone, junto a su amigo Baurin y sus hermanos Claude y Nicolas una Enéiade travestie 1637. Obtuvo su licenciatura de derecho en 1651, es nombrado abogado del foro de París. Escribe en 1653 con su hermano Claude Los muros de Troya o el origen de lo burlesco. Entre 1654 y 1664 trabaja en la Administración de la Recaudación General de Hacienda, dirigida por su hermano Pierre. Alto funcionario y protegido de Colbert, publica obras de género galante y parodias antes de decantarse por los Modernos frente a los partidarios de la Antiguedad de la Academia Francesa, de la que es miembro desde 1671. En 1672 se casa con Marie Guichon. En 1673 es nombrado bibliotecario de la Academia. Este mismo año nace su primer hijo. Su esposa muere en 1678, y, en 1700 Perrault pierde a su hijo pequeño en la guerra. El autor de Caperucita Roja murió la noche del 15 al 16 de mayo de 1703 en su casa de París a la edad de 75 años. Su polémico poema El Siglo de Luis el Grande (1687) así como su Paralelo entre los Antiguos y los Modernos (entre 1688 y 1697), muy criticados por Boileau, presentan y codifican sus argumentos : critica el principio de autoridad y afirma que el progreso es posible gracias a las artes tanto como a las ciencias y subraya la superioridad del "siglo de Luis sobre el siglo de Augusto. Con sus Historias o Cuentos del tiempo pasado (también llamados Cuentos de mi madre la Oca, 1697) consigue gran fama e inaugura el género literario de los cuentos de hadas.

Caperucita roja - Charles Perrault Érase una vez una niña que era muy querida por su abuelita, a la que visitaba con frecuencia aunque vivía al otro lado del bosque. Su madre que sabía coser muy bien le había hecha una bonita caperuza roja que la niña nunca se quitaba, por lo que todos la llamaban Caperucita roja. Una tarde la madre la mandó a casa de la abuelita que se encontraba muy enferma, para que le llevara unos pasteles recién horneados, una cesta de pan y mantequilla. – “Caperucita anda a ver cómo sigue tu abuelita y llévale esta cesta que le he preparado”, –le dijo. Además le advirtió: –“No te apartes del camino ni hables con extraños, que puede ser peligroso”. Caperucita que siempre era obediente asintió y le contestó a su mamá: – “No te preocupes que tendré cuidado”. Tomó la cesta, se despidió cariñosamente y emprendió el camino hacia casa de su abuelita, cantando y bailando como acostumbraba. No había llegado demasiado lejos cuando se encontró con un lobo que le preguntó: – “Caperucita, caperucita ¿a dónde vas con tantas prisas?” Caperucita lo miró y pensó en lo que le había pedido su mamá antes de salir, pero como no sintió temor alguno le contestó sin recelo. – “A casa de mi abuelita, que está muy enfermita”. A lo que el lobo replicó: – “¿Y d ó nde vive tu abuelita?”. – “Más allá de donde termina el bosque, en un claro rodeado de grandes robles”. – Respondió Caperucita sin sospechar que ya el lobo se deleitaba pensando en lo bien que sabría. El lobo que ya había decidido comerse a Caperucita, pensó que era mejor si primero tomaba a la abuelita como aperitivo. – “No debe estar tan jugosa y tierna, pero igual servirá”, – se dijo mientras ideaba un plan. Mientras acompañaba a esta por el camino, astutamente le sugirió: – “¿Sabes qué haría realmente feliz a tu abuelita? Si les llevas algunas de las flores que crecen en el bosque”. Caperucita también pensó que era una buena idea, pero recordó nuevamente las palabras de su mamá. – “Es que mi mamá me dijo que no me apartara del camino”. A lo que el lobo le contestó: – “¿Ves ese camino que está a lo lejos? Es un atajo con el que llegarás más rápido a casa de tu abuelita”. Sin imaginar que el lobo la había engañado, esta aceptó y se despidió de él. El lobo sin perder tiempo alguno se dirigió a la casa de la abuela, a la que engañó haciéndole creer que era su nieta Caperucita. Luego de devorar a la abuela se puso su gorro, su camisón y se metió en la cama a esperar a que llegase el plato principal de su comida. A los pocos minutos llegó Caperucita roja, quien alegremente llamó a la puerta y al ver que nadie respondía entró. La niña se acercó lentamente a la cama, donde se encontraba tumbada su abuelita con un aspecto irreconocible. – “Abuelita, que ojos más grandes tienes”, – dijo con extrañeza. – “Son para verte mejor”, – dijo el lobo imitando con mucho esfuerzo la voz de la abuelita. – “Abuelita, pero que orejas tan grandes tienes” – dijo Caperucita aún sin entender por qué su abuela lucía tan cambiada. – “Son para oírte mejor”, – volvió a decir el lobo. – “Y que boca tan grande tienes”.

– “Para comerte mejooooooooor”, – chilló el lobo que diciendo esto se abalanzó sobre Caperucita, a quien se comió de un solo bocado, igual que había hecho antes con la abuelita. En el momento en que esto sucedía pasaba un cazador cerca de allí, que oyó lo que parecía ser el grito de una niña pequeña. Le tomó algunos minutos llegar hasta la cabaña, en la que para su sorpresa encontró al lobo durmiendo una siesta, con la panza enorme de lo harto que estaba. El cazador dudó si disparar al malvado lobo con su escopeta, pero luego pensó que era mejor usar su cuchillo de caza y abrir su panza, para ver a quién se había comido el bribón. Y así fue como con tan solo dos cortes logró sacar a Caperucita y a su abuelita, quienes aún estaban vivas en el interior del lobo. Entre todos decidieron darle un escarmiento al lobo, por lo que le llenaron la barriga de piedras y luego la volvieron a coser. Al despertarse este sintió una terrible sed y lo que pensó que había sido una mala digestión. Con mucho trabajo llegó al arroyo más cercano y cuando se acercó a la orilla, se tambaleó y cayó al agua, donde se ahogó por el peso de las piedras. Caperucita roja aprendió la lección y pidió perdón a su madre por desobedecerla. En lo adelante nunca más volvería a conversar con extraños o a entretenerse en el bosque.

