Introducción Adela Cortina es una reconocida filosofa y catedrática española, maestra de Derecho, Moral y Política, en la Universidad de Valencia, en España. Institución donde ella cursó su Licenciatura y Doctorado en Filosofía. Llevó a cabo otros estudios en las universidades de Munich y Frankfurt, en donde establece vínculos académicos con filósofos como Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, principales exponentes de la llamada Ética del diálogo. A su vez, esta filosofa pertenece a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, siendo la primera mujer que ingresó en esta desde su fundación en 1857. Asimismo, es directora del Máster y del Programa de Doctorado Interuniversitario y de la Fundación ÉTNOR. Esta catedrática a través de sus libros como Ética mínima (1986), Ética sin moral (1990), Ética
aplicada
y
democracia
radical (1993), Ciudadanos
del
mundo (1997), Alianza y Contrato ( 2001), Por una ética del consumo ( 2002), Ética de la razón cordial (2007), Las fronteras de la persona (2009), Justicia cordial (2010), Neuroética y neuropolítica ( 2011) y Para qué sirve realmente la ética (2013), pretende forjar horizontes que orienten una sociedad cordialmente justa que sea consciente
de aquellas
situaciones en donde al otro se le violenten sus derechos como ser humano. Durante sus años como investigadora Cortina ha realizado un extenso y arduo trabajo en el campo de la fundamentación moral y la ética aplicada, dando paso a diversos cuestionamientos acerca del quehacer ético en las sociedades actúales. En sus obras esta filosofa aborda las problemáticas y consecuencias de la carencia ética que predomina hoy en día en ámbitos como lo político, lo económico y social.
En la sociedad del siglo XXI son evidentes los cambios repentinos y constantes, las relaciones interpersonales están mediadas por conveniencia, utilidad y poder. Se produce un fenómeno de distorsión, puesto que los afectos y sentimientos se mezclan con intereses sociales y económicos llegando a construir un sistema complejo de apariencias donde predomina la ostentación, el afán del poderío, el exhibicionismo de las riquezas y convencionalismos de clase. Sin duda, prevalece el individualismo y la subjetividad, el desmesurado consumismo que impera en la actualidad se fundamenta bajo un excesivo antropocentrismo que amenaza la existencia de la vida en el planeta. La pobreza y la exclusión fracturan las relaciones sociales en todos los niveles desembocando en un colapso ambiental. Es decir, nos encontramos ante el andamiaje de sociedades repletas de personas individualistas que dan como resultado sociedades, efectivamente muy plurales, pero en las que nadie se preocupa por el bienestar del otro, aunque sea víctima de algún tipo de injusticia. En este sentido Rubio (1999) afirma: En la actualidad, es difícil hablar de una sociedad sin definirla en el contexto de la globalización y en términos de democracia y derechos humanos, pero lo más problemático resulta encontrar un modelo social real que garantice todos los derechos humanos. (Rubio D. S.) Dado el proceso creciente de interdependencia mundial de las instituciones, valores e ideas nos envuelven en una serie de problemas y contradicciones comunes que conllevan a un enfrentamiento global y radical de los sistemas establecidos, la situación de un mundo organizado en forma de conflicto y antagonismo, la imposición de estructuras de opresión y dominio son las nuevas y sutiles formas de colonialismo que hunden, eliminan y generan una realidad mediática y masificadora. Por ello, para Cortina es necesario proponer una
ética que se resista a renunciar a lo mejor que hemos aprendido tras siglos de historia; el valor de la autonomía humana y la necesidad de un consenso colectivo entendido como concordia y no como estrategia excluyente. Esta ética debe propugnar el dialogo entre los mínimos de justicia existentes en una sociedad pluralista. Asimismo intenta configurar la consensualidad y búsqueda de proyectos de vida buena mediante acuerdos comunes que a su vez son construidos a través del lenguaje. En este punto, esta filosofa propone una Ética cívica, que es una ética de los ciudadanos la cual pretende encontrar una convergencia de los diferentes pluralismos morales presentes en una sociedad concreta. De este modo, la ética cívica se presenta como una práctica reflexiva de esa vida moral que se fundamenta sobre valores mínimos; igualdad, dialogo, tolerancia y libertad, quienes orientan y permiten entender y convivir con las diversas prácticas morales que cobran sentido dentro de sus propias particularidades. De acuerdo con lo expuesto anteriormente, el presente trabajo tiene como objetivo disertar cuál el modelo de ética cívica propuesto por Adela Cortina. Para ello se dividirá la monografía en 3 capítulos, los cuales se desarrollarán de la siguiente forma: En el capítulo primero, se hará una aproximación al contexto histórico donde emerge y se consolida el modelo de ética cívica propuesto por Cortina. En este sentido se enunciará algunos sucesos que marcaron decisivamente el siglo pasado, los cuales reflejaron una sociedad cosificadora y carente de límites. Posteriormente, en el segundo capítulo se comentará
la importancia del quehacer ético
dentro de la sociedad actual teniendo como referencia algunos aspectos de las obras Ética mínima, introducción a la filosofía practica (2000) y ¿Para qué sirve realmente la
ética?(2013). Con esto, se pretende resaltar la relevancia de los valores mínimos como punto de partida para la construcción de una sociedad cívica. Dichos textos ayudarán vislumbrar paulatinamente en el tercer capítulo el papel preponderante del lenguaje en la construcción y configuración de la ética cívica enunciada por Adela Cortina. Con lo anterior, se dará paso al último capítulo, en el cual se presentarán las conclusiones a las que se ha podido llegar con el tema desarrollado. De esta forma, se podrá evidenciar la el papel preponderante que cumple los valores dentro de la propuesta ética de Cortina.
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1. Capítulo I Aproximación al contexto histórico de la Ética Cívica
El inicio del siglo XX se vio permeado por un sin número de situaciones sociales, económicas y políticas que darían paso a sucesos que marcarían el rumbo de la historia. Una de las características que predominarían en esta época son los conflictos políticos que en perspectiva son la materialización de un conflicto cultural en la medida que reflejan proyectos diferentes del hombre y sociedad. Quienes luchan, en efecto, por un cambio social alientan en su praxis una visión particular del hombre distinta a quienes defienden como sea cierta hegemonía y orden socio- político. De este modo, se configuran formas opuestas de práctica política que sustentan modelos antagónicos del hombre y la humanidad. La primera y segunda guerra mundial es una muestra de esa feroz sociedad que se consolida a la luz de intereses de particulares que sin duda, monopolizaron y masificaron a nivel mundial a ciento de millones de personas con sus estrategias políticas y económicas. Europa se ve sumida en la eminente posibilidad de una guerra nuclear y los países del tercer mundo sucumben bajo el dominio de aquellos que se hacen llamar potencias. Nuevas formas sutiles de colonialismo imperan en esta sociedad moderna que se concibe así misma como el proyecto más asertivo que el hombre haya conseguido; nunca antes la historia fue una y mundial y empero subsisten grandes diferencias económicas, políticas, sociales, ideológicas, raciales.
