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Charo Púrpura 1
CHARO PÚRPURA
-¡No debía de quererte, no debía de quererte…!- respiró hondo como ahogando un suspiro y remató un “¡Y sin embargo, te quiero!” que le dejó los labios temblando y escapó al cielo de nubes por el agujero sucio del patio de luces. Empezaban a caer unas gotas y Rosario se apresuró a cerrar la contraventana. Ya a resguardo en la cocina, se secó la frente y dobló las toallas recién recogidas del tendedero. Fuera, la lluvia se estrellaba desesperada contra el tejado de uralita en una fanfarria sorda. -¡Era hermoso y rubio como la cerveza…!- y arrastraba la bata de cola por su imaginación y las baldosas desgastadas del pasillo. El silbido de la cafetera la devolvió del ensimismamiento ¡Cómo aplaudía el teatro entero puesto en pie! Un manchadito para matar el gusanillo del café y no incumplir las órdenes de don Bonifacio, su médico de cabecera de toda la vida, y tres galletas maría, ni una más, antes de recogerse con habilidad el pelo en un moño, enfundarse el pantalón de lycra negro ajado por los años y meterse en el top rosa que le encarcelaba las carnes, dejando al aire una panza fláccida que coronaba un ombligo moreno y descorchado. Frente al espejo se acomodó el pecho, ahuecando las manos para darle forma y alzar aquellas dos viejas tetas, ahora vencidas, por las que un día más de uno perdió tierras, familia y honor. Un repaso al bolso, todo en orden, y una jaculatoria a la virgen de las Angustias que presidía el salón, mientras se persignaba apresuradamente.
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Charo Púrpura 2
-No llores, bonita. Anda que si tú y yo hubiéramos nacido machos, otro gallo nos habría cantado. Los tacones sobre los peldaños de la escalera al bajar a la calle pusieron los primeros acordes a la Lirio.
Los rayos de sol se colaron por la ventana de repente, sin avisar, como la policía en una redada, hiriéndole los ojos. Fuera, la vieja del primero berreaba una copla. -¡Hostias, qué hora es! Fue al baño a orinar y se sacudió la minga enrojecida. Se notó la boca pastosa. Un vago regusto al alcohol lo invitó a encender un pitillo. En el frigorífico, un limón y un brick de leche agria llevaban vidas paralelas. Se colocó los auriculares del mp3 y se sentó sobre la taza del váter. El estreñimiento puso la banda sonora a la situación: había perdido otro empleo (esta vez, el del servicio de mensajería), su vieja le había dejado muy claro que no estaba dispuesta a seguir subvencionándole la vida, era día 15 y no había pagado el alquiler y estaba sin tabaco- ¡Joder! El espejo del baño le ofrecía la vista de un tipo delgado de veintiocho años, sin oficio ni beneficio (odiaba esa frase), bamboleando la cabeza al ritmo de un rap urbano que incitaba a mandar al carajo al jefe y a follar, a follar porque el mundo se iba a acabar. Se enfundó los vaqueros y se ató las nike jordan. Buscó una camisa limpia que ponerse –negativo- y se roció de perfume para ahuyentar el tufo de humo de la noche pasada. Intentó pensar, pero hasta le costaba recordar su nombre.
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Charo Púrpura 3
Tenía que devolver la moto: estaba despedido. “No superar el período de prueba”, dijeron los cabrones. Buscó las llaves -¿cómo podía vivir en aquella pocilga? (también odiaba esa frase)- y removió en el desorden en busca de un paquete de cigarrillos olvidado por los cajones. Negativo. La memoria le suministraba respuestas cortas sobre la noche pasada. En la discoteca se animó con unas pirulas que le pasó el camarero, estuvo magreando a una gorda en el pasillo de los servicios y volvió al encuentro de los colegas. Se cuartearon un gramo. Después, sólo risas mezcladas con legendario bull y una morena -¿cómo se llamaba?- chupándosela contra la pared trasera del garito del polígono industrial. Un escozor lo sacó del recuerdo. Un billete de veinte euros y todo el día por delante. Tenía que devolver la moto.
-Joder, que se la metan por el culo… Paró un rato a saludar a Emilio. Frente al taller mecánico se despacharon una botella de magno y compartieron un par de porros. Los de la empresa de paquetería podían esperar. Total, no era más que una mierda de trabajo.
A Charo le gustaba acudir temprano al mercado; antes de las nueve. Bajar a la compra era el fino hilo que la sujetaba al tiempo real. El resto del día no era más que la pura rutina doméstica adornada con canciones que alimentaban su fantasía. Preparaba la comida, almorzaba y se quedaba adormilada frente a la ventana del salón oyendo las coplas que iban brotando del vetusto aparato de radio. Durante un buen rato se dejaba contagiar de las penas de amor y de los amores apasionados
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Charo Púrpura 4
que llenaban la habitación porque la hacían revivir sus años dorados como Charo Púrpura. Y así hasta que caía la tarde, se daba un baño, cenaba, se desnudaba y se metía en la cama con la gata echada a los pies para que las sombras de cada noche le trajeran las noches de amor de hacía treinta años. A esa hora los pescaderos más rezagados ultimaban de componer sus ofrendas de mercancías sobre lechos de hielo. Un besugo yacía majestuoso coronado de perejil. Quizás para navidad se lo podría permitir. Sólo una cuarta de jureles, que eran muy sabrosos, y una cabeza de merluza, que seguro le harían un buen caldo, compusieron el menú de la artista jubilada. -Mira que buena carne tengo entre manos- le insinuó entre risas Frasco, el carnicero, al tiempo que le enseñaba una longaniza roja bien curtida. -Dásela a tu mujer, que buena falta le hace- le respondió pícaramente Charo, siguiéndole la broma. -Aquí hay pa´ más de una- reía Frasco, al tiempo que le cortaba la cabeza a un pollo de un hachazo limpio. -¡Anda, fantasma!- se despidió Charo-. Mañana vengo por los higadillos. Y se acercó a por la fruta al puesto de Berta, antigua compañera de trabajo, a la que Paco, su marido, había quitado hacía años de la calle y colocado en un altar de lechugas, acelgas y melocotones. Era un hombre triste y celoso. Desconfiado, no dejaba de mirar a Charo intuyendo que entre las conversaciones de las dos viejas amigas se escondían mensajes cifrados de antiguos clientes. -¿A cuánto están los tomates hoy?- preguntó Charo rebuscando unas monedas en el bolso.
