Corrientes Historiograficas Del Siglo Xx

  • June 2020
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La herencia decimonónica No se puede hacer un análisis de la historiografía en el siglo XX, sin recordar a los historiadores decimonónicos y sus logros, fundamentalmente por dos razones. La primera, la larga tradición que sus fundamentos teóricos y sus prácticas tuvieron hasta bien entrado el siglo. La segunda, la existencia de fuertes críticas a estos fundamentos por las escuelas dominantes desde los años 50. Durante el siglo XIX, se realizó la fundamentación de la disciplina histórica en su estado actual, lo que supuso un hecho trascendental: el abandono de la concepción de la historia como una crónica de los hechos del pasado, conocidos mediante los testimonios transmitidos a través de generaciones y el inicio de la actividad investigadora basado en un conjunto de prácticas metodológicas. De la crónica se pasaba al significado prístino de historia: investigación, se realizaba además aplicando una metodología que tenía la explícita voluntad de ligar la práctica historiográfica a la ciencia. Más allá de las profundas diferencias entre la historiografía positivista y del historicismo alemán, lo más significativo fue el hecho de que todos desaprobaron los esfuerzos para historiar el pasado reciente, por no decir nada de buscar una interpretación historiográfica a su coetáneo presente. Si bien alguno escribió sobre temas contemporáneos, lo cierto es que la práctica conllevó la costumbre de que los historiadores hablaran como tales, sobre la historia del pasado y como ensayistas – publicistas de los hechos presentes. La historia devenida en ciencia, pasó a ser estudiada por profesionales, que a su vez se fueron reuniendo en universidades y centros de investigación. Una de las consecuencias de esta profesionalización fue su creciente ideologización. Fueron estas transformaciones las que ejercieron mayor influencia en la disciplina histórica a lo largo del siglo XX, conformando el activo más destacado de la herencia decimonónica.

Corrientes de las ideas en el siglo XX. Durante la primera mitad del siglo XIX, la moda se centraba en el espiritualismo y en elidealismo. En la segunda mitad, al espiritualismo sucedío el materialismo, o al menos el determinismo, y a la metafísica el método positivo. En el siglo XX se produce un retorno a la metafísica, a la afirmacion de una libertad creadora para el espiritu. En Francia, este retorno está vinculado al nombre de Henri Bergson (1859-1941). Algunos de sus libros fueron: Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, La evolucion creadora. Estas tenian ideas filosoficas. Estas no podian dejar de ejercer una influencia sobre los historiadores.

1.- El determinismo geográfico de Lucien Febvre

A este respecto, el resultado esencial de la revolución bergsonia ha consistido en separar el determinismo de las condiciones geográficas e históricas y en devolver al espiritu la libertad plena de acción, la capacidad, ante las condiciones goegráficas e históricas que se presenten ante él, de utilizar las que convienen y dejar de lado las demás. Esta manera de ver aparece en el libro que Lucien Febvre ha escrito sobre La tierra y la evolucion humana en la colección “La evolucion de la humanidad”, dirigida por Henri Berr. La idea sobre la que ha insistido rapidamente es, precisamente, que las consiciones geograficas no son determinantes; que son unicamente posibilidades, entre las cuales el hombre elige. Ya con anterioridad a el, Vidal de la Blache habia abogado a favor de la causa del “posibilismo”. Anteriormente a Febvre y Vidal, los geógrafos tenían la costumbre demasiado frecuente de hacernos ver que los hombres fijaban su habitat allí donde hay agua; la presencia del agua les parecia determinante. Pues no lo es, dice L. Febvre. Los hombre pueden perfectamente apartarse del agua si hay otra consideración que interviene: por ejemplo, irán a instalarse lejos de un río, para evitar sus desbordamientos; o en una meseta, por que allí tienen sus campos y quieren estar cerca de ellos. En este caso cavarán pozos profundos para encontrar agua a costa de un trabajo extraordinario, en tanto que abajo, en el valle, no tendrían más que recogerla; o bien se instalarán en lugares elevados por que las circunstancias hist´ricas harán que los prefieran con el objeto o con el fin de defenderse con más facilidad. A mi juicio, de todas estas consideraciones no se puede sacar ninguna conclusión metafísica a favor o en contra del libre arbitrio. Ellas no nos apartan del método positivo. Pero a mí me parecen atinadas en la medida en que, con una gran oportunidad, han dirigido la atención de los historiadores, o de los sociologos, o de los goegrafos sobre el hecho de que los motivos que se presentan al espíritu humano son complejos. Razón de más para estar en guardia contra las generalizaciones precipitadas.

