Para un Islam del siglo XXI Por Roger Garaudy
El Islam del siglo XXI no puede ser más que el Islam eterno. Pues el Islam no es una religión entre otras, sino la religión fundamental y primera desde que Dios, como está dicho en el Korán “ha insuflado en el hombre su espíritu” (XV, 29). Desde Adán hasta nosotros. No hay Islam de Occidente, o Islam del Africa Negra, Islam de Arabia, o Islam de la India o de Indonesia. No hay más que un solo Islam. El que llama el Corán “la sunna de Dios”, la continuidad de las revelaciones proféticas y del último mensaje, el de Muhammad. Nuestra tarea primordial es de atestiguar nuestra fe islámica viviéndola en su universalidad. Y no de defender un folklore y unas tradiciones particulares. El profeta Muhammad jamás ha pretendido crear una religión nueva: “No soy un innovador entre los profetas”. XLVI, 9; XLI, 43, etc.... Viene a recordar a todos los hombres la religión primordial: “sé fuerte, como un verdadero “hanif”, que profesa la religión primordial, la religión natural, la que Dios ha inscrito en el corazón de todo hombre. Es un don universal e inmutable que Dios ha dado a sus criaturas. Tal es la verdadera religión, sin embargo la mayoría de los hombres lo ignoran”. (XXX, 30). “Decid: Creemos en Dios, en lo que nos ha sido revelado, en lo que le fue revelado a Abraham, a Ismail, a Isaac, a Jacob, y a las tribus. Creemos en lo que le fue dado a Moisés, a Jesús, y a lo que se le otorgó a los Profetas de su Señor. No hacemos distinción alguna entre ellos y lo sometemos a Dios”. (II, 136; III, 84). El profeta Muhammad ha sido enviado por Dios, para confirmar los mensajes anteriores, purificándolos de las alteraciones históricas, a las que han sido sometidos, y completarlos. Se le exige a todo musulmán que honre a todos los profetas anteriores, lo que implica el conocimiento de ellos. Así lo dice el Corán: “Si tienes duda sobre lo que te hemos revelado, pregunta a los que leían la Escritura revelada anterior a ti”. (X, 94). Nuestra fe será empobrecida si la proclamamos como la mejor, ¡simplemente porque ignoremos las restantes! El encerrarnos en nosotros mismos, la vanidad y la autosuficiencia, son actualmente obstáculos mayores en la difusión del Islam en el mundo no musulmán. El mensaje esencial y universal del Islam denominador común de todas las religiones y de todas las sabidurías del mundo es el siguiente:
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- de la trascendencia y de la unidad de Dios, - de la comunidad de los hombres, - de su responsabilidad. a) La trascendencia, es: 1) La seguridad de que Dios es único (Tawhid) “Si existieran más dioses que Dios, sería el caos” (XXI, 20). Y que está por encima de toda realidad humana. 2) Que El es el Creador de todas las cosas, por consecuencia, no nos bastamos con nosotros mismos: “el hombre se convierte en un ser impío en cuanto se considera autosuficiente”. (XCVI, 6-7). 3) De este principio de unidad y de esta conciencia de nuestra “dependencia” del Dios Creador (la “autosuficiencia” siendo lo contrario de la trascendencia), fluye el tercer aspecto de la fe en la trascendencia: el reconocimiento de los valores absolutos por encima de los intereses egoístas de los individuos, de los grupos y de las naciones. b) La segunda revelación del mensaje, es, después de la trascendencia, la “comunidad” (Umma). El principio de la comunidad, es lo contrario del individualismo. Para el individualismo, el hombre (como individuo) es el centro y la medida de todas las cosas. En la perspectiva islámica de la comunidad, cada cual tiene conciencia de ser personalmente responsable de todos los demás. La humanidad es una porque Dios, su Creador, es uno. Todos los hombres tienen el mismo origen y son creados para el mismo fin. “Todos los hombres constituyen una misma comunidad”. (II, 213). c) La tercera revelación del mensaje, después de la trascendencia y la comunidad, es la responsabilidad. El Islam es lo contrario del fatalismo y de la resignación. Es una