El progreso técnico y científico aumenta en todos los campos y aumenta a su vez la probabilidad de una destrucción total mientras que el desarrollo ético y moral se ignora por completo. Sin duda, prima un solipsismo desarrapado, un egoísmo sin remedio que niega la urgencia de construir una sociedad en donde prevalezca el bien común. En este sentido, nos encontramos frente una dialéctica entre la humanización y la deshumanización, como un enfrentamiento que aglutina las fuerzas que quieren afirmar la vida y quienes pretenden la desconfiguración total de la misma. En consecuencia, la sociedad se encuentra una crisis de valores, crisis de formas de vida, relaciones interpersonales fragmentadas y deshechas por un mundo globalizado que apela a un progreso agresivo y efímero avalado por los Estados más poderosos. En ese sentido Adela Cortina afirma en el artículo ¿Guerra o desarrollo humano?: Las matanzas de África, la interminable violencia en América Latina, las hambrunas y la miseria es la rotunda vulnerabilidad de los seres humanos, por la que todos necesitan protección. Pero no sólo frente a las armas, sino también frente al hambre, la enfermedad, la incultura, las doctrinas excluyentes que cierran la mente del terrorista desde la familia y la escuela, la desigualdad injusta, la agresión de los mercados financieros especulativos, el saqueo del medio ambiente. (Cortina, 2003). El desarrollo a nivel global no debe contemplarse solamente desde una perspectiva económica, por el contrario a esta se debe integrar un lineamiento social y humano que permita la construcción de relaciones humanas no instrumentalizadas. De este modo, se podría pensar en la transición a una sociedad cívica que propugna el respeto y la justicia por el otro superando aquella sociedad frívola que defiende la tiranía codificadora.
Son las problemáticas mencionadas anteriormente las que llevan a Cortina a repensar el quehacer de la ética en la actualidad. Por ello, esta catedrática se da a la tarea de construir una ética que comprenda y responda a las dinámicas que se presentan a diario en las realidades de las personas. En este orden de ideas, la autora reconoce que: El afán de beneficio, caiga quien caiga, la opción por el bien particular frente al común, la falta de sensibilidad hacia los menos aventajados, las formas de vida consumistas han guiado demasiadas decisiones, letales para el conjunto de la sociedad. El paro, el trabajo precario y con salarios ínfimos, la tragedia de inmigrantes y refugiados desatendidos, la pobreza y el olvido de los vulnerables se deben, entre otras causas, al abandono de aquel capital ético por el que habíamos optado. (Cortina, Razones éticas para un futuro mejor, 2015). Esta filosofa es consciente de la carencia ética que sobresale en todos los ámbitos del ser humano, situaciones que se reflejan en el fracaso de las ideologías socio-políticas que habían predominado durante tanto tiempo. En efecto, Cortina construye una alternativa ética critica que propugna la participación activa de los ciudadanos, porque es desde estos que la ética adquiere sentido. Hasta este punto, se puede decir que el mayor desafío de esta ética cívica es vislumbrar los pluralismos culturales, sociales, morales y políticos que imperan en la actualidad para hallar un punto de convergencia el cual promueva una propuesta de vida buena. El contenido de esta ética cívica se configura a través de los valores de libertad, igualdad, solidaridad, respeto activo y recurso al diálogo como camino para resolver los
conflictos frente a la violencia, que en últimas busca el respeto de los derechos humanos. De este modo, Cortina sugiere que: Una sociedad en la que existe la civilidad, la virtud de los ciudadanos por la que respetan la vida compartida, cumplen las normas justas, cooperan en el mantenimiento de lo público, participan en programas cívicos, es una sociedad cohesionada socialmente. Las gentes están dispuestas a construir conjuntamente su vida compartida. (Cortina, Ética Civica y Ética de Mínimos ). En efecto, esta ética cívica propende la estructuración de un concepto de ciudadanía que sea capaz de armonizar las diversas facetas - política, social, económica, civil e intercultural. De este modo, Cortina diferencia la sociedad civil de la ciudadanía civil, esta cuestión será desarrollada en las próximas líneas. Las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales que imperan en la actualidad, evidencian la crisis que encarna los distintos proyectos de vida del sujeto contemporáneo. La actitud maquiavélica se vuelve filosofía de la vida; si es necesario con respecto a un fin se emplearán todos los medios posibles, la mecanización del otro, el utilitarismo. De este modo se consolida una vasta población marginal que es relegada a vivir en degradantes condiciones, gestándose así una cultura del espectáculo que se enfoca en la producción masificada de relaciones superfluas que resultan mediadas por intereses. Como se ha mencionado anteriormente, la sociedad del XXI es una muestra clara del declive ético que experimenta el hombre moderno. Partiendo de esta premisa, en el presente capitulo se disertará acerca de la necesidad e importancia de formular al
alternativas de pensamiento ético que respondan a las complejas situaciones y problemáticas que se presentan en los distintos ámbitos de la vida cotidiana de los sujetos. En este orden de ideas, a lo largo del desarrollo de este apartado se intentará aclarar el concepto de sociedad civil que propugna Cortina, de este modo se podrá abordar a cabalidad la propuesta ética- cívica que enuncia esta filosofa. Para iniciar resulta pertinente cuestionar ¿por qué hablar de una sociedad civil?, ¿qué relación existe entre sociedad civil y ética cívica? 1.1. Concepto de Sociedad Civil en Cortina El concepto de sociedad civil esta permeado por un sinnúmero de acepciones, empero, en esta ocasión se referenciará alguna de estas grosso modo, esto servirá para hilar el camino y comprender lo expuesto por Cortina. En este sentido, como punto de partida se tomará la definición dada por el filósofo canadiense Charles Taylor, el cual afirma que: La sociedad civil es una red de asociaciones autónomas, independientes del Estado, que vinculan estrechamente a los ciudadanos en asuntos de interés común, y con mera existencia o acción podían tener un efecto en la política pública (Taylor, 1997, pág. 269) La sociedad civil se estructura por medio de la conformación de colectivos particulares que están en búsqueda de intereses aparentemente comunes, esta participación de alguna forma no debe estar coaccionada por un agente externo como lo puede ser el Estado. Sin embargo, no se debe negar que esta noción dada por Taylor resulta un poco imprecisa y deja un sin sabor que obliga a rastrear otras posibles definiciones sobre el tema. Por otro lado, para el sociólogo alemán Axel Honneth, si se hace una lectura a la filosofía del derecho de Hegel, se podrá apreciar que se describe una esfera social en la que la relación entre los ciudadanos no queda simplemente confinada a los procesos
