Abuso Sexual Infantil

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Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales Carrera de Psicología

Prevención, detección y atención inicial en maltrato y abuso sexual infantil Monografía

Pr ofu ndi zac ión en lo s efec tos de l abus o sexu al inf ant o-j uve nil

Andrea Mulet A. Noviembre 2004

Intr oducci ón.

El abuso sexual infantil puede ser conceptualizado como una acción sexual transgresora e impuesta por un otro -el agresor- hacia una víctima menor de edad (Capella, C. y Miranda, J., 2003). Las definiciones y diversas teorías que abordan este tema suelen enfatizar el carácter relacional de este fenómeno, haciendo diferenciaciones según el vínculo previamente existente entre la víctima y el agresor. Así, se distinguen los abusos o agresiones sexuales extra-familiares, cometidas por un desconocido o por un conocido, y las intrafamiliares, cometidas por un sujeto con quien existe un vínculo familiar, o por un sujeto que detenta el rol parental. Este último caso se denomina abuso sexual incestuoso.

En cuanto al tipo de contacto, la conceptualización antes descrita abarca tanto los actos que implican contacto sexual –penetrativo y no penetrativo- como los actos que no implican contacto sexual. Es decir, considera tanto la violación y el estupro como el abuso sexual propiamente tal, antes denominado abuso deshonesto. Existen muchísimas definiciones de abuso sexual. Finkelhor y Korsin (Capella, C. y Miranda, J., 2003) definen el abuso sexual “como cualquier contacto sexual entre un adulto y un niño sexualmente inmaduro (madurez sexual es definida tanto social como fisiológicamente) con el propósito de la gratificación sexual del adulto; o cualquier contacto sexual hacia un niño realizado mediante el uso de la fuerza, amenazas o engaño, para asegurar la participación del niño; o contacto sexual al cual un niño es incapaz de consentir en virtud de su edad o poder diferencial y la naturaleza de la relación con el adulto”(p. 15). De todas las definiciones pueden extraerse elementos en común, los cuales caracterizan al fenómeno de manera más o menos clara y típica: −

Presencia de una relación asimétrica debida a la edad del niño o niña, a su vulnerabilidad y a su dependencia estructural del adulto agresor. Hay entre ellos una relación de poder y dependencia, en la cual la confianza es parte central de dicha dependencia. Así, hay una explotación, de parte del adulto, de su poder: la relación no puede sino ser abusiva.



Se realiza la conducta sólo con el fin de la gratificación sexual del adulto, siendo el niño o niña reducida a objeto.



El contacto sexual no es deseado por el niño o niña.



El niño o niña presenta incapacidad para entregar un consentimiento informado y válido en atención a su etapa de desarrollo. Por ello el adulto que comete el abuso es el responsable de la agresión. Cabe señalar en este punto que “el abusador es lo que se conoce como alguien ‘normal’dentro de los cánones psicopatológicos” (Sat, C. y Villagra, C., 2002, p. 48), es decir, el agresor es, en la gran mayoría de los casos, penalmente responsable.

Todas estas características se conjugan de manera tal que el agresor, con quien el niño o niña puede tener una relación preexistente, interactúa con su víctima de diferentes maneras –seducción, juegos, engaños, amenazas- con miras a imponer una actividad sexual. Ante esto el niño o niña puede no resistirse, entendiendo la situación de abuso como una actividad en la cual él ha consentido. Este consentimiento no puede ser interpretado “como válido e informado ya que el niño no está en condiciones de comprender o dimensionar los alcances de las prácticas sexuales, debido a su edad, su relación de dependencia con el adulto, la falta de conocimiento, su inmadurez psicosexual, la relación de confianza, los medios de seducción o amenaza utilizados” (Capella, C. y Miranda, J., 2003, p. 15). Por otra parte, desde el punto de vista evolutivo, puede decirse que el niño o niña, dadas las características de su desarrollo psicosexual, está en un estadio de auto-descubrimiento de su erotismo y su cuerpo con sus pares etáreos, de manera que su entendimiento de la sexualidad es diferente al del adulto. Por lo mismo, las agresiones sexuales pueden ser comprendidas por el niño o niña abusada, pero desde su condición de niño, sin ser capaz de dimensionar cabalmente los alcances de las prácticas sexuales que

