CIUDADES CAMPAMENTO In loco remoto
Milagros Mata Gil de Carnevali
07 de Agosto del 2009
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CIUDADES CAMPAMENTO
Milagros Mata-Gil de Carnevali
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Milagros Mata Gil de Carnevali
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Dedicatorias: A Enrique Carnevali, siempre. A Luis Gómez Veracierta, por despertar en mí la que parecía yerta veta de la escritura. A Alí Reyes, quien me fortaleció tantas veces. A don Mauro Barrios, fundador de una estirpe A María Enriqueta Medina y José Simón Medrano, por su respeto ante la excentricidad de una artista en soledad. A sus hijos, sus nietos y sus perros, que me llenaron siempre de amistad y seguridad, alimentos que de cuando en cuando elevan el espíritu en las inevitables caídas del camino. A la Casa de mi hijo Manuel y mi nuera Lisette, por un no siempre sostenido abrigo, pero siempre lleno de buena voluntad. A mi hija, Eréndira, porque siempre está justo donde la necesito. Y a mi hijo Jacobo, que casi nunca está cuando lo necesito, pero no deja de estarlo, sin embargo.
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Gratitudes: Únicamente a ése, Padre, Amigo, Consolador, que me ha mantenido con vida pese a tantas y tan terribles tormentas. Su Nombre dulcifica la lengua que lo pronuncia con reverencia y amor. Y cada una de las palabras que se escriben lleva siempre la imprompta de sus dones.
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CIUDADES CAMPAMENTO (In loco remoto) Autora: Milagros Mata Gil de Carnevali CI 4596170 Teléfonos de contacto: 0283-514-2281 0416-850-8871 Dirección: Avenida 5, 112, Los Chaguaramos, El Tigre, estado Anzoátegui Resumen curricular Escritora: narradora, ensayista. Investigadora en Literatura, especializada en Novela Venezolana del siglo XX. Ha publicado, sola y en conjunto con otros escritores, aproximadamente diecisiete libros. Tiene tres novelas y tres ensayos inéditos, en la actualidad. Periodista, articulista de análisis y opinión política y cultural. Promotora y difusora de la cultura del Oriente y Sur de Venezuela. Creadora de varias instituciones de formación, rescate y conservación de los productos culturales, entre ellas, el Centro de Actividades Literarias (CAL), junto con el poeta Néstor Rojas, en El Tigre. Y el Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Experimental de Guayana (CEL-UNEG) En esta universidad se desempeñó como docente-investigadora, coordinadora del Centro y asistente del Coordinador General de Investigación y Postgrado, doctor Elio Sanoja Moreno. Fue docente en la Maestría de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Nacional Pedagógica Experimental de Maturín, estado Monagas. Dio seminarios en universidades en el exterior, como la de Brown, RI, USA o Paris Nanterre IX. Fue Directora Regional de Cultura del estado Bolívar. Entre 2000 y 2003, fue contratada
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para dictar seminarios especiales en Literatura y Teoría de la Novela, en la Universidad de Los Andes, tanto en Mérida como en Táchira. En este tiempo mantuvo una activa posición política. Desde 2004 se retiró de las actividades públicas y fue a vivir a Clarines, estado Anzoátegui, con su esposo, el doctor Enrique Carnevali Villegas, quien falleció en febrero del 2007, dejando una secuela de eventos traumáticos que dañaron gravemente su salud. Su actividad periodística no ha cesado, sin embargo. Durante este tiempo, se ha dedicado a componer y mantener blogs para promover y difundir tanto la literatura, como la historia contemporánea del país y la defensa del medio ambiente, asunto que le prepocupa desde que estaba en la UNEG. Y ahora se está reincorporando a la escritura literaria.
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I. Una ciudad es un lenguaje. Tiene su morfología, su sintaxis, su fonética y su semántica. Se comunica, vive y vibra dentro de esos parámetros. Los ciudadanos que le pertenecen son capaces de interpretarla y interrelacionar con ella, aunque estos actos, a fuer de ser cotidianos, apenas si son notorios. Leyendo Los Miserables, de Víctor Hugo, uno encuentra de súbito un pasaje donde el autor aclara que el París que él utiliza como escenario de su historia es el París de sus recuerdos, el que él vivió, y ahora evoca desde lejos. Y reflexiona sobre cómo uno convive con su ciudad de una forma tan natural y espontánea durante mucho tiempo, sin tener plena consciencia de esa relación. Y sólo cuando se aleja la percibe, la entiende y la siente. Entonces, intenta recuperar todo eso que tuvo alguna vez y lo que recupera son fragmentos, invocaciones voluntarias, tamizadas unos y otras por el recuerdo, esa inexacta versión de la vida. Por eso cada ciudad es una versión.
II. Es conveniente recordar lo que se dijo antes de la condición lingüística de las ciudades. Porque hay algunas donde las transformaciones naturales de cualquier lenguaje son tan veloces que apenas tiene uno tiempo de aprehenderlas cuando son sustituidas por otras. Estas son las ciudades-campamento. Sedimentarias. En perpetuo cambio de referencias, se van formando por capas de inmigrantes. Estos inmigrantes llegan, generalmente, impulsados por un signo relacionado con la economía o con alguna forma de la huída. Y todos llegan sin la expectativa de quedarse. Algunos de estos inmigrantes son integrados por la capa ya existente, a fuer de compartir costumbres. O por vincularse por los amores y los hijos habidos de ellos. Pero muchos se van, efectivamente y como planearon, una vez logrados sus objetivos. Y aún hay otros, que, sin irse, se niegan sistemáticamente a integrarse, por lo que siempre hay transmutaciones, abandonos y
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exilios. Luego, por alguna razón, llega otro contingente humano y la ciudad vuelve a estremecerse y a cambiar, a pasar por procesos similares a los que ya ha pasado, y así, nada es estable, no hay espacios de referencia que sean seguros, y el lenguaje de la ciudad padece los mismos cambios, por lo que nunca hay un lenguaje más o menos estable, por lo que sus habitantes no llegan nunca a comunicarse efectivamente con ella, ni a comunicarse con ella, ni entre sí, y mucho menos a ser pertenecientes a ella, a pesar de que, a veces, tienen hasta dos generaciones familiares sembradas en las fosas de algún cementerio. Son ciudades feroces, calculadoras, donde sobrevivir es duro y costoso. Ciudades que no tienen nichos ecológicos donde el habitante pueda reconocerse bien. Ciudades donde los gobernantes llegan por disposiciones ajenas al colectivo, con frecuencia desengañado e indiferente, y se van: los gobernantes, que en su mayoría vienen también de otras latitudes, actúan como burócratas: firman papeles, escamotean algo del erario, solucionan eventualmente un problema puntual. Pero no proyectan hacia el futuro, no les interesa hacerlo, porque, al fin y al cabo, su propio futuro está en otra parte.
