Alma

  • April 2020
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ALMA P.J. RUIZ

Cuando Gareth y Set llegaron a Alma nadie entre sus muchos amigos sabía donde iban a pasar aquellos días. El suelo estaba permanentemente enrojecido, y el horizonte tapado por una densa niebla que ascendía desde la orilla del mar púrpura. Todo en aquel planeta tenía un aspecto tostado y caliente debido a la influencia del sol rojo que presidía el cielo. Ambos hombres, rodeados por su campo de contención perimetral (que hacía largo tiempo que había desbancado a los aparatosos trajes de presión) caminaron sin vacilar por la magnífica gravedad, notándose livianos y ágiles con su equipamiento, y observándolo todo mediante el casco provisto de visor, en el que confluían los tubos de mantenimiento fisiológico. En aquel momento pensaron que la cacería podía ser en verdad todo lo divertida que esperaban.

Tenían todo lo necesario para la excursión: complejos alimenticios, agua reciclable, oxígeno transformado del ambiente, cartografía, sistemas de navegación, tiendas plegadas de híper-kevlar… y las armas. Habían escogido para la ocasión dos excelentes rifles con munición de plasma y telémetro láser de la vieja escuela. Además cada uno llevaba su arma corta favorita, así como puñal y explosivos. No querían sorpresas. Ya habían estado de caza en otra veintena de mundos y siempre habían tenido éxito sin contratiempos, por lo que no se permitían dejar nada al azar. Ese era el motivo de que hubiesen puesto especial empeño en llevar consigo dos unidades biomédicas completas, y no el pequeño utillaje de primeros auxilios que en otras ocasiones habría sido suficiente, ero esas otras veces no se enfrentaban a lo que en principio debía haber más allá, entre la jungla.

Y es que la presa que les esperaba para ser abatida en aquella ocasión merecía ampliamente que considerasen todas las posibilidades antes de dar por hecho que sería una persecución más en la quietud del espacio.

Lo curioso es que no sabían de su existencia hasta un par de meses atrás, cuando en una de las reuniones con cazadores del Club Signo (al cual pertenecía desde hacía años Set Ulevi, rico industrial del negocio del cobalto en las minas de Baltoro) debatió con un par de viejos miembros que decían haber estado un mes entero persiguiendo un extraño animal en uno de los planetas Rishi, allá por los brazos exteriores de la galaxia.

La mención de una pieza exótica le llamó la atención, y aquello fue suficiente como para que Set se portara espléndidamente con los dos hombres, a los que durante aquella velada no les faltó de nada. A cambio recogió información de primera mano que lo fue maravillando, no solo por la fluidez del testimonio, sino por su aparente veracidad y la sensación cobriza que le iba entrando en la boca a medida que sabía más y más. Aquello tenía el regusto de lo desconocido y el placer del deseo por lo prohibido.

El-Mazulu, ése era el nombre con el que se conocía a la aún no cazada criatura en los círculos más íntimos del club. Se decía que toda la información estaba muy controlada para evitar que alguien de fuera consiguiese la misteriosa presa antes que uno de los miembros, pero aquello a Set le sonó a leyenda urbana. Seguramente había más gente que conocía su existencia, pero eso no le importaba si aun no había sido cazado.

Sabía que el honor de abatirlo le conferiría una notable posición de privilegio entre aquellos ilustres cazadores pese a su relativa juventud, y estaba dispuesto a conseguirlo a cualquier precio. No en vano ya, a su edad, había conseguido acabar con Molfados, Cernadales y un enorme Vulcán en Imbrium, lo cual no estaba nada mal. Esos ejemplares lucían espléndidamente en los laterales de la gran chimenea antigua que presidía la galería de trofeos de su mansión en Lóntar, y eran el orgullo que gustaba de mostrar a quien quiera que lo visitase. Todos sabían de su gusto por las piezas mayores, y era amado o admirado por unos, y odiado por otros, aunque esos le importaban poco o nada. Para él, la

caza era una satisfacción mayor que el más vital orgasmo, una explosión en la cual absorbía la energía de la presa como si la fagocitase en regia unión. Había nacido para eso, y lo practicaba sin reparar en nada más.

Los dos viejos, deseosos de contar hazañas al joven, le dieron datos en abundancia de su expedición en busca del animal, al que al parecer consiguieron tener a tiro en una ocasión. Moraba en Alma, un pequeño mundo alrededor de Sol-1, una estrella roja que estaba en las últimas fases previas a su extinción. El planeta era cálido y muy primitivo, cuajado de densísimas junglas casi infranqueables sobre las que caían aguaceros torrenciales desde una abundante capa de nubes. Todo era de color rojo en sus infinitos tonos, y se respiraba un aire de salvajismo que reconfortaba a un buscador de sensaciones extasiado con el holocausto de la caza mayor.

La fauna era considerable, con abundancia de aves, reptiles y especies depredadoras verdaderamente agresivas y mortales, pero ninguna como El-Mazulu. Esa les podía a todas con creces. Se sabía el lugar que este ser habitaba por la ausencia total de vida a su alrededor y el silencio que dejaba tras de sí, lo que le había valido el sobrenombre de “la muerte” entre los círculos aguerridos más íntimos del club. Todas las especies huían en total gesto de sumisión ante lo que parecía ser el animal más alto en la cadena depredadora que se pueda imaginar. Toda una tentación ante la que muchos, al parecer, habían sucumbido.

Pero ¿Qué tipo de bestia era exactamente? Set estaba ansioso. Los dos viejos se miraron y uno de ellos habló con voz muy grave y ceremoniosa:

“Esta criatura proviene de un antiguo origen, muy apartado del normal de todas las especies. Para empezar te diré algo. Cuando estuve indagando en Kalladan hace muchos años y conviví con indígenas de la tribu M-ladé me dijeron que su génesis se remonta al principio de todo. Posiblemente

El-Mazulu sea la criatura más antigua aun superviviente que puebla el cosmos. Ellos cuentan que cuando Dios estaba edificando un palacio en esos planetas Rishi, urdió un plan osado. Crearía a un ser capaz de defender sus secretos con eficacia extrema, a fin de no tener que preocuparse de que alguien tuviese acceso a lugares donde tenía almacenadas cosas capaces de desestabilizar el orden que tanto trabajo le había costado implantar. Para ello se internó en el reino del caos que hay debajo del cosmos, donde el tiempo carece de importancia y las fraguas elaboran la materia con matrices de fuego. Allí encontró a Drona, el herrero universal, y le entregó los planos de la criatura que solicitaba. Cuando los vio, el artesano soltó un bufido que resonó en el aire, y mirando a Dios le dijo que lo haría porque le simpatizaba su causa, pero con dos condiciones: primero que no se sentiría responsable de los daños que aquel ser pudiese ocasionar libre de control, y segundo que le diese su palabra de que quemaría los planos que tenía en su poder para evitar que algún día pudiese rehacerse tanto mal carente de inteligencia. Dios aceptó, y el herrero se puso a trabajar.

Fue a su almacén y seleccionó un bloque perfecto de metal fatuo, un mineral que ya se ha perdido porque se ha degradado, pero del que se separaron los elementos que forman el cosmos. Estaba en el centro exacto del big bang, y solo Drona disponía de aquel trozo inmaculado, que había sobrevivido a la fuerza tremenda de la deflagración primaria. Su pureza absoluta le confería la capacidad de ser indestructible, y con él creó nada menos que la coraza de El-Mazulu.

Para el sistema linfático Dios había ideado un compuesto de gases nobles que se moverían a gran velocidad impulsados por dos corazones, uno en el pecho y otro en el abdomen, capaces cada uno de mover los fluidos con independencia del otro y a una temperatura elevadísima. Llevarían a los tejidos blandos el aporte de nutrientes gaseosos procesados desde un gran estómago alojado en el pecho a través de conductos de fibra de carbono, resistentes a la presión y el fuego vivo que por ellos iba a correr. De este modo, el animal unificaba las funciones de respiración y alimentación en una sola, y prescindía del fluido sanguíneo y su lento discurrir, con lo que ganaría en vigor y rapidez.

Del mismo modo que los corazones estaban duplicados, también se dispusieron dos cerebros, uno en el cráneo para controlar las funciones sensoriales y sus respuestas, y otro bajo el estómago para las de gestión corporal y motoras. Toda la cabeza estaba rodeada de ojos adaptados a diferentes frecuencias, y capaces de ver a través de los objetos.

La musculatura estaba compuesta de preón-B, un tejido celular auto-regenerativo que podía rehacerse con asombrosa rapidez ante agresiones externas. Por su interior discurrían los nervios, sutiles para gestionar y analizar, pero insensibles al dolor. Si algún miembro era desprendido de ElMazulu tomaba autonomía propia y era capaz de engendrar a otra criatura completa en seis semanas, con lo que amputarle alguna parte, por pequeña que fuese, no era buena idea, si bien esa criatura acababa sucumbiendo al cabo de unos meses, con lo que siempre quedaba un único ejemplar, el original. Eso le convertía en un animal diabólicamente difícil de matar, con sus órganos internos inatacables, insensible al dolor, capaz de regenerarse y sobrevivir en cualquier ambiente y preparado además para crear múltiples vástagos si era descuartizado… Una máquina perfecta.

Sin duda era muy fuerte y peligroso. Toda su fisonomía se apoyaba en la estructura externa de metal fatuo, por lo que carecía de esqueleto. Cuando estuvo terminado, Drona lo miró con espanto y admiración, porque en verdad era un ser divino lo que había salido de sus manos. El-Mazulu fue liberado por Dios de sus cadenas, y ascendió hasta la zona que debía proteger alrededor de su guarida, haciéndola inexpugnable por los tiempos de los tiempos”. Ahí terminaba el relato del viejo, y Set vio como su cara se iba ensombreciendo con dudas y temores.