fuerza subversiva e innovadora porque incluye únicamente sumisión de la voluntad de Dios y hace que el hombre sea responsable del cumplimiento de la orden divina sobre la tierra. Todo, en la naturaleza, está sometido a la ley de Dios, “muslim” (musulmán, es decir “sometido a Dios”): una piedra en su caída, un árbol en su crecimiento, un animal en sus instintos, están “sometidos” a la ley de Dios. “Nuestro Señor es el que ha dado a cada cosa su forma y su ley, y la ha guiado hasta su pleno desarrollo”. (LXXVII, 1-3). El hombre únicamente tiene el terrible privilegio de poder desobedecer: “Hemos propuesto este mandato (de la fe, de la libertad, así pues de la responsabilidad. R.G.) a los Cielos, a la tierra, y a las montañas. Todos han rechazado a asumirlo; todos han temblado al recibirlo. Excepto el hombre ha aceptado ese cargo, aunque injustamente y en la ignorancia”. (XXXIII, 72). Si se convierte en “Musulmán, es decir, si responde incondicionalmente a la llamada de Dios, según el ejemplo de Abraham “el Padre de la fe” (XXII, 78) por su aceptación a ser guiado por Dios y por su supremo sacrificio, lo hace por un acto voluntario, libre, responsable. Es por lo que Dios hace que los Angeles se inclinen ante él, los cuales, no tienen el poder de desobedecer (II, 34) “Cuando haya insuflado en él Mi espíritu, postraros ante él”. (XV, 29; XXXII, 9; XXXVIII, 72). Cuando, en el Corán, se dice: “No a la enemistad en materia religiosa”. (II, 256), no se trata únicamente de excluir la enemistad física, militar o policial, sino también toda inquietud interior, espiritual: el Corán subraya: “La verdad emana de vuestro Señor, así pues el que quiera que crea y el que no que permanezca incrédulo” (XVIII, 290). También Dios dice: “Le hemos mostrado el camino justo, que lo acepte con agradecimiento o que lo rechace”. (LXXVI, 3).
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Dios, nos dice el Corán, ha hecho del hombre su “Califa” sobre la tierra. Un Califa no es un ejecutante subalterno y pasivo, es un dirigente responsable, encargado de tomar decisiones. Esta función no es primacía de algunos: es la tarea de cada musulmán: “Vosotros los creyentes, sois responsables, de vosotros mismos”. (V, 105). Proclamar: “Allah Akbar” (Dios es el más Grande), es relativizar todo poder, toda riqueza y todo saber. Ante este grito de fe, hemos visto bajar las armas de las más insolentes armadas. La necesidad de este mensaje se ha convertido hoy en la más evidente quiebra espiritual del Occidente. Miles de hombres y mujeres en el mundo, sea cual sea su fe, si aman el futuro, toman conciencia de que la civilización ha caído en quiebra, y que, si nos abandonamos a sus abatimientos, nos conduce a un suicidio planetario. La deuda de los llamados países “del Tercer Mundo” se agrava de año en año, y la separación no cesa de acrecentarse: el Norte siendo cada vez más rico y el Sur cada vez más pobre. Después de cinco siglos de hegemonía sin reparo del Occidente en el mundo entero, no sabríamos imaginar una gestión tan desastrosa del planeta. La profunda, causa de esta política del Occidente, desde lo que denomina su “Renacimiento”, es decir, desde el nacimiento simultáneo, en Europa, en el siglo XVI, del capitalismo y del colonialismo, es el abandono de la fe por la voluntad del poder. A partir del instante en quién en una comunidad no reconoce, para encaminar la acción, unos valores absolutos, ya no resta más que los enfrentamientos de las voluntades de poder, voluntades de placer, y voluntades de crecimiento. Es la guerra de todos contra todos. El Occidente se encuentra aquí. Su verdadera religión es la fe ciega en un dios escondido: el acrecentamiento, es decir, el deseo de producir más y más, y cada vez más deprisa, no importa que cosa: útil, inútil, nos sirva o mortal, como el armamento, que es una de las industrias más “rentables”. Este dios escondido es un dios cruel: exige sacrificios humanos. Lo que caracteriza el culto de este falso dios, es que exalta la