Adolescencia

  • November 2019
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ADOLESCENCIA: CAMBIOS SOCIALES Y BIOLÓGICOS CAMBIOS BIOLÓGICOS Maduración sexual en las chicas Maduración sexual en los chicos Reacciones a los cambios físicos CAMBIOS EN EL YO: IDENTIDAD Formación de la identidad Diferencias de género en la formación de la identidad Formación de la identidad en grupos minoritarios El adolescente individualizado Candy Reed, de 12 años, de Hamarville, Pensilvania, va a un instituto para alumnos de enseñanza secundaria. Cada tarde, cuando vuelve de la escuela, lo primero que hace es llamar a su madre, que es fisioterapeuta y trabaja en un hospital de la zona, para preguntarle si hay que hacer alguna tarea especial. Puede que tengan visita y haya de limpiar la sala de estar o quizá tenga que empezar a hacer la cena. Luego viene la hora de telefonear las llamadas diarias a los amigos y amigas de las que ha estado separada durante al menos una hora. Una de esas llamadas siempre es la misma, telefonea a una compañera «con la que sale bastante». Ambas comparten secretos y se cuentan sus problemas personales con la familia, la escuela y los chicos. La vida social de Candy se parece mucho a la de muchos otros adolescentes. Ella y sus amigas van en grupo a fiestas, bailes y al cine y luego al llegar allí forman pareja con los chicos. El amigo favorito de Candy está en primero de BUP (Enseñanza Media) y es una «persona verdaderamente amable», pero ella no se siente preparada para el sexo. Sabe lo que le preocupa a su madre: Creo que confía en mí, pero preocuparse por el gran mundo de fuera de casa es lo normal, por las drogas, el alcohol y el sexo. Estoy empezando a salir con un chico y ella está preocupada por cómo es él -si es cruel, amable, demasiado mayor para mí- (Kotre y Hall, 1990, pág. 143). Candy ha entrado en la adolescencia, que es un momento de cambio en todos los aspectos en la vida de un joven. El joven de 19 años es física, cognitiva y socialmente distinto de uno de 11 años. Hay algunos cambios que son evidentes en todos -el rápido crecimiento, la voz más grave, el vello en el cuerpo, los pechos o el pene-. Estos cambios son tan predecibles que cuando se retrasan o no tienen lugar, tanto el joven como la familia se alarman. Los cambios psicosociales, que muchos observadores consideran los más importantes, son menos obvios. El niño, en relación con los demás y especialmente con la familia, pasa de la dependencia a una libertad cada vez mayor. El ritmo en el que acontece esta fase y sus condiciones supone uno de los temas principales para la familia, preocupa a padres e hijos por lo que éstos pueden o no pueden hacer, cuándo pueden hacerlo y cómo lo harán. Quizás el cambio más sutil de todos es el de la identidad -el surgir del sentido de yo que sintetiza tantos elementos de la vida-. Cuando estos cambios de transición han tenido lugar, el chico o la chica que entró en la adolescencia como niño sale de ella como adulto. En este capítulo examinaremos los cambios biológicos y sociales, comenzando por su aspecto más obvio, los cambios biológicos que marcan el comienzo de esta etapa de la vida. Tras revisar la maduración sexual y las reacciones de los jóvenes ante los cambios espectaculares de sus cuerpos, veremos los cambios en el yo. Durante la adolescencia los jóvenes empiezan a realizar una tarea de desarrollo de suma importancia, el logro de la identidad. Los cambios que consideraremos afectan al modo en que opera el sistema familiar y por tanto indagaremos en la forma en que la pubertad altera las relaciones entre padres e hijos, teniendo en cuenta las familias uniparentales y las de dos padres. Luego estudiaremos los cambios en la vida social del adolescente, que cambia drásticamente a medida que los

