1_deseo A La Ley

  • November 2019
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LA VERDADERA FUNCION DEL PADRE ES UNIR UN DESEO A LA LEY Marc Strauss EL LUGAR DEL OTRO Desde el comienzo de su enseñanza, Lacan afirma la anterioridad y la preeminencia del Otro sobre el sujeto. Incluso antes de que un niño nazca, las relaciones entre sus genitores están organizadas por la palabra: se sitúan dentro del marco de las «leyes del lenguaje». Las circunstancias que presidieron el encuentro de su padre y su madre, la historia propia de éstos, forman ya una constelación que antecede a su misma concepción. «Ello habla de él» de múltiples maneras, El niño es esperado con esperanza o con temor. Se impone o es demandado, así como puede demandarse la ayuda de la ciencia para su llegada. El momento de su arribo no es indiferente: puede producirse, por ejemplo, tras el duelo de un allegado, o incluso suceder a un hijo mayor del que lo separa una diferencia de edad significativa para uno de sus padres. Será dotado de un nombre de pila en el cual sus padres se ponen de acuerdo y, de una manera que excede a la intención de unos y otros, de un nombre propio, etc. Toda una historia de generaciones, de leyendas familiares invocadas, de deberes alegados, de esperanzas más o menos claramente formuladas. En este ámbito; que es cualquier cosa menos indiferenciado; va a ser sumida la crin de hombre y en él tendrá que «subjetivar». Es decir, hacer suya su historia para encontrarse en ella, para ubicarse en ella. Este lugar donde se inscribe el «tesoro de la lengua» que se dirige al sujeto, es el que Lacan denomina lugar del Otro. Así pues, mucho más que servir para la comunicación y la comprensión de los mensajes, el lenguaje tiene esencialmente por función identificar al sujeto. Sólo este efecto de identificación le permitirá contarse en «el orden simbólico» situándose como mortal y sexuado. La primera forma organizada de este proceso de constitución subjetiva propuesta por Lacan es; como hemos visto; el Estadio del espejo. El niño, infans, prematuro en lo que atañe a la apercepción de su unidad, va a aprehenderse en una imagen totalizada de sí mismo, que él intercepta. Se presenta una figura, como una imagen ideal de él mismo, que lo arrebata, en el júbilo de una culminación, al mismo tiempo que esta imagen no puede sino sustraerse a su captura, presa inasible con la que él no puede sino identificarse, sin llegar a alcanzarla jamás. Para que el Estadio del espejo opere, es preciso que a ese espejo del Otro le dé un marco, marco que no puede ser de imágenes que se remitirían la una a la otra al infinito, sino que es de orden simbólico. Es la arquitectura en el Otro la que ordena, organiza el mundo imaginario en que el sujeto se aliena como Yo, dando sus reglas y sus límites a sus juegos, ya sean de prestancia, rivalidad o pavoneo amoroso. Este Otro tiene sus leyes propias, y Lacan, volviendo a Ferdinand de Saussure y a Roman Jakobson, las desarrolló extensamente como las leyes mismas del significante.