capacidad del hombre contra la trascendencia de Dios, y el individualismo contra la comunidad. La “presunción” del hombre está proclamada, desde el Renacimiento, en el “Fausto” de Marlowe: “Hombre, por tu poderoso cerebro, conviértete en un dios, dueño y señor de todos los elementos”. El individualismo, es la vuelta, desde el pretendido “Renacimiento”, a la máxima de los sofistas de la antigua Grecia: “El hombre es el centro y la medida de todas las cosas”. Esta quiebra de una civilización ha engendrado una cultura de desesperanza. Los falsos profetas de la nada y del absurdo, reflejan este caos como si fuera inevitable y eterno, en lugar de intentar superarlo; enseñan a nuestra juventud que la vida no tiene sentido. Si la vida no tiene sentido, todo es lícito, hasta el crimen. Y nos entregamos a todas las violencias animales entre los individuos, los grupos, y las naciones: “el equilibrio de terror” se convierte en la ley de estas relaciones bestiales entre los hombres, a todos los niveles de la vida social. La negación del sentido de la vida y de la existencia de los valores absolutos han conducido a hacer de la ciencia y de la técnica, admirables medios al servicio del hombre, unos fines en sí mismos, intentando hacernos creer que la ciencia y la técnica pueden resolver todos nuestros problemas, y que los problemas que no se resuelven de ellas: los del amor, de la belleza, del sentido de la vida, no existen.
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Esta “religión de medios”, erigiendo unos medios para sus fines en sí, es decir, creando falsos dioses; ciencia, técnica, Estado, dinero, sexualidad, desarrollo, ha creado un nuevo politeísmo y nuevas supersticiones, transformando la ciencia en positivismo, la técnica en tecnología, la política en maquiavelismo. El problema fundamental es, pues, devolver al hombre sus dimensiones propiamente humanas: la fe en la trascendencia de dios, en la comunidad humana, y la conciencia de nuestra responsabilidad personal. Decir que el Islam puede actualmente aportar respuestas a los problemas planteados por la quiebra de la hegemonía occidental no significa: - que pueda llevarlo a cabo solo; - que guarda soluciones preparadas para los problemas de nuestro tiempo. Contrariamente, los dos principales obstáculos para el florecimiento actual del Islam son: a) La presunción y la ignorancia de los otros. El Islam mañanero, el del primer siglo de la Hégira, se extendió, en menos de un siglo, desde el Indo a los Pirineos, no por la conquista militar, sino porque supo integrar todas las grandes culturas anteriores y extraer una síntesis inédita creadora, y porque millones de creyentes de todas las religiones se han identificado con él. El Islam sólo puede reemprender su marcha por su apertura a todas las sabidurías y a todas las creencias, que pueda reunir. b) El triunfalismo, la presunción mortal de poseer respuestas hechas, formuladas mil años atrás por sus juristas y sus tradiciones. Decir que el Corán no ha “omitido nada” es decir que nos ha dado "un sendero" eterno, que ha designado los últimos y absolutos fines de nuestra acción. Lo que no excluye la responsabilidad, para el hombre, de descubrir a cada época, en condiciones siempre nuevas, los medios de realizar estos fines. Sería reducir irrisoriamente el mensaje eterno a unas instituciones o teorías que pasan, de aprender extraer del Corán o de la Sunna una economía política resuelta, una constitución política, o una enciclopedia. El mensaje revelado nos aporta infinitamente más: los fines, los principios directores eternos, inmutable, encaminando nuestra vida interior y todas nuestras acciones, públicas o privadas, para elaborar, en cada época, por medio de su interpelación siempre nueva, las respuestas a los problemas de la economía de la política y de la cultura de nuestro tiempo. Estos principios son simples: - en el plano económico: sólo Dios posee; - en el plano político: sólo Dios gobierna; - en el plano cultural: sólo Dios sabe.