amigos y compañeros cobran otro significado y éste se embarca en la vida sexual. El capítulo concluye con una visión del adolescente como trabajador. CAMBIOS BIOLÓGICOS En principio, la adolescencia es un fenómeno biológico. La primera adolescencia se caracteriza por la pubertad, el largo proceso biológico que transforma al niño inmaduro en una persona madura sexualmente (Petersen, 1985). El sistema endocrino ha sido capaz de iniciar el cambio desde la niñez, pero se ha reprimido su funcionamiento. A lo largo de la niñez, tanto niños como niñas producen bajos niveles de andrógenos (hormonas masculinas) y estrógenos (hormonas femeninas) en cantidades relativamente iguales. Luego, como respuesta a una señal biológica que todavía no tiene explicación, el hipotálamo manda órdenes a la pituitaria para que empiece la producción hormonal que tiene lugar en los adultos de ambos sexos. La glándula pituitaria estimula otras glándulas endocrinas, principalmente el tiroides, las adrenales y las gónadas (los ovarios en las mujeres y los testículos en los hombres). Tiene lugar un repentino aumento en la producción de hormonas y el niño entra en la pubertad. Las gónadas y las glándulas adrenales secretan hormonas sexuales directamente a la sangre: crean un equilibrio que incluye más andrógenos en los muchachos y más estrógenos en las chicas. Estos nuevos niveles hormonales conducen directamente a extraordinarios cambios físicos en la pubertad, y al cabo de unos cuatro años, el cuerpo del niño se transforma en el de un adulto. Ella o él ya son maduros sexualmente, pero la secreción hormonal continúa aumentando a lo largo de la adolescencia y en la etapa adulta temprana, llegando a su cumbre a los 20 años. Aunque hablamos de la pubertad como si fuera un proceso suave y único, ésta es en realidad una serie de acontecimientos vinculados entre sí que reflejan un grupo de procesos interrelacionados (Bogin, 1988; Brooks-Gunn y Warren, 1985). Los jóvenes evolucionan con estos acontecimientos a ritmos distintos; por ejemplo, mientras una chica desarrolla completamente el pecho en dos años, otra lo hace en cinco. No todos estos hechos se producen en el mismo período de tiempo; a una chica que su vello pubiano le crece más lentamente que a la mayoría, el pecho puede crecerle rápido. Esta falta de armonía produce una tendencia de crecimiento conocida como asincronía. Puesto que la pubertad se caracteriza por un crecimiento no uniforme, en algún momento de la maduración algunas partes del cuerpo pueden ser desproporcionadamente grandes o pequeñas. Los jóvenes a veces se quejan de que sus manos y pies son demasiado grandes. A medida que continúa el crecimiento, las proporciones del cuerpo suelen ser más armoniosas. Dado que las hormonas son las responsables de los cambios físicos de la pubertad, los investigadores sobre estos temas dieron por hecho que muchos de los cambios de conducta de la adolescencia podían tener su raíz directamente en el aumento del deseo sexual provocado por las mismas. No obstante, ninguna investigación ha demostrado que el comportamiento típico de los adolescentes, como el interés por el otro sexo o los crecientes problemas con los padres, esté directamente relacionado con el nivel hormonal. Cualquiera que sea la contribución de las hormonas a la conducta del adolescente, ésta está altamente influenciada por las normas de los compañeros. Las investigaciones indican que el curso en el que se encuentre un joven en la escuela es el mejor parámetro para predecir las citas, la preocupación por el sexo y los enfrentamientos con los padres. Aunque son los de sexto curso por su maduración temprana los primeros en comportarse de este modo, los investigadores han descubierto que cuando la mayoría de los jóvenes de una clase muestran claros signos de pubertad es cuando éstos empiezan a actuar como “adolescentes típicos” (Petersen, 1985). Cuando la clase alcanza una «mayoría crítica», muchos jóvenes prepubertales empiezan a tener citas -quizá para evitar ser relegados por sus compañeros más maduros sexualmente. Maduración sexual en las chicas Aunque el crecimiento de una niña puede acelerarse en cualquier momento entre los 7 y 13 años, lo normal es que empiece a los 10 años. La estatura aumenta con rapidez, alcanzando la cumbre del crecimiento a los 12 años y continuando hasta los 15. Sus proporciones van cambiando a medida que sus caderas se ensanchan más deprisa que sus