ha realizado, y de manera distinta a la comprensión de la sexualidad que un niño que no ha sido agredido pudiera tener. Atendiendo a todo lo anteriormente señalado, la siguiente definición de Kempe aparece como la más completa para caracterizar al abuso sexual infantil, el cual consiste en “la implicancia de un niño o un adolescente menor en actividades ejercidas por los adultos y que buscan principalmente la satisfacción de éstos, siendo los menores de edad inmaduros y dependientes y por tanto incapaces de comprender el sentido radical de estas actividades ni por tanto de dar su consentimiento real. Estas actividades son inapropiadas a su edad y a su nivel de desarrollo psicosexual y son impuestas bajo presión -por la violencia o la seducción- y transgreden tabúes sociales en lo que concierne a los roles familiares” (Capella, C. y Miranda, J., 2003, p. 16).

Efec tos de los

abusos

sexual es en niño s.

Las consecuencias del abuso sexual infantil son diversas y muchas de ellas han sido reportadas en la literatura. Una consecuencia o efecto del abuso sexual se refiere a la reacción social, entendida esta como las “acciones de la sociedad para enfrentar el delito, prevenirlo, inhibirlo y castigarlo. Son las herramientas que manifiestan la ideología y los valores subyacentes. Esta reacción varía dependiendo de la sociedad (…) el control social puede realizarse desde el extremo de la represión, discriminación y estigmatización, hasta el de la rehabilitación y reinserción social” (Sat, C. y Villagra, C., 2002, p. 50). También en el aspecto social hay efectos a nivel de las personas y los grupos cercanos, tales como la escuela, familia, pares, los cuales construyen su visión de mundo a partir de los valores societales, posición y rol que detentan en esa misma sociedad. A partir de dicha construcción de la realidad, van a concebir los problemas, el enfrentamiento de éstos, las explicaciones que les darán, etc. (Sat, C. y Villagra, C., 2002). Otra de las consecuencias del abuso sexual es la calidad de víctima que detenta el niño, tenga conciencia o no de ello. “La palabra víctima (…) hace referencia a quien padece daño por culpa ajena o por causa fortuita. Este padecimiento puede ser de tipo psicológico, físico, económico, etc.; este sufrimiento alcanza importancia además de nivel individual, en la apreciación social que implica su dolor” (Sat, C. y Villagra, C., 2002, p. 48). Pueden haber circunstancias que lleven esta condición de víctima a una situación más compleja: la victimización. La victimización se da por una experiencia significativa cuyo impacto en la vida de las personas es perdurable y afecta diversas áreas de su existir, desde el miedo a ser víctima nuevamente hasta consecuencias en el proceso de la construcción de su identidad. “Existiría una socialización de la víctima hacia su rol, aprendiendo ésta a definirse a sí misma como víctima y, como consecuencia de esto, se acostumbraría a la victimización” (Capella, C. y Miranda, J., 2003, p. 33). A este proceso de interiorización del rol de víctima se denomina en la literatura ‘carrera de victimización’y no sólo participa en él la victimización primaria (la agresión propiamente tal) sino también la victimización secundaria, que es “el proceso de reacción inadecuado frente a la victimización primaria por parte de las instancias de