En cuanto a su forma…

No había constancia de su forma, que había sido olvidada. Nadie había sobrevivido a su visión directa. ¡Excepto los dos viejos cazadores!

Ellos lo tuvieron a tiro unos segundos mientras estaba encaramado a unos riscos, pero lo que vieron fue borroso y singularmente extraño, una aberración. Parecía más un cúmulo de sombras que una forma corpórea, pero sabían que solo podía ser él. Cuando estaban a punto de disparar, un grupo de ojos terribles los miró con tal ferocidad que no pudieron apretar el gatillo a pesar de ser expertos y estar curtidos en mil batallas. Eran grandes y amarillentos, con una notable maldad en su interior. Se helaba la sangre en las venas ante aquella contemplación. Uno sabía que estaba siendo analizado concienzudamente, y que vivir o no dependía de variables que escapaban al control. Fue muy impresionante, y como resultado de esa impresión no fueron capaces ni tan siquiera de disparar, cosa que nunca les había dado reparo en confesar. Se había generado un gran miedo alrededor.

Jamás supieron exactamente lo que había ocurrido esa tarde, pero lo que si estaban seguros es de que no volverían a intentar cazar a aquella criatura, porque, aunque desconocían el motivo, eran conscientes de que les había perdonado la vida. Ante su mirada se sintieron más indefensos que la más acorralada de las presas.

El más viejo de los dos hombres, con una voz baja pero firme, dijo finalmente mirando a los ojos de Set:

-

Mira, hijo. Se lo que sientes, porque yo también fui joven hace mucho, y conozco lo que estás pensando ahora mismo, pero si finalmente te decides y vas allí, procura tener claro que puede que nada de cuanto hagas merezca la pena si finalmente no salvas la vida. Esa criatura, sea lo que sea, no es de nosotros. No pertenece a nuestro mundo, a nuestra naturaleza. Aquí las cosas son amables o

bruscas, fieras o mansas, buenas o malas… pero ese animal, si es que de un animal se trata, escapa a todo eso, créeme. Yo he visto su mirada, y eso es algo que me persigue cada noche. Ten mucho, muchísimo cuidado mientras estás allí. -

Señor, puede estar seguro de que tendría que perder la vida para no traerle la cabeza cortada de ese ser. Se lo garantizo.

-

Bueno… realmente no se si quiero volver a verlo, hijo. No lo se… Tu ten mucho cuidado. Se te ve buen chico.

A pesar de la advertencia tan clara, Set estaba tan excitado por aquellas revelaciones que no tardó en contárselo todo a Gareth Solu, su compañero de aventuras, que también sucumbió ante los encantos irresistibles de semejante presa. Se entusiasmaron tanto que ambos omitieron los temores del viejo. No tardaron nada en hacer planes, y fruto de ellos allí se encontraban, en una orilla rojiza que precedía a esa jungla densa y húmeda.

Una jungla que alojaba a El-Mazulu.

Ellos estaban seguros de que no fracasarían donde lo habían hecho los dos viejos, y con ese convencimiento otorgado por la juventud y la falta de buen juicio penetraron en la maleza. Set no creía en viejas leyendas, nada de eso. Solo buscaba la realidad tangible de cazar a un animal único, y Gareth era su pareja perfecta para eso. Estaban muy compenetrados, y ya habían compartido el éxito de abatir quimeras en reiteradas ocasiones.

Encontrar el lugar donde la criatura teóricamente vivía fue muy fácil, porque solo tuvieron que localizar desde la órbita de Alma el lugar del planeta donde no había ningún rastro de vida animal, y allí debía estar. Habían desembarcado en ese lugar, así que no debían temer a ningún otro ser. Si algo se movía, era su presa. Así de fácil, sin más.

Llamaron al vasto círculo “la zona muerta”.

Caminaron un par de horas penosamente por la jungla, dejando atrás a golpe de machete un pasaje que iba cerrándose de manera rápida en aquella espesura impresionantemente oscura y rojiza. Ambos estaban muy mojados de savia desprendida de las ramas cercenadas, pero estaban acostumbrados a cosas similares e incluso peores. No hay barrera para el cazador.

El silencio era sobrecogedor. Eso no lo habían sentido en ningún mundo con anterioridad. Un silencio espantoso mientras se internaban por la impracticable espesura de ramitas, ramajos, ramas y troncos entrelazados frenéticamente. Gareth iba por delante abriendo paso a golpe de machete, como se hacía antaño. Siempre había sido un purista, y a veces Set se mofaba de él diciéndole que por qué no usaba aún uno de los viejos rifles con munición sólida si es que era tan aficionado a la vieja escuela. Siempre le respondía “no hay que tentar a la suerte amigo, sino conocer donde está el límite de nuestras acciones”. Era un hombre curioso, y Set sabía que resultaba digno de toda confianza y un tirador excepcional, además de un rastreador muy hábil, dotado de una intuición portentosa.

Llegaron a un claro rocoso, una isla entre la maleza, y ambos convinieron en acampar, pues el día de veinticuatro horas de Alma comenzaba a entrar en su fase más oscura, y no era conveniente seguir con la visión nocturna conectada si el enemigo era tan peligroso como se suponía. Extendieron sus dos tiendas en el centro del campo de fuerza que habían preparado y durmieron plácidamente.

Fue una noche muy tranquila y agradable, con una temperatura de casi veintidós grados estables. Antes de dormirse Set se preguntó si sería la roca donde ahora estaban acampados aquella en la que la criatura fue vista por los dos viejos que lo tuvieron a tiro. No le importaba demasiado.

También se preguntó cual sería el número de aventureros que habría perdido la vida en ese planeta tras la búsqueda de su momento de gloria.

Tampoco le merecía mucha preocupación. En el fondo pensaba que era mucho menos estúpido que todos ellos.

Al amanecer Gareth se despertó antes que Set, y mientras se preparaba un desayuno a base de vitaminas estuvo inspeccionando el perímetro del pequeño claro. No había nada que llamase la atención a una persona normal, pero a aquel hombre sabio en seguir rastros un pequeño nudo en el estómago le avisaba de que algo no estaba bien, al menos no donde tenía que estar.

Muy lentamente miró en todas direcciones dejando que su instinto definiera el peligro que había detectado, pero por más que lo intentaba no veía nada. Era como si algo gritase en medio del silencio sin que su oído pudiese captarlo. Estaba confuso cuando de repente sonó la voz de Set por detrás, y salió de su marasmo. No quiso comentar nada a su compañero porque realmente no tenía nada que decir, y aparentó normalidad, pero por dentro se debatía en extrañas dudas.

Durante toda la mañana no pudo quitarse de encima la impresión de que estaban siendo observados.

Recogieron el campamento con rapidez, miraron detenidamente los mapas 3D y ubicaron perfectamente el lugar a donde querían ir a parar. Era una especie de cañón entre la maleza, una hondonada larga y estrecha que se abría entre dos montes cuyas estribaciones debían comenzar solo unos kilómetros más adelante. Si las previsiones de los cazadores eran correctas, era aquel el lugar apropiado para apostarse, ya que su estrechez obligaba al paso de la criatura, fuese lo que fuese, de un

lugar de la zona muerta a otro. Sería cuestión de tiempo. Además, era muy probable que la fiera también estuviese interesada en los dos hombres, con lo que el encuentro sería inevitable.

Gareth siguió guardando silencio en la retaguardia mientras Set hacía su función de abrir camino con el láser. Cuando estaban cerca de la entrada del cañón se detuvieron y liberaron al aerobot, que hasta entonces habían portado en una de las mochilas. Gareth se puso las gafas de control, en las que vería a criterio las imágenes que desde la vertical, a unos cincuenta metros de altura, le proporcionaría el silencioso artefacto ingrávido. Lo primero que divisó fue el inconfundible aspecto de aquel corte en la jungla, que parecía propinado por una gigantesca hacha. Allí la arboleda frondosa se hundía hasta donde alcanzaba la vista, y parecía ser más una trampa que una solución. Nunca había visto una jungla tan espesa e inaccesible.

A media mañana estaban descendiendo por la inclinada rampa de acceso a la garganta, y nada parecía ir bien. El aerobot tenía problemas de estabilidad, el láser de Set había perdido fuerza por lo que no cortaba lo suficiente, y Gareth se había golpeado la nariz con una rama al saltar una grieta. Sangraba mucho, pero había contenido la hemorragia con unos esternotrones. Estaba seguro de que no estaba fracturada, a pesar de la violencia del impacto. Resultaba muy molesto, pero no le prestó importancia salvo por el hecho de que le hacía perder visión por el exceso de lágrimas.

La humedad aumentó mucho durante el descenso, así como la oscuridad, y Set se estremecía pensando las criaturas que podían habitar en un sitio como aquel si no fuese por la presencia de ElMazulu. Aunque fuese maligno, realmente se hubiese sentido en mayor peligro ante las especies que faltaban en ese hábitat. Siempre prefería a un gran enemigo que a muchos pequeños, porque el número los hacía temibles. Y además las arañas le daban fobia…

Aún no había presenciado lo que el futuro le guardaba.

Mientras seguían descendiendo, las paredes del cañón se elevaban más y más, sumiéndolos cada vez en una mayor penumbra y en olores húmedos a descomposición y muerte vegetal. Las plantas habían dejado de crecer verticalmente, pero sus tallos gruesos serpenteaban de un lado a otro por entre rocas que no conocían la luz del sol. Eran tan vitales que podía vérselos en movimiento como si fuesen serpientes cubriendo cada espacio libre.