hombros y su cuerpo se va llenando de grasa. A veces, a la mitad de los 10 años los pezones empiezan a despuntar como si fueran pequeños montículos. Otros cambios también tienen lugar a medida que se desarrollan los pechos paulatinamente. Las zonas alrededor del pezón crecen, se vuelven más cónicas y su color se va oscureciendo. Al mismo tiempo, la vagina y el útero empiezan a madurar. El vello púbico suele aparecer a eso de los 11 y el de la axila dos años más tarde. Padres y adolescentes frecuentemente consideran la menarquía o primera menstruación como el verdadero indicador de la pubertad, sin embargo, esto sucede relativamente tarde en la secuencia de este período. Varios años antes de que la muchacha empiece a menstruar, su producción de estrógenos se adelanta al ciclo rítmico de la menstruación. La menarquía puede darse a la temprana edad de 10 años o retrasarse hasta los 17. No es común para una joven cuyas glándulas funcionen correctamente empezar a menstruar a los 9 años o después de los 18. Durante casi un siglo la edad media de la primera menstruación se ha ido adelantando en cada década. A finales del siglo xix, la mayoría de las muchachas americanas tenían su primera regla entre los 14 y 15 años; actualmente acontece pocos meses después de cumplir los 12 (Bullough, 1981). La tendencia a que la pubertad comience más pronto, resultado probablemente de una mejor nutrición, menos enfermedades y estrés social, parece haberse detenido en estos momentos (Malina, 1979). Todavía no comprendemos la relación entre menstruación y fertilidad. La idea de que la menarquía indica el haber alcanzado la madurez de la función reproductiva es una equivocación. Aunque algunas adolescentes pueden concebir poco después de la misma, casi la mitad no son fértiles hasta pasados uno o dos años. Este período de infertilidad es más breve en las que están bien alimentadas e inactivas, quizá porque la ovulación requiere el depósito de cantidades adecuadas de grasa (Lancaster, 1986). La mejora en la nutrición no sólo ha llevado a una menstruación más temprana, sino que ha acortado el período de infertilidad que sigue a la menarquía. Maduración sexual en los chicos Los chicos generalmente empiezan su crecimiento acelerado unos dos años después que las chicas y alcanza su cumbre hacia los 14 años (véase Gráfico 13.2). Aunque la mayoría llega a su estatura de adultos a los 16, otros ni siquiera empiezan a desarrollarse con rapidez hasta esa edad. Su patrón de crecimiento es distinto al de las chicas: los hombros de los muchachos se ensanchan más que las caderas y gran parte del tamaño del cuerpo aumenta en musculatura en vez de grasa. El aumento de la proporción de músculos respecto a la grasa en los cuerpos de los chicos explica la ventaja en fuerza muscular que éstos desarrollan (véase Gráfico 13.3). El pene y el escroto suelen acelerar su crecimiento a eso de los 12 años y alcanzan su tamaño maduro al cabo de tres o cuatro años. A pesar de que los genitales externos de las chicas cambian poco, en los muchachos los cambios en el pene, testículos y escroto son considerables. El pene se alarga y el glande se ensancha, el escroto y los testículos crecen y cuelgan. Un año y medio después de que el pene comienza a crecer, el muchacho ya puede eyacular semen, pero la producción de esperma había empezado ya hace tiempo. Poco después de que los testículos se agranden, generalmente a eso de los 12 o 13 años, puede detectarse esperma en la orina (D. Richardson y Short, 1978). Todavía no se sabe si este primer esperma puede fecundar un óvulo, pero los chicos pueden engendrar antes de que su estado de adolescente sea visible. El crecimiento del vello púbico acompaña al desarrollo de los genitales, apareciendo el vello de la axila y la barba unos dos años después. Mientras se desarrolla la laringe y se alargan las cuerdas vocales, su voz se hace más profunda. El pelo del pecho es la última característica masculina en aparecer y puede que no se acabe de desarrollar por completo hasta bien entrada la etapa adulta temprana.

