HEIKE FREIRE ● Periodista
reportaje
Con tan sólo treinta y dos alumnos, esta pequeña escuela privada, gestionada por una asociación de profesionales, padres y educadores, es el centro de una comunidad educativa de sorprendente intensidad. Su propuesta no pretende ofrecer una alternativa al modelo convencional, sino hacer realidad la escuela del siglo XXI.
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Una escuela para la autorrealización
TRISTAN MAYO
La experiencia de la Puget Sound Community School, en Seattle
Enseñar y aprender en Puget Sound es compartir la pasión por una actividad.
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Hace quince años Andrew Smallman, profesor de Secundaria en un centro privado, su esposa Melinda Shaw y un puñado de familias soñaron con una escuela que ayudase a los alumnos a descubrir sus talentos naturales y a emplearlos en el mundo, desarrollando actividades capaces de dar sentido a sus vidas. Desde un enfoque humanista, el proyecto comenzó nómada en diferentes espacios públicos, hasta que un asentamiento definitivo les trajo el reconocimiento oficial. Así es hoy esta apuesta por una educación para la autorrealización, por una sociedad en la que se pueda reconciliar satisfacción individual y productividad social.
Un ambiente relajado y feliz Puget Sound Community School (PSCS) se aloja en la planta baja de un moderno edificio en el centro de Seattle (Washington, EEUU). Un gran espacio central, con varios ordenadores, mesas, sillas y algún sofá, da acceso a unas diez estancias –la mayoría destinadas a aulas polivalentes–, despachos, estudio de música y una amplia sala –junto a la cocina–, presidida por la programación semanal, donde se celebran las asambleas. A cualquier hora del día pueden verse alumnos jugando al ordenador, al ajedrez o a las cartas, charlando animadamente o escuchado música. Aunque todo el mundo parece muy atareado, completamente inmerso en su actividad, el ambiente relajado transmite una especie de alegría contagiosa: “Se nota que la gente está aquí porque quiere, porque les gusta, todo el mundo parece feliz con lo que hace”, comenta Eric (16 años). Con Kestrel (13 años) y Olive (14 años), hacen desfilar coloridas fotos en la pan-
Entusiasmo y convicción Se diría que PSCS se sostiene por la convicción, la energía y el entusiasmo que irradia practicando los valores en los que pretende educar a sus alumnos. Gestionada de manera privada por una asociación sin ánimo de lucro, la escuela se financia básicamente con las cuotas de las familias. Sin embargo, un 25% de los estudiantes recibe algún tipo de ayuda económica, lo que permite el acceso a todas las clases sociales. Para ello, desarrollan una intensa actividad de recaudación de fondos mediante donaciones, la organización de eventos y distintos acuerdos con varios patrocinadores. El número de alumnos, de edades comprendidas entre los 11 y los 18 años, varía de 30 a 35. Seis personas configuran la plantilla fija a tiempo completo, cuatro de ellas enseñantes que previamente han colaborado al menos tres años con el proyecto, de forma desinteresada. Pero lo que más impresiona son precisamente los 30 ó 40 profesionales que colaboran desinteresadamente con la escuela, de los cuales unos quince se dedican directamente a la enseñanza y el resto a distintas formas de tutoría y asesoramiento. Todo ello configura una red de relaciones destinada a apoyar individual y colectivamente a los estudiantes, proporcionando un fuerte sentimiento de pertenencia a una comunidad amplia y solidaria.