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La articulación, la combinatoria significante, los juegos de metáfora y metonimia son lo que reaparece en el descubrimiento freudiano del inconsciente y de su sintaxis, así como Freud la describió en los tres trabajos esenciales que son: La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana. Mientras que el uso de los términos «significante» y «significado» remite al Curso de lingüística general de Saussure, el ejemplo de una simbólica de los dones intercambiados entre hombres, en este caso los Argonautas, da sostén al significante en el Informe de Roma: «Porque esos dones son ya símbolos, en cuanto que símbolo quiere decir pacto, y en cuanto que son significantes del pacto que ellos constituyen como significado» (Escritos, pág. 272). La que predomina en la primera definición del significante dada por Lacan es una acepción más antropológica que lingüística. En 1957, en «La instancia de la letra el inconsciente o la razón desde Freud», se dan a conocer las definiciones fundamentales que marcan este periodo, al que se ha llamado «lingüístico», de la teoría lacaniana. De hecho, en ellas se abre más claramente la distancia con las teorías de los lingüistas. Se insiste en el algoritmo saussuriano S/s: S significante sobre s significado Pero mientras que en Saussure estos dos elementos, puestos así en relación, constituyen. la entidad del signo, cuya cohesión no es alterada por la variación del uno o del otro, para Lacan toda la clave está en la barra que. los separa, por el corte que ella introduce en el signo. Esta barra es definida como «resistente a la significación». El significante no representa al significado. Representa al sujeto para otro significante. Están ustedes, dirá por ejemplo Lacan, en un desierto. Encuentran una inscripción en una piedra. Si la consideran como una inscripción y no como un cierto arañazo producido por el viento, vuestra primera reacción será sin duda la de Robinson Crusoe al ver huellas de pisadas en una isla desierta. Es un hombre el que ha escrito eso, dirán ustedes. Y se pondrán a indagar qué quiso decir, y hasta qué quiso decirles a ustedes. Entonces tengan la seguridad que girarán en redondo y de que cometerán todos los errores del mundo. Por el contrario, si renunciando a ponerse en el lugar de ese hombre, que es tan sólo el producto de vuestra imaginación, intentan cotejar ese signo con otros signos - de la misma escritura, o de otra-, estarán, con más suerte, en el camino en el que estaba Champollion cuando descubrió los jeroglíficos, Champollion disponía de la articulación de los jeroglíficos entre sí y de una piedra que contenía un mismo texto (el sujeto supuesto por Champollion) escrito en tres escrituras diferentes (la piedra Roseta). «Este método se impone tratándose del significante, dice Lacan, puesto que la articulación, lo subrayo sin cesar, le es en suma consustancial: en el mundo no se habla de articulación sino porque está el significante» (Ornicar? n° 24, pág. 13 ) Así pues, la operación consiste en dejar de lado el signo para acceder al orden de los significantes que representan al sujeto cada uno para otro: Pero entonces el sujeto no es, en este ejemplo, el egipcio que habrá trazado el signo sobre la piedra, sino el sujeto al que ustedes atribuirán que este mensaje de piedra le vuelve del Otro, siendo aquí el Otro el orden de los jeroglíficos o lengua egipcia. METÁFORA O METONIMIA

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Lo mismo cabe decir del lenguaje inconsciente, aquel que está escrito como un lenguaje en el inconsciente. Freud no procede de otro modo en La interpretación de los sueños, y en él la comparación con los jeroglíficos es permanente. ¿Acaso no se consideraba un poco como el Champollion del inconsciente? Para Lacan, el corte instalado en el signo conduce, pues, a la autonomía del significante, a su primacía sobre el significado; y simultáneamente a su redoblamiento, como lo demuestra el célebre dibujito insertado en "La instancia de la letra" (Escritos, pág. 499) donde se ven dos puertas gemelas sobre las cuales se lee "HOMBRES; DAMAS". HOMBRES

DAMAS

«Se ve que, sin extender mucho el alcance del significante interesado en la experiencia, o sea redoblando solamente la especie nominal sólo por la yuxtaposición de dos términos cuyo sentido complementario parece deber consolidarse por ello, se produce la sorpresa de una precipitación del sentido inesperada: en la imagen de dos puertas gemelas que simboliza con el excusado ofrecido al hombre occidental para satisfacer sus necesidades naturales fuera de su casa, el imperativo que parece compartir con la gran mayoría de las comunidades primitivas y que somete su vida pública a las leyes de la segregación urinaria». Pero si de este modo nos acercamos, a través de las relaciones que los significantes mantienen por encima de la barra del algoritmo, a la noción de cadena significante; otros dos términos nacidos en el mundo lingüístico vienen precisar su funcionamiento: metáfora y metonimia, que reciben de este modo un tratamiento específicamente lacaniano. En la retórica clásica estas dos figuras se vinculaban con el pensamiento lógico, donde el locutor, el poeta casi siempre, seguía siendo amo de la significación producida. Para Lacan no sucede así, la metonimia está íntimamente ligada a los significantes, con abstracción de su significación. La metonimia se apoya en el «palabra a palabra» de la conexión de los significantes. El ejemplo de «treinta velas» utilizado para «treinta veleros» viene a ilustrarlo, avalado por la observación de que es raro que un velero tenga sólo una vela, lo cual imposibilita apreciar la importancia de la flota. «Vela no es un signifícante conectado a un significado, navío, sino que está ligado a navío como significante». Así pues, la metonimia parece ser la figura de estilo que expresa la relación entre los significantes en la cadena significante. Pero de las dos figuras, la metáfora será la que permita el surgimiento del sentido.