Actualmente, los muchachos pueden entrar en la pubertad mucho antes que hace pocos siglos. Los archivos del siglo xviii que se conservan de los miembros del coro de la iglesia de Leipzig indican que la mayoría de los chicos cambiaban la voz poco después de haber cumplido los 17 -al menos tres años más tarde que en la actualidad (Kotre y Hall, 1990). Reacciones a los cambios físicos Los cambios físicos de la magnitud experimentada por los adolescentes poseen un efecto significativo en cómo éstos se sienten acerca de sí mismos. La forma en que ven su cuerpo de adultos, tanto si es con orgullo, placer, incomodidad o vergüenza, depende en gran medida del contexto psicosocial en el que tiene lugar su pubertad (Petersen, 1985). Por tanto, las reacciones de los adolescentes a la pubertad dependen mucho de los patrones de pensamiento y sentimientos sobre la sexualidad que han tenido durante la niñez, de la reacción de sus padres y compañeros a su cambio de apariencia y las reglas de su cultura (tanto la de su grupo local como la del resto de la sociedad). El género también influye sustancialmente en la reacción de los jóvenes a los cambios físicos. Cada cultura define un tipo de cuerpo en particular como atractivo y sexualmente apropiado para cada sexo. Los jóvenes aprenden las características de su cuerpo ideal de los compañeros, de las expectativas de la familia y de las imágenes que ven en la televisión, las películas y las revistas. Esta lección puede ser especialmente difícil para las chicas. En una amplia encuesta realizada a los adolescentes, la mayoría de los chicos estaban orgullosos de su cuerpo, mientras que sólo la mitad de las chicas lo estaban (Offer, Ostrov y Howard, 1981a). El resto dijo que generalmente se sentían feas y poco atractivas. Los adolescentes que no se consideran aceptables o que poseen una baja autoestima pueden angustiarse por su aspecto, aunque otros los encuentren tan atractivos como la mayor parte de sus compañeros (Petersen y Taylor, 1980). La reacción de una muchacha a la menstruación parece depender en gran parte en que haya sido bien preparada para el acontecimiento. Las chicas que saben lo que va a suceder, por lo general suelen tener menos síntomas, incluyendo el dolor, y éstos son menos fuertes que los de las que llegan a la menarquía sin preparación (Rutile y BrooksGunn, 1982; Skandhan et al., 1988). Otro aspecto importante en la actitud de una joven respecto a la menstruación es en qué momento aparece ésta. Las que empiezan a menstruar mucho antes que sus compañeras tienden a experimentar más sentimientos negativos sobre el proceso que las que tienen su menarquía tarde o “en su momento”. No obstante, las creencias que pueda tener sobre cuándo ha de llegar la menarquía influyen más en sus sentimientos acerca del tema que cuando llega el momento en sí. En un estudio, las chicas que les llegó en su momento pero que creían que les había venido pronto solían tener el mismo sentimiento negativo que las que realmente habían madurado antes de lo previsto (Rierdan y Koff, 1985). El momento en el que llega la pubertad afecta a los sentimientos de ambos sexos sobre sus cuerpos, pero de forma distinta. Los chicos que maduran antes que sus compañeros suelen estar más satisfechos con sus cuerpos, quizá porque son más altos y musculosos que los demás durante la primera etapa de la adolescencia. Las reacciones de las chicas parecen estar influenciadas por el ideal cultural de estar delgada. En un estudio longitudinal, las que maduraban pronto solían sentirse peor respecto a su peso, pero a medida que sus compañeras maduraban, sus sentimientos disminuían y se equiparaban (Blyth, Simmons y Zakin, 1985). Aparentemente, lo que les preocupaba eran los depósitos de grasa; no los otros aspectos visibles de la pubertad. En general, la fecha de la maduración no afectaba la autoestima de las muchachas, excepto entre las que entran en los colegios de enseñanza secundaria cuando tienen la menarquía. Cuando han de afrontar la pubertad y el cambio a una nueva escuela al mismo tiempo, su autoestima sufre. Tanto si la pubertad llega pronto o tarde, esto suele afectarles en la permanencia dentro de su grupo de amigos. Los muchachos que maduran temprano tienden a ser populares y dinámicos en las actividades escolares, y su mayor fortaleza y resistencia pueden realzar su prestigio atlético (Livson y Peskin, 1980). Quizá debido a que suelen juntarse con otros más mayores, es más probable que tengan problemas con la autoridad, tanto si es a