económicos de intercambio y trabajo, sino que también incluye a las instituciones del debate público de modo que formen una unidad sociológica anterior a cualquier integración política. Esta perspectiva emerge como una crítica al despotismo a los modelos de gobierno absolutistas que predominaron a lo largo de la historia. De este modo, se forja una sociedad que se compacta por objetivos democráticos que competen a todos los individuos. En concordancia con lo dicho, Honneth analiza lo expuesto por Taylor acerca de la obra Contrato Social, de Locke y afirma que: En la obra de Montesquieu, Taylor encuentra el origen de una noción de sociedad civil en la que las corporaciones legalmente legitimizadas de autogobierno público son las responsables de mediar constantemente entre la esfera social y el Estado. La diferencia principal con respecto al modelo de Locke es que la sociedad civil se conceptualiza aquí como una esfera directamente conectada al ámbito del Estado por medio de una red de autoridades administrativas autogobernadas y otros cuerpos corporativos. La esfera de la sociedad civil no es, entonces, anterior a la esfera política, sino que es eminentemente política en sí misma, en tanto que emprende tareas relacionadas directamente con el gobierno del Estado. Es fácil reconocer en la doctrina de Tocqueville sobre la libre asociación de los ciudadanos, que junto con Montesquieu se convirtió en un elemento fundamental de esta segunda rama de la tradición, la continuación del ideal griego de la polis, que permanece así como trasfondo del concepto de sociedad civil. (Honneth, 1999, pág. 4) La lectura que realiza Honneth sobre lo enunciado tanto por Taylor, Montesquieu y Locke, amplia un poco más el panorama acerca del concepto de sociedad civil que se ha empleado durante las últimas décadas por diferentes pensadores. No hay duda que los contextos han cambiado y que con esto también esta idea (sociedad civil) ha sido sometida a ciertas variaciones. La estructura social
del siglo XX se ha transformado y resulta absurdo
concebir a esta sociedad globalizada de la misma forma que se le pensó en el pasado. De este modo, es necesario pues, formular nuevos parámetros para tener una definición clara de lo que implica una sociedad civil en tiempos de un acelerado desarrollo. La aproximación hecha anteriormente al concepto de sociedad civil, permite adentrarse someramente a la noción de la misma enunciada por Cortina. En efecto, esta filosofa es consciente que nos encontramos en una época cuyos paradigmas han caído por el suelo, y también muchas instituciones caerán pronto, la única certeza que tenemos es la certeza de la incertidumbre. De este modo, urge re pensar la sociedad imperante ya que es eminente el colapso de esta. Para Cortina existe ciertos puntos complejos a la hora de hablar de sociedad civil entre estos se encuentran la diferenciación de tres sectores: El político, el económico y el social. El sector político coincidiría con el Estado, mientras que la sociedad civil lo haría con los sectores económico y social. Aun reconociendo que los tres sectores están profundamente entreverados entre sí, se entendería que cada uno tiene unas características distintivas y se le encomendaría una tarea prioritaria. (Cortina, Responsabilidad ética de la sociedad cívil, pág. 17). En este sentido, la sociedad civil se forja a través de estos tres sectores que van hacer entonces el eje central de la misma, la cual converge directamente con el Estado. En este punto, Cortina es contundente al afirmar que es equivoco asumir que la sociedad civil y el Estado discrepan, por el contrario estos dos deben asumir responsablemente los escenarios sobre los cuales se gestan las realidades sociales de los individuos. De esta forma, esta filosofa enuncia que: Tal vez convenga retener la distinción entre Estado y sociedad civil. A la segunda pertenecerían los ciudadanos, las familias, las organizaciones solidarias y las cívicas, los
movimientos sociales, las empresas de diversos tamaños, las entidades financieras, las asociaciones profesionales, las redes sociales, los medios de comunicación y el espacio de la opinión pública. Y precisamente es a todos ellos a los que se pide hoy asumir una responsabilidad, que en ocasiones puede exigirse legalmente, pero en otras, es ética. (Cortina, Responsabilidad ética de la sociedad cívil, pág. 18). Sin duda, el andamiaje de la estructura social que se presenta en la actualidad, se alimenta de la conformación de distintos grupos, organizaciones y colectivos ciudadanos que como lo indica Cortina, deben asumir una postura responsable que trace sus acciones en pro del beneficio común. De esta forma, poco a poco se ha ido develando ciertas características de la sociedad civil que Cortina propugna, sin embargo, es claro que falta concretar en si qué implica este tipo de sociedad y en qué punto se yuxtapone con la alternativa de ética cívica. En efecto para esta filosofa la sociedad civil será ese espacio de relaciones humanas sin coerción estatal, nacidas de la espontaneidad y la auto organización. (pág. 18). De este modo, se convoca desde y a todas las distintas instancias para que se asuma una responsabilidad por el bien común. Se debe labrar entonces, unos ciertos parámetros de buen actuar a la luz de la cooperación y la reciprocidad comunitaria. Pero ¿qué tiene que ver la reciprocidad, la cooperación, el bien común con la ética cívica? 1.2. El bien común como elemento vinculante de la ética cívica Es evidente que el tipo de sociedad que predomina actualmente trae consigo un exagerado antropocentrismo que anula la posibilidad de pensar colectivos más humanos consientes de las realidades que aquejan a un importante número de sectores vulnerables a nivel mundial. La injusticia es el pan de cada día que alimenta a una ciudadanía multidiferenciada que se
ahoga en el hedonismo descontrolado de satisfacer sus placeres. En este sentido, los valores éticos se han desvirtuados, la connotación que se da de estos es en función de intereses particulares: emerge un acomodado y muy conveniente relativismo ético. Por ello, Cortina considera necesario formular una alternativa ética- critica que responda a estas problemáticas y no solo eso, también deberá orientar y configurar una ciudadanía activa que se empodere y ejerza una postura responsable frente a las dinámicas que se presenten en la cotidianidad. La autora afirma al respecto que en el reconocimiento de derechos a los refugiados, en la denuncia de crímenes contra la humanidad, en la necesidad de un Derecho Internacional, en los organismos internacionales y, sobre todo, en la solidaridad de una sociedad civil, capaz de obviar todas las fronteras se puede construir proyectos que tengan como fin un bien común, asimismo enuncia que: Sólo proyectos capaces de generar ilusión, proyectos realistas por estar entrañados ya en el ser persona, pueden hacer fortuna», y nada más realista y necesario que «el proyecto de forjar una ciudadanía cosmopolita [que] puede convertir al conjunto de los seres humanos en una comunidad(…) lo que construye comunidad es sobretodo tener una causa común. Por eso pertenecer por nacimiento a una raza o a una nación es mucho menos importante que perseguir con otros la realización de un proyecto: Esta tarea conjunta, libremente asumida desde una base natural, sí que crea lazos comunes, sí que crea comunidad. (Cortina, Ciudadanos del mundo: hacia una teoria de la ciudadania , 1997, págs. 252-253) En efecto, gestando proyectos que propugnen el bien común se podrá recuperar los valores morales como la justicia y la igualdad, tan básicos para construir una ciudadanía decente y a su vez instituciones justas y fiables, porque sin duda ambos son componentes centrales de las sociedades democráticas, en la que distintos proyectos de vida puedan convivir