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Charo Púrpura 5
-A tres….-no terminó Paco. -Toma, querida, estos te los regalo yo- le ofreció Berta un par de piezas de esplendidos tomates a la vez que le dedicaba una mirada recriminatoria a su esposo-. ¡Que tengas buen día! -¡Pisa, morena, pisa con garbo…!-canturreaba camino de vuelta a casa. A veces la saludaba al pasar un viejo admirador y ella apretaba el paso más erguida y orgullosa de su arte. En otras ocasiones, algún adolescente descarado se quedaba mirándola como a un bicho raro y entonces sacudía la melena y alzaba la voz desafiante. -¡Pisa, morena, pisa con garbo…! Aquel día se detuvo a la altura del lotero. Compró el cupón acabado en 9, como cada día, y se alejó hacia el semáforo con la misma ilusión triste y pequeñita de cada mañana: rehacer la compañía y volver a recorrer los teatros en los que había triunfado con su voz y su garbo. Si Marquitos Gómez seguía vivo, hasta le pediría números nuevos para grabar un disco y dejar llorando los auditorios con los quejíos de su garganta y la misma sonrisa pícara de antaño. Verde. Paso a Charo Púrpura, pensó.
Condujo un rato porque sí, sin rumbo fijo, con un porro entre los labios y volviendo la cabeza cada vez que se cruzaba con una chica. Se sentía de repente eufórico. Abrió gas y fue como si por fin hubiera llegado la hora de cobrarse los malos tiempos. Empezó a gritar. Se saltaba los semáforos. Veía pasar a la gente y las casas, al ritmo que marcaba con el puño del acelerador. El mundo se movía a su capricho. Cogía las calles a contramano o subía y bajaba las aceras a su
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Charo Púrpura 6
antojo. Era Guti. Se sentía libre. El sabor de la venganza le llenaba la boca. A la mierda el trabajo y las putas normas. Si estaban todos podridos de dinero, ahora le tocaba a él. Se iba a forrar por la cara y no iba a esperar a ser un viejo inútil, ni se iba a conformar a seguir llevando una vida de desgraciado mientras había tanto hijoputa montándoselo por la cara. Ya se veía viviendo como un marajá, bebiendo, fumando, bailando y haciéndose con todos los chochitos frescos que se apartaban al verlo pasar con los ojos enrojecidos por la ira. Era mediodía y estaba colocado y las mismas ideas y las mismas sensaciones se repetían una y otra vez más deprisa. Así se veía mejor la vida. A toda hostia. Nadie podría pararlo. Al carajo con todo y con todos. Que le dieran por culo al jefe y a su vieja. Él era Guti. ¿Quién podía con él? Escupía hacia las aceras, gritaba a los que cruzaban los pasos de cebra, se saltaba las señales porque toda la ciudad, la gente y la mierda de vida que llevaba lo tenían hasta los cojones. Iba a hacerse con pasta gansa, como fuera. Qué hostias. En adelante se metería por el cuerpo lo que le diera la gana y se iba a follar a todas las pibitas guarras que se le pusieran a tiro. Que se jodieran todos los pringaos. Semáforo rojo. Muérete, puta.
Fue el humo lo que acabó por cegar al joven. La hebra blanca que ascendía del canuto se le metió en los ojos. Parpadeó y ya estaba encima de la mujer. Ni siquiera trató de frenar. Hubo un chasquido y gritos sordos que él no escuchaba. En un segundo todo quedó oscurecido. Guti se sentía flotar, volaba plácidamente. Le extrañó la voz lejana que susurraba un verso de una vieja canción y luego enmudeció: -Solamente una vez, amé en la vida…
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Charo Púrpura 7
Charo no vio nada. Acababa de abrir, como tantas otras veces, la puerta de sus recuerdos y allí estaba en los brazos del único hombre al que quiso. Durante un instante casi respiraba, casi la besaba, casi la tenía en sus brazos musitándole promesas de amor, como treinta años atrás. Calló su hombre y ella lo miró en la distancia y le cantó bajito: -Solamente una vez, amé en la vida… Un golpe seco le cortó el aliento y se la llevó lejos, al mundo gris de su soledad de siempre. No sintió dolor sino pena. La mujer dejó sonando en el aire, apenas un murmullo, un fragmento de canción antes de morirse. -Solamente una vez, amé en la vida... Sobre el pentagrama viscoso del paso de cebra la sangre de Charo dibujó la última nota del relicario. Después, todo fue silencio y paz.
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