nivel escolar a causa del absentismo o por delitos menores (Duncan et al., 1985). Los chicos que maduran más tarde acostumbran a ser más pequeños y débiles, raramente se convierten en líderes y son menos populares (Livson y Peskin, 1980). Entre las chicas, el status dentro del grupo de amigas es más favorable para las que maduran tarde. Éstas suelen ser más populares, muy sociables y se convierten en líderes. Por el contrario, las que maduran pronto no gozan de tan buena fama y son más inseguras que las otras (Livson y Peskin, 1980). Sin embargo, puesto que parecen mayores que las demás, suelen atraer a los chicos más mayores. Los estudios indican que las muchachas de todas las razas que maduran temprano tienden a salir con chicos y tener relaciones sexuales antes que el resto (V. Phinney et al., 1990). En todos los grupos, excepto las afroamericanas, también suelen casarse más jóvenes. Si la actividad sexual conduce al matrimonio o al embarazo, ello influirá durante el resto de sus vidas. De hecho, entre las suecas, las que maduraban antes estaban preparadas a una edad temprana para casarse y formar una familia (Magnusson, Stattin y Allen, 1985). Buscaban amigos más mayores y se consideraban más maduras que las otras chicas de su edad. También era menos probable que cursaran estudios superiores. Las más maduras poseen algunas ventajas sobre las demás. Cuando están en los treinta, parecen más serenas, seguras de sí mismas y competentes que las que maduraron más tarde (Livson y Peskin, 1980). El momento en que se inicia la pubertad también puede tener efectos duraderos en los chicos. Cuando alcanzan los treinta, los que maduraron antes parecen más seguros, responsables y cooperadores que los otros, pero también suelen tener menos sentido del humor y ser más convencionales. Los que maduran más tarde parecen beneficiarse de los años en que se alargó su niñez, cuando eran libres para inventar y aprender sin presión. Aunque todavía puedan parecer impulsivos y enérgicos, puede que ahora sean más perspicaces y proclives a afrontar las nuevas situaciones que los que maduraron antes (Livson y Peskin, 1980). Puesto que, como veremos más adelante, la llegada de la pubertad afecta a la naturaleza de las interacciones familiares (Steinberg, 1988), algunos efectos asociados con la pubertad temprana o tardía pueden. en parte, ser resultado del momento en que se producen estos cambios familiares. CAMBIOS EN EL YO: IDENTIDAD Durante la adolescencia los jóvenes se enfrentan a una variedad de tareas cuyo resultado influye en el curso de sus vidas en el futuro. Puede que estén tratando de separarse de sus padres. Han de tomar decisiones sobre los estudios y la vocación. El nacimiento de la sexualidad les ofrece la oportunidad de intimar con miembros del otro sexo y la posibilidad de llegar a formar su propia familia. Se están esforzando por lograr la autonomía y tratan con temas de principios, política y valores. Mientras se debaten en estos asuntos descubren que sus cuerpos transformados evocan en sus amigos, compañeros y sociedad nuevas expectativas y conductas. Tales cambios tienen lugar en todos los aspectos de sus vidas, incluyendo las emociones. No es de extrañar que sea en la adolescencia cuando los jóvenes ponen a prueba sus sentimientos sobre sí mismos. Para algunos es una cuestión de consolidar sus conceptos actuales sobre sí; para otros, el proceso supone el desarrollo de nuevos conceptos sobre su persona. La mayoría lleva estos temas sin demasiada dificultad y resuelve con éxito el conflicto entre sus propias necesidades y las exigencias de la sociedad. Pero los pocos que todavía no han resuelto los conflictos de etapas de desarrollo anteriores experimentan de nuevo los problemas de antes y pueden volver a resolverlos con los viejos métodos. Tanto si el asunto que surge tiene relación con la confianza, la autonomía, la iniciativa o la diligencia, dependerá de su historia pasada, fuerza individual y forma habitual de responder a las situaciones de presión (Adelson y Doehrman, 1980). En el Capítulo 15 veremos de qué modo una minoría de adolescentes responden al revivir los viejos conflictos y otras situaciones intolerables -quizá quedándose embarazadas, haciéndose adictos a las drogas o desarrollando anorexia.

