Adultez Iv

  • November 2019
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  • Words: 14,116
  • Pages: 16
PENSAMIENTO Y FUNCIÓN EN LA TERCERA EDAD MITOS SOBRE ENVEJECER CAMBIOS BIOLÓGICOS Las capacidades sensoriales y la velocidad de procesamiento El cerebro y el sistema nervioso La enfermedad

APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO La atención La resolución de problemas La sabiduría

LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA Procesar y codificar Recuperación Memoria para la información importante La metamemoria La autoeficacia y el sentido de control

PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACIÓN SUMARIO «Cuando tengo tiempo -y con ello quiero decir una media hora-,casi siempre puedo recordar un nombre, si he recordado la ocasión para utilizarlo», dijo B. F. Skinner (1983) cuando tenía 79 años. «Es bochornoso cuando tienes dificultades para encontrar la palabra que buscas, especialmente cuando estás dando clase en la universidad y has de pedirles que te digan la palabra que no puedes recordar», dijo el neuropsicólogo Donald Hebb (1978) a los 74 años. Estos eminentes psicólogos estaban de acuerdo en que la dificultad para recordar era uno de los problemas de hacerse mayor. Ambos habían elaborado sistemas para evitar que su perezosa memoria interfiriera en su vida profesional. Hebb, que tenía una tarjeta en su cartera con las palabras que le costaba recordar, empezó a escribir sus charlas en vez de hablar usando notas. Skinner decía que su problema no era cómo tener ideas, sino cómo tenerlas cuando necesitara usarlas. Una libreta de bolsillo, un lápiz y un bloque de notas en la mesilla de noche y una grabadora hicieron que sus ideas le fueran accesibles cuando las necesitaba. Sus técnicas le dieron buen resultado. Tan sólo dos semanas antes de su muerte, en 1990 y a los 86 años, dio el discurso de presentación en la conferencia anual de la Asociación Americana de Psicología. Skinner para recordar nombres empleaba técnicas como repasar el abecedario, probando con la inicial del nombre. Aunque Skinner no se alteraba por estos lapsos de memoria, muchos hombres y mujeres mayores se angustian cuando los nombres y las palabras parecen escapárseles. No obstante, las palabras olvidadas no han desaparecido, sólo están temporalmente inaccesibles en momentos de tensión. Hebb observó que, a pesar de su falta de memoria durante una charla, todavía podía hacer los difíciles crucigramas del London Observer. Muchas personas mayores tienen tanto miedo de olvidar que ese mismo miedo les conduce a un inevitable lapso de memoria. La solución de Skinner fue la de atenuar las consecuencias desagradables del fracaso, reduciendo por tanto la angustia y aumentando las posibilidades de recordar los nombres. Explique sus fracasos con gracia, decía: Recurra a la edad. Alabe a su interlocutor diciéndole que se ha dado cuenta de que cuanto más importante es la persona, más fácil es olvidar su nombre. Recuerde la divertida historia de olvidar su propio nombre cuando se lo preguntó un funcionario. Si es hábil haciendo esto, olvidar puede incluso ser un placer (Skinner, 1983, página 240). Aunque los nombres puedan olvidarse temporalmente y se pierdan objetos, la mayor parte de los adultos mayores no tienen problemas graves. Tal como mostrará nuestra investigación, las pérdidas cognitivas entre los adultos sanos no son tan graves como la gente cree. Tras discutir los mitos y las malas interpretaciones sobre el declive mental, veremos los cambios biológicos de la tercera edad que tienen que ver con el funcionamiento cognitivo. Luego investigaremos el aprendizaje y la resolución de problemas. Después de observar los cambios en la codificación y la recuperación, examinaremos las estrategias que minimizan los fallos de la memoria. El capítulo termina con una mirada a la plasticidad y la posibilidad de darle la vuelta al declive cognitivo.

MITOS SOBRE ENVEJECER ¿Cómo cree usted que es envejecer? Los mitos y las malas interpretaciones sobre envejecer están más difundidas que los mitos sobre la adolescencia. Hay posibilidades de que sus expectativas nada tengan que ver con la experiencia de la mayoría de mujeres y hombres de esta sociedad. Para averiguarlo haga el siguiente test abreviado que proporciona información sobre el envejecimiento. Fue diseñado por el médico sociólogo Erdman Palmore (1988), coordinador de los estudios longitudinales sobre el envejecimiento en la Duke Un¡~ versity que ayudaron a investigar los mitos sobre hacerse mayor. Decida si algunas de las siguientes afirmaciones son ciertas o falsas; luego compruebe sus puntuaciones para ver cuántas malas interpretaciones necesita eliminar. 1. La mayoría de las personas mayores (65 años y más mayores) son seniles (tienen una memoria defectuosa, están desorientados o dementes). 2. Los cinco sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) tienden a debilitarse con la edad. 3. La mayoría de las personas mayores no tienen interés ni capacidad para las relaciones sexuales. 4. La capacidad vital de los pulmones tiende a decrecer en la vejez. 5. La mayoría de las personas se sienten mal la mayor parte del tiempo. 6. La fortaleza física suele disminuir con la edad. 7. Al menos una décima parte de las personas de tercera edad viven en instituciones (como residencias de la tercera edad o psiquiátricos). 8. Los conductores mayores tienen menos accidentes por conductor que los que tienen menos de 65 años. 9 Los trabajadores mayores generalmente no pueden trabajar con la misma efectividad que los jóvenes. 10.Casi tres cuartas partes de personas de la tercera edad están lo bastante sanas como para desempeñar sus actividades normales. 11. La mayoría de las personas mayores son incapaces de adaptarse al cambio. 12.A las personas mayores generalmente les cuesta más aprender algo nuevo. 13.Es casi imposible para la persona mayor media el aprender cosas nuevas. 14.Las personas mayores tienden a reaccionar más lentamente que las jóvenes. 15.En general, las personas mayores se parecen bastante entre sí. 16.La mayoría de las personas mayores dicen que raramente se aburren. 17.La mayoría de las personas mayores están aisladas socialmente. 18.Los trabajadores mayores tienen menos accidentes que los jóvenes. Todas las afirmaciones con números impares son falsas; todas las de los números pares son ciertas. Pocas personas responden a todas ellas correctamente; incluso los profesores de universidad suelen fallar unas tres. Los estudiantes universitarios fallan unas seis, independientemente de su edad, sexo o raza, y los alumnos de secundaria casi aciertan por casualidad -suelen fallar unas nueve (Palmore, 1992). El test de Palmore hace referencia sólo a unas pocas malas interpretaciones sobre la cognición de las personas de tercera edad. La mayor parte de la gente cree que los hombres y mujeres mayores, incluso cuando no son seniles, han perdido su capacidad para cambiar y crecer. Según los estereoti pos, los adultos mayores olvidan dónde comieron ayer pero recuerdan el pasado lejano con claridad. Están inactivos, son perezosos y no desean aprender nada nuevo. Otro estereotipo describe la tercera edad como un período de segunda niñez, en el que las personas son como chiquillos y necesitan un trato paternalista, visión que hace disminuir la responsabilidad individual de los ancianos y reduce su status social (Arluke y Levin, 1984). Estas creencias erróneas han conducido a la discriminación por la edad, que son los prejuicios contra las personas mayores. La idea de que las personas mayores son incompetentes en el mejor de los casos y quizás incluso seniles en otros es en parte responsable de la tendencia de la sociedad a discriminarlas, ignorarlas o no tomarlas en serio. Tal como indica el recuadro «Los efectos sutiles de la discriminación por la edad», la discriminación afecta al tipo de comportamiento que se espera de las personas mayores. Sin embargo, la mayoría de estas personas pueden desempeñar sus tareas cotidianas y algunas se encuentran entre los miembros más capaces e inteligentes de la sociedad. Quizás una mirada a los cambios biológicos de las personas de la tercera edad que se relacionan con la cognición nos dará una visión más precisa de los procesos del pensamiento después de los 65 años.

CAMBIOS BIOLÓGICOS Las personas que respondieron «cierto» a la primera afirmación del test de Palmore, probablemente tienen miedo a envejecer. Sin embargo, la creencia de que el ser mayor implica pensamiento confuso, desorientación y la incapacidad para resolver los problemas es incorrecta. Cuando se desarrolla la condición denominada comúnmente «senil», nunca es el resultado del propio envejecimiento. El envejecer está asociado con los cambios en el cerebro y el sistema nervioso, pero en los individuos sanos las consecuencias prácticas son relativamente poco importantes.

Las capacidades sensoriales y la velocidad de procesamiento La estimulación del entorno llega al cerebro a través del sistema sensorial. A medida que las personas envejecen, los cinco sentidos se vuelven menos agudos, lo que hace que el acceso al conocimiento de lo que los