III. Es curioso que, ahora que se escriben estas cosas, uno puede entender que una ciudad así es sedentaria solamente en apariencia, pues su esencia primordial es el nomadismo. Y ese nomadismo no depende siempre del factor económico, ni de las fugas, y ni siquiera del tiempo que pueda tener esa ciudad sobre la tierra. Depende de extrañas inquietudes que se potencian en ellas y que impulsan al hombre a vagar. Sin embargo, hay por lo menos dos elementos comunes a esas ciudades campamento y son, por una parte, la carencia de un centro, bien porque jamás lo tuvieron, o porque lo hayan perdido en el camino. Y por la otra, la situación geográfica que las transforma en encrucijadas. El centro es realmente importante. Cuando no hay centro, la vida ciudadana está siempre como desenfocada. O como si algo le faltara. Algo importante. Después de la II Guerra Mundial, muchas ciudades europeas, casi todas cercanas al milenio, quedaron
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arrasadas. Quienes miran las imágenes de aquella terrible devastación apenas si pueden creer en cómo son hoy en día. Fueron reconstruidas paso a paso, sin perder su centro. Y pudieron seguir viviendo, entonces, pues crecieron alrededor de su eje prístino. Quizá en la actualidad haya en torno a ellas suburbios tirados a cordel, tal vez construcciones rectangulares de tres o cuatro pisos, o cuasinfinitos conglomerados de casas idénticas donde predomina el gris pizarra. Pero en todo momento conservaron la percepción de sus mandalas y las emanaciones que ellos propician. Conservaron, de esta manera, sus referencias y sus hitos. Y, aún hoy, afectadas por las inmigraciones ilegales y la globalización, es absolutamente posible conversar con ellas. Las ciudades-campamento, en cambio, no tienen noción de dónde está su centro. Lo han olvidado, o jamás lo tuvieron. Una ciudad que aparece por la explotación minera, por ejemplo. U otra, que por ser encrucijada es centro de acopio y paso de mercaderes, productores, clientes, buscalavida y toda clase de gente, son, ambas, susceptibles de perder su centro vital. O de haberlo omitido en sus inicios, e inclusive en cualquier parte de su historia.
IV. 80 53´N/ 640 16´O Hay dos ciudades-campamento adónde quien esto escribe vuelve reiteradamente, como si un destino inespecífico se propusiera esos tránsitos, el viaje, el periplo, casi siempre en espiral: una, se formó a raíz de la explotación petrolera de los años 30. Es fea, odiosa, sucia, con múltiples problemas de servicio público. Es inhumana e individualista. Fue en sus inicios donde los hombres dijeron:
Vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos con fuego Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra y el asfalto en lugar de mezcla
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Y dijeron también: edifiquemos una ciudad y una torre Cuya cúspide llegue al cielo; y hagamos un nombre, Por si fuéramos esparcidos por la faz de la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre Que edificaban los hijos de los hombres Y dijo Jehová: -He aquí el pueblo es uno Y todos tienen el mismo lenguaje, y han comenzado su obra, Y nada les hará desistir ahora de lo que han iniciado. Ahora, pues, descendamos y confundamos su lengua, Traigamos extranjeros y pongámoslos entre ellos, Para que ninguno entienda a su compañero. Así los esparció Jehová sobre la faz de la tierra Y la torre no se pudo construir, ni tampoco la ciudad. Por eso fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí Confundió Jehová el lenguaje de todos Y desde allí los esparció por toda la tierra.
(Génesis 11: 3-9)
Este enigmático episodio del Génesis parece definir sus orígenes ¿Porqué Jehová se opuso a la construcción de aquella ciudad y dispersó a sus creadores por toda la tierra? Porque se habían envanecido, dicen algunos, y pretendieron llegar hasta las moradas del Creador. O porque pareció vana a Jehová la edificación de una ciudad alejada del río. Porque desde hace seis milenios, toda ciudad se conforma debido a tres factores: la cercanía del agua, la necesidad de organizarse los ciudadanos y tener autoridades que constituyeran su orden, y la producción de artículos suficientes para el consumo y el intercambio. Eran aquellos días, no es de olvidar, en que las deidades intervenían en las decisiones de los habitantes de la tierra. Pero esta vez, en esta época, Jehová Dios permitió que edificaran las ciudades y se elevaran en ella torres elevadas donde el objetivo estaba muy lejos del cielo, su morada y preferían adentrarse en la tierra, buscando el aceite que habría de movilizar el mundo. Así surgió esa ciudad.
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De cuando en cuando, construyen en ella enormes centros comerciales que pronto se llenan de luces esplendorosas y a ellos acude en masa una población ávida de novedades y afectada desde siempre por el afán del consumismo. Después, construyen otro, más moderno. Y el anterior va apagándose poco a poco, sustituido por el nuevo. Las tiendas, los negocios que allí quedan, subsistiendo, en el abandono, se quedan hasta que la quiebra los obliga a cerrar. Y uno pasa por el frente y ve, a través de los vidrieras cómo los muebles se van llenando de polvo y los recibos se van acumulando, dejados a través de la ranura que forman las puertas y el piso. Queda esa monstruosa construcción solitaria, al arbitrio de las alimañas, agonizando, mientras en otra parte, otro centro comercial florece. Y uno se pregunta cuáles razones impulsan esa locura de construir y abandonar. Pero las respuestas casi nunca llegan a concusiones legítimas, ni siquiera legales. Quedan esas ruinas, custodiadas por un solo guardián vestido de gris. Y puede ser que la verdad sea la fluctuación de los intereses económicos. O, más profundamente aún, la condición del nomadismo, que es la esencia de los habitantes de las ciudades-campamento.
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¿Qué lenguaje estructurado puede crecer allí, desarrollarse, permanecer? Ninguno. Es como si la ciudad, ante estas circunstancias, adoptara una lingua franca o una forma babélica de la comunicación: una donde todas las formas del idioma son posibles, pero tristemente y raquíticos. Por lo tanto, la comunicación es siempre deficiente.
V. 10005´N/ 69020´O La otra ciudad es una encrucijada. Puede tener trescientos años, o más, y por ello pudiera ser una ciudad constituida, pero siete caminos confluyen en ella, expandida sobre un trozo de sabana de piedra arenisca, lo que produce un polvillo blanco y una vegetación rala. La habitan multitudes de pájaros negros, sumamente agresivos. Tiene inmensas avenidas que la atraviesan en todos los sentidos. Edificios rectangulares, casi nunca demasiado altos. Hay un orden allí, pero un orden impuesto: calles y avenidas, avenidas y calles no siempre rectas, sino más bien oblicuas. En algún momento, esta ciudad tuvo un centro, que aún sobrevive, brevemente visitado por ancianos y por los funcionarios que pueblan durante os días laborables las antiguas casas que se mantienen en pie, como un recuerdo vago. Después, los habitantes de la ciudad y sus gobernantes, fueron dispersando los símbolos: construyeron una catedral de arquitectura extravagante, enorme y gris. Construyeron luego un obelisco, símbolo fálico, quizá para contrarrestar la simbología matriarcal de la catedral, dedicada a la Patrona. Entre el obelisco y la catedral (y es preciso, para notarlo, tener a la vista un mapa de la ciudad, o una vista aérea muy precisa) corre una larga avenida, la 19, que se ha ido convirtiendo en una especie de centro mercantil: allí están las sucursales de casi todos los bancos, de as grandes tiendes en cadena, y muchas otras más, donde se ofrecen, sobre todo, productos de textilería, trabajos del cuero y del semicuero, pero también joyería barata, abalorios, todo eso que las mujeres llaman accesorios, artículos para el hogar, electrodomésticos y, además, todo lo que ese comercio hace florecer y que se llama, en economía, fuentes secundarias de empleo: farmacias, pequeños restaurantes, panaderías,
