2. El origen del hombre y el mito de las edades. Prometeo. Pandora. El diluvio universal. Pygmalión. 2.1 El origen del hombre y el mito de las edades. En todas las mitologías, en tanto que son intentos de explicar el mundo y sus enigmas, encontramos unos capítulos dedicado a los orígenes de la humanidad. En el caso de la mitología griega el origen del hombre no tiene una única explicación. Vemos cómo unas veces aparecen modelados de barro, como en el Génesis, otras veces surgen de las piedras lanzadas a la tierra, o incluso al sembrar dientes de dragón. En casi todos los casos la intervención de la madre primigenia Gea, la tierra, parece fundamental. En la mitología clásica encontramos bastantes hombres autóctonos, es decir «nacidos de la tierra». En este punto hay que precisar: a) Los que nacen espontáneamente del suelo, por ejemplo los primitivos reyes atenienses Cécrope y Cránao. b) Nacidos de la tierra pero sembrada ésta, o fecundada, de alguna manera. Tal es el caso de los Espartos, que brotaron de la tierra después de sembrar en ella -Cadmo en la futura Tebas y Jasón en la Cólquide- los dientes de un dragón. O el de Erictonio, que nació de la tierra pero fecundada por el semen del dios Hefesto. Además de los dos orígenes que hemos mencionado, encontramos en la mitología clásica hombres que nacieron de otras diferentes maneras: 1) Hombres fabricados por Prometeo con barro, a imagen de los dioses. Según algunas fuentes Prometeo creó un solo hombre; según otras, hombres en plural. En algunas se dice que creó solamente varones; en otras que modeló hombres y mujeres. Según esas leyendas, Prometeo hizo a los hombres de arcilla y una vez modelados, la diosa Atenea les insufló el aliento vital. 2) Hombres nacidos de las piedras. Tal es la reproducción del género humano que realizaron, después del diluvio universal, Deucalión y su esposa Pirra. Por orden divina, ambos esposos caminaron con la cabeza cubierta y arrojaron piedras tras de sí. Las que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres, las que arrojó Pirra en mujeres. 3) Hombres que nacen de árboles. Aquí hay que tener bien en cuenta: a) que los árboles en griego son del género femenino (ello explica las numerosas metamorfosis de mujeres en árboles), b) que hay ninfas que son los espíritus de los árboles. En Hesíodo, Trabajos y Días 1
se dice que los fieros hombres de la edad de bronce nacieron de los fresnos. Las ninfas de estos árboles, las llamadas "ninfas melias", nacieron de la sangre de Urano cuando fue castrado por Crono. 4) Hombres que proceden de metamorfosis de hormigas. Tal era el origen de los mirmídones de Egina.
Estrechamente ligado a la aparición del hombre hay un precioso mito que nos habla de la degeneración de la raza humana y que se conoce con el nombre de mito de las edades. La idea mítica de las edades es un tema recurrente en varias culturas. En nuestro caso, la tradición grecolatina, la distintas edades son clasificadas con nombres de metales: en primer lugar la edad de oro, el más valioso, después la plata, el bronce, y por último el hierro, el metal más vil. Esta jerarquía se ha convertido en un tópico, así hablamos del Siglo de oro de las letras hispana, o de la edad de oro del pop español, por ejemplo. La primera elaboración del mito la encontramos en el s. VIII a. C. merced al poeta griego Hesíodo (Los trabajos y los días, 109-111): “Ahora si quieres te contaré brevemente otro relato, aunque sabiendo de las edades bien -y tu grábatelo en el corazón- cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen. Al principio los Inmortales que habitan mansiones olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquellos en tiempos de Cronos, cuando reinaba en el cielo; vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males(…) En su lugar una segunda estirpe mucho peor, de plata, crearon después los que habitan las mansiones olímpicas, no comparable a la de oro ni en aspecto ni en inteligencia. Durante cien años el niño se criaba junto a su solícita madre pasando la flor de la vida, muy infantil, en su casa; y cuando ya se hacía hombre y alcanzaba la edad de la juventud, vivían poco tiempo llenos de sufrimientos a causa de su ignorancia; pues no podían apartar de entre ellos una violencia desorbitada ni querían dar culto a los Inmortales ni hacer sacrificios en los sagrados altares de los Bienaventurados, como es norma para los hombres por tradición. A éstos más tarde los hundió Zeus Crónida irritado porque no daban las honras debidas a los dioses bienaventurados que habitan el Olimpo (…). Otra tercera estirpe de hombres de voz articulada creó Zeus padre, de bronce, en nada semejante a la de plata, nacida de los fresnos, terrible y vigorosa. Sólo les interesaban las luctuosas obras de