rodea sea más dificil de obtener. La mayoría de las personas necesitan más tiempo para procesar la información. Ahora les lleva más rato que antes entender cómo hacer funcionar un microondas o grabar un programa de televisión en el vídeo. ¿Cuál es el efecto práctico de la menor agudeza de los sistemas sensoriales? Supongamos que pone vaselina en los cristales de sus gafas, coloca tapones de algodón en sus oídos y luego se pone un par de guantes de goma. Con la mayor parte de su información sensorial reducida, sus movimientos probablemente serían más lentos y usted iría con sumo cuidado. Esta situación se parece al mundo de muchos individuos mayores, lo que condujo a la psicóloga Diane Woodruff (1983) a sugerir que los hombres y mujeres mayores se encuentran en un estado de carencia sensorial. Sin embargo, tienen formas de compensar algunas -aunque no todas- de sus pérdidas sensoriales. Tales pérdidas no son uniformes y muchas personas mayores no están aisladas del mundo que les rodea. A1 igual que el envejecimiento afecta a los otros sistemas del cuerpo, también aparecen amplias diferencias interindividuales en el grado de deterioro sensorial desarrollado. Algunas personas de 80 años pueden leer la letra pequeña sin necesidad de gafas, oír tan bien como la mayoría de los jóvenes de 25 años, tocar el piano con soltura o detectar cambios sutiles en el uso de una especia al cocinar. La vista La mayoría de las personas mayores no tienen problemas visuales graves, pero los cambios que empiezan en la mediana edad continúan avanzando. Cuando llegan a la tercera edad, están más preocupadas por la vista, ven menos en la oscuridad, necesitan más luz para ver y tienen más problemas para distinguir los detalles (A. Spence, 1989). Sus ojos también se ajustan más lentamente a los cambios repentinos en la iluminación, por lo que les cuesta más recobrar su visión cuando pasan de la luz a la oscuridad, o a la inversa. El campo visual se estrecha, por lo que se pierde algo de visión periférica. Las gafas, las luces bien situadas y el realce de los contrastes ambientales (como las líneas horizontales de los escalones cubiertas con diferentes materiales de los empleados en la construcción original) pueden resolver muchos de los problemas visuales de la edad (Sekuler y Blake, 1987). Si los objetos no están claros, los adultos mayores pueden compensar su menor agudeza confiando en el contexto. Cuando aparecían frases en una pantalla con la última palabra distorsionada por la presencia de asteriscos entre cada una de las letras, las personas mayores la reconocían y leían más rápidamente cuando la frase ofrecía una clave significativa («El contable cuadraba los L*I*B*R*O*S») («Decían: era los L*I*B*R*O*S») (Madden, 1988). Aunque las personas mayores eran más lentas que las jóvenes en todas las condiciones, la presencia de un contexto que pudiera usarse disminuía las diferencias a cualquier edad. El efecto de los cambios visuales en muchas personas mayores puede ser más destacado cuando intentan conducir de noche. Tienen problemas en leer los indicadores de la autopista bajo las condiciones de conducción nocturna (lo que les da menos tiempo de reacción que a los jóvenes). Les cuesta más recuperarse del deslumbramiento de los focos en sentido contrario o los cambios de iluminación a medida que pasan de las zonas iluminadas a las que no lo están. No es de extrañar que muchos conductores mayores no se pongan al volante cuando ya ha oscurecido. Algunas personas mayores, sin embargo, no son más sensibles a los focos o cambios de iluminación que la media de los conductores jóvenes (Sterns, Barret y Alexander, 1985). El oído La capacidad de oír tonos de alta frecuencia empieza a descender tras los 45 años y es muy pronunciado a finales de los 70. A esa edad casi el 75 por 100 tiene problemas auditivos que pueden percibirse, siendo generalmente la pérdida más grave en los hombres que en las mujeres. Aunque las personas que viven en entornos menos ruidosos dan menos muestras de pérdidas auditivas que las que viven en zonas de mucho ruido, en todos los estudios transversales culturales ha aparecido algún grado de pérdida (Olsho, Harkins y Lenhardt, 1985). Las personas mayores tienen más dificultad cuando se están esforzando por seguir una conversación con un ruido de fondo, cuando las palabras se superponen o interrumpen o cuando se habla especialmente deprisa. Cuando la pérdida auditiva es grave, puede que pierdan tantas palabras que bien traten de adivinar la conversación (lo que puede conducir a situaciones embarazosas cuando se equivocan) o a retirarse y dejar de escuchar. La dificultad puede superarse parcialmente cuando las otras personas bajan el tono de su voz, hablan despacio y con claridad y miran directamente a la persona ofreciéndole claves visuales. Pueden proporcionarse claves adicionales enfatizando los patrones de entonación (Wingfield, Wayland y Stine, 1992). De hecho, las personas mayores tienen más facilidad para entender la conversación que lo que indicaría su capacidad para escuchar los tonos puros. Muchas compensan su pérdida de audición usando el contexto lingüístico de una frase para determinar el significado. Cuando las frases se pronunciaban en un entorno ruidoso, los adultos sanos entre 60 y 75 años entendieron algunas como «El pájaro de la paz es la paloma» casi tan bien como los jóvenes (Hutchinson, 1989). Pero cuando el contexto no daba claves a las palabras como «No diré la palabra cartas» aparecían grandes diferencias. La velocidad de procesamiento A medida que las personas envejecen, les cuesta más marcar un número de teléfono, abrocharse una chaqueta o cuadrar sus cuentas. Esta lentitud parece afectar a cualquier tipo de conducta. Los psicólogos no han

podido determinar exactamente qué tipo de cambio biológico es el responsable de la lentitud en la ejecución de las acciones. Según la hipótesis de la lentificación periférica, el envejecimiento en el sistema nervioso periférico es el responsable de este hecho (Salthouse, 1989). Esta red de nervios y receptores sensoriales transmite sensaciones desde el mundo exterior al sistema nervioso central y manda órdenes motoras a los músculos. Los investigadores, al señalar los cambios sensoriales que acompañan al envejecimiento, han propuesto que a medida que las personas envejecen, la calidad de transmisión decrece. Lleva más tiempo conseguir estimulación del entorno para alcanzar el cerebro y para que las órdenes del mismo lleguen a los músculos y los activen. Otros investigadores explican la lentificación en términos de la hipótesis de lentitud generalizada. Según ésta, el proceso se lentifica a través del cerebro, así como en el sistema nervioso periférico (Cerella, 1990). Si la lentificación estuviera confinada al sistema nervioso periférico, las diferencias en la velocidad entre los jóvenes y los mayores serían las mismas en las tareas simples y complicadas. En ambas la transmisión de información sensorial y órdenes motoras llevarían el mismo tiempo; la complejidad se encuentra en el procesamiento de la información dentro del cerebro. A medida que las tareas son más complicadas, aumentan las diferencias en la edad, lo que da a entender que la actividad en el sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) también se lentifica con los años. Un estudio reciente indica que la lentificación periférica puede explicar una amplia proporción de cambios relacionados con la edad en los tests cognitivos transversales (Hertzog, 1989). Cuando se corrigieron las puntuaciones en una serie de tests psicotécnicos sobre velocidad de percepción y velocidad para trabajar con hojas de respuestas, las diferencias de edad entre adultos desde 43 a 89 años disminuyeron extraordinariamente. Los de 80 lo hicieron mejor que los de 40 en los tests de comprensión oral (que incluyen significado oral y vocabulario) y capacidad numérica. Los declives en los tests de inducción (capacidad de razonar), relaciones espaciales, visualización espacial y flexibilidad de cierre (encontrar códigos ocultos y figuras) se redujeron mucho. Entre los adultos del estudio secuencial de inteligencia de Schaie (198%) (de los que se habló en los Capítulos 2 y 17), la corrección de la velocidad de percepción también marcó pocas diferencias de edad, y una vez más el efecto fue mayor en los tests de habilidades cristalizadas que en los de las fluidas. Estos resultados sugieren que los cambios típicos de la edad pueden no indicar una pérdida en la capacidad de pensar, sino una lentificación en el índice del pensamiento inteligente (Hertzog, 1989). Aun así, la actuación en tareas que requieren una respuesta rápida, como pilotar un avión, puede deteriorarse en la tercera edad.

El cerebro y el sistema nervioso Si la hipótesis de la lentificación centralizada es correcta, los cambios biológicos del cerebro son los responsables de la lentitud de la velocidad de procesamiento. A medida que se producen cortes en los sistemas de neuronas, los mecanismos básicos se vuelven más lentos en cada etapa del procesamiento, ya sea porque las señales han de desviarse hacia otras neuronas o porque se pierde algo de información en cada corte (Cerella, 1990). Sin embargo, los investigadores no han podido determinar los efectos del envejecimiento normal en el cerebro y la médula espinal. La mayor parte de la información que tenemos acerca de los cambios biológicos proviene del examen de tejido cerebral después de la muerte. En ese momento es dificil separar los efectos del envejecimiento normal de los de la enfermedad cardiovascular, función respiratoria, lesión cerebral, trastornos ocasionados por drogas y alcohol y otras causas destructivas (Bondareff, 1985). El cerebro puede reducirse con la edad. Mientras se encogen los tejidos, los espacios en lo más profundo del cerebro (llamados ventrículos) se expanden. Una técnica conocida como tomografia axial computarizada (TAC) permite a los investigadores reconstruir las secciones transversales del cerebro vivo en cualquier profundidad o ángulo. En un estudio en el que se empleó esta técnica, descubrieron que el cerebro empieza a reducirse poco a poco cuando las personas llegan a los 30 (Takeda y Matsuzawa, 1985). Todavía no se sabe seguro si esta disminución, que aumenta cada década, es parte del curso normal del envejecimiento. Aunque los investigadores eliminaron a las personas con lesiones en el sistema nervioso, incluyeron a adultos con diabetes y trastornos cardiovasculares, de riñón y respiratorios. No aparece ninguna reducción significativa en los estudios de adultos normales mentalmente a los que se les ha realizado un cuidadoso examen médico (Duara, London, y Rapaport, 1985). Un factor que puede contribuir al declive cognitivo es una reducida concentración de sustancias químicas que transmiten las señales al cerebro. Las neuronas pueden dejar de fabricar alguno de los transmisores esenciales. Sin el transmisor, las conexiones entre las neuronas se pierden, los circuitos neuronales se interrumpen y las fibras conectoras desaparecen. Las funciones pueden fallar mucho antes de que las propias neuronas mueran (Bondareff, 1985). No obstante, las fibras neuronales se pierden a lo largo de la vida y crecen otras nuevas. El estímulo ambiental promueve el crecimiento de nuevas conexiones en las personas mayores, del mismo modo que lo hace en los jóvenes (Cotman, 1990). En realidad, las nuevas fibras son más duraderas con la edad y su nacimiento puede prevenir un declive progresivo del funcionamiento en la tercera edad (Bondareff, 1985). Los registros de ondas cerebrales proporcionan otra forma de medir la actividad del sistema nervioso central. No se sabe con certeza si el cerebro del adulto sano muestra cambios predecibles en la actividad eléctrica, puesto que las diferencias de edad observadas a menudo reflejan la inclusión de adultos con enfermedades crónicas. Los estudios sobre el tema indican que cuando los adultos mayores se relajan, hay un descenso en la frecuencia y

proporción de las ondas alfa, que aparecen normalmente cuando las personas no están procesando información activamente. La actividad de onda lenta, que suele acompañar al sueño, aumenta. Cuando las personas mayores están en pensamiento activo dan muestras de más ondas beta, muy rápidas, que son las que corresponden a la concentración, y menos ondas lentas que los jóvenes. Algunos investigadores han explicado esto como un indicativo en las personas mayores de somnolencia, debido a los problemas en el dormir durante la noche (Prinz, Dustman y Emmerson, 1990). Puesto que la calidad del sueño tiende a descender con la edad, las personas mayores, cuando no tienen retos mentales, pueden estar menos despiertas y quizá ser más perezosas que los jóvenes. Los investigadores también sugieren que un aumento en las actividades físicas vigorosas puede minimizar estos cambios, produciendo un mejor funcionamiento del sistema nervioso central. Tales sugerencias están apoyadas por las creencias de muchos psicólogos del desarrollo de que los declives cognitivos, a raíz de los circuitos neuronales interrumpidos o la pérdida de neuronas, afectan a las personas que tienen mala salud. Hasta hace poco, la mayoría de los estudios sobre los cambios cognitivos en las personas mayores se realizaban en residencias de ancianos, donde pocos gozaban de buena salud.