haciéndose factibles, asimismo, se debe tener en cuenta y asumir una postura responsable frente a los más vulnerables. La ética cívica debe generar en cada individuo un vínculo compasivo hacia el otro, hacia el próximo, de igual forma también debe forjar un reconocimiento reciproco que nos exige obrar responsablemente. De este modo, se podría superar las relaciones instrumentalesmecanizadas que se han consolidado y se pasaría a una proximidad filial comunitaria, que se basa en la alteridad y en la comprensión de la existencia de los derechos propios y de los demás. En este sentido Cortina propone que: Quien toma en serio el valor de todos los hombres concretos, se sabe-siente responsable de ellos, y de ahí que se le abra un mundo bien distinto al del derecho(…) ese mundo de la solidaridad positiva(…) Éste es el mensaje de quienes ven en el diálogo la forma de integrar justicia y solidaridad. Pero también el mensaje de cuantas/cuantos recuerdan, frente a las éticas centradas exclusivamente en la justicia, que la conciencia de lo justo es una forma de conciencia moral, pero no la única, que en el mundo moral suena la voz de la justicia, pero también una voz diferente: la voz de la compasión y el cuidado (Cortina, Ética aplicada y democracia radical, 2007, pág. 155). El asumir una postura responsable frente las situaciones de injusticia permitirá entonces ir abriendo paso a una nueva forma de concebir las dinámicas sociales-políticas que se presentan, ya que pensando desde otras perspectivas como altruismo, la cooperación y la solidaridad se labrará el camino de una actitud humana ante los valores. De este modo, la justicia se presenta como imperativo categórica de esta propuesta ética cívica puesto que esta es la primera cara de la moneda de la ética, y es también el objetivo de la política buena, de la economía buena y el concepto que define el derecho, porque en ultimas, el fin de esta consiste en la formación de buenos ciudadanos. Es así que cortina afirma que: Responsabilizarse de las comunidades concretas es importante, no porque defiendan unos valores que nadie más defiende, cosa a todas luces falsa, sino porque el compromiso con lo local es indispensable para realizar también lo universal.
Desentenderse de lo próximo, de la comunidad de pertenencia, no es la mejor manera de ir construyendo una réplica de toda la humanidad, sino todo lo contrario; pero, a la vez, el horizonte moral de las comunidades políticas concretas no puede ser sino el de una humanidad en su conjunto (Cortina, Alianza y contrato, 2001, pág. 85) Hasta este punto se puede inferir que Adela Cortina concibe en esta ética cívica como una forma de revitalizar la ética aplicada a la vida social. Porque es en la sociedad civil donde se materializan los principios éticos de la autonomía, la responsabilidad, la intersubjetividad, la solidaridad y la justicia. Queda entonces por seguir develando en el siguiente capítulo algunas otras características de esta propuesta ética y más aún el papel que funge el lenguaje dentro de la configuración de esta misma.
2. Capítulo II Importancia de los valores mínimos dentro de una sociedad civil El modelo de sociedad civil que postula Cortina, se configura dentro de unos términos que en un primer momento parecen simples, pero resulta ser una tarea compleja de ejecutar, puesto que, esto implica que los ciudadanos participantes de este colectivo deben asumir una responsabilidad social que a su vez se enmarca dentro de un carácter ético, que sirve como una herramienta dinámica que propicia un equilibrio y una exigencia de justicia. De este modo, con el presente capitulo se pretende vislumbrar paulatinamente la importancia que cumplen los valores dentro de la propuesta ética de Adela Cortina. Asimismo, se abordará la pregunta ¿por qué la construcción de una ética cívica implica una responsabilidad social?, este cuestionamiento, ayudará a entender de una forma más a mena el tema en discusión. En una sociedad globalizada como la que impera en la actualidad, es común escuchar que muchos grupos, organizaciones, colectivos sociales, exijan un reconocimiento a su identidad y validez como seres humanos dignos de derechos. En este sentido, se evidencia que cada vez más los pluralismos sociales, religiosos, culturales entre otros, toman más fuerza, y esto sin duda, implica repensar el modelo de sociedad que se ofrece a los ciudadanos. La salida más inmediata a esta encrucijada resulta disfrazarse de la famosa “igualdad” entre todos, que aparentemente busca ser algo unánime, pero que en realidad apuesta a eliminar esas diferencias, para convertir al individuo en un objeto que mendiga una aprobación como ser humano. Por tal razón, Cortina considera que: El mundo moderno reconoce a todo ser humano igual dignidad, pero -dicen sus críticos- lo hace a costa de eliminar las diferencias entre ellos. Apuesta por la
universalidad abstracta - "todo hombre"- sin atender a las diferencias de raza, cultura, sexo. Apuesta por lo que vendría a llamarse "el hombre sin atributos", que parecen seguir defendiendo los liberales cuando recurren a ficciones como la rawlsiana "posición original", en la que las parte desconocen sus características naturales y sociales por hallarse revestidas por el famoso velo de la ignorancia. (Cortina, Contrato y Alianza : el pacto entre iguales y el reconocimiento reciproco , 2006, pág. 48) Es claro que emerge una gran discusión a la luz de la cuestión del reconocimiento, y es que las promesas y expectativas que enunció la modernidad, han sucumbido en una compleja crisis, gracias a los pluralismos morales que se presentan en la actualidad. En otras palabras, no existen horizontes adecuados para guiar a una sociedad que se atrofia al integrar un actuar ético que sea coherente con sus principios. La instrumentalización del hombre como medio más no como fin, ha conllevado a que se genere un colapso social. Y es que, el encubrimiento y negación del Otro, es una muestra legítima de la crisis ética que encarna de forma general esta sociedad moderna. En este sentido para Cortina: La categoría del Otro, del diferente, del distinto. Si la diferencia nos constituye, es urgente reconocer al Otro en su identidad y, por eso mismo, en su diferencia. De aquí surgen las políticas del multiculturalismo, del interculturalismo
o de la
transculturalidad; de aquí surge el fortalecimiento de movimientos como el feminista. Frente a la idea de una "ciudadanía simple", que toma de los ciudadanos sólo lo que les asemeja sin atender a sus diferencias, autoras como Young abogan por una "ciudadanía diferenciada", mientras que otras preferimos hablar de una "ciudadanía compleja” (Cortina, Contrato y Alianza : el pacto entre iguales y el reconocimiento reciproco , 2006, pág. 149) En efecto, la propuesta ética enunciada por Cortina adquiere sentido siempre y cuando se comience a crear una conciencia de reconocimiento por el Otro; ese Otro es aquella persona
a quien se le ha vulnerado sus derechos, es esa mujer quien ha sido víctima de la violencia de género, es aquel obrero que sufre la explotación o aquel homosexual que es rechazado socialmente por su orientación sexual. Por ello, si no existe una vinculación ético-moral que nos obligue a pensar el Otro como otro cercano a mí, no habrá un reconocimiento, asimismo, se negará el florecimiento de oportunidades para desarrollar su propia identidad y autenticidad. En este orden de ideas, esta filosofa afirma: El respeto exige integrar las diferencias de modo que no generen desigualdades sociales; es decir, integrarlas de modo que no generen un trato desigual en virtud del cual se mermen las oportunidades de las personas de llevar adelante los planes de vida que cada cual pueda valora. Y aquí se hace necesario distinguir con cuidado entre diferencia y desigualdad: las diferencias de lengua, raza, cultura, sexo, no deberían tomarse como criterio para introducir desigualdades en el acceso a los bienes sociales. Cada sociedad cuenta con un amplia conjunto de bienes que puede distribuir, como son, la facultad de ser miembro de esa sociedad, el poder político, los bienes económicos, la cultura, la educación, la gracia, y tantos otros, y el reconocimiento de la diferencia, el reconocimiento del otro exige no excluirle del disfrute de esos bienes sociales. (Cortina, 2006, pág. 150) En efecto, reconocer al Otro implica no excluir de la sociedad al diferente, por el hecho de serlo, sino brindarle la oportunidad de que se incluya, se integre, si es que lo desea. Esta nueva mirada para dialogar con “los “otros”, nos permite abrirnos a la diferencia, y a los distintos saberes, y cosmovisiones de mundo, forjando horizontes para una nueva ética cívica que pasa por lo que denominamos una lucha por el reconocimiento. No obstante, no se debe desconocer que las acciones para el reconocimiento son variadas y complejas, pero estas deben partir en primer lugar orientadas por un reconocimiento recíproco, de lo que se es y se representa a partir de una propia y particular cultura.