1) Sólo Dios posee: “Todo lo que está en el cielo y la tierra pertenece a Dios” dice el Corán (II, 116-284; III, 109, etc...). El hombre, su califa sobre la tierra, está encargado de dirigir, en (el camino) de Dios, esta propiedad. Esta concepción es opuesta a la del derecho romano que define la propiedad como “el
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derecho de utilizar y de abusar”. Para el musulmán por el contrario, los deberes son anteriores a los derechos. El hombre, responsable de la propiedad de Dios, no puede disponer de ella a su gusto: no puede destruirla según su capricho, no puede gastarla, no puede dejarla en baldío, sin darle productividad por su trabajo, no puede amontonarla: “Anuncia un doloroso castigo a los que atesoran el oro y la plata sin gastar nada en el camino de Dios” (IX, 34). Y la peor maldición, en el Corán, es la que está formulada contra el rico Abu Lahab, al cual su misma fortuna le condena: “que sus dos manos mueran, y que muera él mismo”, y es prometido a las llamas infernales” (Surat 111). Todas las prescripciones del Corán, particularmente el “zakat”, transferencia social de la riqueza como exigencia religiosa, y la prohibición del “riba”, es decir, de todo enriquecimiento sin trabajo al servicio de Dios, tienden a impedir la acumulación de la riqueza en un polo de la sociedad y en el otro la miseria. Dios, en el Corán, excluye radicalmente todo régimen social en el cual el dinero sería el fundamento de una jerarquía política. Dice, al contrario, sin equívoco: “Cuando queremos destruir una ciudad...hacemos a los ricos detentadores del poder” (XVII, 16).
2) Sólo Dios gobierna: El Profeta ha creado en Medina una comunidad de tipo radicalmente nuevo, no es basada en el linaje, ni en la raza, ni en la posesión de un territorio, ni en unas relaciones de mercado, ni siquiera en una cultura común o una historia, en una palabra, sobre nada que emane del pasado, y que sea una herencia recibida, sino una comunidad fundada exclusivamente en la fe, sobre esta respuesta incondicional a la llamada de Dios, cuyo ejemplo eterno nos ha dado Abraham. Tal comunidad está abierta a todos, sin considerar el origen. Nada, por ejemplo, es más contrario al espíritu de esta “Umma” musulmana, que la idea occidental del “nacionalismo”, es decir, de un mercado protegido por un Estado, y justificado por una mitología racial, histórica, o cultural, se tiende hacer de la “nación” un final en sí, en contradicción con la unidad humana (que es un caso particular del “tawhid”, llave de la bóveda de toda visión islámica del mundo). Así mismo el principio coránico de la “shura”, de la concertación exige que en todo dominio y a todos los niveles, los miembros de la comunidad sean consultados para participar, bajo la mirada de Dios, en la elaboración y en la aplicación de las decisiones de cuyo destino depende. Este principio excluye a la vez todo el despotismo de un hombre, de una clase o de un partido, así como toda forma de democracia puramente estadística, delegada y alienada. Como para la economía, nos atañe descubrir los medios para alcanzar estos fines, para aplicar estos principios inevitables en las condiciones históricas inéditas de nuestras sociedades, combatiendo el positivismo tecnocrático, el maquiavelismo político, los enfrentamientos nacionalistas arcaicos y perversos, los intercambios desiguales, la polarización de los bloques, y los equilibrios del temor.
3) Solo Dios sabe: Al mismo tiempo que debemos guardarnos del triunfalismo esterilizador y de la ilusión que se pueda encontrar en el pasado, y sin esfuerzo de reflexión y de búsqueda, unas soluciones económicas para resolver nuestros problemas actuales, o bien una constitución política resuelta, sería pueril reducir el Corán a no ser más que una Enciclopedia, dispensando el esfuerzo encarnizado de búsqueda científica y técnica que hizo el mundo islámico el centro
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radiante de la cultura mundial en tiempo de la Universidad, esfuerzo de traducción y de asimilación de todas las grandes culturas del pasado, de Grecia y de Roma, de Persia y de la India, según la obligación islámica de ir a buscar la ciencia hasta China, nació una síntesis original y una cultura orientada por la fe. El principio de base es que, al igual que sólo Dios posee, sólo Dios gobierna y sólo Dios sabe. Lo que excluye la pretensión faraónica de usurpar todo poder de Dios o la ilusión de conservar un saber adquirido, absoluto, alcanzando un conocimiento de causas primarias de últimos fines. El ejemplo de la Universidad Musulmana de Córdoba, en el siglo X, constituye, bajo este punto de vista, un modelo con el cual conviene hacer revivir el espíritu para desarrollar, en