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papelerías y algunos pequeños centros comerciales que repiten la oferta del exterior, a mayor precio. Tanto la 19, como la 18, la 20 y la 21, además de las calles adyacentes, han ido llenándose incontrolablemente, de tenderetes de buhoneros que dificultan el paso de los peatones. Es el crecimiento indetenible de ese gran mercado lo que la hace atrayente y repugnante a la vez. En la 18, alguien hizo construir un enorme centro comercial, una manzana íntegra para un edificio de dos plantas donde pareciera que se concentrara toda la oferta de la ciudad, en dimensiones menores, es cierto, pero no menos variopinta. Este centro comercial es un microcosmos. No hay climatización artificial y la luz interior proviene de un tragaluz que ilumina un jardín que persiste en mantenerse en lo que sería el centro de la edificación. De resto, además de toda la variedad ya mencionada, hay múltiples salones de belleza, cybers, sitios mecanizados de juego y una librería de asuntos esotéricos. En una de las esquinas, que da ya a la calle 17, hay una gran carnicería donde los productos son exhibidos graciosa y tentadoramente. Este centro comercial tiene una población propia, que le es intrínseca, cautiva. Aunque también tiene el paso de los transeúntes que lo recorren durante las doce o catorce horas que dura abierto. Pues, por las noches, parece dormir. Sin luces. Sin ruidos. Sin escándalos. Por el este, está flanqueada por una pequeña iglesia católica, rodeada de una multitud de buhoneros que ofrecen velas, rosarios y estampas. De resto, hay muchas quincallas atendidas por chinos. Por el oeste, se ubica el Palacio Arzobispal, separado por altas tapias del mundanal ruido. Por el norte, corre la 18. Por el sur, la 17, más apacible en muchos sentidos, donde aún se mantienen viejos edificios de arquitectura barroca, con balconerías preciosas, hechas de hierro forjado y puertas más preciosas aún. Pero los afea el hollín de los automóviles que incesantes pasan y el descuido de los propietarios, resignados ya a una desaparición decretada por el avance del progreso. Por otro lado, en la 20 y la 21, el afán buhoneril y mercantil no avanza en exceso, porque aún hay allí edificios públicos y los detiene, tal vez, la cercanía de la Plaza Mayor. Ésta, que, seguramente, es una de las más grandes del país, está totalmente cubierta de un mármol amarillento, sin jardineras, ni árboles. Va desde el Palacio de Justicia, un edificio
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hecho de aluminio y plexiglás, hasta la antigua catedral, casi siempre cerrada. En la Plaza, apenas si se distingue la estatua del Héroe. Cruzando la calle, en la 22, están: el Palacio de Gobierno, con cuatro astas para cuatro banderas enormes: la del país, la del estado, la del municipio y la de la ciudad. Y, en torno a él, un grupo de instituciones y entidades gubernamentales, todo un espacio destinado a la burocracia y sus servicios. Nadie va a esos lugares a menos que tenga necesidad de ello. En la Plaza, ya se dijo, algunos ancianos se sientan a recordar tiempos distintos, o a comentar las noticias. Al mediodía, muchos de los empleados de la burocracia toman allí sus almuerzos. Los días de festejo o conmemoración histórica, se hace un alto en la cotidianeidad y se cumplen las rutinas oficiales. Los domingos y cada día por las noches todo está solitario y silencioso. No hay quien recuerde que allí el fundador clavó su bandera. Que un capuchino aragonés bendijo la fundación. Y que le dieron nombre en memoria del lejano lar. No hay quien recuerde cómo alguna vez se creyó que muy cerca estaba el camino de El Dorado y que los Adelantados Alemanes perdieron vidas y haciendas orientados por los rumores de los caquetíos, cuyas sombras aún se perciben en ciertos mediodías. Mas nadie recuerda que alguna vez vivieron allí esas naciones, expertas en el arte de trabajar el barro, arte que donaron a sus conquistadores arawaks. Nadie sabe qué deidades antiguas velan en la tierra dura y árida, o se levantan en los remolinos de polvo blanco. Nadie sabe qué espectros caminan aún por las lejanas montañas. Todos adoran, en cambio, la imagen de una Dama gentil y pastoral. Por millones asisten a la procesión de la Patrona y durante un mes entero la llevan a distintos sitios de la ciudad, donde la honran con oraciones, cirios encendidos y ebriedad. Pero no hay centro allí, porque lo han olvidado. Por curiosidad, uno puede trazar una línea entre la catedral nueva y el obelisco y hacer el intento de triangular. El otro punto-vértice sería el aeropuerto, lo que da un triángulo escaleno, o, si se prefiere, un triángulo rectángulo obtusángulo. Nunca equilátero, lo que excluye la posibilidad de una circunferencia endocéntrica. Hacia el aeropuerto y desde el obelisco, hay una avenida moderna, con jardines públicos cuidados, llena de restaurantes lujosos y otros expendios de cadena especializados en comida rápida. Y hay
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hoteles lujosos y algunas viviendas en las calles adyacentes. Es el espacio de la clase media por excelencia y su vida se nota especialmente por las noches. Mientras todavía se mantengan los signos de la opulencia, florecerá esa avenida. Después, quién sabe lo que habrá.
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Como sabemos, las tres alturas de un triángulo (o sus prolongaciones) se cortan en un lugar llamado ortocentro. En un triángulo rectángulo, cada cateto puede ser considerado como base y como altura. El ortocentro es, por lo tanto, aquel que se forma en el ángulo recto. Mas si el triángulo es obtusángulo, como en este caso, el ortocentro es exterior a la figura triangular, porque se prolongan las alturas fuera del triángulo. Aún así, habría que considerar las circunferencias excinscritas posibles dentro de un triángulo.
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8053´N/ 64016´O Pero hay que volver a esa otra ciudad que se puede llamar A, llamando B a la que se deja por el momento, sólo para llevar cierto orden en el texto. Surgida de la explotación petrolera, ya era un rancherío antes de que entrara en producción el primer pozo perforado. Debería ser, pues, ese punto, el centro de la ciudad, pues de allí devinieron su aceptación y su crecimiento. Se dice su aceptación porque en un principio que pudiera ubicarse en el campamento, los altos gerentes de la Standard Oil Company of New Jersey, la SOCONY, como la nombran muchos, se negaron a aceptar la existencia del enclave de explotación, ubicado en un lugar apartado de todas partes. No lo registraron en sus mapas, ni le hicieron partícipe al gobierno. Habían reclutado hombres desde unos seis meses antes de habilitar la primera gabarra que, por el río Orinoco, entraría por la desembocadura del Caris y navegaría río arriba hasta un punto establecido donde esperarían dos camiones que hubieran pasado el río en el ferry boat por la ruta de Soledad, adentrándose por sabanas sin camino, guiados sólo por las brújulas y las escuetas referencias de los informes. En cada camión iban dos hombres, americanos de Estados Unidos, curtidos por los vaporones de Texas e iniciados en los conocimientos del manejo y la lectura del sismógrafo y la lectura de los mapas. Cuando llegó la primera gabarra, con trece hombres a bordo, aparte de la tripulación, tuvieron que descargar los hierros de la cabria y llevarlos a los camiones, además de las plantas de electricidad y otras herramientas grandes y pesadas. Esa noche y otras más durmieron al descampado y como pudieron. Los americanos armaban dos tiendas de campaña de lona verde y en cada una, dos camas de esas que llaman de tijera, con mosquiteros. A dos jornadas largas arribaron al sitio indicado: más sabana poblada por raleados arbustos, más sabana rojiza, más paja peluda. No había ni señales de camino ni de la posibilidad de presencia humana. Sólo el viento que corría libremente. Y aquellos
