Universidad de las Artes Maestría en Arte Contemporáneo Mtro. Eudoro Fonseca Yerena Septiembre 4, 2009 DULCE MARIA RIVAS GODOY
Reporte de lectura. Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia (1974) Octavio Paz Como cualquier forma de arte, el poema funciona en una dimensión que parece escapar de la realidad. Esta condición, -dice Octavio Paz,- se vuelve evidente en la edad moderna. En Los hijos del limo (1974) , Octavio Paz propone la idea de la vuelta al origen (idea que puede ser aplicada también a las artes visuales), explorando y analizando el devenir de la poesía moderna desde el Romanticismo Alemán, hasta las vanguardias. Desde su origen la poesía moderna ha sido una reacción frente, hacia y contra la modernidad: la Ilustración, la razón crítica, el liberalismo, el positivismo y el marxismo. En su disputa con el racionalismo moderno, los poetas redescubren la analogía como un sistema de correspondencias y el lenguaje como el doble del universo. El ideal de la modernidad es el de un progreso continuo e ininterrumpido hacia la felicidad y la riqueza; pero el modernismo, o lo moderno, es paradójicamente una continuidad en los rompimientos.
El arte y la poesía de nuestro tiempo viven de
modernidad y mueren por ella. Es como un juego de espejos. Hay épocas en que el ideal estético es la imitación de los antiguos; hay otras en que se exalta la novedad y la sorpresa. Lo que distingue a nuestra modernidad de las de otras épocas no es la celebración de lo nuevo y sorprendente, sino el ser una ruptura; es decir, crítica del pasado inmediato, o interrupción de la continuidad. El arte moderno es hijo de la edad crítica y es también el crítico de sí mismo. Lo nuevo es lo moderno, solo si es al mismo tiempo negación del pasado y afirmación de algo distinto. Es aquello que es ajeno a la tradición reinante, que irrumpe en 1
el presente y tuerce su curso en dirección inesperada. Un ejemplo es Duchamp como el cuchillo que parte en dos al tiempo: antes y ahora. Un factor importantísimo en esta disertación es el tiempo y su aparente aceleración. Nos invita Octavio Paz a comparar nuestra idea del tiempo con la de un cristiano del siglo XII para advertir la diferencia. La época moderna es la de la aceleración del tiempo histórico. Pasan más cosas en los días y los años, y pasan simultáneamente: todo confluye en un aquí y un ahora. Sin embargo, hay hechos que nos incitan a dudar de la pretendida aceleración de la historia: la revolución mexicana es uno de ellos. Lo mismo ocurre en el arte y en la literatura, se suceden los cambios y las revoluciones estéticas, pero no en forma lineal o secuencial, sino de manera rizomática. La aceleración de la historia puede ser ilusoria o real, ya que el tiempo está en la mente del ser humano y es un sistema de relaciones, pero la expresión tradición moderna que ha inventado la sociedad es producto del dramatismo de nuestra civilización que busca su fundamento, no en el pasado ni en ningún principio absoluto, sino en el cambio. Más aún, aunque no lo buscara, el cambio ocurre inevitablemente y no nos queda otro remedio que abrazarlo y adorarlo.
