ETAPA ADULTA: SACAR EL MÁXIMO PROVECHO CAMBIO SOCIAL CAMBIOS FÍSICOS Cambios funcionales El sexo y la sexualidad en la mediana edad TEORÍAS Y TEMAS DE LA MEDIANA EDAD La teoría psicosocial de Erikson Las etapas de Levinson Las transformaciones de Gould El concepto de mediana edad de Jung El imperativo de la paternidad de Gutmann Temas en las teorías de la mediana edad CONCEPTO DEL YO Y AUTOESTIMA TRABAJO El trabajo de los hombres El trabajo de las mujeres EL MATRIMONIO EN LA MITAD DE LA VIDA La satisfacción conyugal La relación sexual DIVORCIO Y VOLVER A CASARSE PATERNIDAD EN LA MITAD DE LA VIDA Paternidad retrasada Educar a los adolescentes El nido vacío LA RELACIÓN CON PADRES MAYORES CONVERTIRSE EN ABUELOS SUMARIO
Harry Biolsi, a sus 48 años, se ha dado cuenta de que el sueño americano está fuera de su alcance. Biolsi es un camionero que vive en la región del barrio de Queens, Nueva York, y gana alrededor de 30.000 dólares al año. Pero esa cantidad ya no ofrece un buen nivel de vida para una familia tradicional americana: Biolsi, su esposa Arlene y sus cuatro hijos. Nicole, la mayor, tiene 10 años; Harry, Jr., 8, y las gemelas Natalie y Emily tienen 2 años. Harry trabaja doce horas al día transportando mobiliario de oficina y se saca algún dinero extra haciendo pequeñas reparaciones y reformas en las casas de sus amigos. Los Biolsi no pueden comprarse su propia casa en Astoria, porque incluso las casas modestas de esta área de calles agradables, bien comunicadas por transportes públicos y con tiendas, se venden por 275.000 dólares -casi tres veces los 100.000 dólares que podrían pagar. Por lo que los Biolsi viven en casa de la madre de Harry, con ella, pagándole un alquiler. Desde que la economía se ha vuelto tan dura y un salario solo ya no llega hasta donde llegaba antes, dice Harry, cada vez más amigas de su madre se encuentran en la misma situación, con los hijos que una vez dejaron el nido vuelven a vivir con ellas. Si Arlene trabajara, como la mayoría de las mujeres en su situación, es posible que pudieran comprar una casa, pero ninguno de los dos quiere que ella vuelva al trabajo hasta que las gemelas vayan a la escuela (Chira, 1989). Para los Biolsi y para muchos adultos de mediana edad este período de la vida no es tan seguro como lo era antes. Los salarios estancados, junto con la inflación en los precios de la vivienda en muchas zonas del país, han puesto de relieve que los trabajos estables no se traducen automáticamente en la buena vida que estos adultos contaban tener. En este capítulo examinaremos las tareas evolutivas que encuentran las personas entre los 40 y los 65 años. A pesar de la inestabilidad que sienten muchos cuando se comparan con la generación de sus padres, los años de la mediana edad, de los 40 a los 65, puede que sean los más satisfactorios de la vida. La mayoría de los americanos de esta edad están sanos y su situación financiera es relativamente segura. Viven el período de máxima productividad y gratificación, forman parte de la «generación del mando», el grupo que controla la sociedad americana. Empezamos con los recientes cambios sociales que han afectado la experiencia de la mediana edad en la sociedad estadounidense; luego veremos los cambios en el aspecto físico la función del cuerpo y la sexualidad en esta etapa. Volviendo a las teorías que discutimos en el Capítulo 16, observaremos el tipo de retrato que presentan de la mediana edad. Tras indagar sobre el concepto de yo y la autoestima en la mitad de la vida, descubriremos cómo difieren las vidas profesionales de hombres y mujeres en este período. El resto del capítulo está dedicado a la familia. En la sección del matrimonio, nos centraremos en los cambios en la satisfacción conyugal y la relación sexual y examinaremos las tendencias. al divorcio y a volverse a casar. La. paternidad en esta etapa veremos que puede tener tres partes: el nacimiento del primer bebé, la educación de los adolescentes y la adaptación al nido vacío. Luego veremos la relación del adulto con sus propios padres y concluiremos con lo que significa ser abuelos.
CAMBIO SOCIAL A medida que nos acercamos al final del siglo xx, la naturaleza de la mediana edad está cambiando notoriamente en este país. Hace cincuenta años, las personas que tenían 40 o 50 años aparentaban estar en la «mediana edad». El pelo gris, la «curva de la felicidad», una forma de vida tranquila y ropas de persona mayor eran lo que les separaba de los jóvenes. Actualmente, muchos parecen jóvenes. Están más sanos, fisicamente más activos y más atractivos que sus padres y abuelos cuando éstos tenían la misma edad. Cuando la periodista Gloria Steinem cumplió 50 años, un entrevistador dijo que no «aparentaba los 50» . Steinem, que había nacido en 1934, respondió: «esto son los 50 de hoy en día». La mayoría de las parejas de la actualidad que se encuentran en la mitad de la vida están en una fase de desarrollo de la familia más inicial que lo estaban sus padres o abuelos. El casarse y tener hijos más tarde retrasan el momento en que los hijos se marcharán de casa, especialmente en la clase media. Los padres de clase media suelen ser bastante mayores cuando su primer hijo abandona el hogar y sin embargo más jóvenes cuando parte el último. Puesto que las familias tienen menos hijos, el período de vida dedicado a la educación se ha acortado para los adultos de hoy en día. Cuando el nido empieza a vaciarse, lo hace muy rápido, quizás en el plazo de dos o tres años, y los padres tienen menos tiempo para adaptarse al cambio. Las parejas de clase obrera que han limitado el tamaño de su familia, pero que no han limitado la paternidad, puede que estén en los 40 cuando se marcha el último hijo -a una edad similar, los abuelos o bisabuelos podían estar esperando la llegada de su último hijo-. Dado que muchas personas pasan una mayor proporción del ciclo de vida en pareja, la relación conyugal toma una nueva relevancia y está sujeta a nuevas presiones. De hecho, Erik Erikson (Erikson y Hall, 1987) sugirió que la perspectiva de sesenta años de matrimonio puede haber desempeñado un papel importante en la creciente tendencia al divorcio y volverse a casar. Cada vez mueren menos personas en la mediana edad, y el consecuente aumento en la proporción de americanos mayores implica que los padres de mediana edad de la actualidad es fácil que tengan padres vivos. Esta es la primera vez en la historia que las parejas comunes de esta edad han tenido más padres vivos que hijos (Gatz, Bengston y Blum, 1990). A diferencia de sus madres, pocas mujeres hoy en día enviudan a mediana edad, aunque es más probable que estén solteras, divorciadas, divorciándose o cohabitando. El índice de segundos matrimonios entre las mujeres de mediana edad ha descendido desde los tiempos de sus madres. Sin embargo, los varones divorciados o viudos es más probable que se vuelvan a casar que sus homólogas femeninas, por lo que suelen casarse con alguien más joven. El resultado es que mientras el nido está vacío para muchos hombres y mujeres, algunos de ellos están empezando nuevas familias. El mundo fuera del hogar también ha cambiado para las personas de clase media. Tienen una mejor educación. En 1970, el 52 por 100 de adultos mayores de 25 años había finalizado sus estudios de enseñanza secundaria; en 1988, la cifra había aumentado al 63 por 100. Entre los de mediana edad, el 73 por 100 había acabado y el 37 por 100 pasó al menos un año en la universidad (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1990). Cuando los jóvenes de hoy lleguen a la mediana edad, el nivel educacional habrá aumentado todavía más. En el Capítulo 17 vimos que muchos adultos vuelven a la escuela para prepararse, ya sea para cambios profesionales o, en el caso de muchas mujeres, para entrar en el mercado laboral. La mayor parte de las mujeres de mediana edad tienen empleos, ya sea porque han trabajado siempre o porque vuelven cuando sus hijos van a la escuela. Muchos granjeros, trabajadores de fábricas y mineros cuyas ocupaciones están desapareciendo se han apuntado a cursos vocacionales encaminados a puestos de alta tecnología. La prosperidad de las personas de mediana dad depende en general de las condiciones económicas, así como de su propia educación. La primera oleada del baby-boom tras la Segunda Guerra Mundial llegó a la mediana edad en 1986, y a estos adultos no les va tan bien como a los que se encuentran a finales de los 50 años o principios de los 60. Muchos de los que tienen 40 han descubierto que no vivirán mejor que sus padres y puede que ni siquiera les vaya igual de bien. Sus padres y abuelos vieron crecer rápidamente sus ingresos reales tras cumplir los 30, pero a muchos de los trabajadores de hoy en día les ha sucedido lo contrario. Los trabajadores de producción de Peoria, Illinois, han contemplado el aumento de sus salarios hasta un 157 por 100 desde 1973, pero el índice de precios para el consumidor ha subido un 203 por 100 en el mismo período de tiempo (Uchitelle, 1991). Actualmente, menos hombres y mujeres a principios de los 40 años sienten que tienen libertad para hacer lo que desean con sus vidas, aunque muchos todavía ven el futuro de forma positiva. A pesar del hecho de que han empezado a envejecer, todavía se sienten jóvenes.
CAMBIOS FÍSICOS Durante la mediana edad, las personas empiezan a notar cambios obvios en el aspecto y funcionamiento de sus cuerpos. Todos los pequeños cambios que empezaron a principios de la etapa adulta han ido progresando paulatinamente y les fuerzan a darse cuenta de que ya no son jóvenes. La experiencia es desestabilizadora y conduce a que muchos miren atrás deseando volver a tener la apariencia y el vigor de la juventud. El rostro que les
devuelve la mirada ante el espejo tiene claramente algunas arrugas, la piel ya no se estira tan firmemente por todo el cuerpo, el pelo empieza a ponerse canoso. En una cultura que enfatiza la juventud, hemos de esperar que las mujeres y hombres de mediana edad se sientan menos conformes respecto a sí mismos y su aspecto físico que los jóvenes. Sin embargo, la imagen corporal parece permanecer estable. Las personas mayores de 45 años parecen tener casi tanta satisfacción general con sus cuerpos como los que tienen menos de esa edad (Berscheid, Walster y Bohrnsted, 1973). Las mujeres suelen estar preocupadas por su cara, quizá porque la atrofia prematura de las glándulas sebáceas de debajo de la piel permiten la aparición de arrugas unos diez años antes que en los hombres. Las glándulas sebáceas de los hombres continúan trabajando, retrasando las arrugas y su afeitado diario arranca las células viejas y potencia el crecimiento de otras nuevas (A. Spence, 1989). Las mujeres contemplan los rasgos faciales de la edad como algo que afecta a su atractivo general. Los hombres están menos preocupados acerca de su aspecto, y con razón tanto hombres como mujeres dicen que la edad realza el atractivo de los hombres (Nowak, 1977).