La enfermedad La mayor parte de los declives en el funcionamiento cognitivo están más relacionados con la salud que con la edad (Perlmutter y Hall, 1992; I. Siegler y Costa, 1985). Como vimos en el Capítulo 17, la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares están asociadas con los descensos en los tests de Cl en la mediana edad. Las personas mayores muestran la misma conexión; los que tienen problemas cardiovasculares tienen más dificultad en las tareas de memoria que los que están sanos, y los investigadores especulan con que gran parte de los declives relacionados con la edad que aparecen en los estudios experimentales se deben a enfermedades cardiovasculares no diagnosticadas (Barret y Watkins, 1986). Un pequeño grupo de personas mayores muestra varias formas de grave deterioro mental, conocido como trastornos orgánicos del cerebro (véase Tabla 19.1). Los investigadores creen que un 5 por 100 de los ancianos americanos padece trastornos orgánicos del cerebro en grado moderado a grave y otro 10 por 100 sufre trastornos menores (La Rue, Dessonville y Jarvik, 1985). El índice de trastornos orgánicos del cerebro puede ser similar en las distintas culturas; los chequeos médicos indican que el índice de problemas cognitivos es casi idéntico en Shanghai, China y New Haven, Connecticut (Yu et al., 1989). Estos trastornos se deben a distintas causas, pero producen cambios similares en los procesos cognitivos y la conducta. Los síntomas de los trastornos orgánicos del cerebro incluyen: 1) una pérdida grave de la habilidad intelectual que interfiere con el funcionamiento social u ocupacional; 2) daños en la memoria, y 3) dificultad para emitir juicios o en los procesos de pensamiento (American Psychiatric Association, 1980). Dichos trastornos producen el deterioro del pensamiento y la personalidad, que comúnmente se denomina «senilidad». La demencia multiinfarto Hasta un 20 por 100 de los adultos con trastornos orgánicos cerebrales tienen demencia multiinfarto, condición causada por una enfermedad vascular. Se desarrolla cuando los bloqueos en las pequeñas arterias cortan repetidamente la circulación de la sangre en varias zonas del cerebro. Los bloqueos, que en realidad son una serie de pequeños «infartos», pueden pasar inadvertidos; los primeros síntomas pueden ser dolores de cabeza o pereza. A veces, sin embargo, una pérdida de memoria desigual o crisis confusionales son los primeros signos del problema (R. Butler y Lewis, 1982). La diferencia principal entre la demencia multiinfarto y otros trastornos orgánicos del cerebro es la existencia de períodos en los que la persona está lúcida y se recupera la memoria. El diagnóstico es importan La enfermedad de Alzheimer La forma más común de trastorno orgánico del cerebro es la enfermedad de Alzheimer, que supone casi la mitad de todos los casos. Otro 12 por 100 padece el Alzheimer y la demencia multiinfarto, es decir, demencia mixta (R. Butler y Lewis, 1982). La enfermedad de Alzheimer se diagnostica eliminando otros posibles trastornos, pero el diagnóstico seguro no es posible hasta la muerte del paciente. Los cerebros de las víctimas del Alzheimer generalmente muestran cuatro características. La primera es que están presentes en las neuronas los husos neurofibrilares (ovillos). En la mayor parte de los cerebros ancianos aparecen algunos husos, pero sólo las personas que padecen esta enfermedad los tienen extendidos hasta la corteza cerebral y el hipocampo. La segunda es la de concentraciones similares de placas (seniles), consistentes en fibras nerviosas degenerativas envueltas alrededor de un componente de células nerviosas denominado proteína amiloide, que aparecen fuera de las neuronas. La tercera es que las fibras que llevan impulsos dentro de las células nerviosas se han atrofiado. La cuarta es que el cerebro ha disminuido de forma palpable y su superficie muestra menos surcos (véase Gráfico 19.1). La enfermedad de Alzheimer puede ser un trastorno con muchas causas posibles. Los casos que aparecen en la mediana edad parecen ser resultado de algún defecto genético. Un grupo de investigadores ha descubierto un segmento del cromosoma 19, que es el responsable de algunos de los casos de la herencia de esta enfermedad (Marx, 1991). Otros han observado dos defectos distintos del cromosoma 21 (el cromosoma responsable del síndrome de Down) que aparecía en todos los miembros de una familia (a lo largo de varias generaciones) que

desarrollaban esta enfermedad prematuramente y ninguno de sus miembros escapó de la misma (Marx, 1991; Murrcll et al., 1991). Ambos defectos implican mutaciones de la química normal del cerebro, del gen responsable del precursor de la proteína amiloide (APP), que produce dicha proteína. La mutación provoca la ruptura de la proteína, creando fragmentos que se acumulan en el cerebro y sirven de base para las placas (seniles). Otros casos de Alzheimer pueden deberse a diferentes genes, a algún virus de acción lenta o a alguna toxina ambiental desconocida. Los investigadores todavía no están seguros de por qué no puede hallarse ninguna implicación genética en muchos de los casos, especialmente entre los que desarrollan la enfermedad después de los 70 años. La progresión de la enfermedad de Alzheimer dentro del cerebro siempre se produce del mismo modo (Coyle, Pricc y DeLong, 1983). Ya sea debido a la fragmentación de proteínas o a la mutación de un gen que altera la función de la proteína amiloide precursora, las células del cerebro empiezan a morir. Cuando las neuronas responsables de producir una encima específica mueren, el suministro de acetilcolina se reduce drásticamente. Con carencia de acetilcolina, las neuronas de otras áreas del cerebro también mueren, especialmente las del hipocampo, estructura cerebral que está relacionada con la memoria (Hyman et al., 1984). Puesto que las señales no pueden ni entrar ni salir del hipocampo, la memoria se destruye. El Alzheimer se desarrolla muy lentamente y la pérdida de memoria suele ser la primera señal. Aunque la posibilidad de que una persona mayor desarrolle esta enfermedad es relativamente pequeña, la gran difusión de la misma a través de los medios de comunicación puede asustar innecesariamente a las personas mayores que padecen lapsos de memoria. Las pérdidas en esta enfermedad son graves y pronto dejan de tener relación con los fallos de memoria normales de la edad. Una persona que está haciéndose mayor puede no saber dónde deja las llaves del coche; una persona con Alzheimer olvida que posee un coche. No sabe escribir cheques o hace desaparecer el cambio que le han devuelto en una tienda. Puede leer el mismo libro una y otra vez, porque no recuerda haberlo leído. La capacidad de leer permanece intacta hasta mucho después que la de comprender que la persona ha leído peor. Los investigadores han descubierto que el recordar es el primer proceso cognitivo que empieza a disminuir (Vitaliano et al., 1986). Cuando los pacientes con un Alzheimer no muy grave fueron comparados con individuos normales, las puntuaciones en los tests de memoria podían distinguirse entre los grupos, pero cuando hicieron los de atención y reconocimiento, las puntuaciones fueron similares en ambos grupos. A medida que la enfermedad progresa, la atención y la memoria de reconocimiento empiezan a fallar. Los pacientes con un Alzheimer moderado y leve sacaron las mismas puntuaciones bajas en los tests de memoria, pero sólo los que la padecían en grado moderado habían sufrido el deterioro de la atención y el reconocimiento. Dos años más tarde, la enfermedad había progresado entre los pacientes de grado leve; también habían desarrollado problemas de atención y de la memoria de reconocimiento. A medida que la enfermedad se desarrolla, las personas puede que lleguen a vestirse con equipo de nieve en el calor del verano, olviden los nombres de sus hijos, no reconozcan al cónyuge o que mientras están sentados en su sala de estar pregunten cuándo van a ir a casa. No pueden comer ni vestirse solos. En los estadios finales, no pueden hablar ni caminar. Finalmente, mueren, a menudo de neumonía, infecciones en las vías urinarias u otras complicaciones que tienen lugar en los pacientes que no pueden moverse de la cama. No hay cura para esta enfermedad. Las pruebas con fármacos que aumentaban el suministro de acetilcolina al cerebro se interrumpieron cuando los pacientes daban muestras de problemas en el hígado (Marx, 1987). Algunos investigadores han sugerido que implantes o injertos del factor de crecimiento nervioso (NGF) en el cerebro pueden promover la supervivencia de neuronas productoras de acetilcolina y parar, por tanto, el progreso de la enfermedad. No obstante, puesto que la proteína amiloide ya estimula el crecimiento de fibras anormales, que contribuyen a la formación de placas, el NGF puede que no sea la respuesta (Marx, 1990). Aunque el progreso de la enfermedad de Alzheimer no puede detenerse, las técnicas de conducta pueden alargar el período en que los pacientes pueden funcionar de modo independiente. Ayudas simples, como notas por toda la casa («La comida está en la nevera», en la puerta de la misma; « Apagar el gas», encima de la cocina; «Escribir el nombre y el número», al lado del teléfono; « No salir; estaré en casa a las 3.30», en la puerta de entrada), permiten a los pacientes sustituir el reconocimiento por el recuerdo. En un estudio (Quayhagen y Quayhagen, 1989), la estimulación intencionada y la memoria incentivada de los pacientes, la resolución de problemas y las habilidades de comunicación durante seis horas a la semana mantenían las habilidades cognitivas estables durante un período de ocho meses, tras el cual los pacientes del grupo de control empezaron a mostrar un declive regular. El delírium Casi un 20 por 100 de personas con trastornos orgánicos cerebrales se encuentran en una condición reversible que responde a los tratamientos. Este desorden agudo que se conoce como delirium es resultado de problemas metabólicos en el cerebro. Los pacientes con delirio muestran los síntomas de trastornos orgánicos del cerebro, pero también pueden tener alucinaciones, paranoia y síntomas físicos, como fiebre, temblores musculares, palpitaciones, sudor, pupilas dilatadas e hipertensión.