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Un verso de Víctor Hugo tomado de Booz endormi guía la demostración: «Su gavilla no era avara ni rencorosa...» La contigüidad entre Booz y su gavilla podría hacer pensar en la metonimia, pero el surgimiento de sentido especifica la utilización por Lacan del término de metáfora. Lacan explica que la metáfora no brota de dos imágenes, es decir de dos significantes igualmente actualizados como en la metonimia, sino entre dos significantes, «de los cuales uno se ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena significante, mientras el significante oculto sigue presente por su conexión (metonímica) con el resto de la cadena» (Escritos, pág. 507). Tomando un título de Jean Tardieu, Lacan señala que la fórmula de la metáfora es «una palabra por otra». En esta sustitución de un significante a otro el sentido no resulta salvaguardado sino por el contrario, abolido. El nombre de Booz no resurge jamás tal como era antes. Sólo el momento de la pérdida dei sentido permite el advenimiento de un sentido nuevo, y este sentido que aparece mientras que «el donante ha desaparecido con el don», es la fecundidad que Booz, noble anciano, recibe en un contexto sagrado de su advenimiento a la paternidad... La metáfora parece particularmente propicia para dar cuenta del síntoma, como veremos en su momento, pero Lacan indica también la eficacia de la metáfora poética para realizar la significación de la paternidad, puesto que ella reproduce el acontecimiento mítico por el cual «Freud reconstruyó la andadura, en el inconsciente de todo hombre, del misterio paterno» (Escritos, pág. 508). Aquí hallamos el alcance del Nombre-del-padre como metáfora. Las leyes del gran Otro que hacen «al inconsciente estructurado como un lenguaje» ¿a qué conducen, en efecto, al sujeto? A encontrar en su identificación ciertos límites, ciertos topes lógicos. Si el Otro es el lugar donde primeramente ello habla, llegado el caso de él y para él, esto no puede darse sin la puesta en función de la dimensión esencial de la verdad. El Otro es, por supuesto, el garante de la Ley, y con ello la referencia tercera a la verdad en el encuentro con el semejante. Pero si bien es garante del pacto simbólico no por eso deja de chocar con un imposible, el de articular aquello que funda su propia garantía. Como sucede con el teorema de Goëdel en las ciencias, en la lógica del significante la Ley puede dar cuenta de todo salvo de lo que la origina. Es imposible definir la verdad, a lo sumo se puede intentar decirla: «La palabra no puede asirse a si misma; ni asir el movimiento de acceso a la verdad, como una verdad objetiva. No puede más que expresarla, y esto, de una manera mítica» ("El mito individual del neurótico", Ornicar? n° 17-18). EL OTRO DE LA LEY, EL OTRO DEL DESEO Ya en su articulo sobre El mito individual del neurótico, de 1952, Lacan parte de esta imposibilidad que afecta al sujeto. Si una palabra, en su definición, remite a otras palabras que a su vez remiten a palabras, lo cual nos da la estructura sincrónica del lenguaje, ninguna realidad exterior a este lenguaje da la significación. Al contrario del signo, el significante no es un mensaje. Así pues, no hay significante que se significaría a sí mismo.