Cambios funcionales Incluso aunque los adultos de mediana edad puedan negar los signos visibles de los años, no pueden escaparse de otras cosas. Sus músculos ya no tienen tanta fuerza o rapidez, o al menos no tanta como solían, en parte debido a que la masa muscular empieza a encogerse tras cumplir los 40. Al menos parte de este encogimiento puede ser resultado de una vida más sedentaria; el ejercicio regular en la mitad de la vida puede aumentar la masa muscular (Buskirk, 1985). El encogimiento muscular va acompañado de un aumento de grasa que puede desembocar en la «curva de la felicidad». Sin embargo, estos declives tempranos en la fortaleza muscular y la velocidad de reacción sólo tienen un significado marginal en la vida cotidiana de la mayoría de personas. No es muy probable que los adultos de mediana edad se preocupen demasiado por estas pérdidas, porque son insignificantes -sólo un 10 por 100- y porque han aprendido a compensarlas (A. Spence, 1989). La vida diaria no se ve afectada, porque al prestar atención a las distintas características de diversas tareas, descubren cómo mantener o incluso mejorar su rendimiento frente la cambiante actividad -otro ejemplo de optimización selectiva con compensación- (véase Capítulo 17). Las personas de mediana edad puede que traten de evitar trabajos que requieran velocidad y buscar ocupaciones en las que puedan seguir su propio ritmo. Cuando estas personas empiezan a tener dificultad en ver la letra pequeña, alejan la página de su vista. Antes de los 50, la mayoría necesita gafas para leer de cerca. Durante la mediana edad, muchas personas, especialmente los hombres, se preocupan por su salud. Su preocupación tiene alguna base, puesto que la incidencia de enfermedades crónicas y que ponen su vida en peligro aumenta durante esa época. Los trastornos más comunes en los americanos sanos de esa edad son el exceso de peso, la hipertensión y la artritis (Weg, 1983a). La mitad de la vida también marca el aspecto de la «diabetes que aparece en la madurez», una forma de diabetes en la que el cuerpo produce los niveles normales de insulina pero los tejidos se han insensibilizador a la misma. El índice de mortalidad empieza a ascender durante la mediana edad y se acelera a medida que la gente se acerca a los 60. La causa más común de muerte hasta los 54 años es el cáncer; más allá de esta edad, las enfermedades de corazón son las que encabezan la lista. Las causas de muerte, sin embargo, varían según el género y la raza (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1991). Aun así, más de tres cuartas partes de americanos de mediana edad no tienen problemas de salud crónicos ni limitaciones en sus actividades cotidianas (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1990). A pesar del debilitamiento de los sistemas inmunitarios, las personas con edades comprendidas entre los 45 y 64 años conservan su resistencia a las enfermedades que ya han pasado. Esto, junto a los cambios en el estilo de vida, significa que los adultos de mediana edad tienen menos brotes de enfermedades agudas (infecciones, trastornos respiratorios y digestivos) que los jóvenes. No todos los cambios físicos que relacionamos con la mediana edad son debidos necesariamente a procesos normales de envejecimiento. Algunos se deben a enfermedades. Otros a los excesos: tabaco, alcohol, drogas, mala nutrición y estrés, que pueden causar el deterioro físico. Otros se deben al abandono: el ejercicio regular puede mantener la fortaleza y resistencia muscular, la movilidad de las articulaciones, el tono del sistema cardiovascular y respiratorio, reducir la obesidad y retrasar o prevenir la pérdida ósea producida por la osteoporosis (de Vries, 1983). La mayoría de las mujeres, por ejemplo, dan muestras de un descenso del nivel de actividad una vez cumplidos los 40; cinco años más tarde tienen un bajón correspondiente en el estado cardiorrespiratorio y la masa ósea (Dan et al., 1990). Entre los alumnos de Harvard, los que quemaban al menos 3.000 calorías a la semana en actividad moderada tenían un 35 por 100 menos de ataques de corazón que los que hacían vidas sedentarias (Pafenbarger et al., 1986). Los que quemaban al menos 3.000 calorías con ejercicio agotador eran los que menos ataques tenían. Otros estudios a gran escala han demostrado que los índices de mortalidad están estrechamente relacionados con la buena forma cardíaca y respiratoria; cuanto mejor es su condición, el índice de muertes desciende (Blair et al., 1989). Las personas, al establecer buenos hábitos de salud, pueden disminuir su susceptibilidad a los cambios físicos que generalmente se consideran inevitables en la mediana edad. La buena nutrición, el ejercicio, la disminución en el
consumo de alcohol, dejar de fumar y el evitar los rayos directos del sol pueden retardar muchos de los cambios esperados en la salud y el aspecto.
El sexo y la sexualidad en la mediana edad Los cambios en el sistema reproductivo marcan esta etapa en la mujer: la menopausia o el cese de la menstruación. Antes de terminar los ciclos, los períodos pueden ser irregulares y distanciados. Cuando las mujeres llegan a los 50, la menstruación ha desaparecido definitivamente. La ovulación y la capacidad reproductiva han finalizado. Puesto que la menopausia marca el final de la capacidad reproductiva y la juventud, la sabiduría popular dice que puede ser un período de crisis psicológica. Una mujer menopáusica, según se cree comúnmente, es irritable, nerviosa y depresiva. Tiene dolores de cabeza o de espalda y siempre está cansada. La psicología y la fisiología están tan entrelazadas que las mujeres que creen en esos mitos pasan una etapa dificil. Sin embargo, la idea de que la menopausia es una crisis evolutiva es totalmente falsa. Ésta ya no significa el «cambio de vida» que supuso una vez. Las mujeres a los 50 ven el tener hijos como algo muy lejano, por lo que no existe mayor discontinuidad en sus vidas. En un estudio durante cinco años sobre 2.500 mujeres de Massachussetts, entre 45 y 55 años, sólo el 3 por 100 la contemplaba negativamente; el 75 por 100 se sentían aliviadas o adoptaban una postura neutral (Seligmann, 1990). Casi el 75 por 100 de las mujeres menopáusicas en Estados Unidos dan razón de algún tipo de trastorno durante esta transición, pero sus expectativas pueden conducirles a atribuir cualquier síntoma o cambio de estado de ánimo a la menopausia (Brim, 1992; Leiblum, 1990). El síntoma fisiológico más común son los «sofocos», que son una sensación repentina de calor, a menudo acompañada de mucho sudor. Los investigadores creen que las sofocaciones, que pueden durar-de uno a cinco años, reflejan el ritmo de la liberación de hormonas por parte de la glándula pituitaria (Harman y Talbert, 1985). Cuando esta liberación sucede durante la noche, la mujer se despierta empapada de sudor, condición que normalmente se denomina « sudoración nocturna». Puesto que ello altera el sueño, algunos investigadores creen que tales trastornos en el dormir explican los informes de cansancio e irritabilidad de algunas mujeres menopáusicas (J. Brody, 1992). La mala nutrición, la falta de ejercicio, el alcoholismo, las drogas o el tabaco pueden desatar o aumentar otros síntomas físicos (Leiblum, 1990). En Estados Unidos, la mayoría de los síntomas conectados con la menopausia no se encuentran en todas las mujeres o todas las sociedades, puesto que, según parece, el modo en que experimentan este cambio depende de las actitudes culturales, realidad socioeconómica, oportunidades laborales, creencias sexuales y estado de salud (Flint, 1989). Puesto que las células de grasa liberan el estrógeno almacenado, que protege contra la pérdida del calcio, el querer mantenerse delgada puede llevar a una hiperactivación de los síntomas en muchas mujeres que carecen de reserva de estrógenos (Tavris, 1992). En algunas culturas no hay relación entre la menopausia y las manifestaciones físicas o psicológicas. Las mujeres mayas, que pasan su vida premenopáusica pariendo hijos, están deseando que llegue esa etapa, y se quedan perplejas ante la idea de los sofocos. Las mujeres campesinas de la isla griega de Evia, que tienen aproximadamente el mismo número de hijos que las americanas, tienen sofocaciones, pero quizá porque su cultura no rememora la juventud, no tienen demasiados sentimientos negativos sobre la misma (véase Beck, 1992). Entre las mujeres de casta alta de la India pocas experimentan algún síntoma (Flint, 1982). Según parece, la liberación de los tabúes sexuales que las mantienen segregadas, junto a mantener roles de trabajo más significativos y la sabiduría atribuida a su nuevo status, hace que la menopausia sea una ventaja social para las mujeres indias. Las mujeres que temen la menopausia, con frecuencia descubren que no es tan grave. No obstante, incluso las que atraviesan esa fase con molestias pasan a un nuevo estado de libertad. Los estudios indican que las mujeres posmenopáusicas suelen encontrarse mejor, estar más seguras de sí mismas y sentirse más libres que antes de empezar la menopausia (Neugarten et al., 1963). En la menopausia desciende la producción de hormonas sexuales femeninas (estrógeno y progesterona) a un nivel insignificante. Más tarde aumenta el riesgo de enfermedades del corazón y los huesos pierden calcio, lo que conduce a la osteoporosis. El tratamiento hormonal de estrógeno, cuando se inicia al principio de la menopausia, retarda la pérdida ósea, reduce el riesgo de enfermedades cardíacas y elimina las sofocaciones en muchas mujeres (véase Tabla 18.2). Durante un tiempo los médicos eran reacios a esta terapia, creyendo que aumentaba la posibilidad de cáncer de pecho o uterino. Sin embargo, los estudios más recientes indican que una dosis baja de estrógeno complementada con progesterona reduce las posibilidades de cáncer uterino por debajo del nivel que las mujeres que no han recibido tratamiento, pero todavía permanece el riesgo de cáncer de pecho, especialmente entre las que tienen algún antecedente de este tipo en su familia (J. Brody, 1992; Grambrell, 1989). La falta de ejercicio es un factor principal en el desarrollo de la osteoporosis y los estudios indican que la gimnasia regular disminuye o previene su desarrollo (Buskirk, 1985). A diferencia de las mujeres, muchos hombres no pierden su capacidad reproductiva en la mitad de la vida. En la etapa de los 40, la producción de esperma decrece en algunos hombres, pero los que están sanos y con fertilidad
probada no dan muestras de cambios en el esperma. Entre todos los hombres, el 69 por 100 de los que están en los 50 tienen esperma vivo en su semen (Harman y Talbert, 1985). ¿Cómo afectan estos cambios fisiológicos en la respuesta sexual? Muchas mujeres encuentran que la lubricación vaginal es más lenta y menos intensa y que la vagina es menos elástica, lo que les produce molestias a la hora de la relación. La terapia de estrógeno alivia esta condición, al igual que un lubricante artificial. La actividad sexual regular también parece retrasar la atrofia vaginal, quizá porque está asociada con altos niveles de estrógeno en las mujeres posmenopáusicas. La sensación subjetiva de excitación en la mujer sigue siendo la misma y la capacidad orgásmica no se ve demasiado afectada por la edad, aunque la intensidad y duración de la respuesta fisica es menor (Leiblum, 1990). Muchas mujeres, sin embargo, dicen tener menos deseo sexual, quizá porque los niveles sanguíneos de la testosterona bajan con la menopausia (Bancroft, 1989). Los investigadores generalmente consideran que la testosterona es la responsable del deseo sexual y algunos ginecólogos dan hormonas a las mujeres menopáusicas que se quejan de que ha bajado su interés (Leiblum, 1990). El principal cambio en la respuesta sexual de los hombres es en la velocidad. Tardan más en excitarse, les cuesta llegar al clímax y no necesitan eyacular en cada encuentro. La excitación sexual más lenta era lo que caracterizaba a los hombres de mediana edad de un estudio, en los que se medía la respuesta del pene mientras miraban películas eróticas (Solnick y Birren, 1977). Entre los de 50 años, el diámetro del pene aumentaba casi seis veces más despacio que entre los de veinte. Sin embargo, los más mayores tenían más control sobre la eyaculación que los jóvenes, cambio que sus compañeras suelen agradecer. Los hombres de mediana edad necesitan una estimulación más directa para excitarse y tras el orgasmo necesitan más tiempo para volver a excitarse. Estos cambios en la respuesta sexual afectan la naturaleza de la experiencia, pero no disminuyen el placer. En ausencia de problemas de salud importantes (como la diabetes), la pérdida de respuesta sexual es fácil que se deba a factores psicológicos, en vez de fisiológicos. Los hombres son más susceptibles que las mujeres a tales pérdidas y su incidencia en la incapacidad sexual aumenta notablemente después de los 50. Un factor importante en la menor respuesta sexual entre los hombres de clase media parece ser la monotonía de una relación repetitiva (W. Masters y Johnson, 1974). Otros factores pueden reducir el interés o respuesta sexual de un hombre. Puede que esté tan preocupado por su trabajo que no tenga energía mental o física para el sexo. Comer en exceso o beber demasiado puede dejarle «demasiado cansado» para tener una relación. Por último, un hombre puede evitar el sexo por miedo a la impotencia. Si no se ve capaz de responder en una ocasión, puede empezar a eludir las relaciones por temor a otro fracaso. La mayoría de los adultos de mediana edad continúan teniendo interés en el sexo y la sexualidad activa. Entre los que tienen entre 46 a 50 años, el 90 por 100 de los hombres y el 70 por 100 de las mujeres expresan un interés de moderado a intenso (Pfeiffer y Davis, 1972). En general, cuanto más rica y regular ha sido la vida sexual de un individuo, más probabilidades hay de que la actividad y el interés sexual se mantengan en esta etapa de la vida. TEORÍAS Y TEMAS DE LA MEDIANA EDAD Ser de mediana edad implica pertenecer al grupo que dirige la sociedad, el que está al mando y tiene la responsabilidad. Estos años se caracterizan por la preocupación en expandir y evaluar la propia adultez y a veces por comenzar una nueva vida. A medida que las personas llegan a esa edad, la mayoría encuentra que sus energías se dirigen a temas distintos. Sin embargo, algunos cambios están relacionados más estrechamente con las circunstancias de la vida que con la edad cronológica y por ello tantos adultos de mediana edad, como los que tienen hijos pequeños, todavía están absortos en las tareas de la juventud. También son comunes en todos los adultos otros temas de esta etapa, como la aceptación de las limitaciones fisicas y las perspectivas de mortalidad. A medida que se van dando cuenta de que la vida se va acabando, desarrollan el sentido de no tener bastante tiempo para hacer la mayor parte de las cosas que les gustaría hacer. Con frecuencia, existe una tormenta personal durante esta etapa. Sin embargo, cuando los cambios de la vida son esperados y ocurren a su debido tiempo, estos años son bastante estables en términos de la identidad del individuo, la capacidad de hacer frente a las cosas, la influencia y la productividad. Una vez han resuelto sus incertidumbres sobre el pasado y cl futuro, la vida se suaviza. Volviendo a las teorías que vimos en cl Capítulo 16, podemos trazar las motivaciones que suelen cambiar a medida que los adultos van tratando con sus nuevas tareas, evolutivas.