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hombres. Para el que no conoce el trabajo del petróleo, o para las generaciones que lo conocen hoy, es extraordinario y casi épico el inicio de aquellas primeras perforaciones. Las cabrias debían armarse en el suelo, hierro por hierro y las máquinas de soldar estaban conectadas a precarias plantas eléctricas, más riesgosas aún puesto que se alimentaban con gasolina. Cualquier chispa podía ocasionar un desastre. Luego, estaba el calor ambiental que se potenciaba en medio del trabajo. Había que fijar con fuerza la plataforma del encuellador, en lo que tardaban mucho más de lo calculado en el papel. Finalmente, la elevación de la cabria sobre la plataforma ya construida era por tracción de sangre. Y entonces venían trabajos de precisión: la fijación de las guayas de viento, para evitar el movimiento de la torre, tan parecido a la fijación del palo mayor de una nave. La instalación de tuberías que llevaban hacia la cámara de los gases y de las enormes llaves de seguridad. Aunque el sistema de perforación ha cambiado poco en nuestros días, sí han cambiado las condiciones para armar y elevar las cabrias. Mas en aquellos días, eso era así. Una bonguera, una buhonera, que pasaba por allí con su reata de seis mulas y su mercadería, visteó el movimiento desde lejos. Cuando llegó al caserío de la Oficina Nacional de Correos y Telégrafos, que eran unas ocho casas agrupadas en torno a tan pomposamente nombrada institución, no más grande que cualquiera de las otras casitas de barro y moriche, y que había sido puesta allí por algún general de cualquiera de las numerosas montoneras y alzamientos, dicen que uno de los Monagas. Allí, la bonguera contó del hallazgo y de la torre que se había elevado. Eso despertó la curiosidad de muchos, pero fue un pulpero del lugar el que decidió acercarse con algo de mercancías para vender: en realidad, aguardiente, tasajo, casabe, un queso ligeramente rancio, tabaco en ramas, jaleas de mango, fósforos y cigarrillos Camel, que eran un lujo inesperado. Para los obreros fue una novedad que celebraron, porque tenían dinero y nada en qué gastarlo en aquella soledad. Así que el pulpero hizo buen negocio y se comenzó a regar el rumor. Día tras día fue acercándose la gente de los alrededores: algunos hombres que fueron contratados como macheteros para limpiar el terreno; o indígenas que por allí había y eran duchos en construir viviendas de paja, los cuales hicieron una churuata grande con
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palosano de bases y el techo de moriche entretejido, que sirvió para que la cuadrilla pudiera colgar sus chinchorros y guarecerse de la intemperie. Hubo mujeres que llegaron solas o con sus hijos pequeños, para ofrecer sus servicios de comida frita y recién preparada, o el calor generoso de sus cuerpos. Como les era duro ir y venir desde y hacia sus lugares de origen contrataron a los individuos para construirse precarias viviendas. Entonces, la SOCONY intervino y contrató, a su vez, cuadrillas de vigilantes, que llamaban guachimanes o watchmen, para que desalojaran toda aquella gente. Por la noche, se construían las casuchas que ardían por las mañanas. Mientras, otras tres cuadrillas habían sido despachadas y desde el mismo campamento inicial partían hacia otros inciertos destinos, siempre siguiendo la ruta que trazaba el sismógrafo. No parecía haber nada en aquel pozo inicial, que fue paralizado durante casi dos años por la falta de un repuesto, dijeron. Mas eso no evitó que continuaran llegando las gentes. Ante lo incontenible del avance, los americanos tomaron dos providencias: mudaron sus tiendas de campaña a unos cinco kilómetros del pozo y las cercaron, para mayor seguridad, y pidieron a uno de los capataces que, con un grupo, colocara una bomba Líster, tendiera una tubería desde el morichal cercano, y quizá hablemos de unos quince kilómetros, hasta frente al lugar donde estaban construyendo un galpón que sirviera de comedor, y pusiera dos grifos, separados convenientemente uno del otro, de manera que uno de ellos se adentraba precisamente en la zona de tolerancia. Si se entendiera este gesto como una fundación, entonces los americanos que tal cosa decidieron serían los fundadores y el centro de la ciudad se desplazaría del pozo al antiguo campo de lona, o quizá al grifo. Pese a todo esfuerzo, la poblada prefería seguir instalándose en los alrededores de la cabria.
VII 8053´N/ 64016´O Toda ciudad de esta naturaleza nace del febril esfuerzo de dementes alucinados. Pues ¿qué otra razón podría tener un hombre para desarraigarse y crear un punto en el espacio, contraviniendo la lógica y hasta la física, y desafiando los riesgos, que
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un impulso de locura? Y esta ciudad, que se convino en llamar A, no fue la excepción. Más aún, en este caso tan extremo, luchando contra tantos obstáculos, tenían que ser dementes los que creyeron en verdad que era posible retar todo poder e instalarse allí, lejos, muy lejos de un río que les asegurara sobrevivencia. Este río lo conocieron después. Los indios los guiaron a su presencia y les dijeron un nombre, que ellos interpretaron a su manera, y que, ambiciosos del agua y de la vida, también tomaron para su ciudad. La arqueología y la historia han demostrado en repetidas ocasiones que siempre que se han reunido grandes grupos de individuos, han favorecido formas jerárquicas de gobierno en detrimento de alternativas igualitarias más sencillas. Un gobierno jerárquico normalmente está dirigido por un miembro de la clase minoritaria selecta que obtiene un beneficio desproporcionado de la productividad de la clase común más numerosa. Estos miembros pertenecientes a la minoría selecta reafirman esta posición de favor repartiéndose los bienes acaparados a la clase más baja, armándose ellos y desarmando al pueblo llano, utilizando el monopolio de la fuerza para mantener el orden y mejorar la seguridad personal y, por último, formulando una ideología o religión que justifique su postura.
VIII 10005´N/ 69016´O
Si uno observa el mapa del país (in loco remoto) es notable el hecho de que la ciudad-campamento B está equidistante de los centros de poder político y de los centros de producción. Eso la hace privilegiada por toda la riqueza que pasa por ella, por la cercanía de los espacios burocráticos nacionales que faciliten las gestiones. También está equidistante del segundo puerto más importante de la nación. Todo eso se traduce en un muy activo comercio, por una parte, en la circulación de ideas políticas, y en el eficaz mantenimiento de las vías de acceso, las calles y servicios. No obstante eso, no alcanza los
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niveles más elevados de la pirámide de Maslow y sus habitantes no parecen extrañarlos. Es una ciudad neoliberal y capitalista, en el estilo de las que se formaron en el Renacimiento. Por lo demás, es también una ciudad sedimentaria, ciudad de inmigrantes, aunque mejor sería decir de trashumantes. Alrededor del Terminal de Pasajeros, que es sucio y siempre contaminado por el humo de numerosos autobuses que entran, salen, o estacionan, exhalando bocanadas de combustible quemado y anhídrido carbónico. La contaminación allí es tan fuerte que los escasos árboles lucen enfermos y debilitados. Alrededor de este Terminal, hay una fauna variada. Los buhoneros son diferentes de los de la 19. Venden allí muchos objetos útiles e inútiles: ganchos para el pelo, juegos de minidestorilladores, bolas de naftalina, mentol chino, bolígrafos que se convierten en linterna, apuntadores láser, cuadernillos de crucigramas, yerbas medicinales, bolígrafos baratos, toallitas y mil cosas más, extravagantes y exóticas.