-

¡Set, detente! – La voz de Gareth era tajante aunque calculadamente suave. Algo lo había alertado. – Ahí delante. Ponte las gafas y mira lo que muestra el aerobot. – Lo hizo sacando sus gafas de la mochila delantera.

-

Ya, pero no veo nada. Indícame.

-

Allí. Entre aquellas ramas que surgen de la ladera izquierda. – Set miró en aquella dirección y aumentó el zoom de la imagen que le llegaba desde arriba. Miró la abrupta pared de roca.

-

Siiiiiii…. Lo veo. Es una especie… ¡una especie de nido con pájaros!

-

¡Exacto! Tres preciosos polluelos de ave. – Hizo una pausa - Y si lo que sabemos es cierto, y no tenemos por qué dudarlo, demuestran que hace tiempo que esa criatura no pasa por aquí. – Hizo un paréntesis- Nos hemos equivocado.

-

Entiendo. Bueno… Daremos marcha atrás y miraremos en otra dirección. No pasa nada. – La voz del hombre era conciliadora, pese a que en efecto este hecho desmontaba su plan por completo.

-

Muy bien pero descansemos un poco. Pensar otra vez en esa jungla me da cansancio. ¿Viste como se cerraba tras nosotros?

-

Como un ramo de serpientes.

-

Como una fiera.

El aerobot flotaba ahora a baja altitud para ahorrar energía, pero felizmente ya se había recuperado de sus problemas, posiblemente originados por algún afloramiento metálico que transformase las características magnéticas del entorno. Los hombres descansaron apaciblemente quince minutos e iniciaron el ascenso por la rampa natural que antes habían descendido. Le tocaba a Gareth abrir camino, y ya no fue capaz de hallar el menor rastro de por donde habían pasado con anterioridad. Se dio cuenta de que si alguien se perdía en aquel lugar no podría volver sobre sus pasos sin ayuda de medios de orientación. Nunca había visto tanta fuerza vital en las plantas, capaces de enroscarse y crecer a plena vista como animales retorciéndose. Era espeluznante.

Entonces, en total silencio, se paró y dejó de avanzar. Estaba clavado. Set lo miraba curioso, y tardó poco en darse cuenta de que su compañero había notado algo. Dio unos pasos felinos y se puso a su altura mientras aquellas ramas se contraían, cerrando el camino tras ellos. El hombre estaba absorto mirando al frente, a un lugar donde no se veía nada, pero conocía el instinto de Gareth sobradamente, y raras veces le traicionaba.

-

¿Qué ocurre, amigo?

-

Hay algo ahí delante, Set.

-

No veo nada.

-

Tampoco yo puedo verlo, pero sé que está ahí. Lo noto – Set siguió mirando en la dirección que señalaba Gareth. Solo vio ramas entrelazadas con virulento frenesí. Un muro vegetal rojo aparentemente vertical, impenetrable a la vista.

-

¿Estás seguro? No veo ni noto nada. ¿Qué es?

-

Está ahí. Lo noto desde hace minutos, pero hasta ahora no he podido ubicarlo. Set, no sé lo que es, pero es fácil imaginar que lo más probable es que se trate de…

-

Ok, ok…tranquilo. Estemos atentos. – Instintivamente quitó el seguro de su arma, y sintió la tenue vibración en la muñeca. Después se colocó al lado de Gareth con

lentitud, intentando no hacer ruido al aplastar la crujiente maleza. Cuando estuvo dispuesto sacó su buscador e hizo un barrido de infrarrojos y ultravioletas que apareció en el visor que tenía ante su ojo izquierdo. Nada. Ambos hombres estaban ya preparados, pero no había el menor indicio allí delante que los hiciera saber a lo que se estaban enfrentando. Estaban impacientes, con la adrenalina subiendo por sus venas como el agua de una fuente.

-

Gareth, dime: ¿sigues notando eso ahí delante?

-

Si, desde luego está ahí. Y te puedo asegurar que nos está mirando ahora. Siento su fuerza.

Entonces la selva entera al frente se movió hacia arriba sin previo aviso, se convulsionó. Fue una conmoción, una especie de vibración que corrió por la maleza verticalmente, como si algo enorme intentara hacerse hueco a gran velocidad succionando las ramas en su dirección como torrentes de pintura hasta casi hacerlas desaparecer. El ruido fue de roce, como el que algo provocaría al penetrar con violencia en la espesura. Los hombres flexionaron las rodillas y apuntaron con sus armas, pero no había nada a lo que disparar. Además, aquella cosa, fuese lo que fuese, no había intentado acercarse, sino que se había marchado por arriba sin dejarse ver.

Set se dio cuenta maravillado de que su compañero, una vez más, había tenido razón al decir que algo los estaba observando. Siempre había admirado ese instinto suyo, y ya se había hecho acreedor a ser un remedio infalible en sitios tan difíciles para centrar objetivos.

Cuando Gareth avanzó en dirección al lugar a Set casi no le dio tiempo a reaccionar para cubrirlo. Fueron treinta pasos duros, entrando entre ramajos y troncos. Finalmente, la escena que hallaron fue muy inesperada. Había un claro perfectamente limpio de unos diez o doce metros de

diámetro que ya comenzaba a ser invadido por la vegetación. Algo había borrado literalmente las plantas del lugar, seguramente lo mismo que se había abierto paso entre el follaje denso y rojo. Curiosamente, muchos arbustos aparecían estirados como si fuesen de goma, muy deformados y alargados. En el suelo había una fina película de una sustancia pegajosa muy caliente al tacto, y se agacharon para examinarla.

El animal los miraba ahora desde la distancia. Su visión le permitía traspasar la maleza desde casi quinientos metros, y eso le daba una considerable ventaja sobre sus oponentes. Los instintos desatados hacían aparecer en sus doce mandíbulas concéntricas que formaban el círculo de la boca un aluvión de secreciones que excitaban su ansia de devorar y triturar. Pero era pronto para eso aún, porque no se habían formado en su mente los colores de la caza. Solo esos grises amarillentos que denotaban que iba poco a poco saliendo del letargo porque había presas en su territorio, especies curiosas a las que depredar, como tantas veces.

Se alzó sobre la vegetación con la singular transparencia que le confería su mimetismo, camuflado con un rojo que hacía casi imposible verlo si no se fijaba mucho la vista. Podía estar así horas, pero aun no había conseguido atacar en ese estado, lo cual habría sido un arma ya imposible de eludir.

Pero tenía otras.

Mientras tanto, los dos hombres no encontraban pistas sobre hacia donde había ido lo que hubiese causado aquel fenómeno. Set tomó unas muestras del líquido pegajoso. Era difícil saber de qué se trataba, pero indudablemente no era de origen vegetal. El olor era neutro, pero aquella textura… Le recordó a las babas de algunos animales, e instintivamente arrugó la expresión y se restregó la

viscosidad en una de las gruesas botas herméticas. Con sorpresa observó que, aunque todo estaba limpio de ramajos, no había ni rastro de sustrato en el suelo, y eso era muy raro.

Gareth permanecía atento a la jungla, y con sus finos sentidos muy aguzados. Presentía que aquella criatura aun debía estar cerca, y no quería sorpresas. Era muy consciente de que en realidad sabían muy poco de su presa, y eso comenzaba a preocuparle después de ver cómo se había escurrido entre la impracticable maleza. Además, la espesura hacía muy difícil seguir a un animal con garantías, sobre todo si era capaz de acercarse a tan corta distancia sin ser visto.

Comenzó a llover con fuerza. Ambos habían sabido al documentarse sobre Alma de sus lluvias torrenciales, pero aun así los sorprendió tanta violencia. Era casi como estar en el corazón de una catarata, con lo cual todo rastro quedaría aun más diluido de lo que ya de por sí estaba.

Eso los obligó a hacer subir mucho al aerobot, confiando en que pudiese aportarles una perspectiva de fondo de la ruta hacia donde se dirigirían, y cuando estaba a casi seiscientos metros de altura en la vertical de ambos hombres, una imagen singular llamó la atención de Gareth. A distancia indeterminada hacia el norte magnético se extendía una especie de meseta elevada, perfectamente redonda, una enorme galleta plana cubierta de vegetación, y que por algún motivo les había resultado imposible de ver desde la órbita, por lo que había pasado desapercibida a la cartografía planetaria elemental de que disponían. Sin embargo, desde el punto de vista elevado y angulado que ahora tenían en sus visores gracias al ingenio volador de exploración que era el aerobot, quedaba al descubierto, y desde luego resultaba extraordinaria.

Hacia allí tenían que ir, sin duda. Gareth sentía cierta emoción en haber encontrado una regularidad en aquel caos rojizo, porque podía ser una pista interesante para acercarse a su extraña presa. Mientras iban rompiendo la maraña con sus machetes, Set hizo que el Accord, su nave de

crucero situada en órbita baja, se encargase automáticamente de realizar un análisis topográfico con telémetros láser de la curiosa meseta.

La imagen tridimensional que llegó a los visores de los hombres no ofrecía dudas: se trataba de un círculo perfecto de setecientos metros de diámetro y treinta y cinco de altura, extraordinariamente regular para ser natural. Además, con las reservas que ello entrañaba desde un análisis orbital, el material que componía aquel fenómeno parecía muy diferente del entorno, con una fuerte variación de densidad. Posiblemente roca granítica o basalto.

