Contra Baudrillard.docx

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Contra Baudrillard. Crítica a la teoría burguesa de la comunicación de masas Breve análisis de las tesis del filósofo francés que tan buena acogida tuvieron en los años noventa. Nega (LCDM) | Para Kaos en la Red | Hoy a las 15:22 | 418 lecturas | 15 comentarios www.kaosenlared.net/noticia/contra-baudrillard-critica-teoria-burguesa-comunicacion-masas

Desde hace algún tiempo (alrededor de dosmilquinientos años) la idea o planteamiento de que la Verdad podía ser alcanzada, dominó el pensamiento de los hombres. De Platón a Kant pasando por Marx, siempre se pensó que mediante un esfuerzo disciplinado y un proceso y ejercicio intelectual e histórico no exento de penalidades, decepciones y sufrimiento, podríamos alcanzar la Verdad, esa ramera de lujo que sólo algunos macarras pueden permitirse. Hablamos de esa verdad pura e identificable que el pensador sabría diferenciar de los distintos tipos de ilusión y simulacros, de los diferentes delirios o alucinaciones, de la falsa conciencia, etc. La capacidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso se convirtió en una cuestión absolutamente trascendental en el devenir de los hombres y las mujeres, como no podía ser de otra manera. Entonces desembarcó el postmodernismo, muchos fueron los llamados a filas pero unos pocos los elegidos. Uno de los generales de las nuevas hordas relativonihilistas que con más ímpetu enarboló la bandera postmoderna fue Jean Baudrillard. Marxista fracasado, sucumbió a los cantos de sirena acomodaticios y se subió al carro que decía que ya no existían las clases sociales y que por tanto éstas no eran sujetos históricos, circunstancia que celebró con volteretas su cuenta corriente: siempre resulta más rentable proclamar que no hay alternativa al capitalismo que ser un simple profesor de universidad catalogado de dinosaurio marxista que vende poco y mal sus libros, los ochenta y los noventa pusieron a prueba muchas fidelidades ideológicas. Como marxista fue un segundón, siempre bajo la alargada sombra de pesos pesados como Debord o Althusser, cambiar de bando era apostar a caballo ganador, es más, solamente un ex marxista sería capaz de desarrollar la teoría y las tesis Baudrillardianas, el resentimiento siempre es una buena fuente de inspiración. Si a ello le añadimos cierta aura visionaria y provocadora, unas dosis de irrefutable lógica apocalíptica propia de la ciencia ficción de los años 50 y por último una tonelada de nihilismo distópico orwelliano, el resultado es ciertamente seductor. Se ha llegado a decir que (Stevenson 1998:225) «la más elaborada de las críticas postmodernas actuales de la comunicación masiva es la ofrecida por Jean Baudrillard». De hecho no es casualidad que la obra de este imbécil monopolice los cuatrimestres en la mayoría de facultades de comunicación de medio globo terráqueo. Películas como Matrix o La isla no hicieron más que afianzar el carácter visionario de su obra, algunos olvidan que dichos films son mera ciencia ficción. Por otra parte, la relación entre los citados filmes y las posiciones del filósofo francés no es tan estrecha como a muchos les gustaría y veremos más adelante. Cuando tu obra se vincula a películas en las que un ser humano esquiva las balas y puede volar, es decir, un film de ciencia ficción, lo primero que debe hacernos sospechar es que se trata de planteamientos de carácter acientífico. El anti-materialismo filosófico será el pilar del segundo Baudrillard, el del simulacro y la realidad virtual, el del abandono de toda reminiscencia marxista, el Baudrillard que se hizo rico (literalmente) sosteniendo al sistema y negando toda forma de resistencia, a la que también tildó de simulacro. La idea principal que defiende Juanito es que las relaciones de producción y consumo han sido reemplazadas por un entramado de códigos y signos, entramado sostenido