[No dejo de pensar en asunto de la triangularidad de la ciudad B. Porque si uno de los vértices es la catedral, el otro, el obelisco, y el tercero, el aeropuerto, y esa figura, cuyos lados siempre han de medir 1800 sin importar la distancia entre los vértices, tiene una bisectriz interior que se cortaría con dos bisectrices exteriores en un punto llamado exicentro, es incuestionable que allí existen tres circunferencias exinscritas, cada una de las cuales tiene un ortocentro (y que no nos asusten los términos, que se encuentran en enciclopedias para niños) Esto continúa el razonamiento arriba expresado de que los ortocentros del triángulo rectángulo obtusángulo tienen centros externos a él. Entonces, la ciudad tiene centros ocultos o enmascarados, tres por lo menos, y aún así se genera un vacío de centro]
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Pero alrededor del Terminal de Pasajeros también hay una aglomeración de hoteles baratos, ventorrillos de alimentos que humean el aceite quemado, ventas de pollos a la brasa, centros de conexión telefónica y de INTERNET, y un comercio soterrado cuyas licitud y legitimidades son más que dudosas. No son solamente los ladrones que acechan a los desprevenidos. Ni los vendedores de pasajes fuera de taquilla. Ni la abrumadora oferta de los cargadores de equipaje. Ni los traficantes de crack y su inquietante clientela. Ni las prostitutas diurnas (porque las nocturnas pertenecen a la ciudad de noche, donde toda señal transforma su significado y todo valor moral gira entre 45 y 180 grados) Es algo indefiniblemente amenazante, parecido a lo que se siente en las ciudades de frontera. Frente al Terminal de Pasajeros hay un lugar sumamente extraño, pero que pudiera dar una idea de la conjunción de intereses y valores que tiene allí la ciudad. Es un edificio de dos plantas: en el primer piso funciona un hotelito; en la planta alta, está la casa de una familia multitudinaria de gente llegada de la Guajira, indígenas asimilados que aún usan sus coloridas batas holgadas y, aunque se ricen los cabellos y los tiñan de rubio, no dejan de tener los ojos astutos y la mirada penetrante, casi voraz, pero tan rápida que apenas si es posible notarla. Esta familia es gobernada, férreamente, hay que decirlo, por una mujer de edad indefinible, quizá cuarenta, cincuenta o sesenta años. Como jefa de todo el clan, decidió que la parte baja, donde había otro grupo de habitaciones y la entrada a un estacionamiento, se dividiera en varios cubículos y se alquilaran estos a personas que vendieran ropa y lencería, algunas probablemente producto del contrabando. Entonces, allí funciona una especie de subcentro comercial que necesariamente se relaciona y convive con el mundo exterior. A la una de cada día, todos los comerciantes-inquilinos tienen que parar sus actividades y dedicar media hora a honrar y alabar a Dios, por disposición de la jefa y propietaria, quien dirige el servicio. Es un raro espectáculo que produce temor y estupor a la vez. Luego, cada quien vuelve a sus quehaceres y sus frecuentes riñas, hasta las cinco y media de la tarde, más o menos, cuando guardan sus mercancías en las antiguas habitaciones, que se transformaron en sitios de almacenaje. Y ya a las seis todos se han ido. El estacionamiento queda vacío y se inicia la metamorfosis de la ciudad.
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Particularmente en esos sitios, el entorno de Terminal, la metamorfosis muestra sin velos la miseria: niños que buscan su comida en la basura, o que entran en los cybers para aprovechar unos minutos dejados por algún usuario para ellos jugar, o exponer pornografía; prostitutas melancólicas, gordas o embarazadas, que salen de las innumerables hendijas; drogadictos ojerosos y gastados; alcohólicos, gente sin hogar que amontona cartones cerca de los quicios; el tráfico de los pícaros, que nunca falta, y ese olor fuerte a basura en descomposición y orines rancios. Todo eso mezclado con los viajeros que pasan presurosos, rumbo a los autobuses que los alejarán por un tiempo, o para siempre, de esta loca ciudad, literalmente excéntrica.
IX 10005´N/ 69016´O La ciudad B está inmersa en las pasiones. Éstas pueden aplicarse a la religiosidad, a la política, a la vida cotidiana, a los pleitos de cualquier naturaleza, a los instantes dramáticos, luminosos, trágicos o tenebrosos. La ciudad B, por esa pasión, ha producido escritores de profundo contenido trabajado con ironía, poetas llenos de una gracia oscura, o no. Pero también genera cada fin de semana, o fiesta de guardar, tragedias familiares, derramamientos de sangre, que atiborran la morgue, allí donde la gente acude, con el luto reciente y el llanto aún en los ojos hundidos por el dolor, para reclamar sus cadáveres. Asimismo, por la pasión, es una ciudad imbuida en un espeso aire de misticismo. No es un asunto de adjetivos sustantivados, ni denominaciones religiosos. Todas las iglesias cristianas tienen allí templos y feligresías. Todo un pueblo permeable a la fe que le prediquen. Una vez comprometido, el pueblo responde con fidelidad a su compromiso adquirido. Es cierto que el catolicismo tiene una enorme mayoría de fieles. Pero carece del poder de convocatoria continua de otras confesiones cristianas no católicas, que poseen por lo menos tres Seminarios para la formación de sus ministros, que funcionan todo el año. Los católicos parecen agotarse en el mes que le dedican a la Patrona y a sus ferias. Como las otras confesiones no tienen esa limitación, ejercen el proselitismo, la militancia y la formación de sus fieles. Por otra parte, los seminarios son factores de ingreso de dinero al
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erario público, y generan intercambios culturales, dada la diversidad geográfica de los seminaristas. Quizá sin proponérselo, los evangélicos contribuyen a la dispersión de la ciudad, y no proponen un centro espacial, pues su centro es La Palabra y como La Palabra entienden por igual a Jesucristo y a la Biblia. Por su parte, los adventistas y los bautistas, por ejemplo, se encaminan hacia una función social de sus iglesias respectivas. Mantienen hermosos y eficientes dispensarios, clínicas y escuelas y atienden sin distinciones. Su trabajo de captación es pragmático se fundamenta en el testimonio de vida, pero, al no existir una formación doctrinaria propiamente dicha, su labor se reconoce como buena, pero no se llegan a conocer las cuestiones doctrinarias de su fe.
[Cierro los ojos y de pronto son las cuatro de la mañana, en la memoria de aquel Agosto. Una orden inaudible e irreconocible para mí, ha sido dada. Escucho el silencioso movimiento del Instituto, los pasos hacia el baño, los ruidos inevitables de la limpieza y la higiene de los cuerpos y los baños y los pasillos, el enérgico rastrilleo del jardín que hacen los varones del edificio del frente. Todo es efectuado rápida y eficientemente. Luego, otra vez entran a los edificios y a las cinco y media en punto sus voces se elevan alabando a Dios, agradeciéndole el día que ya se abre y, magníficamente, cantan en el primer Devocional. Es un instante mágico.Cantan y dicen: héme aquí, Señor. No estoy obligada a esa disciplina. Escucho desde mi lecho la claridad de las voces y acompaño desde allí a los seminaristas, mientras doy gracias a Dios por el sol que ya penetra doradamente por la ventana. Sí: héme aquí, Señor.]
Pero esa misma y apasionada fe, esa pasión, la ponen en la defensa de sus ideologías
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políticas, de sus partidos: de una manera bárbara, se enfrentan a los disidentes, en una sola vuelta del carrousel, una disidencia se transforma en guerra, con todo lo que eso significa. Esa pasión, donde se exprese, deja sus huellas, y en ocasiones tiñe de sangre el asfalto o los dinteles de las casas familiares.
X. 10005´N/ 69016´O En esta ciudad-campamento tan extensa, los suburbios se convierten poco a poco en una especie de poblaciones con sus leyes, sus normas y su lenguaje. Al carecer de un centro común, la civilitas busca expresarse de cualquier forma. Pues aún si hubiera un centro, el perímetro de la ciudad es tan grande y tan poblado que ha necesitado crear una especie de pequeños núcleos ciudadanos. Hay que aclarar que este perímetro, estos suburbios, no son homogéneos y ni tan siquiera similares entre sí: hay sitios perfectamente urbanizados donde el signo tiene la impersonalidad del lenguaje de los hoteles. Y esa frialdad que dejan escapar las casas solitarias en las horas de trabajo se va haciendo venenosa para el espíritu de los que deben quedarse. Venenosa hasta el rencor, que se acentúa cuando, a la hora del regreso, todos corren a esconderse tras sus rejas y sus televisores, aumentando la soledad de los solitarios. No hay allí sentido de la cortesía. No hay vecindad. Nadie conoce, ni quiere conocer, a nadie. Y otros sitios funcionan como pueblos de provincia, con sus mercados callejeros de hortalizas y carnes expuestas a la luz casi blanca del sol. En estos pueblos suceden crímenes terribles, que pasan desapercibidos en la enormidad del cuerpo ciudadano. Y también hay allí dramas y tragedias y una pobreza pudorosa, silente, pero que se percibe inquieta y peligrosamente. Porque es una pobreza sin dolientes, que contrasta con la riqueza de las avenidas emblemáticas de la mercadería. Y cuando esa pobreza rebulle y estalla, nadie puede prever las consecuencias y el alcance de ese estallido.