La teoría psicosocial de Erikson Según Erikson (1982), cuando la gente .llega a la mediana edad, ha de enfrentarse a una lucha entre la generatividad y la tendencia a estancarse y encerrarse en sí mismos. En el Capítulo 2 vimos que la generatividad supone Upa preocupación por las generaciones futuras. Muchas personas la expresan directamente, educando a sus hijos y guiándoles hacia la etapa adulta. Otros lo expresan trabajando con los hijos de otros, como los profesores, médicos o enfermeras o sirviendo de tutores a los trabajadores más jóvenes de su profesión. Erikson vio la
generatividad de un modo- mucho más amplio que el estar directamente implicado con los jóvenes. Propuso que podía expresarse a través de 1a creatividad y la productividad. El escritor, el artista y el músico satisfacen la necesidad de generatividad a través de su expresión creativa y el carpintero lo hace construyendo casas para futuras generaciones. Todo el mundo puede expresarla ayudando a mantener o mejorar la sociedad (Erikson y Hall, 1987). Según Erikson, la generatividad es el poder que impera en las organizaciones humanas. Las mujeres y hombres que la expresan de cualquiera de estas formas desarrollan afecto, la fuerza de la mediana edad, que incluye la capacidad de empatía y la voluntad de aceptar responsabilidad en lugar de otros. La persona que no muestra preocupación por las generaciones futuras o la sociedad puede sentir que su vida se estanca. Tales personas se preocupan por sí mismas. Puede que se aburran, encuentren frustrantes sus vidas y tengan la sensación de estar algo perdidos, aunque no sepan cuál es la causa. No se ha investigado demasiado sobre las últimas etapas de la teoría de Erikson, pero algunos estudios longitudinales han apoyado su amplio esquema. Entre hombres que fueron observados durante la mediana edad, sólo los que habían desarrollado la generatividad parecían maduros y capaces de hacer frente al mundo (Vaillant y Milofsky, 1980). Ya sean blancos o afroamericanos, alumnos de Harvard o de los barrios bajos, los hombres generativos también habían dominado las tareas del desarrollo de etapas anteriores. Tenían matrimonios felices, ocupaciones estables y disfrutaban con sus hijos. Independientemente de los ingresos, eran más altruistas que otros hombres y generalmente estaban activos en algún tipo de servicio público. Los hombres que no habían desarrollado la generatividad solían tener identidades inseguras y problemas para entablar relaciones íntimas.
Las etapas de Levinson Entre los hombres estudiados por David Levinson y sus colaboradores (Levinson et al., 1978), los años entre los 40 y 45 servían de transición a la mediana edad. Éstos solían reevaluar sus vidas y llegar a la conclusión de que sus sueños de juventud estaban fuera de su alcance. Levinson vio este período como un momento de turbulencias, cuando las ilusiones de los hombres se habían desvanecido, revaloraban sus metas y trataban de reestructurar sus vidas. El tema central en este momento era descubrir «lo que querían realmente». Algunos hombres de este estudio llegaron hasta cambiar sus ocupaciones, divorciarse de sus esposas o trasladarse a ciudades lejanas. A medida que las arrugas, el pelo canoso y los pequeños declives en la fuerza les obligaban a hacerles pensar en su condición de mortales, muchos de ellos empezaban a actuar como mentores de jóvenes. Ya metidos en el período de transición, empezaban a construir sus vidas en base a nuevas opciones. Los que tenían éxito hallaban una vida productiva y más satisfactoria que antes. Los que no habían podido resolver las tareas de la transición de la mitad de la vida pasaban el resto de la etapa de los 40 en un período de estancamiento y declive. Cuando empezaban la transición a los 50, los que habían escapado de los principales cambios de la etapa anterior se encontraban a menudo dentro del desorden. Ahora les había llegado su momento de luchar con el desajuste entre sus metas y los senderos que habían tomado sus vidas. Hacia la mitad de los 50 se hallaban en el período que Levinson llama la culminación de la mediana edad. Se establecían en su vida y muchos experimentaban el resto de la década como una etapa de gran plenitud. A los 60 empezaba la transición a la tercera edad, otros cinco años de autoevaluación, cuando las opciones de los hombres definirían la forma que adoptarían los restantes años.
Las transformaciones de Gould Las transformaciones de la mediana edad descritas por Roger L. Gould (1975, 1978) son similares a las de Levinson. Sólo que Gould consideró que la transición a la mitad de la vida tenía lugar antes, hacia los 35 años, y que duraba hasta que los hombres y mujeres cumplían los 43. Gould también observó desasosiego, preguntas y cambios radicales durante este período de la vida. Tras «capear» las tormentas de esta transformación, a las personas de ambos sexos les parecía que el resto de los 40 era una etapa de mayor estabilidad y satisfacción. Muchos eran más realistas sobre sus metas y tendían a reconocer que «intento estar satisfecho con lo que tengo y no pensar tanto en lo que probablemente no podré conseguir». Los amigos, la familia y el matrimonio eran sus principales preocupaciones y el dinero no parecía ser tan importante. Hombres y mujeres, al llegar a los 50, eran más conscientes de la muerte y sentían que se les acababa el tiempo. Las relaciones personales que les preocupaban a los 40, en esos momentos eran especialmente relevantes. El matrimonio era más satisfactorio, los hijos se convertían en una fuente potencial de afecto y satisfacción, los padres ya no los veían como la causa de sus problemas personales. La gente mostraba una mayor aceptación de sí mismos y muchos expresaban la generatividad participando activamente en su comunidad. Tanto Levinson como Gould recogieron sus datos durante el decenio de los setenta, cuando la economía americana estaba en plena expansión. La precisión de sus descubrimientos para describir las generaciones actuales en las condiciones socioeconómicas de la década de los noventa está en tela de juicio.
El concepto de la mediana edad de Jung Al igual que Erikson, Carl Jung (1969) basó su teoría de la etapa adulta en la perspectiva psicoanalítica del desarrollo humano. Jung vio el desarrollo del adulto como un proceso caracterizado por el crecimiento y el cambio, en el que las personas son guiadas por sus metas para el futuro, así como por sus experiencias pasadas. Creía que el desarrollo correcto implica esforzarse en alcanzar el propio potencial. Tal autoactualización requiere que las personas desarrollen todas las partes de su personalidad y luego las unan en un yo equilibrado e integrado. Mientras las personas se acercan a la mediana edad, pueden sentir que sus vidas ya se han gastado, desde el curso de su carrera y familia hasta sus ideales y principios que guían su conducta. No obstante, pronto aspectos de la personalidad que habían permanecido encerrados en el < oscuro cuarto de los recuerdos empolvados» empiezan a reafirmarse. En algunas personas hay cambios graduales en la personalidad; en otras van apareciendo nuevas inclinaciones e intereses. No todos cambian de este modo; algunas personas parecen sentirse amenazadas por el inminente cambio y responden volviéndose rígidas e intolerantes. Según Jung, cada persona posee los aspectos masculinos y femeninos, y entre las facetas no expresadas de la personalidad que van surgiendo en la mitad de la vida se encuentran la feminidad de los hombres y la masculinidad de las mujeres. Una vez finalizados los años de maternidad activa y los hombres ya no se obsesionan con el < conseguirlo», empieza a florecer el otro lado del género. Las mujeres con un pensamiento más firme puede que entren en el mundo de los negocios o se interesen por algún tema social más amplio; los hombres se vuelven más tiernos y menos autoritarios. Los que tienen esas inclinaciones puede que tengan problemas emocionales, puesto que la supresión de la masculinidad o feminidad es posible que se afirme de alguna forma indirecta e irracional. Jung vio los cambios de la personalidad, metas e intereses en la mitad de la vida como algo natural: < no podemos vivir la tarde según el programa de la mañana», escribió, «porque lo que era grandioso por la mañana será pequeño por la tarde, y lo que por la mañana era cierto por la tarde será una mentira» (1969, pág. 399). A medida que las personas van atravesando la mediana edad, han de marcarse nuevas metas en vez de vivir con las viejas ya deterioradas. Una gran bailarina no podrá seguir actuando cuando su precisión y gracia empieéen a descender, pero puede convertirse en una gran coreógrafa o profesora de ballet.
El imperativo de la paternidad de Gutmann El imperativo de los padres de David Gutmann (1987) recoge la idea de Jung de los potenciales no expresádos de los géneros que se reafirman en la mediana edad. Según este enfoque, una vez ha pasado la «emergencia crónica» de la maternidad, las mujeres se vuelven más agresivas, menos filiales y más ejecutivas o políticas. Los hombres están menos interesados en sus profesiones y buscan más la compañía y el gozo sensual -la buena comida, las vistas y sonidos agradables-. Se vuelven más dependientes de sus mujeres, pero ellas lo son menos de sus maridos. Gutmann ve este cambio como evolutivo, predecible y un signo positivo del crecimiento. Gutmann y Jung ven a ambos sexos volviéndose más andróginos a medida que van entrando en la segunda mitad de la vida. Las investigaciones han confirmado algunos aspectos de esta teoría. Los estudios generalmente descubren que los hombres y las mujeres cuando más distintos son es hacia finales de la adolescencia y principios de la juventud, y se vuelven más parecidos en la mediana edad (Hyck, 1990). Otros estudios han confirmado una mayor androginia en los hombres tras cumplir los 40 (Hyde, Krajnik y Skult-Niedergerber, 1991). La propia investigación de Gutmann (1987) en Estados Unidos y en Oriente Medio ha mostrado una mayor androginia en cada sociedad que estudió. Resultados similares surgieron de un estudio israelí (Friedman, 1987), pero los investigadores que evaluaron a mujeres blancas y afroamericanas en Estados Unidos y a mujeres negras de Kenya descubrieron que el status socioeconómico era más importante que la edad en el cambio de ésta hacia un mayor poder (Todd, Friedman y Kariuki, 1990). La progresión estaba clara entre las mujeres americanas blancas, pero no aparecía entre las afroamericanas o las mujeres de clase baja de Kenya. Antes de que las mujeres puedan sentirse poderosas, puede que necesiten seguridad económica o un status social seguro. Casi todos estos estudios son transversales, por lo que nadie puede estar seguro de si la tendencia hacia la androginia aparecerá en los americanos de mediana edad del siglo xxi. Si los jóvenes de hoy en día se sienten libres de expresar ambos aspectos de su potencial genérico, la tendencia hacia la inversión de los roles sexuales en la mediana edad puede disminuir.