Hasta este punto, se ha reflexionado acerca del reconocimiento del Otro, punto fundamental dentro de la configuración de la propuesta ética de Cortina. Puesto que, es el individuo mismo quien podrá llevar a término esta alternativa ética crítica. De este modo, se evidencia que el no reconocimiento del Otro genera una problemática, que para Cortina debe ser tenida en cuenta si se pretende construir relaciones sociales que apuesten a una convivencia democrática. Por ello, afirma que: En una sociedad democrática y pluralista tiene sentido no inculcar en los jóvenes la imagen el hombre ideal, imagen solo admitida por algunos grupos que la componen, pero que tampoco la sociedad debe renunciar a transmitirle actitudes sin las que es imposible la convivencia democrática. De allí la importancia de explicitar los mínimos morales que una sociedad democrática debe transmitir: que son principios, valores, actitudes y hábitos a los que no se puede renunciar, pues hacerlo sería renunciar a la vez a la propia humanidad. Tal vez no responde o no puede responder a todas las aspiraciones que compondría una moral de máximos, pero es el precio que hay que pagar por pretender ser transmitida a todos. (Cortina, La silla vacía , 2014). Sin duda, la ausencia o inexistencia de los valores o mínimos morales en las dinámicas de la globalización, ha provocado distintas concepciones de la vida buena, distintos ideales en lo que respecta al bien y a la felicidad, distintas creencias religiosas, ideas políticas y filosóficas. Para Cortina, esto causa un rechazo al reconocimiento de ciertos deberes mínimos, vinculantes para todos, y la noción que necesariamente acompaña a la de esos mínimos: la de máximos que pueden asumidos por todos los miembros de la sociedad. Los valores, son entonces parte esencial de la alternativa ética que Cortina expone, por tal razón, resulta adecuado profundizar ¿qué implican estos valores?, ¿por qué estos sirven como elementos vinculantes dentro de esta ética?
El relativismo se ha posicionado en diferentes disciplinas, hilando una serie de proyectos de ciudadanía que se ejecutan a través de un individualismo agresivo, dejando de lado el bienestar común. Esto propicia que los sujetos empleen los valores a su conveniencia, olvidando el sentido universal de estos. De este modo Adela enuncia:
El mundo de los valores no solo es espinoso, sino que también muy variado porque existen distintos tipos de valores de los que echamos mano para acondicionar nuestra existencia. Existen valores estéticos, religiosos, intelectuales, de la utilidad. (Cortina, Ciudadanos del mundo, hacia una teoria de la ciudadanía, 1997, pág. 189).
Sin embargo, esta filosofa se enfocará en unos valores específicos, estos son: la libertad, la justicia, la solidaridad, la honestidad, la tolerancia. Con estos se propone forjar caminos en la búsqueda del reconocimiento y respeto por el Otro. No obstante, esta catedrática, considera que los mínimos morales no aportan directamente contenidos, sino que dan las pautas a los procedimientos que todos los miembros de la sociedad deben asumir efectivamente para hallar la felicidad desde su particular comprensión de lo que es el bien para ellos mismos; siempre y cuando dicha búsqueda sea coherente
con sus propias
aspiraciones y sobre todo, no violente el marco del respeto a la igual dignidad y al igual derecho de todos, resguardado por el carácter universalmente vinculante de esos mínimos. Del mismo modo, para la profesora Ana Escríbar sostiene que: La noción de mínimos morales, postula como condición de posibilidad el reconocimiento de una base de valores compartidos por las distintas ofertas de máximos, por los distintos ideales de perfección y felicidad. Vale decir, tendríamos que añadir, que el pluralismo moral es posible porque existen de hecho "unos mínimos de justicia (libertad, igualdad,
diálogo, respeto) compartidos por las morales de máximos", sin los cuales la distancia entre los "extraños morales" resultaría insalvable. (Escríbar, 2003, pág. 231).