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Si, como dice Lacan siempre que se hable durante bastante tiempo es posible hacer significar cualquier cosa a cualquier palabra, ¿qué puede entonces detener la significación? Si debido a la lengua siempre hay una palabra que falta para cerrar la cadena sobre sí misma, lo que detiene no es entonces un significante último que se igualaría a su significación; sino una función que Lacan, siguiendo a Freud, denomina «función paterna». Es el Nombre-dei-padre el que, por su operación, elide lo que él llama el Deseo de la madre, como figurando al Otro previo, para detener un orden de significación que es la significación fálica. Que el Nombre-del-padre haga elisión del Deseo de la madre muestra la particularidad respectiva de ambos. La madre "lacaniana", ese Otro previo, es un personaje profundamente inquietante. Para ella y el niño, ningún sueño de completud en el interior de una vacuola que los engloba, separados del mundo en una efusión bienaventurada. Sus idas y venidas, sus esperas, sus reprimendas, sus incitaciones, todas las manifestaciones de su presencia no tienen en sí mismas otro sentido que el de su capricho. A este mundo hecho de cualquier modo, imprevisible y enloquecedor, le hace falta un principio organizador. Ese principio es la función paterna. Ella es la clave de la significación a partir de la cual el mundo incoherente cobra sentido. Esa arbitrariedad insensata del Nombre-del-padre es lo que funda la Ley y permite el sentido a partir del cual las significaciones se ordenan como sexuales. Este Nombredel-padre es, por lo tanto, una pura función lógica que es a la vez significante en el Otro y significante del Otro. Ella es la inscripción de la Ley fundamental que engloba las leyes del intercambio simbólico, las generaciones, el reconocimiento del sujeto como sexuado y mortal. Esta función metaforiza la oscura voluntad del Otro en deseo soportado por el significante, deseo que abre a la dialéctica del deseo del Otro y del deseo del sujeto. Como puede verse, esta estructuración en un Otro previo y el significante de esta Ley se sitúa entera en el registro de lo simbólico. Ella deja en una posición segunda las figuras de la realidad con su particularidad o sus defectos propios que son llamadas por el sujeto a encarnarlas. Lo cual no quiere decir que la realidad de los personajes maternos o paternos carezca de incidencia en las consecuencias de este dispositivo simbólico. El imposible recubrimiento del eje simbólico y de las figuras de la realidad de la historia del sujeto es el lugar de una desgarradura, de una grieta que el neurótico debe aplicarse a colmar. Que esta función paterna esté encarnada para la madre por alguien que no es el genitor, que el propio padre se revele, como es inevitable, en falta con relación a su función simbólica, determina la manera particular en que un sujeto va a organizar su mito individual para responder a estas discordancias. Esta elaboración que pone el acento en lo simbólico da cuenta de la significación fálica por el recubrimiento de dos faltas: la falta del significante de la que hemos hablado, a la que responde el Nombre-del-padre, por una parte; por la otra, la falta posible del órgano a partir del cual se reconocen los sexos. El hecho de que los humanos se repartan entre los que son portadores de ese órgano y los que están desprovistos de él, lo torna, si la función simbólica opera,

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presente sobre fondo de ausencia o ausente sobre fondo de presencia. Esto hace de él un órgano afectado de caducidad, cesible. He aquí un desarrollo que también sigue la recta línea de Freud, quien no reconoce más que una libido, la libido masculina, lo que nosotros retraducimos por el hecho de que es con relación al falo como los dos sexos tienen que repartirse. Lacan reformuló esto de una manera más sorprendente, hacia el final de su enseñanza, diciendo que «La» mujer no existe. Es decir que a la institución del Nombre-del-padre con su efecto de significación fálica, corresponde una forclusión del nombre de La mujer. Hacemos notar que esta tesis de la preeminencia de lo simbólico que hace del Nombre-del-padre el significante de la Ley, y del Otro, un Otro del deseo, seria una concepción idealizante si no subsistiera la imposibilidad lógica de denominar esa falta en el Otro. El Nombre-del-padre, en efecto, es el garante simbólico de esa falta, pero no sutura por ello lo que falta en ese Otro, falta en decir, que tiene por nombre. el goce. El Nombre-del-padre separa, separa al sujeto y al Otro del goce, hace del Otro significante como del cuerpo del sujeto un desierto de goce salvo el goce fálico, único permitido por el significante. Pero este goce fálico no es todo el goce. Es lo que dei goce está metaforizado, significantizado. Así pues, la causa del goce, por estar fuera del significante, no es causa sexual y es por este a-sexual por lo que funda lo sexual. Esta falta en decir la causa del goce es el defecto del Nombre-del-padre que el neurótico imaginariza a propósito de su padre en su queja: «¿Por qué nos ha hecho tan mal» LA ANGUSTIA

La proximidad de esta defección donde el significante desfallece se señala clínicamente por el único afecto que, al no estar desplazado; no engaña, la angustia. La angustia señala la proximidad al goce en cuanto opuesta al deseo. Ella es lo que se apodera del sujeto cuando éste es movido a interrogarse sobre lo que el Otro quiere de él. Fuera de este momento de vacilación, el sujeto se asegura un funcionamiento homeostático gracias al fantasma. El fantasma inconsciente es lo que determina para un sujeto su realidad. Es el prisma a través del cual capta su mundo, es decir, tanto a su semejante como al compañero sexual. El fantasma es para el sujeto una respuesta que se ha forjado para precaverse del enigma del deseo del Otro, una respuesta previa que podríamos calificar de respuesta apta para todo. Ella asegura al sujeto un lugar en el Otro y le da la significación de este lugar. Vemos, pues; que el fantasma es en parte un tapón para la falta en el Otro, y en otra parte, que le es homogénea, sostén para el deseo. El fantasma instituye un Otro para el cual el sujeto sabría lo que él es; mediante lo cual sólo le queda repetir indefinidamente situaciones en las que siempre realiza, sin saberlo, esta misma respuesta. Para un sujeto, el encuentro del Otro, la posibilidad de afrontar una novedad inesperada están, como podemos ver, singularmente limitados por el giro en redondo que los carriles del fantasma preservan.