Temas en las teorías de la mediana edad Hay dos controversias que dominan las discusiones sobre la personalidad en la mediana edad. Los investigadores no llegan a un acuerdo respecto a si ésta permanece estable en la etapa adulta y no pueden decidir si la «crisis de la mitad de la vida>: es parte inevitable del desarrollo humano. La continuidad frente al cambio Cuando llegamos a la mediana edad, la mayoría creemos que nuestras personalidades han cambia do mucho desde la adolescencia y en general pare mejor. Un grupo de mujeres y hombres que habían hecho tests de personalidad cuando tenían 20 años volvieron a hacerlo a los 45. Luego lo repitieron, esta vez respondiendo como
ellos creían que lo habían hecho cuando eran jóvenes. La mayoría decían que eran mucho menos competentes y estaban menos adaptados cuando tenían 20 años que en el momento actual. Pero cuando los investigadores compararon los resultados, descubrieron que los adultos habían respondido a los tests de modo semejante a los 20 y a los 45 años (Woodruff y Birren, 1972). La discrepancia estaba en la visión que estas personas en la mitad de la vida tenían de sus yoes de juventud. Aunque sus personalidades habían permanecido más o menos estables durante veinticinco años, los adultos se daban cuenta de que habían cambiado. ¿Qué sucede realmente mientras vivimos la etapa adulta? ¿Cambiamos o permanece estable la personalidad? La cuestión no es si el cambio es posible; los investigadores están de acuerdo en que sí. La controversia se centra en qué cantidad de cambio es probable y si las experiencias evolutiva predecibles cambian a las personas del modo esperado. Tal como hemos visto, algunos teóricos del desarrollo del adulto proponen cambios regulares en la personalidad relacionados con la edad, come el mayor sentido de autoridad entre las mujeres de mediana edad, que aparece cuando éstas se encuentran ante varias tareas evolutivas. Sin embargo, en los estudios transversales y longitudinales, los rasgos principales de la personalidad suelen permanecer estables a lo largo de la etapa adulta (Costa y McCrae, 1989). Los adolescentes impulsivos se convierten en adultos impulsivos, los autoritarios se tornan en personas mayores autoritarias, los tímidos siguen siéndolo cuando se jubilan. Puesto que los estudios longitudinales permiten separar las diferencias generacionales de los cambios maduracionales, los resultados pueden decirnos más sobre el desarrollo de la personalidad que los estudios transversales. En un estudio longitudinal sobre los californianos, los investigadores observaron una progresión ordenada en el desarrollo de muchos aspectos de la personalidad (Haan, Millsap y Hartka, 1986). De la adolescencia hasta la mitad de los 50, las personas alegres y seguras se volvían más alegres y seguras; las temerosas, más temerosas y desconfiadas, y así sucesivamente. La personalidad parecía permanecer menos estable durante la transición a la juventud, cuando las personas adoptan los roles profesionales y se casan. Una vez transcurrida, la personalidad solía recobrar la consistencia. Algunas personas sí mostraban cambios, pero éstos generalmente estaban asociados a alguna experiencia inusual e inesperada -suceso vital no normativo- (la muerte prematura del cónyuge, una herencia por sorpresa). Parece que la personalidad se mantiene relativamente estable mientras la vida de una persona no cambie de algún modo radical (Bengston, Reedy y Gordon, 1985). La personalidad se desarrolla a medida que una persona, con todas sus predisposiciones, interactúa con los acontecimientos del entorno. Estos acontecimientos pueden ser bien tareas comunes (conseguir la independencia económica) o individuales (un accidente de coche). La relativa estabilidad de la personalidad puede reflejar básicamente la situación psicosocial de la misma más que el inevitable curso del desarrollo. La crisis de la mitad de la vida La cuestión de la estabilidad de la personalidad está íntimamente relacionada con el tema de la crisis de la mitad de la vida. Según Levinson (Levinson et al., 1978) y Gould (1978), la transición a la mediana edad va casi invariablemente acompañada de la crisis de la mitad de la vida -un estado de sufrimiento físico y psicológico- -, que surge cuando las tareas del desarrollo amenazan con desbordar los recursos internos y sistema de apoyo social de una persona (Cytrynbaum et al., 1980). Entre los hombres de Levinson, por ejemplo, el 80 por 100 atravesó una etapa de gran agitación a principios de los 40. La idea de una crisis en la mitad de la vida ha capturado nuestra imaginación, quizá debido a la popularidad que le dio la periodista Gail Sheehy (1976), cuyo libro sobre los cambios en la vida de las personas de mediana edad se convirtió en un best-seller nacional. La idea penetró tanto en los escritos populares sobre esa etapa que la mayor parte de la gente probablemente acepta esa crisis como parte inevitable de la vida. Sin embargo, la mayoría de los estudios longitudinales todavía no han descubierto una crisis general en la mitad de la vida. Tanto si los investigadores observaban a varones licenciados en Harvard (Vaillant, 1977), mujeres de mediana edad (Baruch, Barnett y Rivers, 1983), californianos de ambos sexos (Clausen, 1981) o muestras nacionales de más de 10.000 americanos (Costa et al., 1986), fueron incapaces de encontrar una fase de agitación emocional predecible a principios de la mitad de la vida, o a cualquier otra edad que examinaron (véase Gráfico 18.1). Es cierto que algunas personas pasan crisis durante los 40, pero no más que las que tienen 20, 30, 50 o 60 años. Un investigador resalta el hecho de que la mitad de la vida es con frecuencia el período más satisfactorio y gratificante de la vida (Clausen, 1981) y otro cree que la crisis de la mitad de la vida es una «ficción útil» que supone un recurso al que achacar cualquier cambio que tenga lugar en los 40 y a principios de los 50 (Brim, 1992). Los sucesos evolutivos como el matrimonio, el nacimiento de los hijos, las promociones en el trabajo, la menopausia o la jubilación pueden ir seguidos de cambios en la identidad y el concepto de yo. Cuando éstos suceden en « su momento», en cualquier fase de la vida que nuestro reloj social nos haya llevado a esperar, la mayoría los afrontamos sin derrumbarnos (Neugarten y Neugarten, 1986). La serenidad de nuestras vidas puede verse afectada, pero sin que ello conduzca a una crisis. Hay dos factores que parecen ser los responsables de nuestra capacidad para hacer frente a acontecimientos esperados. Primero, debido a que los esperamos, podemos
prepararnos con tiempo, ensayándolos mentalmente hasta que podamos enfrentarnos a ellos cuando ocurran. En segundo lugar, puesto que nuestros compañeros atraviesan las mismas transiciones, obtenemos de ellos el apoyo social y tenemos la sensación de que «estamos todos en el mismo barco». Es lo inesperado (el divorcio, un accidente de coche) o lo esperado pero que llega antes de hora y en el momento incorrecto (la muerte prematura de uno de los padres o el cónyuge) lo que puede precipitarnos a la crisis (San ders, 1988). Sin embargo, los cambios inesperados en la mitad de la vida no siempre son malos; incluso pueden conducir a un crecimiento positivo. Una joven viuda cuyos roles cambian repentinamente puede descubrir talentos y habilidades latentes, descubrirse expresando nuevos aspectos de la personalidad.
CONCEPTO DEL YO Y AUTOESTIMA El modo en que respondemos a los retos y cambios de la vida afecta a cómo nos sentimos sobre nosotros mismos. El estrés puede ser una parte inevitable de los cambios en la mediana edad, pero, tal como argumenta Richard Lazarus (1985), el estrés en sí mismo no produce baja autoestima, socava el concepto de yo o destruye el sentido de autoeficacia. El sentido de yo sigue firme cuando las personas que padecen estrés pueden aliviarlo o soportarlo, conservan un sentido de valía personal ante la derrota, mantienen buenas relaciones con los amigos y la familia y hacen frente a cualquier reto relacionado con el mismo. Una vez alcanzada la mediana edad, la mayoria de los adultos se sienten mejor consigo mismo que en la juventud. Cuando los investigadores entrevistaron a adultos de trece naciones descubrieron que los jóvenes estaban más descontentos con sus vidas, mientras que los mayores de 50 años eran los más satisfechos (Butt y Beiser, 1987). Este aumento en la satisfacción puede ser en parte resultado de un mayor sentido de autocontrol y confianza que continúa en los 40. A medida que los hombres atraviesan la mediana edad, tienden a utilizar estrategias más maduras para solventar los problemas personales y a asumir más responsabilidad que cuando eran adolescentes o jóvenes (Vaillant, 1977). También dan muestras de más realismo sobre sus puntos fuertes y débiles, y cuando están ante un problema, tratan de resolverlo, ya sea con una acción constructiva, con la ayuda de apoyo social o a través de la confrontación directa con el mismo (Folkman et al., 1987). Las mujeres cambian de forma similar, se vuelven más decididas, seguras de sí mismas y responsables (Helson y Wink, 1992). Por tanto, no es sorprendente que el sentido de autoestima tienda a aumentar durante la mediana edad. La salud mental en la mitad de la vida depende hasta cierto punto del binomio entre lo que tiene una persona y lo que espera conseguir. En un estudio, las mujeres solteras se sentían bien porque la vida parecía haber sido mucho más generosa con ellas de lo que esperaban (Birnbaum, 1975). Descubrieron que la satisfacción no dependía de estar casadas y tener hijos. Las personas que tenían expectativas de éxito, goce o pasión muy altas o que estaban convencidas de que los hijos serían perfectos, tras haberse forjado una idea equivocada, pueden llegar a deprimirse en la mitad de la vida. Entre los afroamericanos, sin embargo, los que se encuentran actualmente en esta etapa son la generación que menos probabilidades tiene de ver cumplidas sus expectativas. Para la mayoría, el status socioeconómico no es sólo más bajo que el de sus homólogos blancos, sino también inferior al de los jóvenes de su misma raza. Los afroamericanos de mediana edad pueden sentir más el estrés, tener más problemas emocionales y personales y más probabilidades de morir de enfermedades relacionadas con el mismo que los afroamericanos de la tercera edad (R. Gibson, 1986). La mitad de la vida puede que sea más tranquila para sus hijos, que han encontrado menos barreras en el terreno profesional.
TRABAJO Cuando Studs Terkel (1974) entrevistó a Larry Ross, el ex presidente de mediana edad de una asociación, Ross le explicó por qué ahora era asesor de empresa en vez de ejecutivo corporativo: Siempre desee ser profesor. Quería devolver el conocimiento que he adquirido en la vida corporativa... En cada grupo de ventas siempre hay dos o tres hombres con estrellas en los ojos. Siempre se sientan al borde de la silla. Sabía que eran prometedores. Sentía que podía adoptarlos, desarrollarlos y construirlos... Me gustaría estar en contacto con los jóvenes y compartir mi conocimiento antes de que se entierre conmigo (pág. 540). Al igual que para Larry Ross, el lugar que tiene el trabajo en la vida de muchas personas sufre un giro decisivo en la mediana edad. La ocupación continúa siendo importante, pero la actitud hacia el mismo puede que cambie, a veces drásticamente.