2. La mente humana no es un simple aparato registrador. Otra preocupación que quizá provenga también, en cierta medida, de la revolución bergsoniana, es la que Marc Bloch ha definido siempre y que consiste en lo siguiente: las fuerzas a las que acabo de referirme nunca actuán en la historia si no es por mediación de la mente de los hombres. Cuando se lee a Tiane, por ejemplo, o a los psicólogos, sensualistas del siglo XVIII, se tiene la impresión de que las fuerzas geógraficas e históricas actúan sobre la historia por sí mismas, y que la mente humana no es más que una especie de aparato que permite al orden de la naturaleza transferirse automáticamente a la historia. Por supuesto, ¡no sucede así en absoluto! Lo he dicho y lo repito: la mente humana es una fuerza y ejerce en el mundo una acción que le es propia.

Los deterministas de la segunda mitad del siglo reprochado por Marx el haber hecho de la mente humana un simple aparato registrador. Cuando se produce un suceso histórico, se convierte en causa a través de la propia forma en que los hombres se lo imaginan. Por consiguiente, si es importante para el historiador saber cómo se han producido efectivamente las cosas, no lo es menos el saber cómo se han imaginado esos hechos los hombres que vivian en esa época o un pocoo un poco más tarde; y sucede a menudo que nos los habían representado de una forma que coincide con la que nos parece ser la verdadera. Ahora bien, frecuentemente los historiadores se han asignado la primera finalidad descuidando la segunda, o si se han fijado en ella ha sido unicamente para extasiarse por lo absurdo de la concepción que habián tenido de un acontecimiento sus contemporaneos. Sin embargo, si los hombres han reacciondo, ha sido según esa concepción, y, por consiguiente, ella ha sido la causa de los acontecimientos que la han sucedido. Para comprender éstos, interesa conocer todas las razones que les han hecho seguir.

3. La ciencia en movimiento. Hay otro hecho que ha ejercido una influencia en el mismo sentido: la transformación de las ideas científicas propiamente dichas. Ya a finales del siglo XIX, el gran matemático Henri Poincaré (1854-1912) escribió un libro, la ciencia y la hipótesis, en lo que indicaba que en lo que se denominan leyes científicas son, en realidad de un valor relativo, y que no podemos atribuirles, como hacia Descartes, un valor absoluto; que, por ejemplo, las geometrías no euclidianas –basadas en el postulado de que por un mismo punto pueden pasar varias paralelas a una recta dada, y no solo una –son tan validas como la geometría euclidiana: y que, si hemos adoptado esta ultima, es por que proporciona resultados mas satisfactorios o mas cómodos a escala de las magnitudes entre las que se mueve el hombre. De ellos resulta que incluso las verdades matematicas, toman el aspecto de verdades relativas.

4. El prestigio de Benedetto Croce. En Italia, la repulsa hacia el conocimiento exclusivamente positivo, junto con el retorno a la metafísica, están vinculados al hombre prestigioso de Benedetto Cruce, a la vez filosofo, critico literario y critico de arte. Como historiador tenemos de él por ejemplo, investigaciones críticas sobre la revolución napolitana de 1799 y una historia de Italia 1871 a 1915, donde se manifiesta a la vez como un erudito y como un brillante historiador de síntesis. B. Croce experimentó primeramente la influencia del marxismo, introducido en Italia por Labriola, pero no tardo en alejarse de él para pasar al idealismo filosófico y, por mucho que niegue ser hegeliano, la influencia de la filosofía

alemana es en él muy visible. En Croce, liberal y democrata, el retorno a la metafísica no hace sino expresar eñ deseo imperioso del espiritu por confirmar racionalmente la esperanza en el provenir del hombre y la eficacia de la acción. “Si la historia es racionalidad, evidantemente la guía una providencia, pero una providencia que se realiza en los individuos y actúa no sobre la historia, sino en la historia (Croce quiere decir, por lo tanto, que dios no es transcendente, sino inmanente). Esta afirmación de la providencia es tambien a su vez, no conjetura o fe, si no evidencia de razoon. Aunque Croce hable de evidencia, admite que ésta no es completa: “La obra del espíritu no ha terminadoy no terminara jamas… Lo que sera la realidad futura, nosotros no podemos conocerlo… El misterio es precisamente esta infinitud de la evolucion”. A partir de este momento, su conviccion metafísica no es, en el fondo, más que una esperanza, la esperanza que una parte de la humanidad atribiye irritablemente, desde el siglo XVIII, al poder, a la dignidad de la razon.

5. En alemania, ninguna novedad. La mayoría de los alemanes no tuvieron que volver a la metafísica, puesto que el positivismo no había tenido nunca entre ellos el mismo éxito que más al oeste. En el siglo XX la pusieron al servicio del pangermanismo y la combinaron con nociones extraídas de la biología, con la idea de raza, caracterizada, no solamente por signos externos –el color, las dimensiones del cráneo-, sino por la estructura interna del cuerpo, principalmente la combinación de la sangre, y, en consecuencia, por capacidades propias de vista intelectual y moral. De ahí la conclusión de que hay razas inferiores a las demás, y que la raza alemana, cuya existencia estaba aun por demostrar, al ser destinada por Dios a dominar el mundo, es la raza superior. Los nazis se esforzaron para que estas ideas penetrasen en la literatura histórica, pero lo único que consiguieron fue crear así un fárrago de propaganda sin interés para el historiador.

