ARTE MEXICANO: REPRESENTACIÓN Y RESPUESTAS ARTE Y LITERATURA DESDE LA REVOLUCIÓN HASTA EL BOOM El arte ha sido un mecanismo para la legitimación o rechazo del poder. Durante la historia de la humanidad un sinnúmero de estéticas se ha encargado de dar cuenta de los contextos políticos, sociales y económicos en los que el ser humano se desenvuelve, de manera tal que cada representación es una muestra del acontecer cotidiano de una raza en constante cambio. América latina, Mexico –más exactamente- no es la excepción. El país centroamericano ha sido cuna de grandes movimientos artísticos cuya influencia se extiende hasta el cono sur del continente –otra meca del arte-. A partir de la Revolución Mexicana en 1910, la influencia del poder se acentúa de manera significativa en las artes hasta el culmen del Muralismo, un movimiento pensado por y para el régimen. No obstante las tendencias se han mantenido en los extremos de la aceptación y del rechazo contundente, de modo que las técnicas y expresiones han sido un terreno fértil para la confrontación. La Revolución Mexicana fue un proceso desgarrador para las clases más bajas de la sociedad. El hambre y la pobreza fueron los principales males que aquejaron a una comunidad obligada a soportar las consecuencias de dirigentes desprovistos de empatía por los menos favorecidos. Estas circunstancias, además de la violencia, dieron origen a las Novelas de Revolución cuyo objetivo principal fue visibilizar y dar voz a quienes resultaros perjudicados durante el proceso que definiría e devenir del país. Mariano Azuela con su novela Los de abajo, Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente, y Rafael Muñoz con ¡Vámonos con Pancho Villa!, son los principales representantes de esta época. Las características narrativas de estas “novelas” se fundamentan en el relato popular, el testimonio y la anécdota, ya que los autores se concentran en el llamado de la tierra y la justicia social a partir de la experiencia como sujeto inmerso en la Revolución.
Al mismo tiempo, un movimiento pictórico se apoderó de las calles mexicanas con el fin de representar la tradición indígena y española que consolidaron México. Se trata del Muralismo –Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, entre otros-, uno de los aliados estratégicos de la Revolución, pues por medio de las obras se recreaba una apología de los ideales políticos de la época. Se trata, entonces, de pinturas dedicadas a establecer la identidad nacional por medio del acceso libre a cualquiera de las piezas con el fin de despertar el espíritu nacionalista y sentido de pertenencia que hasta hoy persiste. Ya en la década de los 30 y 40 surge la revista Contemporáneos cuyo fin es la divulgación de las artes, además de llevar el arte a los círculos sociales más alejados de esta. Para los Contemporáneos la renovación cultural fue uno de los principales centros de acción, de modo que exploraron temas controversiales como la homosexualidad y la marginalización de diversos sectores. En este sentido la propuesta estética de estos intelectuales se concentró en narrativas fuera del canon que mantenían su influencia en la sociedad, lo cual daría paso a la renovación formal de los 50s. Durante estos años la música y el cine, así como la arquitectura tuvieron una importancia significativa, sobre todo por su la carga ideológica que llegaron a contener. Los corridos, las rancheras, y el cine de oro mexicano son algunos ejemplos del auge multimedial de dichas décadas. Se distinguen, además, por la exploración de géneros comerciales y no comerciales desde distintos centros de producción, así como una fuerte tendencia a la representación tradicional mediante el empleo de color fuertes y el desarrollo de centros cuya arquitectura destaca por su eclecticismo. Una vez el régimen alcanzó parte de su estabilidad, los artistas experimentaron la necesidad imperiosa de adoptar nuevas formas que satisficieran sus propios deseos. Así autores como Joyce, Faulkner y Kafka sirvieron de influencia para escritores como Agustín Yánez –Al filo del agua-, Rosario Castellanos –Oficio de tinieblas-, Alí Chumacero –Páramo de sueños- y Juan Rulfo -Pedro Páramo y El llano en llamas-, quienes implementan renovaciones expresivas y estilísticas de modo que la obra adquirió peso por sí misma a pesar de seguir vinculada con temáticas sociales.