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En ciertas ocasiones hace irrupción lo imprevisto, el fantasma ya no alcanza para asegurar el encuentro del sujeto consigo mismo y entonces aparece la angustia y, llegado el caso; el desencadenamiento clínico de la neurosis, la presentación de síntomas que perturban al sujeta. Este desencadenamiento siempre tiene lugar por el encuentro del sujeto con un goce que él desconoce y que no se deja reducir a la significación fálica que el fantasma le garantiza, es obra del encuentro de un goce Otro que aquel que el sujeto cree dominar. No es raro que el desencadenamiento incluya un sentimiento impotencia para hacer frente a ese imprevisto. Se trata entonces de la comúnmente llamada depresión, que no es un afecto en si pero que marca el sacudimiento del fantasma, el desfallecimiento del sujeto y su renuncia, Así, un hombre de unos cuarenta años, tras haber obtenido con su actividad los bienes a los que cree tener derecho y la posición social que le parece necesaria para figurar en el mundo, se ve invadido, en el momento de conquistar la situación tan esperada, por un sentimiento de vacío e inutilidad, de asco e incapacidad. Para él, como para tantos otros, precisamente en el momento en que todo debería y podría funcionar bien, incomprensiblemente, ya nada funciona. 0 incluso una mujer que, tras vivir años y años a la espera del mismo hombre, puede realizar finalmente la más insistente de sus exigencias, inducirlo a que abandone todo por ella, y entonces comienza a no sentir por él ningún deseo sino, por el contrario, una irritación mezclada con .repugnancia. Lo que ocurre es que la verdad del sujeto no es la captura, a partir de sus ideales, de su imagen, de la que hemos visto que redoblaba en el Yo la alienación primera al Otro. Más aun cuando, encima de ser engañosa y de dejar al sujeto en la ignorancia de lo que funda su deseo, la imagen es imposible de capturar, en lo que sería un dominio absoluto. La verdad del sujeto, aquello que lo empuja hacia adelante más bien que aquello detrás lo cual corre, ha de ser buscada en otra parte y no en el ideal donde se hace amable a los ojos del Otro, en otra parte y no en el deslizamiento infinito de la cadena significante donde su deseo rebota. Ha de ser buscada del lado del sin-sentido del Nombre-del-padre y de lo real de un goce que para él insiste a través de sus múltiples ropajes y transformaciones. Si el neurótico dispone de este fantasma «listo para llevar», ofrecido al Otro para precaverse de la angustia, a partir de este punto de angustia Lacan distribuye los tipos clínicos de las neurosis, o sea la fobia, la obsesión y la histeria. ¿Cómo considera a la fobia? Como una placa giratoria donde el objeto fóbico es llamado como significante destinado a suplir el defecto del Nombre-del-padre, a hacer de muralla para el goce. En cuanto al obsesivo y a la histérica, tienen con la angustia ante el deseo del Otro una estrategia diferente. El obsesivo toma a su cargo el incumplimiento del padre, asegurando así a éste una función idealizada de dominio. Ante el Otro vive en el terror de que éste se sirva de ese dominio para gozar de él y en la espera de su muerte para poder gozar a su vez. A través de lo cual se le escapan sus realizaciones amorosas o sociales, por no poder alojar en ellas el menor goce, y queda impregnado por el sentimiento del fastidio producido por esta unificación del Otro. La histérica no se resigna a la primacía fálica y quiere un Otro al que no le faltaría el significante de su goce, un Otro que gozaría más allá del irrisorio y siempre frágil goce