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Ares y los actos de soberbia; no comían pan y en cambio tenían un aguerrido corazón de metal. [Eran terribles; una gran fuerza y unas manos invencibles nacían de sus hombros sobre robustos miembros.] De bronce eran sus armas, de bronce sus casas y con bronce trabajaban; no existía el negro hierro. También éstos, víctimas de sus propias manos, marcharon a la vasta mansión del cruento Hades, en el anonimato. Se apoderó de ellos la negra muerte aunque eran tremendos, y dejaron la brillante luz del sol. Y ya luego, desde que la tierra sepultó también esta estirpe, en su lugar todavía creó Zeus Crónida sobre el suelo fecundo otra cuarta más justa y virtuosa, la estirpe divina de los héroes que se llaman semidioses, raza que nos precedió sobre la tierra sin límites. A unos la guerra funesta y el temible combate los aniquiló bien al pie de Tebas la de siete puertas, en el país cadmeo, peleando por los rebaños de Edipo, o bien después de conducirles a Troya en sus naves, sobre el inmenso abismo del mar, a causa de Helena de hermosos cabellos (…) Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males. Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes. El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses —no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia—, y unos saquearán las ciudades de los otros]. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables. Es entonces cuando Aidos y Némesis, cubierto su bello cuerpo con blancos mantos, irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres; a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal.”1
En este fragmento tenemos, como hemos dicho, la primera elaboración del mito, que con alguna pequeña variación versificará siete siglos más tarde el poeta romano Ovidio:
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Hesíodo, Trabajos y días, 106- 201. Traducción de Aurelio Pérez Jiménez, Hesíodo, Obras. Biblioteca Básica
Gredos, Barcelona, 2000, 70-74.
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“La primera en brotar fue la edad de oro, la cual, sin ley ni rey, espontáneamente, practicaba la buena fe y la justicia. (...) Por su parte, la tierra, inmune, sin que la azada la tocase ni la hiriese arado alguno, todo lo daba de por sí, y, contentos los hombres con los manjares que sin obligarla nadie criaba ella, cogían los frutos del madroño y fresas de los montes y endrinas, y las moras que se apretaban en los ásperos zarzales y las bellotas que habían caído de las extendidas ramas del árbol de Júpiter. La primavera era eterna y los plácidos céfiros acariciaban con sus tibios soplos las flores nacidas sin semilla. Luego que, echado Saturno al tenebroso Tártaro, estuvo el mundo sometido a Júpiter, vino la edad de plata, peor que la de oro, pero de más valía que la del rojizo bronce. Júpiter acortó la duración de la antigua primavera, y, con los inviernos, los veranos, los desiguales otoños y una primavera breve, hizo el año de cuatro estaciones. (...) Las semillas de Ceres fueron entonces por vez primera soterradas en largos surcos y, oprimidos por el yugo, gimieron los novillos. Después de aquélla surgió, en tercer lugar, la edad del bronce, más cruel en ingenios y más pronta a los horribles combates, aunque no criminal. La última es la que está hecha de duro hierro (...): huyeron el pudor, la verdad, la buena fe, y en su lugar se introdujeron los fraudes, los engaños, las insidias, la violencia y la criminal ansia de poseer.”2
El mito de las edades refleja la primitiva concepción griega del tiempo histórico que, en el plano mítico, revisa el pasado de la humanidad como una sucesión de etapas en degradación. Partiendo de la estirpe de oro, que disfrutaba de unas óptimas condiciones de vida, se van sucediendo distintas edades en decadencia (plata, bronce, héroes y hierro). La estirpe de hierro se asocia al presente del autor (último cuarto del siglo VIII a.C.) y su negro futuro vaticina un final en el que la humanidad, abandonada a su suerte por los dioses, habitará un mundo de sufrimientos y maldad, visión extraordinariamente apocalíptica. Este mito, con claros precedentes orientales, postula una visión del tiempo histórico en decadencia, que sitúa su referente de perfección en el pasado más remoto, en los orígenes, por lo que sólo la vuelta al pasado o la renovación del ciclo permite albergar esperanzas. Este planteamiento conservador ha sido dominante en la Historia, como podemos observar en la propia Biblia. Los dos relatos el griego y el romano son muy similares, sobre todo en la descripción de la primera edad y la última. La principal diferencia estriba en la interpolación por parte de Hesíodo de la estirpe de los héroes entre la edad de plata y la edad de bronce. Las referencias a este mito aparecen en otros autores grecolatinos. En Virgilio tenemos algunos ejemplos:
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Ovidio, Metamorfosis, I