La Escuela de Annales La escuela de los Annales se formó en Francia a partir de la publicación de la revista «Annales de Historia Económica y Social» en 1929. Su modelo histórico supone un giro copernicano en la Historiografía. Los fundadores de la revista fueron Marc Bloch (1886-1944) y Lucien Febvre (1878-1956). La escuela de los Annales ataca los fundamentos de la escuela positiva, y tiene un claro compromiso social. No es una escuela marxista, aunque sí utiliza el materialismo histórico. Con el tiempo, esta influencia es hace más débil. En 1946 la revista se llamará «Annales. Economías. Sociedades. Civilizaciones». Todo en plural, porque todos los hechos se enlazan y forman las civilizaciones, que no son las de Toynbee. Pero, además, la escuela de los Annales tiene claras influencias de la Geografía y la Sociología. La Sociología será, siguiendo a Durkheim, una realidad histórica autónoma que trascendía a los individuos, poseía sus propias leyes y que había que estudiar

a través de los hechos positivos. Fue Hendir Berr quien propuso la incorporación de la sociología en el estudio de la historia. La Geografía, sobre todo la geografía humana de Vidal de la Blache, es otra de las grandes influencias. El marco natural se vuelve relevante, ya que en él están impresos los cambios que las sociedades han hecho en el medio. El paisaje es una creación histórica del hombre. También utilizaron los métodos estadísticos, económicos y de cualquier otra ciencia, que les sirviese. La economía y la sociedad pasaron a ser el objeto de estudio de la Historia, por encima del Estado, las instituciones, los personajes y las guerras. Estas cosas pasan a tener un lugar secundario, ya que sólo explican la coyuntura. La escuela tiene un marcado espíritu crítico del capitalismo dominante, y lucha contra la historia política como la única válida. Se cambia el objeto de estudio, que pasa a ser el ser humano que vive en sociedad. Todas las manifestaciones históricas deben ser tratadas como una unidad, que sólo existe en la realidad social, en el tiempo y en el espacio. Las barreras cronológicas y espaciales se vuelven artificiosas. El estudio histórico debe centrarse en sociedades concretas, delimitadas en el espacio y en el tiempo. La escuela de los Annales tratará de convertir la Historia en una ciencia, para lo cual Bloch formulará un nuevo concepto de hecho histórico. Frente al hecho histórico se muestra partidario de la opción de hecho, de la historia como problema, de formular hipótesis y plantear problemas. Los hechos fundamentales de la Historia pueden cambiar debido a la complejidad de la misma. La escuela negará el documento escrito como fuente indiscutible y máxima de conocimiento histórico. Toda realización que parta de la actividad humana será una fuente. La escuela de los Annales supone un nuevo rumbo en la historiografía moderna que no se puede evitar. En ella trabajaron historiadores tan importantes como Frenand Braudel, que dirigiría la revista y fijaría su atención sobre los ritmos de evolución temporal: el corto plazo para los acontecimientos, el medio plazo para las coyunturas, y el largo plazo para las estructuras. Otros historiadores relevantes fueron: Emanuel Le Roy Ladurie, Pierre Chaunu o Marc Ferro.

Historia marxista. (Materialismo historico) El materialismo histórico es la ciencia marxista de la historia, y supone la afirmación del hombre como protagonista de la Historia. Consiste en la afirmación de dos ideas: Las relaciones que el hombre establece con la naturaleza y con los demás hombres son relaciones materiales; es decir, los hombres " arrancan " a la naturaleza sus bienes (del fondo de la mina, el hierro; de los campos, el trigo, etc.) Y luego, los hombres producen e intercambian bienes materiales para poder satisfacer sus necesidades materiales (comer, beber, vivienda, etc.) A esto le llama Marx la producción social de la vida. Estas relaciones son las que dan origen, en última instancia a la ideología y a la estructura jurídico-política del Estado. Por lo tanto, se trata de un materialismo