Biografía de Oscar Wilde Nacio en Dublín en 1854. Hijo del cirujano William Wills-Wilde y de la escritora Joana Elgee, exitosos intelectuales. Oscar Wilde tuvo una infancia tranquila y sin sobresaltos. Mostró su inteligencia desde edad temprana al adquirir fluidez en el francés y el alemán. Estudió en la Portora Royal School de Euniskillen, en el Trinity College de Dublín y, posteriormente, en el Magdalen College de Oxford, centro en el que permaneció entre 1874 y 1878 y en el cual recibió el Premio Newdigate de poesía, que gozaba de gran prestigio en la época. Como un portavoz del esteticismo realizó varias actividades literarias; publicó un libro de poemas, dio conferencias en Estados Unidos y Canadá sobre el Renacimiento inglés y después regresó a Londres, donde trabajó prolíficamente como periodista. Conocido por su ingenio mordaz, su vestir extravagante y su brillante conversación, Wilde se convirtió en una de las mayores personalidades de su tiempo. En 1884 contrajo matrimonio con Constance Lloyd, que le dio dos hijos: Cyril, que nació en junio de 1885, y Vyvyan, nacido en noviembre de 1886. Entre 1887 y 1889 editó una revista femenina, Woman World, y en 1888 publicó un libro de cuentos, El príncipe feliz, cuya buena acogida motivó la publicación, en 1891, de varias de sus obras, entre ellas El crimen de lord Arthur Saville. El éxito de Wilde se basaba en el ingenio punzante y epigramático que derrochaba en sus obras, dedicadas casi siempre a fustigar las hipocresías de sus contemporáneos. Éxito que fue empañado por el escándalo. Oscar Wilde era amigo de lord Alfred Douglas y el padre de éste sospechaba que ambos mantenían un affair. Y confrontó a Wilde enviándole una carta. Wilde, animado por su amigo e hijo del denunciante, lo denunció a su vez por calumnias y esgrimiendo la amoralidad del arte como defensa. Finalmente, el noveno marqués de Queensberry quedó libre y Wilde se enfrentó a un segundo juicio en mayo de 1895, en el que se le acusó de sodomía y de grave incidencia, y por el que fue condenado a dos años de trabajos forzados. Las numerosas presiones y peticiones de clemencia efectuadas desde sectores progresistas y desde varios de los más importantes círculos literarios europeos no fueron escuchadas y el escritor se vio obligado a cumplir por entero la pena. Enviado a Wandsworth y Reading, donde redactó la posteriormente aclamada Balada de la cárcel de Reading, la sentencia supuso la pérdida de todo aquello que había conseguido durante sus años de gloria. Su matrimonio sucumbió a consecuencia de la desvergüenza por el proceso de Wilde. Tras el encarcelamiento de Wilde, Constance cambió su apellido y el de sus hijos a Holland para desvincularse del escándalo, aunque nunca se divorció de Wilde, quien también fue obligado a renunciar a la patria potestad de sus hijos. Cuando recuperó su libertad, cambió de nombre y apellido (adoptó los de Sebastian Melmoth) y emigró a París, donde permaneció hasta su muerte en 1900. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, sus quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora al catolicismo. Sólo póstumamente sus obras volvieron a representarse y a editarse.

El gigante egoísta - de Oscar Wilde Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños jugaban en el jardín de un gran castillo deshabitado. Se revolcaban por la hierba, se escondían tras los arbustos repletos de flores y trepaban a los árboles que cobijaban a muchos pájaros cantores. Allí eran muy felices. Una tarde, estaban jugando al escondite cuando oyeron una voz muy fuerte. -¿Qué hacéis en mi jardín? El gigante egoísta Temblando de miedo, los niños espiaban desde sus escondites, desde donde vieron a un gigante muy enfadado. Había decidido volver a casa después de vivir con su amigo el ogro durante siete años. -He vuelto a mi castillo para tener un poco de paz y de tranquilidad -dijo con voz de trueno-. No quiero oír a niños revoltosos. ¡Fuera de mi jardín! ¡Y que no se os ocurra volver!

Biografía de Hans Christian Andersen Odense, Dinamarca, 1805 - Copenhague, 1875. Poeta y escritor danés. El más célebre de los escritores románticos daneses fue hombre de origen humilde y formación esencialmente autodidacta, en quien influyeron poderosamente las lecturas de Goethe, Schiller y E.T.A. Hoffmann. Hijo de un zapatero de Odense, su padre murió cuando él contaba sólo once años, por lo que no pudo completar sus estudios. En 1819, a los catorce años, Hans Christian Andersen viajó a Copenhague en pos del sueño de triunfar como dramaturgo. La crisis que vivía el reino a raíz de las duras condiciones del tratado de paz de Kiel y su escasa formación intelectual obstaculizaron seriamente su propósito. Sin embargo, con la ayuda de personas adineradas, logró estudiar, y en 1828 obtuvo el título de bachiller. Un año antes se había dado a conocer con su poema El niño moribundo, que reflejaba el tono romántico de los grandes poetas de la época, en especial los alemanes. En esta misma línea se desarrollaron su producción poética y sus epigramas, en los que prevalecía la exaltación sentimental y patriótica. El escaso éxito de sus obras teatrales y su insaciable curiosidad lo impulsaron a viajar por diversos países, entre ellos Alemania, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Suecia, España y el Reino Unido, y a anotar sus impresiones en interesantes cuadernos y libros de viaje (En Suecia, En España). En 1835, ya de regreso en su país, alcanzó cierta fama con la publicación de su novela El improvisador, a la que siguieron en los años siguientes O.T. y Tan sólo un violinista, entre otras, piezas teatrales como El mulato y una autobiografía, La verdadera historia de mi vida. Durante su estancia en el Reino Unido, Andersen entabló amistad con Charles Dickens, cuyo poderoso realismo, al parecer, fue uno de los factores que le ayudaron a encontrar el equilibrio entre realidad y fantasía, en un estilo que tuvo su más lograda expresión en una larga serie de cuentos. Inspirándose en tradiciones populares y narraciones mitológicas extraídas de fuentes alemanas y griegas, así como de experiencias particulares, entre 1835 y 1872 escribió 168 cuentos protagonizados por personajes de la vida diaria, héroes míticos, animales y objetos animados. Dirigidas en principio al público infantil, aunque admiten sin duda la lectura a otros niveles, los cuentos de Andersen se desarrollan en un escenario donde la fantasía forma parte natural de la realidad y las peripecias del mundo se reflejan en historias que, no exentas de un peculiar sentido del humor, tratan de los sentimientos y el espíritu humanos. En la línea de autores como Charles Perrault y los hermanos Grimm, el escritor danés identificó sus personajes con valores, vicios y virtudes para, valiéndose de elementos fabulosos, reales y autobiográficos, como en el cuento El patito feo, describir la eterna lucha entre el bien y el mal y dar fe del imperio de la justicia, de la supremacía del amor sobre el odio y de la persuasión sobre la fuerza; en sus relatos, los personajes más desvalidos se someten pacientemente a su destino hasta que el cielo, en forma de héroe, hada madrina u otro ser fabuloso, acude en su ayuda y la virtud es premiada. La maestría y la sencillez expositiva logradas por Andersen en sus cuentos no sólo contribuyeron a la rápida popularización de éstos, sino que consagraron a su autor como uno de los grandes genios de la literatura universal.