Sin pausa, y con la adrenalina remozada gracias al nuevo hallazgo, siguieron avanzando penosamente mientras a sus pies corría el agua con fuerza. Se estaban formando grandes charcos, pero los campos de contención atmosférica los alejaba de la posibilidad de mojarse pese a las torrenteras que comenzaban a correr. Estaban imponiéndose un ritmo elevado, pero no llegaba la fatiga o el cansancio.

En menos de una hora se encontraban muy cerca de aquella cosa, aunque eran incapaces de verla. Estaba tan densamente cerrado el follaje a su alrededor que no había forma de adivinar nada unos metros más adelante. Además los árboles en esa zona eran muy altos, y el aerobot tenía problemas para mandar imágenes nítidamente enfocadas a corta distancia por la lluvia, que había arreciado más aun. Parecía tener problemas con el gran angular, y ambos cazadores convenían en que a su retorno habría que revisarlo a conciencia.

¡Entonces apareció!

Al soltar un último machetazo quedó al descubierto lo que era un muro perfecto no atacado por la vegetación. Estaba formado por bloques colosales de piedra increíblemente ensamblados y apilados

en horizontal. Haciendo un cálculo conservador, aquellas piedras no tenían de arista larga menos de treinta metros de longitud, lo que las convertía en algo muy difícil de mover. Y sin embargo estaban tan unidos que era imposible distinguir las junturas sin aplicar la vista. Set y Gareth sabían que estaban ante la obra de alguien muy poderoso si había sido capaz de cortar, mover y unir esos bloques tan limpiamente. A ambos les vinieron a la cabeza relatos antiguos de mundos donde sus antiguos y desaparecidos habitantes habían dejado construcciones similares a ésta, hechas con bloques de piedra cortados como mantequilla. Quiénes fueron los arquitectos, nunca se supo, pero ahí estaban, sin duda, los restos de su fuerza hasta el fin de los tiempos. Era sobrecogedor.

Sí, aquella construcción imponía, y desde donde ellos estaban la vasta muralla se erigía treinta y cinco metros perfectos, con una ligera inclinación hacia el interior por la que chorreaba el agua de la lluvia con fuerza, creando un barrizal que manchaba sus campos hasta las rodillas.

Además

era

curioso observar que había despejado

un

pasillo entre

las

piedras y la jungla que no estaba ocupado por ninguna planta o tallo, a pesar de su comportamiento expansivo. En cierto modo parecía como si nada quisiese acercarse al gran muro, aunque pensaron que realmente debía haber otros motivos menos arcanos, como por ejemplo algún componente químico liberado en su día por los constructores.

Por encima, el aerobot había hecho la sorprendente revelación de que estaba todo cubierto por una capa vegetal aérea que flotaba a varios metros sobre la terraza superior, sin acercarse tampoco,

formada también por bloques de gran tamaño que quedaban perfectamente camuflados bajo la estructura roja que los ocultaba de la visión cenital. Era una superficie plana que llegaba regularmente hasta el otro extremo del círculo, con lo cual solo había dos alternativas a juicio de Set: o era un edificio hueco de tamaño descomunal, o había sido hecho macizo para soportar algo muy pesado. Lo sabría pronto.

Caminaron instintivamente hacia la izquierda y alrededor, buscando una manera de entrar en el gran círculo de piedras rojas cuya pared se curvaba en el horizonte con precisión.

-

Esto me da muy mala espina, Set – Dijo repentinamente Gareth volviéndose hacia su compañero.

-

Tranquilo. No son más que un montón de piedras en fila. Ya hemos visto muchos sitios así, amigo.

-

Si, lo sé, lo sé. pero aquí hay algo distinto. Verás: este mundo no es como los otros. Forma parte del grupo de planetas Rishi.

-

¿Y?- Inquirió Set sin dejar de caminar y vigilar hacia la jungla en su lateral.

-

Pues que es un mundo antiguo, Set. Antiguo de verdad. Me he informado muy bien antes de venir, sabes que me gusta. Cuando fue explorado por una expedición de espacio profundo en 56007 lo bautizaron como Alma porque esa era la traducción del nombre que le daban los Urganu, que a su vez lo habían recogido de los Míladan mucho antes. Todas las grandes civilizaciones galácticas primigenias sabían que estaba ahí, y le atribuían una antigüedad extraordinaria, incluso las que para nosotros son ya muy antiguas. Nadie vio jamás este planeta en su apogeo, cuando éstas ruinas fueron creadas.

-

Bueno Gareth, hay muchos mundos antiguos en el cosmos, y no por ello son más peligrosos que los demás. Más bien al contrario, suelen ser planetas casi acabados, con baja actividad.

-

Si, por supuesto. Pero éste es diferente. Verás: los planetas Rishi se sabe que fueron los primeros que se formaron en la galaxia, y eso fue hace unos doce mil millones de años. Algunos, como Alma, ocuparon su sitio en los brazos exteriores alrededor de estrellas pequeñas pero suficientes, y fueron mutando en los turbios inicios a través de impactos que los sintetizaron y cruzaron del mismo modo que nosotros hacemos con los animales en el laboratorio. – Set miraba absorto a su compañero mientras seguían avanzando al lado de la enorme estructura. – Cuando los Míladan, uno de los pueblos originales, lo catalogaron, éste era un mundo agradable y próspero, que acabó alojando civilizaciones que nunca terminaron de alcanzar las estrellas. Eran otros tiempos. Sin embargo, hubo algo que a mí me llama la atención, y cuya respuesta me preocupa.

-

Ya. ¿Y es…?

-

Los Míladan fueron grandes civilizadores en su tiempo. Extendieron su cultura poblando planetas de un extremo hasta otro de la galaxia sin miedo a nada, solo atentos a sus necesidades como raza. Sin embargo, algún día llegan hasta aquí, encuentran este lugar, lo catalogan, lo investigan… ¡y se van! ¿No entiendes lo que quiero decir, Set? Aquellos seres navegantes y atrevidos hallaron algo aquí que prefirieron mantener alejado de ellos, y desde entonces no se han acercado que se sepa. Además, posteriormente los Urganu actuaron de igual manera, y eso ya sí que es preocupante, pues se sabe que hay bajo nuestros pies abundantísimos yacimientos de metales preciosos, y esta raza es conocida por sus tremendas prospecciones mineras. Nunca han hecho el menor intento de perforar aquí.

-

¿No te parece que estás yendo demasiado lejos, amigo? Yo no veo nada raro en este lugar… Solo una selva que domina y devora, una estructura grande y muerta como vestigio de alguna civilización pasada y posiblemente un animal fabuloso que se esconde hasta que yo le ponga mi vista encima.

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¡No, no, no! No me entiendes o no me explico, no. He estado estudiando, ya me conoces, lo que los Míladan dejaron escrito sobre este mundo, y eso es lo que no te he contado aun.

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¡Vaya! Acabas de excitar mi curiosidad. – La voz de Set no sonó carente de ironía y con algo de brusquedad. Le parecía que su amigo estaba divagando en exceso, pero lo escuchaba atento mientras no descuidaba detalle del extraño lugar.

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Ellos decían (y esos escritos se remontan a muchísimo antes de la aparición de los M-ladé en Kalladan y por tanto al nacimiento de las leyendas que aquí nos han traído) que Alma es el planeta original escogido por el creador para establecer determinadas instalaciones, y que no había que acercarse a él. Así de simple…

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¡Joder, Gareth!... – Set se detuvo en seco, miró a su amigo sorprendido y le habló con la voz agria - ¿No te habrás creído todas esas tonterías, verdad? Vamos, vamos… Tu nunca has sido supersticioso como para creer en Dios o cosas así.

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¡Ni lo soy, Set! Pero tu conoces mi instinto, y desde que llegamos a este puto planeta me siento como una sardina a la que están a punto de meter en una lata! Y averigüé más cosas que…

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¡Un momento! ¡Mira eso! – Set había alzado su mano conminando a su amigo a guardar silencio.

El aerobot se había detenido quinientos metros más adelante frente a lo que parecía un enorme pórtico, y aquello solo podía significar que habían encontrado el acceso al interior de la estructura.

Los cazadores llegaron frente a la magna abertura, elaborada con un exquisito gusto arquitectónico que aun era notable pese al tiempo, que allí parecía haber sido benévolo. Tendría unos veinte metros de altura, y desde luego era triunfal, uno de esos monumentos que hacen que uno se sienta pequeño y fuera de lugar. Estaba al final de una gran escalinata que se elevaba por un pequeño pasillo cuadrangular al fondo del cual estaba embutida la puerta.

Se divisaba claramente lo que parecía ser, tras el acceso, un patio columnado que debía tener otras entradas a sitios más específicos del conjunto. Muy arriba se veía el interior del techo, formado por enormes bloques que parecían suspendidos en el aire. Quien quiera que hubiese hecho aquello había desafiado plenamente las leyes físicas, pero lo mejor era que había logrado que se mantuviese en pie durante eones resistiendo a los embates de la naturaleza.

Ahora estaban detenidos frente a aquella boca escrutando su interior de sombras rojas. La contemplación era extraordinaria, y Set se alegró de que los dos viejos cazadores del club no hubiesen hecho mención de ese hallazgo, pues en el futuro seguramente conseguiría que fuese catalogado con su nombre bien grande al lado como descubridor. A nadie amarga un dulce.

Cuando iba a dar un paso hacia los escalones que llevaban al interior sintió la mano de Gareth que lo agarraba por el brazo con fuerza. Lo miró.

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Espera, Set. Creo que hay mas cosas que tienes que saber antes de seguir.

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Vale, vale… Te escucho. – Dijo volviéndose y tocando el hombro de Gareth amigablemente. Aunque estaba ansioso por explorar aquel descubrimiento peculiar sabía que su amigo le hablaba muy en serio y no iba a ignorar sus opiniones, pese a que en el fondo le pareciesen fantasiosas y fuera de lugar ante lo que estaban a punto de conseguir.

