Pasajes de la Historia
Anita Garibaldi Hoy, nuestro pasaje de la historia está dedicado a una mujer intrépida, a una aventurera sin igual que estuvo al lado de su hombre – como ella dijo – en todo momento, en toda exigencia, en toda vicisitud, hoy hablamos de Anita Garibaldi.
El siglo XIX fue sin duda alguna una centuria épica, se combatió en cualquier punto del planeta, luchando en las últimas fronteras, reivindicando la libertad, la revolución. No pocas revoluciones surcaron las tierras europeas, pero también se traspasaron, como era de esperar, lógicamente, a las… a los territorios americanos, y en Brasil se dio una historia fantástica, emotiva, llena de romanticismo, y en el fondo, la selva, en el fondo, la libertad, de una república que se enfrentó a todo un imperio, la república ganadera de Río Grande, aquellos luchadores, que además, esas filas de luchadores estaban integradas por gentes libertarias de cualquier parte del planeta, dieron una buena medida de lo que serían las revoluciones en Europa años más tarde. Pero vamos a contar, al margen de los detalles políticos, militares, estratégicos, vamos a… a contar, vamos a narrar una simple y llana historia de amor, la que se dio entre una criolla hermosísima, escultural, fantástica, rebeldona, llamada Anita - Ana María Ribeiro de Jesús -, con un criollo rubio, llamado Giuseppe, Giuseppe Garibaldi, un gringo de armas tomar, como daría muestras en el mundo. Pero como os digo, hoy en nuestros pasajes de la historia, sólo nos interesa la fascinante historia de amor entre ambos.
Y esta historia comienza en la localidad de Morrinhos, estamos en Brasil, año 1821 – el año en el que falleció Napoleón Bonaparte – pero en esta lejana localidad brasileña, creo que este asunto aún se ignoraba. Un tórrido verano de 1821, en Morrinhos, y el treinta de Agosto viene al mundo Ana Maria Ribeiro de Jesús, la que
sería conocida mundialmente como Anita Garibaldi. Sus padres eran ganaderos, mantenían una pequeña explotación ganadera, eso sí, venida a menos, se llamaban Bento – así le denominaban – y Antonia. Tenían una numerosa prole – seis vástagos nada más y nada menos –, pero las vicisitudes, las malas siembras, la escasez, provocaron que la familia se trasladara a Laguna. Y había muchos motivos para ello, principalmente que el padre y todos los hijos varones de aquel clan habían fallecido de forma inesperada en escaso tiempo, tanto Bento como sus tres hijos varones murieron en muy pocos meses, Antonia de Jesús quedaba sola al frente de la familia, consistente en tres niñas. La ruina económica hizo presa de esta singular familia, y por eso tuvieron que emigrar a Laguna, una importante localidad, emergente y llena de algunas posibilidades, por ejemplo, pues casar a sus hijas con algunos magnates locales, consiguiendo de ese modo un futuro pues más que seguro.
Principalmente lo que pensaba Antonia era en desposar a su bellísima hija Anita con algún preboste de Laguna, y el elegido fue Manuel Duarte Aguiar. Duarte era un zapatero, un zapatero que había conseguido fortuna, fortuna creciente, y eso a pesar de que era un borrachín consumado, un hombre pendenciero, muy dado a los malos tratos, a las broncas, a las peleas, pero como ya os digo, había conseguido, había obtenido una cierta riqueza, una cierta posición social en la ciudad de… de Laguna, una ciudad, por otra parte, entregada por completo al negocio del ganado. Y aunque era mucho más maduro y mayor que… que Anita, pues el matrimonio se consumó, justo en el día en el que Anita cumplió quince años.