El trabajo de los hombres Para la mayor parte de los hombres el trabajo ya no ocupa el puesto principal que ocupaba cuando tenían 30 años. El trabajo todavía es importante a nivel vital, pero ya han llegado tan alto como podían esperar. Al menos en el caso de los que han alcanzado sus metas, el deseo de hacer frente a las dificultades y trabajar parece ser más
gratificante (Bray y Howard, 1983; Clausen, 1981). Muchos se convierten en tutores de trabajadores más jóvenes, les ofrecen guía y les facilitan el camino hacia el ascenso. El cambio puede observarse hacia los 45 años, cuando la mayoría de los hombres empiezan a trabajar menos horas. En un estudio longitudinal de hombres californianos, este recorte apareció en los de clase media y obrera, excepto en los altos ejecutivos y profesionales (Clausen, 1981). Los que tenían mucho éxito aumentaban la cantidad de tiempo que dedicaban a sus ocupaciones en unas tres horas a la semana. Cuando se desarrolla ese patrón, pueden dedicar tanto tiempo y energía a sus carreras que la calidad de la vida familiar disminuye, la relación matrimonial y con los hijos se deteriora (L. Hoffman, 1986). Para algunos hombres, el problema es trabajar poco. Cuando debido a cambios estructurales en la economía se ven desposeídos de sus ocupaciones, los hombres de clase obrera con poca formación atraviesan un doloroso proceso en el que se cuestionan su autoestima y si volverán a estar cualificados para realizar algún otro trabajo. Matt Nort, de 52 años, trabajador de la industria del acero en Pittsburgh, con dos hijos, ha tenido que ir saliendo adelante con trabajos de casi el salario mínimo durante dos años. Nort sabe que está desfasado. < El sueño se ha desvanecido, probablemente para siempre», nos dice, y admite que durante un tiempo incluso pensó en el suicidio (Kotre y Hall, 1990, pág. 290). La ocupación está tan vinculada al sentido de yo entre los hombres de 50 años que varios atributos de la personalidad pueden clasificarse por el nivel profesional. Los hombres del estudio de California que habían alcanzado la cima sacaron puntuaciones mínimas de ansiedad, temor y culpabilidad (Clausen, 1981). Los hombres de clase media que habían logrado salir de la clase obrera solían ser más afectuosos y comprensivos que otros, haber desarrollado habilidades e intereses intelectuales y tener puntos de vista convencionales. La pérdida del trabajo o descenso en la categoría laboral podían conducir a depresiones profundas.
El trabajo de las mujeres La mayoría de las mujeres solteras siguen un camino profesional parecido al de los hombres (N. Keáting y Jeffrey, 1983). Sin embargo, el modo en que se desarrollan las carreras de las mujeres durante la mediana edad depende en gran medida del estado financiero de la familia, cl apoyo del esposo y las dificultades familiares (R. Ackerman, 1990). Las mujeres casadas, especialmente las que tienen hijos, se relacionan con el trabajo de un modo distinto que los hombres o mujeres solteros En la época en que los hombres se desvinculan más de sus ocupaciones, muchas mujeres o se implican más o realizan su primer intento en el mundo del trabajo. Su espontaneidad y frescura al introducirse en este mundo puede explicar la razón de que muchas mujeres de mediana edad parezcan más entusiasmadas con su trabajo que los hombres y mujeres que lo han estado haciendo siempre. Procedentes del relativo aislamiento del mundo del hogar, estas nuevas trabajadoras pueden hallar satisfacción básicamente en los aspectos sociales del trabajo. La mayoría de los hombres y mujeres solteras dan más importancia al aspecto de afrontar retos o a la compensación económica del trabajo (Kessler y McRae, 1981). Cuando se les preguntó qué satisfacciones obtenían de su empleo, las mujeres responden que la oportunidad de trabajar por ellas mismas, el sentirse competentes y que han conseguido cosas y la felicidad de tener un trabajo que cuadra con sus intereses y habilidades (Baruch y Barnett, 1986). Estas gratificaciones compensan en mucho cualquier problema con el que puedan encontrarse y sus principales quejas se centran en la sobrecarga: tener mucho trabajo y tener que hacer «malabarismos» con el conflicto de tareas. Las mujeres que han estado postergando su compromiso con sus ocupaciones y las que se acaban de integrar al mundo laboral pueden beneficiarse de tener un empleo en la época que los hijos abandonan el nido. El nuevo compromiso llena el vacío de la partida de los hijos y aporta entusiasmo en sus vidas. Las mujeres que han estado comprometidas con una carrera mientras educaban a sus hijos, echan en falta esta fuente de satisfacción. En consecuencia, puede que sientan profundamente la pérdida de sus hijos o que simplemente acojan con gusto la supresión de una fuente de restricciones en su vida.
EL MATRIMONIO EN LA MITAD DE LA VIDA El retrasar el matrimonio y el ser padres puede cambiar la experiencia de las relaciones matrimoniales en esta etapa. Las anteriores investigaciones sobre matrimonios de mediana edad se enfocaron en cómo se relacionaban los cónyuges con los hijos adolescentes y cómo se adaptaban al nido vacío cuando éstos se habían marchado de casa. A medida que el ciclo familiar entraba en una nueva fase, ambos cónyuges tenían que adaptarse a los nuevos roles y desarrollar nuevas formas de verse a sí mismos en el contexto de las cambiantes relaciones. Actualmente las parejas de mediana edad puede que tengan bebés o niños pequeños, por lo que en muchos aspectos su matrimonio puede parecerse al de la juventud. La mayoría, sin embargo, especialmente las de clase obrera, continúan realizando las adaptaciones conyugales tradicionales de la mitad de la vida.
La satisfacción conyugal Los estudios transversales generalmente muestran que la satisfacción conyugal empieza a decrecer tan pronto como nacen los hijos y llega a su punto más bajo cuando éstos llegan a la adolescencia. A medida que los hijos se marchan, la satisfacción aumenta y sigue siendo alta a lo largo de la mediana edad (Perlmutter y Hall, 1992). Es razonable suponer que una vez han pasado los esfuerzos de la paternidad activa y se han reducido las exigencias económicas, las parejas entran en una nueva era de libertad: libertad de responsabilidades económicas, de poder ir a donde gusten, de las responsabilidades y tareas conectadas con los hijos, y libertad para ser las personas que querían ser. Algunas parejas lo sienten de este modo. Los cónyuges dicen que tras la partida de los hijos se ríen más cuando están juntos, hablan de temas y trabajan en proyectos comunes con mayor frecuencia. (El recuadro «Combinar el matrimonio con una segunda carrera» contempla algunas de estas parejas.) Las mujeres tienden a sentir mayor satisfacción en su matrimonio una vez que los hijos han abandonado el hogar, básicamente porque aumentan las posibilidades de compañía. La esposa y el esposo vuelven a disfrutar de estar juntos. El problema de este retrato es que los estudios transversales no siguen el curso evolutivo de los matrimonios, sino que nos ofrecen pequeñas instantáneas del matrimonio en diferentes generaciones. Margaret Huyck (1982) sugiere que las estadísticas matrimoniales pueden mostrar gran satisfacción en la última parte de la mediana edad porque la mayoría de las parejas infelices ya se han divorciado a esa edad. En las encuestas nacionales aparecen indicios de que esto pueda ser cierto. Entre 1957 y 1976, el nivel de satisfacción matrimonial aumentó significativamente en Estados Unidos y se igualó al aumento del índice de divorcios (Veroff, Douvan y Kulka, 1981). En un estudio longitudinal, ni la duración del matrimonio ni la etapa del ciclo familiar tenían efecto alguno en la satisfacción conyugal (Skolnick, 1981). Las parejas estaban tan contentas con los hijos adolescentes en casa como lo estaban dieciséis o dieciocho años antes, cuando no tenían problemas educativos a los que hacer frente. Las parejas felizmente casadas de este estudio dijeron que su matrimonio había mejorado con el tiempo y que se gustaban, admiraban y respetaban mutuamente. Estos matrimonios, conocidos como matrimonios de compañerismo, no son típicos. Los investigadores creen que sólo aproximadamente un 20 por 100 de los matrimonios americanos mantienen la estrecha relación personal que caracteriza estas uniones. La mayoría de las parejas casadas suelen ser matrimonios institucionales, en los que han establecido arreglos de convivencia práctica satisfactorios para ambos. En estos matrimonios no existen fuertes vínculos emocionales. En su lugar, la satisfacción proviene de las posesiones materiales y de los hijos. Cuando los investigadores estudiaron a parejas casadas de mediana edad de Michigan descubrieron los niveles más altos de satisfacción entre cónyuges que poseían una fuerte identidad dual: como individuos y como pareja (Laurence, 1982), Los esposos estaban muy comprometidos con su relación y sabían que el matrimonio requería un duro trabajo. Entre estas parejas no existía relación entre la satisfacción conyugal y la actividad sexual, la comunicación, la división de poder o la capacidad para resolver problemas. De hecho, los estudios indican generalmente que los factores primordiales en la estabilidad matrimonial son el compromiso con el cónyuge y la institución del matrimonio, acompañado de las valoradas características personales del cónyuge (Bengston, Rosenthal y Burton, 1990).
La relación sexual En algunas parejas el sexo mejora en la mitad de la vida. El hombre necesita más tiempo para llegar al clímax, lo que resulta en un mayor placer para ambos y la mujer ya no teme quedarse embarazada. Sin embargo, muchas parejas dicen tener problemas en esta etapa, desde la impotencia, la falta de interés o las infidelidades matrimoniales. A veces, las parejas de mediana edad, que desde su juventud han visto cambiar las reglas culturales de la sexualidad, sienten que han perdido una parte de los placeres de la vida. Si uno de los dos cree que ha sido estafado, el que se siente frustrado puede aprovechar lo que parece la última oportunidad de tener una aventura y embarcarse en una relación extraconyugal. Los hombres de clase media con éxito se dan cuenta a menudo de que resultan más atractivos a las mujeres que cuando eran jóvenes. El antaño adolescente con acné es ahora un ejecutivo que tiene mucho mejor aspecto, en relación con su grupo de edad, que hace treinta y cinco años. Las mujeres ejecutivas de mediana edad, a medida que se van adentrando en las altas esferas del poder, también es posible que se encuentren más atractivas para los hombres. Entre las parejas de esta edad en 1980, los hombres eran más proclives que las mujeres a tener un aventura, más de la mitad de los hombres y sólo un cuarto de las mujeres dijeron haber tenido al menos una relación extraconyugal durante este período (R. E. Gould, 1980). Esta diferencia puede desaparecer cuando los jóvenes de los ochenta lleguen a esta edad. Ahora la primera relación de este tipo empieza antes y es igualmente probable que las esposas de clase media, con un buen nivel educativo, entre 20 0 30 años, tengan una aventura extraconyugal (Blumstein y Schwartz, 1983; E. Macklin, 1980).
El realizar un último intento de atrapar la juventud no es la única razón de la infidelidad. Algunas personas tienen aventuras porque están descontentas con sus matrimonios, tienen presión en el hogar, buscan un status, reafimar su independencia o castigar al cónyuge. Los hombres que en casa son impotentes pueden intentar reafirmar su decreciente fuerza sexual con una mujer más joven (R. E. Gould, 1980). Algunos hombres y mujeres incluso encuentran excitante y placentero el sentido de culpa que con frecuencia acompaña a este tipo de relaciones. Los hombres suelen estar desapegados de la relación, separando el «amor» y el «sexo», como hacían en la adolescencia. Sin embargo, las mujeres es más fácil que se involucren intentando confirmar una romántica imagen de sí mismas, lo que muchas veces conduce a que se convierta en una auténtica historia de amor (Blumstein y Schwartz, 1983; E. Macklin, 1980). Si se descubre la transgresión, independientemente de la causa, la confianza e intimidad matrimonial a menudo queda destruida. Los participantes en estas relaciones de infidelidad sobrecargan de emoción estas aventuras y a menudo los ven como el «verdadero amor» o viven bajo una pesada carga de culpabilidad, mientras que sus cónyuges suelen estar llenos de ira y resentimiento. Los asuntos amorosos amenazan a los matrimonios americanos, porque entran en conflicto con la experiencia de socialización de su cultura. De hecho, cuando se preguntó a las personas que por qué no tenían una aventura, generalmente hablaban de las consecuencias en sus matrimonios, en vez de hacer referencia al amor hacia su pareja o al hecho de que este tipo de relación viola los preceptos religiosos o éticos (M. Hunt, 1974).