dialéctico e histórico. El materialismo marxista consiste en la afirmación de que la producción, distribución, intercambio y consumo de bienes, son la raíz de que los hombres tengan y desarrollen esta o aquella mentalidad, y elaboren estas o aquellas leyes, y se dé este o aquel modo de gobernar la sociedad. El materialismo histórico marxista es: Una interpretación de la historia a través de la materia: la materia a través de un proceso dialéctico, va haciendo la historia. Esa " materia " es " el sistema de producción de los bienes materiales "; o " las relaciones económicas de producción". Materialismo histórico, por tanto, significa que lo que condiciona la historia humana son las relaciones económicas de producción, ya que el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual. El materialismo es una teoría científica sobre la formación y desarrollo de la sociedad: todo el desarrollo de la sociedad se explica desde lo económico, desde la producción de los bienes materiales. La base de todo orden social es la producción, y desde esta se explica toda la historia: Producción es la actividad por la que se crean bienes materiales para poder vivir. Es necesario señalar la lenta entrada del marxismo en los círculos académicos y en especial en el campo historiográfico. No fue hasta los años 30 cuando comenzaran a adaptarse las enseñanzas marxistas en la interpretación histórica. Su influencia no se haría notar a nivel internacional hasta la segunda postguerra, pero el marxismo tuvo un radio de influencia y participación mundial. Si bien el corpus teórico y epistemológico basado en los principios marxistas fue común en todos los países, también son perceptibles rasgos propios en cada uno de los casos. En los países del antiguo bloque del Este, el poderoso apoyo estatal contribuyó a hacer hegemónica la historiografía marxista. Cabe destacar la copiosa producción de la historia soviética hasta comienzos de los años noventa, los casos de la República Democrática Alemana y Polonia. En Europa Occidental, destacaron cuatro países en los que la historiografía marxista tuvo una amplia e influyente aceptación: Gran Bretaña, Italia, Francia y España. Las aportaciones más importantes de la “escuela” soviética escapan del ámbito contemporáneo. La piedra de toque de la interpretación de la contemporaneidad la dio la publicación de la “Historia del Partido Comunista de la URSS” (1.938) abriendo un camino que desembocó en la mera argumentación doctrinaria, legitimista y propagandista. A partir de 1.970, comenzó a publicar la Academia de las Ciencias de la URSS la revista Ciencias Sociales, al tiempo que la Editorial Progreso realizaba una extraordinaria labor de difusión de las investigaciones sociales soviéticas. La historiografía marxista francesa, no presentó un quehacer grupal y homogéneo. Una de sus características es la focalización temática de su producción. La historia del movimiento obrero y la investigación sobre las revoluciones y en especial la Revolución Francesa, son los temas con una bibliografía más abundante. Destacan la importancia de los estudios sobre la naturaleza histórica y las reflexiones sobre los aspectos sociales de la práctica del historiador; los dos historiadores marxistas franceses más significados, no investigaron los temas más recurridos: Ernest Labrousse centró su trabajo en los aspectos

económicos generales del período revolucionario y Pierre Vilar, (de mucha más influencia en España) se especializó en algunos aspectos de la historia española, además de desarrollar una extraordinaria labor teórica y disciplinar sobre historiografía. Uno de los grupos de historiadores marxistas occidentales más cohesionado y original fue el británico, el único al que puede adjudicársele la denominación de “escuela”, dada la entidad de sus aportaciones, y su actuación grupal públicamente reconocible. Hay dos aspectos de suma trascendencia: los planteamientos marxistas de la escuela británica fueron siempre de una ortodoxia laxa; además en realidad fueron varios los grupos que integraron esta corriente, teniendo como motivo común su afinidad ideológica. La entrada del marxismo en la historiografía británica contribuyó extraordinariamente a la renovación de la práctica tradicional liberal. Esta renovación se produjo tanto en temáticas como en metodología, pero sobre todo cabe destacar que la gran aportación de este grupo fue su trascendental fundamentación conceptual. Una primera generación de historiadores marxistas británicos se aglutinó desde 1.952 en la revista Past and Present. En ningún momento perdieron de vista el peso del Estado aunque la historia social que practicaban poseía, al igual que el movimiento de Annales, una ambición totalizadora que pretendía hacer de la Historia el eje central para la comprensión de la política y de la sociedad modernas. Las últimas tendencias de la historiografía marxista británica se agrupan en torno al History Workshop Journal. El enfoque principal de sus investigaciones ha sido el estudio de las relaciones entre sociedad y política. La “caída del Muro” y la “desintegración” de la URSS, no hicieron más que materializar lo que desde fin de los años 70 ya se denominaba “crisis general” del marxismo. Pero mientras los regímenes de “socialismo real se mostraban incapaces de asumir cualquier tipo de evolución sin hacer peligrar el sistema, la historiografía marxista sí pudo realizar un trabajo de autocrítica, redefinición y renovación. Los historiadores, si bien dejaron de contemplar el marxismo como clave interpretativa, lo continuaron utilizando como instrumento de análisis. Sin embargo, ni el marxismo ni los historiadores marxistas de los años 80 y sobre todo 90 tienen la coherencia interna y la centralidad de fundamentos del medio siglo anterior. Tal vez una de las escasas ocasiones de coincidencia se produce en la contradicción a los ensayos anunciadores del “definitivo triunfo” del liberalismo, lo cual evidencia definitivamente el cambio sufrido en lo que fue la historiografía marxista.