Es el presente….lo que está pasando siempre. Podríamos
llamarlo realidad, tal vez igual que en siglo XII, con la diferencia que aquellos no tenían conciencia, ni les importaba; ahora la tenemos y sí nos importa, al grado que se vuelve insoportable. La relación entre presente, pasado y futuro es diferente en cada civilización. Todas las sociedades, excepto la nuestra, han imaginado un más allá en el que el tiempo reposa, un estado atemporal. Las culturas mesoamericanas tenían una concepción cíclica del tiempo, y en la India es circular, repetitivo. En el mundo en que se propagó el cristianismo, el tiempo es lineal porque todo sucede sólo una vez. La caída de Adán significa la ruptura del presente eterno, el comienzo de la sucesión hasta el Juicio Final y después la eternidad. Es claro que la idea de modernidad sólo podía nacer dentro de esta concepción de un tiempo sucesivo e irreversible como una crítica a la eternidad cristiana. La época moderna, que inicia en el siglo XVIII, es la primera que exalta el cambio y lo convierte en su fundamento. No el pasado ni la eternidad, no el tiempo que es, sino el tiempo que todavía no es y que siempre está a punto de ser: el futuro. Pero el hombre moderno se ve lanzado hacia el futuro con la misma violencia con que el cristiano se veía lanzado hacia el
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cielo o al infierno. El futuro es por definición inalcanzable e intocable; ésta es la desgarradora contradicción que constituye la modernidad. Esta actitud crítica de la modernidad, nacida de una negación, abarca también al arte. La literatura en la modernidad es una crítica de sí misma, del lenguaje y de sus significados. Se niega, y al negarse afirma su modernidad. El género moderno por excelencia es la novela y es el que ha expresado mejor la poesía de la modernidad: la poesía de la prosa. Una de las corrientes más poderosas y persistentes de la literatura moderna es el gusto por el sacrilegio y la blasfemia, el amor por lo extraño y lo grotesco, la alianza entre lo cotidiano y lo sobrenatural, en una palabra, la ironía: la gran invención romántica. Otra de las aspiraciones románticas fue la fusión del arte y la vida, la conjunción entre la teoría y la práctica, la poesía y la poética, la imaginación y la ironía. El espíritu romántico creía en el poder de las palabras para transmutar la realidad: el arte como un espejo del mundo, pero mágico, porque lo cambia. La vida, en el romanticismo, adquirió la intensidad de la poesía. El romanticismo nació en Inglaterra y Alemania, en parte por romper con la estética grecorromana pero también por su dependencia espiritual del protestantismo; por lo tanto, la poesía romántica no sólo fue un cambio de estilo y de lenguajes, sino también un cambio de creencias. El romanticismo español fue una imitación de los modelos franceses y los hispanoamericanos imitaban a los españoles; y es que en España no podía producirse ninguna reacción contra la modernidad porque España no la tuvo; ni tuvo razón crítica ni revolución burguesa. El romanticismo y la vanguardia pretendieron unir vida y arte. Ambos fueron una estética, un lenguaje y un estilo de vida. Los poetas del siglo XX, al igual que sus predecesores, oponen al tiempo lineal de la historia, el tiempo instantáneo del erotismo, de la analogía y de la conciencia irónica. Toda la obra de Marcel Duchamp gira sobre el eje de la afirmación erótica y la negación irónica: es la metaironía. La vanguardia rompe con la tradición inmediata, pero con violencia y con prisa. La aceleración provoca la proliferación de tendencias hasta poner en entredicho la idea de “obra de arte”. Aparecen el surrealismo, el simultaneísmo, el futurismo, bruitismo, dramatismo, orfismo, cubismo y la abstracción. Pound y Elliot dejan en claro que el modernism angloamericano es otra versión de la vanguardia europea. La guerra de España y la mundial pusieron fin a este período. La
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concepción de la historia como un proceso lineal progresivo se ha revelado inconsistente; la modernidad empieza a perder la fe en sí misma y el futuro ya no es es depositario de la perfección, sino del horror.
Debido al miedo, se habla ya no de cambio, sino de
conservación. La historia no es una: es plural y el futuro es la proyección de nuestros deseos y su negación; no existe y, sin embargo, nos roba realidad, nos roba vida. Octavio Paz concluye que lo que está en entredicho no es la noción de arte, sino la noción de modernidad y de arte moderno. La modernidad se comporta como la realidad: nunca es ella misma, siempre es otra. Es como un lanzamiento hacia el futuro que se vuelve presente en el instante y no solo eso, sino que vertiginosamente se vuelve pasado. Es un estremecimiento como el que genera una nave supersónica al alcanzar la velocidad del mismo sonido que produce.
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