La tetera - Hans Christian Andersen Hace mucho tiempo había una tetera muy arrogante. La tetera estaba orgullosa de su porcelana y de su maravillosas formas, y a todo el mundo se lo hacía notar. Sin embargo, de lo que nunca hablaba era de su tapadera, que estaba rota y encolada porque, al estar defectuosa, no gustaba a nadie. ¿A quién iba a gustarle algo defectuoso? Bien sabía la tetera que las tazas, la mantequera y la azucarera ya se habían fijado en el defecto de su tapa y que no hablaban más que de eso, en vez de su maravillosa asa o cualquiera de sus otras virtudes. -¡Las conozco! -decía para sus adentros la tetera-. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que reina sobre todos, pues reparto bendiciones entre la humanidad sedienta y, en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida. Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Pero un día, mientras estaba en la mesa puesta, la mano primorosa que la manejaba la dejó caer y la tetera se rompió. La tetera yacía en el suelo sin sentido mientras salía toda el agua hirviendo. Fue un duro golpe, y lo peor fue que todos se rieron de ella y de la mano torpe que la dejó caer. La tetera fue arreglada, pero dejó de ser la misma. -¡Este recuerdo no se borrará nunca de mi mente! -exclamó la tetera tiempo después, mientras contaba su vida-. Me llamaron inválida, me pusieron en un rincón, y al día siguiente me regalaron a una mujer que vino a mendigar. Así llegué al mundo de los pobres, tan inútil por dentro como por fuera, y, sin embargo, allí empezó para mí una vida mejor. Me llenaron de tierra y en ella pusieron un bulbo y me lo regalaron. Y el bulbo se convirtió en mi corazón, mi corazón vivo, algo que nunca había tenido. Desde entonces hubo vida en mí, fuerza y energías. El bulbo germinó y nació una flor. La vi y me olvidé de mí misma ante su belleza. ¡Dichoso el que se olvida de sí por los demás! Pero un día oí decir a alguien que se merecía una maceta mejor. Me partieron por la mitad; ¡ay, cómo dolió!, y la flor fue trasplantada a otro tiesto más nuevo, mientras a mí me arrojaron al patio, donde estoy convertida en cascos viejos. Pero conservo el recuerdo, y nadie podrá quitármelo.

Biografía de Horacio Quiroga Nació en Salto (Uruguay) el 31 de diciembre de 1878. Fue un escritor precoz y ya en 1897 realiza sus primeras colaboraciones en diversos periódicos del país. En 1900 viaja a París y se empapa del movimiento modernista, a la vez que hace amistad con algunos escritores, entre ellos Ruben Darío. En 1902 la fatalidad comienza a visitarlo: mata accidentalmente con una pistola a un amigo, el escritor Federico Ferrando. Un año antes ya había publicado sus primeros textos modernistas recogidos bajo el título Los arrecifes de coral. En 1903 trabaja como profesor de lengua castellana y acompaña, en calidad de fotógrafo, a Leopoldo Lugones por la región argentina de Misiones. Ambos formaban parte de una expedición arqueológica cuyo objetivo era realizar un estudio sobre la presencia de los jesuitas en aquella región. Fue tanta la impresión que le causó esa tierra que Quiroga decidió permanecer en ella como colono, a partir de ese momento tanto los colonos como sus desdichas serán un tema recurrente en su obra. En 1906 publica su primer volumen de cuentos bajo el título Los perseguidos: en sus textos se aprecian claras influencias de los grandes del terror como Poe o Maupassant y también de Chejov y Kipling. En este primer volumen ya se aprecia la pesadumbre y la desgracia que serán temas claves en el resto de sus obras. Es relevante el protagonismo de los animales en estos cuentos, que piensan, actúan y están abocados a la desgracia como los hombres. Los perseguidos es un adelanto de lo que posteriormente se conocerá como literatura psicológica. En 1909 se casa con Ana María Cirés y se van a vivir a San Ignacio. En 1911 es nombrado juez de paz. Mientras publica textos como Cuentos de amor, de locura y muerte (1917) y Cuentos de la selva (1918), las desgracias se siguen sucediendo en su vida: en 1915 su esposa se suicida. Aunque ni eso ni la mala fortuna le impiden seguir desarrollando plenamente su talento literario, que se extiende ahora al periodismo y la dramaturgia. En 1927 se casa con María Bravo y se trasladan a Misiones un años después, aunque en 1936 su mujer lo deja y regresa a Buenos Aires. Finalmente, sabiéndose víctima de un cáncer gástrico Quiroga se suicida con cianuro el 31 de diciembre de 1937.