El delírium puede tener muchas causas: intoxicación aguda por el alcohol, tumores cerebrales, enfermedades hepáticas, ataques de apoplejía, fiebre, enfisema, desnutrición o cualquier droga que afecte al sistema nervioso central. Con frecuencia hay más de uno de estos factores implicados (Kolata, 1987). Muchas veces, el delírium se desarrolla en personas mayores con enfermedades cardiovasculares que toman por error demasiadas dosis de alguna medicación prescrita. Cuando se trata la causa subyacente, el delirio desaparece y el paciente puede recuperarse por completo. Pero si no se detecta la causa, lo que puede suceder cuando los médicos suponen que el paciente tiene alguna enfermedad cerebral crónica, como la demencia multiinfarto, el paciente puede llegar a desarrollar una enfermedad crónica o incluso morir.

APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO Si observamos el comportamiento de las personas en el mundo nos daremos cuenta convincentemente de que los procesos de pensamiento no han de deteriorarse y que la capacidad de aprender puede continuar a lo largo de la tercera edad. En 1983, Frederick F. Bloch recibió su título de doctor en Historia en la Universidad de Nueva York («Un sentido de la historia», 1983). El tema de su disertación fue el soldado común en la armada británica victoriana. Esta noticia no tendría nada de particular si no fuera por la edad de Bloch. Tenía 81 años. Le costó quince años conseguir su doctorado, programa que inició tras venderse su negocio de exportación de papel y jubilarse. Los planes de Bloch incluían dar algunas clases en la Universidad de Nueva York y escribir un libro sobre las minorías de la Inglaterra del siglo XIX. Pocas personas mayores se meten en empresas que produzcan evidencias tangibles del éxito de su aprendizaje. Puesto que no podemos ver este último y sólo podemos deducirlo de la conducta de las personas, el proceso es tan dificil de estudiar en las personas mayores como en los jóvenes. Los adultos pueden aprender muchas cosas, pero quizá no tengan la ocasión de utilizar sus conocimientos. Supongamos que colocarnos a personas de la tercera edad en una situación que requiera tales conocimientos pero fracasan en saber utilizarlos. ¿Es que no aprendieron bien? No hay modo de estar seguros. Puede que sencillamente estén demasiado cansados para emplearlo o les falte motivación., o la oportunidad de hacerlo. Las personas mayores probablemente no puedan aprender tan rápido o con tanta competencia como antes. Los estudios muestran consistentemente que los adultos más jóvenes destacan sobre ellos en la mayoría de los aspectos del aprendizaje. Sin embargo, puesto que los estudios sobre el aprendizaje son casi siempre transversales, ha sido imposible decir exactamente cuándo empiezan a decrecer las habilidades de un individuo o con qué rapidez es probable que lo hagan. A los investigadores les cuesta eliminar los efectos de las cohortes o los de la mala salud, como las enfermedades cardiovasculares sin síntomas o un Alzheimer prematuro sin diagnosticar. A1 menos un estudio ha descubierto que las personas mayores que siguen programas regulares de ejercicios vigorosos reaccionan más rápido y razonan con más precisión que los que llevan vidas sedentarias (ClarksonSmith y Hartley, 1989). Quizás al contemplar los cambios asociados con la edad en la atención y resolución de problemas podemos organizar los descubrimientos de las investigaciones.

La atención Según algunos investigadores, el envejecimiento del sistema nervioso central dificulta a las personas mayores que pongan atención en una tarea. El que esta hipótesis sea cierta depende de qué aspecto de la atención se examine (véase Tabla 19.2). La atención es un procedimiento complicado que comprende la alerta, el estar despierto, el período de atención, el que la tarea requiera un procesamiento automático o con esfuerzo, si la persona está preparada para el acontecimiento y qué señales se seleccionan para el procesamiento. Como ya hemos visto, los estudios de las ondas cerebrales indican que muchos adultos mayores pueden estar menos alerta y despiertos debido a problemas durante el sueño nocturno. A menos que sepan pasar por alto la información irrelevante y enfocarse en lo importante, tendrán dificultad en aprender. El que las diferencias de edad aparezcan en la atención selectiva dependerá de la situación. Cuando la tarea es simple, las personas mayores lo hacen tan bien como los jóvenes, son algo más lentos pero igualmente precisos. Sin embargo, cuando la información adicional y sin importancia también ha de procesarse, la velocidad disminuye notablemente en las personas mayores y las diferencias de edad son bastante claras (McDowd y Birren, 1990). El aprender requiere que las personas mantengan su atención enfocada en la tarea durante períodos relativamente largos. En los tests de atención mantenida, las personas mayores eran tan exactas como los jóvenes, y en un estudio longitudinal, la precisión no disminuyó en dieciocho años (Giambra y Quilter, 1988). A medida que se enfoca la atención en una tarea durante largos períodos, la precisión va disminuyendo en todas las personas, y no hay diferencias de edad en el índice del declive. Cuando se les hacían tests de mucha presión, en los que los acontecimientos sucedían rápidamente (cuarenta veces por minuto), las diferencias de edad aparecían: las personas mayores eran menos exactas que los jóvenes, aun tras mucha práctica (Parasuraman y Giambra, 1991). Ni la pereza del estado de vigilia ni la lentificación del procesamiento explicaron los resultados. Los altos índices de velocidad (que han de aumentar el estar despierto) pusieron de relieve las diferencias de edad y no surgieron diferencias en las sesiones de práctica preliminares, lo que indicaba que la lentitud de procesamiento no tenía nada que ver.

Cuando se les pidió que dividieran su atención en dos tareas, los mayores fueron tan precisos como los jóvenes cuando la tarea era sencilla, como cuando sólo han de decir si hay estímulos particulares presentes (McDowd y Birren, 1990). Tan pronto como la tarea se iba haciendo más compleja, las diferencias empezaban a hacer su aparición en la atención dividida. Los investigadores pidieron a los adultos que dirigieran dos tareas (simular que conducían y contar puntos en una pantalla de vídeo), segundo a segundo (Ponds, Brouwer y Wolffelaar, 1988). Los adultos mayores fueron tan buenos como los jóvenes en cada una de las tareas, pero cuando éstas se presentaban al mismo tiempo, la actuación de los más mayores empezó a deteriorarse significativamente en comparación con la de los de mediana edad y los jóvenes. No obstante, cuando la tarea implicaba cambio de atención (cambiar la atención hacia atrás y hacia delante entre dos fuentes), los mayores eran tan rápidos y precisos como los jóvenes (McDowd y Birren, 1990). Algunos investigadores sugieren que la atención de las personas mayores no es defectuosa, sino simplemente no eficiente. Aunque todavía tienen la capacidad de aprender, bien fallan en tener en cuenta todos los aspectos de la tarea o no hacen el esfuerzo requerido. Según esto, las personas mayores poseen un suministro limitado de energía mental. Puesto que aprender requiere aplicar atención deliberadamente, lo que gasta energía mental, las personas mayores es poco probable que hagan el esfuerzo consciente de aprender. Cuando las personas ponen su atención en una tarea de aprendizaje, reorganizan la información, la elaboran, hacen deducciones y la relacionan con otros conocimientos. Si se deja a las personas mayores con sus propios medios, probablemente no llevarán a cabo este procesamiento tan profundo, pero cuando la situación lo facilita o lo hace accesible, generalmente sí lo realizan (Craik y Byrd, 1982).

La resolución de problemas Las vidas de las personas mayores están llenas de problemas de todo tipo y maneras, al igual que la de los jóvenes y las personas de mediana edad. Algunos son tan triviales como abrir un frasco de medicina con cierre especial para protegerlo de los niños, o decidir qué marcas y tamaños de productos comprar en el supermercado. Algunos son más preocupantes pero pueden resolverse: qué hacer cuando la nevera deja de congelar o cómo entrar en un apartamento cerrado cuando te has dejado la llave dentro. Las soluciones a otros problemas son más específicas para las personas mayores y algunas pueden tener graves consecuencias. ¿Es suficiente la protección de la Seguridad Social o es una buena idea tener un seguro médico extra? Si es así, ¿de qué tipo? ¿Es mejor vender la casa de Nebraska y trasladarse al soleado Sureste, comprar una propiedad donde vive alguno de los hijos o quedarse donde está? Un adulto cuando se encuentra ante un problema puede emplear varias estrategias para resolverlo. La dificultad de abrir el frasco puede resolverse siguiendo cuidadosamente las instrucciones, destruyendo la botella de plástico y colocando las tabletas en otro frasco o pidiendo al farmacéutico que utilice otro tipo de tapón. Los adultos pueden solventar problemas aplicando las viejas estrategias rigurosamente, adaptándolas a la nueva situación, ignorar el problema o manipular él entorno de modo que cambie el problema (como cuando las personas mayores se niegan a comprar medicamentos en envases preparados para protegerlos de los niños) (Reese y Rodeheaver, 1985). Cuando se pidió a personas mayores que resolvieran tareas de laboratorio que requerían razonamiento deductivo, generalmente lo hacían peor que los jóvenes. De hecho, en los problemas de razonamiento tradicionales de laboratorio, la actuación suele bajar en calidad después de la juventud (Reese y Rodeheaver, 1985). No se está seguro de si los adultos son menos competentes a la hora de resolver problemas prácticos. En un estudio, los adultos de mediana edad fueron los que ofrecieron las mejores soluciones a los problemas que podían encontrarse los mayores, siendo los jóvenes y ‘los mayores los menos capaces de solventar esos problemas por sí mismos (Denney y Pearce, 1989) (véase Gráfico 19.2ª). Los adultos tenían que decidir, por ejemplo, de qué modo una mujer mayor podía obtener productos de ultramarinos y otros artículos necesarios en invierno cuando el mal tiempo hiciera imposible conducir. Sin embargo, en otro estudio, los adultos de la tercera edad fueron los más eficientes en resolver tales problemas prácticos, como conseguir que se hiciera alguna reparación cara cuando el propietario se había negado a hacerla (Cornelius y Caspi, 1987) (véase Gráfico 19.2b). ¿Cómo podemos interpretar los resultados de estos conflictos? Existen muchos factores responsables, como pueden ser las diferencias en las tareas, en las personas que se estudiaron y un método que no tuviera en cuenta las diferencias en los estilos de aprendizaje y las estrategias para resolver problemas. Otro factor posible es la exigencia sobre los recursos intelectuales. En el primer estudio, que mostraba el descenso en la actuación tras la mediana edad, los investigadores pidieron a los adultos que generaran ellos mismos las soluciones. En el segundo, que mostraba una mejora después de haber atravesado la mediana edad, los adultos sólo tenían que elegir qué solución adoptarían de entre una lista de posibles respuestas. Este método, que precisaba menos procesamiento de información, puede exigir menos de los recursos intelectuales de las personas mayores. Es arriesgado, sin embargo, generalizar a raíz de tales resultados. La mejor solución para tales situaciones sería distinta según la persona, dependiendo en la experiencia individual en las mismas y su condición física. Algunas personas mayores resuelven los problemas abstractos tan bien como los hombres y mujeres jóvenes. Juegan a juegos cognitivos con eficiencia, aplican la lógica deductiva, organizan los elementos del problema y diseñan (y