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[Presencié una noche cómo se desataban los demonios de la ira en la ciudad. Eran los primeros días de Diciembre del 2002, los primeros días del Paro (con mayúsculas) Las calles estaban llenas de multitudes agrupadas y errantes. Hombres descamisados, con la cara cubierta con trapos de colores distintos, quizá la misma camisa que se habían quitado antes. De cuando en cuando, en medio de la oscuridad, había hogueras. Pero aquellas multitudes, embriagadas de violencia, no parecía saber cómo canalizarla, ni adónde dirigirse. Eran grupos que vagaban y de cuando en cuando se encontraban y se agredían hasta la fatiga. Entonces, en aquel entonces, tuve que salir hacia otro destino, otra ciudad. El automóvil en el que viajábamos, cuatro personas distintas entre sí, cruzó raudo la 19, bordeó el obelisco y siguió recto hacia el desierto, rumbo al oeste. Nuestro silencio era sobrecogimiento y decisión, a la vez. Al entrar en la carretera, espléndidamente iluminada por la luna llena. Éramos el único vehículo. Las gasolineras estaban cerradas y sin luz. Ante nosotros, la carretera estaba allí, imagen casi onírica de un mundo que había desaparecido. Pasamos por pueblos que tenían encendidas no solamente las luces públicas, sino, como un contraste demasiado fuerte para cualquier sensibilidad, lucían parpadeantes las luces del regocijo navideño. Pero ni un alma. Bi un perro. Ni una res extraviada en el camino. Nadie. Como si una bomba de neutrones hubiera destruido la vida animal, dejando sólo las edificaciones y las plantas. Como si fuéramos los únicos habitantes de ese mundo intacto por donde el automóvil corría. Y ni siquiera nos atrevíamos a hablar, ni intentábamos escuchar algo en la radio, como si esos hechos tan sencillos, tan simples, tan en otro momento normales y espontáneos, fueran un espantoso delito en este preciso momento. El país se había detenido. Muchos actos heroicos y degradantes pasaron en aquellos días.
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Mucho empobrecimiento y enriquecimiento de parte de los que aprovecharon la situación. Muchas sicosis se desencadenaron, con finales totalmente sorprendentes. Muchos se suicidaron al borde del abismo por donde les habían aventado con saña sus años de trabajo. Pero ésa es otro historia, otro theme, con bordes y lenguajes distintos]
XI 8053´N/ 64016´O Cuando salió el primer chorro de petróleo que habían buscado mecha tras mecha, sacrificándole aún así, a aquel nuevo dios, varias vidas, y cuando se hubo de acondicionar una tubería hasta la caja de los gases para que salieran los sobrantes gaseosos, se encendió en la punta de un tubo como un asta una bandera de fuego, y quizá por eso la creencia de que en esa fecha se inició la ciudad A, con su sino nato de ciudad-campamento. A partir de allí, los americanos construyeron casas verdaderas, alejadas del pozo y su laberinto de callejuelas adyacentes y las cercaron con perros feroces y alambradas. Hubo un hombre que, a su vez, construyó casa con bloques de cemento y tejado de zinc, buscó mujer y de esto surgió un jardín con rosas y algunos niños. Este hombre también insufló en el pueblo la necesidad de que les asignaran un sacerdote que diera las misas aunque fuera una vez a la semana (¿Fue él el fundador?) A partir de allí, los americanos consintieron en urbanizar un espacio grande de terreno, que separaron por una avenida larga que iba rectamente desde el pozo y la zona de tolerancia hasta sus pulcras viviendas estilizadas. Y ese espacio lo clasificaron en Norte y Sur. Muchos comenzaron a ocupar esos terrenos y a construir sus casas. A partir de allí, los americanos procedieron a nombrar autoridades, que ellos pagaban y ordenaban. Y llegaron más inmigrantes, innovadores que aportaron el hielo, el
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cine, la endeble electricidad. Y gente de profesiones libres: abogados, médicos, dentistas, que servirían las necesidades de los habitantes. Y también el laberinto de las primeras calles se insertó en un orden. Las prostitutas pioneras fueron lentamente destituidas por la edad y la llegada de otras, más jóvenes. Y hubo hombres que se aprovecharon estas mujeres. Todo lo que significa el progreso. Todos los intercambios se hacían a la plena luz del Derecho. Porque el progreso tiene sus propias leyes e inclinaciones. Esta ciudad comenzó siéndola Hidra. Ocho de sus cabezas le fueron cortadas y la novena, la inmortal, fue enterrada bajo piedra. Después, fue Cronos, que devora a sus hijos.
XI 8053´N/ 64016´O Cuando un fuereño llega a la ciudad A, cree, a simple vista, que sólo existen esas dos avenidas principales que la atraviesan de Norte a Sur y, obviamente, de Sur a Norte. Y la que la cruza de Oeste a Este y de Este a Oeste. No es cierto. Es una ilusión óptica. El que decide quedarse, verá que hay otros muchos caminos, que coinciden o no con la Rosa de os Vientos. Es, indiscutiblemente, una encrucijada. Pero esta condición, ni es tan privilegiada como la ciudad B, ni genera el mismo tipo de idiosincrasia. Porque cada ciudad tiene su identidad, es una persona distinta, con personalidad distinta. En primer lugar, no es un centro de acopio, ni está cerca de ser sitio de reposo de los mercaderes, mercadeo de camino como aquél de donde, en la cuenca del Mar de Galilea, surgieron profetas como Juan El Bautista y Jesús El Cristo. Tampoco tiene el ámbito del prestigioso buhonerismo de la 19 y sus adyacencias. En segundo lugar, los habitantes carecen de tiempo para adecuarse a negociar con el buhonerismo. Como muchos trabajan en las compañías petroleras, no solamente tienen un horario difícil, sino que, teniendo poder adquisitivo, prefieren adquirir a las tiendas establecidas, especialmente a esas ubicadas en los nuevos centros comerciales. No importa allí si los precios son más elevados que en otros lugares de la región, o del país. Y así se genera una economía artificial que reta
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a los más pobres, aunque la grieta entre el hombre del petróleo y el barredor de las calles sea profunda y ancha, como casi infranqueable. Traga esa grieta las esperanzas. Prepara todo para el desamparo individual y la depresión. La ciudad A no es una ciudad de trashumantes, aunque siempre haya alguno. Es una ciudad de inmigrantes y la inmigración es cada vez más selectiva. Los que llegan por el Terminal de Pasajeros no van a encontrar el mundo que se mueve en torno al Terminal de la ciudad B. Es, ciertamente, un Terminal que no es limpio, ni confortable, ni bello. Es un sitio de transición, eminentemente práctico. Los hoteles que están en los alrededores son pocos y de aspecto más o menos decente, así como los restaurantes. Llega un hombre, o una mujer, o una familia, con una carta de trabajo en el bolsillo. Llega perturbado, generalmente en las mañanas muy temprano. Y ve un paisaje que nada le dice del lugar donde ha llegado. No hay una referencia reconocible. Quizá algún anuncio comercial que es familiar, pues lo ha visto en otra parte. La gente pasa presurosa a sus sitios de trabajo. Taxistas rodean al viajero, pero el viajero, desconcertado aún, no sabe cuál es su destino. ¿Dónde está el centro de esta ciudad, para poder orientarse? No es el pozo abridor. No es la Plaza Mayor. No es la catedral que no existe. No es el antiguo campo de lona. Puede preguntarle a un taxista y el taxista lo llevará a cualquier parte. Porque no es posible determinar referencias, puntos-vértice de un potencial triángulo. No se puede ni tan sólo imaginar una esfera como la de Pascal. ¿Quiere decir eso que la ciudad no existe? No. Eugenio Trías, en su ensayo Drama e Identidad, señala una diferencia entre el drama y la tragedia. La persona-dramática ejecuta un periplo: tiene una casa donde volver. La persona trágica, no. La ciudad es hostil al inmigrante, porque sabe que de inmigraciones está hecha y que cada inmigrante aporta y quita a su esencia. Y he ahí una ciudad que oscila entre el drama y la tragedia, demorándose, sin embargo, en su condición más intensamente trágica. Es fea, sucia, odiosa, impersonal. Su lenguaje es dialecto, o quizá argot.