Cuantitativismo. Cuantitativismo, cliometría y social history: El cuantitativismo se constituyó en el tercer gran paradigma historiográfico de la segunda mitad del siglo XX: una metodología cuantitativista ha sido utilizada por la historiografía y por otras ciencias sociales de un modo muy abundante, pero no toda su producción puede decirse que participa de tal paradigma.

La utilización de series estadísticas evidencia una “historia cuantificada”, pero se entiende por historiografía cuantitativista aquella que se constituye sobre un modelo explicativo cuya lectura es esencialmente matemática y toma un rango epistemológico de explicación. Comenzó a aplicarse al menos desde los años treinta en Francia, por Ernest Labrousse y en Estados Unidos por Simón Kuznets, que con su concepto de “ciclos largos” y sus análisis del crecimiento económico contribuyó como nadie al desarrollo de esta corriente. La denominación “historia cuantitativa” se generalizó en Europa desde su utilización en 1961 por Jean Marczewski, si bien en Estados Unidos el término más utilizado fue el de cliometría. Ha tenido tan amplia influencia en el conjunto de la historiografía, que Le Roy Ladurie llegó a afirmar que “la historia que no es cuantificable no puede ser histórica”. Esa fue una de las características teóricas de esta corriente; la creencia de que la cientificidad sólo puede darse en el conocimiento cuya naturaleza se manifiesta sobre lo cuantificable. Se afirmó que el cuantitativismo era la “única” historiografía científica. Sus seguidores practicaban una historia econométrica utilizando únicamente variables cuantificables, y despreciaban el talante humanista de la historia anterior, sus cuestiones de estilo y su “emparentamiento” con la literatura. En el conjunto del movimiento cuantitativista, la cliometría ocupa el lugar más extremo, consecuencia de la aplicación en la historiografía de las pretensiones “cientificistas” que imperaron en el conjunto de las ciencias sociales en Estados Unidos durante los años 50. La cliometría surgió al aplicar la teoría económica neoclásica a la perspectiva histórica, llegando a conformar modelos formalizados matemáticamente que explicaban el proceso investigado. Lo que resultó totalmente novedoso en el desarrollo de la cliometría fue la utilización intensiva de esos modelos matemáticos. De ese modo, la cliometría se conformaba como el proyecto basado en la matematización de modelos de procesos temporales, cuyo objetivo era construir por sí mismo una explicación de esos procesos de largo plazo. El cuantitativismo presenta al menos otros dos grandes grupos. Se caracterizan por mantener una rigurosa y amplia utilización de la cuantificación, focalizando su interés en las estructuras económicas. El punto de ruptura con la cliometría es la continuidad entre la metodología cuantificadora y las explicaciones. Estos grupos unieron el cuantitativismo y el estructuralismo,, diseñando una metodología basada en: El diseño del procedimiento para la reunión de datos históricos numéricos; el tratamiento de los datos en un proyecto de investigación específica; la determinación de modelos estructurales; la reconstrucción de los hechos históricos en forma de series temporales de unidades homogéneas y comparables. Los distintos grupos que pueden identificarse pertenecientes a este cuantitativismo estructuralista, se reúnen en dos áreas determinadas; en Francia, la segunda y tercera generación de Annales, y en Estados Unidos la Social History, que ya en los años 80 y tras mesurar las pretensiones cuantitativistas, pasó a llamarse Social Science History, donde imperaba un estructuralismo social.

Las nuevas direcciones de la historiografía en las últimas décadas. Durante los años setenta se evidenciaron signos de estancamiento, cuando no de agotamiento de los tres grandes paradigmas historiográficos que habían imperado desde el final de la segunda guerra mundial. Esto fue resaltado por la aparición de las primeras críticas sistemáticas a las teorías y metodologías aplicadas en las últimas décadas. Estas críticas acabaron poniendo de relieve las profundas contradicciones de los grandes modelos de la nueva historia y además el proceso de desintegración de cada uno de ellos, debido a la fragmentación interna. También evidenciaban dos ideas principales: Primero, los grandes modelos historiográficos habían producido un progreso cuantitativo y cualitativo sin precedentes y era impensable un retorno hacia el pasado. En segundo lugar, se remarca la ausencia de un nuevo paradigma que contraponer a los criticados o dados por fenecidos. De ahí se desprenden las dos principales características de la historiografía de los años ochenta y noventa: un conjunto inorgánico de corrientes, metodologías y temáticas que evidencian una crisis de paradigmas y a los que transciende una búsqueda de nuevos modelos de investigación y, sobre todo de comunicación expositivo – demostrativa. La ausencia de un tratamiento detenido y fructífero de la temática política y la explícita voluntad de un tratamiento más cuidadoso de la expresión fueron los dos formidables arietes que inicialmente incursionaron contra la fortaleza de la nueva historia. La crisis de los grandes paradigmas fue evidenciada desde fuera de las corrientes, pero también desde su interior. El estancamiento de las grandes escuelas, fue patente desde los años setenta. En realidad, esta década fue el momento del fraccionamiento de la escuela de Annales, la historia econométrica se fue estancando desde el comienzo de la siguiente década y la historiografía marxista, caía en el escolastismo dogmático. Desde entonces, la historia meramente institucional del movimiento obrero, dio paso a un desplazamiento del interés por los líderes y la política obreras, al estudio de la condición y cultura del obrero consciente, del campesinado y en general de los grupos sociales.