y producido por los medios de comunicación. El capitalismo pasa a ser simbólico, inmaterial: lo verdaderamente importante no es el proceso productivo o el precio en el mercado de una camiseta Nike, sino su valor simbólico cuando un rapero la saca a relucir en su concierto y luego todos sus fans la compran, olvidando de forma desconcertante que, la característica principal de mi tostadora no es su diseño o su valor simbólico o estético en mi cocina; la principal característica de mi tostadora es su capacidad para tostar pan. La trampa como es evidente, está servida. Negar el proceso productivo y el valor de uso conduce a donde Baudrillard quiere llegar, a la desaparición de las clases sociales y por tanto a otra de sus sentencias obsesivas, al fin de lo social. Para este hijo adoptivo de la burguesía académica, la producción es un problema del pasado, lo cual pone de manifiesto su profundo etnocentrismo centroeuropeo (en realidad un tic de lo más común en toda la literatura social del viejo continente) ya que y como resulta de lo más obvio, la producción ni mucho menos es un problema del pasado. La única realidad es que hoy día los niveles de producción son mucho mayores que en los años setenta, por mucho que se empeñen los post-maníacos (post-industriales, post-estructuralistas, postmodernos…) en aseverar que la producción es una reliquia o un anacronismo. Que la producción industrial se haya deslocalizado e invisibilizado a los ojos del occidental no significa que haya desaparecido. Al margen hay que tener en cuenta que aunque el sector servicios haya ido desplazando a la industria pesada, es un sector que también produce, especialmente plusvalía. Un sector en dónde la contradicción capital-trabajo se agudiza más si cabe: sólo hay que ver las condiciones laborales de un trabajador de McDonalds o de una empresa de limpieza. Pero algunos en su estrechez de miras, creen que el sector servicios está formado únicamente por profesores de universidad y médicos. El problema es que algunos sólo salen de su docto despacho para cobrar la nómina. Lo que hace Baudrillard es abrazar una suerte de empirismo positivista: como no veo la producción será que no existe. En realidad lo que hace de manera solapada el filósofo francés, es abrazar el manido axioma metacomunicativo que nos dice que no se puede no comunicar. La notable obviedad, ha sido utilizada por los teóricos burgueses de la comunicación hasta la saciedad, el infinito y más allá. La trampa de nuevo, se percibe evidente: toda conducta o comportamiento humano que sea percibido por otra persona, también es al mismo tiempo un signo, es decir, tiene por tanto una función comunicativa. El silencio de “X” persona tiene una función comunicativa para la persona “Y” relacionada con ella. En otras palabras y para aclararnos, el silencio de la iglesia católica respecto a los miles de abusos sexuales cometidos por sus sacerdotes, está comunicando a las víctimas el apoyo que la institución brinda sus enjuiciados. Otro ejemplo, tenemos a un maltratador en plena calle pegándole a su mujer, algunos miran y pasan de largo. Pese a no hacer nada, están comunicando: quizá su aprobación a los hechos o más probablemente su miedo a intervenir. Por último el ejemplo más significativo, cuando el asalariado recibe su nómina sin protestar ¿no está comunicando a su superior que asume la posición gregaria? ¿Cuando el propietario ingresa el jornal en la cuenta del asalariado no le está comunicando que ésta y no más, es la cantidad que merece? Este último ejemplo nos lleva a la trampa pueril mejor asentada en la historia de la teoría burguesa de la comunicación de masas. El famoso axioma confunde conducta con comunicación, convirtiéndolas en la misma cosa, en el mismo objeto de estudio. «La conducta es esencialmente comunicación y la comunicación por consiguiente, el “acontecer social básico”»[1]. Todo por tanto, es comunicación, incluso los procesos sociales se convierten pues en procesos comunicativos. Se trata de no poner cotas a la interpretación que nos conduce a reducir toda conducta humana a su