El potro salvaje - Horacio Quiroga Era un caballo, un joven potro de corazón ardiente, que llegó del desierto a la ciudad, a vivir del espectáculo de su velocidad. Ver correr aquel animal era, en efecto, un espectáculo considerable. Corría con la crin al viento y el viento en sus dilatadas narices. Corría, se estiraba; y se estiraba más aún, y el redoble de sus cascos en la tierra no se podía medir. Corría sin regla ni medida, en cualquier dirección del desierto y a cualquier hora del día. No existían pistas para la libertad de su carrera, ni normas para el despliegue de su energía. Poseía extraordinaria velocidad y un ardiente deseo de correr. De modo que se daba todo entero en sus disparadas salvajes, y esta era la fuerza de aquel caballo. A ejemplo de los animales muy veloces, el joven potro tenía pocas aptitudes para el arrastre. Tiraba mal, sin coraje ni bríos ni gusto. Y como en el desierto apenas alcanzaba el pasto para sustentar a los caballos de pesado tiro, el veloz animal se dirigió a la ciudad a vivir de sus carreras. En un principio entregó gratis el espectáculo de su gran velocidad, pues nadie hubiera pagado una brizna de paja por verlo -ignorantes todos del corredor que había en él. En las bellas tardes, cuando las gentes poblaban los campos inmediatos a la ciudad -y sobre todo los domingos-, el joven potro trotaba a la vista de todos, arrancaba de golpe, deteníase, trotaba de nuevo husmeando el viento, para lanzarse por fin a toda velocidad, tendido en una carrera loca que parecía imposible de superar y que superaba a cada instante, pues aquel joven potro, como hemos dicho, ponía en sus narices, en sus cascos y su carrera, todo su ardiente corazón. Las gentes quedaron atónitas ante aquel espectáculo que se apartaba de todo lo que acostumbraban ver, y se retiraron sin apreciar la belleza de aquella carrera. "No importa -se dijo el potro, alegremente-. Iré a ver a un empresario de espectáculos y ganaré, entretanto, lo suficiente para vivir." De qué había vivido hasta entonces en la ciudad, apenas él podía decirlo. De su propia hambre, seguramente, y de algún desperdicio desechado en el portón de los corralones. Fue, pues, a ver a un organizador de fiestas. -Yo puedo correr ante el público -dijo el caballo- si me pagan por ello. No sé qué puedo ganar; pero mi modo de correr ha gustado a algunos hombres. -Sin duda, sin duda... -le respondieron-. Siempre hay algún interesado en estas cosas... No es cuestión, sin embargo, de que se haga ilusiones... Podríamos ofrecerle, con un poco de sacrificio de nuestra parte... El potro bajó los ojos hacia la mano del hombre, y vio lo que le ofrecían: era un montón de paja, un poco de pasto ardido y seco. -No podemos más... Y, asimismo... El joven animal consideró el puñado de pasto con que se pagaban sus extraordinarias dotes de velocidad, y recordó las muecas de los hombres ante la libertad de su carrera, que cortaba en zigzag las pistas trilladas. "No importa -se dijo alegremente-. Algún día se divertirán. Con este pasto ardido podré, entretanto, sostenerme." Y aceptó contento, porque lo que él quería era correr. Corrió, pues, ese domingo y los siguientes, por igual puñado de pasto cada vez, y cada vez dándose con toda el alma en su carrera. Ni un solo momento pensó en reservarse, engañar, seguir las rectas decorativas, para halago de los espectadores que no comprendían su libertad. Comenzaba el trote como siempre con las narices de fuego y la cola en arco; hacia resonar la tierra en sus arranques, para lanzarse por fin a escape a campo traviesa, en un verdadero torbellino de ansia, polvo y tronar de cascos. Y por premio, su puñado de pasto seco que comía contento y descansado después del baño. A veces, sin embargo, mientras trituraba su joven dentadura los duros tallos, pensaba en las repletas bolsas de avena que veía en las vidrieras, en la gula de maíz y alfalfa olorosa que desbordaba de los pesebres. "No importa -se decía alegremente-. Puedo darme por contento con este rico pasto."

Y continuaba corriendo con el vientre ceñido de hambre, como había corrido siempre. Poco a poco, sin embargo, los paseantes de los domingos se acostumbraron a su libertad de carrera, y comenzaron a decirse unos a otros que aquel espectáculo de velocidad salvaje, sin reglas ni cercas, causaba una bella impresión. -No corre por las sendas, como es costumbre -decían-, pero es muy veloz. Tal vez tiene ese arranque porque se siente más libre fuera de las pistas trilladas. Y se emplea a fondo. En efecto, el joven potro, de apetito nunca saciado y que obtenía apenas de qué vivir con su ardiente velocidad, se empleaba siempre a fondo por un puñado de pasto, como si esa carrera fuera la que iba a consagrarlo definitivamente. Y tras el baño, comía contento su ración, la ración basta y mínima del más oscuro de los más anónimos caballos. "No importa -se decía alegremente-. Ya llegará el día en que se diviertan..." El tiempo pasaba, entretanto. Las voces cambiadas entre los espectadores cundieron por la ciudad, traspasaron sus puertas, y llegó por fin un día en que la admiración de los hombres se asentó confiada y ciega en aquel caballo de carrera. Los organizadores de espectáculos llegaron en tropel a contratarlo, y el potro, ya de edad madura, que había corrido toda su vida por un puñado de pasto, vio tendérsele en disputa apretadísimos fardos de alfalfa, macizas bolsas de avena y maíz -todo en cantidad incalculable-, por el solo espectáculo de una carrera. Entonces el caballo tuvo por primera vez un pensamiento de amargura, al pensar en lo feliz que hubiera sido en su juventud si le hubieran ofrecido la milésima parte de lo que ahora le introducían gloriosamente en el gaznate. "En aquel tiempo -se dijo melancólicamente- un solo puñado de alfalfa como estímulo, cuando mi corazón saltaba de deseos de correr, hubiera hecho de mi al más feliz de los seres. Ahora estoy cansado." En efecto, estaba cansado. Su velocidad era, sin duda, la misma de siempre, y el mismo el espectáculo de su salvaje libertad. Pero no poseía ya el ansia de correr de otros tiempos. Aquel vibrante deseo de tenderse a fondo, que antes el joven potro entregaba alegre por un montón de paja, precisaba ahora toneladas de exquisito forraje para despertar. El triunfante caballo pesaba largamente las ofertas, calculaba, especulaba finalmente con sus descansos. Y cuando los organizadores se entregaban por último a sus exigencias, recién entonces sentía deseos de correr. Corría entonces, como él solo era capaz de hacerlo; y regresaba a deleitarse ante la magnificencia del forraje ganado. Cada vez, sin embargo, el caballo era más difícil de satisfacer, aunque los organizadores hicieran verdaderos sacrificios para excitar, adular, comprar aquel deseo de correr que moría bajo la presión del éxito. Y el potro comenzó entonces a temer por su prodigiosa velocidad, si la entregaba toda en cada carrera. Corrió entonces, por primera vez en su vida, reservándose, aprovechándose cautamente del viento y las largas sendas regulares. Nadie lo notó -o por ello fue acaso más aclamado que nunca-, pues se creía ciegamente en su salvaje libertad para correr. Libertad... No, ya no la tenía. La había perdido desde el primer instante en que reservó sus fuerzas para no flaquear en la carrera siguiente. No corrió más a campo traviesa ni a fondo ni contra el viento. Corrió sobre sus propios rastros más fáciles, sobre aquellos zigzag que más ovaciones habían arrancado. Y en el miedo siempre creciente de agotarse, llegó el momento en que el caballo de carrera aprendió a correr con estilo, engañando, escarceando cubierto de espumas por las sendas más trilladas. Y un clamor de gloria lo divinizó. Pero dos hombres, que contemplaban aquel lamentable espectáculo, cambiaron algunas tristes palabras. -Yo lo he visto correr en su juventud -dijo el primero-; y si uno pudiera llorar por un animal, lo haría en recuerdo de lo que hizo este mismo caballo cuando no tenía qué comer. -No es extraño que lo haya hecho antes -dijo el segundo-. Juventud y hambre son el más preciado don que puede conceder la vida a un fuerte corazón. Joven potro: Tiéndete a fondo en tu carrera, aunque apenas se te dé para comer. Pues si llegas sin valor a la gloria, y adquieres estilo para trocarlo fraudulentamente por pingüe forraje, te salvará el haberte dado un día todo entero por un puñado de pasto