siguen) estrategias sistemáticas. De hecho, cuando se compara a los adultos jóvenes y mayores en los tests de inteligencia fluida, existe poco o ningún declive en la resolución de problemas (Rabbitt, 1988). Cuando se hicieron pruebas con equipos de directivos sobre su habilidad con los problemas informáticos de un país mítico, no había mucha diferencia entre la actuación de los jóvenes (entre 28 y 35 años) y los de mediana edad (45 a 55 años) (Streufert et al., 1990). Los directivos más mayores (entre 65 y 75 años) respondían a niveles considerablemente más bajos, enredándose en largas discusiones, tomando pocas decisiones y aportando menos estrategias para resolver el problema que los dos grupos más jóvenes. Sin embargo, al enfrentarse con situaciones de emergencia, los más mayores respondían más rápido, con más eficiencia y decisión que los jóvenes y de mediana edad. Los investigadores creen que las búsquedas exhaustivas de información de los grupos de menor edad les dejaba en un estado de sobrecarga durante las emergencias, mientras que la tendencia de los mayores a absorber información de forma selectiva actuaba de protección contra la sobrecarga y les permitía trabajar con la máxima efectividad. No se está seguro si las diferencias en la actuación eran resultado de la edad. Algunos directivos mayores estaban jubilados y no tenían experiencia reciente de dirección. Otros puede que tuvieran enfermedades cardiovasculares o degenerativas de algún otro tipo. Aunque la educación era similar, los factores relacionados con la cohorte, como las cambiantes expectativas de liderazgo y el estilo, también pueden afectar el resultado. Algunos investigadores creen que el uso consistente de las habilidades para resolver problemas pueden prevenir los declives en las mismas. Esta creencia fue apoyada por un estudio de adultos de edades comprendidas entre los 55 y los 77 años (Clarkson-Smith y Hartley, 1990). Los que jugaban frecuentemente al bridge no mostraron declive con la edad en los tests de razonamiento estándar que era evidente entre los no jugadores. Puesto que el resolver problemas y el aprender dependen ambos de la capacidad de adquirir, retener, recordar y manipular conocimiento en la conciencia, los descensos de memoria pueden ser responsables de gran parte del declive cognitivo que aparece en la tercera edad. De hecho, la actuación de los jugadores de bridge mayores era mucho más eficiente en los tests de memoria a corto plazo que la de otros adultos de su edad que nunca juegan al bridge (Clarkson-Smith y Hartley, 1990). La sabiduría Cuando los psicólogos del desarrollo estaban básicamente interesados en la primera parte de la vida, la sabiduría raramente se mencionaba, si es que llegaba a hacerse, en las discusiones sobre la inteligencia. La sabiduría surge de la experiencia y es diferente del conocimiento, porque requiere algo más que la posesión de hechos. Los investigadores han encontrado que los adultos de todas las edades suelen estar de acuerdo en los atributos personales que constituyen la sabiduría (Holliday y Chandler, 1986). Los factores principales parecen ser una comprensión excepcional, habilidades de juicio y comunicación, competencia intelectual en general, habilidades interpersonales y discreción social (véase Tabla 19.3). Los adultos de todas las edades también están de acuerdo en que la sabiduría es una de las pocas características deseables que aumentan a esa edad, y la mayoría cree que empieza a desarrollarse hacia los 55 años (P. Baltes et al., 1991). No todas las personas se vuelven más sabias con la edad, y el que ello suceda depende de las experiencias específicas en la vida, la motivación y los recursos personales. Algunos investigadores ven la sabiduría como principalmente cognitiva. Según Paul Baltes y colaboradores (P. Baltes et al., 1991; J. Smith y Baltes, 1990), la sabiduría es conocimiento experto sobre asuntos fundamentales en la vida. La persona., sabia tiene: 1) un gran almacenamiento de conocimiento factual sobre la vida; 2) un rico conocimiento sobre cómo tratar los problemas cotidianos; 3) un entendimiento de que la vida es una serie de contextos interrelacionados; 4) la conciencia de que todos los juicios son relativos respecto a una cultura y sistema de valores particulares, y 5) ser consciente de que la vida es impredecible e incierta. Esta definición es, en efecto, una aplicación de pensamiento posformal de un experto en la pragmática de la vida (véase Capítulo 17). En un test sobre esta definición, adultos de varias edades intentaron resolver problemas de desarrollo que implicaban hacer planes para el futuro pensando en voz alta sobre las distintas opciones (J. Smith y Baltes, 1990). Los cinco criterios estaban altamente correlacionados, y sólo el 5 por 100 de los adultos manifestaron que el juicio era considerado sabiduría. Aunque los más mayores proporcionaron algunas de las respuestas más sabias, hubo las mismas respuestas inteligentes por parte de los adultos de mediana edad y los jóvenes. Puesto que algunos de los problemas evolutivos implican la inversión de los papeles de género y la posibilidad de roles combinados de carrera-familia para las mujeres, los investigadores sugirieron que las diferencias de cohorte podían haber influido en los resultados. La búsqueda de la sabiduría en términos puramente cognitivos puede hacer que ésta sea eludida por los investigadores. Tal como hemos visto, el público en general está de acuerdo en que la sabiduría requiere ciertas habilidades interpersonales (justicia, sensibilidad, sociabilidad, amabilidad y un buen temperamento) y discreción social (discreción, tranquilidad y una actitud de no querer juzgar) (Holliday y Chandler, 1986). Lucinda Orwoll y Marion Perlmutter (1990) creen que la sabiduría depende tanto de la personalidad como de la cognición. La persona sabia que posee un gran desarrollo en la personalidad, así como a nivel cognitivo, experimenta las emociones de un modo que propicia la conciencia de sí y sentido de yo y se expande más allá de la identidad personal y el contexto inmediato para abrazar a toda la humanidad. Tiene lugar una espiral de desarrollo, en la que la trascendencia del yo

promueve el procesamiento de la información y capacita a la persona a percibir las situaciones con mayor claridad. A medida que la sabiduría relacionada con la cognición se realza, la persona desarrolla una visión interna más madura en las motivaciones y emociones, lo que le conduce a un mayor crecimiento cognitivo. Esta visión de sabiduría es compatible con la teoría de Erikson del desarrollo satisfactorio de la personalidad en la tercera edad, como veremos en el Capítulo 20. El problema para los psicólogos del desarrollo es descubrir cómo interactúan los procesos cognitivos y de la personalidad para producir sabiduría. Incluso las personas sabias pueden darse cuenta de que han tenido que hacer concesiones al producirse cambios en el sistema de memoria.

LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA Al principio de este capítulo conocimos dos psicólogos eminentes que se quejaban de lapsos en la memoria. Skinner (1983) recomendaba pistas para la memoria como ayuda para las actividades cotidianas. Descubrió que podía recordar coger el paraguas en un día que amenazaba lluvia colgándolo en la empuñadura de la puerta en el momento que le venía la idea a la cabeza. Hebb (1978) no era tan optimista, ya que para él tal estrategia funcionaba mejor cuando el objeto era lo bastante grande como para tropezar con él al salir por la puerta. Las investigaciones sobre la memoria raramente se centran en dichas tareas cotidianas, como recordar coger el paraguas o tomar la medicación. La mayoría de los estudios, en su lugar, tratan de determinar de qué modo el envejecer afecta a varios aspectos del sistema de procesamiento de la información que están implicados en el almacenamiento y recuperación de la misma. La información del entorno entra en el registro sensorial como una fugaz impresión; allí se guarda durante un corto tiempo -menos de un segundo-. Si la información atrae nuestra atención, pasa a la fase de memoria a corto plazo, que es un sistema temporal de guardar información que se está procesando conscientemente. Durante esta fase aplicamos estrategias, organizamos material y lo codificamos para su posterior recuperación. A medida que la información se va desvaneciendo de la conciencia, ésta se pierde o se almacena en la memoria a largo plazo. Cuando necesitamos información, se recupera de esta última y vuelve a la memoria a corto plazo, donde somos conscientes de ella. Los problemas con la memoria pueden surgir durante cualquiera de estos procesos. A medida que las personas envejecen, no todas las partes del sistema de la memoria cambian de la misma manera. La memoria sensorial, ya sea para la vista o para el oído, no parece verse muy afectada por el proceso de envejecimiento (Poon, 1985). La edad tampoco afecta los contenidos de la memoria; el conocimiento almacenado en la memoria a largo plazo es estable y puede aumentar con la edad (Perimutter, 1986). Tal información puede estar momentáneamente fuera de nuestro alcance, pero es difícil que se pierda. Una vez que la información se ha colocado en la memoria a largo plazo, las personas de 80 años la retienen con la misma eficacia que los de 20. El problema de las personas mayores es hallar la clave que les permita recuperar la información. Los estudios de la memoria generalmente no evalúan los contenidos de lo que está almacenado a largo plazo. En vez de ello, cuando los investigadores buscan la razón por la que las personas mayores lo hacen peor que las jóvenes o las de mediana edad en varias tareas de memoria, prueban la eficiencia de los procesos utilizados para colocar el material o recuperarlo (Perlmutter et al., 1987). La mayoría de los estudios indican que los efectos del envejecimiento afectan la eficiencia de estos procesos.