Formación de la identidad Una de las tareas esenciales de la adolescencia es la formación de la identidad. La identidad es un sentido coherente de individualidad formado a raíz de la personalidad y circunstancias del adolescente. Sin embargo, esta definición escasamente ayuda a explicar este complicado concepto. Según Erik Erikson (1980), la identidad del adolescente se desarrolla en silencio con el paso del tiempo, mientras muchas pequeñas partes del yo se unen de forma organizada. Estos elementos pueden incluir aspectos innatos de la personalidad, rasgos desarrollados de la misma, como la pasividad, la agresividad y la sensualidad; talentos y habilidades; identificación con modelos, ya sean paternos, de los compañeros o de personajes culturales; modos de afrontar los conflictos y regular la conducta, la adopción de papeles sociales, vocacionales y de género consistentes. La formación de la identidad es una tarea de por vida que tiene sus raíces en la primera niñez, pero que ocupa el puesto relevante en la adolescencia. En ese momento, el desarrollo físico las habilidades cognitivas y las expectativas sociales del joven maduran lo bastante para hacer posible que se forme una identidad madura. Erikson vio la adolescencia como una moratoria, un período en el que las elecciones definitivas se posponen mientras se van uniendo los distintos elementos de la identidad. En ese tiempo los jóvenes pueden explorar diversos campos, tratar de encontrar algo que encaje con sus propias necesidades, intereses, capacidades y valores. La mayoría no sabe mucho sobre las opciones entre las que habrán de elegir, sobre los senderos que les harán seguir las elecciones alternativas o sobre la irreversibilidad de algunas decisiones. No obstante, todas las elecciones de los adolescentes (qué asignaturas elegir en la escuela; ir o no a la universidad y durante cuánto tiempo; tomar drogas, tener relaciones sexuales, trabajar mientras estudian, pertenecer a una iglesia o colaborar en una campaña política) contribuyen a forjar la identidad. Los factores socioeconómicos pueden ampliar o constreñir la gama de posibilidades y los contextos subculturales, las presiones de los compañeros o situaciones familiares pueden empujar al adolescente en una u otra dirección. Muchos jóvenes, especialmente aquellos que cursan estudios superiores, atraviesan una moratoria tan larga que entran en la primera etapa adulta antes de haber completado el proceso de la identidad. La mayor parte de los estudiantes universitarios no sólo prolongan la dependencia de sus padres, sino que también retrasan las decisiones referentes a la profesión, el matrimonio y los valores. La experiencia universitaria en si misma puede tener un considerable efecto en sus opiniones político-sociales y en la elección de sus compañeros. El proceso de forjar una identidad es bastante distinto para los que pasan del instituto a un trabajo a tiempo fijo. Estos posiblemente tendrán que tomar muchas decisiones cruciales mientras aún están en el instituto, y para una gran parte de ellos éstas se referirán a su disponibilidad para trabajar, ser padres o casarse (se hablará de ello en el Capítulo 15). Cuando este proceso no se desarrolla con normalidad -como cuando una serie de conflictos hacen que las opciones sean difíciles o incluso imposibles-, el resultado es una identidad confusa, en la que el joven no se compromete a nada. Debido a que el concepto de la identidad de Erikson es tan complejo, valorar el progreso de un adolescente en esta tarea de desarrollo es extraordinariamente difícil. Los investigadores hallaron un modo de abordar el problema. Empezaron a clasificarlo en términos de su posición en las tareas de decidirse por una ocupación y forjar sus creencias políticas y religiosas -componentes principales de la identidad-. James Marcia (1980), basándose en la teoría de Erikson, propuso que la adolescencia podía adoptar cuatro formas: compromiso, moratoria, difusión o construcción. En el compromiso, el adolescente persigue metas ideológicas y profesionales, pero éstas han sido elegidas por otros -padres o compañeros- (Las metas ideológicas pueden ser religiosas y/o políticas). Los jóvenes comprometidos nunca experimentan una crisis de identidad, porque han aceptado sin objeciones los valores y expectativas de los demás. En la moratoria, las opciones finales se posponen y el adolescente se debate con temas profesionales o ideológicos. Está pasando una crisis de identidad. En la construcción de la identidad, el joven ha finalizado el esfuerzo, ha hecho sus elecciones y persigue metas