nuestra época, las ciencias de tal forma que no sirvan para la destrucción del hombre, sino para su expansión hacia el camino de Dios. De esta Universidad Musulmana de Córdoba, desde el s. X al XIII, ha florecido la cultura en su forma total bajo tres aspectos: - La ciencia: creando un método experimental para descubirir las relaciones entre las cosas y la interrelación de las causas; - La Sabiduría: como reflexión sobre el sentido de cada cosa, de su relación con Dios, en un mundo armonioso y único, donde la vida tiene una significación y una meta; - La fe: como testigo de que la ciencia no alcanza jamás la causa primera, ni la sabiduría el último final. La fe como conciencia de nuestros límites y de nuestros postulados. La fe como razón sin fronteras. Tal concepción de la ciencia y de las técnicas permitiría hoy, y es lo que hace su actualidad, impedir a las ciencias y a las técnicas de conducirnos a un suicidio planetario. ¿Cómo trabajar en este renacimiento del Islam? Primeramente aprendiendo a leer el Corán, la “sunna de Dios”, y la del Profeta, como el Corán nos ordena leerlo: No leer el Corán ni la Sunna con ojos de muerto. Dios ha dictado el Corán. Han inspirado al Profeta. Sin embargo, son hombres que han escuchado e interpretado la “Sunna de Dios” y del Profeta. Hombres de fe y juristas pertenecientes a una época determinada de la historia. Nos aparta de los estudios con respeto y con toda nuestra fe, con el deseo de resolver, según su ejemplo, nuestros problemas inspirándonos unos métodos que pusieron en marcha para vivir el Corán en el nuevo imperio árabe, es decir, en unas condiciones históricas profundamente diferentes de la comunidad de Medina. No debemos dividirnos entre musulmanes tomando parte en querellas de otras épocas. Los que actualmente dividen a los sunnitas de los chiítas son enemigos de todos los musulmanes. Pues no existe más que un Islam. No debemos tomar parte entre escuelas jurídicas, porque cada una ha intentado resolver los problemas de otros tiempos y de otros pueblos. La tarea no era de resolver los nuestros, ni la de eludirnos de esta responsabilidad. El Profeta Muhammad ha aportado un mensaje eterno y universal, dirigiéndose a todas las familias de la tierra. Está dicho en el Corán “Dios está presente en cada realidad nueva” (IV, 29). Y no cesa de
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crear (XXXV, 81). Es el Viviente (II, 255). No se dirige a seres muertos: debemos responder a esta interpelación eternamente viviente. Sin imitación del Occidente. Sin imitación del pasado. Consiste en imitar al Occidente desligando más de 6.300 versículos del Corán, 220 versículos legislativos y tratándolos según los métodos juristas romanos, es decir, tomarlos literalmente como unos artículos de leyes y deducir mecánicamente la aplicación, cualquiera que sea la época y la circunstancia. La revelación del Corán es opuesta al derecho romano. El derecho romano anuncia leyes abstractas de donde no queda más que deducir, por vía de silogismos, a la manera de Aristóteles, las consecuencias aplicables a tal o cual caso concreto. La revelación del Corán nos da ejemplos concretos de soluciones aportadas a un problema histórico determinado a partir de unos valores absolutos, de unos principios inevitables y eternos del mensaje. Dios nos dice: “Hemos propuesto a los hombres, en este Corán, toda clase de ejemplos. Probablemente reflexionarán” (XXXIX, 27). Esta “reflexión” sobre los “ejemplos” no debe ser una deducción mecánica, una caída del principio a sus consecuencias, sino, al contrario, una elevación, a partir del ejemplo histórico concreto, al principio eterno, absoluto, que ha inspirado esta solución y después de haber “reflexionado”, volver hacia lo concreto para encontrar, por analogia, una respuesta o un problema histórico nuevo, inédito. De tal manera, por ejemplo, procedía Abu Hanifa para resolver los problemas que se planteaban en una sociedad radicalmente diferente de la Sociedad de Medina, es decir, en una sociedad que había conocido una monarquía centralizadora y una cultura que ignoraba el Hedjaz. Este sabio jurista no se dejó contaminar por los métodos deductivos del derecho romano. Esta actitud exige que se encuentre, detrás de cada prescripción del Corán o de la Sunna, su razón de ser, el principio que lo ha inspirado y las condiciones históricas en las cuales ha sido aplicado. Y, sobre todo, y más aún, que se sitúe cada uno de estos pasos en el conjunto de la revelación del Corán. De esta manera procedían el Profeta, los califas "bien guiados", los primeros grandes jurisconsultos: por encima de esta aplicación literal de los versículos, separados del contexto histórico, en el cual habían descendido, y del conjunto de la