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En esta ciudad campamento, cuyo origen se remonta a menos del siglo, no ha habido tiempo de levantar hitos, ni referencias. No se puede analizar con las mismas figuras o juegos de coordenadas que se aplicaron a la ciudad B. Muy púdicamente, se crean jardines, como si un jardín fuera punto de debilidad. Los inmigrantes no están interesados en jardines. Todo inmigrante, casi inmediatamente después del desconcierto, se instala en un espacio que difícilmente se amalgama con el sedimento. Es posible que llegue a mezclarse, pero lo hace muy lentamente. Como obtiene elevados ingresos por su trabajo, acude siempre a la economía formal y entra al círculo de lo que se usa y lo desechable. No hay reciclaje de muebles y electrodomésticos. No hay mercado de pulgas, ni ventas de garaje. Sin embargo, cuando la industria decae, todo decae. Los más recientes inmigrantes se van rápidamente. Los que tienen mayor tiempo, dudan un poco, y a veces la duda los atrapa y terminan quedándose, mas siempre con el deseo y la amargura de haber podido irse. Quizá sus hijos aprendan a enraizarse, y entonces se van a la periferia, de acuerdo con sus posibilidades. Á sus hijos aprendan a enraizarse, y entonces se van a la periferia, de acuerdo con sus posibilidades. Y si uno va por las calles de la ciudad, en esos días donde lo que brilla es la luz del ocaso reflejándose en los cristales y en el vetusto esplendor de los edificios abandonados, puede entender que ninguna ciudad campamento tiene un lenguaje, sino que todas se sienten cómodas en la lingua franca o el argot.
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Sobre argot, jerga, dialecto: los códigos de las ciudades-compamento
Argot son, generalmente, palabras, manifestaciones y frases de carácter expresivo que emplean en la conversación personas de igual rango o condición, cuyo origen más frecuente suele ser la asociación con otras palabras o la yuxtaposición de imágenes. El argot usa con frecuencia tanto la metáfora como la metonimia. Estas manifestaciones de la lengua generalmente tienen una vida corta. Suelen ser fruto de la actividad de un subgrupo social y cultural que está socialmente integrado, lo que lo distingue de la germanía. Aparece con más frecuencia entre minorías sociales diferenciadas. Cuando el grupo se disuelve, o se transforma, el argot lo hace de la misma manera, para adaptarse a las necesidades del nuevo grupo. La definición de argot, por extensión, se está usando aquí como la estructura que íntegramente forma la ciudad-campamento. Las actitudes y el sistema de valores del grupo usuario de un argot se ven reflejados perfectamente en sus locuciones, en sus revelaciones, por lo que pudiera suponer un elemento aglutinador y que, a la vez, sirve para identificar quiénes son y cómo piensan las personas que dieron lugar a tales expresiones. Antes de que una frase o una forma expresiva sea considerada argot, es preciso que la adopten todos los integrantes del grupo o, al menos, sus miembros con mayor influencia. En esto tienen el mismo comportamiento la jerga y el argot. Si el grupo en cuestión está en contacto con la cultura socialmente aceptada, sus creaciones, aunque reconocidas como argot, se incorporan a la lengua diaria estándar e incluso puede que lleguen a ser admitidas en la variedad normativa. Ahora bien, las creaciones del argot pueden tener una aceptación muy amplia, pero se gastan rápidamente. Las expresiones del argot se forman de acuerdo con las reglas que presiden todo el conjunto social. Se constituye por apócope, por neologismos, por el mantenimiento de antiguas palabras a las que se da distinto significado y por préstamo de otras culturas. Las expresiones del argot se forman de acuerdo con las reglas que presiden todo el conjunto social. Se constituye por apócope, por neologismos, por el mantenimiento de antiguas palabras a las que se da distinto significado, por préstamo de otras culturas.
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En este contexto, los argots son también las estructuras ciudadanas, las arquitecturas, los comportamientos, las formas o deformaciones de la cortesía, las tradiciones que pudieran haber enraizado, el involucramiento de las clases sociales.
He ahí una ciudad en la que sus gobernantes o administradores se limitan a remendar las grietas y no piensan jamás en el día de mañana. Sus fundadores, si así pueden llamarse, fueron unos desesperados que huían de la miseria o el terror, y han ido muriendo sin que nadie reconozca el valor de sus hechuras, ni la naturaleza de su herencia. Su linaje trata de obliterar los orígenes. Aquí, el destino es siempre incierto. Como un oleaje, crece y decrece. Extrañamente, los que la viven siempre perciben en la ciudad la metonimia del mar. Extrañamente, porque el mar está muy lejos y hay, habrá de cierto, muchos que sólo lo habrán visto en imágenes. Pero, lejos de toda evocación poética, el mar es sólo cortina de fondo de un pragmatismo que se lleva a los extremos. Los hombres que llegaron en las primeras cuadrillas fueron hombres de mar y es por eso que su Patrona también sea una Dama Gentil, que responde al mito ancestral de la tablilla que flota, de la imagen que flota, de una Virgen que tutela.