control social (carabineros, policía, sistema judicial-penal) y de los actores de su entorno social (…), tiene como consecuencia que la víctima interiorice su rol de víctima, al final de este proceso de degradación y estigmatización” (Capella, C. y Miranda, J., 2003, p. 34). Ezzat Fattah es un victimólogo que plantea un continuo víctima-victimario, postulando diversas hipótesis sobre la cercanía de ambas categorías, lo que es contrario a la creencia generalizada que entiende a las víctimas y a los agresores como categorías opuestas y mutuamente excluyentes. Este autor señala que ambos grupos no son muy diferentes entre sí, que muchas veces son las circunstancias las que los separan, sobre todo si se atiende a que, en muchos casos, el agresor mismo fue víctima en algún momento de su pasado, pasando a ser agresor en atención a la inexistencia de factores protectores, a la alta presencia de factores de riesgo, lo que se habría conjugado para que se convirtiera posteriormente en victimario (Sat, C. y Villagra, C., 2002). En este sentido, la victimización opera directamente como aporte a la agresión violenta. En relación con lo anterior, se han descrito diversos mecanismos para explicar la trasformación de la víctima en agresor: desensibilización, venganza, aprendizaje, imitación, identificación con el agresor, etc. Descriptivamente, cuando un niño ha sido objeto de una agresión sexual, va a presentar diversas manifestaciones clínicas, signos específicos e inespecíficos (EPSIC, 2004). Cabe siempre distinguir, al hacer la evaluación de los efectos del abuso sexual, cuáles efectos son una consecuencia de la agresión y cuáles son aspectos preexistentes. Conjuntamente, debe distinguirse si lo observado en el niño o adolescente es consecuencia directa de la agresión vivida o deriva de las circunstancias que rodean al abuso sexual, tales como la reacción familiar ante la revelación, la revelación misma o la victimización secundaria. Es decir, no se puede generalizar, atribuyendo al abuso todos los síntomas o aspectos negativos que pueda presentar el niño, se debe atender a sus características propias y a las de su familia: el niño es mucho más que una víctima, tiene diversas dimensiones que afectan su vida y su desarrollo, tanto positiva como negativamente. Atribuir todas sus características problemáticas a la situación de abuso es reducir su vida a un solo aspecto desafortunado, lo que potencia la revictimización (ser víctima de nuevas agresiones sexuales) y entorpece el proceso terapéutico. Las manifestaciones clínicas se dan a corto y a mediano plazo, se deben a un episodio de agresión sexual o a varios, dependen de la edad y madurez del niño y son influidas por la cronicidad, frecuencia, tipo de agresión y cantidad de agresores. Los signos específicos se refieren a la presencia de lesiones en la parte superior de los muslos, parte inferior del abdomen, en los genitales, presencia de enfermedades de transmisión sexual, embarazo. Los signos inespecíficos son la presencia de dolor abdominal, de los muslos, de los genitales, al defecar, dolor de garganta crónico, disuria, hematuria, cambio en los hábitos (frecuencia miccional, enuresis, encopresis), flujo vaginal. Conjuntamente, se presentan indicadores específicos del comportamiento: juegos sexualizados y alteración de las conductas sexuales en la infancia y adolescencia. En cuanto a la sintomatología presentada sexualmente, la de mayor prevalencia es la ansiedad año 2000), seguida de sintomatología depresiva, atención y concentración, conductas evitativas, de

por los niños y niñas abusadas (85% según estudios del CAVAS del trastornos del sueño, defectos de auto y/o heteroagresividad, defectos

de la impulsividad, alteración de la conducta sexual, alteraciones de la conducta alimentaria (EPSIC, 2004).