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Los Míladan estuvieron aquí antes que ninguna de las razas del espacio, la mayoría de las cuales aun ni existían, ya te lo he contado. Ellos fueron los primeros, y por tanto estudiaron el lugar con el mayor mimo, puesto que ya entonces estas ruinas eran extraordinariamente antiguas, y eso era algo sorprendente en aquellos momentos iniciales de la vida a gran escala. Significaba ni más ni menos que no eran los primeros, y eso siempre es algo difícil de digerir cuando uno se lo ha creído. – Gareth soltó su arma y se bajó la mochila para extraer su ordenador holográfico. Lo puso en marcha mientras Set lo miraba fugazmente pero muy atento al entorno. Continuó hablando mientras lo manipulaba – He conseguido reunir información de la Biblioteca Galáctica Interracial, que como sabes reúne los conocimientos unificados de todas las razas federadas sobre cartografía estelar

e historia de los mundos. Pues bien, he

averiguado que los científicos Míladan estuvieron estudiando el planeta desde un campamento que situaron en algún sitio de ahí detrás, donde ahora está esa jungla increíble. Eso lo sé porque dicen claramente que se ubicaron frente al único lugar de entrada a un recinto circular de grandes piedras. En aquellos tiempos todo estaba desierto, y la presencia de algunos pocos árboles dotaba de verdor al entorno. A partir de ahí su historia resulta mutilada, porque, y óyeme bien, después de invertir muchísimo tiempo y abundantes medios en averiguar qué diablos es eso de ahí – dijo enfáticamente señalando al pórtico - se dedicaron a borrar sistemáticamente cuanto habían recopilado. Todo el fruto de sus investigaciones. -

No entiendo. ¿Qué sentido podía tener eso?

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Pues… bueno. La verdad es que no lo sé, pero desde luego estoy seguro de que encontraron algo aquí, Set. Algo que no solo los asustó enormemente, sino que los hizo sentirse en la obligación de guardar el secreto a fin de que todo pudiese seguir tal como había sido hasta entonces.

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¿Los Míladan? ¿Asustados?... Noooooo. No, amigo. Por ahí no paso. A esos no los asusta ni Dios.

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Curiosamente, y me hace gracia que digas eso precisamente aquí, ese es el origen de la leyenda que filtraron respecto a que este lugar tiene relación directa con EllM’jandé, el equivalente en su religión a nuestro Dios. De primera mano, Set. Ellos saldaron el asunto diciendo a todo el mundo “quietos y no os acerquéis a Alma, porque allí os vais a encontrar con un lugar donde é suele ir y quizás no le guste veros por allí”.

Set Ulevi, hombre racional y magnífico cazador, estaba muy sorprendido por lo que oía, y desde luego, si no llega a estar diciéndolo alguien cuerdo a quien había visto mil veces jugarse la vida

sin reparos, hubiese pensado que eran divagaciones fruto del miedo. Pero conocía muy bien a Gareth, y además no podía pasar por alto su finísimo instinto, que más de una vez los había sacado de apuros ocultos haciendo gala de un maravilloso sexto sentido.

-

¡Ah! Aquí está. – Dijo Gareth, que había encontrado lo que buscaba en su ordenador. – Mira esto. – En el aire, proyectado tridimensionalmente, aparecía ahora una imagen de lo que tenían ante sí. El pórtico que rompía la monotonía de aquella muralla circular.

-

Ya veo. – Dijo Set - ¿Cuándo la has tomado?

-

Nooooo, no, no, no…Set. Esa imagen es lo único que se conserva de aquella expedición que los Míladan efectuaron hace la friolera de diez mil millones de años a este lugar.

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¡Me tomas el pelo! ¿Pretendes decirme que en todo ese tiempo eso de ahí enfrente no se ha erosionado ni desplomado? ¿En éste ambiente tan agresivo? ¡Venga ya! Dime, ¿dónde has conseguido esa foto?

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Bueno… La foto está autentificada, como puedes ver en el sello abajo a la derecha – Set miró intrigado, pero no quedó satisfecho con lo que vio.

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¡Vamos, Gareth! ¡Ya vale! Estamos aquí de cacería, no de arqueología. Me da igual que la foto sea real o no, amigo… Yo solo quiero encontrar a ese bicho, sea lo que sea si es que existe, y matarlo.

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Ya. También ese es el motivo que me impulsa a mí, pero algo me dice que si atravesamos esa puerta no va a haber marcha atrás, Set. Hay algo ahí dentro muy poderoso. Algo que otros más inteligentes que nosotros prefirieron omitir de sus rutas por el espacio para seguir viviendo en paz.

-

¡Bien! Pues si está ahí dentro, mejor. Esa selva me pone nervioso y no es un buen sitio para afinar la puntería.

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Ah, por eso no te preocupes. ¡Claro que está ahí dentro! Lo que ocurre es que si entramos en sus dominios posiblemente la ventaja que el adquiera sea decisiva, ¿entiendes? Creo que nos arriesgaríamos en exceso esta vez.

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¿Y que sugieres, Gareth? ¿Qué nos quedemos aquí hasta que aparezca cuando le de la gana? ¿A que le digamos sencillamente “señor, por favor, salga por esa puerta para que podamos dispararle”?

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No. Sugiero que nos retiremos y olvidemos esta aventura.

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¿Queeeee? ¡No puedo creer lo que me estás diciendo, amigo.

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¡Hagámoslo, Set! ¡Ahora que estamos a tiempo! Podemos decir que el Accord se nos averió y que no pudimos llegar a Alma. Todos nos creerán y conservaremos la vida. Hay mil expediciones que hacer sin necesidad de jugársela contra-corriente.

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No, Gareth. Yo no me voy sin mi presa. No podría vivir con la idea de que un animal haya podido más que yo. Perdería el sueño para siempre, ya me conoces – Gareth comenzaba a tener el semblante muy serio.

-

No me entiendes nada, ¿verdad? Lo que me preocupa, lo que me tira para atrás, no es ese maldito animal, Set. No es eso lo que siento en el ambiente, no. El problema aquí no lo crea ningún animal, sino algo mucho mayor. Algo inmenso y que no podemos entender ni contra lo que podemos nada. ¡Lo que yo temo es a lo que hizo que los poderosos Míladan pusieran tierra de por medio sin pensárselo, demostrando una gran inteligencia que fue la que los hizo dominar la galaxia antes que ninguna otra raza! Ese animal, esa cosa, solo es el perrito guardián de algo muy grande, y es a eso a lo que temo.

-

Gareth, me vas a perdonar que te diga esto, pero… ¡me importan un carajo los Míladan y sus decisiones! ¿Entiendes? Si vas a seguir por ese camino te sugiero que te quedes aquí y me esperes, porque yo voy a entrar – Después de esas frases

se hizo el silencio entre los dos hombres unos segundos. Gareth no quería seguir tensando el ambiente. -

Vale, vale… Tranquilo, Set. Sabes que no te dejaré solo, pero ten en cuenta que si en algún momento lo reconsideras…

-

¡Al diablo con la monserga, Gareth! Recoge de una puñetera vez el ordenador y prepara tu arma, que toca cazar – Su voz sonó alegre y decidida. Tan optimista que hasta Gareth pensó que en verdad todas los argumentos que había expuesto eran ridículos. Así era Set Ulevi, capaz de transmitir una seguridad aplastante aunque estuviese marcadamente equivocado. Seguía diluviando.

Fue el primero en pasar el pórtico, y no sintió nada extraño. A Gareth en cambio se le cortó la respiración y un golpe de adrenalina lo hizo estirarse y sentir una cierta sensación de euforia. No podía negar que estaba muy emocionado, mucho más que Set, al que solo le importaba esa extraña criatura. Cuando entraron en lo que parecía un recibidor encontraron otras dos puertas, una a la izquierda y la otra a la derecha, cada una con un curioso bajorrelieve sobre el dintel. Representaba a lo que parecía un ser geométricamente encajado entre las piedras, con una inscripción a su lado que resultó indescifrable, pero que no podía ser nada bueno, a tenor de la imagen.

Entraron por la puerta que daba a la izquierda, que resultó comunicar con una enorme galería o pasillo interior cuya pared izquierda era el muro de contención visible desde fuera. La megalómana construcción mediante bloques desproporcionadamente grandes tenía una grandiosidad que estaba presente por todos lados, y Set fue el primero en observar que había una tenue luz roja omnidireccional que daba al conjunto un aspecto oscuro diabólico. Aunque ambos desconocían su procedencia, ya habían visto antes fenómenos fosforescentes de ese tipo en otros lugares, y no les pareció especialmente extraño. Lo último que recordaba Gareth al respecto era un paseo virtual por una catedral como las que se sabía que existieron antaño y que fueron derruidas por la erosión. Estar

en este lugar era como hallarse en una de aquellas naves con resonancias etéreas que confundían al hombre.

A la derecha de la galería, que se iba perdiendo en la distancia describiendo una gran curva hacia el interior, estaban incrustadas pequeñas puertas que no parecían llevar a ninguna parte, como si fuesen espacios reservados para albergar imágenes que estaban ausentes. El pasillo tendría no menos de sesenta metros de ancho, y no había una sola columna para mantener arriba el peso desorbitado del ciclópeo techo. Arquitectónicamente nunca habían visto nada igual, pero la carencia de adornos era absoluta. Caminaron solo con el eco de sus pasos resonando en las duras losas, y el foco amable de sus linternas que partían desde ambos cascos de caza blanqueando la roja oscuridad. El aerobot se había detenido con algún problema, pero allí dentro no era de gran ayuda, así que lo dejaron atrás. Estaban demasiado impacientes como para perder tiempo en eso.