Procesar y codificar La capacidad estructural de la memoria a corto plazo no parece estar muy afectada por la edad (Dobbs y Rule, 1989; Salthouse y Mitchell, 1989). Hay pocas diferencias de edad en los tests de dígitos o de espacio entre las palabras, en los que las personas repiten pasivamente una fila de dígitos o palabras que acaban de escuchar. Sin embargo, cuando las personas han de manipular o reorganizar la información de alguna manera, las diferencias de edad son obvias: la capacidad operacional de la memoria a corto plazo aparentemente disminuye con la edad. Por tanto, si se les pide que repitan una serie de dígitos o palabras hacia atrás, las personas mayores pueden manejar menos temas. Los adultos también recurren a la capacidad operacional cuando se les pide que mantengan un exceso de temas en la memoria a corto plazo. Según la persona, esta última parece que puede retener entre cinco y siete temas; cualquier otra cosa que exceda de ese número ha de extraerse de la memoria a largo plazo. Cuando los investigadores pidieron a los adultos que retuvieran y luego marcaran números de teléfono, no había diferencias de edad en la retención de los prefijos (tres dígitos) (West y Crook, 1990). Hacia los 70 años aparecen pequeñas diferencias de edad con los números locales (siete dígitos), y cuando quieren retener números de otras zonas más lejanas (diez dígitos), las diferencias de edad empezaron a aparecer a los 60 años. Los investigadores han estado tratando de descubrir la fuente de las diferencias de edad en la capacidad operacional, a la que a menudo se refieren como memoria de trabajo. Una posibilidad es que ese procesamiento centralizado es menos eficiente con el avance de la edad. Algunos psicólogos han hallado que cuando varían la complejidad de las tareas, las diferencias de edad son más notables a medida que aumentan las exigencias de procesamiento (Wingfield et al., 1988), pero otros han descubierto que las diferencias de edad permanecen relativamente constantes (Babcock y Salthouse, 1990).

Quizá las diferencias de edad en la capacidad son al menos tan importantes como la decreciente eficiencia en el procesamiento, lo que implica que las personas mayores pueden tener problemas en retener la información en la memoria de trabajo mientras están procesando simultáneamente la misma u otra información (Salthouse, Mitchell y Palmon, 1989). Esta conclusión fue apoyada por un estudio en el que los adultos resolvían tres problemas de suma mentalmente, pero guardaban las respuestas hasta haber resuelto los tres (Foos, 1989). El patrón de resultados indicaba que las personas mayores procesan la información eficientemente, pero cuando dirigen sus recursos al procesamiento, ya no tienen capacidad para guardar la información en la memoria de trabajo. En un complejo estudio, Timothy Salthouse y Renee Babcock (1991) examinaron la sucesión de dígitos y de palabras, el cálculo, la comprensión de frases y la capacidad para resolver visualmente los problemas aritméticos presentados mientras respondían simultáneamente a preguntas concernientes a frases habladas. Por ejemplo, mientras escuchaban la frase «el muchacho corría con el perro» y a la vez que decían «quién» corría tenían que resolver problemas como < 9 - 2 =?». Los investigadores descubrieron que los efectos de la capacidad de almacenamiento en la memoria de trabajo se debían en gran medida a la disminución de la eficiencia de procesamiento. Cuando las medidas de procesamiento eficiente estaban controladas, las diferencias de edad disminuían notablemente. Los investigadores también descubrieron que la principal influencia en procesar con eficiencia era la velocidad de percepción, que se medía viendo con qué rapidez los adultos podían comparar dos letras o patrones e indicar si eran «iguales> o «diferentes». Salthouse y Babcock proponen que no es el número o la complejidad de las operaciones lo que causa los declives relacionados con la edad en la memoria de trabajo, sino que es la velocidad a la que pueden realizarse satisfactoriamente las operaciones elementales (véase Gráfico 19.3). La activación lentificada de la información disminuiría la flexibilidad del procesamiento, de modo que a las personas mayores les resultaría más dificil cambiar de un proceso a otro (Dobbs y Rule, 1989). Si las personas mayores están en desventaja cuando han de manipular u organizar información de alguna manera, ¿se debe a que su capacidad para almacenar conocimiento nuevo está dañada? La reorganización es una ayuda importante, y cuando la información se ha de codificar para almacenarse permanentemente, es un tipo de estrategia de codificación. A1 codificar material, las personas mayores puede que no usen tales estrategias. Algunos investigadores creen que el fracaso en utilizarlas eficientemente indique que las habilidades de procesamiento de las personas mayores se han deteriorado, imposibilitando el uso de las mismas estrategias que una vez emplearon. Otros investigadores están convencidos de que el problema real es tanto una deficiencia de procesamiento como de producción. Lo que quiere decir que las personas mayores son capaces de codificar información eficientemente, pero no utilizan espontáneamente las estrategias de ayuda para la memoria. Esta visión fue apoyada por un estudio en el que las personas mayores tenían que organizar una lista de palabras por clasificaciones, procedimiento que les obligaba a pensar en el significado de cada una de ellas (Mitchell y Perlmutter, 1986). Cuando se les hizo un test improvisado de memoria, las diferencias de edad desaparecieron. Las personas mayores recordaban casi tantas palabras como los jóvenes.

Recuperación Aunque la codificación de problemas sea aparentemente responsable de la mayor parte de las diferencias de edad en las tareas de memoria, el proceso de recuperación puede sumarse a los mismos. A veces el material puede almacenarse, pero escaparse cuando ésta la busca. Esta conjetura se ve respaldada por la capacidad de las personas mayores para reconocer el material que han visto anteriormente. Cuando los adultos reconocen una lista de palabras que no han sido capaces de recordar, la deficiencia se encuentra en el proceso de búsqueda. Ver la lista original parece servir de pista, lo que facilita que recuperen la información. Los resultados de los experimentos de reconocimiento se supone que prueban la eficiencia de los procesos de codificación, puesto que el reconocimiento implica poco esfuerzo de recuperación. Los resultados de los experimentos de recuerdo prueban el proceso de recuperación, puesto que el recordar requiere una reunificación que bien sucede espontáneamente o acontece como respuesta a alguna clave (Perlmutter et al., 1987). Las diferencias de edad aparecen tanto en la memoria de reconocimiento como en la de recordar, pero los experimentos indican un declive mucho menor en la primera. Este descubrimiento no debería sorprendernos, ya que, como vimos en el Capítulo 11, ese reconocimiento es una habilidad sencilla que muestra pocos cambios evolutivos después de los 4 o 5 años. Por tanto, en algunas condiciones, la memoria de reconocimiento de las personas mayores es tan buena como la de los jóvenes. Cuando se enseñó a adultos de sesenta y tantos años una serie de fotografías y dibujos lineales, reconocieron las fotografias con la misma precisión que los alumnos universitarios (Park, Puglisi Y Smith, 1986). Sin embargo, tras un período de cuatro semanas, la capacidad de reconocimiento de los alumnos universitarios era mucho más precisa, mientras que las personas mayores se confundieron muchas más veces (creyendo reconocer fotos que no formaban parte del juego original). En algunas situaciones, las características de las personas estudiadas determinan si las diferencias de edad aparecerán en los tests de reconocimiento. Los adultos que están en los 70 años y que poseen altas puntuaciones de CI a nivel oral reconocían las palabras con la misma facilidad que los alumnos universitarios con CIs semejantes (Bowles y Poon 1982). No obstante, los adultos que tenían bajas puntuaciones de CI a nivel oral, los que estaban en los 70 lo hicieron mucho peor que los adultos jóvenes con CIs similares. Según parece, una gran cantidad de conocimiento puede compensar los declives de procesamiento relacionados con el reconocimiento.

Las diferencias de edad a la hora de recordar suelen ser mayores cuando las personas están esperando hacer una prueba. En tales estudios, las personas memorizan una lista de palabras y luego tratan de repetirlas espontáneamente (procedimiento que se conoce como recuerdo libre). Las diferencias de edad en el recuerdo libre aparecen por primera vez al llegar a los 30 años, y el abismo entre los de 20 y los que son mayores de esa edad se va ampliando con cada década que pasa. El abismo se ensancha todavía más cuando a jóvenes y mayores se les da tanto tiempo de estudio como deseen y se les anima a emplear cualquier ayuda de memorización que les sea útil. Los resultados indican que los jóvenes sacan mayor provecho de tales condiciones que las personas mayores (Rabinowitz, 1989). Sin embargo, las diferencias de edad disminuyen cuando los investigadores presentan claves para la recuperación (como el nombre de una clasificación) en el momento de la prueba; esto demuestra que las personas mayores a menudo aprenden más de lo que indican los tests (Poon, 1985).

Memoria para la información importante La mayoría de las evaluaciones de la memoria dependen de la capacidad de los adultos para recordar palabras aisladas. Tales tareas se encuentran en la vida cotidiana. Más importante aún es la habilidad de leer y recordad la información importante o recordar haber realizado actividades específicas. En el caso de la memoria para la información hablada o escrita, el objetivo es recordar lo más fundamental del texto, no sus palabras literalmente. ¿Muestra un declive con la edad la capacidad de las personas mayores de recordar lo que han leído en los periódicos, revistas o libros? El que surjan diferencias de edad en la comprensión de artículos depende de factores tales como las diferencias individuales (en habilidades o conocimientos previos), la naturaleza de la tarea (recordar o reconocer), el tipo de material a recordar (escrito u oral, claramente organizado o sin seguir un orden) y cl tipo de instrucciones dadas (Hultsch y Dixon, 1990). Las personas mayores con una gran habilidad oral, por ejemplo, son tan competentes como los jóvenes cuando han de recordar ideas importantes de un artículo escrito, sin embargo aparecen diferencias de edad importantes entre los adultos con una habilidad oral pobre (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1984). En un grupo de adultos de edades entre los 19 y 90 años, el vocabulario fue el principal determinante de las puntuaciones en el test de elecciones múltiples que comprendía el contenido de un noticiario de televisión (West, Crook y Barron, 1992). Las personas mayores también pueden recordar historias de un modo distinto que los jóvenes. Según el desarrollo de pensamiento posformal, discutido en el Capítulo 17, las personas mayores tienden a recordar las historias de un modo más integrativo e interpretativo que los jóvenes, cuya forma de recordar suele ser detallada y basada en los textos (C. Adams et al., 1990). La gente raramente lleva a cabo actividades con el intento consciente de recordarlas, por lo que los recuerdos son ejemplos de la memoria automática y accidental (Hultsch y Dixon, 1990). Las personas mayores recuerdan acciones tan bien como los jóvenes en algunas situaciones, pero no en otras. Cuando los investigadores pidieron a los adultos que hicieran una breve lista de acciones simples («levantar la cuchara», «mirarse en el espejo», «oler una flor»), no surgieron diferencias de edad en la precisión de los recuerdos de los adultos respecto a haberlas realizado (Knopf y Neidhardt, 1989). No obstante, cuando la lista de acciones que habían realizado era extensa, aparecieron las diferencias de edad típicas en la precisión del recuerdo. Las personas mayores también solían ser menos exactas que las jóvenes cuando tenían que recordar la fuente de los acontecimientos que habían observado o leído. Después de haber visto un corto en el que cuatro jóvenes secuestraban a un hombre de mediana edad, tanto jóvenes como mayores leen una versión exacta de la película o una versión que incorpora falsas explicaciones de dos incidentes críticos (G. Cohen y Faulkner, 1989). Después tenían que responder a dieciocho preguntas con múltiples repuestas sobre el filme. Entre los que habían leído la versión correcta del mismo, las personas mayores recordaron los acontecimientos de la película con la misma exactitud que los jóvenes. Mientras que entre los que habían leído la versión falsa, las personas mayores eran más propensas que los jóvenes a decir que los incidentes mal representados en el texto habían aparecido en el corto. La tendencia de las personas mayores a confundir la fuente de la información recordada puede deberse a problemas de codificación. Algunos estudios indican que éstas codifican menos información contextual y por tanto carecen de este tipo de claves que les ayudarían a identificar el origen de sus recuerdos (Burke y Light, 1981).