distorsiones

cognitivas

y

Smith y Bentovim (Capella, C. y Miranda, J., 2003) han agrupado los diversos efectos iniciales específicos del abuso sexual infantil en diversas categorías, considerando las diversas áreas del desarrollo que son afectadas por la agresión, a saber: efectos sexualizadores, emocionales, depresivos, ansiosos y conductuales, todo ello en atención a que “los niños no están preparados evolutivamente para integrar vivencias de agresiones sexuales” (EPSIC, 2004). Los efectos sexualizadores dicen relación con la perturbación del desarrollo psico-sexual del niño o niña abusado. Es el efecto más específico de este tipo de maltrato. La sexualidad de la pequeña víctima “puede quedar traumatizada o gravemente afectada de numerosas formas, como consecuencia de haber sido erotizado por el abuso. Así, puede aumentarse la curiosidad de los niños/as ante la sexualidad, desarrollarse conductas hipersexualizadas, conductas provocativas sexualmente, involucrarse en juegos sexualizados con otros niños/as, comportarse de manera seductora, y presentar masturbación compulsiva. En niños varones que han sido abusados sexualmente por hombres puede generarse confusión y ansiedad frente a su identidad sexual” (Capella, C. y Miranda, J., 2003, p. 25). Los efectos emocionales se traducen en la generación o aparición de sentimientos de pérdida, aislamiento, estigmatización, de culpa de ser responsables del abuso, de impotencia o de falta de poder, de desconfianza. Además, pueden aparecer conductas regresivas, tales como las ya mencionadas enuresis y encopresis. Además, como la agresión sucede en etapas formativas de la personalidad, suelen encontrarse consecuencias en la auto-imagen y en la relación con las demás personas y el mundo. Distinguen estos autores también efectos depresivos, es decir, presencia de un ánimo depresivo que va asociado a rabia, desesperanza, baja autoestima y síntomas somáticos (tales como trastornos del sueño y del apetito). Otra distinción son los efectos ansiosos, categoría bajo la cual se agrupan temores aumentados, pesadillas, angustia, quejas somáticas, todos ellos asociados a efectos post-traumáticos del abuso -evitación, hipervigilancia, reexperimentación (Capella, C. y Miranda, J., 2003). Finalmente, los efectos conductuales más comunes son la presencia de conducta agresiva, hostilidad, desobediencia, ideación suicida, actos suicidas, auto-mutilación, hiperactividad e inquietud, problemas de aprendizaje y dificultades escolares (Capella, C. y Miranda, J., 2003). Otros autores postulan la existencia de efectos a largo plazo (Capella, C. y Miranda, J., 2003), los cuales se caracterizan por ser menos claros que los efectos previamente descritos, ya que interactúan con otros factores durante períodos prolongados. No obstante, suele correlacionarse la experiencia de haber sido abusado sexualmente con una mayor probabilidad de presentar problemas psicológicos con posterioridad, tales como depresión, intentos de suicidio, dificultades relacionales, baja autoestima, ansiedad, dificultades con la sexualidad, abuso de sustancias, trastornos de personalidad, trastornos de la alimentación, revictimización, etc. Algunos autores postulan que hay efectos que se presentarán indiferenciadamente según sea la edad del niño, mientras que otros varían de una etapa de desarrollo a otra. Así, en preescolares los síntomas prevalentes son la aparición de conductas sexuales inesperadas y/o anormales, junto con ansiedad, pesadillas, trastorno por estrés

postraumático (TEPT) y problemas conductuales. En escolares de entre 6 y 11 años se observa especialmente depresión, baja autoestima, junto con conducta sexualizada, temores, pesadillas, hiperactividad, trastornos en el funcionamiento cognitivo, problemas escolares. En los adolescentes, igualmente se presentan cuadros depresivos y baja autoestima, junto con retraimiento social, ideación y conducta suicida y/o autolesiva, trastornos somáticos, conductas antisociales -fuga del hogar, vagancia, consumo de alcohol y drogas-, conducta sexual precoz, embarazo, problemas de identidad sexual, revictimización (Capella, C. y Miranda, J., 2003).