Entonces, en un lugar que debía ser el equivalente al este magnético, apareció otro pórtico, quizás más pequeño que el exterior, pero también impresionante. Daba a una nueva galería, esta vez algo más estrecha. Gareth se paró.

-

¿Has oído eso?

-

No. ¿El que?

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Ha sido solo un momento, pero… no se. Era como algo que golpeaba sórdidamente en la distancia. Una cadena de grandes golpes regulares…

-

¿Estás seguro?

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Si… Creo que en esa dirección – Señaló hacia la derecha.

-

¡Vamos!

A medida que avanzaban el sonido se fue haciendo presente, y Set se maravilló de la agudeza de sentidos de Gareth. Efectivamente, era como un corazón enorme en la distancia que golpease con una regularidad extraordinaria. Exactamente a un latido por segundo.

Entonces lo vieron al fondo de la galería, aun lejos. Era una sombra, una especie de gran bulto muy negro que resaltaba bajo la extraña luz roja. Era difícil dictaminar su tamaño, pero desde luego no tenía menos de cuatro metros de altura, fuera lo que fuese.

Los latidos cesaron.

Set se hizo un barrido de la zona, y solo halló frío y ausencia de movimiento. Los sensores no detectaban nada. Se estaba quitando el visor para decírselo a Gareth cuando el gran bulto se movió con agilidad extraordinaria emitiendo un ruido parecido al que producirían unas grandes zarpas al arañar la piedra, y supuso que se estaba preparando para atacar.

-

¡Atento Set! ¡Ahí tienes tu presa!

-

Lo capto, amigo – dijo mientras retiraba el seguro de su rifle – Dentro de un momento será historia.

El experto cazador apuntó con mimo. Lo tenía perfectamente enfocado en su mira telescópica, y aunque era imposible ver la forma exacta de la criatura pensó en buscar algo que pudiese parecerse a la cabeza, pero era francamente difícil en aquel amasijo de negrura. Echó de menos saber mejor la forma de la bestia para poder apuntar con más conocimiento, pero sabía que tenía dos corazones, dos cerebros... Sólo había que acertar una vez.

Y un grupo de ojos amarillos llenos de ferocidad inundaron de pronto su visión con un odio que le hicieron desviar el tiro en el último momento. La bala de plasma, capaz de perforar cualquier cosa, se perdió en la curvatura al fondo de la galería, y produjo un chisporroteo al atravesar el muro de piedra. Gareth sólo tuvo tiempo de sorprenderse de que su amigo hubiese fallado un disparo tan seguro, porque un segundo después ambos cayeron de espaldas abatidos por una onda de choque que les golpeó el pecho con fuerza. Había sido emitida por la criatura, capaz de generar un frente subsónico para aturdirlos, una convulsión en el aire imposible de ser detenida.

Un bramido magnificado por la reverberación del enorme anillo que era aquella galería llegó destrozando el silencio y avisando a ambos hombres tirados en la piedra de que, efectivamente, lo que pretendían abatir ese día no guardaba parecido alguno con el resto de la naturaleza galáctica. Parecía que estaban resonando todas las trompetas del juicio, y lo hacían con tanta fuerza que los oídos les dolían. Era aterrador, y hasta Set Ulevi descubrió de repente que aquella cacería había dejado de ser divertida.

A un paso de la inconsciencia, consiguió que su instinto de conservación le ayudase a mantenerse despierto y tomar de nuevo el rifle, que había caído a su lado. Con agilidad felina se giró en el suelo, apoyando los codos en la piedra dura, y apuntando en dirección a donde sabía que rugía la criatura. Estaba escuchando el sonido inconfundible de algo con un gran peso cuyas zarpas corrían en su dirección a extraordinaria velocidad, y se dio cuenta con horror de que El-Mazulu estaba acercándose para rematar a sus dos presas en el suelo, convertido en cazador insaciable. Como presa, tenía poco tiempo.

Cuando se puso en posición de disparo pudo ver aquel enjambre de ojos, muchos, que fulguraban alrededor de lo que parecía ser la cabeza de la criatura, cuyas formas eran imposibles de ver incluso ahora, y recordó a los dos viejos cuando fallaron aquel disparo. El blindaje de metal fatuo,

tan pesado como el corazón del big bang, absorbía la luz curvando el espacio a un par de metros alrededor del mismo modo que lo hacen los agujeros negros. Nada a aquella distancia podía sobrevivir porque era engullido por la súper masa del metal, que se volvía más duro aun. La visión de los elementos que estaban alrededor o detrás de su cuerpo quedaba deformada y estirada en dirección a aquel punto de gravedad infinita.

Gareth, aturdido, se giró ante el atronador ruido que se acercaba haciendo vibrar el suelo, y también vio el horror que suponía aquella mancha opaca. Tenían poco tiempo para reaccionar, pero se quedó bloqueado y extasiado ante la escena de aquellos ojos que destellaban en todas direcciones. Creyó distinguir cuatro enormes y musculosas patas acabadas en garras descomunales, pero la impresión duró un segundo antes de ser deformada. En el fondo, todo era el poder de las ausencias, de lo invisible e inviolado. Abominable abismo de lo desconocido con fauces de secreto perenne.

Entonces vio en su elucubración delirante un pequeño relámpago y supo que Set había disparado. Y otro, y otro… Contó cinco, pero no observó el menor daño en la criatura, que estaba ya a no más de cinco o seis segundos de alcanzarlos.

Set sabía que le había dado. Estaba seguro. Era imposible fallar a esa distancia, y sin embargo no parecía que el arma hubiese hecho el menor efecto.

-

Dispara por detrás

-

¿Qué dices?

-

Que dispares por detrás. ¡Está curvando el tiempo también, Set! Dispara un par de segundos por detrás y no pienses ¡Hazlo, joder!

Con cuidadosa prisa, Set desplazó su mira al lugar que el animal ocupaba inmediatamente antes de donde se percibía, y lanzó una ráfaga de disparos que parecían sin sentido. Sabía que era su última oportunidad

Sonó un bramido impresionante, un quejido generado en una garganta del tamaño de una conducción de agua y con pulmones como locomotoras. Entonces Gareth supo que su compañero había hecho blanco, y por un momento sintió alegría. La sombra se detuvo en seco, casi sorprendida, y pareció alejarse esos dos segundos en el espacio hacia atrás. Entonces los múltiples ojos se dirigieron a su izquierda y con una fuerza que no podían imaginar, toda la mole de sombras golpeó el muro interior de la galería y formó un agujero enorme a través del cual pasó como si fuese mantequilla, engulléndolo, desvaneciéndolo. No generó escombros, pues habían sido absorbidos por su masa. Al ver aquello, Gareth comprendió cómo se había generado aquel daño en la vegetación horas antes, pero fue un pensamiento en flash que no arraigó. Habían conservado la vida tras el primer envite, después de todo.

-

¡Le he dado! ¡Le he dado, Gareth! ¡Gracias a ti, tío!

-

Si, amigo… Le has dado- Le respondió con una sonrisa, pero también con cierto pesar. Le dolían todos los huesos del impacto de la onda que aquello les había lanzado, y estaba seguro de que aun quedaba lo más importante de todo: rematar a la presa.

-

¡Hay que ir a por él! – Dijo un hiperactivo Set incorporándose con cuidado y sin soltar el arma de sus manos. Estaba a unos tres metros de Gareth, que también se levantaba recuperando sus cosas, aunque mucho más lentamente.

-

Supongo que no tengo elección, ¿no?

-

Ja, ja ,ja… ¿Bromeas, amigo? ¿has visto bien esa cosa? ¡Vamos! ¡Nos espera la gloria! – Gareth no discutió. Sabía que estaba herida, pero desconocía el alcance

del daño. Por un instante pensó que posiblemente sólo se hubiese visto sorprendida, pero si era así no volvería a ocurrir.

Ambos entraron por el hueco que sin esfuerzo alguno había hecho la criatura en el muro de cuatro metros de espesor, sin reparar en que estaban un nivel más cerca del centro matemático del edificio circular. La piedra aparecía absorbida, estirada hacia el interior del marco. No tenían la menor idea de hacia donde se había dirigido la bestia, y no había firma calorífica alguna ni de ningún tipo. Eso era lógico en una bestia capaz de absorber a la mismísima luz en su entorno inmediato, y que parecía como una sombra de oscuridad plena. Gareth miró al techo.

-

Mira ahí arriba, Set. Dime que no es lo que creo – Dijo deteniéndose con espanto.

-

¡Santo cielo!... ¿qué diablos…?

Lo que estaban viendo consternados era una gran colección de cadáveres en estado de aparente momificación de múltiples especies, conocidas y extrañas, que estaban colgando del alto techo con algo parecido a las secreciones de las arañas. Se distinguían perfectamente las facciones y los ropajes, así como parte del equipo, que delataba que eran cazadores en su mayor parte. Un ejército de valientes que no habían conseguido su objetivo, y entre los cuales pudieron ver diferentes genealogías de humanos de épocas y especies muy variadas. Era una visión espeluznante en aquel techo de piedras enormes salpicadas por iridiscencias rojizas.

-

Debe haber miles, Gareth.

-

Lo sé, lo sé. ¡Pobres diablos!

-

Todos vinieron aquí por lo mismo que nosotros, amigo.

-

No me lo recuerdes, Set, o se me revolverá la tripa.