función comunicativa, abstraerse hasta tal punto de aislar la comunicación respecto al nexo social en el que se produce. Así resulta más fácil desprenderse de las clases sociales, ya no existen sujetos históricos, sólo emisores, receptores, canales y mensajes. Caemos presos en ese entramado de signos y simbolismos que tan rentables le salieron a Baudrillard. En realidad, bajo un prisma dialéctico, el fenómeno o proceso comunicativo debe entenderse en dos direcciones, la abstracta (toda conducta es comunicación) y la concreta (mi tostadora principalmente tuesta el pan no decora mi cocina) a la vez, al mismo tiempo. En otras palabras, tenemos que pensar en dos definiciones conceptuales opuestas para una misma experiencia o proceso. En abstracto, el capitalista y el obrero están enfrentados como actores de la comunicación (emisor, receptor, canal, mensaje…) En concreto, su conducta como actores en dicho proceso comunicativo se encuentra determinada por su condición de obrero asalariado o de capitalista. En la abstracción, toda conducta humana aparece como conducta comunicativa, sin embargo en realidad, suele ser algo más que comunicación. La comida (como conducta) tiene también una función comunicativa para los comensales (siempre que haya al menos dos personas en la mesa): no obstante, normalmente la comida no se identifica con la recepción de informaciones, con éstas no se llena uno el estómago. Por todo ello, la conducta comunicativa de un capitalista se encuentra determinada y condicionada por su posición como capitalista, por ello para definir y explicar esta conducta, hay que partir no de la definición abstracta (es conducta comunicativa) sino de la determinación concreta: es conducta comunicativa de un capitalista en cuanto capitalista. Viva Carlos Marx. Lo que hace Baudrillard es llevar al extremo esa abstracción que tan buenos resultados produjo a los teóricos clásicos de la comunicación burguesa (K. Merton, Lazarsfeld, Laswell, Wright…) con la ventaja que a diferencia de sus predecesores de la infame Escuela de Chicago, dispone de una serie de avances tecnológicos para sustentar la mentira de forma más creíble: realidad virtual, internet, autopistas de la información, telefonía movil, etc. Todo se reduce a signos y simbolismo, forma bastante torpe de dar cuenta de las clases sociales. Y desaparecidas éstas, desaparece también el conflicto social y por ende, todo tipo de resistencia: obviamente si eliminas la dominación eliminas también al resistente. Lo que nos lleva al triple salto mortal de Baudrillard y a la más chapucera de sus trampas argumentativas. El bautizado «McLuhan francés» y su legión de seguidores se abstraen hasta donde les interesa. No tiene ningún problema en hacer un esperpéntico ejercicio de abstracción para equiparar conducta con comunicación, pero después por lo visto le cuesta horrores abstraerse mínimamente para percatarse que ese sistema de signos que domina su sociedad postmoderna responde a unos intereses concretos perfectamente identificables, esto ya se lo explicó Frederick Jameson. Si a las tesis baudrillardianas nos atuviéramos, pudiera parecer que todo ese entramado mediático, brotó de la nada como la hierba en un jardín. Para Jean todo es inmaterial, simbólico, relativo en extremo, el simulacro se ha convertido en lo verdadero y existen infinidad de verdades; la real, la simbólica, la hiperreal… o mejor todavía, que no existe ninguna verdad. Ese apoliticismo paranoide hace lo que cualquier otro apoliticismo, sustentar el orden existente. No es más que el famoso analfabetismo político descrito por Bertolt Bretch pero carente de toda alienación o reificación, un apoliticismo consciente que se vanagloria de sí mismo y que retoza en su propio vómito. Por ello la comparación con Matrix es parcial y tendenciosa, existe una crisis de realidad pero ésta responde a unos intereses concretos, los de las máquinas. Además se puede escapar de Matrix (algo que Baudrillard negaría

rotundamente) y se identifica y localiza una dominación que por tanto genera una resistencia, representada por la ciudad de Zion, la tripulación de la nave de Morfeo o el propio Neo. Pero la pirueta se convirtió en triple salto mortal con tirabuzón, y mientras los niños iraquíes saltaban en pedazos, Jean Baudrillard deslumbró a propios y extraños afirmando sin sonrojo que la guerra del Golfo no había tenido lugar, mediante una serie de artículos de lo más polémicos. Creo sinceramente que de entre toda la historia intelectual de la humanidad, nunca una gilipollez tan monumental tuvo tanta acogida. El autor defendió que las informaciones sesgadas de los mass media en dicha guerra, amputaban la representación del campo de batalla y la crudeza de la guerra, sustituidas por imágenes digitalizadas (las famosas lucecitas verdes) y discursos propagandísticos que impedían una comprensión cabal del conflicto por parte de la audiencia masiva.[2] Y claro, por eso no había tenido lugar y por la misma razón, como yo no estuve en el desembarco de Normandía, éste tampoco tuvo lugar. La gilipollez aunque obvia, está más asentada de lo que uno pudiera pensar en primera instancia. Bajo esta perspectiva que podríamos clasificar de empirismo fundamentalista, se esconde otro de los axiomas comunicativos mejor asentados en la tradición burguesa de la investigación de los medios de comunicación de masas, esto es: si un árbol cae en el bosque y no hay nadie cerca que escuche, no hace ruido al caer. El despropósito, la aberración y una barbaridad de tal calibre, aseguro que está más instaurada de lo que podamos imaginar. Ya no se trata si quiera de posiciones ideológicas enfrentadas, es el mismo sentido común el que se cuestiona mediante un arrebato de irracionalismo ilustrado (y muy bien pagado) que no deja de deslumbrar a generaciones de comunicólogos al servicio de la elite económica, por que a fin de cuentas ¿a quién beneficia que se plantee con tanto eco si la guerra del Golfo había tenido lugar? A la potencia invasora como es evidente, la misma que se beneficia de la conversión de su guerra imperialista llena de víctimas civiles en un símbolo, inmaterial, incorpóreo, irreal. La trampa es la misma que al negar el sometimiento y por tanto las clases sociales: si no existe la guerra tampoco existen las víctimas. Baudrillard murió entre algodones y su legado resuena con fuerza en todas las universidades: el capitalismo a diferencia de Roma, sí que paga a los traidores.

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