profesionales o ideológicas. Por último, en la difusión de la identidad, los adolescentes pueden haber intentado tratar con estos temas (o haberlos ignorado), pero no han tomado decisiones y no están particularmente preocupados por aceptar compromisos. Puesto que estos jóvenes no sienten presión para tener que elegir, no pasan una crisis de identidad. Los que atraviesan un período de moratoria (tanto si sólo es mientras van al instituto o si continúa hasta la etapa adulta temprana) parecen haber tomado el camino preferido antes de construir la identidad -al menos en las culturas contemporáneas-. Este tipo de jóvenes suelen ser más independientes, seguros de sí mismos, flexibles y creativos intelectualmente. Aquellos cuyas identidades se forjan en la adolescencia tienden a necesitar la aprobación de los demás; son conformistas y respetuosos con la autoridad, son más religiosos y se comportan de un modo más estereotipado que otros jóvenes. En las sociedades tradicionales, en las que los jóvenes aceptan automáticamente las profesiones y creencias de sus padres, la gran parte de ellos ya han forjado su identidad. En realidad, en una sociedad de este tipo, el joven que toma decisiones por sí solo, probablemente es un inadaptado. Los que siguen el modelo de difusión de la identidad suelen estar perturbados; puede que les falte el sentido de direccionalidad, no sepan relacionarse con los demás, muestren un bajo nivel de razonamiento moral y tomen drogas. No obstante, pueden ser encantadores y despreocupados. Entre los que van a la universidad, la condición de la identidad es fácil que sea temporal. En los estudios longitudinales, la mayoría de los alumnos cambiaron de un estado de identidad a otro (G. Adams y Fitch, 1982; Waterman y Goldman, 1976). Los cambios desde la etapa de moratoria a la construcción de identidad son normales. Pero al menos la mitad de los alumnos con identidades de compromiso y casi un tercio de los que originalmente habían sido considerados dentro del grupo de los de identidad construida también cambiaron de un grupo a otro. Aparentemente, la experiencia universitaria puede volver a activar una condición de identidad que parecía estar resuelta. No se sabe con certeza si tales cambios suceden con frecuencia entre los jóvenes que no cursan estudios superiores. Diferencias de género en la formación de la identidad Los investigadores han observado que los procesos de formación de identidad siguen caminos algo distintos en cada sexo. Al entrevistar a los chicos al final de sus estudios en el instituto, los que habían alcanzado una identidad profesional solían ser enérgicos, preferir las dificultades y retos, y les preocupaba poco lo que los demás pensaran sobre ellos (Grotevant y Thorbecke, 1982). Las chicas que habían alcanzado una identidad profesional eran distintas: creían que trabajar duro era importante, pero evitaban la competición. Un número cada vez mayor de muchachas adolescentes han forjado identidades en las que la consecución de fines y el éxito profesional son tan importantes como el triunfo en las relaciones interpersonales (Spencer Grant/The Picture Cube). Puede que esta diferencia se deba en buena parte al contexto en que cada uno de los sexos forja su identidad. A los chicos se les presiona a que elijan carreras, lo que tiende a empujarles a una moratoria y a una tardía construcción de la identidad. Incluso en un mundo en el que están cambiando los roles, las investigaciones actuales muestran que las muchachas suelen definir sus identidades en términos de sus relaciones con los demás. En vez de preocuparse por pensar con autonomía y labrarse una carrera para sí mismas, están básicamente preocupadas por las relaciones y las responsabilidades (Gilligan, 1982). A pesar del hecho de que lo más probable es que pasen la mayor parte de sus vidas en el mundo laboral, generalmente sienten menos presión para elegir una profesión. Durante la adolescencia, algunas continúan viendo el empleo como una etapa temporal entre licenciarse y el nacimiento de su primer hijo. Para ellas el matrimonio todavía sigue jugando un papel principal en la formación de su identidad. Sin embargo, un número de chicas cada vez mayor está dando muestras de un patrón de desarrollo en el que los logros personales son tan importantes como el éxito interpersonal y los intereses femeninos tradicionales. Este patrón fue detectado en el transcurso de un estudio clásico de la adolescencia hace más de treinta años por Elizabeth Douvan y Joseph Adelson