Tan sólo tenía quince años, 1836. Y Manuel no desatendió su vida anterior, siguió bebiendo en exceso, los licores, siguió maltratando a todos aquellos que se cruzaban en su vida, incluida la propia Anita. La adolescente sufrió esos malos tratos, y a pesar de su belleza, a pesar de su inteligencia, era sojuzgada continuamente por su esposo, su primer esposo. Pero he que aquí, que Laguna, la muy importante ciudad de Laguna, fue tomada por las tropas rebeldes, las tropas republicanas. En ese tiempo nacía una república, la de Río Grande. Pequeña en extensión, pero que se enfrentó al poder imperial brasileño. Y para ayudar a esa república, acudieron gentes de cualquier parte del mundo. Uno de los que se dio cita en Laguna era un tal Giuseppe Garibaldi, un gringo rubio, de ojos azules, bien plantado, buen mozo, que era capitán de la nave “Insignia”, del buque “Insignia”, de la flamante flota republicana, el Río Pardo. Nos encontramos en el verano de 1839. Anita tiene dieciocho espléndidos años, y un aburrido Giuseppe se encuentra oteando la costa, el puerto, los… las… los pisos, las haciendas de Laguna, está con su catalejo, observando, así de forma anodina,
aburrido hasta la saciedad, por que no había combates en ese momento, y observaba con su catalejo el trasiego de las gentes, el movimiento de las personas, cómo estaba la ciudad, más por divertimento que por otra cosa. Y justo en el transcurso de una tarde, una tarde llena de sol, llena de luminosidad, enfocó su catalejo hacia un lugar próximo al puerto, por ahí caminaba una joven, una joven de belleza marcada. Esta joven se internó en una de las casas, abrió una ventana y se puso a contemplar la flota republicana que estaba atracada en el puerto de Laguna, y esa joven se… se percató, se dio cuenta que alguien la contemplaba
desde
un
barco.
Con
ingenuidad propia de su edad, saludó, sonrió y eso provocó el flechazo más romántico de todo el siglo XIX brasileño: Giuseppe Garibaldi quedó prendado por el rostro de Anita. Sin pensárselo dos veces, desembarcó, enfiló proa hacia esa casa, pidió permiso para entrar, y nada más contemplar a la bella Anita, le dijo lo siguiente: “usted debe ser mía”.
En ese momento, Giuseppe podía esperar cualquier cosa, una reacción brusca, una bofetada, un desaire, pero no, Anita le miró de forma encendida, y muy expresiva, comentó al gringo: “yo a ti ya te conozco, te vi reflejado en las aguas de un pozo”. Giuseppe retrocedió un paso, y estremecido preguntó por aque… por aquella circunstancia. Anita explicó entre risas que hacía unas fechas había ido a visitar a una vieja bruja, a una vidente, para preguntarla sobre su futuro, estaba muy angustiada por el mal trato de… de su marido, y le preguntó si era eso en realidad lo que iba a vivir y si no había nada más. La bruja dijo a la joven que se acercara a las aguas del pozo y que mediante un sortilegio vería su futuro. Pues lo que vio Anita al parecer fue la cara de Giuseppe Garibaldi. El destino, las brujas… ¿quién lo sabe? Lo cierto es que desde entonces, no pudieron… no pudieron separarse jamás. Pero claro, había un pequeño inconveniente, y ese era el zapatero Duarte, ¿qué pasaría con él? Los dos jóvenes estaban dispuestos a escapar, a huir de aquel lugar, y lo hicieron en una fuga ciertamente épica, asombrosa. Duarte, como siempre estaba borracho y de momento no se enteró. Años más tarde, fallecería víctima de los excesos con el alcohol, pero Anita ya había elegido su destino, y ése estaba al lado de Giuseppe Garibaldi. La
primera noche la pasaron a bordo del Río Pardo, ahí se amaron, ahí se quisieron, envueltos por el aroma a pólvora, por los preparativos de los marineros, ya sabían que la flota imperial brasileña se dirigía hacia Laguna para iniciar el combate. Pero Anita, aventurera consumada, quiso luchar al lado de su hombre, y le pidió que le diera algunas clases de esgrima y sobre todo, algunas prácticas de tiro. Para sorpresa de todos los marineros del Río Pardo, Anita se mostró como una consumada espadachina, manejaba la espada con ardor, pero lo mejor, disparaba como el mejor de los tiradores. Y de esa guisa, amor y guerra, empezaron a conjugarse en las vidas de Giuseppe y Anita. Se enfrentaron al buque “Insignia” de la flota imperial brasileña, escaparon a duras penas, lo cierto es que la guerra no iba bien para la república de Río Grande.