Biografía de Los hermanos Grimm Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en la localidad alemana de Hanau (en Hesse). A los 20 años de edad, Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca. Antes de llegar a los 30 años, habían logrado sobresalir gracias a sus publicaciones. Fueron profesores universitarios en Kassel (1829 y 1839 respectivamente). Siendo profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover. Al año siguiente fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt.1 Tras las Revoluciones de 1848, Jacob fue miembro del Parlamento de Fráncfort. Los hermanos Grimm se interesaron por los antiguos cuentos folclóricos alemanes y franceses, que recolectaron de muchas fuentes, los coleccionaron y los publicaron con el nombre de Kinder- und Hausmärchen(Cuentos para la infancia y el hogar) (2 volúmenes, 1812-1815). Dicha publicación fue aumentada en 1857, y conocida como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Algunos cuentos ya habían sido publicados muchos años antes por el escritor Charles Perrault, tales como Caperucita Roja, Cenicienta, La Bella Durmiente, Pulgarcito, El Gato con Botas. Ambos hermanos colaboraron en la realización de muchas otras obras. De Jacob encontramos: Sobre los antiguos Meistergesang (menestrales) alemanes (1811), Gramática alemana (1819-1837). También Mitología alemana (1835), e Historia de la lengua alemana (1848). De parte de Wilhelm: Antiguas canciones de gesta danesas(1811), Leyendas heroicas alemanas (1829), La canción de Roldán (1838) y El antiguo idioma alemán (1851) Fue el Diccionario alemán su obra compartida. Wilhelm murió el 16 de diciembre de 1859 y Jacob el 20 de septiembre de 1863 .

La luna - Los hermanos Grimm En tiempos muy lejanos hubo un país en que por la noche estaba siempre oscuro y el cielo se extendía como una sábana negra, pues jamás salía la luna ni brillaban estrellas en el firmamento. De aquel país salieron un día cuatro mozos a correr mundo, y llegaron a unas tierras en que al anochecer, en cuanto el sol se ocultaba detrás de las montañas, aparecía sobre un roble una esfera luminosa que esparcía a gran distancia una luz clara y suave; aun cuando no era brillante como la del sol, permitía ver y distinguir muy bien los objetos. Los forasteros se detuvieron a contemplarla y preguntaron a un campesino, que acertaba a pasar por allí en su carro, qué clase de luz era aquella. - Es la luna -, respondió el hombre -. Nuestro alcalde la compró por tres escudos y la sujetó en la copa del roble. Hay que ponerle aceite todos los días y mantenerla limpia para que arda claramente. Para ello le pagamos un escudo a la semana. Cuando el campesino se hubo marchado, dijo uno de los mozos:- Esta lámpara nos prestaría un gran servicio; en nuestra tierra tenemos un roble tan alto como éste; podríamos colgarla de él. ¡Qué ventaja, no tener que andar a tientas por la noche! - ¿Sabéis qué? - dijo el segundo -. Iremos a buscar un carro y un caballo, y nos llevaremos la luna. Aquí podrán comprar otra.- Yo sé subirme a los árboles - intervino el tercero -. Subiré a descolgarla. El cuarto fue a buscar el carro y el caballo, y el tercero trepó a la copa del roble, abrió un agujero en la luna, pasó una cuerda a su través y la bajó. Cuando ya tuvieron en el carro la brillante bola, la cubrieron con una manta para que nadie se diese cuenta del robo, y de este modo la transportaron, sin contratiempo, a su tierra, donde la colgaron de un alto roble. Viejos y jóvenes sintieron gran contento cuando vieron la nueva luminaria esparcir su luz por los campos y llenar sus habitaciones y aposentos. Los enanos salieron de sus cuevas, y los duendecillos, en su rojas chaquetitas, bailaron en corro por los prados. Los cuatro se encargaron de poner aceite en la luna y de mantener limpio el pabilo, y por ello les pagaban un escudo semanal. Pero envejecieron, y cuando uno de ellos enfermó y previó la proximidad de la muerte, dispuso que depositasen en su tumba, al enterrarlo, la cuarta parte de la luna, de la que era propietario. Cuando hubo muerto, subió el alcalde al roble y, con las tijeras de jardinero, cortó un cuadrante, que fue colocado en el féretro. La luz del astro quedó debilitada, aunque poco. Pero a la muerte del segundo hubo de cortar otro cuarto, con la consiguiente mengua de la luz. Más tenue quedó aún después del fallecimiento del tercero, que se llevó también su parte; y cuando llegó la última hora del cuarto, las tinieblas volvieron a reinar en el país. La gente que salía por la noche sin linterna, se daba de cabezadas, y todo eran choques y trompazos. Pero al unirse, en el mundo subterráneo, los cuatro cuadrantes de la luna e iluminar el reino de las eternas tinieblas, los muertos comenzaron a agitarse y a despertar del último sueño. Extrañáronse al sentir que veían de nuevo: la luz de la luna les bastaba, pues sus ojos se habían debilitado tanto que no habrían podido resistir el resplandor del sol. Levantáronse de sus tumbas y, alegres, reanudaron su antiguo modo de vida: los unos se fueron al juego o al baile; los otros corrieron a las tabernas, donde se emborracharon, alborotaron y riñeron, acabando por sacar las estacas y zurrarse de lo lindo mutuamente. El ruido era cada vez más estruendoso, y acabó dejándose oír en el cielo. San Pedro, celador de la puerta del Paraíso, creyó que el mundo de abajo se había sublevado, y corrió a concentrar a las celestiales huestes para rechazar al enemigo, caso de que el demonio, al frente de los suyos, intentara invadir la mansión de los justos. Pero viendo que no llegaban, montó en su caballo y se dirigió al mundo subterráneo. Allí aquietó a los muertos y los hizo volver a sus sepulturas: luego se llevó la luna y la colgó en lo alto del firmamento.