Política y narrativa Las dos aportaciones más importantes de los últimos tiempos han sido el crecimiento de las temáticas políticas y el aumento del cuidado en la construcción expresiva. Ambos fenómenos han sido reiteradamente calificados como el retorno de la narrativa o el retorno de la política. Una pregunta que nos podemos hacer es qué hay de nuevo en lo viejo. Básicamente lo aportado por los grandes modelos de la segunda mitad del siglo, incorporado a las nuevas formas historiográficas. Ni la política es investigada ahora como en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, ni la importancia de la narrativa radica en una mera pretensión de escribir buenos relatos. La ausencia de la política de la temática de la nueva historia, tuvo consecuencias poco gratas para el mundo académico, aunque más

trascendencia que estas consecuencias tuvo a demás el propio cansancio de los profesionales por las frías e impersonales “estructuras de larga duración” Incluso en la patria de la negación de la dimensión política, los historiadores de lo “político” tomaron el relevo y se constituyeron en el grupo más influyente de la historiografía francesa, sobre todo a partir de la publicación de la obra colectiva Pour une histoire politique, dirigida por René Remond. Todo ello ha producido un enorme cambio epistemológico entre los historiadores, caracterizado por el reconocimiento del papel de los individuos como sujetos activos de la historia. La nueva historiografía política ha venido a recordar la gran importancia de las acciones individuales y grupales, la fuerza transformadora de las ideas y en definitiva de la propia voluntad humana en su interacción con las fuerzas de la naturaleza. La recuperación del sujeto y la nueva valoración del peso del individuo en la historia son los principales rasgos de ese giro intelectual. Las consecuencias directas de este profundo cambio, no pueden ser más trascendentales: la responsabilización del individuo sobre sus actos y la reformulación de la historia con una función ejemplarizando, o al menos referencial. Lejos de ser una “historia del individuo” es una “historia del hombre en sociedad” con toda lo que la vida en común tiene. La crisis de los metarelatos, de las explicaciones basadas en los grandes paradigmas tiene como consecuencia la fragmentación de la atención historiográfica y el desarrollo de nuevas prácticas epistemológicas. Las estructuras metafísicas en las que se basaban aquellos paradigmas, han sufrido una desmembración sustancial. Por esta razón, los amplios conjuntos sociales que centraban el interés anterior pierden interés en favor de los elementos que antes formaban parte de los mismos y ahora adquieren plena relevancia: las ciudades, las instituciones o los “lugares de la memoria”. La crisis más significativa quizá sea el declinar del interés por las clases sociales aunque por el contrario, se multiplican los trabajos sobre las élites de todo tipo, definidas por Rocher como personas o grupos que “dado el poder o la influencia que ejercen, contribuyen a la acción histórica de una colectividad” Dentro de esta tendencia, han emergido estudios sobre profesionales, familias y generaciones. Esta propensión individualizadora alcanza su mayor manifestación en el auge de la biografía que pretende, a través del análisis de la acción individual, comprender el acontecimiento y el proceso histórico en el que está inmerso el personaje. La agrupación de individuos también ha generado corrientes historiográficas de gran relevancia. Una de la más prolífica ha sido la evolución de la historia de las mentalidades, que dentro de ella se pueden encontrar estudios centrados en el análisis de las ideas, los sentimientos, los valores o la memoria. Derivada también de la historia de las mentalidades, se encuentra la historia de las costumbres, cuyo objetivo último es el conocimiento de las manifestaciones sociales públicas o privadas y para tal fin, el historiador se interesa por la fiesta, los viajes, el deporte... Dentro de este grupo, pero diferenciado en cuanto a originalidad y tratamiento, se encuentra el cuerpo como temática y entidad historiada; el cuerpo como último reducto humano.