Tras tornos

psico patoló gicos presen tes en vícti mas de abuso

sexua l infa ntil

Las psicopatologías presentes en niños y adolescentes que han sido abusados sexualmente son, en orden de prevalencia de acuerdo con un estudio del CAVAS 2002-2003, son el trastorno adaptativo, el TEPT, el trastorno reactivo de la vinculación y, con baja presencia, el trastorno de personalidad (EPSIC, 2004). Siguiendo los criterios del DSM IV, el Trastorno Adaptativo puede conceptualizarse como aquel desorden caracterizado por la aparición de síntomas emocionales o comportamentales en respuesta a un estresante identificable, en este caso, el abuso sexual y que tiene lugar dentro de los 3 meses siguientes a la presencia del estresante. Estos síntomas o comportamientos se expresan, clínicamente como un malestar mayor de lo esperable en respuesta al estresante y un deterioro significativo de la actividad social o laboral (o académica). La alteración relacionada con el estrés no cumple los criterios para otro trastorno específico y no constituye una simple exacerbación de un trastorno preexistente. Además, los síntomas no responden a una reacción de duelo. Una vez que ha cesado el estresante (o sus consecuencias), los síntomas no persisten más de 6 meses. A este respecto, se debe especificar si se trata de un trastorno adaptativo agudo -si la alteración dura menos de 6 meses- o de uno crónico -si la alteración dura 6 meses o más. Los trastornos adaptativos son codificados según el subtipo, de acuerdo con los síntomas predominantes, es decir, este trastorno puede cursar con estado de ánimo depresivo, con ansiedad, mixto (con ansiedad y estado de ánimo depresivo), con trastorno de comportamiento o con alteración mixta de las emociones y el comportamiento. El Trastorno por Estrés puede ser por estrés Agudo o estrés Postraumático. También siguiendo los criterios del DSM IV, el Trastorno por Estrés Agudo es aquel desorden en el cual la persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que han coexistido las siguientes condiciones: la persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno (o más) acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás, y ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intensos, por ejemplo, en caso de una violación cometida por un agresor desconocido. Durante o después del acontecimiento traumático, el individuo presenta tres o más de los siguientes síntomas disociativos: sensación subjetiva de embotamiento, desapego o ausencia de reactividad emocional, reducción del conocimiento del entorno, desrealización, despersonalización y/o amnesia disociativa. El acontecimiento traumático es reexperimentado persistentemente. Además, hay una evitación acusada de estímulos que recuerdan el trauma y síntomas acusados de ansiedad o aumento de la activación. Estas alteraciones provocan malestar clínicamente

significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo, o interfieren de forma notable con su capacidad para llevar a cabo tareas indispensables. Estas alteraciones duran un mínimo de 2 días y un máximo de 4 semanas, y aparecen en el primer mes que sigue al acontecimiento traumático. Por otra parte, estas alteraciones no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia o a una enfermedad médica, no se explican mejor por la presencia de un trastorno psicótico breve y no constituyen una mera exacerbación de un trastorno orgánico o de personalidad. En cuanto al TEPT, la persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que han coexistido los siguientes acontecimientos: la persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás, y la persona ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intensos. En los niños estas respuestas pueden expresarse en comportamientos desestructurados o agitados. El acontecimiento traumático es reexperimentado persistentemente a través de una o más de las siguientes formas: recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusivos que provocan malestar y en los que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones; sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento, que producen malestar; el individuo actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo (sensación de estar reviviendo la experiencia, ilusiones, alucinaciones y episodios disociativos de flashback, incluso los que aparecen al despertarse o al intoxicarse); malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático; y respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático. Además, hay evitación persistente de estímulos asociados al trauma y embotamiento de la reactividad general del individuo que no estaba presente antes del trauma, tal y como indican tres o más de los siguientes síntomas: esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático; esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma; incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma; reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas; sensación de desapego o enajenación frente a los demás; restricción de la vida afectiva; y sensación de un futuro limitado. Hay presencia de síntomas persistentes de aumento de la activación -ausente antes del trauma-, tal y como indican dos o más de los siguientes síntomas: dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad o ataques de ira, dificultades para concentrarse, hipervigilancia, respuestas exageradas de sobresalto. Las alteraciones de los tres últimos párrafos se prolongan más de un mes, y provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. Se debe especificar si se trata de un cuadro agudo (si los síntomas duran menos de tres meses) o crónico (si persisten durante tres meses o más). Además, se debe especificar si se trata de un cuadro de inicio demorado, esto es, que entre el acontecimiento traumático y el inicio de los síntomas hayan transcurrido como mínimo 6 meses.

Finalmente, el Trastorno Reactivo de la Vinculación es un desorden que se caracteriza porque las relaciones sociales en la mayor parte de los contextos se encuentran sumamente alteradas e inadecuadas para el nivel de desarrollo del sujeto, iniciándose antes de los 5 años de edad, y puestas de manifiesto por: −

incapacidad persistente para iniciar la mayor parte de las interacciones sociales o responder a ellas de un modo apropiado al nivel de desarrollo, manifestada por respuestas excesivamente inhibidas, hipervigilantes, o sumamente ambivalentes y contradictorias,



vínculos difusos manifestados por una sociabilidad indiscriminada incapacidad para manifestar vínculos selectivos apropiados.