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fálico. Ella interroga al uno para hacerle producir ese saber sobre el goce sobre el que ella quien, reinar, pero que siempre la decepciona. EL OTRO EN LA PSICOSIS El impacto de la dependencia en que se encuentra el sujeto con respecto a lo que se desenvuelve en el Otro, mueve a Lacan a aprehender la psicosis también a partir de la estructura del Otro, es decir, como un efecto dei lenguaje. Lacan rechaza las teorías orientadas a explicar la psicosis por una perturbación de las funciones en el interior de una unidad orgánica y hasta psico-orgánica. Produce el concepto de forclusión del Nombre-del-padre para dar cuenta de los efectos sobre el sujeto del trastorno de la cadena significante manifiesto en los fenómenos clínicos de la psicosis. La forclusión dei Nombre-dei-padre es la ausencia radical de esa función que significantiza, transforma en deseo inherente al desfiladero del significante la oscura voluntad del Otro. El Otro resulta ser el lugar trastornado de una voluntad que somete al sujeto a los caprichos de un goce contra el cual no puede levantar ninguna muralla. En tal o cual situación de su existencia donde se ve llamado a ocupar un lugar puramente simbólico, asegurándose de la función paterna (encuentro sexual, compromiso de su nombre en una relación socializada, servicio militar, noviazgo, etc.), no está en condiciones de hacer frente al vacío, haciendo eco sólo a la llamada al padre. Es el que se denomina momento de desencadenamiento, al que Lacan vincula la disolución del trípode imaginario que hasta entonces permitía al sujeto sustentarse en la vida. Desde el punto de vista clínico, esta situación de desencadenamiento ligada a un encuentro particular del sujeto es coyuntural y puede presentarse en cualquier momento de la vida; pero es frecuente, debido a las exigencias con ella enlazadas, que se produzca al comienzo de la edad adulta, es decir, en el momento en que el sujeto debe abandonar el ámbito protegido de su familia: Así, por ejemplo cierto sujeto masculino, hasta entonces tímido y , desasosegado como muchos otros, un día se encuentra, sin saber demasiado bien a raíz de qué cúmulo de circunstancias, durante una velada rica en estimulantes diversos, por primera vez en una cama con una mujer. La angustia se apodera de él, experimenta sensaciones de extrañeza, el mundo que lo rodea le parece bizarro y, de pronto, el retrato que cuelga de la pared se pone a insultarlo... La explosión de este fenómeno calificado en psiquiatría de elemental ese sentimiento bizarro de transformación del mundo y de él mismo, esas alucinaciones provocaran; por el efecto de pánico que suscitan y del comportamiento desordenado que los acompaña, la hospitalización. Es entonces cuando una entrevista atenta podrá reencontrar algunos de estos fenómenos discretos, aislados, en la infancia o al comienzo de la adolescencia. Al lado de ellos, el sujeto habrá llevado una vida casi normal, tal vea incluso demasiado normal en el sentido de que no es posible distinguir nada sobresaliente, nada que indique su relación particular con un deseo cualquiera.

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Para él, lo mismo que para otros, la evolución es igualmente variable. El episodio puede "cerrarse" con un retorno al estado anterior, siempre susceptible de una recaída cuando las circunstancias de la vida lo conduzcan a tener que sostenerse de la llamada al padre. Pero también puede suceder que estos fenómenos inconexos, desvinculados unos de otros, sean retomados e integrados en la elaboración de las significaciones nuevas del mundo donde hallan su explicación, y sobreviene el delirio, como lo veremos a propósito del presidente Schreber, del que Freud nos habla en uno de sus trabajos capitales y que sostuvo primero, como jurista eminente, una carrera sumamente brillante. Así, por ejemplo, nuestro sujeto podrá deducir que es objeto de un gigantesco complot internacional en el que se ve implicado a causa de los dones excepcionales que acaban de serle revelados, y decidirá consagrar su existencia a combatir las exacciones de esa organización que él es el único en haber descubierto. Solo la mayor parte del tiempo, puede suceder que convenza a una persona afectivamente cercana y aquí es donde se presenta el llamado delirio a dos, en que la convicción de uno sirve de refuerzo a la del otro, que apuntar que este delirio a dos se presenta en raras ocasiones, y casi siempre uno solo de los dos es el verdadero motor de la elaboración, mientras que, no bien se los separa, el otro deja de delirar. Se vio así a una anciana madre y su hijo, que nunca se habían separado, vagar por las carreteras perseguidos por la Mafia, cuyas exacciones veían en todas partes. El delirio a dos es excepcional porque así como la convicción del psicótico es inconmovible, apoyándose como decía uno de ellos en una realidad más real que la realidad; impermeable a los argumentos y al razonamiento de los otros, así las creencias que sostienen estas convicciones son poco convincentes a causa de su extrema singularidad. En los hospitales psiquiátricos se ha podido observar que los psicóticos no se juntan, permaneciendo cada uno encerrado en su mundo. Podríamos sumar a estos una multitud de otros ejemplos, cada uno de los cuales merecería ser tratado en profundidad por revelar la constitución de la realidad para el ser humano y por verificar que es el fantasma, y no los órganos sensoriales, el que organiza esa realidad. Tomemos el caso de aquella muchacha que nunca inquietó a su entorno y que acaba de dar a luz. En el momento en que le tienden al niño para su primera mamada, en el momento de tenerlo en sus manos, se siente invadida por un sentimiento de pánico y de sensaciones corporales confusas. La asalta la idea de que su leche está envenenada, y la sonrisa de la enfermera que le tiende al niño le confirma que ella lo sabe. En un mismo instante viene a su memoria una multitud de pequeños hechos, de observaciones incidentales de su marido, de su suegra, que aclaran la atroz verdad que acaba de descubrir. ¿En quién puede confiarse que no forme parte dei complot? Sólo le queda gritar, gritar a muerte hasta que los médicos del servicio, estupefactos, se vean forzados a calmarla. Esto abre la cuestión de las suplencias al Nombre-del padre. Yo en Cuestión preliminar Lacan propone como una modalidad posible la identificación imaginaria con el deseo de la madre. Es un hecho clínico, como hemos visto, que el desencadenamiento se produce cuando el sujeto no puede ajustarse a la observancia del discurso corriente,