En efecto, los valores componen un eje fundamental si se quiere pensar en una ciudadanía cívica. Puesto que, estos brindan unos mínimos de justicia que protegen y propugnan la praxis de reconocimiento del Otro. El florecimiento y desarrollo de la vida, será entonces la razón de ser de este proyecto ético, que en últimas se gestará teniendo en cuenta los diferentes pluralismos que se presentan en los colectivos. Asimismo, se procura rechazar la absolutización de los algunos ideales, y por el contrario, se aspira abrir un dialogo para concretar unos mínimos que engloben un beneficio común. Es evidente que no es una tarea fácil, por ello resulta necesario re pensar el sentido mismo del quehacer ético y de esta manera, formular unos máximos éticos que respondan a todas y cada una de las
exigencias de un mundo multicultural y complejo. Para seguir
desarrollando el tema en cuestión, es pertinente abordar lo que Cortina denomina como Virtudes Cordiales. 1.2 Las virtudes cordiales como elemento vinculante de la ética cívica La idea de una ética cívica no puede desligarse del sentido mismo de la ética, es decir, de su carácter mediador del comportamiento humano, pero que del mismo modo se preocupa por el quehacer práctico de los principios que la rigen. Es necesario aclarar que esta propuesta de ética cívica no solo se constituye de unos principios, sino también de unos hábitos buenos o virtudes como lo enuncia Cortina. En este sentido, esta filosofa afirma que: La ética tiene que ser razón y emoción: no se moviliza a la gente sólo con una argumentación impecable. He intentado una versión cálida, cordial, de la ética del
diálogo, que entienda que los interlocutores no sólo somos capaces de argumentar, sino también de considerarnos mutuamente seres dignos por los que vale la pena trabajar (Cortina, La ética Cordial , 2015). La ética no puede convertirse en una normativa absolutista, por el contrario, debe propiciar una constitución integral del ser humano, asimismo entre sus objetivos estará articular de forma coherente una moral pensada y una moral que se experimente en todos los ámbitos de las cotidianidades del sujeto. Sin embargo, este actuar coherente y lógico debe estar configurado dentro de una razón cordial. La razón cordial se presenta como eje fundamental dentro del proceso configurativo de esta alternativa ética, puesto que, debe gestar un dialogo asertivo en el cual participen todos los sujetos de forma activa, permitiendo de este modo, el reconocimiento del Otro. En otras palabras, es ese vínculo que nos permite contemplar a mi próximo como una persona y no como objeto, en este sentido Cortina considera que: El reconocimiento recíproco y cordial es el vínculo, la ligatio que genera una obligatio con las demás personas y consigo mismo, un reconocimiento que no es sólo lógico, sino también compasivo. Con los seres no humanos, cuando son valiosos y vulnerables y pueden ser protegidos, no hay reconocimiento recíproco, claro está, pero sí un aprecio de lo valioso que genera una obligación de responsabilidad (Cortina, 2007, pág. 51) El reconocimiento cordial marcará el punto de encuentro entre la naturaleza humana y el origen de la obligación moral. De esta manera, para Cortina se da el nacimiento de la moral y a su vez el establecimiento de ese compromiso inquebrantable por el Otro. Esto generaría un bienestar social en donde ser propugnaría la dignidad humana por medio de
los proyectos de vida buena e ideales de felicidad. Por ello, es esencial asumir una postura responsable con el entorno que me rodea, con ese Otro que se presenta en las realidades circundantes. En este orden de ideas, la vida y el reconocimiento reciproco servirán como faro a seguir dentro de esta ética, estos a su vez, estarán acompañados de las virtudes cordiales propuestas por esta filosofa, dado que estas virtudes de acuerdo a lo dicho por Cortina (2010) son excelencias en las que se van forjando el sujeto moral desde la infancia, desde la comunidad familiar y desde la escuela, para querer en este caso, lo justo y para poder descubrir lo justo. (pág. 18). De este modo, todo sujeto cordial comprende la importancia de actuar movido por la compasión y reconocimiento del Otro. Lo descrito anteriormente, permitiría la construcción paulatina de una ciudadanía que se empodera de sus responsabilidades dentro de las dinámicas sociales y culturales, en relación con esto, Cortina considera que: Una simple mirada a la globalidad –recuerda Ellacuría– nos muestra que existen “pueblos enteros crucificados”, al menos dos tercios de la humanidad, lo cual significa que partimos ya de una situación de “des-humanidad”. Un proyecto ético no puede eludir este punto de partida, sino… hacerse cargo de la realidad, cargar con ella y encargarse de ella para que sea como debe ser (…) Asumir estas tres obligaciones con la realidad social en la que ya estamos implantados es lo contrario de encogerse de hombros alegando que, a fin de cuentas “no soy guardián de mi hermano”. Pero en este caso no sería Yahvé quien pediría responsabilidades, sino la realidad de un ingente número de seres humanos despojados de sus derechos… es preciso haber perdido mucha inteligencia para no comprender que las cosas deben ser de otro modo y que son
también responsabilidad nuestra (Cortina, El quehacer ético: guía para la educación moral, 1996, pág. 88). El acto de asumir un compromiso responsable frente al reconocimiento del Otro, también implica, poner en práctica las virtudes cordiales enunciadas por Cortina, que de ser ejecutadas correctamente, permitiría empezar a labrar el camino hacia un mundo más justo, igualitario y compasivo. Estas virtudes, se presentan como esa ficha del rompecabezas, que sin duda concreta esos mínimos sobre los cuales se configura esta apuesta ética. El actuar de toda persona humana no debe estar por fuera de lo establecido dentro de los principios éticos universales, porque estos contienen por esencia una racionalidad comunicativa, pero también cordial. Es esta correlación de lo racional con lo cordial lo que gesta acciones en función de la búsqueda de la justicia, en miras hacia la estructuración de una sociedad en la que cada ciudadano pueda llevar a cabo su proyecto de vida buena. Para la filosofa e investigadora española María J. Codina, las virtudes cordiales que enuncia Cortina, cumplen una doble función: La primera es que predisponen a la deliberación. El proceso de deliberación precisa de sujetos que quieran llevarla a cabo de manera convencida. Entender que la deliberación es la forma adecuada para enfrentar restos, de llegar a acuerdos, de coordinar una actividad social y cooperativa, o de resolver conflictos, es vital para que sea efectiva una democracia deliberativo- comunicativa que posibilite una convivencia pacífica bajo criterios de justicia. (Codina, 2015)
Se puede evidenciar que las virtudes cordiales propician que los sujetos adquieran el habito de escuchar al Otro, tener en cuenta su punto de vista, y a través del consensodisenso lograr un acuerdo común a la luz de un actuar justo. En este sentido, Codina, afirma que estas virtudes también fungen como ese instrumento que se cuestiona el cómo debe disertar correctamente sobre un tema determinado, por tal razón considera que: La segunda función tiene que ver con cómo se va a deliberar sobre un tema concreto, con cómo aterriza y se interpreta los principios universales en los contextos y casos particulares. La diversidad cultural, de intereses y cosmovisiones, ha de tenerse en cuenta para evitar que sujetos o grupos de sujetos se vean excluidos, o no se tengan en consideración cuando sea el momento de aplicar estos principios universales. (Codina, 2015, pág. 99). Las virtudes cordiales alientan ese espíritu crítico que cada sujeto como ciudadano activo debe asumir, a su vez, permiten la reflexión y la puesta en práctica de los principios universales. En esta misma línea, posibilitan entablar un dialogo, en el cual a todas las personas se deben contemplar como sujetos dignos con derechos. De esta forma, se descubre aquellas necesidades que niegan el desarrollo pleno de su proyecto de vida buena. El dialogo entonces, se presenta en un primer momento, como herramienta necesaria para llevar a cabo los procesos vitales en la búsqueda de la toma de decisiones asertivas o la resolución de conflictos. Es claro, que en el desarrollo de este dialogo no se puede imponer o absolutizar un solo punto de vista, que ampare intereses particulares, por el contrario, debe estar abierto a la discusión por medio del consenso. Cabe resaltar, que este dialogo
también deberá permearse del método discursivo- argumentativo, puesto que, se aspira a dar solución a una problemática latente y por ello, se deben asentar argumentos sólidos y coherentes que respondan a la necesidad que se presenta. Por otro lado, no se puede omitir el papel de las virtudes cordiales a la hora de defender aquellos intereses universales, porque en últimas lo que se pretende es un bienestar común. En este orden de ideas codina argumenta que: Practicar esta virtud implica querer que se actúe y, además, actuar de manera justa, querer que los acuerdos y normas que se adopten busquen construir un mundo más justo. Implica que se rechace la injusticia. Para ello es necesario que se practique el cálculo de las consecuencias de los actos a corto, medio y largo plazo, el cálculo del alcance de los acuerdos adoptados y las decisiones tomadas. (Codina, 2015, pág. 109) El poder ser consientes de las posibles consecuencias que trae consigo el cómo se actúa ahora, podrá guiar a los sujetos para que la toma de decisiones y/o estructuración de un acuerdo se proyecte siempre en un marco de justicia y bienestar colectivo. Permitiendo de este modo, pensar siempre en aquellos que a quienes se les ha negado la posibilidad de participar de este dialogo, ya no quedarán fuera sino que serán parte de esta ciudadanía cívica que gesta caminos en pro de una sociedad que obre éticamente bien y sobre todo, que este abierta a la interculturalidad.