(1966). Encontraron un grupo de muchachas que aspiraban directamente a conseguir sus propios logros en vez de preocuparse por el status de sus esposos. Estas chicas mostraban un mayor interés en asumir roles y responsabilidades de adultos que las más tradicionales y sus perspectivas se encaminaban hacia el futuro. Las de este grupo eran femeninas, pero soñaban con la consecución de sus fines individualmente. Solían preferir trabajos arriesgados que ofrecieran oportunidades para el éxito, a los puestos seguros y menos gratificantes. Algunos investigadores sugieren que vivir en un hogar uniparental puede potenciar tal desarrollo, destacando que las adolescentes procedentes de familias de este tipo tienen mayor tendencia a elegir ocupaciones tradicionalmente masculinas y a desear una identidad separada de la de madre y esposa (Barber y Eccles, 1992). Las chicas que siguieron este patrón tenían por lo general padres que les exhortaban a valerse por sí mismas. Entre un grupo que iba a un instituto privado en Troy, Nueva York, la mayoría seguía este modelo. Prácticamente todas estaban de acuerdo en que las mujeres debían de ser independientes y responsables (Mendelsohn, 1990). La mayoría no quería casarse hasta haber terminado una carrera o haber conseguido un trabajo y solía ver su futura profesión con más claridad que su matrimonio e hijos. Como una de ellas, que dijo: Antes se hablaba del tipo de persona con el que te ibas a casar y ahora se habla de si te vas a casar alguna vez, y en este momento no creo que pueda decir no creo que me vaya a casar. No puedo estar segura de si me voy a casar, porque ello depende de si encuentro a alguien que me guste realmente (Mendelsohn, 1990, págs. 238-239). Formación de la identidad en grupos minoritarios Gran parte de los estudios de formación de identidad se han enfocado en los alumnos de instituto y universidad de clase media. La proporción de identidades de compromiso entre los adolescentes de las minorías (afroamericanos, americanos nativos, hispanos o asiáticos) es relativamente mayor (M. Spencer y Markstrom-Adams, 1990). Esta diferencia en el status de la identidad puede reflejar desigualdades socioeconómicas, pero puede también ser el resultado de vivir en un grupo que empuje a seguir las normas subculturales. Cuando los roles sociales e ideológicos han sido definidos claramente por la comunidad, el compromiso puede ofrecer una sensación de bienestar. Para los adolescentes de las minorías, el desarrollo de la identidad incluye un sentido de identidad étnica, en el que los jóvenes vuelven a examinar su identificación étnica y la asimilan interiormente, comprometiéndose con la misma e integrándola en su identidad (J. Phinney y Tarver, 1988). En este proceso, el adolescente primero rechaza las evaluaciones negativas de la cultura dominante y luego pasa a construir una identidad que incluya la etnicidad como un aspecto positivo y deseado del sí mismo (J. Ward, 1990). Entre los afroamericanos y los hispanos, los que poseen fuertes identidades étnicas suelen tener una mayor autoestima que los que no han desarrollado una identidad coherente (J. Phinney y Alipuria, 1990). El adolescente individualizado Otro aspecto de la formación de identidad es el proceso de individualización (Baumrind, 1991b). A medida que los adolescentes construyen la identidad, se separan emocionalmente de sus padres y transfieren parte de su afecto a los compañeros. Los que fracasan en esto y siguen siendo dependientes emocionalmente de sus progenitores, tienen identidades de compromiso. Otros pueden estar emocionalmente desapegados de sus padres, pero fracasan en tener confianza en sí mismos y en ser autónomos (Ryan y Lynch, 1989). Puesto que emocionalmente no son independientes, confían demasiado en sus compañeros. Cuando sucede esto, la distancia emocional puede ir acompañada de un bajo rendimiento escolar, experiencias sexuales prematuras y el consumo de drogas. Idealmente, el adolescente no ha de estar completamente involucrado en la familia ni totalmente desvinculado; ha de encontrar un equilibrio entre las dos posturas y hacerse un individuo (C. Cooper, Grotevant y Condon, 1983). El adolescente individualizado todavía está

apegado a los padres, pero no depende de ellos, es receptivo a sus necesidades y deseos pero autónomo. Tal como veremos, el proceso de individualización conduce a cambios en la familia.

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