La metamemoria ¿Por qué las personas mayores fracasan en utilizar estrategias en las tareas de memoria? Este fallo no es resultado de la ignorancia sobre los procesos básicos de la memoria. La mayoría de los estudios indican que las personas mayores saben tanto sobre cómo funciona la memoria, los factores que facilitan o dificultan el recordar y la utilidad de varias habilidades de la misma como los jóvenes (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1987; Loewen, Shaw y Craik, 1990). Sin embargo, los jóvenes son más propensos a emplear estrategias de codificación cuando tratan de introducir algo en la memoria. Todavía más sorprendente es el descubrimiento de que las personas mayores son al menos tan buenas como los jóvenes en predecir cuándo podrán reconocer las respuestas factuales que no pueden recordar (habilidad que se prueba con preguntas con respuestas múltiples) e igualmente eficientes al dirigir y evaluar su actuación al recordar (Brigham y Pressley, 1988). Estos hallazgos condujeron a los investigadores a determinar si los adultos también controlaban la efectividad de las estrategias de la memoria en su propio recuerdo de actuación (Brigham y Pressley, 1988). El

estudio implicaba el uso de dos estrategias diferentes para aprender palabras nuevas. Una de ellas, que es moderadamente efectiva, requería que las personas mayores hicieran una frase usando la nueva palabra en un contexto que tuviera sentido. La otra, que es altamente eficaz, implicaba que anotaran una palabra conocida relacionada con la nueva y luego hacer una frase utilizando ambas, la conocida y la nueva. Los jóvenes se dieron cuenta de que esta última era mejor y se pasaron a ella cuando tuvieron que aprender más palabras nuevas. Sin embargo, la mayoría de los adultos mayores no parecían darse cuenta del poder de la estrategia más efectiva, aunque recordaban más palabras cuando la empleaban. Más aún, las personas mayores que reconocían el valor de la segunda opción no siguieron usándola. Quizá les preocupa menos que a los jóvenes la efectividad de las estrategias. A diferencia de los jóvenes, que dijeron cambiar de estrategias para aumentar su capacidad de recordar, las personas mayores tendían a decir que empleaban una de ellas porque les resultaba más sencilla o fácil de manejar. El declive observado relacionado con la edad en el uso de estrategias de codificación acompaña a un aumento en el empleo de ayudas externas para reforzar la memoria; las personas mayores son más proclives que los jóvenes universitarios a hacer uso de calendarios, agendas, listas de compra y notas. Algunos investigadores han especulado sobre el hecho de si el empleo de tales ayudas externas es otro ejemplo de compensar los fallos deí las habilidades cognitivas (Dixon y Hultsch, 1983). Sin embargo, un estudio reciente indica que el cambio de estrategias mentales a otras externas puede ser tanto consecuencia del estilo de vida como del cambio cognitivo. Cuando compararon las prácticas de uso de las estrategias de los estudiantes universitarios, los adultos que no habían ido a la universidad cuando tenían 20 años y los adultos mayores observaron que los adultos no universitarios se parecían a los mayores cuando tenían que usar las estrategias (Loewen, Shaw y Craik, 1990). Éstos no empleaban las estrategias de codificación mentales utilizadas por los jóvenes con mayor frecuencia que los mayores, y su uso de las ayudas externas se quedaba entre los patrones de los otros dos grupos. Los investigadores sugieren que los adultos con vidas variadas y muchas obligaciones tienden a confiar ‘ en las ayudas de memoria externas, mientras que los estudiantes, cuyas vidas están regidas por la necesidad de recordar la información que han aprendido, tienen una mayor necesidad de codificar estrategias internas. De hecho, el empleo de ayudas externas parece alcanzar la cumbre en la mediana edad, cuando las obligaciones de la vida provocan más presión y luego decrece de algún modo entre los mayores (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1987).

La autoeficacia y el sentido de control Las estretegias no son los únicos aspectos de la metamemoria que determinan el recuerdo. La autoeficacia de los adultos mayores y el sentido de control de sus capacidades intelectuales también puede influir en su actuación en las tareas de memoria. Tal como vimos en el Capítulo 11, la autoeficacia afecta al rendimiento de los niños en clase, porque aparentemente afecta su motivación. Las personas que tienen una autoeficacia muy alta tienden a ponerse metas muy altas, hacer más esfucrzo en diferentes tareas y trabajar más tiempo en ellas. Independientemente de lo que sepan los adultos sobre los procesos de la memoria, si creen que su propia habilidad para recordar en una situación no es buena, su actuación estará por debajo de su capacidad (Hultsch, Hertzog y Dixon, 1989). La autoeficacia de la memoria comprende hasta qué punto los adultos evalúan su propia capacidad de memoria (por ejemplo, creyendo que son buenos recordando nombres) y cuánto creen que ha cambiado con la edad (por ejemplo, creer que les resulta más dificil recordar cosas que solían hacer). Los niveles de autoeficacia suelen predecir la actuación de la memoria en los adultos de cualquier edad (Berry, West y Dennehey, 1989). En realidad, las creencias respecto a la autoeficacia pueden ser más poderosas que la actuación en sí en lo que se refiere al modo en que las personas mayores enfocan la situación que implica la memoria. En un estudio, la formación en una nueva estrategia de memoria mejoraba la actuación de las personas mayores, pero no aumentaba su autoeficacia (Rebok y Balcerak, 1989). Por tanto, pocos de los adultos mayores la utilizaban en su nueva tarea. Cuando se enseñó a los jóvenes la misma estrategia, su confianza en la memoria aumentó junto con su actuación y la mayoría la adoptaron en la nueva tarea. La percepción del control personal está íntimamente relacionada con la capacidad de recordar. Las investigaciones indican que los jóvenes actúan a un nivel más alto cuando tienen control sobre el contenido de la tarea a realizar (Kausler, 1990). No se está seguro si el efecto de la percepción de control cognitivo sobre el contenido de una tarea o los procesos cognitivos cambia con la edad. En un estudio, la creencia de las personas mayores de que si realizaban esfuerzo les ayudaría a recordar afectaba en su capacidad para recordar lo básico de los pasajes en prosa que habían leído (Dixon y Hultsch, 1983). Entre los adultos que se encontraban en los 70 años y que habían sido observados durante cinco años no hubo cambios significativos en la inteligencia o el sentimiento general de control sobre el proceso cognitivo, excepto entre aquellos cuyas puntuaciones en los tests de inteligencia fluida habían bajado (Lachman y Leff, 1989). Incluso entre los más eruditos, cuya inteligencia, autoeficacia y control cognitivo había permanecido estable, había, sin embargo, un aumento en la creencia de que tenían que confiar en otras personas para resolver los problemas cognitivos. Los investigadores sugieren que las personas mayores pueden aceptar los estereotipos culturales sobre la inevitabilidad del declive cognitivo, a pesar de su elevado rendimiento. Su extrasensibilidad a los cambios predichos puede conducirles a proteger su propia imagen, delegando algún control, haciendo que los demás hagan tareas como rellenar los impresos para la declaración de la renta.

El impacto de la metamemoria, la autoeficacia y el control en el rendimiento de la memoria en las personas mayores es similar al impacto en los niños. En estos últimos, las razones del impacto pueden deberse a la ingenuidad y al nivel de desarrollo cognitivo, mientras que en los adultos mayores se debe probablemente a creencia erróneas, falta de experiencia y preocupación. Las expectativas, atributos y creencias pueden afectar la memoria de las personas mayores de un modo complicado, dependiendo de la forma en que cada individuo evalúa su propio pasado y desarrollo futuro (Brandtstádter, 1989). Los informes cognitivos y empcionales pueden ser igualmente poderosos (como sugiere el recuadro de arriba «Angustia, depresión y memoria»), así como el modo en que un adulto mayor interpreta los acontecimientos puede ser tan importante como el hecho en sí. La percepción del control y la autoeficacia pueden ser vitales para mantener una visión optimista.

PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACION Los declives cognitivos de la edad entre los adultos sin problemas orgánicos del cerebro aparecen consistentemente en la investigación experimental, pero la magnitud del cambio es relativamente pequeña y tiene poco efecto en la vida diariaSi el deterioro en el sistema nervioso es la causa de este declive cognitivo, entonces no se puede hacer nada al respecto. No obstante, según las teorías contextuales, el desarrollo se ve altamente afectado por el entorno cognitivo, social y físico del individuo. Puesto que estas influencias son tan poderosas, las mentes de los mayores todavía pueden ser plásticas y estar abiertas al cambio. Más de una década de investigación ha apoyado esta visión (Lerner, 1990). A través de varios programas de formación, los adultos mayores han mejorado la calidad de su capacidad para resolver problemas, el funcionamiento de la memoria de trabajo y las puntuaciones en los tests de inteligencia fluida. Estas investigaciones indican que la no utilización y la falta de estímulo cognitivo son la causa de al menos parte de los declives que aparecen consistentemente en los estudios experimentales. No importa cuál sea la técnica empleada para mejorar el aprendizaje y las habilidades para resolver problemas, la formación suele ser efectiva. Las personas mayores que habían seguido la formación al presentarles los mismos tipos de problemas que habían realizado durante la misma, solían utilizar las nuevas estrategias. La cuestión es si los adultos que las emplean con eficiencia para resolver problemas específicos las transferirán a otros que no son tan similares. Como regla general, sólo suelen hacerlo en situaciones semejantes. En un programa de intervención que utilizaba videojuegos para acelerar el procesamiento de información en las personas mayores, la transferencia era evidente (Clark, Lanphear y Riddick, 1987). Las exigencias de los videojuegos controlaban la atención y el procesamiento rápido de la información. Siete días de práctica diaria jugando al «Pac Man» y al «Donkey Kong» dieron como fruto un enorme aumento en las puntuaciones de los juegos, tal como cabía esperar. Estas habilidades también se transfirieron a respuestas más eficientes en otras situaciones. Eran más rápidas y precisas en un test de tiempo de reacción en el que se había de presionar una tecla. Los programas de entrenamiento de la memoria en los que los adultos aprenden nuevas estrategias de codificación han tenido éxito en mejorar las habilidades de la memoria. En un estudio (Kliegl y Baltes, 1987), los adultos sanos de 60 y 70 años aprendieron algunas estrategias que utilizan los expertos de memoria para recordar listas de palabras y dígitos. Tras un entrenamiento intensivo, estos adultos mayores, con una media de CI por encima de lo normal, obtuvieron resultados impresionantes. Los adultos más destacados que emplearon una estrategia que implicaba recodificar dígitos en una lista de fechas históricas conocidas, una mujer de 69 años podía recordar una lista de 120 dígitos presentada a un ritmo de un dígito cada ocho segundos. Podía recordar más dígitos correctamente que los jóvenes con CIs medios que habían aprendido la misma técnica. La mayor parte de adultos mayores han ampliado sus reservas cognitivas. Sin embargo, todavía hay algunas diferencias. Cuando se le forzó a recordar dígitos a una velocidad rápida, la mujer -y todos los otros adultos mayores del estudio --- lo hicieron bastante peor que los jóvenes. Los jóvenes también han recurrido a sus capacidades de reserva y pueden procesar el material con más rapidez. En otro estudio de memoria (Kliegl, Smith y Baltes, 1990), el empleo de una nueva estrategia de memoria mejoró notablemente el rendimiento, pero también puso de relieve las diferencias de edad. Los jóvenes mejoraron más que los mayores, lo que sugiere que la capacidad de reserva disminuye con la edad. Una vez más, los mayores sólo fueron expertos cuando las palabras aparecían despacio. Cuando se les enseñó una técnica para elevar al cuadrado mentalmente números de dos cifras, las personas mayores aprendieron casi al mismo ritmo que los jóvenes, pero necesitaron casi el doble de tiempo para responder (J. Campbell y Charness, 1990). Los adultos de todas las edades aprendieron a calcular a elevar al cuadrado el doble de rápido y con la mitad de errores que en la fase de aprendizaje, pero las diferencias de edad seguían presentes. A1 final del estudio no había diferencias de edad en los errores de cálculo, pero las personas mayores continuaban haciendo más errores de memoria de trabajo (como omitir un subtotal o seleccionar un número incorrecto de una etapa anterior). Los programas de entrenamiento para la inteligencia fluida también han puesto de manifiesto impresionantes mejoras en las personas mayores. Uno de esos estudios utilizó las matrices progresivas de Raven, test que requiere que la persona seleccione una de las alternativas que completaría un diseño en el que falta una sección (Denney y

Heidrich, 1990). El rendimiento en este test suele decrecer con la edad. Tras una sola y breve sesión, hombres y mujeres de todas las edades lo hicieron significativamente mejor en la prueba que los del grupo de control. El efecto del entrenamiento fue el mismo en todas las edades, por lo que las diferencias de edad no influyeron. Los investigadores, al trabajar con adultos de 64 a 95 años, han obtenido buenos resultados en invertir los efectos de los declives a largo plazo en dos tests de inteligencia fluida: razonamiento inductivo y orientación espacial (Schaie y Willis, 1986b). Los adultos pertenecían a un estudio longitudinal de CI y habían hecho varias pruebas en un período de catorce años. Casi la mitad no daban indicios de declive en ninguna de las habilidades, casi un tercio había sufrido pérdidas en una de ellas y casi un cuarto tenía problemas con ambas. Tras un curso de cinco horas de entrenamiento, el 40 por 100 de los adultos que había sufrido pérdidas en ambas recuperaron completamente su habilidad; sus puntuaciones eran tan altas como catorce años antes (véase Gráfico 19.4). Otro 20 por 100 mostró mejoras, aunque sus puntuaciones no habían alcanzado el nivel anterior. Entre los adultos cuyas puntuaciones habían permanecido estables durante catorce años, más del 50 por 100 mostró grandes mejoras en razonamiento inductivo y un 40 por 100 en orientación espacial. Ni la edad ni la educación ni los ingresos afectaron a este patrón. Otros adultos que habían recibido entrenamiento en las relaciones numéricas, otra habilidad de la inteligencia fluida, conservaron una mayor proporción de beneficios en el transcurso de siete años a medida que se iban haciendo más mayores (Willis y Nesselroade, 1990). Los adultos recibieron cinco sesiones de entrenamiento en cada una de las tres fases (1979, 1981, 1986). Al final de las pruebas, estos adultos a finales de los 70 años y poco más de 80 todavía lo hacían notablemente mejor que antes de la primera sesión de entrenamiento, indicando que en la tercera edad todavía queda una considerable plasticidad cognitiva. Las sesiones elaboradas con educadores no son necesarias para las pequeñas mejoras obtenidas en estos estudios. Las personas mayores adultas entre 63 y 90 años que trabajaron por su cuenta con un manual de prácticas obtuvieron resultados tan impresionantes en las relaciones numéricas como los que habían recibido instrucción específica (P. Baltes, Sowarka y Kliegl, 1989). Según parece, las personas mayores pueden activar sus reservas cognitivas por sí solas. Los estudios de preparación ofrecen entrenamiento a corto plazo y luego envían de nuevo a los adultos a sus entornos habituales. Si la intervención duró lo bastante, el funcionamiento cognitivo puede potenciarse mucho más de lo que indican los estudios (Lerner, 1990). Quizá gran parte del deterioro en la función cognitiva relacionada con la edad pueda prevenirse si el entorno de las personas mayores proporciona un estímulo cognitivo adecuado. En el siguiente capítulo, a medida que consideremos el contexto de las vidas de las personas mayores, mantendremos esta posibilidad en la mente. MITOS SOBRE ENVEJECER La mayor parte de las personas tienen muchas ideas equivocadas respecto a hacerse mayor. Éstas son, en parte, responsables de la discriminación por la edad y de nuestras expectativas respecto a la conducta de los mayores. CAMBIOS BIOLÓGICOS Con la edad tienen lugar algunas pérdidas sensoriales, pero éstas no son uniformes y varían mucho de una persona a otra. Las acciones motoras, las decisiones y la resolución de problemas llevan más tiempo que antes. Según la hipótesis de lentificación periférica, la ejecución lenta es consecuencia del envejecimiento del sistema nervioso periférico. De acuerdo con la hipótesis de lentitud generalizada, el procesamiento también se vuelve más lento en el cerebro. Utilizando la tomografía axial computarizada (TAC), los investigadores han observado una disminución del tamaño del cerebro a medida que la edad avanza, excepto en aquellos adultos que han pasado cuidadosos exámenes médicos y no tienen ninguna enfermedad. La muerte neuronal que sucede a la desaparición de neurotransmisores puede ser la causa de la lentitud en el procesamiento, aunque el crecimiento de nuevas fibras pueda compensar tales pérdidas. Algunos investigadores sugieren que la pereza debida a la falta de estar alerta puede aumentar los efectos del envejecimiento cognitivo. La salud, no la edad, es el principal medio de ;predecir el declive cognitivo, y los problemas cognitivos graves suelen ser signo de trastornos orgánicos en el cerebro. Entre los irreversibles se encuentran la demencia multiinfarto (causada por enfermedades cardiovasculares) y la enfermedad de Alzheimer (aparentemente debida a genes defectuosos o a una combinación de circunstancias genéticas y del entorno). El delírium, que refleja los problemas en el metabolismo a través del cerebro, puede tener muchas causas y con frecuencia es reversible. APRENDIZAJE Y PENSAMIENTO Las personas mayores parecen tener más problemas que los jóvenes en aprender material nuevo. Tanto si los investigadores observan la atención selectiva, la mantenida o la dividida, las personas mayores parecen hacerlo bien en las tareas sencillas, pero la calidad de su actuación disminuye cuando la tarea se acelera o es compleja. En las que requieren un cambio de atención, las personas mayores son más rápidas y precisas que los jóvenes. Algunos investigadores explican las diferencias de edad en la atención y la resolución de problemas como resultado de

suministros limitados de energía mental en las personas mayores. Otros creen que los declives relacionados con la edad a la hora de resolver problemas pueden ser debidos a no saber utilizar estas habilidades de forma regular. El que las personas mayores sean sabias depende de sus experiencias, motivación y recursos personales. Algunos investigadores ven la sabiduría como la aplicación del pensamiento posformal por parte de un experto en la pragmática fundamental de la vida, pero otros creen que ésta depende en gran medida del desarrollo de una personalidad excepcional, así como en un alto nivel de cognición. LA MEMORIA EN LA ÚLTIMA ETAPA DE LA VIDA La memoria sensorial no parece disminuir con la edad, tampoco existe ningún deterioro en la capacidad estructural de la memoria a corto plazo o en la retención de información en la memoria a largo plazo. Sin embargo, la capacidad operacional de la primera o la memoria de trabajo se vuelve menos eficiente. Cuando los adultos han de manipular o reorganizar información, las diferencias de edad son evidentes. El fracaso de los adultos en no saber utilizar estrategias de codificación eficientes puede ser básicamente a causa de una deficiencia en la producción. Las diferencias de edad en el reconocimiento son pequeñas, pero el declive en recordar es mucho mayor, especialmente cuando no se dan pistas. La memoria para la información relevante no muestra muchos declives entre los adultos con una gran habilidad oral, pero éstos son claros cuando dicha habilidad es baja. Las personas mayores tienen problemas en recordar la fuente de la información almacenada porque codifican menos información contextual. Incluso las personas mayores son conscientes de la efectividad de las estrategias de codificación sofisticadas, las usan menos, prefieren las externas que sean más simples o fáciles de usar. Este cambio puede ser debido al estilo de vida, porque también aparece entre jóvenes que tienen empleo. Entre los adultos de todas las edades, el nivel de autoeficacia es una forma importante de predecir la actuación de la memoria. PLASTICIDAD COGNITIVA Y FORMACION Las mentes mayores retienen un grado de plasticidad. Los programas de entrenamiento han acelerado el procesamiento de información, reducido las diferencias en recordar e invertido los declives en las habilidades de inteligencia fluida.

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