talla del ordenador y, de vez en cuando, bromean comentándolas. Liana les está enseñando a utilizar un programa de archivo que permite obtener rápidamente imágenes de la escuela a partir del nombre de un alumno, de un tema o una fecha. El trabajo les interesa, les divierte y además, resulta útil para la comunidad. En otra de las aulas Trey, un músico profesional que colabora desde hace poco con la escuela, está explicando el concepto de “armónicos” a un pequeño grupo de estudiantes. Después de cantar comentan “la dificultad de mantenerte en tu tono sin dejarte llevar por los demás”. Mientras escuchan Nine Inch Nails, un conjunto de música experimental que ha descubierto Murren (17 años), Paganini rompiendo una tras otra las cuerdas de su violín, o Messiaen con su apocalíptico “Quator pour la fin du temps”, van charlando animadamente, compartiendo sus impresiones. Martin (11 años) ha pedido ayuda a Kellen (18 años), responsable de la asistencia técnica, porque su pantalla de ordenador no funciona. Tras observar detenidamente, descubren un cable suelto: “Mira, sólo tienes que volver a conectar esta clavija”, señala Kellen que ha podido desarrollar su pasión por la informática gracias a esta oportunidad de experiencia concreta que le ha brindado la escuela. Algunos alumnos han decidido estudiar con Nic “Simplemente Einstein. La relatividad desmitificada”, de Richard Wolfson. Tristan (15 años) explica la famosa “paradoja de los gemelos”: “...y cuando el primer gemelo vuelva a la tierra, su hermano tendrá ya 20 años”. Oliver (17 años) se pregunta por qué el viajero será más joven. “Para entender esto debemos volver a analizar las diferentes trayectorias de la luz”, afirma Nic y empieza a dibujar en la pizarra tubos, fórmulas matemáticas y raíces cuadradas. Mientras Tristan busca en Internet la definición oficial científica de un segundo, Nic concluye: “observar no es lo mismo que ver...”. “...Porque cuando observas manejas también lo que sabes sobre lo que ves”, afirma Joshie (17 años) como para sí misma. Nani (17 años), una apasionada de los números, está presentando su proyecto de graduación en la reunión semanal de “Seniors” (estudiantes de último año). “Son todas las posibilidades de “Audition Allmoves”, explica mostrando una larga lista de secuencias numéricas, “un juego de ordenador que consiste en hacer que
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Todos los alumnos disponen de un consejero que es el primer punto de contacto con la escuela.
un personaje se mueva, introduciendo cifras. Cada combinación está asociada a un movimiento”. “Y ¿qué piensas hacer con esto?”, pregunta Mike. “Mi idea es colgarlo en You Tube. Así cualquiera podrá diseñar su propia coreografía”, asegura. Otros alumnos van presentando sus ideas (escribir y dirigir una película, organizar un viaje, diseñar y confeccionar vestidos...) mientras profesores y compañeros hacen preguntas, sugerencias o comentarios. “¿Cuándo coges el tren de vuelta con los muggels?”, pregunta un sarcástico Malfoy en plena batalla verbal con su eterno enemigo Harry Potter. Un pequeño grupo de estudiantes silenciosos, y casi en penumbra, escuchan muy atentos la grabación de “El Príncipe mestizo”, deteniéndose de vez en cuando para comentarla. Con el apoyo de Liana, algunos de ellos se están inspirando en el relato para escribir un breve ensayo. Leer Harry Potter, hacer una pizza, jugar a un vídeo-juego, resolver una raíz cuadrada, hablar francés, tocar la flauta, decorar una camiseta, escalar, escribir un cuento, abrazar, diseñar una página web, mirar, construir un aeroplano, jugar al bridge, montar a caballo, plantar cebollas, recoger setas, comentar una película, crear un negocio... son actividades humanas con idéntica dignidad e importancia... Lo que de verdad las diferencia es la intensidad y profundidad de los intereses, el placer que aportan a quienes las realizan. En PSCS
todas tienen el mismo valor, todas están al servicio del ser humano y pueden aprenderse de muchas formas distintas.
