Después de la presentación de la obra: “Se subasta un alma” Reflexión: ¿Cuánto vale tu alma? (Mt 16, 24-26) Es duro y despiadado, pero al mismo tiempo algo muy normal en el mercado. No, no podía ser una equivocación: “Se subasta un alma. Escucho ofertas. La vendo a quien más ofrezca. Escucho ofertas”. Una subasta pública. La decisión de negociar el alma por la eternidad a cambio de unos cuantos minutos de fama, de poder, de placer o unos cuantos pesos… ¿Una broma muy triste? Tal vez. Lo cierto es que ésta es una de miles de propuestas que se viven o se publican diariamente en la red. Aparecen anuncios inadmisibles que van desde el joven que subasta su virginidad, el hombre que ofrece a su esposa para pasar la noche con el mejor postor a cambio de dinero, el que decide olvidar a Dios haciéndose esclavo del trabajo y sacrificando a su familia, los que subastan su futuro a cambio del placer, hasta llegar al niño que se vende como esclavo de los videojuegos o la pornografía. Anuncios increíbles que desconciertan a los lectores. Muchos coinciden en poner en subasta su alma, el sentido del humor, su libertad e incluso algo tan incierto como el futuro. Pareciera que hoy, nadie valora su alma. Se juega con el mañana. Nada importa. La vida se pone en peligro por mero placer, gusto, comodidad. Posiblemente usted se ve reflejado en una situación así. No valora la existencia. Siente que nada tiene sentido: el trabajo, la familia, la enfermedad, el sufrimiento, la vida. Sus días son tristeza, frustración, ira, mal humor, rutina, caos. Se siente al borde del abismo. Pero, has pensado, ¿de qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? (Mt 16, 24-26). ¿Cuánto vale tu alma? ¿qué ocurriría si murieras hoy? ¿A dónde iría tu alma por la eternidad? La Biblia es clara. Sólo hay dos lugares: el primero, la oscuridad eterna o infierno y el segundo: la luz, la vida eterna (Cfr. Mt 25,41.46; Mc 9, 44-48; Jn 5,29; Dn 12,2). Pero, dice el Señor: “Todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón” (Joel 2,12-18). Pues, “aunque tus
pecados sean colorados, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como púrpura, se volverán como lana blanca” (Is 1,18).
Éste es el tiempo favorable, este es el día de la salvación (2 Cor 6, 2). En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios! (2 Cor 5, 20). Es hora de que tomes conciencia de la necesidad de imprimir un cambio a tu existencia… y sólo en Jesucristo puede encontrarlo… ¡No tengas miedo! (Mt 10, 28-31; 17, 7) ¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo, y encontraran la verdadera vida (Benedicto XV, 24 de abril, 2005).