XII Se reflexiona largamente antes de proseguir ¿por qué dedicar un texto a ciudades que no son amadas en realidad, que hasta pudieran ser detestadas, si no ambas, una de ellas, por lo menos? Eso es uno de los misterios del pensamiento y las circunvoluciones cerebrales. Se escribe sobre lo que se siente, sobre lo que tiene a mano, sobre lo que persiste en el cerebro, en la razón y en la sinrazón. Lo importante, finalmente, es escribir. Ir tejiendo con esos hilos delicados y casi transparentes un entramado que quizá alguien leerá alguna vez y se sentirá, o no, identificado, y entablará con el autor un diálogo imposible, porque el autor nunca estará cercano, ni podrá responderle, bien porque habrá olvidado lo que escribió, o porque haya emprendido un viaje de los que frecuentemente lo llaman, o porque haya muerto. Pero todo eso deja de ser importante para el lector que se habla a sí
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mismo, muchas veces en voz alta, expresando a su vez lo que le dicten su corazón, su razón o su sinrazón. Se puede pensar que la ciudad campamento A pudiera desaparecer algún día, por la fragilidad y poca profundidad de sus raíces. La ciudad campamento B, no. Sus raíces son más antiguas y profundas. Además, sus núcleos nutricios no dependen de las ondulaciones mundiales del mercado de minerales e hidrocarburos, sino del fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. Allí confluye la mayor parte de la producción agrícola y agroindustrial del país. Y esta situación no solamente ha producido su crecimiento desmesurado, así como los eventos que han hecho que extraviara su centro, sino que le ha dado una vitalidad subyacente inigualable. Por otra parte, aún siendo también una ciudad sedimentaria, la mayor parte de los inmigrantes lo hacen con la intención de establecerse y la misma fuerza de la ciudad los obliga a ello. Y aunque los trashumantes también configuran un contingente que persiste, y que son, como su nombre lo indica, gente de paso, que llega a hacer sus negocios, pero cuyos centros de vida y de interés están en otra parte, este fenómeno no afecta en forma significativa la permanencia de la ciudad como fenómeno. La organización llamada ciudad fue conformada por la humanidad desde hace unos seis mil años. En las extensas llanuras de las cuencas de Tigris y el Éufrates, los expertos han encontrado vastas aglomeraciones de ruinas que cuentan la historia de personas que allí vivieron, sufrieron y amaron. Todas hablan de un inicio primordialmente comercial y de la constitución de organizar un sistema de jerarquías que cuidaran del cumplimiento de las normas que fueron estableciéndose de acuerdo con las exigencias del crecimiento y la complejidad de las ciudades. Pero aún con los avances de la ciencia y la delicadeza del instrumental que allí se utilice, no es posible decir cómo se cantaba allí, cómo se bailaba, cómo se contaban historias, cómo se plasmaban estas historias. En algunas partes, se han hallado tabletas de arcilla con signos, descifrables o no. Pero eso indica la voluntad de poner por escrito los aconteceres cotidianos o importantes para la comunidad allí viviente. La historia. Y, quizá, hasta una manera de la poesía. Es posible decir con el especialista:
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En el valle del río Indo, en lo que actualmente es Pakistán y la India, hacia el año 2400 a.C. surgió la llamada civilización del valle del Indo, conocida también como la cultura o civilización Harappa en honor a una de sus grandes ciudades. Se han descubierto cerca de 1.000 yacimientos pertenecientes a esa cultura, pero de todos ellos el mejor conservado es el de Mohenjo-Daro, situado en la actual Pakistán. Mohenjo-Daro y otros grandes yacimientos de la zona se caracterizan por grandes edificaciones de ladrillos cocidos dispuestos según un patrón cuidadosamente trazado. El rasgo más característico es la ciudadela, una parte de la edificación que se alza en un plano superior al del resto de la ciudad y que está cubierta por unas estructuras macizas. La alfarería profusamente decorada y ciertos objetos metálicos hallados en Mohenjo-Daro revelan que los grandes centros de la civilización del valle del Indo practicaban un intercambio activo de artículos. Es posible que esta civilización tuviese comercio con Mesopotamia, si bien apenas existe evidencia alguna. Asimismo, desarrolló su propio sistema de escritura con símbolos. En los amplios valles fluviales del norte de China florecieron algunas de las primeras civilizaciones de Eurasia. En la llanura aluvial del río Amarillo, los poblados agrícolas neolíticos se agruparon en federaciones gobernados por caudillos y que se fusionaron al cabo del tiempo para formar un estado incipiente durante el II milenio a.C. La dinastía Shang (Chang), estudiada a partir de sus mitos, sus escrituras primitivas sobre huesos de oráculos y las excavaciones arqueológicas, es una de las civilizaciones originales de China que se conoce con mayor profundidad. Hubieron de pasar generaciones hasta lograr centralizar el gobierno; la capital se trasladó a diferentes ciudades mientras los gobernantes eran elegidos de linajes diferentes. Sin embargo, el poder quedó investido definitivamente en una familia real y la ciudad de Anyang se convirtió en la capital permanente. Entre tanto, los miembros de la dinastía Shang desarrollaron una industria del bronce capaz de fabricar asombrosos barcos y herramientas en grandes cantidades.
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Estos párrafos nos dicen de un proceso urbano. Sin embargo, lo que se quiere aquí destacar es que, más allá de la lectura de las ruinas y su disposición, está allí, respaldándola, una escritura: un conjunto de signos abstractos, creados por la humanidad, para dejar eternamente su huella en la historia de la especie. La ciudad B tiene esa escritura, en ocasiones musicalizada con un ritmo que le es natural e intrínseco. Porque la música es connatural con el establecimiento de los hombres. La ciudad A, en sus casi cien años, no ha podido desarrollar algo que semeje ser una escritura. No tiene una historia plasmada que transmitir a los descendientes. Y si bien tiene expresiones musicales, éstas son un derivado de los espacios que recién han abandonado los inmigrantes, y carece del sonido originario de su angustia. Los indígenas que allí vivieron, y que aún viven, mantienen una música tristísima y unos sonidos sin palabras, brotados de una flauta parecida a la flauta pan. Pero su cultura, lejos de influir en la ciudad campamento A de manera importante, apenas si ha aportado algunos vocablos y, quizá, el centralismo de la familia extensa en torno a la mujer más anciana. La producción agrícola y pecuaria, cuando la hubo, cuando la ha habido, es muy mecanizada y en vez de acercar, aleja al hombre. La explotación petrolera, que es la fuente de todo progreso en esta ciudad, ha implantado, junto con sus cabrias, sus vicios. Todo lo demás es un conjunto de satélites que giran a veces tan cerca que corren el riesgo de chocar y provocar una conflagración celestial. Por esos signos es posible que la ciudad B persista un poco más, con el paso de los años. Pero no es preciso llamarnos a engaño: su mismo progreso, su extensión y la carencia de centro, son las llagas que lleva en su cuerpo, y que son incurables a estas alturas. Quizá dentro de cinco mil o tres mil años lo sabrán los de entonces, si el planeta ha sobrevivido
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Fínale Al principio de este texto, se afirmó que toda ciudad es un lenguaje. Con arrogancia, se afirmó además que en las ciudades-campamento ese lenguaje era tan velozmente cambiante que nunca llegaba a ser funcional y producía incomunicación, individualismo y sentido de no pertenencia. Es necesario rectificar aquí. En verdad, al ser ciudades de inmigrantes y trashumantes, seguramente los que recién llegan se sienten ex-trañados, extraviados, alejados de su contexto vital y colocados de súbito en una ciudad otra a la que tienen que incorporarse, por necesidad, porque una vez realizado el tránsito del exilio o de la fuga, no hay vuelta atrás. Pero que nadie se llame a engaño de los síntomas de estas ciudades que hemos dado en llamar babélicas. Porque de la confusión de lenguas, que se expresa aquí y allá, aparece el argot, la lengua de outsiders, de los aventureros, de los navegantes, de los descentrados, de los locos, de los desterrados. De los que viven al margen, sea éste un margen lleno de lujos y comodidades, o un quicio con un cartón extendido, a la intemperie. Las ciudades campamento se componen de esas naturalezas sobrevivientes y escurridizas, en ocasiones francamente heroicas, con esa humildad que poseen los que nada tienen. Y sus signos y símbolos son, no sólo el argot, sino también un lenguaje más permanente. El argot es el conjunto de enigmas, signos y metáforas, sobre todo metáforas, que es al mismo tiempo manejable y rebelde. Tiene sus expresiones arquitectónicas, sus calles masculladas, ciegas o maculadas. Tiene sus esplendores, sus basureros. Sus instantes sublimes y sus abismos de vicio. Y también su poesía, esa rara deformidad de la palabra que la convierte en piedra labrada. Es cierto que este lenguaje, que se ha llamado argot, no es constante. Que muta con harta frecuencia y que, como se nutre de la lengua establecida y oficializada, a veces recurre a ella para darse un aspecto de legitimidad, a pesar de que ésta siempre sea desnaturalizada y agreste. Y también es cierto que el argot, al no tener raíces profundas, corre el riesgo de secarse con la resolana, o corromperse con los excesos de lluvia, por lo que el agua, el calor y la luz, que son elementos de vida, son causa de enfermedad en las
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ciudades campamento, por lo que buscan el tropismo hacia la sombra, componiéndose y recomponiéndose con tal velocidad que no pueden elaborarse en ellas reales puntos de referencia. Ésa es su naturaleza: artilugio y espejismo, fuga y escondite, vitalidad que enriquece al pícaro y desconcierta al académico. Pero ésa es su naturaleza y a ella debe su sobrevivencia.
Julio 2009 En El Tigre, estado Anzoátegui, Venezuela
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