III Capítulo La interculturalidad como factor constitutivo de la ética cívica en Cortina
No se puede negar que el fenómeno de la globalización ha venido tomando mayor fuerza en las últimas décadas, y que esta apertura mundializadora se perfila como eje que integra a gran parte de las sociedades y países en aspectos económicos y sociopolíticos. No obstante, esta dinámica globalizadora en su afán por acrecentar y establecer sus ideales, ha creado ciertas tendencias hegemónicas que sin duda conllevan a repentinos y agresivos cambios afectando directamente hábitos y condiciones de vida de ciento de millones de personas. Es evidente que las identidades de muchos pueblos están siendo violentadas e ignoradas puesto que, se ven encubiertas por esta nueva forma de mercantilización de la vida humana. Esta situación, deja de lado el sentido mismo de su identidad y la percepción de pertenencia a una raza, una religión, una tradición cultural o una lengua. En este sentido, el objetivo del presente capítulo es presentar el por qué es importante reconocer la interculturalidad para la construcción de la alternativa de ética cívica propuesta por Cortina. Para ello se presentará
a grosso modo
qué es la
interculturalidad y por qué esta se ve afectada con las dinámicas socio-económicas que imperan en la actualidad. El desafío que apremia hoy en día en todas las sociedades se remite al hecho de pensar cómo integrar las distintas y diversas identidades colectivas y culturales sin que alguna sea excluida ni discriminada. Sin embargo, esto no resulta ser una labor fácil, puesto que, existen ciertas ansias de poder que se refleja en el fomento de los extremismos y los
fundamentalismos políticos y religiosos. Por tal razón,
urge que la ética oriente
asertivamente ese deber de toda sociedad y sus ciudadanos de garantizar la universalidad y cumplimiento de los derechos humanos y de aquellos principios que rigen el quehacer ético. Asimismo, es la ciudadanía quien deberá construir los espacios necesarios para dar paso a un reconocimiento de las diferentes culturas. En este orden de ideas, Cortina afirma que: Ciertamente, si la ciudadanía ha de ser el vínculo de unión entre grupos sociales diversos, no puede ser ya sino una ciudadanía compleja, pluralista y diferenciada y en lo que se refiere a sociedades en que conviven culturas diversas, una ciudadanía multicultural, capaz de tolerar, respetar o integrar las diferencias culturales de una comunidad política de tal modo que sus
miembros se sientan ciudadanos de
primera. (1997, pág. 152). La ciudadanía como ese eje articulador en el que se deberá reconocer y respetar al Otro en su identidad, creencia y cultura, de este modo, se propiciará un encuentro para gestar proyectos que propugnen un bienestar común. No obstante, antes de continuar disertando el tema en cuestión, resulta necesario aclarar por qué se hablará de una ética con un enfoque intercultural y no multicultural. De tal manera, se tendrá una mejor compresión de la alternativa crítica-ética enunciada por Cortina. 1.1 Multiculturalidad La presencia de distintas identidades culturales en un mismo escenario, sin duda, causa un gran dolor de cabeza, puesto que, se cada una de estas trae consigo una particularidad en cuanto a sus costumbres y cosmovisión. Por ello, durante las últimas décadas, ha surgido un
especial interés por indagar el cómo pueden cohabitar más de dos culturas en un mismo territorio de manera pacífica. Sin embargo, es evidente que comúnmente el colectivo o sociedad que acoge a otras, suele ser predominante, establece status y una hegemonía que relegan a ese Otro a un segundo plano. Esto genera una inferioridad de condiciones, que de alguna manera da origen a una serie de prejuicios y discriminación que niega de manera abrupta una convivencia fraterna. En este orden de ideas, se hace necesario reconocer la valides e importancia de cada una de estas culturas, para así gestar un proyecto de vida buena en coherencia con su identidad. No se trata de lograr una uniformidad cultural, sino de un reconocimiento de la interacción heterogénea de estas, en otras palabras, nos remitimos a una multiculturalidad. En efecto, para Malgesini y Giménez la multiculturalidad propicia el respeto y asunción de todas las culturas, el derecho a la diferencia y la organización de la sociedad de tal forma que exista igualdad de oportunidades y de trato y posibilidades. (2005, págs. 291-292) . de este modo, se pretende multiculturalidad la participación activa de todas las personas y grupos con independencia de su identidad cultural, étnica, religiosa, o lingüística A simple vista pareciera que pensar una sociedad multicultural es la salida más adecuada si se quiere proyectar una ética cívica en donde el Otro sea contemplado como un ser humano digno de derechos. Sin embargo, cabe resaltar que en muchos casos el establecimiento de normativas orientadas hacia la multiculturalidad se limita a posibilitar la coexistencia y tolerancia de las culturas, más no el reconocimiento, respeto y convencía asertiva entre estas.
En coherencia con lo dicho anteriormente, el profesor español José García Rubio afirma que: En Canadá, donde primero se formuló la expresión multiculturalismo, se pretendía acomodar las distintas diferencias culturales derivadas de la existencia de pueblos aborígenes (esquimales unuit y pueblos indios), de minorías nacionales (el Canadá anglófono y el Canadá francófono), y de grupos inmigrados. En Estados Unidos, un país construido gracias a las migraciones, se reconocieron las diferencias y se formularon leyes de discriminación positiva que pretendían facilitar la igualdad de oportunidades a la hora de acceder a puestos públicos y a los recursos y derechos básicos. Sin embargo, la perpetuación de este sistema en el tiempo no ha supuesto un cambio en las actitudes de la sociedad, solo ha servido para reproducir en las instituciones públicas las desigualdades sociales a través de un sistema de cuotas. (Rubio J. , 2007, pág. 27) Es claro que asumir una postura responsable y solidaria frente al reconocimiento del Otro implica
propugnar la vida humana misma, porque es sobre esta
donde surgen
las
necesidades de cada sujeto. Por tal razón, es notorio que no basta con pensar en una sociedad multicultural, puesto que se ignoraría aspectos fundamentales para la construcción de una autentica ciudadanía cívica. En este sentido, Rubio explica que: Las principales críticas a ese sistema provinieron de los ámbitos más cercanos a la convivencia cotidiana, como eran y son el mundo de las escuelas, de los hospitales, de los servicios sociales, de los mediadores y las mediadoras interculturales, etc; ámbitos desde los que se constataba que la interacción, el intercambio, la solidaridad y la reciprocidad entre personas de distintos colectivos no era la norma en sociedades que se pretendían regidas por los principios del multiculturalismo. Fruto de todo ello, se comenzaría a buscar estrategias desde las que abordar y superar esa situación dada en pos de otro contexto social donde la interacción, el intercambio, la solidaridad y la reciprocidad, sí fuesen la constante. Se comienza a hablar, entonces, de interculturalidad.