Abrir la caja mágica Nani, Cloe, Oliver, Tristan, John, Mary y Andy están sentados en torno a una mesa sobre la que hay dispuestas varias cajas de cartón. Cada uno ha decorado la suya con trozos de papel, dibujos, fotos, postales y otros objetos o recuerdos valiosos, tratando de reunir en ese frágil y pequeño cubo los mejores momentos de su vida, las cosas que más le importan. John muestra un trozo de papel amarillento pegado en una de las caras: “esto lo tengo desde hace muchos años, es el ticket de entrada a un concierto que me regaló un amigo”, explica. Al otro lado ha dibujado una amplia sonrisa porque le gusta “ser feliz y hacer felices a los demás”. Las demás caras muestran una vieja postal de un viaje a Italia y una foto de cuando era niño. Dentro ha guardado un libro de sentencias que le regaló su padre: “promete grande, da grande”, reza una de ellas. Mary ha colocado la imagen de un atardecer en el campo para expresar sus deseos de belleza, equilibrio y armonía. También ha puesto la foto de su madre, una pintura hecha con líneas de muchos colores, una postal de navegación “porque me apasiona el mar” y un enorme corazón en la base: “creo que
dar y recibir amor es algo fundamental en la vida”, asegura sonriendo. La búsqueda del sentido del yo, la construcción de la propia identidad, y especialmente de la identidad ocupacional, es uno de los asuntos más importantes en la adolescencia. “Toda la filosofía de nuestra escuela consiste en ayudar a los estudiantes a descubrir su pasión”, señala Andy Smallman, director de PSCS [aunque la palabra pasión tiene connotaciones negativas en castellano –sufrimiento, padecimiento violento o exagerado...– en inglés significa gusto e interés profundo por un tema o actividad]. Para ello necesitan aprender a conocerse mejor, descubrir y conectarse con sus valores, sus sueños, sus deseos, y... recuperar la confianza en su propio criterio: “No creo que un niño de dos años plantee ningún problema de auto-motivación. ¿Qué sucede entonces para que un adolescente los tenga? En algún momento de su vida ha dejado de actuar siguiendo su guía interior, probablemente como resultado de nuestras prácticas de crianza y educación”, asegura este joven maestro, y añade: “Tratamos de ayudarlos a satisfacer sus necesidades de seguridad física y emocional, de afecto e integración en el grupo, de respeto, confianza y reconocimiento, para que puedan centrarse en su autorrealización”. Una de las claves es fomentar la responsabilidad personal ofreciendo a los estudiantes un espacio de libertad donde puedan ejercitar su derecho a elegir en
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Una discográfica muy “teen” Jostin había cumplido catorce años cuando creó oficialmente, junto a su amigo Adrian, de quince, una compañía discográfica. Diez meses más tarde tenían tres abogados trabajando para ellos y algunas de sus bandas estaban en las primeras listas de éxitos. Pasaban muchas horas de escuela trabajando en la empresa y ambos consiguieron su diploma de Bachillerato a los dieciocho años, mientras dirigían un próspero y reconocido negocio. Ahora con veinte años y toda una experiencia como empresario discográfico a sus espaldas, Jostin reflexiona sobre los cambios que se operaron en él desde que llegó a la escuela: “Al principio no entendí totalmente el proyecto. Venía del lado tradicional y me parecía que había demasiada libertad”, comenta. Poco a poco fue encontrando su lugar, haciendo amigos y adaptándose mejor al proyecto: “Comprendí que si te apasiona algo debes tratar de realizarlo, y la escuela está ahí para apoyarte, no para decirte lo que te tiene que gustar sino para ayudarte a descubrir lo que de verdad te interesa y a desarrollarlo”. A Jostin le atraía la música, pero en PSCS pudo explorar un interés particular por el negocio del arte, ayudando a los artistas a producir y difundir su trabajo: “Cuando me di cuenta de cual era mi pasión, pude pedirles a los profesores lo que necesitaba; por ejemplo, aprender a hacer una página web o a crear un pequeño negocio. A través de la comunidad encontraron a las personas adecuadas y montaron las clases”. El enfoque educativo, eminentemente práctico, fue una de las cosas que más lo marcaron: “En aquellas clases ganamos algún dinero comprando y vendiendo ruedas para patines a través de Internet. Yo estaba acostumbrado a aprender siempre en un plano teórico, pero en PSCS si quieres hacer algo, lo haces, no pasas un montón de tiempo reflexionando sobre ello; te pones manos a la obra”. La escuela lo ayudó a encontrar su pasión y a realizarla, le proporcionó conocimientos, personas que lo ayudaron y un entorno cómodo donde podía sentirse seguro y confiado. También le ofreció tiempo libre para descubrir lo que realmente le gustaba: “Podía sentarme y pensar sin demasiadas obligaciones”, recuerda. “Además, hay algo muy motivador en los profesores cuando te preguntan amablemente ¿qué te apetece hacer? Sientes que si lo deseas te ayudarán a aprender cualquier cosa, pero no te apremian, no te obligan a nada, ni siquiera te lo sugieren”, añade con una sonrisa.