con

acusada

Se ha descrito también el Síndrome de Acomodación a la Victimización o Síndrome de Summit (por su autor), que se caracteriza por el la presencia de un secreto que, generalmente, es mantenido por la acción coercitiva del adulto abusador; de desprotección, la que deriva de la subordinación básica dentro de un vínculo anómalo con una figura de autoridad. Además, hay atrapamiento y acomodación, ambos derivados del aprendizaje de la acomodación a la realidad del abuso sexual sostenido, y hay develamiento tardío, el cual se da al producirse el quiebre defensivo, pudiendo ser accidental (descubierto por terceros) o intencional. Finalmente, hay retractación, por lo general ligada a las presiones familiares. Esta retractación depende mucho de la actitud de la figura materna en la relación incestuosa y de los intereses en juego. El niño teme ser agredido por la madre, perder el vínculo con ella y/o el espacio familiar. Todo lo anterior no se explica exclusivamente por un retraso del desarrollo (como sucedería en el retraso mental) y no cumple criterios de trastorno generalizado del desarrollo. Esta crianza patogénica se manifiesta al menos por una de las siguientes características: desestimación permanente de las necesidades emocionales básicas del niño relacionadas con el bienestar, la estimulación y el afecto; desestimación persistente de las necesidades físicas básicas del niño y cambios repetidos de cuidadores primarios, lo que impide la formación de vínculos estables. Se supone que este tipo de crianza descrito es responsable del comportamiento alterado. Además, se describen dos tipos de acomodación: tipo inhibido y tipo desinhibido. Respecto de este síndrome, existe cierta polémica (De Gregorio Bustamante, A., s/f) en cuanto a su aplicación y ha sido eliminado del DSM IV, ya que se considera que no cumple con los criterios de confiabilidad técnica. Se cuestionaron sus categorías por no tener sustentabilidad empírica y por no permitir una certera discriminación entre niños abusados y no abusados. Este síndrome suele utilizarse puesto considera la retractación, la negación y la revelación tardía, pero muchos autores consideran que este síndrome no debe ser utilizado en el diagnóstico de abuso sexual infantil por tratarse de un listado de criterios clínicos conceptualizados de manera vaga, indefinida y llevar a opiniones subjetivas. Así, se lo considera obsoleto en USA.

Mode lo Tra umatog énico de Fin kelhor

y Bro wne

Este modelo se postula como comprensivo-explicativo de los efectos del abuso sexual infantil, integrándolos. Por las características del modelo, se entiende que suele explicar los casos de abusos cometidos por personas conocidas.

Ambos autores proponen que la experiencia de abuso sexual puede analizarse considerando cuatro factores, los cuales agrupan bajo la denominación de “dinámicas traumatizantes o traumatogénicas”. Estos factores son la sexualización traumática, la traición, la pérdida o falta de poder y la estigmatización (Capella, C. y Miranda, J., 2003; EPSIC, 2004). La sexualización traumática (Capella, C. y Miranda, J., 2003) dice relación con el proceso por el cual el abuso configura la sexualidad del niño o adolescente, incluyendo también los sentimientos y las actitudes sexuales, de una manera que resulta inapropiada evolutivamente y disfuncional. Esta dinámica ocurre de diferentes maneras, por ejemplo, cuando el adulto agresor transmite a su víctima ideas erróneas sobre la sexualidad. El efecto de esta dinámica sexualmente traumatizante produce ciertas consecuencias psicológicas, por nombrar algunas: interés por temas sexuales no esperados para la etapa evolutiva del niño, preocupación por la identidad sexual. Además, se genera confusión respecto de las normas que regulan la actividad sexual y respecto del papel que juega la sexualidad en las relaciones afectivas. Conjuntamente, surgen connotaciones negativas ligadas a la sexualidad. Sus efectos son a corto y largo plazo. La traición dice relación con el descubrimiento, por parte del niño o adolescente abusado, de que el agresor lo ha dañado por medio de manipulaciones, mentiras o engaños, en circunstancias que el victimario era la persona de quien dependía y en quien había depositado su confianza. Este sentimiento de haber sido traicionado se experimenta respecto del abusador, pero también respecto de la familia -que no lo protegió o no le creyó. Las consecuencias de esta dinámica traumatogénica pueden presentarse de dos modos: −

reacción depresiva por la pérdida de confianza de una figura significativa, surgiendo simultáneamente una necesidad imperiosa de seguridad y confianza, lo que se expresa como un dependencia extrema, y



reacción contraria a la traición que se caracteriza por la hostilidad, agresividad y desconfianza, lo que se manifiesta como aislamiento y aversión a las relaciones afectivas cercanas y, en casos extremos, con conductas antisociales y disruptivas.