Durante semanas, la pareja y sus hombres, todos los revolucionarios aquellos, republicanos convencidos por la causa, estuvieron escapando, repliegues dramáticos, absolutamente dramáticos, sumidos en medio de la necesidad, de los retrocesos constantes, de las derrotas, de las matanzas, las masacres, el ejército brasileño era implacable. Se provocaron muchas bajas en aquellos meses de 1839-1840. Pero ellos seguían juntos. Finalmente ocurrió lo inevitable. La partida de Giuseppe Garibaldi fue envuelta por una emboscada del ejército brasileño. Durante horas estuvieron combatiendo en la selva, casi cuerpo a cuerpo, pero muchos rebeldes murieron, los brasileños tenían cañones, tenían buenos fusiles, los rebeldes sus ponchos, sus sombreros gauchos, sus espadas, algún fusil, alguna pistola, y sobre todo, la selva para escapar. Anita había quedado embarazada de su primer hijo, de su primer vástago, pero en medio de la batalla, Giuseppe quedó… al margen de los combates, quedó descolgado de uno de los combates, y tuvo que huir sin poder llevarse a su amada, a su pareja. Los brasileños capturaron a Anita. La desolación se hizo patente en el campo de los republicanos, en el campo rebelde. Anita convencida que su marido – ella así lo llamaba – había sido muerto en el campo de batalla, se lo decían así los brasileños: “Giuseppe Garibaldi ha muerto en la refriega”. Pero Anita todavía conservaba la esperanza de recuperar el cadáver de Giuseppe para poder rendirle un homenaje póstumo. Y solicitó a los oficiales brasileños que le permitieran revisar el campo de batalla donde habían quedado todos los cadáveres. Ella quería recuperar a Giuseppe. Le concedieron ese permiso. Ella estaba abatida – por que se encontraba embarazada – ella lo sabía, pero Giuseppe no. Quería localizar el cadáver, y buscó, buscó entre los fallecidos del bando republicano, y no encontró a Giuseppe, y eso provocó una sonrisilla en Anita. ¿Acaso la habían engañado? ¿Acaso Giuseppe seguía vivo? Rápidamente trazó un plan de fuga, y en ese plan se cruzó un caballo, un
caballo que se encontraba deambulando, errático, por aquel campo infernal donde se había producido la batalla. Sin pensárselo dos veces, se acercó sigilosamente al caballo, subió a sus lomos y escapó.
Embarazada, con su poncho, su sombrero y huyendo a uña de caballo de aquella posición. Los brasileños reaccionaron, y ordenaron la captura inmediatamente de la pareja del líder guerrillero. Y la persiguieron durante un buen tramo. Alguien dijo: “¡Viva o muerta!” Fue suficiente para que los soldados sacaran sus fusiles y comenzaran el tiroteo sobre la amazona que se evadía. Las balas silbaron sobre ella, una la despojó de su sombrero, y otra mató a su caballo. Ella arrastrándose, sumergiéndose en los rigores de la selva, siguió corriendo. Los soldados la perseguían, estaban a punto de apresarla, a punto de cazarla, y en eso, el río Canoas, un río lleno de peligros, lleno de remolinos. Anita, sin pensárselo dos veces, se arrojó al río, se sumergió en sus aguas. Los soldados llegaron a las riberas del Canoas, y determinaron que había muerto, que era imposible vadear ese cauce pluvial. Pero Anita con una fuerza inusitada, casi sobrenatural, consiguió nadar, consiguió vadear el río Canoas. Y de ese modo, evitó el peligro, había escapado del ejército brasileño, pero ante sí, tenía la espesura de la selva. ¿Sería capaz de encontrar a los restos del ejército rebelde? ¿Podría volver a abrazar a su amado Giuseppe Garibaldi? Durante cuatro días, sin comida alguna, sin bebida, estuvo transitando por la selva. Finalmente encontró un grupo de aborígenes, un grupo de indígenas, que simplemente le pudieron ofrecer una taza de café, fue el único alimento que tomó en cuatro días – y os digo que estaba embarazada. Pero al fin, contactó con los republicanos, al fin encon… contactó con Giuseppe. El abrazo fue más que emotivo, y juntos volvieron a escapar, juntos volvieron a incursionar por la selva que les abrigaba, que les protegía del ejército brasileño. En Marzo de 1840 nacía Menotti. Menotti era su primer hijo, y venía con un recuerdo de aquella escapada protagonizada por su madre, el niño venía con una marca en su cabeza, con una pequeña deformidad. Esto se produjo cuando Anita cayó del caballo, cuando habían abatido a su caballo, cayó, se pegó un gran golpe, y eso al parecer provocó la deformidad craneal en Menotti, un niño muy querido que siempre estuvo al lado de su padre y que luchó con él en… en Italia incluso. Poco quedaba por hacer en la república de Río Grande. El gobierno pagó con mil cabezas de ganado a la pareja y juntos iniciaron el camino hacia Montevideo, su nueva aventura.