Biografía de Alejandro Dumas Alejandro Dumas nació en Francia el 24 de julio de 1802 en la localidad de Villers-Cotterets Hijo del general del ejército francés Thomas-Alexandre Dumas-Davy de la Pailleterie y su madre Marie-Louise Labouret. Su abuelo era el marqués Antoine-Alexandre Davy de La Pailleterie, residente en Santo Domingo, República Dominicana, que había tenido a su padre con la esclava negra Louise-Césette Dumas. Desde niño el futuro escritor creció apasionado con las obras históricas y de aventuras. Tras el fallecimiento de su progenitor abandonó sus estudios y comenzó a trabajar en una notaría local. En el año 1823 se trasladó a París para ocupar el puesto de secretario del Duque de Orleáns. En la capital francesa comenzó a escribir obras teatrales, logrando un apreciable éxito popular con La Caza y El Amor (La chasse et l'amour) (1825) -escrita en colaboración con Adolphe de Leuven y P. J. Rousseau-, Enrique III y Su Corte (Henri III et sa cour) (1829) y Cristina (Christine, ou Stockholm, Fontainebleau, et Rome) (1830). En 1840 estuvo casado brevemente con la actriz Ida Ferrier. En el año 1851 Dumas se marchó de París para exiliarse en Bélgica, ya que había apoyado la fracasada revolución de 1848. También participó en la unificación italiana, colaborando con Garibaldi entre 1860 y 1864. En el año 1869 regresó a su país. Convertido en millonario gracias a sus múltiples ventas, la fortuna de Dumas se fue dilapidando debido al disipado ritmo de vida que llevaba con regalos lujosos, caprichos caros, negocios sin fortuna, el mantenimiento de su mansión Montecristo y multitud de amantes. Con una de ellas, la modista María Catalina Lebay, tuvo en 1824 a su hijo Alejandro, quien también se dedicó con éxito a la literatura. El 5 de diciembre de 1870 falleció arruinado en Puys. Tenia 68 años. Sus novelas más populares, que mezclaban el romanticismo, la historia y la aventura, son Los Tres Mosqueteros (Les trois mousquetaires) (1844), El Conde De Montecristo (Le comte de Monte-Cristo) (1844), El Collar De La Reina (Le collier de la reine) (1849) y El Tulipán Negro (La tulipe noire) (1850), títulos que le otorgaron fama universal. En la redacción de sus libros cooperaron varios escritores (los famosos negros de Dumas), el más importante fue Auguste Maquet.

El silbato encantado - Alejandro Dumas Había una vez un rey muy rico y poderoso que tenía una hija muy hermosa. Cuandola princesa llegó a la edad de casarse, se ordenó mediante un edicto proclamado a son de trompa y pegado en todas las paredes, que quienes tuvieran intenciones de desposarla se reuniesen en una vasta pradera. Allí la princesa arrojaría al aire una manzana de oro, y quien lograra apoderarse de ella no tendría más que resolver tres problemas, tras lo cual se convertiría en esposo de la princesa y, por consiguiente, en el heredero del trono, puesto que el rey no tenía hijos. El día fijado se celebró la reunión; la princesa arrojó la manzana al aire, pero los tres primeros que la cogieron no habían hecho sino la tarea más fácil, y ninguno de los tres trató siquiera de emprender lo que quedaba por hacer. Finalmente, la manzana lanzada por cuarta vez por la princesa cayó en manos de un joven pastor, que era el más hermoso pero también el más pobre de todos los pretendientes. El primer problema, mucho más difícil de resolver que un problema de matemáticas, era el siguiente: El rey había hecho encerrar en una cuadra cien liebres; quien consiguiera llevarlas a pacer en la pradera donde tenía lugar la reunión y, habiéndolas conducido por la mañana, las devolviera todas por la noche, habría resuelto el primer problema. Cuando al joven pastor le fue hecha esta proposición, pidió un día para reflexionar; al día siguiente respondería afirmativa o negativamente. La petición le pareció tan justa al rey que le fue concedida. Inmediatamente se encaminó al bosque para allí meditar a su gusto sobre los medios que debía emplear para tener éxito. Seguía lentamente y con la cabeza gacha un estrecho sendero a orillas de un riachuelo cuando, en aquel mismo sendero, encontró a una viejecita de cabellos completamente blancos, pero de mirada todavía viva, que le preguntó la causa de su tristeza. Mas el joven pastor respondió moviendo la cabeza. -¡Ay!, nadie puede ayudarme, y sin embargo, tengo deseos de casarme con la hija del rey. -No desesperes tan pronto -respondió la viejecita-; cuéntame lo que te apena, y quizá yo pueda librarte del apuro. Nuestro pastor tenía el corazón tan apesadumbrado que no se hizo rogar mucho y le contó todo. -¿Y sólo es eso? -preguntó la viejecita-; en tal caso haces mal en desolarte. Y sacó de su bolsillo un silbato de marfil y se lo dio. Aquel silbato se parecía a todos los silbatos; por eso el pastor, pensando que, sin duda, había alguna forma particular de utilizarlo, se volvió hacia la viejecita para hacerle algunas preguntas, pero ella ya había desaparecido. Mas, lleno de confianza en aquella a la que consideraba un genio bueno, fue al día siguiente al palacio y le dijo al rey: -Acepto, señor, y vengo en busca de las liebres para llevarlas a pastar a la pradera. Entonces el rey se levantó y dijo a su ministro del Interior: -Haz salir todas las liebres de la cuadra. El joven pastor se puso en el umbral de la puerta para contarlas; pero la primera estaba ya muy lejos cuando la última fue puesta en libertad; de modo que cuando el pastor llegó a la pradera no había ni una sola liebre junto a él. Se sentó pensativo, sin atreverse a creer en la virtud de su silbato. Pero, sin embargo, tenía que recurrir a este último recurso; por eso lo apoyó en sus labios y sopló en él con todas sus fuerzas. El silbato emitió un sonido agudo y prolongado. Al punto, para gran asombro suyo, de la derecha, de la izquierda, de delante, de atrás, de todas partes en fin, acudieron las cien liebres, que se pusieron a pastar tranquilamente a su alrededor. Fueron a anunciar al rey lo que ocurría, y cómo el joven pastor iba a resolver probablemente el problema de las cien liebres. El rey se lo contó a su hija.