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a la imitación de un amigo, por último a la sumisión o aquel o aquella que para él hacen las veces de Otro. Este desencadenamiento deja al sujeto abierto y ofrecido a la intrusión catastrófica de un Otro cuyo goce, por no tener significación fálica debido a la forclusión, está absolutamente desbarajustado. Retorna la voluntad de goce inscripta en el Otro, Lacan expresa esto en la fórmula: «Lo que está forcluido de lo simbólico retorna en lo real». Esto se manifiesta por la alucinación verbal y por el hecho de que todo hace signo paro el sujeto en apoyo de su convicción: todos se dirigen a él y hablan de él. Este Otro del que hemos visto que efectivamente estaba fuera del sujeto y hablaba de él, en el psicótico es percibido como extraño. Volviendo de lo real, este retorno se efectúa, pues, en el significante por la autonomización y la exteriorización de la cadena, bajo las especies de las voces y lo persecución. Retorno también en el cuerpo bajo los especies de una desorganización de sus sensaciones. Es así que los psicóticos pueden quejarse de que se los somete a maniobras múltiples por intermedio de rayos, o que se atenta contra su integridad corporal a pesar de ellos. Algunos, por ejemplo, afirman que se les ha implantado en el cerebro, mientras dormían, una máquina que, telecomandado por los perseguidores, dirige sus actos y sus palabras. Y otra psicótica tenía la convicción de que, mientras dormía, le quitaban sus ovarios a fin de fecundarlos y de llenar el mundo de pequeños monstruos telecornandados que eran sus hijas naturales. De este modo; la psicosis puede desorganizar completamente la imagen del cuerpo, y un psicótico contaba, tras haberse hundido a pico en una piscina a la que había sido llevado con otros, que el agua penetraba por todos los orificios de su cuerpo, llegaba a su estómago y subía al cerebro invadiéndole la cabeza, lo cual le impedía nadar. EL TRABAJO DEL DELIRIO Ser objeto de la voluntad de goce del Otro fuerza al psicótico, para restaurarse un lugar en el Otro y relocalizar el goce, o producir el delirio: En efecto, ésta es también una tesis freudiana, el delirio es una tentativa de curación, un trabajo de significación que el sujeto elabora para pacificar al goce y restaurarse una identidad. Desde Freud, Schreber es un ejemplo paradigmático. A Schreber le es menester todo su trabajo delirante para llegar finalmente a consentir en la voluntad de goce del Otro. Acaba por aceptar someterse a los últimos ultrajes que el Otro, está convencido, quiere ejercer sobre él. Se convierte en el compañero pasivo de Dios. Mediante su megalomanía, se reconcilia con ese Otro intrusivo no sin tener que sufrir de poso la eviración, su transformación en mujer, pero esto vez por la noble causa, puesto que se trata nada más ni nada menos que de ser la madre de una humanidad nueva cuyo padre será Dios. He aquí los hechos que Lacan llama de «empuje hacia la mujer» de la psicosis: por tener que construirse una identidad ajena a la significación fálica que es lo único que asegura el sinsentido de la metáfora paterna, el sujeto es instado a realizar lo que la metáfora paterna forcluye: «La» mujer. Un nuevo ejemplo puede ilustrar la devoción necesaria para elaborar un trabajo delirante, tranquilizador para el sujeto. Se trata de una mujer cuya psicosis se desencadenó después de una intervención ginecológica