La escena ocupaba varios cientos de metros, hasta perderse con la curvatura de la sala. En sus adentros sabían que estaban ante una exhibición de trofeos, algo similar a la que Set tenía en su mansión. Un lugar que mostraba la supremacía de aquella bestia sobre todos los que con anterioridad habían intentado cazarlo, lanzando un reto sórdido a los incautos que hasta allí llegaban. Aunque les costó pasar bajo aquel cementerio colgante procuraron apartarlo de sus mentes en un momento tan delicado, y continuaron la marcha con extremo cuidado muy centrados en vigilar cualquier anomalía en el frente.

Gareth pensó en la similitud del interior del edificio con las escenas de laberintos representadas desde antiguo por todos los planetas, y se dio cuenta de que ello suponía en el fondo algún tipo de firma que delataba el origen del auténtico poder que emanaba del lugar que ahora pisaban. No sólo las leyendas habían trascendido por la galaxia, sino quizás también las advertencias, codificadas imperceptiblemente en mensajes que únicamente eran entendibles cuando ya era demasiado tarde.

Parecía una burla macabra.

Caminaron en total silencio y con los sentidos afinados al mil por cien. Cinco minutos después, nada más pasar la macabra zona de los cadáveres colgantes, hallaron un obstáculo que no esperaban. En medio de aquella galería se había producido un desprendimiento en el suelo que cubría todo el ancho y que obligaba a dar un salto de unos dos metros. Solo había negrura en lo que debía ser un abismo sepulcral, una especie de falla abierta en la que aquella luz roja no conseguía entrar. Tampoco sus focos fueron capaces de alumbrar la profundidad, y pensaron que posiblemente las paredes estarían muy oscurecidas o separadas.

Sin pensárselo ni detenerse a considerarlo con su compañero, Set tomó carrerilla para saltar justo cuando Gareth comenzaba a sospechar que algo no iba bien. En el último momento gritó a su amigo, pero ya fue tarde y el hombre estaba lanzado en el aire con todo su equipo.

Desde el fondo del abismo, una masa negra se elevó en el momento exacto en que pasaba sobre la grieta y justo cuando estaba más indefenso. Era una cosa informe con un bulbo provisto de miles de ojos amarillos rabiosos y lo que a Gareth le pareció una boca abierta provista de unas fauces que nunca había visto. Vio horrorizado como las piernas de Set eran absorbidas y estiradas, deformadas por aquella cosa al pasar muy cerca de su campo gravitatorio particular, y cómo la otra mitad de su amigo caía estrepitosamente con una horrible agonía al otro lado, donde se depositó con un golpe sordo. No había el menor resto de sangre pese a que había perdido medio cuerpo.

Ahora el animal, que no había conseguido ponerse sobre el piso, estaba encaramándose hacia la parte a la que daban los restos aun temblorosos de Set Ulevi, y se acercaba frenético para devorarlo totalmente entre gruñidos graves que retumbaban en la galería.

Era el momento de dispararle, pero Gareth no pudo ni planteárselo. A pesar de que veía a lo que había sido su compañero mirarlo con ojos terriblemente doloridos mientras la criatura trepaba despacio, a pesar de que creía haber visto aquellos labios decirle, suplicarle un último “dispara, dispárale, amigo”, no pudo apuntar su arma. Estaba bloqueado mientras el ser curvaba la luz alrededor suya y se acercaba a su compañero soltando litros de babas pegajosas y visibles que caían al gran agujero. No era capaz hacer nada, y sus piernas temblaban mientras sorprendido notaba cómo la orina chorreaba por sus pantalones.

Entonces, para su propia insoportable vergüenza, Gareth corrió y corrió mientras su amigo de cacería gritaba al fondo. No sabía hacia donde, pero cruzó buena parte del tercer anillo y se introdujo

en el cuarto sin ver tan siquiera la puerta por donde lo había hecho. Observó en su histeria que era mucho más angosto, y se detuvo jadeante con el arma bien empuñada, ahora sí, apuntando en la dirección por donde había venido. Siempre recordaría la mirada de su amigo al otro lado, sorprendido por lo que había pasado mientras se apagaba su vida. No había sido capaz de dispararle y ahorrarle sufrimiento, ni de vaciar el cargador en la horrible bestia, a pesar de que estaba indefensa en el filo del abismo. No recordaba haber estado nunca más aterrorizado, pero lo pero era la vergüenza que se apoderaba de él mientras el olor a orina le subía desde la entrepierna.

Se sintió sólo como nunca en aquellos corredores cargados de fría muerte. Sólo y en casa extraña. En ese momento se preguntó amargamente qué estaba haciendo en un lugar tan prohibido como Alma, y lamentó no haber dado toda la información antes a su amigo fallecido, porque quizás eso lo hubiese disuadido de seguir persiguiendo a aquella criatura. Nunca se perdonaría eso, aunque internamente sabía que Set no hubiese dado su brazo a torcer.

Aquel pensamiento no le consoló.

Gareth había ocultado que cuando los Míladan intentaron borrar aquel planeta de las rutas estelares fueron cuestionados sobre los motivos, y no fue fácil para ellos explicarlos, aunque tuvieron que hacerlo. Había hallado los documentos oficiales de la época en la biblioteca, que reunían el contenido que había explicado a Set, pero lo que también había encontrado y no le había revelado eran unos apócrifos escritos por un miladanita llamado Propler Iramán Arotonzor, que se atribuía, y esto nunca había sido reconocido oficialmente, haber sido miembro de la mítica expedición que estudió Alma. Su experiencia fue recogida en un libro que, antes de ser apartado de la circulación, ya había viajado a lo largo de varios sistemas, con lo que sus revelaciones fueron incontenibles, y sólo pasaron al olvido y el anonimato a base del manto que se tejió al respecto y a los abismos de tiempo que todo lo borran.

Iramán decía que había entrado en la gran construcción pétrea, y fruto de ello consiguió elaborar un plano detallado que se había perdido misteriosamente del ejemplar que Gareth tenía de la obra. No obstante, su descripción del entramado se correspondía con lo que él mismo había observado, lo cual le daba total verosimilitud. Por ello sabía que había siete niveles hasta llegar a un centro al que el escritor se refería con el lacónico nombre de “lo extraño”, y que no estaba mucho más allá de donde se encontraba en esos momentos. Iramán decía que nadie de los que se habían adentrado por las siete puertas hasta ese lugar había vuelto para contar lo que allí había, y que tampoco la maquinaria robot que se había introducido cargada de cámaras y sensores había funcionado a la hora de mostrar el contenido.

Sus datos sobre el animal que custodiaba el sitio no eran muy explícitos, porque nadie había podido verlo (o describirlo), pero denotaba un profundo miedo que poco a poco fue apoderándose de los miembros de la misión a medida que iban desapareciendo en circunstancias horribles.

Pero lo espectacular del asunto es que habían descifrado una escritura que estaba impresa en bajorrelieve sobre el pórtico que cerraba el último nivel, el séptimo. Gareth aun no había visto esa puerta, ni esperaba ya tener la oportunidad de hallarla, pero las palabras allí escritas las recordaba con precisión:

“Tras la puerta un trono, tras el trono una mesa, sobre la mesa un libro, y ante todos la esencia de la vida”

Ahora estaba allí, profundamente perdido en el laberinto de Alma, y la posibilidad de retornar a la playa purpúrea donde estaba el transbordador se le antojaba imposible con El-Mazulu custodiando el laberinto. Cuando por fin se dio cuenta de que estaba perdido, Gareth se armó de valor y consiguió

desembarazarse del terror que lo había bloqueado. Si había que huir hacia delante lo haría con honor y con ánimo de morir matando, quizás también con el deseo de vengar a su amigo. Comprobó el estado de sus equipos, y con valentía avanzó por el anillo con su arma lista para disparar ráfagas de plasma de la máxima intensidad. No creía que aquello pudiese salvarlo ya, pero era lo único que tenía para defenderse.

Sorprendentemente, halló la entrada al cuarto nivel sin el menor contratiempo… y al quinto y al sexto. Parecía como si se le estuviese permitiendo acceder al recinto sagrado por algún motivo extraño, y no estaba dispuesto a rechazar lo concedido. En su fuero interno seguía convencido de que iba a morir, pero aquello lo infundía de un extraño valor que le permitía mantener la cordura en busca de lo que posiblemente nadie había visto jamás.

¡Entonces se encontró de frente con la séptima puerta!

Era parecida a las anteriores, pero en su dintel estaban escritos aquellos caracteres ilegibles, además de signos indescifrables y uno sobre todos ellos que le llamó poderosísimamente la atención. Era un ojo enorme con una lágrima y un gracioso trazo curvo hacia abajo. Sobre él estaba la ceja, y en el lacrimal surgía una forma serpentina. Se dio cuenta rápidamente de que ya conocía esa marca con anterioridad, pues formaba parte del pasado de muchas de las culturas primigenias. Lo llamaban “el ojo que todo lo ve”, y había sido introducido de una punta a la otra de la galaxia por algo o alguien que lo había creado como símbolo de su presencia y recordatorio de lo sublime, de lo más elevado.

Como los laberintos.

Era la expresión universalmente reconocida del ojo de Dios.

Su marca.

En ese momento el cazador sintió un rumor a la derecha, y no pudo evitar que todo su cuerpo se tensara como un arco cuando vio a no más de treinta metros de distancia a aquella oscura criatura absorbiendo el espacio y mirándole fijamente con sus inconmensurables ojos irradiando auténtico fuego. Era pavoroso, pero de algún modo no se sintió amenazado. Era como si la bestia le estuviese diciendo algo parecido a “muy bien, has llegado hasta aquí. Ahora entra ahí y prueba”

A pesar de todo, su primera intención fue alzar el arma y apuntar, pero observó que el ser respondía preparándose para el ataque. Emitió un rugido que sonó como una advertencia. ¡Qué presuntuosos habían sido al pensar que se podía cazar a algo así! Aquella cosa era capaz de alimentarse con el plasma que sus armas lanzaban, pero ya era tarde para darse cuenta. Cuando desistió de disparar, El-Mazulu pareció descansar sobre sus cuartos traseros, como si estuviese solo vigilándole sin ánimo de atacar, y Gareth no estaba dispuesto a provocarlo de nuevo.