revelación, ellos saben y debemos recordar que cada versículo del Corán es una bajada de lo Eterno en la historia. "Contar la mano del ladrón", dice el Corán (V,38). El califa Omar Ibn Khattab no dudaba, por tanto, en suspender la aplicación de esta pena en periodos de hambre. Según un hadiz del Profeta: "Dios retira su protección a cualquier comunidad en la cual se encuentra un hombre hambriento". Abu Dawud y Nassai nos cuentan que, exigiendo un propietario que se le cortara la mano a un desgraciado por habler robado unas espigas de trigo en su campo, el Profeta respondía: este hombre tenía hambre y tú no lo has alimentado. Y el mensajero de Dios ha dado al injuriado el trigo necesario. Está claro que, para el Profeta como para Omar Ibn Khattab, la justicia social es un valor islámico más elevado que la defensa de la propiedad. Es significativo que en el curso de la historia, y hasta nuestros días, los privilegiados de la
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riqueza y del poder hayan invocado más a menudo el versículo, diciendo que se debe cortar la mano del ladrón, que el de la Sura 111, diciendo literalmente que se debe cortar las dos manos a aquél que acumule riquezas. La reivindicación, perfectamente legítima de acabar con el derecho europeo impuesto por los viejos ocupantes colonialistas y de aplicar la "Shariat" para encontrar una verdadera identidad islámica, es a menudo transformada por estos privilegiados de la riqueza y del poder. Comenzar la aplicación de la "Shariat" por las sanciones antes de haber realizado una justicia social, donde nadie sería conducido al robo por la miseria y el espectáculo de lujo ostentoso de parásitos, es comenzar por el final y traicionar el espíritu del Corán, en el cual hemos mostrado cómo el Profeta y Omar ibn Khattab lo llevaban a cabo castigando no al ladrón empujado por la necesidad, sino al rico que no lo había alimentado, ni vestido, ni instruido. Las caricaturas de aplicación de la "Shariat" son más graves en nuestra época, que el robo: el "riba" y la acumulación de riquezas, han tomado formas mucho más complejas y diversificadas que en el tiempo de la comunidad de Medina. La fortuna adquirida por el juego y sus variantes modernas: la especulación comercial o bursátil, por el funcionamiento normal del sistema capitalista, que legaliza este prevalecimiento parasitario sobre el trabajo de la comunidad, es un robo a gran escala. Aplicar al pie de la letra una prescripción moral, formulada en una sociedad complacida de identificar al ladrón en una época como la nuestra, en donde sólo el pequeño ladrón puede ser definido por estos criterios, es hacerse cómplice del robo legal por una sociedad fundada sobre el "riba", como lo es la sociedad occidental y golpear únicamente a los más débiles. Aplicar la "Shariat", es aplicar la totalidad del Korán en cada instante de la vida pública o privada, es decir, llevar a cabo cada acto con la conciencia de llevarlo a cabo bajo la mirada del Dios vivo, que no la podemos engañar, ya se trate de transacciones comerciales, de relaciones privadas o de acción política. Aplicar la "Shariat" no es cortar manos, es, para los individuos como para los estados, vivir veinticuatro horas por día en la transparencia de Dios. Dios nos ha dado en el Corán esta directriz sublime: "Para cada mano de vosotros hemos ordenado una ley divina (Shariat) y una vía abierta (minhaj)" (V,48). Comprometámosnos ardientemente en esta vía abierta (minhaj), para que la ley divina (Shariat) ordene el futuro, como ella ordena la vida del Profeta y de los califas bien guiados. La palabra que en el Corán señala la ley divina (Shariat) es significativa: es Shariat "el camino hacia la fuente". En ese camino, es responsabilidad de todos los musulmanes de crear, a la manera de los pioneros del Islam, un "fikh" del siglo XXI, respondiendo a los problemas de hoy desde nuestros principios eternos, a fin de resolverlos mejor que ésos que rechazan la "guía" de Dios. Pues la ley es una creación incesante, cuando el Islam está vivo. Volver a la fuente no es entrar en el futuro, retrocediendo la mirada fijada en el pasado. Es, por el contrario, descubrir el estremecimiento vivo de la fuente sobre siglos de comentarios que han erigido una muralla entre el mensaje y nosotros. La ley divina, la Shariat, no es el agua de la fuente captada y fijada en un estanque. La Shariat es un hermoso río chispeante, corriendo de época en época y fecundando sus orillas siempre nuevas. Es yendo hacia el mar que un río es fiel a su cauce. Acordémonos, como escribía un hombre que tenía que luchar contra la esclerosis de su propia tradición, que ser fiel al lugar de sus antepasados no es conservando las cenizas, pero sí transmitiendo la llama.