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“Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelven la virgen Astrea y los tiempos en que reinó Saturno; ya una nueva raza desciende del alto cielo. Tú, ¡oh casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el cual concluirá, lo primero, la edad de hierro, y empezará la edad de oro en todo el mundo. (...) Para ti, ¡oh niño!, producirá en primicias la tierra inculta hiedras trepadoras, nardos y colocasias, mezcladas con el risueño acanto. Por sí solas volverán las cabras al redil. (...) Mas luego, llegado que seas a la edad viril, el nauta mismo abandonará la mar y cesarán en su tráfico las naves; todo terreno producirá todas las cosas. “3 “Antes del reinado de Júpiter no había labradores que arasen los campos, ni era lícito acotarlos o partir límites en ellos; todos los aprovechaban para su sustento, y la tierra misma daba de grado, más liberalmente que ahora, todos los frutos. (...) Entonces, en fin, nacieron los varios oficios: todo se venció a la fuerza de un ímprobo trabajo y de la necesidad, que nos obliga a las cosas más duras.” 4
En el fragmento de la Égloga IV Virgilio anuncia el advenimiento de una nueva edad de oro con la vuelta de la Justicia (la virgen Astrea) a la tierra. Como es bien sabido, con estos versos Virgilio cantaba la llegada al poder de Augusto. Uno de los tratamientos del mito más conocidos en nuestra literatura lo tenemos en Cervantes, con evidentes reminiscencias hesíodicas: “ Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones: - Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados (...). Eran en aquella época todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. (...) Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. (...) No había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen.”5
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Virgilio, Egloga IV Virgilio, Georgicas I 5 Miguel de Cervantes, El Quijote,I,11 4
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2.2 Prometeo y Pandora Prometeo es un personaje complejo, que ha recibido tratamientos muy distintos en la literatura desde Hesíodo, a Esquilo y Platón, y que ha sido objeto de múltiples interpretaciones. Por su linaje es hijo de un Titán, Japeto, y por la tanto primo de Zeus. No es un Titán propiamente dicho pero lo llaman Titán. Tampoco pertenece a la generación de los Olímpicos. Su lugar en el mundo de los dioses es ambiguo, tanto que en alguna leyenda posterior se le considera mortal (episodio del centauro Quirón)6. Prometeo es astuto y rebelde, y valiéndose de su astucia se atreve a desafiar al mismo Zeus. El papel del Japetonida en la mitología esta unido a la humanidad, de la cual se le considera el creador. Él es quien protege y vela por sus débiles y frágiles criaturas, y es por defenderlas y protegerlas por lo que desafiará al todopoderoso Zeus, y será posteriormente castigado. La historia de Prometeo presenta similitudes y puntos de encuentro con los mitos sobre el origen de la humanidad y de la civilización en otras culturas. El mito explica en parte el origen del hombre y la mujer, la culpa o pecado original, y el origen del mal. El paralelismo con el Génesis bíblico es manifiesto: creación del hombre a partir del barro, el desafío al dios supremo, la mujer como origen del mal (Eva/Pandora), el castigo, el diluvio universal. Tres son lo autores de los grandes relatos del mito de Prometeo en la literatura griega, bastante distantes en el tiempo, y distintos en el tratamiento del mito: Hesíodo en el siglo VIII a. de C., Esquilo en la tragedia Prometeo encadenado (hacia el 430 a. de. C.), y Platón en su diálogo Protágoras (hacia el 385 a. de C.). El reparto de Epimeteo “Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses modelaron de las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combina con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y a Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución. ‘Una vez haya que yo haya hecho la distribución, tú la supervisas’. Con el permiso de este comienza a distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que para aquellas, a loas que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. (…) Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin 6
El centauro Quirón había sido herido involuntariamente por una flecha de Heracles. Esas flechas, envenenadas con la bilis de la hidra de Lerna, tenían la propiedad de que al menor rasguño producían la muerte en el que recibía la herida. Pero Quirón, hijo de Zeus, era un ser inmortal y por ello no podía morir. Mas, a causa de la herida, sufría terribles dolores que, dada su inmortalidad, no habían de tener final. Deseaba, por tanto poder morir y de esa forma acabar con sus dolores. Para que ello fuera posible y el número de los inmortales permaneciera inmutable, debía cambiarse por algún mortal. Prometeo fue el elegido.
