Atesorando la diversidad (extraido de la web de la SGI Internacional) El asunto de cómo vamos a vivir en un mundo diverso, tal vez, nunca ha sido tan acuciante como ahora. Si la humanidad ha de sobrevivir, es imperativo que encontremos una manera de acomodar las visiones del mundo y los sistemas de valores diferentes de los nuestros. Las alternativas de si el retiro aislado a nuestras esferas separadas o un juego de valores uniforme impuesto por las fuerzas económicas y tecnológicas, difícilmente pueden ser consideradas como viables. Un creciente contacto e interacción entre las diferentes tradiciones culturales tan diversas parece inevitable. ¿Cómo podemos aprender a no sentirnos amenazados por la diferencia? ¿Cómo podemos aprender a comunicarnos exitosamente con aquellos cuya visión y entendimiento del mundo difieren de los nuestros? La diversidad puede provocar conflictos y violencia, pero también la creatividad y el progreso mutuos. ¿Cómo podemos asegurar que sea lo último lo que se dé en la realidad? A este respecto Daisaku Ikeda ha escrito, “La enseñanza del Buda comienza con el reconocimiento de la diversidad humana... . El humanismo del Sutra del Loto llega hasta el principio de atesorar lo individual”. De acuerdo con el Budismo, cada individuo es una manifestación única de la verdad fundamental. Debido a que cada uno de nosotros manifiesta esta verdad en la forma de nuestro carácter particular e individual, cada uno de nosotros es un valioso y en verdad indispensable aspecto del cosmos viviente. En sus escritos, Nichiren utiliza la metáfora de diferentes árboles florecientes –cerezo, melocotonero, etc.- para expresar este principio. Cada uno florece a su peculiar manera, con su propio y especial carácter. Juntos, crean un brillante retrato estacional de vitalidad y belleza. Nichiren describe esto como cada uno “manifestando su verdadera naturaleza” (jitai kensho, en japonés). En el Budismo de Nichiren, la iluminación no es un asunto de cambiar nosotros mismos por algo que no somos. Más bien, es un asunto de hacer emerger las cualidades positivas que ya poseemos. Más precisamente, es desarrollar la sabiduría y vitalidad para asegurar que las características peculiares que forman nuestra personalidad, sirvan para crear valor (felicidad) para nosotros mismos y para los demás. La cualidad de la impaciencia, por ejemplo, puede ser una fuente de irritación y fricciones o una fuerza vital para el impulso y la acción efectiva. La clave, aquí, es la creencia de que cada persona es una manifestación única de una fuerza vital universal. Como tal, cada persona es vista como que posee posibilidades infinitas y una dignidad inherente inviolable y valor. Mas, comparados con el tesoro supremo y universal de la vida que todos compartimos, las diferencias de género, etnias, antecedentes culturales o religiosos, etc., son de importancia limitada. Conforme enraíza esta comprensión, podemos aprender a superar el excesivo apego a las diferencias y a los sentimientos relacionados de aversión o temor. Así como cada individuo tiene un carácter peculiar, una experiencia de vida única, cada cultura puede ser entendida como una manifestación de la creatividad y la sabiduría cósmicas. De la misma manera en que el Budismo rechaza cualquier clasificación jerárquica de los individuos humanos, adopta una actitud de respeto fundamental hacia todas las culturas y tradiciones. El principio de adaptar los preceptos a la localidad (zuiho bini, en japonés) refleja esto. Los practicantes del Budismo son alentados a adoptar una aproximación flexible y abierta respecto del contexto cultural en el que se encuentran. Así, conforme mantienen los principios budistas de respetar la dignidad inherente y la santidad de la vida humana, ellos siguen las costumbres y prácticas locales excepto cuando son directamente contrarias a esos principios esenciales. De acuerdo con esto, las organizaciones de la SGI en todo el mundo trabajan para desarrollar las clases de actividades que sean más apropiadas a su marco y harán las contribuciones más perdurables a sus respectivas sociedades. El propósito original del Budismo es despertar a la gente al infinito valor de sus propias vidas y, por extensión, de las vidas de los demás. Fundamentalmente, nuestra capacidad para responder creativamente a la diversidad, depende de nuestra capacidad para desarrollar un palpable sentido del valor de la vida misma, y de cada expresión individual de la vida.