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La práctica del Islam no se limita a algunos momentos de la vida: ella en sí engloba todos los actos. La profesión de fe, el salat, el zakat, el ayuno y la peregrinación no son ritos, sino el recuerdo de su manantial a la vida musulmana, el tronco de este árbol en el que todos los actos de nuestra vida personal y pública son las ramas y los frutos. El problema del futuro de los Musulmanes, se plantea, pues, en términos muy simples y muy claros: o bien se muestran capaces de resolver los nuevos problemas, en un sentido que no conduzcan el mundo a la muerte, y el Islam volverá a tomar su vuelo victorioso como en los tiempos donde él resolvía, en el primer siglo de la Hégira, los problemas expuestos por la decadencia de dos imperios, de Bizancio y de Persia; o bien entrarán en el futuro retrocediendo, los ojos fijos en el pasado, rebatiendo los comentarios y los comentarios de los comentarios, sobre los problemas jurídicos que se planteaban en el tiempo de los omeyas y de los abasidas. Nuestras tareas más urgentes podrían ser éstas: publicar una colección de novelas, uniendo la doble e indivisible exigencia de rigor científico y de inflexibilidad de la fe, para hacer la crítica constructiva de pretendidas creencias humanas (en particular, la Economía Política, la Historia y la Sociología) y dejando al desnudo sus postulados de base, e integrando sus adquisiciones en la perspectiva de nuestra concepción islámica, no haciendo jamás abstracción de la dimensión trascendente del hombre: elaborar planes de orientación de la búsqueda científica, definiendo como prioridad, no el poder, la alegría o el desarrollo, sino el expansionamiento del hombre, crear una escuela de periodistas de un nuevo tipo, donde el "hecho" periodístico, en la prensa o la televisión no sean elegidos según los criterios comerciales del sensacionalismo, del erotismo o de la violencia, sino según el criterio islámico de la lectura de los "signos" de Dios en la historia y, con estos periodistas de un nuevo tipo, arrancados de las deformaciones profesionales occidentales, crear una Agencia panislámica de prensa; restaurar, en Córdoba mismo, los principios directores de la Universidad Musulmana de Córdoba, no separando jamás la ciencia de la sabiduría y de la fe, y hacerla renacer a una vida nueva para responder a las necesidades de la cultura de donde actualmente depende el futuro y, así mismo, la supervivencia del planeta tierra; en fin, nosotros somos capaces de aportar nuestra contribución mayor a la solución de los problemas de nuestro tiempo, llamar a los hombres de todas las sabidurías y de todas las creencias, judíos, cristianos, hinduistas o humanistas, conscientes de que el hombre no puede ser suficiente a sí mismo, a colaborar juntos por salvar el mundo de la quiebra moral y de la muerte, restaurando el hombre la conciencia de su dimensión divina. Ningún particularismo, ningún tradicionalismo debe enmascarar esta universalidad del Islam y su misión de reunir a los hombres de todas las sabidurías y de todas las creencias para salvar al mundo de las derivaciones que le llevarían a la muerte. Como escribía el gran poeta turco Nazim Hikmet:" "Si yo no ardo, Si tú no ardes, Si nosotros no ardemos, ¿Cómo podrán resplandecer las tinieblas?
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