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equipar a la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego y se la ofrece así como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. (…) El hombre, una vez que participó de una porción divina, fue el único de los animales que a causa de este parentesco divino, primero reconoció a los dioses y comenzó a erigir altares e imágenes los dioses. Luego, adquirió rápidamente el arte de articular sonidos vocales y nombre, e inventó viviendas, vestidos, calzados, abrigos, alimentos de la tierra.”7
En este relato Platón se sirve del mito para dar una explicación del origen de la diferencia fundamental entre las bestias y el hombre. La capacidad política, entendiendo política en su sentido originario, relativo a la polis, la ciudad. Platón atribuye a Epimeteo, el hermano torpe, la distribución de las distintas facultades entre los seres vivos. El hermano de Prometeo no demuestra una total ineptitud, pues salvo el lapsus que comete con el hombre, el resto de la distribución tiene sentido, es un intento de mantener un equilibrio entre los distintos animales. El relato de Platón no pertenece a los mitos primitivos, y parece un añadido en el mito originario transmitido por Hesíodo. El engaño de Mecone “Ocurrió que cuando dioses y hombre mortales se separaron en Mecone, Prometeo presentó un enorme buey que había dividido con ánimo resuelto, pensando engañar la inteligencia de Zeus. Puso, de un lado, en la piel, la carne y ricas vísceras con la grasa, ocultándolas con el vientre del buey. De otro, recogiendo los blancos huesos del buey con falaz astucia, los disimuló cubriéndolos de brillante grasa.”8
Hesíodo nos muestra cómo Prometeo intenta un doble engaño a Zeus, el fin que le mueve no es otro que cuidar a esa criatura desvalida que es el hombre. El primero de ellos tiene lugar en la llanura de Mecone. Se encarga Prometeo de hacer la distribución de las partes, entre los hombres y Zeus, en el sacrificio de un buey. Cubrió los huesos con la aparente y apetecible grasa, y la ocultó carne con la piel y las tripas del animal. Así presentadas las dos partes, dejó a Zeus escoger en primer lugar, éste toma la parte más atractiva del montón, la grasa que esconde en su interior la osamenta de la res. Zeus es conocedor del engaño pero acepta las reglas del juego. Este episodio ejemplifica la relación de los hombres con los dioses a través del 7 8
Platón: Protágoras, 320d-321d Hesíodo: Teogonía, 535-543
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sacrificio. A partir de ahora los hombres comerán la carne de los animales sacrificados y quemaran para los dioses los huesos y despojos de la res. Aparentemente Prometeo ha engañado a Zeus, que ha elegido el montón peor, pero hay otra lectura en este reparto. Los hombres han recibido la parte comestible del animal sacrificado porque los humanos necesitan comer. Los hombres no tienen la autosuficiencia de los dioses, necesitan proveerse de los recursos energéticos del mundo que les rodea. Los dioses no necesitan comer, sólo ingieren néctar y ambrosía, metáfora poética del pan y el vino, que confieren la inmortalidad.