Los dos se sintieron muy contrariados, porque si el joven pastor triunfaba en los otros dos problemas como sin duda iba hacerlo en el primero, la princesa se convertiría en mujer de un simple patán, que era lo más humillante que podía ocurrirle al orgullo real. -Está bien -dijo la princesa a su padre-, pensad por vuestro lado; yo voy a pensar por el mío. La princesa volvió a sus habitaciones, se disfrazó de forma irreconocible, tras lo cual hizo traer un caballo, montó en él y se dirigió en busca del joven pastor. Las cien liebres caracoleaban alegremente a su alrededor. -¿Queréis venderme una de vuestras liebres? -preguntó la joven princesa. -No os vendería una de mis liebres por todo el oro del mundo -respondió el pastor-, pero podéis ganaros una. -¿A qué precio? -preguntó la princesa. -Descendiendo de vuestro caballo, sentándoos sobre el césped y pasando un cuarto de hora conmigo. La princesa puso algunas dificultades, pero como no había otro medio para obtener la liebre, echó pie a tierra y se sentó junto al joven pastor. Al cabo de un cuarto de hora, durante el cual el joven pastor le dijo mil cosas tiernas, ella se levantó exigiendo su liebre, y, fiel a su promesa, el joven pastor se la dio. La princesa la encerró contenta en un cesto atado al arzón de su silla y emprendió el camino de palacio. Pero apenas hubo hecho un cuarto de legua cuando el pastor acercó el silbato a sus labios y sopló, y a este ruido que la llamaba imperiosamente, la liebre levantó la tapa del cesto, saltó al suelo y echó a correr. Un instante después, el pastor vio venir hacia él a un campesino montado sobre un asno, era el viejo rey que también se había disfrazado y que había salido de su palacio con el mismo objetivo que su hija. Un gran saco colgaba de la albarda de su asno. -¿Quieres venderme una de tus liebres? -le preguntó al pastor. -Mis liebres no están en venta -dijo el pastor-; hay que ganarlas. -¿Y qué hay que hacer para ganar una? El pastor pensó un instante. -Tenéis que besar tres veces el trasero de vuestro asno -dijo. Esta extravagante condición repugnaba mucho al anciano rey, que no quería someterse a ella de buenas a primeras. Ofreció incluso cincuenta mil francos por una de las liebres, pero el pastor se mantuvo en sus trece. Finalmente el rey, que quería por encima de todo su liebre, pasó por la condición impuesta, por humillante que fuera para un rey. Besó tres veces el trasero de su asno, muy asombrado éste de que un rey le hiciera semejante honor, y el pastor, fiel a su promesa, le dio la liebre pedida con tanta insistencia. El rey metió la liebre en su saco y partió a galope tendido en su asno. Pero apenas había recorrido un cuarto de legua, cuando se dejó oír el toque de un silbato, y a este toque la liebre arañó de forma que hizo un agujero en el saco y huyó. -¿Y bien? -preguntó la princesa al rey viéndole volver a palacio. -¿Qué puedo deciros, hija mía? -respondió el rey-. Es un muchacho muy obstinado, que no ha querido venderme una liebre a ningún precio. Pero estad tranquila, no saldrá de las otras pruebas tan fácilmente como de ésta. Por supuesto, el rey no habló para nada de la condición con cuya ayuda había tenido por un instante su liebre, como tampoco la princesa había hablado de la suya. -Me ha pasado exactamente lo mismo -dijo la princesa-, no he podido conseguir ni una de sus liebres por oro ni por plata. Por la noche, el pastor volvió con sus liebres; las contó delante del rey; no había ni una de más ni una de menos; fueron entregadas al ministro del Interior, que las hizo meter en su cuadra. El rey dijo entonces: -La primera prueba está resuelta. Ahora se trata de triunfar en la segunda. Presta mucha atención, joven. El pastor prestó oídos. -Tengo ahí arriba, en mi granero -continuó el rey-, cien medidas de guisantes y cien medidas de lentejas; lentejas y guisantes están mezclados unos con otros; si consigues, durante esta noche, separarlos sin luz, habrás resuelto el segundo problema. -Lo haré -respondió el pastor.

Y el rey llamó a su ministro del Interior; que le condujo al granero, le encerró allí y entregó la llave al rey. Como ya era de noche y para semejante tarea no había tiempo que perder, el pastor cogió su silbato y silbó. Al punto acudieron cinco mil hormigas que se pusieron a remover las lentejas y los guisantes hasta separarlos en dos montones. Al día siguiente, con gran asombro, el rey vio que el trabajo estaba realizado; hubiera querido poner dificultades, pero no había la menor objeción que hacer. Tras las dos primeras victorias, tenía pues que contar con una posibilidad cada vez más dudosa de que el pastor sucumbiera en la tercera prueba. Sin embargo, como era la más difícil de todas, el rey no desesperó. -Ahora se trata -le dijo- de que vayas a la caída de la noche a la panadería de palacio y comas en una noche el pan cocido para toda la semana; si mañana por la mañana no queda ni una sola miga, estaré contento contigo y te casarás con mi hija. Aquella misma noche el joven pastor fue conducido a la panadería, que estaba tan llena que sólo quedaba un pequeño hueco vacío junto a la puerta. Pero a medianoche, cuando todo estuvo tranquilo en palacio, el pastor cogió su silbato y silbó. Inmediatamente acudieron diez mil ratones que se pusieron a roer el pan de tal forma que al día siguiente no quedaba ni una sola miga. Entonces el joven golpeó con todas sus fuerzas en la puerta, gritando: -Abrid de prisa, por favor; tengo hambre. La tercera prueba, por tanto, se había pasado victoriosamente como las otras dos. Sin embargo, el rey trató de buscarle las vueltas. Se hizo traer un saco conteniendo seis medidas de trigo y, tras haber reunido a un buen número de sus cortesanos, le dijo: -Cuéntanos tantas mentiras como puedan caber en este saco, y cuando el saco esté lleno tendrás a mi hija. Entonces el pastor contó todas las mentiras que pudo recordar; pero estaba a la mitad de la jornada, sus mentiras se le acababan y al saco le faltaba mucho para estar lleno. -Pues bien -continuó-, mientras estaba guardando mis liebres, la princesa vino en mi busca disfrazada de campesina, y para conseguir una de mis liebres, me permitió robarle un beso. La princesa, que al no sospechar lo que el pastor iba a decir no había podido cerrarle la boca, se puso roja como una cereza, por lo que el rey empezó a creer que la mentira del joven pastor bien podría ser verdad. -El saco todavía no está lleno -exclamó el rey-, aunque acabas de dejar caer en él una mentira bien gorda, continúa. El pastor saludó y prosiguió: -Un instante después de que la princesa se hubiera marchado, vi a Su Majestad disfrazado de campesino y montado sobre un asno. También venía para comprarme una liebre; pero cuando me di cuenta de que tenía gran deseo de ella, figuraos que obligué al rey a... -¡Basta, basta! -exclamó el rey-, el saco está lleno. Ocho días después, el joven pastor se casó con la princesa.

