Callar no es olvido Dedicado a: Innocence & ACT El reloj de pared ha evidenciado el correr frenético de sus manecillas, las estaciones han dibujado en las cortinas las manchas de sus pasos, pero observar ese baúl de historias no contadas es presionar la herida. Los pasillos, de ese tiempo, tenían cajas de papeles y cartas, a veces en los días buenos se podía distinguir un libro abandonado en el fondo y, sabiendo su futuro en el vertedero, rescatarlo con una sonrisa. Las personas no pudieron advertirlo, las cosas suceden siempre lejos de nuestras casas, allá en el abismo de otros mundos creemos que habitan esos crímenes y somos invulnerables por nuestras protecciones de aire. Los rostros sonrientes no tienen maldad - nos enseñaron - los rostros sonrientes y las palabras amables nos conducirán por caminos sin peligros, pero... solemos estar equivocados. Aun puedo observar su cabello rizado y oscuro, suspender ese momento y recordar sus nerviosas palabras. Aquélla sensación de “no hay salida” en la voz, el temor, la angustia y esa secreta rabia. Habían otras que también lo sabían, ellas callaban y nosotras, en aquéllas bancas frías, intentábamos mantener la bondad del mundo como un ente existente. Luchábamos entre exhalaciones reprimidas por no trizarnos, no caer, no extraviar nuestra confianza. Estaba presente esa sensación de suciedad, la mente sabe de los horrores, tanto como el cuerpo mantiene los rastros de historias pasadas en la piel; la mente conoce la sensaciones que nos advierten que no nos aman. Y ella podía relatarme, como muestra honesta, los surcos de rasguños... palabras... forcejeos. Una parte aun tiembla, otra simplemente sabe que callar no es olvido, que el silencio no es atisbo de tregua.* Vienen a mí esas voces, las que ocultando sus angustias, preguntaban si alguien sería capaz de decirlo. Yo sabía quiénes eran, podíamos notar en los rostros y en las miradas las marcas de ese veneno. Aprendí a reconocerlo, lo distinguí entre el café de la mañana y el encendedor que se ofrecía a apresurar el próximo cigarro. En ese encuentro, en que ella abrió el libro de sus mutilaciones, me obsequió ese hedor que disfrazado de sonrisas buscaba impregnarse en los poros con violencia y, desde ese instante, tuve que dejarle un espacio a la tristeza que emanaba la impotencia. Temía que pudiesen reconocer, temía que señalaran y
sentaran en la silla de los culpables a las que sólo tenía esa juventud, belleza y la, muchas veces prejuzgada, inteligencia. Nuestros nombres no eran más que palabras en las hojas, no tenían peso, ni respaldo, no valían nada frente al que podía alzarse y engañar con sus disfraces. Veinte años... la ventaja era insondable. Pero están en mi memoria todavía los relatos de esos días de lluvia, de esas palabras seductoras, la inocencia limpia del rechazo, el sonido del teclado, aquéllas dos mujeres, ese vino y, cómo olvidar, la copa. Todavía puedo situarme en ese día, cuando la nómina de los académicos ya no tenía su nombre, pero los rizos oscuros, en cambio, pasarían bastante más tiempo entre las escaleras y las salas, aquéllos otros rostros mostraban el alivio, pero algunos no podían disfrutar de esa suerte. Unas jóvenes supieron escapar de sus uñas bien cortadas y el estudio en el segundo piso lleno de libros, pero las nuevas mujeres sólo intentaban alimentar la valentía de saber que se levantarían un día y aquélla piel tendría una cicatriz y nunca más sangraría esa violenta herida. Magdalena Muñoz V. publicado en: http://sincronias.wordpress.com/ enlace directo: http://sincronias.wordpress.com/2009/05/08/callar-no-es-olvido/ --* No es un cita, se empleó ese formato sólo para enfatizar lo dicho.