DIVORCIO Y VOLVER A CASARSE Cuando las parejas se dan cuenta de que sus hijos pronto dejarán el hogar, su matrimonio puede pasar por una fase de más estrés. A medida que tanto uno como otro empiezan a pensar en su vida sin los hijos, puede que empiecen a mirarse con recelo y a preguntarse cómo se llevarán entre sí sin el parachoques de los niños. Uno de ellos o ambos puede haber cambiado mucho en el transcurso de los últimos veinte años o la perspectiva de una compañía indisoluble parece poco atractiva. Al igual que muchas otras parejas de mediana edad, pueden decidir divorciarse. Aunque es menos probable que los matrimonios en la mitad de la vida acaben en divorcio, su índice siguen siendo elevado, especialmente en los años posteriores a la partida de los hijos. El índice de divorcios para las personas de más de 45 años se ha duplicado desde 1960, y actualmente el 19 por 100 de los maridos que se divorcian y el 13 por 100 de las mujeres sobrepasan esa edad (Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias, 1990). Casi el 12 por 100 de las mujeres mayores de 40 años que todavía están casadas con sus primeros maridos acaban divorciándose, así como lo harán una proporción aún mayor los de segundas o terceras uniones. Aunque las cifras se estabilizaron en 1980 entre los jóvenes, continuaron aumentando entre las mujeres de mediana edad hasta 1986. Algunos matrimonios que se separan han permanecido juntos “por el bien de sus hijos”. Otros rompen cuando algún otro acontecimiento importante interrumpe una relación que hasta entonces había sido satisfactoria para ambos (N. Turner, 1980). Las enfermedades graves, los trastornos emocionales, una conversión religiosa, un cambio radical en la carrera o una experiencia profundamente decepcionante con un hijo pueden ensombrecer una vida en común. El marido puede perder su trabajo y la esposa tener que adoptar el rol del cabeza de familia. Mientras la pareja se adapta a un suceso de este tipo, sus acuerdos no expresados sobre el equilibrio del poder, sus respectivos deberes y otros aspectos del matrimonio pueden romperse. Estos cambios en los papeles conyugales puede que no sean aceptables para uno de ellos. Sin embargo, algunas parejas siguen durante años con sus matrimonios estando profundamente descontentos con los mismos, antes de decidir separarse. En un estudio sobre los divorcios en California, el 36 por 100 de los hombres y el 42 por 100 de las mujeres manifestaron que sus matrimonios habían sido conflictivos desde el principio y el 15 por 100 habían sido infelices durante al menos doce años antes de divorciarse (Kelly, 1982). Entre las parejas de mediana edad, la mujer es la primera en ver que se dirigen al desastre (Hagestad y Smyer, 1983). Los hombres podrían aguantar tranquilamente otros siete u ocho años antes de darse cuenta de que su unión está sobre terreno resbaladizo. No importa cuál de los dos sea el primero en reconocer la seriedad de los problemas, pero en la mayoría de los casos es la mujer la que lo pide (Kelly, 1982). (La mujer es dos veces más propensa que el hombre a solicitar el divorcio, tanto si ha sido ella misma o su esposo quien haya decidido finalizar la unión [Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias, 1990]). Generalmente, la decisión surge precipitadamente a raíz de algún acontecimiento: infidelidad, una situación externa crítica que les obliga a un nuevo enfoque (traslado, un trabajo nuevo), algún tipo de acción que «colme el vaso» (un segundo intento de suicidio, una borrachera). El que toma la decisión puede sentirse culpable, triste, inquieto, pero no padece el sentimiento de humillación o rechazo que siente el otro. Al haber pasado antes por el proceso doloroso, el que ha solicitado el divorcio también puede recuperar antes su autoestima y empezar a recomponer su vida.
En algunos casos, el divorcio es más penoso para las personas de mediana edad que para los jóvenes. Es posible que ninguna de las partes haya tenido una práctica reciente de relaciones íntimas con el sexo opuesto y el proceso puede llevar más tiempo y ser más angustioso que para los jóvenes. Una mujer de mediana edad con un matrimonio tradicional ha dependido de la posición de su marido para forjar su propia identidad y su seguridad económica puede verse seriamente afectada con la nueva situación. Cathy Knapp, de Houston, divorciada a los 41 años, dijo: «Cuando salí del juzgado pensaba "¿cómo voy a sobrevivir?". Sólo había terminado mis estudios secundarios; hacía años que no trabajaba» (Diegmueller, 1986, pág. 10). Knapp encontró trabajo y su primer paso en formación profesional fue ir a la universidad para obtener una titulación como ayudante de abogado. Su experiencia es típica de una mujer divorciada de mediana edad en la actualidad; las mujeres divorciadas que sobrepasan los 40 años tienen menores recursos económicos y no es tan probable que sean propietarias de sus casas como la viudas (Unlenberg, Cooney y Boyd, 1990). A medida que los jóvenes de hoy van llegando a la mitad de la vida habiéndose establecido en sus profesiones, será más difícil encontrar mujeres divorciadas que hayan perdido su identidad y sus ingresos. Aunque muchas personas que se divorcian en la mitad de la vida encuentran nuevos compañeros, el índice de segundos matrimonios entre las mujeres divorciadas ha descendido en picado desde 1965 (Uhlenberg, Cooney y Boyd, 1990). Es mucho más probable que los hombres de mediana edad se vuelvan a casar. Hay varios factores que contribuyen a esta situación. En primer lugar, aumentan los índices de mortalidad entre los hombres de esa edad, lo que reduce el grupo de posibles compañeros. En segundo lugar, tal como vimos en el Capítulo 16, las mujeres tienden a casarse con hombres más mayores que ellas y éstos con mujeres más jóvenes. Tercero, los hombres están dispuestos a casarse con alguien que tenga menos estudios que ellos, pero la mayoría de las mujeres quieren un compañero que tenga un nivel similar al suyo. Este requisito reduce de nuevo el número de posibilidades. Por último, un número cada vez mayor de mujeres trabajadoras cuyo divorcio les ha proporcionado independencia económica y sexual no tienen interés alguno en volverse a casar (Gross, 1992).
PATERNIDAD EN LA MITAD DE LA VIDA Hasta hace poco, cuando se pensaba en padres de mediana edad era bajo la función de educar adolescentes o jóvenes. Actualmente, estas parejas tienen hijos de todas las edades. Algunas madres tienen bebés a los 40; en otros casos la nueva madre está en los 20 0 los 30, pero el padre puede tener 40, 50 o incluso 60. Estas situaciones tardías suelen darse en los segundos matrimonios, y el padre a menudo tiene hijos adolescentes de algún matrimonio anterior. Otras parejas que han retrasado la paternidad o cuyos hijos han abandonado el nido deciden adoptar otros.
Paternidad retrasada Las mujeres que retrasan la maternidad hasta los 40 años tienen dificultades en concebir. La fertilidad desciende ligeramente hasta los 35, pero baja en picado a partir de esa edad (Menken, Trussell y Larse, 1986). Entre las mujeres a principios de los 40, el 60 por 100 puede que sean estériles. Incluso las que todavía son fértiles, puede que les cueste más de un año concebir, retraso que resulta angustioso cuando el reloj biológico está a punto de pararse. La mayoría de los hombres de esa edad pueden engendrar hijos; la fertilidad a principios de los 50 es de casi el 73 por 100 de lo que era cuando tenían 20 años. Una vez que una pareja ha conseguido concebir, no han terminado las preocupaciones. La probabilidad de ciertos desórdenes de nacimiento, como el síndrome de Down o defectos en la médula espinal, es más elevada con la edad. La madre de 40 años tiene una posibilidad entre 100 de concebir un hijo con el síndrome de Down, pero a los 45 años la cifra asciende a una entre 45 (Ommen, 1983). Cuando las mujeres de mediana edad conciben, deberían realizar amniocentesis para asegurarse de que el feto es normal (véase Capítulo 3). Desde siempre, las mujeres mayores han tenido más abortos, complicaciones durante el embarazo, partos difíciles y han corrido un mayor riesgo de morir al dar a luz que las de 20 años (Vider, 1986). No obstante, los avances en las técnicas de la obstetricia han reducido en gran medida estos peligros, por lo que la mayoría de las madres mayores sanas tienen embarazos normales y bebés con buena salud. Las parejas de clase media que tienen bebés en la mitad de la vida a menudo se convierten en «padres profesionales», centrando sus vidas en torno al niño. Muchos estudian el desarrollo prenatal y la psicología del niño como si se estuvieran preparando para un examen. Una vez llega el bebé, la mayoría parecen estar absortos con el recién nacido y encuentran que el ser padres es tremendamente gratificante. Parecen establecidos, relajados y más calmados que los padres jóvenes. Los altos niveles de satisfacción entre estos padres parecen deberse en gran parte a su tranquilidad económica. Dick Lord de 56 años, presidente de una agencia de publicidad de Manhattan y padre de un niño pequeño, lo resume de este modo: Todo se resume a la cuestión económica. Cuando mis primeros hijos eran pequeños siempre estaba luchando. No podía desconectar de mi vida laboral, ni siquiera los fines de semana. Ahora me siento seguro y puedo pasármelo bien con los niños (Wolfe, 1982, pág. 30).
Entre estas familias adineradas de clase media, el padre tiende a estar entregado a los hijos y emocionalmente abierto a los primeros y a la esposa. Cuando los niños llegan durante la juventud, el padre está pendiente de su carrera y parece menos comprometido con la educación de los pequeños y la vida familiar. Nadie sabe de qué modo esta diferencia en los primeros años de vida afectará al proceso de socialización.
Educar a los adolescentes Cuando los hijos son adolescentes son inevitables algunos problemas familiares, porque cada generaciórr se encuentra en un punto diferente en su agenda de desarrollo y se enfrenta a distintas tareas evolutivas. Los padres de mediana edad y sus hijos casi adultos, a menudo discuten sobre los cambiantes roles mutuos y las distintas posibilidades, los esfuerzos por parte de los hijos por buscar la autonomía y lo que los padres pueden contemplar como la desintegración de los vínculos familiares. No obstante, tal como vimos en el Capítulo 15, en la mayoría de las familias los conflictos son esporádicos y principalmente sobre temas sin importancia. Limitar las opciones es parte de la búsqueda del adolescente en pro de su identidad e independencia. Es un tema evolutivo no sólo para éste, sino para sus padres de mediana edad. Estos últimos puede que tengan que volverse atrás justo en el momento en que querrían frenar o ejercer más control (L. Hoffman, 1985). A medida que el joven se va enfrentando con la identidad, la independencia y la sexualidad, los padres se preocupan por todos los desastres que leen en los periódicos o ven en las noticias. Cada noticia de un accidente, embarazo juvenil o suicidio crea una nueva inquietud. Las preocupaciones y peligros parecen mayores que antes de cumplir los 10 años, pero las oportunidades de supervisión se han reducido. La edad en la que el niño entra en la adolescencia y el hecho de que sea chica o chico parece afectar en el modo en que los padres enfoquen estos temas. Cuando una hija madura pronto, es más probable que los padres tengan mayores índices de conflictos con su conducta (Savin-Williams y Small, 1986). Los padres pueden sentir que la prematura maduración sexual de su hija la pone en situaciones para las que no está preparada. Los cambios en la sociedad pueden alterar el modo en que las madres de mediana edad y sus hijas adolescentes hagan frente al proceso de individuación de estas últimas. Las madres que fueron educadas con expectativas de roles de género tradicionales, pero que vuelven a la escuela o al mundo laboral, se encuentran atrapadas en un proceso de separación y autodefmición que se parece al de las tareas evolutivas de su hija. La relación puede desarrollarse entre una oscilación de conexión íntima entre ambas y su deseo de separarse (La Sorsa y Fodor, 1990). Como vimos en el Capítulo 13, sea cuando fuere que los chicos maduren, al llegar a 1a pubertad cambia el equilibrio de poder en la familia. Tras un período de mayor conflicto entre madre e hijo, ésta parece respaldarle y tener deferencia (Steinberg, 1981). El hijo aparentemente adopta bastante de la responsabilidad de la madre que está en desventaja cuando trata de ejercer control sobre él, las tensiones pueden ser menores para las madres que trabajan, ya que es fácil que exhorten a sus hijos a la independencia a principios de la adolescencia (L. Hoffman, 1985).