Biografía de Charles Dickens Fue un famoso novelista inglés y uno de los más conocidos de la literatura universal, quien supo manejar con maestría el género narrativo, el humor, el sentimiento trágico de la vida, la ironía, con una aguda y álgida crítica social así como las descripciones de gentes y lugares, tanto reales como imaginarios. Pasó su infancia en Londres y en Kent, lugares descriptos frecuentemente en sus obras. Abandonó su escuela y se vio obligado a trabajar desde muy chico, al ser encarcelado su padre por deudas. La mayor parte de su formación la hizo como autodidacta, y su novela David Copperfield (1850) es en parte autobiográfica y trasunta sus sentimientos al respecto. A partir de 1827 comenzó a prepararse para trabajar como reportero, en una publicación de un tío, The Mirror of Parliament, y para el periódico liberal The Morning Chronicle. Aprendió taquigrafía y, poco a poco, consiguió ganarse la vida con lo que escribía; empezó redactando crónicas de tribunales para acceder, más tarde, a un puesto de periodista parlamentario y, finalmente, bajo el seudónimo de Boz, publicó una serie de artículos inspirados en la vida cotidiana de Londres (Esbozos por Boz). La publicación por entregas de prácticamente todas sus novelas creó una relación especial con su público, sobre el cual llegó a ejercer una importante influencia, y en sus novelas se pronunció de manera más o menos directa sobre los asuntos de su tiempo. En estos años, evolucionó desde un estilo ligero a la actitud socialmente comprometida de Oliver Twist. Charles Dickens era una personalidad muy reconocida y sus novelas fueron muy populares durante su vida. Su vida familiar fue azarosa, con varios fracasos matrimoniales y muchos hijos. Murió el 9 de junio de 1870 y sus restos fueron sepultados en la abadía de Westminster.

Ebenezer Scrooge - Charles Dickens era un empresario que tenía un único socio, Marley, que había muerto. Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él viva en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchas. Tenía una rutina donde hacia lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parara a saludarlo. Era víspera de Navidad, todo el mundo estaba ocupado comprando regalos y preparando la cena navideña. Scrooge estaba en su despacho como siempre con la puerta abierta viendo a su escribiente, que pasaba unas cartas en limpio, y de repente llegó su sobrino deseándole felices navidades, pero este no lo recibió de una buena manera sino al contrario, su sobrino le invito a pasar la noche de Navidad con ellos, pero él lo despreció diciendo que eso eran paparruchas. Su escribiente llamado Bob Cratchit seguía trabajando hasta tarde aunque era noche de Navidad, Scrooge le dijo un día después de Navidad tendría que llegar mas temprano de lo acostumbrado para reponer el día festivo. Scrooge vivía en un edificio frío y lúgubre como él. Cuando ya restaba en su cuarto algo muy raro pasó: un fantasma se le apareció, no había duda de quien era ese espectro, no lo podía confundir, era su socio Jacobo Marley le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había tenido anteriormente. Le dijo que en las siguientes noches vendría 3 espíritus a visitarlo. En la primera noche, el primer espíritu llegó, era el espíritu de las navidades pasadas, éste lo llevo al lugar donde él había crecido y le enseñó varios lugares y navidades pasadas, cuando él trabajaba en un una tienda de aprendiz; otra ocasión donde estaba en un cuarto muy sólo y triste y también le hace recordar a su hermana, a quien quería mucho. A la segunda noche el esperaba al segundo espíritu. Hubo una luz muy grande que provenía del otro cuarto, Scrooge entro en él, las paredes eran verdes y había miles de platillos de comida y un gigante con una antorcha resplandeciente, era el espíritu de las navidades presentes. Ambos se transportaron al centro del pueblo donde se veía mucho movimiento: los locales abiertos y gente comprando cosas para la cena de Navidad. Después lo llevo a casa de Bob Cratchit y vio a su familia y lo felices que eran a pesar de que eran pobres y que su hijo, el pequeño Tim estaba enfermo. Finalmente lo lleva a la casa de su sobrino Fred donde vio como gozaban y disfrutaban todos de la noche de Navidad comiendo riendo y jugando. Después de esto regresó a su cuarto. A la noche siguiente, esperaba al último espíritu, pero este era oscuro y nunca le llegó a ver la cara. Era el espíritu de las navidades futuras, quien le mostró en la calles que la gente hablaba que alguien se había muerto. Después lo llevó a un lugar donde estaban unas personas vendiendo las posesiones del señor que había muerto, y también le enseñó la casa de su empleado Bob donde pudo ver que su hijo menor había muerto y que todos estaban muy tristes. Por último, lo llevó a ver cadáver de este hombre que estaba en su cama tapado con una sabana, y al final, le descubrió quien era el señor que había muerto… Era él mismo, Ebenezer Scrooge. Cuando el despertó se dio cuenta que todo había sido un sueño y que ese día era día de Navidad, se despertó con mucha alegría, le dijo a un muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo mas grande y que lo mandara a la casa de Bob Cratchit. Salió con sus mejores galas muy feliz porque podía cambiar y se dirigió a casa de su sobrino, al llegar lo saludó y le dijo que había ido a comer y estuvo con ellos pasándosela muy bien. Al día siguiente en la mañana le dio a su trabajador un aumento y desde entonces fue un buen hombre a quien todos querían. El hijo menor de Bob, el pequeño Tim, grita contento. ¡Y que Dios nos bendiga a todos!

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