En un gesto instintivo de sumisión, se reclinó y soltó su rifle en el suelo lentamente ante las mil miradas atentas de aquella montaña de sombras indefinidas. Después hizo lo propio con la pistola, y como respuesta, la criatura pareció echarse totalmente sobre su hipotético vientre, del mismo modo que lo hace una inocente mascota doméstica en el hogar al lado de la chimenea.

Estaban en paz.

Después se volvió hacia la puerta, la miró una vez más, y con paso decidido entró. Todo era oscuridad al otro lado del muro de cuatro metros de grosor, pero eso cambió radicalmente cuando pasó la línea que lo separaba del último círculo y penetró en aquello que había sido conocido como “lo extraño”.

¡Se puso las manos en los ojos ante la inesperada apoteosis de luz blanca que lo deslumbró! Provenía del fondo, y era tan intensa que no era factible explicar como aquel esplendor no traspasaba el marco de piedra, pero Gareth ya no estaba preocupado por los fenómenos físicos que se desarrollaban a su alrededor. Era consciente de que, de algún modo, aquel lugar los trasgredía, mezclaba y tergiversaba con infinita facilidad. Allí las leyes del universo eran muy diferentes, a lo mejor porque era el lugar donde habían sido escritas, quien sabe. ¿Acaso no debería absorber el entorno el animal custodio del lugar? Sí, sin duda, pero eso no ocurría.

Su primer impulso de poner el brazo ante sus ojos le permitió ajustar la visión para poder mirar aquella deslumbrante aurora. Cuando pudo, observó que la estancia era muy grande y redonda, el centro exacto del edificio. Él se hallaba en una estrecha cornisa de piedra. Un agujero sin fondo se abría a pocos centímetros de sus punteras, desplazándose hacia la negrura con violencia. La luz blanca menguó, haciendo posible al hombre mirar sin protección y ver que en el lugar de donde provenía el resplandor había un gran cofre de madera muy vieja a los pies de lo que parecía un gran sillón y algunos muebles y cajas. Destacaba una mesa muy fuerte con algo sobre ella, y recordó la proclama de la puerta:

“…un trono, tras el trono una mesa… ”

Solo era posible llegar a donde estaban esas piezas cruzando un estrecho pasadizo sin barandas que iba sobre el pozo a modo de pasarela, y Gareth se sintió desfallecer cuando contempló su profundidad.

Las paredes de aquel abismo se movían con la parsimonia del Maelstrom, y nada parecía interrumpir la regularidad del inmenso tubo que se perdía a una distancia que era imposible precisar.

No había el menor ruido que saliera de allí, y a todos los efectos se asemejaba a un remolino sin fin que provocaba vértigo hasta el punto de extraerle un vómito que lo arqueó dolorosamente.

Cuando se recuperó, y haciendo gala de una gran valentía y determinación, el hombre puso sus pasos en la rampa de casi cien metros de longitud. Tenía la anchura exacta para sus dos pies, lo que significaba que si en algún momento tropezaba o perdía el equilibrio se precipitaría en la negrura sin posibilidad alguna de volver, pero estaba decidido a encontrar las explicaciones que buscaba incluso a costa de una vida que, de todos modos, ya considerada perdida. Eso le proporcionó vigor en aquella situación límite, porque cada segundo que ganaba era uno que arrancaba a la muerte.

No había dado ni tres pasos cuando del punto de luz al fondo de la sala surgió un cúmulo de rayos que una vez más lo cegaron, al tiempo que una pulsación potente resonó en toda la estancia. La sintió no solo en su oído, sino que le hizo temblar los huesos muy adentro, mientras desde las distancias infinitas al fondo del agujero parecía ascender algo muy despacio, algo luminoso y grande. Estaba aun muy lejos, pero no tenía dudas de que subía.

Cuando esto ocurría, en su mente se fueron llenando los huecos vacíos, y comprendió lo que era Alma como si algo en el lugar le estuviese premiando con el conocimiento antes de segarle la vida.

Supo que en el principio, cuando el creador de los mundos hubo terminado de organizar su obra, buscó un sitio donde poder estar apartado de las cosas, donde descansar y recuperar el ímpetu para crear a medida que planificaba nuevos sectores del cosmos. Entonces escogió un planeta pequeño e insignificante, el último en el que alguien se fijaría para cualquier fin, y erigió a mano el impresionante edificio que era su casa. Lo dividió en siete anillos, en el centro del último de los cuales colocó el enlace donde confluían todos los agujeros de gusano que había ideado para desplazarse por

el cosmos. A fin de proteger el lugar durante sus ausencias pidió a Drona un animal sagrado que lo resistiese todo, El-Mazulu, al que le confirió la posibilidad de plegar tiempo y espacio.

Lo liberó en el laberinto de los siete anillos y consiguió mantener a salvo cuanto había en el interior de la estancia más íntima de su amo, situada en el centro del edificio.

Cuando las grandes culturas del espacio localizaron el lugar rápidamente fueron conscientes de que estaban en terreno sagrado, y el planeta fue omitido de las rutas normales para no perturbar los designios divinos. Pero con el paso de las épocas el planeta fue habitado por una legión de civilizaciones primitivas autóctonas que desconocían donde estaban asentadas en realidad. Habían surgido de manera casual, debido a un fortuito acontecimiento de contaminación biológica, y llamaron a su mundo con el lacónico nombre de Tierra. Aquellos seres insignificantes nunca fueron conscientes de la importancia del planeta ni encontraron el recinto de Dios, que entonces estaba oculto bajo el océano debido a cataclismos de gran nivel. Las razas grandes del espacio nunca se tomaron la molestia de visitar a aquellos seres terrestres, porque realmente consideraban que ni eran de su entorno ni era posible salvarlos, y así los vieron autodestruyéndose una y otra vez bajo la indiferencia del señor oculto hasta que desaparecieron del mundo para siempre, fruto de su espíritu de auto destrucción.

A Dios no le importó en absoluto que aquellos seres desapareciesen, y un día su palacio emergió de las aguas debido a un plegamiento. Quedó rodeado por selvas impenetrables que sobrevivían con un sol que había disminuido ya muchísimo su capacidad lumínica desde sus orígenes, y así permaneció hasta hoy.

Gustaba de llamar a su mundo Alma, y eso no es casual ni tampoco lo es el hecho de que este sea el nombre que se propagó por el cosmos.

Nada de Tierra, no.

Lo llamó Alma porque contiene el lugar a donde los espíritus que reparte durante sus actos de creación van una vez muertos, y ese lugar es el gran cofre de madera que estaba en el centro de la luz que Gareth veía “(…y ante todos la esencia de la vida)”. Al parecer, los sensitivos terrestres lo presintieron a veces como demuestran sus religiones ancestrales, y en las tradiciones universales se habla de este cofre con frecuencia, pero sólo como leyendas y supersticiones tremendamente deformadas de las creencias que los primitivos habitantes tenían.

Es muy fácil el modo en que funcionan las cosas, demostrando una vez más que lo simple suele ser lo acertado, en contra de lo que suele parecer. Cuando Dios necesita almas para los nuevos mundos las toma del cofre, y cuando mueren los cuerpos que las alojan los abandonan y retornan al mismo. Para ello usa los agujeros de gusano, anudados en común al gran foso negro, y así el reciclaje es rápido y continuo. Solo duplica esas almas a través de desdoblamiento cuántico mediante enormes agujeros negros que coloca en el centro de las galaxias, y que hacen copias idénticas del tejido del espíritu tal como él necesita. Sus cámaras de clonación. Eso permite el crecimiento gradual del número de habitantes del cosmos en lo que no son otra cosa que enormes campos de cultivo donde recolecta la esencia espiritual que anima a las especies.

El lugar donde estaba Gareth, el espacio que tenía cien metros por delante, solo era el epicentro de la acción pobladora del dios que realmente está detrás de todas las religiones, el lugar único a donde iba una y otra vez para planificar y descansar.

Su casa.

Entre los resplandores vio que la enorme mesa que se hallaba tras el trono albergaba un libro abierto con hojas finas de dimensiones considerables.

“…sobre la mesa un libro…”

¡Cuánto hubiese dado por ojear los planes del creador, sus datos, tal vez incluso su pensamiento sublime…!

¡Todo lo que intuía que debía estar escrito allí con brillante escritura

angélica! Los textos sobre el inicio de los tiempos, la planificación del big-bang, la ecuación fundamental, los datos perdidos en el ADN, los mapas del trazado de los agujeros de gusano, la relación de soles, planetas y especies… ¡todo!

También pudo distinguir por detrás de lo anterior lo que parecía un lecho, pero no llegó a estar seguro de eso…

Y aquel agujero en el suelo, el conducto que comunicaba los universos en segundos… Era la puerta por donde el dueño de la casa venía una y otra vez a descansar y a proveerse de almas para sus maravillas.

Gareth miró hacia abajo, y vio en el profundo pozo de gusano que lo que ascendía se acercaba sin prisa. Dedujo, postrándose de rodillas, que el dueño de todas las cosas estaba a punto de llegar.

Y no sabía si le gustaría tener visita aquel día.

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