El nido vacío Tanto si educar hijos adolescentes es un gozo 0 una prueba, al final éstos abandonan el hogar. Generalmente, los padres se encuentran a mitad de los 50 antes de que se vaya el último hijo. Hace tiempo, los psiquiatras y psicólogos creían que este período era extraordinariamente dificil para los padres, especialmente para las mujeres. Enfrentándose a la pérdida de los hijos, de su juventud y la experiencia de la menopausia, se esperaba que las mujeres cayeran en la depresión. Cuando los investigadores empezaron a separar la teoría de los hechos, el cuadro se tornó bastante distinto. El índice de depresión pasó a ser casi el mismo, tanto si eran más jóvenes de 45, entre 45 y 55 o mayores de 55 (Weissman, 1979). Ello no eliminó la posibilidad del síndrome del nido vacío, una crisis emocional que sigue a la partida de los hijos, amenazando las defensas de la mujer, incluso aunque no caiga en la depresión. Otros investigadores contemplaron directamente el fenómeno del nido vacío. Los estudios pusieron de manifiesto que la mujeres de mediana edad cuyos hijos ya se habían marchado eran más felices y estaban más contentas que las que todavía los tenían en casa (Neugarten, 1970; B. Turnen 1982). Cuando Lillian Rubin (1979) entrevistó a mujeres de mediana edad, la mayoría respondieron que se sentían más tranquilas desde que su último hijo había abandonado el hogar. A continuación exponemos una respuesta típica de amas de casa de clase media de 50 años: Cuando el más joven estaba preparado para marcharse de casa, yo estaba junto a él para ayudarle a empaquetar. Nos encanta que nuestros hijos vivan cerca y adoramos verlos a ellos y nuestros nietos, pero no
necesito que ninguno de ellos vuelva a vivir en esta casa. He tenido más de lo que necesitaba o deseaba respecto a estar ligada a los hijos (L. Rubin, 1979, pág. 16). Cuando los hijos dejan el hogar «en su momento», los padres ya están preparados para ello. Pero el nido vacío puede propiciar una crisis emocional cuando éstos lo hacen demasiado pronto, como los que se escapan a los 15 años. El hogar que no se vacía en el momento adecuado puede también resultar ser una fuente de graves desavenencias. Los padres viven bajo una continua angustia y tienen el sentimiento de fracaso personal. Un padre de mediana edad, descontrolado, estalló en un ataque de ira: Anoche tuvimos una pelea... Mi desagrado es porque un joven de 20 años no esté estudiando, ni trabajando, ni haciendo nada en la casa... Lo único que hace es tomar... comida, coche, ropas (Hagestad, 1984, pág. 151). Igualmente difícil es cuando el nido vuelve a llenarse cuando los hijos mayores vuelven al hogar. Algunos de estos «hijos bumerán» regresan tras una separación o divorcio, algunos debido a problemas con el alcohol o las drogas, pero muchos, como en el caso de los Biolsi cuya historia encabezaba este capítulo, debido a los altos precios de la vivienda (Perlmutter y Hall, 1992). Cuando los hijos abandonan el hogar a tiempo, hay varios factores que afectan las reacciones de los padres a esa partida, incluyendo la velocidad con la que éste se vacía, la propia relación de los progenitores, la relación de la madre con los hijos y situación profesional de ésta. Primero, los padres pueden sentir el dolor más fuerte cuando el hogar se vacía rápidamente, en el período de un año o dos, en vez de cuando esto sucede en un plazo entre cinco y diez años. En segundo lugar, los padres que se preocupan profundamente el uno por el otro, pueden sentirse aliviados y encantados con la partida de los hijos. Tienen tiempo para ellos, pueden viajar cuando desean y regresar a la intimidad espontánea y sexualidad que habían disfrutado antes del nacimiento de su primer hijo. Las parejas con un matrimonio institucional satisfactorio también pueden responder de forma positiva, puesto que cada uno es libre de seguir sus propios intereses mientras viven juntos confortablemente. Las que tienen problemas y son infelices puede que se divorcien. Un tercer factor importante es el de la relación madre-hijo (Baruch, Barnett y Rivers, 1983). Las mujeres que son madres autónomas ven a sus hijos como individuos, les exhortan a que se esfuercen por alcanzar la madurez y les gusta el tipo de persona en el que éstos se han convertido. Estas mujeres suelen tener una alta autoestima y sienten que tienen control sobre sus vidas. Es fácil que encuentren que el nido vacío es un lugar agradable. Otro tipo de mujeres son las madres emparejadas que ven a sus hijos como extensiones de sí mismas. Los hijos dan sentido a las vidas de este tipo de madres; pueden hacer que sientan que las necesitan. A diferencia de las madres autónomas, éstas tienen baja autoestima y menos control sobre sus vidas. Tienen más tendencia a padecer depresiones. Estas mujeres encuentran que el nido vacío es un lugar triste y desolador. Por último, las mujeres que trabajan pueden estar demasiado ocupadas para sentirse desoladas porque sus hijos abandonen el hogar. Cuando la idea del síndrome de nido vacío se hizo popular, sólo aproximadamente un tercio de mujeres de mediana edad trabajaban fuera de casa. Actualmente, la mayoría de las mujeres entre 45 y 64 tienen trabajos que les obligan a ausentarse del hogar y les proporcionan una base más amplia para sus identidades (Oficina del Censo de Estados Unidos, 1990).
LA RELACIÓN CON PADRES MAYORES La,mayor parte de los adultos de mediana edad tienen padres vivos y cada vez más pueden esperar que sus padres vivan cuando ellos mismos estén envejeciendo (Gatz, Bengston y Blum, 1990). La naturaleza del vínculo padre-hijo cambia a medida que las personas se van haciendo mayores, pero generalmente permanece igual durante el medio siglo o más de tiempo compartido. Algunos investigadores creen que las relaciones entre los hijos mayores y sus padres son más estrechas que nunca actualmente. Según Andrew Cherlin (1983), tales relaciones eran frían y distantes en la América colonial, aparentemente porque el padre o el abuelo conservaba el control de la tierra y dirigía la familia de modo autoritario. Cherlin propone que los hijos mayores y sus padres es más fácil que se sientan cerca y se tengan más afecto cuando ninguna de las generaciones ha de depender del apoyo económico de la otra. Aunque la mayoría de hijos adultos y padres no dependen los unos de los otros, regalos y servicios fluyen en ambas direcciones del árbol generacional (Gatz, Bengston y Blum, 1990). Los hijos mayores de los adultos de mediana edad ayudan a sus padres de varias formas. Pueden proporcionarles apoyo económico o cuidados personales, llevarles de un sitio a otro, salir juntos de excursión o de vacaciones, preparar comida o ayudarles con las tareas del hogar. Los padres mayores aprecian todo esto, pero valoran más el afecto y respeto de sus hijos que la ayuda material (Treas, 1983). Tal como indica la Tabla 18.3, mientras los padres sigan estando sanos y siendo independientes, compensan a sus hijos con regalos y servicios de forma similar (L. Hoffman, McManus y Brackbill, 1987).
A veces, los adultos de mediana edad asumen gran parte de las responsabilidades de su padres mayores. Aunque todavía tengan hijos adolescentes en casa o les estén pagando los estudios universitarios, se encuentran con la carga de decidir por sus propios padres. Esta ayuda simultánea hacia una generación más mayor y otra más joven se conoce como presión del ciclo de vida. Es especialmente agobiante cuando los padres de mediana edad tienen hijos adultos cuyo desarrollo está «fuera de tiempo» (Hagestad, 1984). Una mujer de mediana edad que se quejaba de sobrecarga tenía un hijo de 20 años sin trabajo; otra tenía una hija que había dejado al marido y había vuelto a casa. La cantidad de estrés que siente el que ejerce el rol de cuidador depende de las exigencias a las que se vea sometido, la percepción de la situación por parte del mismo y sus recursos y habilidades para hacer frente a la situación (Gatz, Bengston y Blum, 1990). Las mujeres suelen estar bajo un mayor estrés que los hombres, en parte porque los hijos proporcionan menos ayuda cotidiana que las hijas. Éstos suelen ayudar en las compras, en la administración del dinero y en tareas pesadas, mientras que las chicas hacen las mismas cosas y además hacen cosas prácticas y proporcionan apoyo emocional (Stoller, 1990). Sin embargo, las mujeres sienten más presión que los hombres, incluso cuando ambos proporcionan el mismo nivel de cuidados. Los investigadores creen que este aumento de estrés puede tener dos fuentes: la relación íntima entre madres e hijas y las responsabilidades (llevar la casa, la educación de los hijos, el apoyo emocional) que asumen la mayoría de mujeres, incluso cuando trabajan fuera de casa (Brody, 1981). El nivel de estrés es aún mayor entre las que están solteras, divorciadas o viudas, que carecen del apoyo social del esposo (Brody et al., 1992). En el futuro puede que los adultos de mediana edad tengan que hacer frente a serios problemas cuando los padres ancianos necesiten ayuda práctica. Primero, la proporción de mujeres de mediana edad que están comprometidas con una ocupación es probable que aumente cuando los jóvenes de hoy lleguen a los 40 0 50 años. Este cambio significa que cuando los padres mayores necesiten cuidados, la hija tendrá tres opciones: dejar el trabajo, contratar a alguien para que cuide de ellos o llevarlos a un asilo. Sea cual fuere la opción que elija es probable que se sienta culpable o tenga resentimiento. Segundo, la tendencia a familias más reducidas significa que habrá menos hijas que puedan suministrar los cuidados diarios que tradicionalmente se esperaba de ellas. Cuando los jóvenes de hoy lleguen a la mediana edad, la mayoría sólo tendrán un hermano para compartir los cuidados de los padres. Los hijos únicos tendrán que asumir toda la carga ellos solos. Esto no sólo aumentará la presión en el hijo/a, sino la calidad de la relación. Los estudios ya indican que los hijos únicos tienen peores relaciones con sus madres (entre 60 y 79 años) que los que tienen hermanos, teniendo en cuenta la salud de la madre, el estado civil, la raza, el nivel educativo y la edad (Uhlenberg y Cooney, 1990). Finalmente, puesto que tantas mujeres están retrasando el tener hijos, existe cada vez más la posibilidad de que todavía tengan a los hijos en casa cuando los padres ya mayores necesiten ayuda. La red familiar en el siglo xxi puede encontrarse sobrecargada por las exigencias intergeneracionales transversales.
CONVERTIRSE EN ABUELOS Como ha aumentado la esperanza de vida, el número de familias multigeneracionales ha crecido rápidamente. Al mismo tiempo, los descensos en la fertilidad han producido familias de estaca, que tienen más generaciones vivas pero menos miembros en cada generación (Bengston, Rosenthal y Burton, 1990). Muchos adultos de mediana edad se convierten en abuelos mientras sus propios padres todavía viven. Casi la mitad de los adultos de la tercera edad tienen bisnietos, y entre las mujeres que sobrepasan su 80 cumpleaños, un quinto son tatarabuelas (Hagestad, 1986, 1988). En tales familias de cuatro o cinco generaciones, los abuelos de mediana edad no son ancianos, sino una generación intermedia. Cada vínculo padre-hijo en ese tipo de familia es parte de una cadena en la que cada persona, excepto el más mayor y el más joven, simultáneamente, desempeña los roles de padre e hijo (Hagestad, 1984). El vínculo particular que ocupa una persona probablemente afecte de algún modo la experiencia de ser abuelo. Los nuevos abuelos pueden ser de muchas edades, desde una abuela a finales de los 30 años cuya hija adolescente acaba de dar a luz, hasta la que está a finales de los 60 con una hija cuyo compromiso con la profesión le ha hecho retrasar la maternidad. Los abuelos primerizos pueden ser incluso más mayores. El amplio margen de edades posibles garantiza que no existen abuelos «típicos», puesto que las generaciones implican crecer bajo influencias muy diferentes y desarrollar tareas distintas en la vida. En Estados Unidos, convertirse en abuelos se ha convertido en la tarea de la mediana edad a lo largo de este siglo. En 1990, sin embargo, los abuelos primerizos generalmente estaban ocupados con sus propios hijos (Cherlin y Furstenberg, 1986). Aunque los abuelos de hoy en día pueden entregar atención, energía y dinero a sus nietos, la mayoría todavía están comprometidos con su profesión. La abuela está demasiado ocupada como para cuidar del niño, porque va a la oficina todos los días.