La indefensión consiste en aquella dinámica en que la voluntad del agredido, sus deseos y su sentido de eficacia son permanentemente contravenidos. Esto sucede cuando el territorio y espacio corporal del niño o adolescente es invadido, lo cual se exacerba cuando hay coerción, manipulación, amenazas, uso de fuerza, y el niño ve frustrados sus intentos de impedir la comisión del abuso. También se da la indefensión cuando el agredido devela el abuso y su familia no cree en sus dichos. Hay distintos efectos. Uno de ellos son el miedo y la ansiedad, otro es la disminución del sentimiento de auto-eficacia e impotencia, y otro son los intentos de compensar la experiencia de no sentirse poderosos, apareciendo necesidades de control y dominación inusuales y disfuncionales. Por último, la estigmatización, que se refiere a las connotaciones negativas que se comunican al niño o adolescente acerca de la experiencia de abuso y que posteriormente son incorporadas a su auto-imagen. Estas connotaciones son de maldad, vergüenza y culpa, y su comunicación puede realizarse de diversas maneras y provenir de diversas fuentes, por ejemplo, el agresor que exige el silencio respecto de los actos cometidos. Son efectos psicológicos de la estigmatización los sentimientos de vergüenza, culpa, la baja autoestima, sentimientos de ser diferente a los pares, fantasías de ser rechazado por su

experiencia etc. Una manifestación de la estigmatización es el aislamiento, que es más grave en la adolescencia ya que puede llevar a la comisión de conductas de riesgo, tales como consumo de alcohol y drogas, conductas autodestructivas, etc.

Come ntario s fina les

Se han expuesto diversos enfoques respecto de los efectos que acarrea el abuso sexual infantil. Todos ellos son complementarios entre sí al abordar esta temática desde perspectivas distintas, dando unos y otros mayor relevancia a ciertos aspectos. Esto significa que el tema del abuso sexual no está zanjado teóricamente y que ningún autor tiene la verdad absoluta, por ello debe tenerse especial cuidado al momento de la evaluación de una supuesta víctima de agresión sexual, ya que los criterios referidos -y todos los otros que no fueron incluidos en esta revisión- no son patognomónicos y muchas de las categorías diagnósticas son inespecíficas. Siempre se debe considerar al niño, niña o adolescente abusado como una persona con muchas dimensiones, sin limitarlo a la categoría de víctima de abuso sexual, ya que solamente una consideración de su realidad total de niño o adolescente que, además y lamentablemente, ha vivido una experiencia desafortunada, podrá permitirnos abordarlo adecuadamente, pues sólo en ese contexto global la sintomatología o características que presente cobrará su verdadero sentido.

Bibl iograf ía



Capella, C. y Miranda, J. (2003) Diseño, implementación y evaluación piloto de una intervención psicoterapéutica grupal para niñas víctimas de abuso sexual. Memoria para optar al título de Psicólogo. Carrera de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago.



De Gregorio Bustamante, A. (s/f) El abuso sexual infantil y la mala praxis psiquiátrico-psicológica. Extraído el 29 de Noviembre de 2004 de www.infanciayjuventud.com/anterior/DOC/abuso_sexual_infantil.pdf



EPSIC (2004) Apuntes de clases. Electivo Prevención, detección y atención inicial en maltrato y abuso sexual infantil. Carrera de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago.



Sat, C. y Villagra, C. (2002) Representaciones sociales de los atentados sexuales en personas de Santiago. Memoria para optar al título de Psicólogo. Carrera de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago.

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