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practicada por un viejo amigo. Al despertar, el mundo se había transformado. Estalla lo que llama la «sinfonía de los cinco sentidos» que, como después verificó, las sinfonías de Saint-Saëns evocan perfectamente. La revelación de un mundo maravilloso pero inaccesible al común de los mortales, y el contraste entre este mundo y lo triste realidad cotidiana; hecha de malentendidos y violencia, la consagran a la tarea. Como toda verdad está subordinada al verbo, inventará, gracias a sus amplios conocimientos lingüísticos, una lengua nueva compuesta de elementos tomados de lo que para ella son las lenguas de la cultura y de la civilización: el hebreo, el griego, el_ latín, el inglés, el alemán y el francés. Esta lengua nueva cuya música da exacta cuenta dei sentido, debe transformar a la humanidad y brindarle la felicidad. Solitaria y febrilmente, le llevará no menos de diez ateos completar su obra, segura de cumplir una misión diferente de cualquier otra. Después de estos diez años, su actividad se orienta a propagar su obra y a convencer. La hospitalización impuesta por los poderes públicos no hace más que reforzar su convicción y la lleva de nuevo a trabajar para perfeccionar in poco más todavía esa lengua, de modo que resulte evidente para todos. Sin embargo las cosas tomarán otro cariz, a causa de la obstinada incomprensión del mundo, y la incitarán a argumentar con tal vehemencia que se volverá peligrosa, llegando hasta a ayudarse con un viejo fusil de caza. La «curación» de la psicosis no funda, como en la neurosis, un fantasma que hace de tapón para la falta y que sostiene el deseo. No negativiza el goce sino que reconcilia al sujeto con él, a falta de reconciliarlo con sus semejantes. Lo reconcilia bajo las especies de la megalomanía; cuando ese goce se inscribe del lado del significante, y bajo las de la manía cuando el cuerpo participa en él. Al menos no deja al sujeto en la estacada, como decía Schreber, abandonado por un Otro que se retira totalmente dejándolo en su siniestra encarnación de ser real, desecho putrefacto de un mundo donde no tiene su lugar. El melancólico es quien más fuertemente experimenta esta posición, y no es raro que la consume efectivamente con el suicidio. Quedan por examinar otras formas de suplencia distintas de la del trabajo delirante por la significación. Por ejemplo, en relación con James Joyce, Lacan llegó a hablar de suplencia por la escritura. También se plantea la cuestión del niño psicótico, es decir el que ni siquiera pudo suplir por un tiempo la forclusión mediante la identificación imaginaria, De entrada está librado al goce caprichoso del Otro. Se observan en él los mismos fenómenos de intrusión asoladora alternándose con los momentos de inercia, del dejar en la estacada. Cuando es su cuerpo lo que se ofrece a la mortificación por el Otro, no es raro que recurra a la automutilación, para localizarlo, Si Lacan llegó a decir que el psicoanálisis no debía retroceder ante la psicosis, no es sólo porque enseñe la preeminencia de lo simbólico en la constitución de la realidad de un sujeto, sino también porque el psicoanalista puede, frente al sujeto psicótico, sostener un lugar esencial. En efecto, el psicoanalista no es ni el representante habilitado del orden en la sociedad ni aquel que, sobre la base de su saber, ejerce un poder que somete al otro a una norma. Reconocer la particularidad del psicótico por la operación de la transferencia, la cual, aunque teniendo otras coordenadas que en la neurosis, existe, puede permitir a ese sujeto la pacificación de un goce costoso, por los estragos que produce en su vida íntima y social.

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En lo tocante al niño psicótico sucede lo mismo. También aquí, permitir una condensación del goce fuera del cuerpo y fuera de la cadena significante puede producir mejorías clínicas considerables.

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