Junto con la recuperación de lo político y la entrada de nuevos campos temáticos, una capacidad de producir satisfacción al lector, hizo que se revindicara la narrativa como la forma esencial y cara característica del quehacer histórico. Y fue rápidamente asumida por algunos de sus más conspicuos cultivadores, en especial los integrantes de la tercera generación de Annales. El estudio de la aldea de Montaillou por Le Roy Ladurie o el de la batalla de Bouvines por Duby, utilizaban sin ningún tipo de prevención las armas del discurso narrativo; entre otros objetivos plenamente logrados, contaban una historia. El abandono de las tendencias estructuralistas e impersonales por muchos nuevos historiadores no supuso la vuelta a la historia tradicional, a pesar de coincidir con ésta en su interés por el individuo y el acontecimiento. Lawrence Stone destacó cinco diferencias fundamentales entre estos nuevos historiadores y los tradicionales: su interés por las vidas, los sentimientos y la conducta de la gente, la combinación de la descripción con el análisis; la utilización de nuevas fuentes, el empleo de unos modelos narrativos alejados dela narración clásica y el hecho de que analizan la historia de una persona, pero la luz que puede arrojar sobre el funcionamiento interno de una cultura y una sociedad del pasado. Stone constataba que “cada vez son más numerosos los nuevos historiadores que intentan descubrir lo que ocurría en la cabeza de la gente de antaño, lo que era vivir en otros tiempos, y cuando uno se plantea esas cuestiones, vuelve inevitablemente a la narración” Una de las ventajas de esta nueva forma de hacer historia es su amenidad. Así como los estudios estructurales y cuantitativos, resultan a menudo terriblemente aburridos para cualquiera que no sea un especialista, penetrar en los aspectos más recónditos de la mente de nuestros antepasados, a través de historias de crimen y brujería... puede resultar tan atractivo como leer una novela. Parecía como si los nuevos historiadores hubieran optado por competir con la literatura. Cabe el peligro de convertir la historia en una rama especial de la literatura, en una recopilación de casos más o menos interesantes, a veces fascinantes, pero a partir de los que no se podría generalizar. En definitiva, el peligro es convertir la historia en una rama especial de la literatura, en una recopilación de casos más o menos interesantes, a veces fascinantes, pero a partir de los que no se puede establecer una base general. Una de las críticas más importantes al retorno de la narrativa fue la formulada por Eric Hobsbawm, que niega la justificación de la historia narrativa a partir del creciente interés por los acontecimientos y los individuos pues hay todavía muchos historiadores que consideran que estos objetos no son fines en sí mismos, sino medios de aclarar una cuestión más general, que va mucho más allá de la historia particular y de sus personajes. Defiende la necesidad de seguir respondiendo a los grandes porqués de la historia, sin renunciar a la observación microscópica. En España, Joseph Fontana, rechazó contundentemente el retorno a la narrativa, porque presentar la narración como la alternativa a los sistemas teóricos, resulta una falsa solución a un problema. Y por el contrario, Morales Moya y Tusell, se sitúan en la línea de Stone, rechazando gran parte de las posiciones de Hobsbawm, y defendiendo, con matices, el retorno a la narrativa.

A partir de finales de los años setenta y en especial los ochenta, las escrituras “problemáticas fueron siendo sustituidas por construcciones formales en el mejor estilo literario. Pero esta recuperación por el gusto de contar historias, se vio complementada por lo que acabó siendo conocido como teoría crítica o giro lingüístico. Las dos manifestaciones más trascendentes de este nuevo enfoque han sido el deconstruccionismo y el nuevo historicismo, que a pesar de ser interpretados como caras de una moneda, son en realidad dos interpretaciones o corrientes distintas con planteamientos contrapuestos en muchos de sus más significativos extremos. El deconstruccionismo es esencialmente una teoría de la escritura perteneciente a la lingüística postestructuralista; la pretensión de explicar el mundo a través del análisis del lenguaje. Esta teoría de la escritura, tiene como principal instrumento metodológico la decodificación del texto lo que conlleva la centralización de la atención exclusivamente en el discurso. Uno de los textos más famosos de un autor del este movimiento, Jacques Derrida, lleva por título “¿Cómo no hablar?” y el subtítulo de una de sus obras más emblemáticas es “La retirada de la metáfora” La práctica deconstruccionista pretende presentar nuevas visiones de la realidad social a través de la desestructuración o descomposición de la arquitectura conceptual de un determinado sistema o proceso histórico. La otra gran emanación historiográfica de la “teoría crítica” ha sido el nuevo historicismo, concepción narrativista del análisis del discurso, pero con escasas relaciones con la deconstrucción. Es en realidad la última fase de la corriente Social Science History, cuyos planteamientos de signo estructural han sido mantenidos por el círculo de C.Tilly.

