3.- Abanderados.
Un acto patriótico con escolares en la localidad de Aiguá, presidido por el pabellón nacional y el retrato del reformador José Pedro Varela. En los fastos del Centenario, de modo especial en las actividades de las escuelas públicas, pudo percibirse con claridad la emergencia de una suerte de “religión civil”, surgida de la sacralización de actividades públicas y de la implantación progresiva de auténticas liturgias cívicas. La euforia nacionalista de aquellos años de conmemoración particularmente sensible en el ámbito escolar, podía inscribirse también en algunas de sus significaciones dentro de las tensiones del proceso de secularización.
La foto y el texto son del libro de Gerardo Caestano ya citado). La foto es de 1925. Se puede apreciar la aparición de “concesiones” al, ahora, Reglamento Oficial respecto al uso obligatorio de la túnica, seguramente “atendiendo a las condiciones económicas de las familias de los alumnos”. No todos los niños tienen túnica y no todas son blancas (seguramente habrá algunas celestes, azules o grises). Ya aparecen niños con moña
Cuántas familias, cuántas esperanzas, cuántos desvelos en pos de la bandera. Una competencia insólita y absurda.
Los abanderados de nuestras fiestas escolares. Iris Florentino. Tomado de la Revista de la Educación del Pueblo Nº 18. Febrero de 1973. Unos de los factores más importantes en la formación del ser humano es la influencia que la institución escuela, como colectividad, ejerce en la infancia, a tal punto de que muchas de las fallas en la integración de la personalidad provienen de conflictos originados durante esos difíciles períodos, en algún centro escolar. Entre los mencionados conflictos ocupa un lugar prominente el creado por la adjudicación de la bandera en las distintas ceremonias escolares. Digamos en primer término, que nuestra legislación escolar no nos ilustra concretamente al respecto exceptuando alguna aislada disposición del año 1902, que habla de “guardia de abanderados compuesta por niños de los distintos años escolares elegida entre alumnos ‘sobresalientes y dignos’”. Es importante destacar que no aclara el criterio determinante de “los alumnos sobresalientes”. Seguramente que no es por azar que sostiene esta conducta elusiva: los errores, las limitaciones, las injusticias que hoy enfrentamos en el instante de abanderar a un niño fue una situación vivida por generaciones de concienzudos maestros que nos precedieron. Tradicional y consuetudinariamente, la bandera en nuestra escuela se entrega al o los alumnos que se han destacado desde el punto de vista del rendimiento en el aprendizaje, es decir a aquel o aquello primeros en el “ranking”; muchas veces es un niño que se ajusta perfectamente a un comportamiento que a veces resulta intolerable desde el aspecto auténticamente intelectual, psicológico, emotivo. En cambio no se otorga la bandera a aquel o aquellos niños cuyos rasgos de independencia, o con una situación socioeconómica precaria que incide negativamente en su aprendizaje o bien que por una sensibilidad muy especial, no se acomodan al ritmo escolar, en algunos aspectos, seamos francos, bastante inaceptable. La práctica de la entrega de la bandera no puede considerarse, a riesgo de caer en profundo simplismo, separada del contexto general en que está inscripta la escuela; dicho sea claramente es una práctica acorde a un sistema desde todo punto de vista intolerable; es una conducta, un formulismo que obedece a un régimen que hace de la competencia, del éxito, del prestigio, las razones fundamentales de la acción. Competencia, en oposición a colaboración, discutible axioma en el mundo liberal, pero afortunadamente hoy superado por injusto y deformante; no hay más que pensar en la dramática situación de ese niño de las clases bajas que luchan en vano contra la desigualdad de oportunidades y circunstancias que lo imposibilitan para acceder a la condición de abanderado por más que se esfuerce, desalentado, frustrado. Hechas estas consideraciones que están en el espíritu de todos, padres y maestros, entramos en el campo más específico de la educación, más propiamente de la educación cívica, el cultivo del sentimiento patriótico, el amor al terruño, la admiración a los héroes, la veneración, el respeto por nuestros símbolos patrios: el escudo, el himno, la bandera.