La mayoría de los abuelos disfrutan de la experiencia. Obtienen comodidad, satisfacción y placer de relacionarse con los hijos de sus hijos, tal como vemos en el recuadro «¿Qué significa ser abuelo?». No obstante, no todos se lo pasan bien. Los que fácilmente se sienten incómodos en ese rol tienden a estar en los extremos del ciclo de edad. En un estudio sobre mujeres afroamericanas, el 83 por 100 de las que se habían convertido en abuelas «demasiado jóvenes» -entre los 25 a los 38 años- rechazaban el papel (Burton y Bengston, 1985). Todavía se sentían jóvenes, pero de pronto se entristecían con un papel que es considerado para personas «mayores». Las que tenían 80 años o más, cuando llegaba el recién nacido no tenían ni energía ni paciencia para cuidarlo. Los abuelos suelen seguir uno de estos tres patrones al relacionarse con sus nietos: compañero, lejano o involucrado (Cherlin y Furstenberg, 1986). Casi el 55 por 100 son abuelos compañeros, que tienen un estilo informal y efectivo y ven a sus nietos al menos cada pocos meses. Otro 29 por 100 son los abuelos lejanos, que poseen un estilo formal, reservado y ven muy poco a sus nietos. El resto, un 16 por 100, son los abuelos involucrados, que están sumidos en un intercambio de servicios con sus nietos y proporcionan consejo y a veces disciplina. Los ven al menos cada dos meses. Las principales influencias en los estilos de los abuelos son la edad y la distancia. Los abuelos mayores y los que viven muy lejos tienden a adoptar el estilo lejano. Los adultos afroamericanos son más propensos (27 por 100) a ser abuelos involucrados que los blancos (15 por 100), pero también tienden menos (78 por 100) que los blancos (92 por 100) a cuidar y jugar con los nietos (Cherlin y Furstenberg, 1986). Una de las razones de que los afroamericanos se involucren más es el énfasis que pone su tradición étnica en las relaciones entre los miembros de la familia extensa. Otra razón puede ser la mayor preponderancia de familias de tres generaciones que tienen lugar más frecuentemente entre los afroamericanos de cualquier nivel socioeconómico (Taylor, 1988). Las familias de tres generaciones son aún más comunes entre los miembros de esta raza que las familias combinadas con padres adoptivos entre los blancos (R. Hunter y Ensminger, en prensa). Los estudios de familias afroamericanas de dos y tres generaciones indican que la abuela residente ejerce una función estabilizante y organizativa (Tolson y Wilson, 1990). Permite a la familia que ejerza sus funciones de educación y cuidados de forma más relajada, por lo que sus miembros perciben la atmósfera con una estructura menos rígida y pueden afrontar acontecimientos inesperados sin tener que interrumpirlo todo. En otro estudio sobre familias de esta raza con abuelas residentes, ésta solía ser el miembro de la familia que acostaba al niño, incluso cuando sus padres estaban en casa (Pearson et al., 1990). Aunque la abuela jugaba el papel más activo e implicado cuando la familia no incluía ningún otro adulto que no fuera la propia madre del niño, el trabajo de la abuela no afectaba su conducta respecto a su nieto. Los nietos parecen disfrutar con sus abuelos tanto como éstos con ellos. A menos que los abuelos ejerzan la función de padres, la relación no tiene tanta tensión como la que a menudo existe entre padres e- hijos. Cuando los abuelos no son responsables de la educación de los nietos, pueden disfrutar de los pequeños sin preocuparse de las consecuencias. Los abuelos influyen respecto a los nietos de varias maneras. Su influencia directa como cuidadores y compañeros de juego es bastante obvia. Los nietos también los ven como historiadores que les hablan de su herencia étnicá, la historia familiar y tradiciones (Kornhaber y Woodward, 1981). Ven a los abuelos como consejeros, que les guían y asesoran, como modelo del envejecimiento y de posibles ocupaciones. Por último, también suponen una especie de amortiguación entre ellos y sus padres, pacificadores que a menudo intervienen para calmar las aguas y reducir las tensiones. Otros investigadores han observado que los abuelos también influyen en sus nietos de forma indirecta, a través de sus hijos (Tinsley y Parke, 1984). Los abuelos suponen un modelo de habilidades educativas, ofrecen apoyo emocional y económico, consejo e información. Los segundos matrimonios crean nietos adoptivos en el caso de muchos adultos de mediana edad. En un estudio de más de 500 abuelos, los investigadores hallaron que un tercio tenía al menos un nieto adoptivo (Cherlin y Furstenberg, 1986). De todos ellos, casi dos tercios dijeron que el vínculo era similar al que tenían con sus propios nietos biológicos. La edad del niño cuando el abuelo llegó a la familia y su lugar de residencia eran importantes para establecer un apego. Una relación estrecha era más probable cuando el niño era menor de 5 años en el momento en que se produjo el segundo matrimonio y cuando éste vivía con la hija o hijo del abuelo. Durante la mediana edad, la mayoría de las personas desarrollan un mayor sentido de mando en sus vidas, incluso cuando empiezan a hacerse a la idea de sus propias limitaciones físicas. A medida que se preocupan menos con el «conseguirlo», se refuerza su interés por las generaciones posteriores. Muchos encuentran que en ese momento pueden florecer sus rasgos psicológicos reprimidos, abriéndose a nuevas oportunidades. Están preparados para empezar el tránsito a la tercera edad. CAMBIO SOCIAL La mayoría de adultos entre 40 y 65 años parecen y se sienten más jóvenes y sanos actualmente que sus padres y abuelos a su misma edad. Muchos se encuentran en una etapa más prematura del desarrollo familiar, es más fácil
que todavía tengan padres vivos y menos mujeres enviudan. Los adultos de mediana edad también tienen una mejor educación y es más probable que las mujeres tengan un empleo. CAMBIOS FÍSICOS La fortaleza muscular y el tiempo de reacción decrecen en la mitad de la vida y los trastornos crónicos (especialmente la obesidad, la hipertensión, la artritis y la diabetes) empiezan a aparecer. Muchos de los cambios físicos asociados al envejecimiento prematuro no son necesarios: aparecen cuando se trata mal al cuerpo, contrae alguna enfermedad crónica o simplemente se permanece inactivo. La menopausia supone el fin de la capacidad reproductora de las mujeres, pero a la mayoría sólo les crea trastornos menores. Los hombres sanos de mediana edad no pierden su capacidad reproductora, aunque su respuesta sexual sea más lenta. En los adultos sanos, la pérdida de la respuesta sexual puede ser resultado de factores psicológicos. TEORÍAS Y TEMAS DE LA MEDIANA EDAD Según Erikson, la mitad de la vida supone una lucha entre la generatividad y el estancamiento. La generatividad puede expresarse a través de la creatividad y productividad, así como teniendo hijos o cuidando de otros niños. Jung contempló los cambios de la personalidad en la mitad de la vida como la aparición de aspectos inexpresados del yo. Tanto Jung como Gutmann ven los potenciales de género no expresados reafirmándose a sí mismos en esta etapa. En las teorías de Levinson y Gould, la mayoría de los hombres y mujeres se enfrentan a la crisis de la mitad de la vida, pero la mayoría de los estudios no han apoyado esta conjetura. La personalidad parece bastante estable a través de esta etapa, aunque la personalidad pueda cambiar cuando las personas se encuentran ante acontecimientos inesperados que conducen a un cambio radical en sus vidas. CONCEPTO DEL YO Y AUTOESTIMA Los esfuerzos de la mitad de la vida no es probable que afecten al sentido de yo a menos que una persona vea la situación como incontrolable y resultado de deficiencias personales que afectan en muchos aspectos de la vida. El control del yo y la confianza en uno mismo suelen aumentar en la mediana edad y la salud mental parece depender de cómo las situaciones encajan con las expectativas de las personas. TRABAJO El trabajo es menos absorbente para los hombres y muchos reducen su horario laboral. Muchas mujeres se involucran más, especialmente las que acaban de entrar en el mundo laboral o las que sus hijos ya se han marchado de casa. EL MATRIMONIO EN LA MITAD DE LA VIDA Aunque los estudios transversales muestran un declive en la satisfacción conyugal que dura hasta que los hijos se van de casa, los longitudinales no dan muestras de cambios en la satisfacción relacionada con la edad de los hijos o duración del matrimonio. La mayoría de los matrimonios son matrimonios institucionales, con sólo un 20 por 100 de matrimonios de compañerismo. Los que encuentran que el matrimonio es muy gratificante suelen tener fuertes identidades individuales, así como una identidad de pareja. Las relaciones extraconyugales son relativamente comunes durante la mitad de la vida; pueden tener lugar cuando uno de los cónyuges hace un último intento de conservar la juventud, está descontento en el hogar, siente presión en casa, busca un ,status, afirma su independencia o trata de castigar a su pareja. DIVORCIO Y VOLVER A CASARSE Algunos divorcios entre adultos de mediana edad se deben a cambios en los roles matrimoniales que uno de ellos considera inaceptables; otros surgen cuando algún acontecimiento externo conduce al cónyuge descontento a dar por terminada la unión. Las mujeres de mediana edad se vuelven a casar menos que los hombres debido a los índices más altos de mortalidad masculina, la tendencia a que las mujeres se casen con hombres más mayores que ellas y la insistencia en encontrar un compañero con un nivel educativo similar hace que la opción de posibles compañeros sea menor. PATERNIDAD EN LA MITAD DE LA VIDA La naturaleza de la paternidad depende de la etapa en que se encuentre la pareja en el ciclo de vida familiar. Los padres mayores con hijos pequeños suelen ser de clase media y estar absortos en ellos. Los padres de adolescentes generalmente se encuentran con algunos conflictos familiares esporádicos cuando los jóvenes ponen a prueba sus límites, siendo la edad y el género del adolescente lo que afecta en la reacción de los padres. El síndrome de nido vacío parece estar confinado a las madres cuyos hijos han abandonado el hogar demasiado pronto o que están
demasiado implicadas con ellos y los ven como una extensión de sí mismas. La mayoría de las mujeres acogen bien este hecho, que a menudo las conduce a una etapa de libertad y propicia una nueva intimidad en su matrimonio. LA RELACIÓN CON PADRES MAYORES Los servicios y regalos fluyen en ambas direcciones entre las generaciones. La necesidad de cuidar a dos generaciones al mismo tiempo puede conducir a muchos adultos de mediana edad, especialmente a las mujeres, a la situación de presión en el ciclo de vida. Las necesidades de los padres que envejecen pueden causar graves presiones en el futuro a los adultos de mediana edad, puesto que muchas mujeres están comprometidas con sus trabajos, un número cada vez mayor de estos adultos no tendrán hermanos que les ayuden a compartir los cuidados y la paternidad retrasada mantendrá más tiempo a los hijos en el nido. CONVERTIRSE EN ABUELOS El descenso de nacimientos ha producido las llamadas familias de estaca. Los adultos tienden a relacionarse con los nietos como abuelos compañeros, abuelos lejanos o abuelos involucrados. La distancia y la edad, no la clase social o la raza, son lo que suele determinar el estilo que adopte una persona. Los abuelos influyen sobre sus nietos como cuidadores, compañeros de juego, historiadores familiares, consejeros, modelo de rol y como intermediarios entre nietos e hijos.