1.2 Ir más allá: Interculturalidad. Se deben labrar nuevos caminos que permitan la superación de aquellos paradigmas que niegan y encubren a ese Otro diferente, de este modo se hace necesaria la construcción de una sociedad intercultural que tenga como objetivo central una praxis de los principios éticos enunciados anteriormente. La interculturalidad a diferencia de la multiculturalidad, se presenta como aquella interacción entre sujetos culturalmente distintos. En ella se gesta un dialogo con el cual las personas se reconocen y de la misma forma emerge una reciprocidad con otras personas en la diversidad. Es decir, la interculturalidad nace desde el reconocimiento y el respeto a la diversidad, superando los absolutismos que promueven una hegemonía cultural. Al igual que la ética cívica, la interculturalidad es posible siempre y cuando los sujetos participen de la edificación de esta y
asuman una actitud
responsable frente a las
realidades que se presentan en su entorno. Por ello, el filosofo y sociólogo argentino Ezquiel Ander , considera que: Se debe tener una nueva concepción de ciudadanía, todos los miembr3os de una sociedad son sujetos de derechos y deberes; todos deben ser tratados como ciudadanos. Democracia, participación, dialogo y pluralismos, son principios de una ética de y para ciudadanos (…) Necesitamos un nuevo idioma de comprensión y colaboración entre los seres humanos, pues somos ciudadanos de la patria Tierra y uno de los grandes desafíos que tenemos es cómo aprender a vivir juntos en la aldea planetaria. Antes de eso debemos aprender a convivir en los grupos y comunidades a los que pertenecemos, por el solo hecho de vivir en la sociedad; la familia, el
trabajo, las asociaciones, el barrio, el vecindario, el pueblo, la ciudad, la región, la nación, nuestro continente y la humanidad. Existen, pues, niveles de realización de la ciudadanía (Ander, 2002, págs. 11-12). Se trata entonces de tejer unos lazos más humanos, aspirando a romper toda frontera que impida ese encuentro cara a cara con mi próximo. Y de esta forma, se podría ejecutar esos mínimos de justicia que posibilitarían que interlocutores (sujetos) puedan dialogar en búsqueda de una equidad y un beneficio común. Se debe partir entonces, desde la construcción de una amplia ciudadanía cívica que reconozca a las personas integrantes de todas las culturas que habitan en un contexto determinado como sujetos de derecho y libertad, para que gocen de reconocimiento legal y social. Asimismo, la interculturalidad propicia una reflexión crítica que a su vez conduce a cada persona a hacerse consciente del valor de sus creencias y costumbres. De este modo, Cortina considera que la interculturalidad se puede perfilar en conjunto con la ética como proyecto alternativo que propugna una praxis de reconocimiento dentro de la ciudadanía cívica. Por ende, Cortina considera que esta ética deberá asumir cuatro elementos indispensables: 1) No se trata de asumir a la cultura dominante a quienes en una sociedad se identifican con una cultura distinta a ella, sino de posibilitar que conserven su adhesión a culturas diversas. 2) Tampoco es la meta recrearse en la diferencia por la diferencia, sino asegurar una convivencia autentica, ya que las diferencias pueden ser expresión de la autenticidad personal y cultural.
3) El respeto activo de una cultura diferente merece- tiene una de sus raíces en el respeto la identidad de las personas que la cobran en parte desde ella, pero conviene recordar que la identidad, desde el nacimiento del mundo moderno, es algo que los sujetos también elijen al menos en parte, algo a lo que no s ven fatalmente abocados. 4) Comprender otras culturas es indispensable para comprender la propia. Distintas culturas arrojan luz sobre diferentes perspectivas humanas, de forma que el dialogo llevado a cabo con la intensión de comprender resulta enriquecedor para los interlocutores, quien trata de comprender un bagaje cultural diferente al suyo se comprende poco a poco mejor a si mismo al adquirir nuevas perspectivas, nuevas miradas. (1997, págs. 158-159) La tarea consiste pues, en descubrir aquellos horizontes comunes presentes en cada cultura y desde allí ir construyendo unos mínimos que orienten de manera autentica una convivencia que se geste a través del dialogo y se ampare bajo el reconocimiento, respeto, solidaridad y justicia. De esta forma, cada cultura tendrá la libertad de expresar su esencia retroalimentándose a su vez de manera activa de las otras culturas que le rodean. Esto posibilita una actitud reciproca que estará encaminada hacia
incansable lucha por la
comprensión de los deberes y derechos que cada sujeto debe asumir responsablemente. Sin duda el acto de reconocer en su totalidad al Otro juega un papel importante y necesario dentro de la cimentación de esta ética cívica, por tal razón Cortina considera que:
El reconocimiento recíproco es un vínculo que asegura la conexión entre la autorreflexión, la conciencia de mí misma, y la orientación hacia el otro. No necesito preguntarme si me interesa entrar en relación con otros, sino que ya estoy en esa relación desde el origen, y lo que me cabe es tomar partido ante ella, bien reforzándola, bien intentando ignorarla. Ni siquiera es preciso abrirse al otro desde sí mismo, valorándolo por la presencia de la humanidad en su persona. (2007, pág. 166) En efecto, el reconocer al otro en su alteridad permite conocer el sentido mismo de la humanidad. Ese encuentro con el rostro de ese Otro que está próximo a mi realidad, deberá comprometerme a velar por el bienestar integro de esa persona. En otras palabras, el actuar ético debe constituirse por medio de un reconocimiento reciproco. De esta manera, se puede apreciar como paulatinamente se puede re pensar el papel de la ética en las sociedades actuales. Una ciudadanía activa y empoderada de sus responsabilidades puede empezar gestar los proyectos necesarios para atender a las problemáticas que se generan como resultado de las dinámicas injustas, promovidas por distintos sistemas socio-políticos que imperan en esta época. También es claro, que este tema queda abierto a la discusión y que es una labor compleja, que resulta
pertinente seguir ahondando de forma crítica en miras de una
sociedad cívica que contempla a los sujetos como seres humanos dignos de derechos.
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