justicia social; luchar para hacer posible la igualdad de oportunidades, la solidaridad, la cooperación, la ayuda entre los hombres nacidos bajo el mismo cielo, que precisamente tiene los colores patrios, única forma de llegar a la más honda amistad y amor entre todos los pueblos diferentes, cualesquiera sean ellos. Nadie hizo entre nosotros más bien a la patria que Artigas: para él los menos felices debían ser los más privilegiados. ¿No es ésta la más hermosa manera de amar la patria? Esto representa nuestra bandera y nuestro escudo. Si la tarea fundamental del educador en la democracia es formar una conciencia crítica, amar la patria es enseñar a mirar la realidad patria, sus grandezas y miserias, los hombres que la habitan, sus dolores y alegrías, sus sacrificios, sus derrotas y sus triunfos. Enseñar que hay valores positivos a conservar y acrecentar y otros negativos, para corregir, rectificar. El amor a la patria es un sentimiento tan cristalino, tan sencillo, tan natural…Eso representan sus símbolos. Para llevar ese amor hasta las últimas consecuencias, los gauchos en magnífico gesto de fe indomable siguieron al Caudillo al Éxodo. Por eso, amar la patria no es invocarla aunque luego se venda (y lo que es aún peor; se venda con ella al hombre que la hizo, que la hace), es “comprarla con su sangre sin mentarla siquiera”. Si seguimos especulando sobre la conveniencia de despertar el amor a la patria en base a los méritos casi siempre formales que hacen a un niño, a un joven, acreedor a la bandera, llegamos a la conclusión de que esta práctica nos resulta negativa, distorsionante siempre, y algunas veces, de consecuencias realmente traumáticas. Por otra parte, dice muy acertadamente Bertrand Russell (“Educación y Orden Social”): “La bandera es el símbolo de la Nación en su capacidad marcial. Sugiere batallas, guerras y muertes de heroísmo. La bandera británica sugiere a Nelson y Trafalgar y no a Shakespeare o Newton.” En función de esto, sectores interesados tratan de conducir a una forma de histeria colectiva que los maestros no podemos seguir alentando sino más bien tratando de eliminar, procurando formar hombres que, apoyados en nuestra gloriosa tradición democrática, creen un mundo mejor; el mundo de colaboración, que tengan una inteligencia libre, una voluntad libre; hacer de los jóvenes de nuestros pueblos hombres que algún día puedan juntos sustituir sus banderas nacionales por la fraternal bandera de la patria grande, la bandera de una América Latina liberada como soñó Bolívar y como Rodó exaltó. Por supuesto que por el momento estos no son sino sueños utópicos pero que sin duda algún día han de realizarse. Mientras ellos no ocurra, ya que nuestra legislación no nos conmina a determinada conducta y es tan poco explícita al respecto, qué positivo sería que en nuestras conmemoraciones escolares nuestros pabellón patrio fuera custodiado por niños, maestros y padres! Ello significaría hacer viva la enseñanza adecuado al sentimiento patriótico; lo dice Barret: “La patria, la historia, la hace el hombre; el hombre es el héroe.”
Abanderados sobre el estrado. Escuela Nº 1 de Práctica, Trinidad, 1960.
Compartimos lo que Iris Florentino escribió hace más de 30 años. Pero… Hoy han cambiado muchas cosas… La falta de reglamentación a que alude Florentino en 1973 (a pocos días del comienzo formal de la dictadura militar), hoy está “subsanada”. Hoy ya no es posible desconocer, como hicieron muchos maestros, esta “elección” injusta, descriminatoria, falsa y autoritaria. No es posible hacerse el desentendido. Existe un rígido Reglamento sobre abanderados (Circular Nº 152 del 26 de noviembre de 1990) que cristaliza, ordena, establece, da jerarquía, pauta y obliga. Hoy el sistema de calificación, clasificación y jerarquía (para “tener la bandera”, pero no sólo para esto) está sólidamente estructurado. La “carrera a la bandera” puede ser (en los hechos lo es) dramática. Niños enfermos, con gripe, con fiebre, aún con hepatitis son obligados por sus padres a concurrir a la escuela (cuando la competencia es fuerte, las inasistencias pueden “hacer la diferencia”). Regalos al maestro, contribuciones a la Escuela, aportes en metálico o en trabajo en la Comisión de Fomento son “méritos” habituales que realizan las familias embarcadas en esta competencia. Niños sumisos, alcahuetes del maestro, insolidarios, individualistas, intentan en una larga carrera de 5 años lograr el codiciado (por los padres) premio. Es hora de decir no. No más niños traumatizados, condicionados, obligados a ser “buenos alumnos” (¿cuál será el criterio para determinar este concepto?), antinaturales, “modelos”. La bandera no es un trofeo que se consigue en competencia. Mientras existan las banderas, que estén en los mástiles. Niños sin bandera.