Las artes plásticas no estuvieron exentas del cambio. Dentro de las vanguardias artísticas latinoamericanas surgió la Generación de la ruptura, un conjunto de artistas mexicanos que cansados de las temáticas nacionalistas, de izquierda y de revolución impartidas en la Escuela Mexicana de Pintura, decidieron incorporar
valores más
cosmopolitas, abstractos y apolíticos en su trabajo, con el objetivo de expandir sus temáticas y su estilo más allá de los límites impuestos por el muralismo y sus ramificaciones. Sus principales representantes son Rufino Tamayo, Gustavo Arias Murueta y Pedro Coronel. En relación con lo anterior, la escultura vio nacer tres corrientes artísticas: el indigenismo, caracterizado por la exaltación del folclor; el neoclásico, con un enfoque cívico e histórico, y el socialista centrado en la propaganda ideológica. Cada uno tuvo como representante a Rómulo Rozo, Antonio Ricas Machado y Miguel Norteña respectivamente. Para estos artistas, el material se convierte en pieza clave para comprender la coyuntura política y social de la época, de modo que dichas obras ocuparon un lugar dentro de la esfera del poder en México, ya sea como un rechazo a la ideología o como su vehículo de legitimación. Para las décadas que vendrían después de 1960, el camino de la transformación artística encontró sus bases en los grandes maestros del 50. La casa del lago, primer recinto universitario extramuros de la UNAM que acogió la facultad de artes y letras, vio nacer a una de las generaciones más importantes del desarrollo intelectual y estético de México. Dentro de este distinguido círculo se encuentran Juan José Arreola, Octavio Paz, Inés Arredondo, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Elena Garro, Carlos Monsaiváis y Tomás Segovia –entre otros, claro está-. Los miembros del círculo literario de dicha época fueron partícipes del Boom latinoamericano del cual se conservan algunas características que marcaron la literatura del continente. Sus propuestas estéticas, narrativas, dramáticas y poéticas, consolidaron una nueva literatura mexicana en la que la experimentación de la forma, de la mano con una tradición contemplada a través de lo fantástico y desgarrador, posicionaron al país
como una cuna artística en la que lo único importante era desarrollar un estilo propio. Sin embargo, la importancia de estos nombres ocultó otras tendencias más cercanas al realismo cuyo aporte a la cultura es igualmente valioso. Un proceso similar ocurrió en las artes representativas. Con la llegada de la posmodernidad y el rechazo tajante de los valores estéticos fallidos de la academia, los artistas extreman sus discursos hasta los extremos autorreferenciales que se complementan de la ironía, el sarcasmo y la crítica respecto a la imposibilidad del arte. En este sentido se banalizan los arquetipos culturales mexicanos como los grande héroes, los charros, las calaveras, el chile, el tequila, etc. con el fin de proponer una revisión crítica de la historia de México. Tal como se ha descrito hasta el momento, el desarrollo del arte en México ha dependido en gran medida del contexto sociopolítico a través de la historia. Ello no significa que este sea un caso atípico, pues se sabe que el arte, incluso a aquella que rechaza una función extra artística de la misma, está ligado al acontecer cotidiano de la sociedad en la que se produce. No obstante, el país centroamericano ofrece un caso particular cuyas características ejemplifican a la perfección lo fenómenos ocurridos en el resto de Latinoamérica. Así, México se posicionó como uno de los centros artísticos más importantes debido las dinámicas suscitadas gracias a la institucionalización de las artes, y al esfuerzo de colectivos por posicionarse en el panorama mediante la creación de revistas o movimientos que en medio de su vastedad, representan el contraste propio de una cultura preocupada por sus raíces y por el devenir en medio de discursos extremistas – políticos, económicos, de violencia, entre otros-, que no se cansa de proponer puntos de vista radicalmente distintos con los cuales se haga frente a perspectivas desalentadoras. Bibliografía Galeano, E. (1990). Memoria del Fuego II (Las caras y las máscaras). Madrid: Siglo ventiuno editores.