Para saber más Puget Sound Community School 660 S Dearborn St, Seattle WA 98134 206.324.4350 www.pscs.org
un entorno seguro, paciente y amoroso: “Durante mis dos primeros años en PSCS, nadie me dijo que fuera a clase ni que me involucrara en ninguna otra actividad; pasaba mucho tiempo con mis amigos sin hacer nada”, cuenta Kellen. Como él, muchos alumnos necesitan recuperar la confianza en ellos mismos y saber que los adultos los respetan y creen en su capacidad de decidir lo que mejor les conviene. ”Parecen tener la curiosidad muerta, y se necesita paciencia para esperar a que vuelvan de manera natural; si sienten que les forzamos reaccionan cerrándose”, asegura Scobi, otro de los profesores. “Creo que cuando alguien te obliga a hacer las cosas hay una resistencia natural que va agotando tus recursos”, explica Olive. Recordando sus años como estudiante de Veterinaria, Lena, madre de Martín, analiza sus vivencias: “Creo que cuando haces algo porque realmente lo deseas, conectas con una fuente de energía interna que te nutre, te llena”. Poco a poco, los estudiantes se sienten seguros para explorar sus intereses y motivaciones, implicarse, adquirir compromisos y asumir responsabilidades: “entonces pueden empezar a arriesgar algo, a enfrentarse a un desafío, aunque sea pequeño, y muchas veces grande”, comenta Scobi.
Enseñar, compartir una pasión... El entusiasmo, la pasión por una actividad tienen algo contagioso, son una energía que se transmite de unas personas a otras. Para ayudar a los alumnos a descubrir sus intereses, otra estrategia de PSCS es “exponerlos a la pasión”, rodeándolos de personas que disfrutan con lo que hacen, sea cual sea la actividad. Hace dos años, un voluntario vino a la escuela a enseñar Parkour, disciplina deportiva que consiste en desplazarse por el medio urbano o natural de la manera más fluida y eficiente posible. Así fue como Kellen descubrió su verdadera vocación: “aquellas clases me gustaron muchísimo, tanto que empecé a enseñarlo a otros compañeros, a practicar en casa a diario y ahora lo imparto en un gimnasio de la ciudad”. Enseñar en PSCS es compartir una pasión, por eso el personal docente resulta imposible de clasificar: “A menudo me preguntan, ¿trabajas en una escuela?, ¿qué enseñas? Y es difícil responder porque enseño tantas cosas distintas que nunca me aburro. La variedad es lo que más me gusta de mi trabajo”, afirma Scobi, diseñador gráfico que en las dos últimas semanas ha impartido literatura inglesa, un taller de aeromodelismo y otro sobre sexualidad. Nic es otro de los polifacéticos profesores de PSCS que, además de física, este curso enseña volley-ball, matemáticas, política electoral, economía, y teatro. También acompaña a los alumnos, una vez por semana, a una granja ecológica donde plantan y recogen verduras, organiza salidas micológicas y ofrece clases de “Historia de la alimentación en América”. Para Nic, la pasión es “algo que no puedes evitar hacer, como cuando un bebé empieza a andar y ni se plantea