En el
reparto de Prometeo, los huesos del animal representarían la parte inmortal pues son incorruptibles y forman la arquitectura del cuerpo, la carne, por el contrario, se corrompe y se deshace. Es decir la parte incomible del animal, sería su parte no mortal, lo que más se acerca a lo divino. Los huesos contienen ese líquido que, para los griegos, está relacionado con el cerebro y con la simiente masculina, el tuétano. La parte escogida por Zeus es la vitalidad de la bestia, mientras que el hombre recibe la carne, al animal muerto. En definitiva, los hombres tienen que alimentarse de cadáveres. El reparto simboliza el carácter mortal del hombre frente a la inmortalidad de los dioses. Prometeo no ha engañado a Zeus, pero para Zeus resulta evidente que ha querido engañarlo. Por lo que decide castigarlo, a él y a sus protegidos, los hombres. El robo del fuego “Los dioses tenían los medios de vida ocultos a los hombres, pues de otra manera hubiera sido fácil trabajar durante una jornada de forma que pudiera hallarse sustento para un año incluso estando sin trabajar (…) Entonces Zeus, enfadado en su corazón, ocultaba esto, ya que le había engañado el astuto Prometeo. Por esta causa había planeado luctuosos males para los hombres, y por esto les ocultó el fuego.” 9
Después del engaño de que ha sido objeto Zeus decide negar a los hombres el fuego y el trigo. Hasta entonces los hombres disponían libremente del fuego merced al rayo de Zeus. La privación del fuego supone un gran contratiempo para los hombres, no sólo le proporciona calor, sino les es necesario para poder comer, los humanos no comen carne cruda, deben 9
Hesiodo: Trabajos y días, 42-58
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cocinarla y para ello necesitan el fuego. El astuto Prometeo con un tallo de hinojo, de color verde intenso se pasea con indeferencia se pasea por el cielo. El hinojo a diferencia de la mayoría de las plantas es húmedo y verde por fuera pero seco por dentro. Prometeo se apodera de una semilla del fuego de Zeus (o bien del carro del sol) y la introduce en el hinojo, que comienza a arder por dentro a lo largo de su tallo, baja a tierra y entrega su preciado botín a los hombres. Ha vuelto a traer el fuego, pero este fuego es de naturaleza distinta. El fuego que Zeus había ocultado era un fuego celestial, un fuego inmortal, nunca disminuye ni desaparece. El fuego de que ahora disponen los hombres es una semilla de fuego, un fuego que ha nacido, y por lo tanto mortal. Hay que mantenerlo y vigilarlo, porque si no se apaga. El fuego prometeíco es un fuego “técnico”, fuego intelectual que diferencia a los hombres de los animales y consagra sus caracteres de criaturas civilizadas. Cuando Zeus se da cuenta de la nuevo engaño de Prometeo, al ocultar el fuego den el interior del tallo de hinojo, se enfurece, y decide por un nuevo castigo, más sutil. Pandora “Modelo de tierra el ilustre Patizambo un a imagen con la apariencia de casta doncella por voluntad del Crónica. (…) Luego que preparo el bello mal, a cambio de un bien la llevó donde estaban los demás dioses y los hombre, engalanada con los adornos de la diosa de ojos glaucos, hija de poderoso padre; (…) Pues de ella desciende la estirpe de femeninas mujeres, gran calamidad para los mortales.” 10
El padre de los dioses ordena a Hefesto que fabrique el ser más encantador de la creación, la mujer. A la tarea de crear este ser se unen otros dioses, entre ellas Atenea y Afrodita. Hermes será el encargado de dar vida y conferirle la fuerza y la voz de un ser humano. Esta primera mujer recibe el nombre de Pandora (“todo regalos” o “regalo de todos”), y es ofrecida como regalo a Epimeteo, quien había sido advertido por Prometeo de que no aceptara regalo alguno de Zeus. Pero Epimeteo no pudo resistir la atracción y la belleza de esta primera mujer. Los dioses habían
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Hesíodo: Teogonía, 560-590
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puesto en ellas todas las mañas y artes femeninas (Atenea), “la gracia y el cruel deseo y las penas de amor que devoran el cuerpo” (Afrodita), la facundia y el engaño (Hermes), etc. Esta primera mujer, como la Eva bíblica, trae el mal a la humanidad por desoír una prohibición. Hay una caja, o vasija, que no debe ser abierta bajo ningún concepto, Pero a Pandora le puede la curiosidad, e intenta ver qué hay en su interior. Al entreabrir la tapa salen en estampida todos los males de la humanidad. Pandora aterrorizada a penas tiene tiempo de cerrar la caja, cuando en ella tan sólo ha quedado en el fondo, la Esperanza. El hecho de que la Esperanza estuviera en esa caja que en principio contenía males, ha dada lugar a diversas conjeturas. Unos dicen que la caja contenía tanto los bienes como los males. Pero debemos considerar que para el espíritu griego la esperanza no es un bien en sí mismo, sin un mal. La esperanza, la confianza en el futuro nos puede generar una gran infelicidad y por lo tanto no es un bien, sino un mal. La historia de la caja de Pandora tiene mucha similitud con el pecado original bíblico: la primera mujer, la prohibición, la desobediencia y el castigo.