Llevaban mil reses, mil vacas, unos pocos conductores, y en un camino larguísimo, lleno de penurias, perdieron más de la mitad de la manada, consiguieron
arribar a la ciudad de Montevideo, que por cierto, también se encontraba envuelta en un conflicto civil. Giuseppe Garibaldi no quería saber nada más de la guerra, sólo quería amar a su querida Anita, trabajó como profesor de matemáticas, quiso eludir los combates, pero finalmente, la emoción, la aventura le involucraron en la guerra, y fue un factor decisivo en la defensa de Montevideo. Ahí se comenta, se dice que Anita entraba constantemente en cólera por que Giuseppe era muy mujeriego. En una ocasión, dicen que Anita tomó dos pistolones, uno para matar a Giuseppe Garibaldi y otro para acabar con la vida de la amante de turno, no lo consiguió, finalmente por que en el fondo se querían tanto, que al final se perdonaban. Nacieron tres hijos más, dos niñas – Teresita y Rosita – y Ricciotti, un nuevo varoncito. Con los cuatro vástagos, siguieron en plena aventura, habían vivido ya dos guerras, pero Italia reclamaba la presencia de su héroe, el artífice del resurgimiento.
Giuseppe Garibaldi quería regresar a Italia para luchar por la unificación del país, y envió como embajadora a Anita. Ésta llegó al país neolatino, el loor de multitudes, fue recibida como una auténtica heroína, iba con sus hijos y preparó muy bien el camino para el regreso de Giuseppe. Éste regresó con muchos “camisas rojas”. Los “camisas rojas” son la tropa característica de Giuseppe Garibaldi, en la reunificación italiana. Este cuerpo, este… este grupo de ejércitos había creado en Montevideo, en el sitio de Montevideo, porque Anita había elegido unas telas rojas – eran las únicas disponibles – para diferenciar a los luchadores italianos de otras nacionalidades. Y ése fue el germen de las famosas “camisas rojas”, del asedio de Montevideo, y gracias a una decisión apresurada de Anita. Pues con estos “camisas rojas”, Giuseppe Garibaldi llegó a Italia, y junto a su mujer combatió, ella famosa, marcha hasta Roma. Con sus mil “camisas rojas”, la defensa de Roma asediada por las tropas francesas, la lucha contra los austriacos, lo de Roma fue tremendo, fue una auténtica carnicería, una masacre. Giuseppe Garibaldi, Anita, y sus hombres, las escasas tropas que aún le restaban, huyeron de Roma en un repliegue cruel. Llegaron a la república de San Marino, ahí se tuvieron que disolver. Dada la necesidad de… del momento, pero Anita estaba embarazada nuevamente, de su quinto hijo, y había contraído unas fiebres malignos. La retirada había sido penosa, llena de rigores, falta de alimentos, como siempre, como ocurrió en la selva de Brasil.
En las inmediaciones de Rávena, la muchacha no pudo más, no había cumplido los veintiocho años de edad. El cuatro de Agosto, víctima de la fiebre, Anita Garibaldi fallecía en brazos de su gran amor, Giuseppe. Éste, en un último minuto, en una última decisión, ordenó que le quitaran las vestimentas de hombre, de soldado – por que ella siempre se vestía como soldado – con su bandera en el pecho, con su sombrero, sus pantalones, sus botas, y Giuseppe ordenó que la vistieran de mujer, y de esa manera falleció Anita Garibaldi. Ni siquiera la pudo rendir homenaje pues las tropas enemigas hostigaban, estaban muy cerca, la tuvieron que dejar medio enterrada. Garibaldi partió con el corazón contraído por el dolor. Fue el cuatro de Agosto de 1849. Si es cierto que Giuseppe se casó en dos ocasiones más, pero también es verdad que nunca pudo olvidar el rostro de aquella mujer que había alimentado la pasión de su vida. Una pareja épica, un amor a prueba de bomba, de tiros, de cañones y de guerras. Los hijos de Giuseppe Garibaldi fueron fiel reflejo de sus padres. Una de ellas, Rosita, había fallecido de forma prematura, hecho que desconsoló a Anita, falleció con tan sólo dos años y medio. Pero Menotti, Ricciotti, Teresita, la verdad es que fueron tan guerreros como sus progenitores. Son las pequeñas historias que hacen grande este transitar de los humanos por la tierra. Hoy hemos rendido homenaje a una mujer de armas tomar: Anita Garibaldi.