que no vaya a aprender”. Crear un entorno seguro donde se reconoce y da importancia a los intereses de los jóvenes, permitiéndoles explorarlos sin trabas, es una base fundamental en la que la actitud del adulto resulta decisiva. Cada alumno de PSCS dispone de un consejero que es “el primer punto de contacto con la escuela. Te ayuda a resolver cualquier duda o problema y hace un seguimiento de tus créditos, de tus trabajos etc...”, explica Olive. Pero su papel principal es ayudar al estudiante a realizar su pasión. “Y si no tenemos las competencias, encontrar a un voluntario que pueda hacerlo”, aclara Scobi, uno de cuyos alumnos quiso aprender animación por ordenador: “Nos llevó tiempo pero
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finalmente dimos con alguien de la industria del vídeo-juego que se ofreció a enseñarle. Ahora está aplicando esa habilidad al diseño industrial con mi apoyo”, comenta satisfecho. Joshie es una chica bastante tímida, con un gran talento musical, a quien le costaba precisar su proyecto de graduación: “Entonces le pregunté qué aspectos de la música la asustaban, en qué pensaba que podía fracasar. Quería que aceptara un desafío, que se desafiara a sí misma”, explica Nic. Así fue como decidió hacer un cd de recopilación de canciones de los años sesenta, para lo cual tendrá que elegir los temas, escribir las adaptaciones, encontrar a un grupo, ensayar y finalmente grabar el disco. Nic la acompañará a lo largo de todo el proceso, ayudándola a organizar y programar el trabajo, confrontando sus resultados con su deseo. ”No sé si terminará dedicándose a la música, pero habrá aprendido a dirigir un proyecto, a fijarse unos objetivos y realizarlos. Creo que esta experiencia le hará ganar muchísima confianza en sí misma y le servirá para cualquier cosa que quiera emprender en la vida”, asegura.
Moebius con corazón Construir tu identidad, descubrir tus motivaciones e intereses auténticos pasa necesariamente por la relación con el otro. En PSCS, la dimensión comunitaria es tan importante como la individual, por eso han elegido la cinta de Moebius como logotipo: “es una tira de papel que si la unes por los dos extremos tienes un círculo, pero si le das un pequeño giro, el interior se convierte en el exterior y éste en el interior y así hasta el infinito”, explica Andy, “un lado de la cinta representa la individualidad y el otro la comunidad; ambos se necesitan mutuamente, no puede haber un individuo sin comunidad ni una comunidad sin individuos. Nuestra cinta tiene una vuelta más para representar el corazón, la base afectiva”. El clima de confianza y respeto, el reconocimiento y aceptación de cada persona, de su aportación a la comunidad, permite establecer un sentido de conexión: “Somos como una gran familia, si tienes un problema sabes que puedes hablarlo, que hay gente que te ayuda y se preocupa por ti”, afirma Eric expresando el sentir de la mayoría de los alumnos. “Aquí puedes ser natural, ser tú mismo”, añade Kellen.