Pigmalión Pigmalión rey de Chipre, además de ser sacerdote y rey, era también un magnífico escultor. Su obra superaba en habilidad incluso a la de Dédalo, el célebre constructor del laberinto. Durante mucho tiempo, Pigmalión había buscado una esposa, cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al fin decidió que no se casaría, y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas. Ofrecería después sus obras maestras a Afrodita. Era tal la fuerza del sentimiento y de la inspiración cuando trabajaba el mármol, que su mano parecía guiada por un poder mágico. La primera estatua fue la de una joven, a la que llamó Galatea, tan perfecta y tan hermosa, que Pigmalión se enamoró de ella perdidamente. Soñó que la estatua cobraba vida. Ovidio poetizó así el mito en el libro X de las Metamorfosis: «Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.»
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Pigmalión despertó: en lugar de la estatua se hallaba Afrodita en persona, que le dijo «Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal».
La profecía autocumplida o Efecto Pigmalión
La figura de Pygmalión ha dado lugar a un concepto fundamental en psicología que fue observado por Robert Merton (4) y que hace referencia a la idea de lo que un juicio puede lograr en la realización de un acontecimiento, dando lugar en muchos casos a la llamada profecía autocumplida. Es decir, se llama efecto Pigmalion al hecho de que los juicios que tenemos sobre las personas, cosas, situaciones e incluso sobre nosotros mismos tiendan a convertirse en realidad (en afirmaciones). Para ejemplificar se pueden traer algunos de los experimentos que Robert Rosenthal y Lenore Jacobson realizaron en 1968 bajo el titulo” Pigmalion en el aula”(5) quienes se destacan por sus interesantes investigaciones sobre el tema. En uno de sus experimentos Rosenthal y Jacobson tomaron al azar una serie de alumnos de una escuela y dieron sus nombres a los profesores, informándoles falsamente que en los test habían salido superdotados, cuando la realidad era que habían salido simplemente más o menos normales. Lo sorprendente fue que al cabo de ocho meses, dichos alumnos obtuvieron un rendimiento escolar realmente de superdotados. ¿Qué es lo que había pasado? Pues que la expectativa de los profesores y cómo se habían relacionado con dichos alumnos, había facilitado, o sea, "estimulado", el aumento de rendimiento en ellos. Las profecías que se autocumplen son un fenómeno que no sólo se da en el mundo de "lo vivo". También se da incluso en las ciencias físicas. En física cuántica hay una controversia planteada sobre si electrón se comporta como una onda o como una partícula. La paradoja es que parece que se comporta como las dos cosas. Todo
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depende de las ideas previas del experimentador que hace el experimento. Si el experimentador piensa que el electrón se comporta como una onda, lo que consigue es demostrar que éste se comporta como una onda, y a la inversa. Es decir, que el experimentador al hacer el experimento "altera" el comportamiento del electrón según lo que "espera" obtener. El físico John Wheeler ha expresado: "Creo que, a través de nuestro propio elegir y plantear conscientemente cuestiones relativas al universo, provocamos en cierta medida los mismos fenómenos que tienen lugar ante nosotros". Peter Senge en La 5º disciplina trae este tema cuando habla de los procesos reforzadores, y al respecto afirma “algunos procesos reforzadores son círculos viciosos donde las cosas empiezan mal y terminan peor. La crisis de la gasolina es un ejemplo típico: el rumor de que la gasolina iba a escasear indujo a la gente a ir a la gasolinera local para llenar el tanque. Cuando la gente empezó a ver hileras de coches, se convenció de que la crisis era real. Luego sobrevinieron el pánico y el acaparamiento. Todos llenaban el tanque apenas vaciaban la cuarta parte, para no ser sorprendidos por surtidores vacíos. Una corrida bancaria es otro ejemplo, así como las guerras de precios. “ Estos círculos viciosos son los que explican en parte el proceso de Pigmalion negativo, en palabras de Merton:” subyacente a estos procesos hay un principio de retroalimentación; un sistema adaptado insegura o erróneamente se conduce el mismo a un equilibrio con su entorno sin corregirse el mismo sobre la base de sus efectos, sino encontrando sus efectos reforzados y con esto ofreciendo oportunidades para nuevas causas.” Pero también hay círculos virtuosos, ciclos que se refuerzan en direcciones deseadas. El caso de Rosenthal con los alumnos de escuela es un circulo virtuoso, o Pigmalion positivo.
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