La historia del tiempo presente La idea de hacer una historia del tiempo presente surge ante la necesidad o la urgencia sentida por muchos historiadores de acercarse a una historia estrictamente contemporánea, que estudia y analiza todos los factores que conforman la realidad en al que está inmerso el propio historiador que emprende esa tarea. Para un creciente número de historiadores, cada vez resulta más inadecuado seguir considerando la edad contemporánea como el período transcurrido desde las revoluciones liberales, tomadas como el punto de partida de la sociedad actual. Esta concepción de la época contemporánea es problemática, tanto desde el punto de vista práctico como conceptual. Se trata de hacer una historia sobre los acontecimientos y procesos históricos que han dado lugar al mundo que hoy conocemos y en el que estamos viviendo. En las dos últimas décadas, se han barajado distintas denominaciones: “historia reciente”, “historia actual”... y más recientemente historia del tiempo presente, que es la que se ha acabado imponiendo, a pesar de que en los planes de estudio españoles, se ha optado por el nombre de historia actual. La historia del tiempo presente ha acabado siendo la vanguardia historiográfica, no sólo en cuanto al período de interés, si no sobre todo atendiendo a una renovación temática, epistemológica y metodológica.

Se caracteriza fundamentalmente por la aplicación de metodologías estrictamente historiográficas sobre fuentes parciales en el análisis de procesos no cerrados. Tiene un predominio de la explicación narrativa y la atención a los momentos de cambio histórico, a los fenómenos políticos y de las relaciones internacionales. También existe una historia reciente económica, intelectual y social. Desde un punto de vista metodológico, se caracteriza por un explícito diálogo con las ciencias sociales. Para Javier Tusell, la historia del tiempo presente se distingue del memorialismo, de las ciencias sociales y del periodismo de investigación por una serie de características propias de las disciplinas históricas. El historiador del presente posee un sentido del tiempo, atribuye importancia a la cronología y a la reconstrucción del contexto histórico, intenta agotar al máximo las fuentes primarias y realiza un esfuerzo de síntesis, integrador de las aportaciones de otras disciplinas. La historia del tiempo presente posee una serie de ventajas e inconvenientes: El historiador, aunque no conoce el final de los procesos históricos, cuenta con la ventaja del recurso: el testimonio de los principales protagonistas, y con ser él mismo partícipe de los acontecimientos. Esta disciplina está en una posición de inmediatez con los problemas del presente, por lo que es objeto del interés de sus coetáneos, y del consumo inmediato de sus productos. Sin embargo, también tiene problemas. El primero es marcar y señalar el tiempo histórico, único y continuo, que llega hasta nuestros días, teniendo su origen en el pasado. La historia, se concibe como un proceso, sin posibilidad de ruptura entre pasado y presente. La definición de los límites cronológicos de la historia del tiempo presente, constituye uno de los debates más recurrentes de esta especialidad; se usan fechas clave que supongan rupturas significativas; las apelaciones al período de memoria; las conmemoraciones de los acontecimientos y procesos históricos; llegando al establecimiento de límites móviles o simplemente negando la necesidad de establecer un límite. Otra característica de la historia del tiempo presente es el análisis de cuestiones que la realidad histórica evidencia vivas, sujetas a procesos abiertos. Lo cual presenta algunos problemas. Como señala con cierta ironía Eric Hobsbawm, aunque el historiador está plenamente autorizado a abordar procesos en curso, muy probablemente se verá tentado a hacer previsiones de futuro con el peligro de que estas se vean rotundamente desmentidas por los hechos. La historia del tiempo presente choca con dos de las premisas básicas de la disciplina historiográfica, tal y como fue concebida en el s.XIX que eran la necesidad de cierto distanciamiento cronológico y la primacía del documento archivístico como fuente del historiador. Sin embargo, tanto un requisito como el otro, emanan de una concepción de la historia ya superada, que creía en la posibilidad de acceder al conocimiento exacto y objetivo del pasado. Hoy, nadie aspira a alcanzar una verdad absoluta y total sobre el pasado, ni comparte ese fetichismo por el documento. La carencia de distancia no impide un distanciamiento crítico al historiador del tiempo presente, aunque es verdad que lo hace más difícil, pues puede estar sujeto o más predispuesto a la subjetividad. Lo fundamental para todo trabajo de historia es que existan fuentes, y el problema no es la ausencia, sino más bien la sobreabundancia documental

para el tiempo presente: testimonios orales, prensa, .... También la historia del tiempo presente tiene una estrecha relación con la memoria de los contemporáneos, con la memoria viva, la de los protagonistas de la historia. La memoria puede ser objeto de investigación en sí mismo y no sólo fuente; la fuente oral, puede usarse según cuatro alternativas principales de investigación: la del informador “estratégico”, la encuesta masiva, el relato de la vida y la perspectiva biográfica o historia de vida. Hay quienes afirman, además que el historiador del tiempo presente, tiene una responsabilidad social y moral bastante mayor que la de cualquier otro historiador: René Rémond dice que “el historiador del tiempo presente, no puede comportarse como lo hacen con frecuencia los intelectuales, sin tener conciencia de las consecuencias de sus actos”

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