La posibilidad de participar en la dirección de la escuela es otra de las claves. El horario, que preside todas las actividades, se elabora trimestralmente como resultado de un proceso de cooperación entre estudiantes, profesores y colaboradores. Durante las reuniones preparatorias cualquiera puede ofrecer clases o actividades, que se aprueban si hay un número mínimo de participantes. Después se inician las conversaciones para decidir cuándo tendrán lugar las distintas propuestas: “Son dos días de trabajo intenso y una negociación delicada porque los estudiantes deben asegurarse de que sus actividades preferidas no tienen lugar al mismo tiempo”, explica Trey y añade: “Impresiona ver cómo se preocupan por los demás, en lugar de intentar conseguir lo que quieren a toda costa”. El resultado es una organización muy flexible de actividades con diferentes niveles de compromiso, tiempos, formas y espacios de aprendizaje, basada en la responsabilidad personal: “Algunas clases son introductorias y sólo requieren asistencia y participación. Otras profundizan en un tema y exigen un proyecto final. Cuando te apuntas sabes a lo que te comprometes”, asegura Kellen. La estructura de la semana también varía de un día a otro: “los lunes son más libres, con más actividades en el exterior. Los viernes las clases tienen tiempos más largos. Cada trimestre una semana intensiva permite profundizar en distintos temas”, explica Andy. En el marco de sus proyectos personales, los estudiantes pueden solicitar un estudio independiente para trabajar fuera de la escuela, explorando así “muchas maneras distintas de aprender para encontrar la tuya propia y disfrutar en lugar de sufrir”, señala Olive que ha pedido un estudio independiente para practicar su pasión, la equitación. “La escuela me ayuda dejándome tiempo para entrenar y cabalgar. En contrapartida, tengo que compartir mi experiencia con la comunidad”. El centro educativo como recurso, desborda los límites de una organización, de un edificio, y se extiende a toda una comunidad ampliada. Alex (17 años) está muy interesado en el mundo de las finanzas y hace prácticas tres horas semanales en el despacho de un broker: “los ayuda con cosas sencillas y a cambio hace preguntas, está en el ambiente”, explica Nic, su consejero. A Tristan le entusiasma la programación, pero a veces se encuentra con dificultades que no consigue resolver;
gracias a PSCS cuenta con la ayuda de un profesional, dos horas a la semana, y ambos parecen satisfechos. ¿Qué mueve a estas personas a ofrecer su apoyo desinteresadamente? “La energía y el entusiasmo natural de estos chicos son muy inspiradores para alguien que lleva veinte o treinta años en el mismo campo. Me hacen ver las cosas con una mirada nueva y fresca”, asegura Trey. Con tres años de antigüedad, siempre que sean mayores de dieciséis, los alumnos pueden obtener el diploma de graduación de PSCS y también, si lo desean, el de Bachillerato oficial, reconocido por el Estado de Washington. Para ello deben conseguir 19 créditos repartidos en distintas categorías (lengua, matemáticas, ciencias, sociales, arte, idiomas, educación física...), participando en las actividades lectivas o mediante trabajos independientes fuera de la escuela. Se trata de valorar y validar todos los aprendizajes, no sólo los específicamente escolares: ”La educación abarca 24 horas al día, 7 días a la semana; es toda tu vida, no sólo lo que haces en mi presencia”, sentencia Andy. Casi todas las actividades humanas pueden entrar en una de estas categorías, aunque a veces su evaluación requiere voluntad y creatividad. “Uno de nuestros estudiantes quiso obtener créditos por el hebreo, pero nadie en el equipo docente podía evaluarlo. Finalmente, con ayuda de su rabino, pudimos apreciar su nivel de competencia”, explica de nuevo Andy. Un paso más en el reconocimiento de los intereses, conocimientos y habilidades de los alumnos que los ayuda a integrar todos los aspectos de su personalidad motivándolos para alcanzar sus objetivos. La graduación por PSCS, sin notas ni créditos, es un proceso de autorreflexión sobre la identidad de cada estudiante, sus intereses, motivaciones y valores: “Significa que estás listo para irte, para mirar hacia el futuro, asegura Nani, “el resultado cuenta mucho menos”. Además de un proyecto concreto en una de sus áreas de interés, los alumnos presentan a la comunidad una reflexión sobre sus creencias personales, que exploran en textos y entrevistas y ponen a prueba mediante un experimento social. “Creo en mí misma y en la habilidad que tengo de saber lo que está bien para mí. Creo en la capacidad que todos tenemos de hacer lo mismo”, escribe Nani, que está investigando los valores de consciencia, honestidad y respeto hacia los demás.
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