El rito. La liturgia. Se sacaron las mesas del Comedor para hacer espacio para el acto (con los bancos se formó una improvisada platea). Como en todos los 19 de junio hace frío. Las ventanas están empañadas. Ya hay muchos padres, madres, abuelos,… Los niños llegan con camperas, bufandas y gorros de lana. Van a sus salones de clase. Allí las maestras les quitan todas estas prendas antes de formar la fila par ir al Comedor. -“Sólo pueden llevar guantes si son blancos”, dice la maestra. Los niños, tiritando, de túnica blanca y moña azul, hoy impecables, entran al salón donde ya están instalados los mayores en los bancos los menos y parados los más. Hay termos y mates, hay encuentros de exalumnos, hoy padres y madres, cumpliendo su oficio, sacrificando un rato de sueño en este feriado. … Suenan acordes en el piano. Entran los niños con las banderas. Todos se paran y aplauden hasta que niños y banderas quedan ubicados en el lugar asignado. Comienzan a sonar los compases del himno nacional. … -“Ahora se procederá a la promesa de fidelidad a la bandera por parte de los niños de 1er. Año”, dice la maestra de clase devenida en Maestra de Ceremonia para este acto. Lo dice con un énfasis especial (quizá debido a la falta de equipo de audio que no se sabe por qué no quiso funcionar) que prepara el momento más importante del acto mientras se superponen los acordes del piano sobre sus últimas palabras: la profesora de canto debe terminar cuanto antes pues tiene acto en otras dos escuelas en la mañana. Hay movimiento en el público. Los termos y mates quedan contra la pared o en manos de otros y aparecen cámaras fotográficas, filmadoras, celulares. Los mayores se mueven buscando la mejor ubicación, invaden el espacio destinado a los bailes y representaciones de los niños. No hay “reprimenda” de la directora (¡Qué se le va a hacer!, pensará) que dice con voz potente: -“Los niños de primer año darán un paso hacia delante (seria, imbuida de sentimiento patriótico). Los niños miran a la maestra que les da el sí con la cabeza y obedecen. En el mismo tono la directora dice: -“El Pabellón Nacional se colocará frente a los niños de primer año”. En un tono más intimista, dirigiéndose a la niña que lleva la bandera uruguaya (pollera, guantes y medias blancos, trenzas con cintas celestes y blancas): -“Marcela, colócate un poco más hacia tu derecha.” Marcela obedece. -“Ahora les haré una pregunta a los niños de primer año y ellos contestarán”, dice sin dirigirse a nadie, pero obviamente, para que los niños se preparen. Se nota la ansiedad en estos por hacer “su parte” en esta ceremonia, para actuar este día. Los flashes de las cámaras son continuos. -“Son para la tía que está en Málaga”, se escucha la disculpa de un padre con cámara a otro al que le quita la visión. La maestra trata de hacer que todos los niños miren a la directora para que contesten a coro, como se espera, Se la nota nerviosa también, a pesar que, por su edad, debe haber pasado muchas veces por esta situación (quizá piense: -“¿Saldrá bien?, -¿Y si no?”, -“Pero no, con todo lo que ensayamos.) -“¿Prometeis honrar y respetar esta bandera que representa el cielo, la dignidad y la gloriosa historia de la República Oriental del Uruguay?”, dice la directora que se ubicó al costado de la bandera uruguaya.
-“Sí. Prometo”, dicen todos. Apoteosis de flashes (aunque no ha cambiado nada desde el punto de vista escénico: los niños continúan parados, quietos). Hay sí, un notorio descenso en la tensión. Marcela retrocede hasta el abrigo protector de las otras banderas y abanderados, los niños de 1º dan un paso atrás y se ubican en la misma línea que el resto de los esforzados y ahora ya enfriados niños de las otras clases (vienen sólo los que actúan en alguna representación, los abanderados y pocos más; cada uno de los niños “trae” dos o tres adultos que lo acompañan en este trance). El agua corre haciendo surcos en los vidrios empañados. Afuera llovizna. … La ceremonia terminó. El rito se cumplió. ¿Tiene fundamento? ¿Qué estamos haciendo decir a niños de, recién cumplidos, 6 años? ¿Alguno tendrá idea de lo que es la historia, la dignidad, la gloriosa, la patria, la república, el Uruguay? ¿Qué será honrar? ¿Qué quiere decir prometéis? ¿Hasta dónde habrá que rastrear para hallar el origen de este ceremonial de tinte medieval (como de fidelidad al señor feudal), con reminiscencias militares, seguramente reflotado con el nacimiento de los estados nacionales? ¿Provendrá de las antiguas ceremonias de iniciación de los cultos religiosos? ¿Esto es la patria? ¿Así se forma un patriota? No.
Cambio de abanderados en la Escuela Nº 38. 1994.
-La patria, hijo mío, es el conjunto de nuestros amores. Comienza en el hogar paterno, pero no lo constituye él solo. En el hogar no está nuestro amigo querido. No está el hombre de extraordinario corazón que veneramos y que la vida nos ofrece como ejemplo cada cien años. No está el hombre de altísimo pensamiento que refresca la pesadez de la lucha. No hallamos en el hogar a nuestra novia. Y donde quiera que ellos estén, el paisaje que acaricia sus almas, el aire que circunda sus frentes, los seres humanos que como nosotros han sufrido el influjo de esos nuestros grandes amores, su patria, en fin, es a la vez la patria nuestra. Cada metro cuadrado de tierra ocupado por un hombre de bien, es un pedazo de nuestra tierra. ... -Traza, hijo mío, las fronteras de tu patria con la roja sangre de tu corazón. Todo aquello que la oprime y asfixia, a mil leguas de ti o a tu lado mismo, es el extranjero. ... -Dondequiera que veas brillar un rayo de amor y de justicia, corre a ese lugar con los ojos cerrados, porque durante ese acto, allí está tu patria.
Del cuento La patria, de Horacio Quiroga